Capítulo 21 · Imposible ·

Emma habría jurado que George la había visto besarse con Cedric. Desde su posición, casi podía escuchar a George tragando saliva con una evidente incomodidad, observándola con las manos metidas en los bolsillos del pantalón y una ligera reticencia. Emma pensaba que George diría algo; que, tal vez, le dijera que eso de besarse con chicos en el salón de su casa cuando era su invitada no era lo más educado del mundo.

Sin embargo, no dio ningún indicio de haberlo visto más que la forma en que la miraba, como si se sintiera mal por haber interrumpido algo. Ni siquiera lo mencionó cuando por fin rompió el silencio.

—¿Como es que todavía sigues aquí?

—Me he quedado adormilada en el sofá —se excusó ella, caminando en su dirección. Pasar junto a él era la única forma de salir del salón—. Pero ya subía a dormir, no te preocupes.

—No, quédate conmigo un poco más —suplicó, tomándola de la muñeca.

Emma observó cómo su mano acariciaba su piel y luego le miró a los ojos. George apartó la mano lentamente, pero no su mirada, que estaba extrañamente seria. Ver a George con un gesto así en el rostro era tan raro para Emma como ver nevar en pleno agosto. No supo qué decir, así que se quedó en silencio, esperando a ver por qué querría que se quedara con él.

—He bajado a por un poco de chocolate caliente. ¿Quieres?

No había forma de que ella se negara a eso. No sabía si George era consciente de lo mucho que le gustaba el chocolate, pero poco le importó a Emma, que accedió y asintió rápidamente con una sonrisa de oreja a oreja.

La señora Weasley había dejado una olla con una enorme ración de chocolate humeante en su interior, así que George sacó dos tazas con motivos navideños y sirvió el líquido oscuro. Cuando se la entregó a Emma, sus dedos se rozaron. Emma llegó a pensar que hacía ese tipo de cosas a propósito, y lo cierto es que no tenía forma de comprobar si era verdaderamente así o si simplemente se había rozado con ella sin querer y ella le estaba buscando un significado oculto. Le daba la sensación de que George era consciente de cómo un simple roce podía despertar en Emma algo que juraba que llevaba semanas enterrando.

El chico cogió impulso y se sentó sobre la encimera de la cocina y ella lo imitó, colocándose junto a él y agarrando la taza con las dos manos. En parte, hacía aquello para calentárselas, aunque en realidad le temblaban ligeramente por los nervios de encontrarse a solas con él.

No seas tonta, Emma. ¿Por qué tienes que hacer de todo un drama?

Estabas con Cedric hace unos minutos y no estabas temblando así.

—Ha sido una cena genial. Tu familia ha sido muy amable por invitarnos. —Emma rompió el silencio de manera educada. Necesitaba decir algo antes de ponerse a gritar por los nervios.

—No ha sido nada —respondió él con una sonrisa sincera—. Podéis venir cuando queráis. Además, me da la sensación de que nuestros padres van a querer verse muy a menudo. Son tal para cual.

Emma soltó una risita muy discreta. Era cierto que Alfred y Arthur parecían haber establecido una amistad en cuestión de un par de días, y a ella le entusiasmaba que su padre hiciera amigos y lo pasara bien. Quería, ante todo, que fuera feliz.

—Y nuestras hermanas también se llevan bien —añadió ella—. Parece que las familias estaban destinadas a ser amigas.

—Entonces, ¿piensas que nos ha unido el destino?

Emma rodó los ojos y le dio un codazo amistoso. George aprovechó la proximidad para darle un medio abrazo, pasando el brazo por su espalda y acercándose a ella.

Emma podría haberse separado, especialmente porque tenía miedo de que la pillara temblando por los nervios, pero no quiso ser grosera. Además, una parte muy pequeña de ella quería ser egoísta y quedarse así, entre sus brazos. Intentaba convencerse de que aquello era lo más normal del mundo: que dos amigos se podían abrazar sin tener que hacer de ello nada complicado.

Era normal.

Con Fred sería de lo más normal.

Pero con George no me lo parece. No creo que nunca me lo parezca.

Pero qué bien se sentía con su cálido brazo alrededor de su cuerpo. A pesar de lo tensa que estaba por su roce, había una especie de energía que daba vueltas en su interior y la llenaba de felicidad. Quería prolongar ese sentimiento tanto como fuera posible. Por muy raro que fuera.

Por muy olvidado que se suponía que estaba quedando. Necesitaba un poco más, aunque fuera por aquella noche.

—Lo que dije ayer, lo dije en serio. Gracias por alegrarme los días.

Lo dijo con la voz cargada de melancolía. Ya fuera por las fiestas o por la emoción del momento, se sentía flotando en una nube de felicidad que no quería que terminara, y sabía que George formaba parte de ese sentimiento, por muy insoportable que se volviera en algunas ocasiones.

—Es todo un placer. Nada me gusta más que hacer feliz a otras personas.

Ella sonrió y cerró los ojos, apreciando el perfume natural del cuello de George. Recordó que, en una ocasión, no había sido capaz de identificar a qué olía siempre que era tan dulce. Ahora lo sabía. Eran las galletas de mantequilla de su madre.

George, a su lado, también cerró los ojos, siendo muy consciente de lo bien que encajaba la cabeza de Emma en el hueco entre su mentón y su clavícula. No se sentía incómodo en absoluto al tenerla tan cerca. De hecho, estaba intentando averiguar una forma de poder acercarse más. De decirle lo que llevaba unas semanas rondándole la cabeza para ver si era una locura o era una posibilidad.

—He escuchado a Cedric —susurró, pasados un par de minutos. Había sopesado todas sus opciones y había decidido que debía empezar por aquello que más le preocupaba—. Sé que ha venido a verte. Le he visto llegar en su escoba.

Emma tardó unos segundos de más en responder. George sintió cómo se quedó rígida durante unos segundos, cómo dejó de respirar al escuchar aquello.

Finalmente, ella se separó para mirarle bien, intentando descifrar el tono con el que había dicho aquello. ¿Era reproche? ¿Envidia? ¿Curiosidad?

—Ha venido a darme un regalo de Navidad.

Se le escapó una media sonrisa al decir aquello. Si cerraba los ojos, podía ver a Cedric con sus sonrojadas mejillas deseándole una feliz navidad. Pensar en él era obtener felicidad instantánea.

George asintió brevemente, cavilando aquella información. Siguió tanteando el terreno.

—¿Te ha pedido ser su novia? —preguntó con fingido desinterés, aunque la voz le salió un poco más suave de lo que esperaba.

Ella miró al suelo y meneó la cabeza lentamente hacia ambos lados, en negación.

—No.

Más segundos entre respuesta y respuesta. Era como si fuera un diálogo ensayado y tuvieran que hacer un esfuerzo muy grande para recordar cada intervención, esforzándose en sobremanera para tratar de evitar que se notara que estaban actuando. Intentaban que no salieran sus sentimientos a la superficie.

—Bueno, es cuestión de tiempo, ¿no? Está claro que os gustáis.

Sus ojos dejaron de brillar un solo segundo.

Emma lo vio.

¿Cómo podía fingir que no había visto eso? Sabía que iba a ser algo que inundara sus pensamientos de ahora en adelante. No era justo. Se suponía que ahora solo Cedric era el protagonista de ese tipo de recuerdos.

¿Por qué no le decía George aquello que quería decirle de una vez? ¿Por qué no ponía fin a su expectación? Emma prefería cortar por lo sano antes que quedarse con la duda.

Presionó un poco más. Le quiso hacer saber lo que pasaría si ella nunca sabía la verdad.

—Sea como sea, todavía no me lo ha pedido.

—¿Y por qué no se lo pides tú?

Emma ahogó una risa. Para George parecía tan fácil, pero para ella parecía muy lejano. Demasiado real.

—Nunca he tenido novio —confesó—. No sé cómo se hacen esas cosas.

—Bueno, yo tampoco había tenido novia antes de Anne.

Emma levantó una ceja. Se guardó las ganas de decirle que, aunque no hubiera tenido novias, desde luego tenía experiencia con otras personas. No quiso estropear el momento.

—¿Y cómo se lo pediste? ¿Cómo sabías que querías que fuera tu novia?

El chico miró hacia su taza de chocolate y decidió dejarla sobre la encimera. Sus cejas se torcieron hacia abajo, mientras pensaba en su siguiente respuesta.

—No fue nada romántico. En realidad, tampoco es que lo habláramos —explicó, atropelladamente—. Simplemente, un día dijo que éramos novios y yo no dije lo contrario.

Ella asintió muy despacio. Aquello era nuevo. Aquel charco que habían sido las conversaciones sobre amor que tanto habían evitado durante los últimos meses ahora estaba siendo pisoteado sin parar, salpicando por todas partes. Se estaban lanzando de lleno a esa conversación, dispuestos a ser completamente sinceros en el silencio de aquella noche de Navidad.

—¿Pero tú quieres ser su novio, no? Debes estar seguro —prosiguió Emma, consciente de que se estaba metiendo en terreno pantanoso—. Lleváis como dos meses saliendo.

Él sonrió con la mirada triste. Emma notó un cambio en su aura, pero el cansancio tras aquel día parecía nublar sus sentidos, y no era capaz de ver los colores con demasiada claridad.

—No sé. —George se despeinó el flequillo, distraído—. Me gusta Anne, de verdad. Es lista y es guapa y me lo paso bien con ella.

Emma quería pedirle que siguiera, pero se abstuvo. Sabía que había una línea entre ser insistente y ser borde, y no quería cruzarla por nada del mundo. No quería incomodarle si verdaderamente no quería hablar de ello solo por satisfacer su curiosidad.

Sin embargo, George siguió sin esperar a que ella se lo pidiera.

—Creo que siempre pensé que cuando tuviera novia sería alguien con quien querría estar todo el tiempo —explicó él, parándose a tragar saliva. Era consciente de que lo que estaba diciendo era algo difícil que no había salido de sus labios hasta ese momento—. Sin embargo, cuando estoy con Anne... Aunque estoy a gusto, a veces me agobio un poco. Es como si no pudiera relajarme ni ser yo mismo. No sé si tiene sentido.

Emma asintió muy despacio, siendo consciente de lo que significaban esas palabras. Que George se atreviera a confesar algo así solo significaba que lo suyo con Anne tenía evidentes carencias.

—¿Por eso estáis peleados?

Ni siquiera se dio cuenta de que había dicho aquellas palabras. No quería entrometerse tanto.

Sí quieres.

Bueno, sí quería, pero no pensaba hacerlo. No quería sentirse mal después por meter el dedo en la herida.

George negó, moviendo ligeramente la cabeza de un lado a otro.

—No, no le he dicho nada de eso. No quiero hacerle daño —se llevó de nuevo la mano hacia el flequillo y se lo peinó hacia un lado con los dedos—. Nos peleamos porque ella piensa que me gusta otra persona.

Esta vez fue el turno de George de examinar el lenguaje corporal de Emma. Vio cómo apartaba rápidamente la mirada, cómo sus manos sujetaban la taza de chocolate con demasiada fuerza, cómo empezaba a respirar mucho más rápido. O Emma sabía quién le gustaba o no quería saberlo en absoluto.

—¿Por qué piensa eso? —preguntó ella. La voz le salió ligeramente temblorosa.

George la miró de nuevo a los ojos y ella se puso, si era posible, todavía más nerviosa. Pensó lo evidente: Emma se ponía nerviosa porque sí sabía la respuesta. No le había repugnado la perspectiva, no lo estaba evitando. No estaba cambiando de tema.

O estaba interpretando las señales de manera errónea o Emma quería que lo dijera. ¿Y si esa era su oportunidad y la volvía a dejar pasar? ¿Y si nunca volvían a estar solos, en mitad de la noche, confesando sus sentimientos?

George nunca se había guardado nada para sí mismo, y pensó que aquel no era el momento de empezar a hacerlo.

—Sí, creo que sí que me gusta otra persona.

Emma apretó los labios al escuchar aquello. Tuvo que evitar las ganas de soltar un grito de lo más agudo. No sabía si estaba entrando en pánico o se estaba conteniendo demasiado. De nuevo, estaba en la encrucijada entre pedirle que siguiera hablando o callarse y esperar a ver qué hacía.

También puedo huir, como hice con Fred.

Eso no salió muy bien.

—¿Es alguien que conozco?

Dijo eso y volvió a apretar los labios para contenerse. Apretó también los abdominales por la tensión.

George sonrió de lado. A Emma le dio un vuelco al corazón al ver esa sonrisa, una que en ocasiones le hacía odiarle y en otras le hacía suspirar.

—Creía que no te importaba mi vida amorosa lo más mínimo, Em —bromeó él. Le salió a modo de susurro.

—Si no me importara no te preguntaría por ella a estas horas de la madrugada, George.

Fue medio segundo. Menos, incluso. Emma flaqueó y le miró a los labios y no le pareció una horrible idea besarlos. De hecho, se acordó de la noche en la sala común escuchando música, cuando había tenido también las mismas ganas de hacerlo.

George había visto esa torpe maniobra de Emma. Se pasó la lengua por el labio inferior, mientras pensaba una y otra vez aquello de "ahora o nunca".

Él sonrió de nuevo.

—Bueno, si tanto insistes —pestañeó varias veces, preparándose para lo que estaba a punto de decir—. Es una chica que va a nuestra clase y... Tiene la risa más contagiosa que he escuchado jamás, así que me he tomado el reto personal de conseguir sacarle tantas carcajadas como pueda solo para poder escucharla reír.

Emma dejó escapar una risita antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. George volvió a lamerse los labios con picardía.

—Y es... es muy guapa, la verdad, y encima tengo la suerte de que es mi amiga y me deja sus apuntes, aunque a veces estén mal.

Emma sintió que la sala se hacía muy grande de repente. Que no estaban en casa de los Weasley, sino en un enorme escenario vacío en el que estaban solos los dos.

—Me pasa algo de lo más extraño con esta chica, porque solía pensar que jamás tendría una oportunidad con ella, pero resulta que sí que la tenía, y desde que sé eso no puedo dejar de pensar en otra cosa que no sea ser solo su amigo. —Sus ojos brillaron durante un instante y Emma notó que, aunque pusiera su mejor cara atrevida, estaba muy inquieto. Casi temblando—. Me hace sentir desprotegido y nervioso, y eso que yo pensaba que era el hombre más valiente del mundo.

Emma se mordió el labio inferior. Ahí tenía la respuesta a todas sus dudas y sospechas. Ojalá fuera tan fácil responderle a algo así. Si verdaderamente tuviera olvidado aquello, su cuerpo, desde luego, no estaría temblando de aquella manera. La voz no se le habría quedado atascada en la garganta, incapaz de salir.

Tuvo que reunir toda su valentía para dar el siguiente paso.

—Y si eres tan valiente... ¿por qué no se lo dices? ¿Qué te frena? —musitó, volviendo a mirar sus labios sin querer, dejando la taza de chocolate a un lado sabiendo lo que vendría después.

—Me da miedo que ella ya no sienta lo mismo. Juraría que le gusta otro chico y yo he perdido mi oportunidad con ella, y aunque todavía la tuviera creo que no me la merezco.

Joder.

—Jamás lo sabrás si no lo intentas.

La mirada de George subió desde los labios de Emma hacia el techo, donde podía observar el muérdago que habían colocado sus hermanos, creyéndose muy graciosos. Sentarse bajo una de esas plantas no había sido deliberado, pero, desde luego, era de lo más oportuno.

Emma miró también hacia arriba, aspirando tanto aire como pudo. Cuando volvió a mirar a George, él se encontraba tan cerca que parecía irreal.

Podía percibir el perfume del chocolate en sus labios. Lo dulce de las galletas de mantequilla. Era imposible resistirse a algo así.

George colocó su mano sobre la de Emma. Ella dejó de respirar.

Comenzó a trazar un lento camino con las yemas de sus dedos por el brazo de Emma, subiendo poco a poco. Ella notó unos escalofríos recorriendo su espina dorsal, tan abrumadores que la obligaron a cerrar los ojos. George terminó el recorrido posando la mano en su nuca, con el dedo pulgar en su mejilla, sosteniéndola muy de cerca, pero sin llegar a besarla. Las pestañas de Emma le hacían cosquillas en las mejillas, y los dedos que rozaban su nuca le permitían notar lo rápido que le latía el corazón.

—George —susurró Emma.

—Emma —susurró George.

Le había llamado muchas veces por su nombre, pero nunca había sonado de esa manera. Como un hechizo, casi.

Un hechizo que, lejos de atraparla, la hizo salir de su ensoñación. No había sonado a algo sutil ni pasajero. Fue lo que la devolvió a la realidad. Emma se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo precisamente porque estaba ocurriendo. Y aquello traería consecuencias. Lo cambiaría todo.

—George, tienes novia. Esto no está bien.

—¿Y si no la tuviera? —murmuró él—. Si ella no estuviera, ¿podría entonces besarte?

Emma iba a decir que sí. De verdad que iba a decir que sí porque besar los labios de George Weasley era aquello que más anhelaba desde que le había visto sonreír por primera vez.

Pero en sus labios todavía notaba el sabor del beso de Cedric, quien se había escapado de su casa en Navidad para verla aunque fuera tan solo unos minutos. Quien había fingido no comprender las asignaturas para pasar las tardes junto a ella y hacerla reír. Quien la entendía y respetaba sus sentimientos. Quien le había confesado los suyos sin bromas, sin juegos y sin reproches. Quien merecía su completo respeto.

Emma sintió que se le rompía el corazón y sabía que jamás se lo perdonaría si le hiciera daño a Cedric. También sentía en su interior que no era justo para ella misma dejarse llevar así por sus sentimientos, especialmente por George, quien tenía otra persona a la que le haría daño. Aquel beso que tan inofensivo parecía podía provocar mucho dolor.

Por esa razón, desvió la cara y posó sus labios en la mejilla de George, para luego apoyar la cabeza sobre su hombro y abrazarle. Casi tenía ganas de llorar, y aquello era lo peor de todo. Se había olvidado de Cedric por unos segundos, pero, sobre todo, se había olvidado de sí misma.

—No puedes hacerle esto a Anne. Y yo no puedo hacerle esto a Cedric.

—Emma...

—No es nuestro momento, George.

Se deshizo de su agarre y, tras saltar desde la encimera al suelo, huyó hacia su habitación. Dio gracias por que su hermana y Ginny hubieran decidido dormir juntas, porque aprovechó la soledad de su cama para llorar. Había tenido lo que más ansiaba al alcance de su mano y lo había dejado escapar. Y sabía perfectamente que aquello había sido lo correcto.

Si Emma había conseguido dormir más de dos horas aquella noche, podía darse por afortunada. Qué complicado había sido conciliar el sueño cuando se había acostado sobre la cama con el corazón acelerado por los nervios y el disgusto.

Además, Keira, Ginny y Charlie habían entrado a su habitación para despertarla dando golpes en ollas y sartenes para anunciar que era el momento de abrir los regalos, así que su despertar no había sido precisamente tranquilo.

Se sentó en el suelo del salón sobre un almohadón y se tapó la cara con las manos, pensando que, sin duda, tendría un aspecto horrible por la falta de sueño y el mal despertar. Ni siquiera la habían dejado acudir al cuarto de baño a peinarse.

Todo empeoró cuando George y Fred bajaron las escaleras, impulsados por los empujones de su hermana pequeña. Fred parecía muy ilusionado, aunque se echaba hacia atrás para tratar de molestar a Ginny. George, sin embargo, apenas podía abrir los ojos por el sueño. Emma sintió de nuevo que volvía a tener dolor de estómago, y como George al principio no la miró, llegó a pensar que había sido todo un sueño. Sin embargo, cuando sus miradas se cruzaron y vio que él parecía avergonzado, supo que había sido real. Y se sintió culpable.

¿Culpable? No dejaste que pasara nada.

Pero sé que iba a pasar. Y tardé mucho en hacer algo por pararlo.

Todos, incluidos los Blackwood, recibieron un jersey de lana hecho a mano por la señora Weasley con su inicial grabada sobre el pecho. Emma se levantó para darle un gran abrazo a Molly, colocándose el jersey sin dudarlo y prometiéndole que lo llevaría muy a menudo.

Recibió libros, chocolates, su Walkman de parte de Percy —¿podía considerarse un regalo, teniendo en cuenta que era suyo?— , algo más de ropa y, por último, el regalo de los gemelos. Ellos le entregaron emocionados un álbum de fotos mágicas para que lo llenara de recuerdos. En la portada salían los tres ataviados con su uniforme de Quidditch, y ellos la tomaban de los brazos y ella daba un salto en dirección a la cámara antes de echarse a reír. La foto se veía ligeramente desde abajo, ya que había sido Maisie quien la había tomado.

Se emocionó tanto que les abrazó durante casi un minuto entero, tratando de no pensar demasiado en George. Le habían hecho creer que no tenía regalo de su parte y ella se había sentido mal por haber conseguido algo para ellos, pero después de aquel gesto no tuvo reparo en darles sus regalos.

El regalo más emocionante del día había sido el que había recibido Harry. Era un poco evidente por la forma del paquete, pero al deshacerse del papel vieron una hermosa Saeta de Fuego a estrenar. El pobre chico estaba tan entusiasmado que casi comienza a llorar de la emoción.

Emma sabía que le hacía falta una alegría al pobre chico, que había perdido su escoba en el accidente del primer partido de la temporada, estaba siendo perseguido por un loco escapado de Azkaban que había sido el responsable de que mataran a sus padres y, encima, había recibido hacía poco la noticia de que Buckbeak, el hipogrifo de Hagrid con el que había sobrevolado la escuela, sería ejecutado por hacerle un rasguño a Draco Malfoy. Harry necesitaba toda la felicidad que la vida le pudiera brindar.

—¿Quién te la habrá regalado? —quiso saber Ron, que no podía cerrar los ojos de la sorpresa.

—No tengo ni idea, no tiene ninguna tarjeta —respondió Harry, rebuscando entre el papel.

—¿Tienes una admiradora secreta, Harry? —insinuó Fred levantando las cejas varias veces.

— ¿Ginny, algo que contar? —le dijo Charlie a su hermana dándole pequeños codazos.

—¡Cállate, idiota!

—¡Ginevra, esa boca! —le riñó la señora Weasley.

—Oliver se va a poner a dar volteretas cuando se entere —comentó Emma con una risita—. Seguro que dirá algo como...

—"Ahora sí que somos el mejor equipo que Gryffindor ha tenido jamás" —dijeron Fred, George, Emma y Harry a la vez.

A pesar del frío, todos se pusieron sus abrigos y salieron al exterior a probar la nueva escoba de Harry. Aprovecharon la ocasión, también, para hacer una pelea de bolas de nieve.

Pasaron el resto del día de nuevo en familia, comiendo las sobras del día anterior, jugando a juegos de mesa frente a la chimenea y riendo. Emma trataba de evitar a George y él parecía hacer lo mismo que ella. No es que estuvieran enfadados o que no pensaran volver a relacionarse. Simplemente, todavía no habían tenido tiempo de procesar lo ocurrido la noche anterior.

Sin embargo, George reunió el coraje para hablarle poco antes de la hora de cenar, justo cuando Emma se iba de vuelta a Londres con su padre y su hermana. Estaba sacando su maleta de la habitación de Ginny cuando se topó con la figura de George en el pasillo.

—Deja que te ayude. —George tomó la pesada maleta de la chica para ayudarla a bajar las escaleras.

—No hace falta —aseguró ella, tratando de quitársela.

Aquello hizo que se rozaran sus manos, otra vez. Ambos se quedaron en silencio, sin saber qué decir, pero por alguna razón ese silencio no era tranquilizador en absoluto. Era como si estuviera lleno de palabras.

Incapaz de aguantar un solo segundo más pensando en lo que George podría querer decir, Emma rompió la incomodidad siendo la primera en hablar.

—Lo siento, George. Siento lo de ayer.

—No tienes que sentir nada, Emma. Fue culpa mía —respondió él mirando al suelo—. Hiciste lo correcto.

Se quedó callado con la maleta en la mano. Emma aferró con fuerza la chaqueta que sujetaba, pensando qué decir.

—Anne y Cedric... —intentó repetirle—. Tienes novia, George. Ella te quiere.

Él asintió.

—Lo sé. Hiciste lo que debías, de verdad, yo tendría que haber reaccionado antes también, no sé qué me pasó. —George alcanzó la mano de ella y acarició su dorso con el pulgar—. Gracias. No quiero que esto nos separe otra vez, ¿vale? Quiero que sigamos siendo amigos.

—Yo también.

Sonrió, pero el gesto no terminó de llegar a su mirada. Sabía que, por mucho que lo intentara, no sería lo mismo a partir de ahora.

Notaba de nuevo un horroroso nudo en la garganta. ¿Era así como se había sentido George cuando ella le había confesado que le gustaba? ¿Esa angustia de saber que podría corresponderle pero las circunstancias se lo impedían era algo con lo que había convivido él desde entonces?

Emma había visto venir una confesión así gracias a la visión que se había provocado en el tren, pero lo que dijo George a continuación fue del todo inesperado:

—Y tenías razón. No era nuestro momento —dijo él sin soltarle la mano—. Pero lo que dije, lo dije de verdad. Lo pienso desde hace tiempo. Y no es algo que pueda hacer como que no existe. Solo te pido que me des un poco de tiempo.

Le soltó la mano y comenzó a bajar las escaleras. Emma se quedó mirándole desde arriba.

¿Cuánto tiempo?

Se despidieron frente a la chimenea. Los Blackwood utilizarían la Red Flu para llegar hasta el Caldero Chorreante. Desde allí, regresarían al hotel donde se habían hospedado la semana antes de comenzar las clases por primera vez. Como su mudanza había sido tan repentina, los Blackwood todavía no tenían una casa en sí. Su padre había alquilado hacía unos días un apartamento en Londres, pero todavía no estaba amueblado y ni siquiera tenía chimenea. Por el momento, era mejor regresar al hotel.

La señora Weasley insistió en que podían quedarse con ellos todo el tiempo del mundo, pero Alfred sabía que trece personas en una casa eran simplemente demasiadas. Ella les entregó un enorme pastel con trocitos de chocolate y fresas y dos empanadas de carne y les dejó marchar, muy a su pesar.

El resto de las vacaciones las pasaron conociendo bien Londres. Hicieron todo lo que vieron en una guía no-maj que, en teoría, reunía todo lo imprescindible para el visitante de la capital inglesa: vieron los museos, comieron la comida típica y se hicieron fotos con una cámara no mágica haciendo poses extrañas.

Estar con los Weasley había hecho maravillas para los Blackwood. Hacía más de un año que estar en familia no era tan sencillo. Por primera vez desde que estaban los tres juntos, no notaban la ausencia de Amelia de manera constante. Ahora, eran capaces de hablar de ella y de cuánto le habría gustado estar con ellos y decirlo con una sonrisa en lugar de hacerlo tras un pañuelo empapado de lágrimas.

Aprovechó una tarde mientras Keira se bañaba para sentarse con su padre, que estaba terminando de corregir los deberes de sus alumnos.

—Papá, ¿puedo preguntarte una cosa?

—Claro, cariño —murmuró él, sin despegar la vista de su pergamino.

—¿Por qué no nos hablamos con la familia de mamá?

Aquella pregunta pareció asustar a Alfred, que dejó la pluma suspendida a varios centímetros del pergamino, lo que provocó que cayera una gota de tinta sobre el nombre de una alumna. Carraspeó y la borró con un toque de varita antes de mirar a su hija.

—¿Por qué lo preguntas?

—La señora Weasley me enseñó una foto de mamá de joven, y salía la tía Evangeline —comenzó—. Pero no me quiso hablar de ella, dijo que no le correspondía. No lo entiendo, ¿por qué no?

Alfred dejó la pluma sobre la mesa y cerró el bote de tinta con lentitud, lo que le indicó a Emma que iba a ser una conversación larga. Respiró profundamente antes de hablar.

—Supongo que ya eres lo suficientemente mayor como para saberlo...

—¿Para saber qué?

—Bueno, ya hemos hablado de la Guerra Mágica, ¿no? —Emma asintió—. En aquel momento, había mucha gente que apoyaba a Voldemort, ya fuera por verdadera devoción o por miedo... Algunas personas eran obligadas, incluso. Digamos que la familia de tu madre era de los primeros.

—¿Eran mortífagos?

Emma no pudo ocultar la alarma en su voz. ¿Cómo es que nadie la había advertido?

—No todos —aseguró él, aunque luego pareció pensárselo mejor—. Bueno, en realidad, los que no eran mortífagos eran simpatizantes, Emma. La única de la familia que estaba en contra de todo era tu madre, y cuando la pusieron en Gryffindor se confirmaron las sospechas de toda la familia, así que a partir de entonces no la trataban como a una más. La única que no la despreciaba era su hermana pequeña, tu tía Evangeline.

—¿Pero la tía no era mortífaga, no? ¿No era mala?

—Según tu madre, Eva era más influenciable. Creo que nunca estuvo demasiado de acuerdo con lo que hacía el resto de la familia, pero tampoco hizo nada por pararlo. De hecho, creo que terminó casada con un mortífago, pero no me hagas demasiado caso, no se me dan bien estas cosas.

Emma trató de entender aquella información lo más rápido posible. No entendía cómo es que su madre nunca le había contado eso.

—¿Por eso nunca se pusieron en contacto con mamá ni vinieron al funeral? ¿No la querían?

—Ya no la consideraban parte de la familia, Emma. Además, según ellos, se casó con un traidor a la sangre.

Emma bufó. Aquello de la sangre le parecía una estupidez.

—¿Sabes si...? ¿Si hay algún Lyne en el colegio? ¿Crees que les molestará que hayamos venido aquí?

—No que yo sepa, Emma, pero te puedo asegurar que estamos protegidos. No creo que quieran nada de nosotros si no lo han querido en veinte años, y mucho menos ahora que tu madre ya no está.

—¿Ni siquiera la tía Evangeline? Mamá hablaba con ella.

Alfred se encogió de hombros.

—Creo que es mejor alejarnos de esa parte de la familia, Emma, incluso de tu tía. Tu madre sabía lo que hacía si decidió que era mejor que no supiéramos nada de ellos.

Emma hizo una mueca y se dejó caer sobre su sillón.

—¿Crees que tenía algo que ver con el don?

Alfred miró a su hija detenidamente. Sus ojos se entrecerraron un segundo.

—Quién sabe, cielo —respondió, antes de estirar los brazos para desperezarse—. ¿Pedimos pizza para cenar?

Ocurrió la última noche de las vacaciones.

Emma tuvo un sueño tan lúcido que, por unos segundos, pensó que debía ser real, si no fuera por lo que había ocurrido en él.

Soñó que estaba durmiendo y notaba cómo de repente el colchón descendía por el peso de alguien que se había sentado junto a ella. Cuando abría los ojos, su madre, tal y cómo la recordaba, la observaba con ojos llenos de amor. Emma no se asustaba por verla con vida ni se ponía a llorar, sino que le devolvía la mirada a su madre con tranquilidad. Amelia extendía la mano para recoger el cabello de Emma por detrás de su oreja y luego acariciar su mejilla con cariño.

—Estoy tan orgullosa de ti, mi niña —susurraba Amelia en voz baja—. Te has convertido en la mujer fuerte y valiente que siempre supe que serías.

—Te he echado muchísimo de menos, mamá —le decía Emma, poniendo la mano sobre la de su madre—. Te necesitaba.

—Y yo a ti, pajarito. Ya lo sabes. Me habría encantado estar contigo para enseñártelo todo sobre el don, pero has hecho un gran trabajo tú sola. Recuerda que no es ninguna maldición, aunque a veces veas cosas que no deseas ver.

—Se me hace muy difícil comprenderlo todo y... A veces siento que todo depende de mí.

—Y en ocasiones será así, pero te prometo que tendrás fuerzas para eso y más. Ahora tienes que seguir siendo fuerte, por lo que hay y por lo que vendrá. Confía en ti misma y confía en mí.

Cuando Emma despertó, se sobresaltó al darse cuenta de que seguía en la habitación del hotel. Casi podía notar la caricia de la mano de su madre sobre su mejilla. Se llevó su propia mano ahí de manera inconsciente, como si todavía pudiera tocarla.

No podía haber sido un sueño premonitorio, porque jamás podría ocurrir. Amelia Blackwood estaba muerta. Solo podía ser, con toda seguridad, un recuerdo del pasado.

Pero, entonces...

¿Por qué le hablaba su madre de su don?

Amelia jamás le había contado nada sobre ello.

De nuevo, capítulo extra largo #SorryNotSorry

¡He decidido que podemos hacer un reto todas juntas! Seguramente lo conozcáis ya, es el 30-DAY SONG CHALLENGE, pero yo lo cambio a 30-CHAPTERS SONG CHALLENGE. Al final de cada capítulo pongo la canción que toque y mi propuesta, y vosotras añadís una :) Espero que queráis participar, me hace mucha ilusión estas cosas, así de simple soy jajaja. Utilizaré seguramente las ideas del reto original, pero puede que cambie alguna, como la primera:

Canción nº1: Una canción que te recuerde al mundo de Harry Potter.

Mi propuesta: "I Will Follow You Into the Dark" de Death Cab For Cutie.

No vale poner la banda sonora eh :) 

Espero que os haya encantado el capítulo, es de mis favs ❤️

❤️Mil gracias como siempre por invertir vuestro tiempo en leer mi historia, votar y comentar, nos vemos el domingo ❤️

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