Capítulo 20 · Navidad feliz ·


—Feliz Navidad, mamá. Te echo mucho de menos —susurró Emma, con la voz cargada de pesadumbre. Estaba de rodillas frente a la lápida, intentando dejar de ver la losa de piedra e imaginando que ahí estaba su madre—. El otro día pensaba en lo mucho que te gustaría escuchar mis historias sobre Hogwarts...

Miró de reojo y vio a su padre, con los ojos cerrados, asintiendo muy despacio mientras la escuchaba hablar. Se adivinaba una sonrisa en la comisura de sus labios, como si Amelia estuviera ahí con ellos y él quisiera que no lo viera triste.

—Soy muy feliz allí, tengo amigos que me quieren y las clases me gustan mucho, aunque Historia de la Magia es muy aburrida, con tu permiso, y Pociones es muy complicada por el profesor Snape —añadió, tragando saliva. Se preguntó si su madre había conocido a Snape, que solo debía ser unos pocos años menor que ella—. Me he hecho muy amiga de la profesora Trelawney, y ella también te echa mucho de menos. Me lo está enseñando todo, mamá. Espero que, estés donde estés, te sientas orgullosa de mí.

Se quedó en silencio, como si esperara que su madre le respondiera a aquello.

Ojalá pudieras decirme que estás orgullosa.

—Te quiero. —Aquellas dos palabras fueron más bien articuladas en lugar de habladas. Dudaba que su padre o Keira las hubieran escuchado.

Se puso de pie y dio unos pasos hacia atrás antes de limpiarse una lágrima, y entonces tuvo una idea. Se inclinó de nuevo y posó la palma de su mano encima de la lápida, esperando tener una visión, pero aquello no resultó.

Se irguió y su padre la abrazó con fuerza y le dio un beso en el cabello, sin decir una sola palabra porque sabía que si hablaba se pondría a llorar. Keira dejó un ramo de flores sobre la tumba de Amelia y volvió junto a su padre y su hermana, buscando rápidamente la mano de Emma para tener su apoyo.

Antes de marcharse, Emma no pudo aguantarse la curiosidad y tocó disimuladamente la lápida que había junto a la de su madre. En su cabeza se proyectó una imagen de un anciano tocando un piano. Al mirar la lápida, comprobó que era un tal Marcel Johnson, que había muerto con 70 años. Era una pena que la tumba de su madre no le hubiera permitido verla con tanta claridad como a él. Le habría gustado volver a verla una vez más.

Habían pasado tres días de nuevo en Estados Unidos, en casa de sus abuelos paternos, para visitar a la familia Blackwood y, de paso, la tumba de Amelia. Emma había aprovechado para quedar con sus amigos y contarles todas sus historias, y ellos también la pusieron al día. Sin embargo, tenían que volver a Inglaterra. Por muy a gusto que estuvieran en su país natal, sabían que iba a ser una Navidad muy triste sin Amelia, así que preferían estar en un lugar nuevo. Y aquel lugar era la Madriguera.

Se presentaron a las 14:05 frente a un periódico antiguo y mojado tras un callejón poco transitado. Llevaban sus maletas preparadas y todo listo para realizar el viaje de vuelta al que ahora era su país de acogida. Justo antes de que el minutero marcara las 14:06, contaron hasta tres y pusieron las manos sobre el periódico, y el mundo comenzó a dar vueltas.

Llegaron muy poco después a lo que debía ser La Madriguera. Emma no pudo evitar sonreír al ver la destartalada casa de fachada multicolor. A pesar de que jamás había estado en casa de los Weasley, le pareció el lugar apropiado para criar a dos chicos como Fred y George, sus amigos. Una señora bajita y rechoncha apareció en la entrada, secándose las manos sobre un delantal mientras los miraba con entusiasmo. Detrás de ella, apareció Ron, sonriendo al verlos llegar.

—¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos! —exclamó Molly Weasley—. ¡Cielos, es como ver a Amelia hace treinta años!

Emma se dejó abrazar por la señora Weasley y sintió al instante un gran apego por aquella mujer. Era un abrazo de madre, uno que le hacía mucha falta.

Dejó que Molly la observara detenidamente mientras murmuraba lo mucho que se parecía a su madre y lo guapa que era. Ron trajo a sus hermanos, que recibieron a Emma con abrazos y golpes de puño que luego terminaban despeinándole el pelo para molestarla.

Alfred, lejos de ser un padre protector, comenzó a reír y a animarlos. Keira, por su parte, no dudó en meterse también en la pelea.

Emma saludó a Harry, quien también pasaba las navidades con ellos, y se presentó al resto de la familia. Arthur y Alfred comenzaron a hablar en cuanto se conocieron, y no dejaron de hacerlo hasta que Molly riñó a su marido por molestar a Alfred, aunque en realidad era Alfred quien no dejaba de hablar.

Bill, a los ojos de Emma, era muy atractivo, con mucho más sentido del estilo que sus hermanos y una sonrisa de satisfacción perpetua. Charlie era de menor estatura que el resto, pero tenía unos enormes brazos musculosos y esa mirada bondadosa que se ganó la confianza de Emma al instante. Aquel hermano trabajaba con dragones en Rumanía y Keira, tan amante de los animales como siempre, comenzó a hacerle preguntas sobre ellos.

Ginny llevó a Emma y a su hermana hasta su propia habitación y les señaló una cama grande que habían preparado para ellas, sobre la cual había una colcha hecha a mano de color naranja y verde y dos toallas blancas.

—¡Qué guay! Siempre he querido traer a alguna amiga a dormir, pero mi madre no me dejaba. ¡Ahora tendré a dos! —gritó Ginny, emocionada. Keira se contagió de su entusiasmo y se puso a dar saltos junto a ella.

—Ginny, ¿es verdad lo de los gnomos? Ron dijo que teníais gnomos —preguntó, con los ojos brillantes de emoción.

—¡Claro! ¡Ven!

Las dos niñas se fueron corriendo escaleras abajo para ir a buscar a los gnomos del jardín. Emma se quedó sonriendo por la facilidad de Keira de hacer amigas. Nunca habían tenido que preocuparse por ese tipo de cosas con Keira, el era tan extrovertida como sus dos padres. Emma debía haber salido introvertida por otro familiar que desconocía, porque la familia de su padre tampoco tenía ni rastro de vergüenza a la hora de acoger a desconocidos. Dejó caer la maleta sobre la cama y la abrió para sacar la ropa que podía arrugarse. La habitación de Ginny no era especialmente grande, pero en cada rincón de la estancia se notaba que la niña había crecido ahí, por cómo podía encontrar rasguños en las paredes, manualidades y juguetes allá por donde mirara.

Se encontró finalmente a George y a Fred observándola desde la puerta. Fred le hizo un gesto para indicarle que los siguiera.

Nada más entrar en la habitación, Emma confirmó que se trataba del mismo lugar que no había reconocido en su visión sobre George. Se sentó junto a Fred en la que parecía ser su cama y George se quedó de pie apoyado en una estantería, que lejos de estar llena de libros, como la que tenía Emma en su casa, estaba llena de cachibaches y aparatos de bromas. Emma notó que olía a quemado y a pólvora y observó un caldero que todavía echaba humo en un lado de la habitación.

—¿Qué habéis hecho ahora? —inquirió, levantando una ceja con desconfianza.

—Estábamos preparándote galletas de bienvenida, pero Fred ha echado demasiada mantequilla —mintió George.

—No, en realidad era otro Filtro de Amor. No conseguí enamorarte la primera vez, pero esta seguro que no falla. —Fred la envolvió en un medio abrazo y la acercó hacia su torso.

Emma le dio un codazo y sonrió, sin dejar de mirar a su alrededor.

La habitación de una persona podía decir mucho sobre ella. La de los gemelos le hacía saber con solo un vistazo que eran dos personas activas, familiares y vibrantes. Emma se sentía ligeramente observada por los pósters de Quidditch y las fotos que habían pegadas a la pared. En la habitación, además, predominaban los colores morado y naranja, que podían apreciarse en las mantas que cubrían las camas y en las cortinas.

Se quedó, precisamente, mirando la cama de George, en la que lo había visto preguntarle a su hermano si era demasiado tarde y si aún podía contarle algo a Emma. Ella no quería sacar conclusiones antes de tiempo, ya le había salido mal con George en ocasiones anteriores, pero no podía soportar la intriga. Sentía que si se quedaba a solas con él no tardaría en preguntárselo, y no sabría cómo hacerlo sin desvelar el secreto de su don.

—¿Qué tal por Estados Unidos? ¿Nos has traído algo? —preguntó George, tumbándose sobre su cama y entrando en su campo de visión.

Emma no dudó en mirar hacia otro lado. Verlo tumbado de costado, apoyándose sobre su codo, trajo el rubor a sus mejillas, y no quería que ninguno de los dos se diera cuenta. 

Con lo descarados que son, no tardarán en decirlo en voz alta.

Así que introdujo la mano en su bolso y se tomó más tiempo del necesario en buscar en él. Sacó dos aviones de papel de colores llamativos y le entregó uno a cada uno, mirando más hacia el objeto que a ellos al hacerlo. Fred lanzó el suyo y este comenzó a planear por la habitación, lanzando destellos y chispas de colores, hasta que se dirigió hacia él y tuvo que levantarse de la cama para escapar de su trayecto. Cuando por fin le tocó la espalda, el avión estalló, creando una nube de humo para después caer al suelo.

—¡Me encanta! ¿Cómo lo habrán hecho? —preguntó Fred, tomándolo del suelo para examinarlo.

—Magia —respondió Emma con una sonrisa encandilada. 

—¿Cómo sabías que nos gustaría? ¿Tan sencillos somos de complacer?

—Bueno, me estoy guardando algo para Navidad —confesó Emma antes de encogerse de hombros con fingido misterio.

—¿Nos has traído algo por Navidad? —La voz de Fred sonó alarmada antes de mirar a su hermano de reojo.

Emma se dio cuenta de que ellos seguramente no le habían comprado nada, y se arrepintió de haberlo dicho tan a la ligera. Siempre le regalaba algo a sus amigos, pero no esperaba que ellos se sintieran obligados a devolverles el favor.

—Sí, pero no lo he hecho para que me regaléis algo también —aseguró, tratando de calmarles—. Es solo porque quería. Y para daros las gracias.

—¿Las gracias por qué?

—¿Por los dolores de cabeza que te damos? 

—¿Por el castigo que te conseguimos?

—¿Por alegrarte todos los días con estas hermosas caras?

—¿Por dejarte gritar mi nombre sobre la mesa del Gran Comedor?

—Por ser tan pesados —finalizó ella poniendo los ojos en blanco—. Y sí, por alegrarme los días. ¡Y no pienso ponerme sentimental! Así que eso es todo lo que diré.

Los gemelos intercambiaron una mirada y, al segundo, se lanzaron sobre ella para abrazarla y luego hacerle cosquillas. Emma empezó a gritar, aunque más bien solo se escuchaban sus carcajadas y sus súplicas por que parara la tortura, lo que hacía que ellos quisieran continuar aún más.

—¿Qué está pasando aquí? —profirió la voz de Molly Weasley desde la puerta—. ¡Chicos! ¡Dejadla ya!

Los gemelos se apartaron y Emma se levantó de un salto, colocándose bien el jersey y tratando de peinarse como podía con los dedos. La señora Weasley se acercó para comprobar que estaba bien.

—Era una broma, mamá —aclaró George, con una mueca divertida..

—¡Me da igual! Pobre chica, acaba de viajar miles de kilómetros, dejadla descansar —se acercó y le tocó la mejilla—. Emma, tesoro, cualquier cosa me la pides, ¿vale? Tú como en tu casa.

—Por supuesto, señora Weasley.

—Solo Molly, por favor —dijo ella con una sonrisa—. Qué educada. ¡Y qué guapa! Jamás tendréis a una chica tan guapa en vuestra habitación, chicos. A no ser que la engañéis para que salga con vosotros y la hagáis mi nuera, claro.

Emma casi se atragantó al escuchar aquello, por lo que los gemelos se empezaron a reír. La señora Weasley soltó también una risita y luego le dio unas caricias en el brazo antes de marcharse.

—Me parece que le caes muy bien a tu futura suegra —comentó Fred con una sonrisa malvada.

—A mí nunca me ha tratado tan bien en mi vida como a ti en cinco minutos —bromeó George con fingida tristeza.

—No digáis estupideces —masculló ella, sin poder evitar una sonrisa. Molly era muy dulce con ella, y aquella ternura la había dejado con los sentimientos a flor de piel.

Me hace echar de menos a mamá, pero... 

También me recuerda a ella.

Habían pasado un día ajetreado terminando de decorar la casa para Navidad. Alfred y Arthur se habían convertido en los mejores amigos porque compartían su amor por el mundo no-maj, y se pasaban el día intentando arreglar aparatos en un pequeño almacén que tenían los Weasley en el exterior de la casa. 

Bill y Charlie eran los encargados de colgar los adornos en los sitios más altos, Percy mandaba y dirigía lo que había que hacer, los gemelos y Ron y Harry debían limpiar y Ginny, Keira y Emma se dedicaron a hornear galletas, tartas y magdalenas junto a la señora Weasley.

Emma pasó el día intentando alejar a George de las galletas de mantequilla que tanto trabajo le habían dado. Cada vez que se giraba, el chico se acercaba a la cocina e intentaba robar una. Para su mala suerte, Bill se estaba llevando muy bien con Emma y pasaba mucho rato hablando con ella, por lo que él también la ayudaba a espantarlo. Ver a la chica conversar con su hermano tan amistosamente hizo que George sintiera una punzada de celos que quería hacer desaparecer por todos los medios.

No quería sentir eso. Emma se le había declarado hacía dos meses y él no había sabido, no había podido corresponderla, porque le había pillado completamente por sorpresa y con las manos atadas. Intentar averiguar lo que sentía por su amiga estaba siendo doblemente complicado porque seguía sintiendo algo por Anne, y temía acabar haciéndole daño.

Lo que sí que tenía claro era que nunca dejaba de buscar a Emma allá donde estuviera. Si entraba en cualquier habitación en la que sabía que estaba ella, la buscaba de inmediato para intentar captar su atención. Todas las risas que conseguía de ella las marcaba como un logro personal, especialmente cuando Emma se ponía triste por algo que nadie sabían pero todos sospechaban que tenía que ver con su madre.

Se sentía el mayor idiota del mundo por no haber intentado algo con ella desde el primer momento en que la había visto. No sabía qué fuerza le había impedido hacerlo, si normalmente aquello le salía de manera natural. Creía firmemente que era porque no se había sentido capaz, pero una parte de él pensaba que se trataba de algo más. 

Ahora todo era más difícil y, aunque intentara dar el paso, alguien saldría herido. Si no era Anne, a quien quería pero no sabía si de la misma manera que a Emma, sería él, ya que aunque le confesara a Emma sus sentimientos, ella parecía haber pasado página gracias a Cedric.

Lo peor de todo era que los había observado desde lejos y tenía la certeza de que hacían una buenísima pareja. Tenían gustos en común, personalidades afines y, claramente, Emma nunca venía enfadada tras pasar tiempo con él. Siempre llegaba con una sonrisa de oreja a oreja, mientras que George no podía evitar hacerla rabiar, aunque fuera a modo de broma. Sabía que para Emma era mucho más sencillo enamorarse de Diggory que de él, y sabía que Diggory jamás sería tan idiota como para fastidiarlo.

Emma, por su parte, estaba demasiado ocupada pasándolo genial en familia como para preocuparse por lo mismo que George. Al fin y al cabo, eran los mismos pensamientos que la habían asediado durante meses y que por fin se estaban acallando.

Hablar con Bill era sencillo, pues tenía una facilidad enorme para sacar conversación, y siempre que Emma le preguntaba algo, él tenía muchas cosas que contar.

—No te pega nada trabajar en un banco —le confesó Emma, mirándolo de reojo.

Bill, que jugueteaba distraído con el pendiente de su oreja, la miró y fingió estar muy dolido por esa afirmación.

—No trabajo en un banco, sino para él —la corrigió con una risita—. Soy rompemaldiciones en Egipto. Trabajo sobre todo en las pirámides.

—¿En serio? —Emma pensó que aquello explicaba que tuviera la piel más morena que sus hermanos y un aire de aventura y misterio.

Es muy guapo, Emma, lo puedes admitir.

—Sí, es un trabajo perfecto. A mamá no le gusta que pase tanto tiempo fuera, pero al menos es menos peligroso que el de Charlie.

—No durarías ni un día cuidado dragones —bromeó el mencionado, tirándole de la coleta con burla.

—Y tú no te atreverías a pisar una tumba, seguro que te da claustrofobia —respondió Bill dándole un golpe en la frente para devolver el ataque.

Se enzarzaron en una estúpida pelea de golpes que no eran fuertes en absoluto mientras Emma reía. La señora Weasley los separó, diciendo que esa no era forma de comportarse frente a las señoritas, y los envió a limpiar el desván.

—Emma, cielo, ¿me acompañas un momento? Quiero enseñarte una cosa.

Emma siguió a la señora Weasley hasta la que parecía su habitación, que no tenía más que una enorme cama de madera oscura con una manta gruesa hecha con trozos de otras mantas y una pared llena de fotografías de magos pelirrojos que saludaban alegremente. Emma pensaba que en aquella cama, con lo grande que era, seguro que cabían todos sus hijos cuando eran pequeños. Aquel pensamiento la llenó de ternura.

La señora Weasley sacó una caja de debajo de la cama e indicó a Emma con un gesto que se sentara. Ella también tomó asiento junto a ella y abrió la caja con cuidado.

—Quería enseñarte más cosas de tu madre, cielo —explicó, entregándole otra foto antigua.

En ella, Amelia Blackwood, por entonces Lyne, parecía estar celebrando una victoria de Quidditch, ya que iba vestida con la equipación de Gryffindor. Junto a ella estaba la señora Weasley de joven y otras dos chicas que desconocía. En una parte más alejada de la foto estaba la profesora Trelawney, con el mismo cabello alborotado y ese aura de excentricidad que la caracterizaba.

—Esta es tu profesora de Adivinación, Sybill, ¿cierto? —preguntó la señora Weasley, señalándola.

—Sí, la profesora Trelawney...

—Era muy amiga de tu madre —recordó Molly asintiendo con lentitud—. Yo he de admitir que nunca me llevé demasiado bien con ella, era una persona muy desconfiada... Además, la gente decía que era vidente, y esas cosas no siempre... Bueno, quiero decir que a veces dan un poco de miedo, ¿entiendes?

Emma frunció el ceño. No quería ser maleducada, pero no estaba de acuerdo.

—No me malinterpretes, cariño, no estoy diciendo que los videntes no sean de fiar, solo quiero decir que hay pocos que sean verdaderamente videntes... La mayoría... son un fraude —se encogió de hombros.

—¿Y piensa que la profesora Trelawney lo es?

—No —respondió con una sonrisa, sin dudar ni un segundo—. No creo que Sybill lo sea, tu madre no la habría defendido con tanto ímpetu. Amelia siempre veía lo mejor de todas las personas —añadió, con nostalgia—. Era inteligente, sí, pero sobre todo era muy astuta. Me da que tú eres igual, porque mis chicos me lo han contado.

—Bueno —sonrió con mejillas sonrojadas—. Me gusta aprender.

—Dicen que les ayudas con sus estudios.

—Sí, eso sí es cierto —se mordió el labio—. Pero he de decir que las horas de estudio son muy amenas con esos dos, son muy divertidos.

—Sí, divertidísimos —respondió la señora Weasley con ironía poniendo la vista en el cielo—. Por Merlín, me van a volver loca un día de estos, y solo les quedan dos años en Hogwarts... —hizo un gesto de negación con la cabeza—. En fin, ¿por dónde íbamos?

La señora Weasley le enseñó alguna foto más hasta que Emma reparó en una en la que salían los señores Weasley en lo que parecía ser el último año, ya que eran más mayores, su madre y una chica más joven que se parecía mucho a ella.

—¿Esa es mi tía? —preguntó, señalándola con curiosidad.

La señora Weasley asintió, aunque parecía algo incómoda. Le entregó la foto y Emma la observó con atención.

—Evangeline Lyne —susurró la señora Weasley en voz baja—. Creo que se casó y tuvo una hija, ¿o un hijo? Bueno, no estoy segura de quién es o si va al colegio, tal vez sea más pequeña que vosotros, puesto que Evangeline era más joven...

—Yo tampoco lo sé, no nos hablamos con la familia de mi madre. 

Emma observó el uniforme de su tía. Toda la familia Lyne pertenecía a Slytherin, todos excepto Amelia. Esa era una de las pocas cosas que Emma sabía sobre ellos, además de que sabía que su madre de vez en cuando se enviaba alguna carta con su hermana. Tras su muerte, a pesar de que su padre había enviado cartas para avisar a la familia, nadie había respondido. Ni siquiera acudieron al funeral.

—Evangeline parecía buena chica, un poco... Un poco fría, pero buena persona —comentó Molly, como si quisiera decir mucho más—. Es una pena que tus abuelos...

—¿Qué? 

Molly la miró de reojo, pareciendo comprender por fin miles de cosas. Emma frunció el ceño para volver a mirar la foto, esta vez buscando en ella todas las respuestas que Molly no parecía querer decirle.

—Si no lo sabes ya... entonces, no me corresponde a mí contártelo, cariño —dijo la señora Weasley rebuscando entre su caja con nerviosismo—. Tendrás que preguntarle a tu padre sobre los Lyne. 

¿Los Lyne?

¿Por qué lo dice como si fueran alguien a quien temer? 

—En fin, realmente quería darte esto, tesoro.

De la caja, sacó una bonita cadena de plata oscura con cuentas azuladas. Emma pensó rápidamente en su varita, que tenía una fina franja azulada, muy similar al color de la pulsera. La señora Weasley la ató alrededor de la muñeca de Emma.

—Era de tu madre, me la regaló cuando éramos amigas —confesó, rozando una de las cuentas azules con los dedos—. Creo que tú deberías tenerla.

—¿Está segura, señora Weasley?

—Por supuesto, cariño. Nada me haría más ilusión que la tuvieras tú, y estoy segura de que tu madre estaría de acuerdo. Te pareces tanto a ella...

Emma se dejó abrazar. Estar junto a la señora Weasley le llenaba el pecho de una sensación reconfortante de plenitud y, de algún modo, sentía que la acercaba más a su madre.

¿Pero por qué mamá nunca me ha hablado bien de su familia?

—¿Te gusta Bill? —preguntó Ginny en un susurro cuando no había nadie alrededor. Se habían metido en la habitación para cambiarse para la cena de Nochebuena, y había aprovechado la soledad para soltar la bomba.

—¿Cómo? —exclamó Emma, que había sido completamente tomada por sorpresa.

—¡Uuuuuh, chicos! —gritó Keira, levantando las cejas sin parar.

—Bill, mi hermano. ¿Te gusta? —repitió Ginny, imitando el gesto de Keira.

—¿Cómo me va a gustar? Apenas lo conocí ayer.

—Ya, ya se lo he dicho yo.

—¿Ya se lo has dicho a quién?

Ginny abrió los ojos con cara de susto, como si hubiera dicho algo que no debía. Emma la miró con ojos entrecerrados. Keira, junto a ellas, se reía mientras daba saltitos.

—¿Quién te gusta entonces? —preguntó Ginny, dispuesta a cambiar de tema poniéndola nerviosa—. Keira y yo tenemos una apuesta.

—¡Keira! —exclamó Emma en dirección a su hermana.

—Yo creo que te gusta Cedric Diggory, el chico de Hufflepuff. La gente dice que os vio teniendo una cita y que os cogéis de las manos —comentó su hermana con una sonrisa maravillada.

Emma se llevó las manos a la cabeza, avergonzada. ¿De verdad todos lo sabían ya? ¿Hasta los niños de primero?

—Pero yo creo que te gusta uno de mis hermanos, Fred o George. ¿Cuál de las dos tiene razón?

—¿Cómo me van a gustar? ¡Son mis amigos!

Ginny miró a Emma con diversión. Para tener apenas doce años, era muy expresiva e intuitiva. Emma apreció lo mucho que se parecía a sus hermanos. Sus ojos eran capaz de decir mucho más que sus palabras.

—Son mis amigos. Los dos.

— Ya, ya... Si las miradas hablaran...

—¡Ginny Weasley! —se acercó Emma—. ¿A qué te refieres?

—Yo... —se escondió las manos tras la espalda, fingiendo inocencia—. Nada, solo digo que si no te gustan, lo parece. Pero bueno, si tú dices que no, es que no. ¡Qué le voy a hacer yo, solo soy su hermanita que conoce todos sus secretos y todo sobre ellos! —Ginny se encogió de hombros con fingida resignación—. Si a alguna chica le gustara uno de mis hermanos, solo tendría que preguntar...

—¡A mí me gustan! —exclamó Keira emocionada—. Son tan guaaaaapos.

—Keira, solo tienes once años —le recordó su hermana.

—¡Casi doce! Los cumplo en un mes.

—Es igual, te prohíbo enamorarte de mis amigos. Son demasiado mayores para ti —respondió tajantemente.

—¿Qué mas te da? Si no te gustan —dijo Ginny con su sonrisa perversa.

Emma la miró con gesto enfadado, pero no se le pudo evitar escapar una sonrisa. Ginny era, definitivamente, hermana de George y Fred y, por tanto, no podía enfadarse con ella por ese carácter descarado que tenía.

Cuando terminaron de cenar, Emma se sujetaba el estómago por encima del vestido, como si eso fuera a aliviar el dolor tras todo lo que había comido.

Habían pasado una velada estupenda. La señora Weasley, con la ayuda de las chicas, había cocinado ocho aperitivos, siete platos principales diferentes y tres postres. A pesar de que eran más de diez comensales en total, sobró bastante comida, pero sin duda la terminarían al día siguiente.

Se lo habían pasado en grande conversando, riendo y contando anécdotas. Alfred y Arthur, que habían bebido bastante vino, se habían subido a sus sillas y habían entonado una mala versión de la canción no-maj We Wish You a Merry Christmas. Charlie había tocado al piano algunos villancicos ,y los gemelos habían hecho una especie de espectáculo de bromas y trucos improvisados, utilizando a Keira de ayudante. Después, todos habían bailado hasta pasadas las doce de la noche.

Emma se quedó ayudando a la señora Weasley a recoger, quien le dio un cariñoso beso de buenas noches antes de ir a acostarse. Emma se sentó por última vez en el sofá, completamente exhausta tras haber pasado el día cocinando. Se sentía tan feliz que los recuerdos de las navidades anteriores parecían muy lejanos, como si pertenecerían a otra persona y no a ella misma.

Fue entonces cuando escuchó unos golpecitos en la ventana que la sacaron de su sopor. Al girarse, se encontró de bruces con el rostro de Cedric. Emma dio un pequeño brinco por el susto, pero intentó no hacer ningún ruido para no despertar a los que ya se habían ido a dormir.

Abrió la ventana para recibirle.

—¿Cedric? ¿Qué haces aquí?

Emma se quedó mirando al chico, que llevaba un gorro de lana rojo oscuro y las mejillas sonrojadas por el frío. Si había llegado en escoba, seguramente se habría expuesto a las temperaturas del exterior durante demasiado tiempo.

—Entra, te congelarás —pidió Emma, haciendo un gesto hacia el interior.

—No tengo demasiado tiempo, si mi madre va a mi habitación y no me encuentra ahí, se llevará un susto de muerte. Solo quería verte y desearte feliz navidad.

—No quiero que te metas en problemas por mí...

—Bueno, habrá valido la pena —aseguró él, guiñándole el ojo.

—¿Has pasado una buena noche?

Emma tragó saliva. La última vez que habían estado juntos, habían hablado muy poco porque habían pasado una gran parte de ese tiempo pegados a los labios del otro.

Cedric asintió con fervor, sin dejar de mirarla ni un segundo.

—Han venido todos mis primos y mi madre ha hecho mi comida favorita: Yorkshire Pudding.

—Suena delicioso.

—Algún día te invitaré a casa y le pediré que los haga para que los pruebes. Mi madre es la mejor cocinera del mundo.

Emma sonrió ante aquello, pero no pudo evitar sentir una punzada de nostalgia. Ella también solía decir que su madre era la mejor cocinera del mundo. El chico pareció darse cuenta de que su comentario la había apenado, y se acercó para acariciarla en la mejilla.

—Por cierto, estás preciosa con ese vestido.

Ella sonrió y dio una vuelta sobre sí misma para mostrar cómo la falda se movía a su alrededor.

—¿Tú lo has pasado bien durante la cena? —le preguntó él. Cada vez tenía las mejillas más sonrojadas.

—Ha sido genial, Ced, me he sentido completamente en familia. 

—Me alegro. ¿Tu hermana también lo ha pasado bien?

Ella asintió, enternecida por el hecho de que Cedric se preocupara por su hermana. Emma le había hablado mucho de ella, y parecía que él verdaderamente la había escuchado.

—Te he traído una cosa. —Cedric sacó un paquete envuelto de su bolsillo y se lo entregó—. Feliz Navidad, Em.

Ella sonrió con entusiasmo y retiró el papel con sumo cuidado para revelar una caja. En su interior contenía una vuelapluma de color dorado con franjas azules imitando las olas del mar y una caja llena de ranitas de chocolate. Observó el objeto mágico con fascinación, ya que era simplemente precioso, y luego le miró sin creerse lo que estaba viendo.

—Es muy bonita, Cedric. Debe de haberte costado una fortuna.

—No te preocupes. —Él hizo un gesto con su mano para restarle importancia—. Si te gusta, ha valido cada sickle.

—Me encanta —aseguró Emma, llevándosela contra el pecho—. Tengo un regalo para ti, pero está en la habitación y no quiero despertar a las chicas.

Cedric sonrió y asintió, asegurándole que no pasaba nada.

—Pero tengo otro regalo que sí te puedo dar ahora —susurró Emma, bajando aún más el volumen.

Por la forma en que le miró, Cedric sabía a qué se refería, así que se inclinó para dejar que ella acogiera sus mejillas con sus manos, muy cálidas en comparación a su temperatura corporal, y le diera un tierno beso en los labios. Cedric profundizó el beso posando un par de dedos bajo su mentón, tratando de acercarla más a él, pero tuvieron que detenerse bruscamente al escuchar el crujido de las escaleras. Alguien estaba bajando al salón.

—Viene alguien —alertó Emma, alejándose de la ventana.

—Me ha encantado verte, Em.

—Gracias por venir —aseguró ella en un susurro—. Feliz Navidad, Ced.

—Feliz Navidad.

Emma cerró la ventana y vio la figura de Cedric desaparecer sobre su escoba en la oscuridad. Se giró justo cuando la persona que bajaba las escaleras llegó hacia el salón, y trató por todos los medios de fingir que no había estado hablando con nadie hacía dos segundos.

Se encontró entonces con George, vestido con sus pantalones de pijama y un jersey viejo, observándola desde el primer escalón.

¡Capítulo extra largo!

De verdad que quiero agradeceros por todas las lecturas y comentarios, no sabéis la ilusión que me hace :( También recordaros que me ayudáis un montón si me dais estrellitas 🙈

Hemos avanzado un poco y ahora os pregunto: ¿#TeamGeorge o #TeamCedric?

El próximo capítulo se viene intenso, abróchense los cinturones❤️

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