Capítulo 24 · En casa de los Diggory ·

Emma estaba muy nerviosa. Aquel día iba a conocer a los padres de Cedric por primera vez.

Los meses de vacaciones habían sido maravillosos. Los Blackwood habían pasado las primeras semanas amueblando su nuevo apartamento y ahora vivían en un lugar que por fin podían llamar hogar. Emma tenía su propia habitación, decorada con posters de Wampus, Gryffindor y sus grupos favoritos.

Por otra parte, Emma había comenzado a dibujar. Al principio lo había hecho por consejo de la profesora Trelawney, quien le había dicho que podía ayudarla a entender mejor sus visiones. Al final lo había terminado haciendo por gusto, y ahora no dejaba de trazar imágenes sobre su cuaderno. Las visiones cada vez eran más frecuentes y aleatorias, y ya no solo se propiciaban cuando tocaba algo concreto. Aquel cuaderno de dibujo le servía a modo de diario para no olvidar lo que veía, y era mucho más efectivo para ella dibujar lo que había visto que escribirlo, puesto que a veces no tenía palabras para describirlo. Las formas abstractas y los colores que plasmaba sobre el papel eran mucho más efectivas.

Emma se había mantenido en contacto con sus amigos mediante carta, e incluso invitó a Maisie y a Verónica a pasar unos días en su nueva casa. Las chicas la ayudaron a pintar su habitación y Verónica las instruyó en música y películas no-majs.

Muggles. Cada vez me acostumbro más a esa palabra.

Había conseguido quedar varias veces con Cedric, por suerte. Se reunían en el Caldero Chorreante, al que los dos llegaban mediante Polvos Flu, y se dedicaban a pasear por Londres. Como siempre, se le hacía extraño verlo vestido con otra ropa que no fuera su túnica del uniforme, pero pronto se acostumbró a verlo con las mejillas rojas por el sol veraniego y sus zapatillas deportivas blancas, las únicas zapatillas que tenía, puesto que normalmente no vestía con ropa muggle.

Si no pasaban el día juntos, se enviaban una carta cada día, provocando que sus lechuzas estuvieran siempre ocupadas, para molestia del resto de la familia. Eran tan empalagosos que hasta Keira se quejaba, y eso que al principio había estado encantada con el novio de su hermana. El joven del cabello dorado ocupaba sus pensamientos de día y de noche, y se colaba en sus sueños sin pedir permiso.

Por suerte, sus sueños acerca de George se habían frenado, probablemente debido a que no se habían escrito ninguna carta directa en todo el verano. Cuando Emma se dirigía a él, lo hacía también a su hermano, y normalmente era Fred quien escribía la respuesta, a pesar de que George se colara para escribir algún que otro párrafo o dibujar alguna tontería en los márgenes. No era que tuviera miedo de hablarle a él personalmente, habían pasado tiempo a solas durante los últimos meses del curso sin que eso fuera incómodo. Simplemente, Emma sentía que era mucho más sencillo enviar las cartas dirigidas a los dos, ya que vivían en la misma casa.

Aquel día, los Blackwood viajaban hacia la Madriguera para pasar allí la noche, puesto que al día siguiente irían a ver la final del Mundial de Quidditch. Emma no podía creer su suerte. El señor Weasley había conseguido entradas para todos, y Cedric también acudiría porque su padre las había obtenido del mismo contacto que él en el Ministerio. Emma dormiría con su familia en casa de los Weasley para acudir todos juntos al día siguiente, aunque sospechaba que su padre había propuesto dormir con ellos por el simple hecho de pasar tiempo con Arthur, de quien se había hecho muy amigo.

Aprovechando que pasarían por la zona, Emma quería visitar a su novio, que vivía a pocos kilómetros de la Madriguera. Así que salió de casa unas horas antes y exclamó el nombre de la casa de Cedric antes de desaparecer entre el humo verdoso de la chimenea.

Cuando abrió los ojos, se encontraba en el salón de los Diggory. Lo reconoció porque Cedric estaba tirado sobre la alfombra y un perro labrador precioso estaba sobre él jugando a morderle el brazo sin apretar. Emma reconoció enseguida a Snitch, el perro de Cedric.

—¡Emma!

La chica se limpió el polvo de la chimenea y, cuando Cedric se levantó, se abalanzó contra él para besarle. El chico la abrazó con fuerza. Hacía casi dos semanas desde la última vez que habían quedado en Londres y para un par de adolescentes que llevaban unos meses saliendo, aquello era una completa eternidad. Enterró la cara en el cuello y aspiró su perfume. Era como estar en casa.

Estaba saludando a Snitch con caricias tras las orejas cuando aparecieron los padres de Cedric para conocerla por fin.

—Tú debes de ser Emma —saludó la que debía ser su madre.

—Es un placer, señora Diggory.

—Llámame Ruth —pidió ella con una sonrisa—. Y este es Amos.

Emma saludó también al padre. Supo enseguida que Cedric era clavado a Ruth Diggory, puesto que tenía el mismo pelo dorado y los mismos ojos grandes color avellana. De Amos había sacado la altura y la eterna sonrisa encantadora. Tras hablar con ellos cinco minutos, Emma se sintió muy bienvenida. Ella solía ser tímida cuando acababa de conocer a alguien, especialmente a personas a las que sabía que tenía que caerles bien, pero los Diggory parecían tener formas de cubrir cada tema de conversación para hacer que Emma se sintiera cómoda hablando con ellos.

—He cocinado varias cosas porque no sabía qué te gustaría —explicó la señora Diggory, sacando cinco fuentes de comida a la mesa.

Emma observó la cantidad ingente de comida que había sobre la mesa. Era imposible que se comieran todo eso entre cuatro personas.

—Me gusta todo —aseguró Emma, con una sonrisa tímida—. Aunque Ced me ha hablado muy bien de su Yorkshire Pudding.

—No me extraña, es el mejor del mundo —exclamó Amos, cogiendo uno de los puddings y poniéndolo en su plato.

—Cedric no hace más que hablar de ti —comenzó Ruth mientras le servía limonada casera a Emma—. Emma es muy guapa, Emma es muy lista...

—Cedric es muy generoso con sus cumplidos —comentó Emma mirando a Cedric con diversión. Él parecía completamente mortificado—. Él es el mejor. Bueno, el mejor de Hufflepuff, claro.

—¡Y de todo Hogwarts! —celebró Amos, alzando su copa de vino—. Mi chico es el mejor de su generación, no hay más que verle jugando a Quidditch. ¡Derrotó al mismísimo Harry Potter!

Emma frunció el ceño en desacuerdo, pero se esforzó por cubrirlo. No quería empezar una disputa.

—Papá. Emma es una de las cazadoras de Gryffindor, ya te lo dije.

—Bueno, pero las cosas son como son. ¿Ganasteis o no ganasteis a Gryffindor?

—Y ellos ganaron la copa —le recordó Cedric, mirando a Emma y pidiéndole perdón con la mirada.

—No te desmerezcas ni un segundo, hijo —continuó Amos—. Sea de la casa que sea, derrotar a Harry Potter no lo hace cualquiera. No conozco personalmente a ese chico, pero está claro que no debe ser más que un simple muchacho con suerte que...

—Yo no llamaría a Harry afortunado, si me permite interrumpirle, señor Diggory —intervino Emma con una sonrisa incómoda—. De hecho, la mala suerte le persigue prácticamente desde que nació.

—Papá, Emma y Harry son muy amigos —explicó Cedric, chasqueando la lengua. Parecía muy preocupado porque la conversación se estaba volviendo cada vez más incómoda.

—¿Has probado el pastel de carne, Emma, cielo? —preguntó Ruth en dirección a Emma, tratando de evitar que la conversación continuara.

Tras hablar durante dos horas con los padres de Cedric, Emma descubrió que Amos era el mayor admirador de su hijo, cosa que le parecía estupenda, si no fuera a costa de los demás. Si Emma era una brillante jugadora de Quidditch, su hijo lo era más. Si Emma había sacado buenas notas en los TIMO, Cedric más. Aunque habían sacado lo mismo. Emma había conseguido ocho Extraordinarios y dos Supera las Espectativas, uno en Herbología y el otro en Runas Antiguas. Cedric había conseguido lo mismo, solo que sus Supera las Expectativas habían sido en Astronomía y en Pociones. Emma no respondió más al señor Diggory por educación.

Después de comer, Cedric le enseñó su habitación. Era un cuarto en el tercer piso de la casa con preciosas vistas al valle. Las paredes blancas estaban llenas de posters de Quidditch, sobre su cama había una colcha de lana amarilla y las estanterías estaban repletas de libros. No había ningún artefacto muggle, aunque no era ninguna sorpresa, porque los padres de Cedric eran magos y no tenían ningún contacto con el mundo no mágico. Amos Diggory trabajaba en el Ministerio y Ruth Diggory era dependienta en una tienda de ropa para magos en el Callejón Diagón.

Se tumbaron en la cama y Emma apoyó la cabeza sobre su pecho. La casa había quedado tranquila, ya que Amos se había ido a trabajar y la señora Diggory se había quedado dormida en su sillón mientras tomaba el té.

—Perdón por todo lo que ha dicho mi padre —se disculpó Cedric—. Siempre hace igual.

—Es normal que esté orgulloso de ti —comentó Emma con una sonrisilla.

—Ya, pero no se da cuenta de que hay más gente en el mundo. Además, me presiona un poco. Sé que soy bueno en Quidditch y en los estudios, pero él siempre me pide más.

—Sinceramente, Ced, no hay más. Eres un gran buscador, tienes unas notas perfectas y encima tienes una novia preciosa —dijo en broma, a lo que él rió—. ¿Qué más se puede pedir?

—Ya, díselo a él —sonrió—. Pero sí, no puedo pedir más. Encima, por fin te tengo aquí. Se me ha hecho el verano eterno sin verte todos los días. Me muero de ganas de volver a clase.

—Qué estudioso —se burló ella con claro sarcasmo—. Aunque yo también tenía ganas de volver, para verte más. Bueno, a ti y a mis amigos, claro.

El chico asintió, dejándose besar en la mejilla.

—¿Tienes ganas de ir a La Madriguera? Mi madre ya ha dicho que podías quedarte aquí a dormir, si quisieras.

—Lo sé, pero creo que mi padre se quedará más tranquilo si duermo bajo el mismo techo que él. Le caes bien, pero no dejas de ser el novio de su hija de dieciséis años.

—Bueno, en mi defensa, aquí tiene menos de qué preocuparse. ¿Cuántos hermanos Weasley hay? Son muchos más chicos en esa casa.

—Seis hermanos y una hermana. Y bueno, también estará Harry —añadió Emma. Tenía muchas ganas de verle, puesto que había intentado enviarle cartas durante el verano y él nunca respondía—. Pero con ellos no hay peligro, Ced, son mis amigos.

Cedric alzó las cejas. Se le escapó una risa ahogada que no pasó desapercibida.

—Eso que se lo digan a George —masculló, con evidente incredulidad.

—¿Cómo? —Emma se incorporó para mirarle—. ¿No te cae bien?

—Ah, no, me cae muy bien —dijo Cedric incorporándose también, para explicarle—. Pero... Bueno, no me fijé hasta que no me lo dijeron los demás...

Se calló, midiendo sus palabras. Emma le miró con extrañeza.

—Cedric... —le instó a continuar.

—Creo que es evidente que George está colado por ti.

Emma cerró los ojos y suspiró con pesadez. Cedric se removió sobre el colchón.

—¡Es cierto! He visto cómo te mira. —Acompañó el comentario hundiendo un dedo en su costado para hacerla rabiar. Emma se alejó por instinto, con una risita.

—Si te interesa saberlo, sí que le gustaba, pero fue antes de salir contigo. Ahora sabe que somos novios y ya no le intereso. Solo somos amigos —explicó ella para tranquilizarle.

—Yo no lo tengo tan claro —respondió él. No parecía molesto en absoluto—. Los últimos meses en Hogwarts, cuando ya tenía el gran privilegio de ser tu novio... —Emma le dio un codazo—, te seguía mirando igual. George está enamorado de ti.

Tonterías. Apenas me hace caso.

—¿Tienes celos? —preguntó ella con una sonrisa burlona. Necesitaba cambiar de tema.

—En absoluto.

Emma le tomó de las mejillas y le dio un beso en los labios.

—Olvídate de eso, Ced. Ni yo le gusto a George, ni George me gusta a mí. ¿Vale?

Cedric asintió y tomó a Emma de la cintura, colocando los pulgares sobre los huesos de su cadera.

—Te he echado mucho de menos —le susurró.

Emma depositó un beso sobre la punta de su nariz.

—Y yo a ti.

Aprovecharon el silencio de la casa y la ausencia del señor Diggory para besarse con ganas, con una pasión que hasta entonces no había existido entre los dos por la simple falta de ocasión, ya que en Hogwarts no tenían demasiada privacidad.

Era verano y eso suponía que la ropa era escasa y corta y fácil de retirar. El vestido de flores de Emma desapareció de su cuerpo al siguiente minuto, y pronto le siguió la camiseta blanca de Cedric. Aquella experiencia, nueva para Emma, suponía que cada vez que su cuerpo se rozaba de más contra el de Cedric, notara una sensación de puro nerviosismo y anticipación en el estómago. No podían utilizar magia para sellar la puerta a prueba de intrusos, pero confiaban en el crujir de la madera de las escaleras en caso de que la madre de Cedric se despertara de la siesta.

Haciendo acopio de toda su seguridad, Emma se impulsó hasta quedar encima de Cedric, colocando una rodilla a cada lado de sus caderas. Se inclinó sobre él y comenzó a trazar un caminito de besos desde el cuello de Cedric hasta el ombligo, para después, con la ayuda de él, deslizar los vaqueros hacia abajo. Ninguno de los dos comprendía cómo aquel beso había terminado convirtiéndose en una carrera por desvestirse, pero tampoco quisieron parar un momento para detenerse a preguntar.

Cedric tomó a Emma de la cintura y, con un movimiento rápido, la colocó sobre la cama y él tomó el lugar superior. Se agachó para besarla y llevó lentamente una mano hacia su pecho. Emma se estremeció bajo su contacto. Nunca nadie la había tocado de esa manera. Cedric buscó su mirada para preguntarle con ella si estaba cómoda, y ella asintió rápidamente, adaptándose a la nueva sensación.

Que Cedric fuera el primer chico en verla sin ropa era de lo más tranquilizador. Siempre había esperado hacerlo con alguien que tuviera su plena confianza, y Cedric, desde luego, se la había ganado. A pesar de lo nerviosa que se sentía, sabía que no tenía nada que temer. De hecho, tenía ganas de seguir experimentando.

Hasta que él dijo las palabras.

—Te quiero —le susurró al oído.

Aquellas palabras y los dedos del chico alrededor de sus mejillas provocaron la aparición de una visión, una que Emma no esperaba en absoluto. Estaba acostumbrándose a la familiar sensación que aparecía cuando venía una visión y había practicado la forma de fingir que nada ocurría para no alarmar a los demás, pero aquella visión fue tan inesperada que no tuvo tiempo de esconderse.

Emma estaba llorando en un lugar que reconoció como la sala escondida tras el tapiz. Cedric estaba de pie, junto a la ventana. Llevaba una especie de túnica similar a la de Quidditch, con su apellido escrito en la espalda. Parecía cansado, como si hubiera pasado por un partido demasiado violento, y en una mejilla llevaba restos de lo que parecía una poción de Madame Pomfrey.

—Es cierto, ¿no? Estás enamorada de él —decía Cedric. Él también parecía estar llorando.

—No...

—No me mientas, por favor, Emma. A mí no.

Emma rompía a llorar, de nuevo. Podía sentir su dolor a pesar de que se tratara de una visión.

—Cedric, no sabes cuánto lo siento.

—Siempre ha sido George. Sabía que estabas enamorada de él —el chico se giraba para mirarla—. Sabía que no era solo una amistad... Había pensando en la posibilidad de que tú le correspondieras, pero no quería aceptarlo. No sé qué siente exactamente ese chico por ti, Em, pero yo... Yo te quiero. Te quiero de verdad. Ojalá pudieras sentir lo mismo que yo.

Cuando la habitación se desvaneció, dio paso al rostro preocupado de Cedric sobre ella. Emma dio una bocanada de aire tan exagerada que Cedric se echó hacia atrás, todavía más asustado. Emma se incorporó, llevándose las manos a la cabeza y tratando de sacudirse de encima esa sensación de angustia y culpabilidad que le oprimía el pecho.

Estaba segura de que acababa de ver el momento de su ruptura con Cedric.

Y George estaba implicado. Cedric aseguraba que yo estaba enamorada de George.

—Emma, ¿estás bien? —Cedric la tomó de los antebrazos con sumo cuidado, intentando conseguir que le mirara a los ojos—. ¿Te he asustado? No tenía que haber dicho nada, he ido demasiado rápido, yo...

—No, no, Ced —Emma carraspeó, intentando decir algo para tranquilizarle. Notaba un nudo en la garganta, y eso hizo que su voz saliera aún más ahogada—. Es solo que... me he mareado un segundo, eso es todo.

—¿Seguro? ¿Es por lo que te he dicho o por...?

No dijo nada, pero conforme miró sus cuerpos medio desnudos, Emma comprendió a qué se refería. Se sonrojó ligeramente y fue por primera vez muy consciente de su desnudez. Se pasó las manos por el pelo, tratando de arreglárselo. No podía mirar a Cedric a la cara después de lo que había visto. Se sentía una completa traidora sabiendo ese secreto, y estaba aguantándose las ganas de llorar con todas sus fuerzas.

—No, de verdad. Será el calor—mintió ella, cubriéndose con su vestido. Fingió que miraba su reloj—. Merlín, qué tarde es. Debería estar ya en La Madriguera. Mi padre se enfadará si llego tarde, por no hablar de la señora Weasley...

—Claro, claro. Te acompaño.

Volaron juntos, en silencio, hasta la Madriguera. Emma no podía dejar de darle vueltas a lo que había visto, odiando su don más que nunca. Ver el desenlace de su relación actual había sido demasiado doloroso, y sabía que, sin duda, afectaría la manera en la que trataba a Cedric a partir de ahora. No entendía cómo podía romperse algo que llevaba meses siendo perfecto, siendo el motivo de su sonrisa constante. No entendía cómo podía hacer llorar así a Cedric.

Por George, encima. Ni siquiera he pensando en él en todo el verano.

Aterrizaron por fin en la Madriguera. Los Blackwood y la señora Weasley salieron a recibirlos, y Molly le explicó que los gemelos y Ron habían acudido a recoger a Harry a casa de sus tíos. Emma tragó saliva, sonoramente, sintiendo que, de alguna manera, tenía escrito en la cara el nombre de George y pronto todos se darían cuenta de lo que acababa de ver.

Sin embargo, eran todo imaginaciones suyas. La señora Weasley invitó a Cedric a pasar el té, y para mala suerte de Emma, él aceptó gustosamente. No era que no quisiera estar junto a él: simplemente, necesitaba estar sola unos minutos para gestionar sus emociones, porque él se empeñaba en tomarla de la mano con cariño y ella estaba viviendo su ruptura en su mente sin parar.

Molly Weasley observaba de reojo a Cedric, pero trataba de ocultarla lo mejor que podía ofreciéndole más y más pastelitos y bizcochos caseros. Se notaba que trataba de ser amable con él, pero cada vez que el chico se giraba a hablar con el padre de Emma, ella se dedicaba a mirarlo como si le hubiera robado una preciada posesión.

Tras escuchar un estruendo en el salón, comenzaron a oír los gritos del padre de los Weasley y, por lo que decía, estaban destinados a los gemelos. La señora Weasley acudió al salón a ver qué ocurría y Cedric decidió marcharse para evitar la incómoda situación de la pelea familiar. Emma le acompañó hasta el exterior, ansiosa por tener que dejar de fingir que todo estaba bien, y se detuvieron a unos pocos pasos de la casa, a pesar de que todavía se escuchaban los gritos de los padres de Fred y George.

—Nos vemos mañana —se despidió Cedric, dándole un tierno beso en la frente.

—Tengo muchas ganas de ver el partido —confesó ella, contenta por tener otra cosa en la que centraste más allá de sus sentimientos.

—Yo tengo más ganas de verte a ti. Aún no me he ido y ya te echo de menos.

La besó antes de emprender de nuevo el vuelo. Emma se quedó mirando el punto en el cielo en el que había desaparecido, sintiéndose muy miserable. Le quería de verdad, amaba estar con él.

Pero ahora era consciente de que todo terminaría. No creía que pudiera disfrutar de su compañía mucho más.

Sin embargo, su discurso autrodestructivo mental se vio interrumpido por una mano sobre su hombro que la hizo aterrizar sobre la tierra.

Al girarse a ver de quién se trataba, se dio de bruces con George.

Su corazón dio un vuelco al verlo de nuevo.

Estaba de brazos cruzados, observándola con una sonrisa de lado y la ilusión de volver a verla reflejada en sus ojos.

Oh, no.

Emma se dio cuenta de que había estado engañándose a sí misma durante muchos, demasiados meses. No se había olvidado de él ni por un segundo.

Emma estaba tan nerviosa que apenas podía dormir, a pesar de que tenía que madrugar mucho al día siguiente para tomar un traslador. Por mucho que no terminara de comprenderlo, no podía dejar de pensar en George. Se suponía que se había olvidado por completo de él, que los últimos meses del curso ni siquiera se había fijado en su presencia porque solo tenía ojos y tiempo para Cedric.

No sabía si había sido el efecto de la visión en ella o el verlo tan cambiado tras las vacaciones, pero aquello la había hecho dudar. George había crecido algunos centímetros, si es que era posible, tenía el cabello un poco más largo y sus rasgos de adolescente iban convirtiéndose poco a poco en los de un hombre. Incluso cuando la había abrazado para saludarla había notado que estaba más fuerte.

Todas las veces que lo había mirado aquella noche se había puesto nerviosa, inquieta, como si él fuera a darse cuenta de lo que pensaba. Por mucho que ella repitiera el nombre de su novio cien veces en su cabeza, al final terminaba por mirar al chico. Se había fijado en que había pasado algunas horas bajo el sol, ya que su piel estaba más morena y tenía todavía más pecas que de costumbre. Su mandíbula parecía más marcada, como si fuera abandonando poco a poco la niñez, y su voz era algo más grave que antes del verano.

Deja de mirar, deja de mirar, deja de mirar.

Es el mismo George de siempre, Emma.

Sin embargo, era imposible retirarle la mirada cuando él y su hermano estaban encantados de tenerla en casa. Aquella tarde, nada más llegar, la llevaron a su habitación para enseñarle aquello en lo que habían estado trabajando todo el verano.

—Solo nos falta financiación —explicó Fred dejando encima del escritorio un caramelo que hacía la lengua más larga, junto a un montoncito de galletas que eran capaces de convertir a una persona en un pájaro.

—¿Me estáis pidiendo que invierta? —preguntó ella levantando una ceja.

—No, claro que no —aseguró George levantando las manos—. Sabemos que tienes el mismo dinero que nosotros.

—O sea, ninguno —dijeron ella y Fred a la vez.

—Pero estamos buscando una forma de encontrar dinero para ahorrar y así montar en un futuro...

—¡Sortilegios Weasley! —exclamó Fred emocionado—. Nuestra propia tienda en el Callejón Diagón.

—Es una idea fantástica, chicos. ¿Qué opinan vuestros padres?

—Es mejor que el señor y la señora Weasley se mantengan en la ignorancia durante un poco más de tiempo —susurró George.

—A mamá no le hace demasiada gracia —Fred se encogió de hombros —. Pero sabemos que a papá le gustará la idea, ya sabes cómo es.

—George —Percy abrió la puerta tras golpear la madera con los nudillos tres veces—. Dice mamá que bajes.

—¿A qué?

—¿Crees que le he preguntado? Por si no lo sabías, estoy muy ocupado redactando mi informe para el señor Crouch sobre el grosor del culo de los calderos, demasiado ocupado como para que nuestra madre nos moleste con nimiedades como...

—Vale, vale, ya bajo —interrumpió George, deseando no saber nada más acerca de sus calderos. Aparentemente, desde que Percy había conseguido su trabajo en el Ministerio no hablaba de otra cosa.

Emma y Fred se quedaron solos. Ella se tumbó en la cama de su amigo y él la imitó, tomando un mechón de su pelo y dándole vueltas. Emma había echado mucho de menos a Fred, en quien confiaba tanto como para tumbarse sobre su hombro sin hacer de ello algo incómodo.

—¿Cómo va todo con Cedric? —preguntó el pelirrojo—. Cuando ha venido parecía un poco asustado, y creo que no tenía nada que ver con la forma en que le miraba mi madre, como si hubiera robado una barra de pan.

—¿Con Cedric? Muy bien. —Emma trató de sonar segura, pero la voz le flaqueó un poco.

—Eso no ha sonado muy convincente.

Ella suspiró. No podía contarle toda la verdad, por mucho que quisiera. Deseaba algún día poder hacer partícipes a sus amigos de lo que le ocurría cada vez más a menudo. Hablar con alguien sobre las visiones seguro que la ayudaba a descargar toda la tensión.

—Me ha dicho que me quiere —confesó con pesadez.

Fred se incorporó de un salto y se giró para observar a su amiga, sin creérselo.

—¿En serio? ¿Y tú qué le has dicho?

—Nada —se encogió de hombros. El chico reaccionó todavía peor—. He hecho mal, ¿no?

—Bueno, al menos no le has dado las gracias. ¿Tú le quieres?

Ella miró hacia el cielo negro que se observaba desde su ventana y se quedó pensando en aquello. Le quería por lo bueno que era, por lo inteligente que se sentía conversando junto a él, por lo cómoda que siempre le hacía sentir.

Lo que no sabía era si le quería igual que él le quería a ella.

—No lo sé —susurró—. Tampoco es que sepa muy bien cómo va lo del amor, nunca antes había tenido novio. ¿Se supone que tengo que saberlo? ¿Uno se da cuenta de cuándo quiere a alguien?

—Yo tampoco lo sé, Em —confesó su amigo—. Pero, según dicen todos, cuando lo sientes, lo sabes. Si dudas...

—Ya... —miró al suelo apenada.

—Eh, pero eso no significa que en un futuro no le vayas a querer, ¿no? Quizás luego resulta que sí que le quieres.

—¿Tú crees? ¿Tú crees que Cedric y yo tenemos futuro? ¿Que hacemos buena pareja?

Quería de verdad saber si el chico lo pensaba, ya que su visión le había contado una historia completamente distinta. Fred se puso en pie y paseó un poco por la habitación, cavilando verdaderamente las palabras de su amiga.

—Hacéis buena pareja, eso no se puede negar.

—¿Pero...?

—Bueno, quizás no sea demasiado objetivo, pero creo que hay otra persona con la que sí te veo en un futuro...

—¿Como que objetivo? ¿Fred, no seguirás....?

—¿Enamorado de ti? —bufó—. Puaj, no, ¡eres como mi hermana!

—Vale, vale —Emma levantó las manos en señal de inocencia—. ¿Entonces?

—Creo que... ¿Me prometes que no te enfadas? —Emma asintió—. Creo que tú y George acabaréis juntos.

Emma se levantó de la cama de un salto. Incluso cuando no quería pensar en él, la conversación acababa justo con su nombre.

—¿Por qué dices eso?

—No sé, es lo que creo. Creo que quedó algo pendiente entre vosotros y en el futuro ocurrirá. Llámame vidente, si quieres —sonrió.

Emma pensó que aquello tenía mucha más gracia de la que él pensaba, pero no dijo nada. Estaba demasiado conmocionada para procesarlo.

—Además, George lleva todo el verano hablándome de ti. No lo dice, pero sé que sigue enamorado y no te dice nada porque no quiere fastidiar tu relación con Cedric.

—Entonces, ¿por qué me lo dices tú? —preguntó ella cruzándose de brazos.

—Porque me lo has preguntado. Y si me lo has preguntado, es porque tú también piensas en el fondo que tu relación con Cedric no será para siempre.

Cuando se acostó intentó dormirse contando ovejas, escarbatos e hipogrifos, pero no podía dejar de pensar en las palabras de Fred y en cómo su cuerpo había reaccionado al ver de nuevo a su gemelo. Fue por eso seguramente que, cuando por fin consiguió cerrar los ojos, tuvo aquel sueño que la despertó poco después muy alterada. Había soñado que George estaba con ella en el cuarto de Cedric y era él quien la desnudaba poco a poco, deleitándose con la suavidad de su piel contra la de él, susurrándole al oído lo mucho que había deseado que llegara aquel momento.

Emma se descubrió con la camiseta del pijama empapada de sudor, y por un segundo le pareció que seguía notando las manos del chico recorriéndole la cintura y las caderas.

Salió de la habitación porque no soportaba más estar tumada y temía despertar a las otras tres chicas que dormían con ella con su respiración agitada. Bajó en silencio los escalones y corrió hacia la cocina. Se mojó la nuca con un poco de agua y trató de quitarse aquel sueño de la cabeza, pero estar en la casa del chico no ayudaba en absoluto, porque todo en aquel lugar olía y le recordaba a él.

Quiso beber para quitarse el nudo de la garganta por la culpabilidad  que sentía. Ni siquiera había hecho nada: no era como si pudiera evitar sus visiones o controlar el contenido de sus sueños, pero sentía que traicionaba a Cedric sin parar. Se puso de puntillas para alcanzar un vaso limpio, pero su metro sesenta y cinco no era suficiente, al parecer. Nada le salía bien aquel día.

—¿Necesitas ayuda? —susurró la voz de George detrás de ella.

Se quedó paralizada donde estaba, porque la última vez que había escuchado aquella voz había sido unos minutos atrás mientras le susurraba lo mucho que le gustaba su cuerpo sin ropa. Giró ligeramente la cabeza para mirarle, pero el chico se había acercado para ayudarla. Posó innecesariamente su mano en la cadera de Emma, y con la otra alcanzó el vaso sin ningún problema. Se quedó quizás demasiado rato en aquella posición, respirando directamente sobre su cuello, su pecho pegado contra su espalda, su pierna izquierda contra su trasero, pero Emma hizo un movimiento brusco y se giró. George la miró con una sonrisa ladeada y le entregó el vaso.

—¿Sedienta? —le susurró.

—Mucho —respondió ella con las manos temblorosas—. Gracias.

Rellenó el vaso y escapó lo más rápido que pudo a la habitación, dejándole con la palabra en la boca. Si no fuera porque era imposible, Emma habría jurado que el chico podía leerle la mente y había averiguado lo que había soñado, porque la forma en que la había mirado era exactamente igual a la del sueño.

Me lo estoy imaginando.

O quizás, simplemente, Cedric y Fred tenían razón: George estaba loco por Emma.

¿Confirmamos que me he sacado dos gifs de Crepúsculo de la manga? Confirmamos.

Empezamos por fin la historia del cuarto libro y dejadme avisaros de que ahora empieza verdaderamente EL DRAMA.

Canción n°4: Una canción que te obligue a bailar.

Mi propuesta: honestamente cualquiera de reggaeton antiguo, pero voy a ser un poco más indie y voy a decir "What You Know" de Two Door Cinema Club.

💕💕 Espero que paséis una semana estupenda 💕💕

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