Capítulo 2 ·Dementores y leones·
No debía de quedar demasiado tiempo para llegar a Hogwarts, porque el color claro del cielo había dejado paso a un tono grisáceo oscuro que advertía a los estudiantes de que pronto divisarían el castillo entre las montañas escocesas y que, probablemente, cuando llegaran el chaparrón sería todavía más intenso.
Emma, vestida con su nuevo uniforme, miraba a su alrededor sintiéndose por fin como una alumna más ahora que vestía con la misma ropa. Lo único que la diferenciaba de los demás era la ausencia de color en su túnica porque todavía no había sido clasificada en una casa, al contrario que los otros, que tenían detalles de color granate que indicaban que pertenecían a Gryffindor.
Estaban enfrascados en una conversación acerca de las diferencias entre los uniformes de Hogwarts e Ilvermorny cuando el tren paró de manera repentina, generando un sonido muy estruendoso contra las vías de metal.
Emma, que en ese momento estaba toqueteando los botones de su falda nueva, salió despedida de su asiento y cayó sobre George, dándose un golpe contra su frente.
—¡Au! —se quejó el pelirrojo.
—¡Lo siento! ¡No me ha dado tiempo a agarrarme a nada! —se disculpó ella tratando de incorporarse torpemente.
Él la ayudó a levantarse, colocando una mano sobre su espalda y la otra alrededor de su muñeca. Emma, ligeramente incómoda por la situación, le miró a los ojos para tratar de disculparse una vez más, aunque fuera de manera silenciosa.
Se fijó por fin en que los ojos del joven eran de un azul apagado que casi hacía juego con el azul del cielo que se observaba en el exterior. Él le devolvió la mirada al sentirse observado, pero en lugar de hacer una tontería para hacerla reír como antes, sonrió tímidamente.
—¿Estás bien? —preguntó en un susurro cargado de genuina preocupación.
—Sí, yo...
Emma no pudo terminar de responder, ya que notó que la temperatura del vagón bajaba drásticamente. Giró la cabeza al escuchar las ventanas crujir y, con una ligera sorpresa, observó cómo se formaba una capa de hielo en el exterior. Se soltó suavemente del agarre del chico y rozó el cristal con la punta del dedo de manera instintiva, pero en lugar de sentir el impacto del hielo en su piel, una imagen apareció en su cabeza, tan rápido como un fogonazo. Una enorme torre sombría se alzaba en mitad del mar durante una espesa tormenta. Se podían escuchar cientos de gritos de rabia y dolor por encima del sonido de las olas rompiendo contra la fachada de piedra.
Emma apartó el dedo por el susto y la imagen se fue con la misma velocidad con la que había aparecido.
Quería buscar una explicación para aquella sensación tan repentina en su interior, y casi pensaba que el sentimiento de angustia que comenzaba a llenar su pecho procedía de esa imagen aterradora, pero entonces percibió, al igual que los demás, que las puertas del tren se abrían en algún lugar lejano a ellos. Dirigió la mirada hacia los rostros de los demás, buscando una señal de que a ellos le pareciera normal que se abrieran las puertas a mitad del recorrido, pero la forma en la que Maisie se había acurrucado bajo el brazo de Lee y se sujetaba el labio inferior entre los dientes terminó por responder a su pregunta.
La angustia creció en el interior de su pecho y subió por su garganta hasta su cerebro. No se había sentido así desde el día en que se enteró de que su madre había fallecido. No había vuelto a tener los sentidos así de nublados, esa certeza de que nunca nada sería feliz como antes. Se llevó una mano al corazón y apretó los labios con impotencia, intentando hacer que la imagen de su madre dentro de su ataúd se esfumara de una vez.
Fue Fred quien se atrevió finalmente a levantarse del asiento y abrió con mucho cuidado la puerta del compartimento. Tras mirar a su hermano en busca de coraje, sacó la cabeza en dirección al pasillo, lo justo como para observar el exterior.
Un segundo después volvió a meter la cabeza y cerró las puertas sin miramientos. Estaba tan pálido que parecía que se hubiera quedado petrificado sobre el asiento, mirando hacia delante sin llegar a comprender qué estaba ocurriendo.
—¿Qué hay?
Fred tardó un segundo en contestar.
—Dementores. —La voz le salió en una mezcla de quejido y susurro.
—¿Dementores?
Emma supo inmediatamente qué era aquella imagen que había visto en su mente: Azkaban, una prisión para magos, guardada constantemente por dementores. Aquellas criaturas mágicas se alimentaban de la felicidad de las personas y su Beso, como así llamaban a la absorción total del alma de una persona, era capaz de dejar a una persona en un estado vegetativo de manera permanente. Lo que Emma no comprendía era qué hacían ahí, en un tren lleno de menores de edad que se dirigía a un colegio.
Por cómo algunos alumnos gritaban, Emma supuso que debía estar ocurriendo algo, y antes de que se diera demasiada cuenta, ya estaba aferrando con fuerza su varita y poniéndose en pie para ir a espantarlos. Era sumamente complicado luchar contra la desolación que oprimía su caja torácica en aquel momento y la impedía decir una sola palabra sin comenzar a llorar, pero ante todo, no quería que aquellos seres se acercaran a nadie más.
A Keira. No quiero que Keira sienta esto otra vez.
—¿Qué haces? —Verónica la tomó de la cintura y la apartó hacia el fondo del compartimento—. ¿Te has vuelto loca?
Emma carraspeó. Era muy consciente de repente de lo fuerte que había estado sujetando la varita, por cómo le dolían los dedos. Tomó aire un par de veces antes de mirar a Verónica y reaccionar.
—Sé deshacerme de ellos, lo estudié.
—Vale, Gilderoy Lockhart —exclamó con sarcasmo—. ¿Qué tal si los dejamos como están? No sé qué hacen aquí, pero, desde luego, no han venido a por nosotros.
—Sirius Black —sollozaba Maisie bajo el hombro de su amigo—. Sirius Black se debe de haber colado en el tren.
¿Y quién demonios es Sirius Black?
La joven terminó por hacer caso a los recién conocidos y se sentó, esta vez contra la ventana, ya que Maisie lloriqueaba sobre el asiento en el que ella se sentaba antes. La temperatura no tardó demasiado en aumentar de nuevo una vez que escucharon cómo las puertas del tren se cerraban y se volvía a poner en marcha.
Emma notaba que estaba ligeramente enfadada por no haber podido enfrentarse al dementor, aunque, ahora que se había marchado, esa rabia y esas ganas de acabar con todo se habían desvanecido y ahora solo sentía una leve melancolía.
Mis amigos no me habrían frenado así. Habrían venido conmigo.
Con sus amigos se refería, por supuesto, a sus amigos de Ilvermorny. Emma sabía que, de haberse presentado la oportunidad de luchar contra un dementor, Adam y Ari habrían salido lanzados del compartimento para ver quién podía probar primero su Patronus contra ellos. Cora se habría quedado en el asiento, gritándoles que era una locura, y Jason habría ido en la retaguardia con Emma mientras mascullaba que los otros dos amigos eran unos "idiotas de remate".
Pero sus nuevos amigos habían dicho que no valía la pena, que era una locura. Y tenían razón. Emma sí sabía cómo enfrentarse a un dementor, teóricamente. Nunca había conseguido lanzar un Patronus, y ahora que lo pensaba en frío, no sabía cómo habría sido capaz de lanzar uno cuando hacía unos segundos se sentía como si quisiera arrancarse el corazón sin más miramientos. Los desconocidos la habían salvado de un probable ataque. Sus amigos seguramente habrían terminado heridos.
Heridos.
Keira.
—Mi hermana pequeña también está en el tren —explicó Emma saltando desde su asiento—. Tengo que ir a ver cómo está.
Los gemelos también la acompañaron, ya que ellos decían también tener otros hermanos en el tren. Ellos se detuvieron a mitad del recorrido, pero Emma corrió hasta el principio del tren y encontró a su hermana junto a un grupo de alumnos de primero, hablando sin parar.
—¡Keira!
La niña se abrazó a su hermana. Emma acarició la nuca de Keira con alivio.
—¿Estás bien? ¿Estáis todos bien?
—Sí, tranquila, Em —le aseguró ella con una sonrisa—. Hacía mucho frío, pero no pasa nada, estaban lejos. ¿Qué eran esas cosas?
—Dementores. Estaban buscando a alguien y ya se han ido.
—Venían a por Sirius Black —dijo un niño con el pelo rizado y oscuro—. Venían a por Sirius Black porque se ha escapado de Azkaban.
Emma miró a aquel niño con ligera estupefacción. Seguía sin saber quién era ese tal Sirius Black, pero debía ser alguien muy famoso si hasta los niños más pequeños sabían quién era.
Tras asegurarse de que todos estaban bien y hablar con su padre sobre lo ocurrido, decidió volver a su asiento. Se encontró a los gemelos a mitad de camino, parados frente a un compartimento en particular. Emma se asomó con disimulo y encontró tres alumnos que parecían más pequeños y un adulto. Adivinó enseguida que uno de ellos debía ser el hermano de los gemelos, puesto que también tenía el pelo rojo y el rostro surcado de pecas. A su lado, se sentaba una chica con el pelo rizado y alborotado y unos ojos grandes y observadores. En el asiento de enfrente, reposaba un niño inconsciente. El adulto lo observaba, con una mezcla de preocupación y expectación.
—¿Va todo bien? —preguntó ella en un susurro hacia los gemelos.
—Un dementor ha atacado a Harry —respondió George. Sabía que ese era George porque se había fijado en que él sí que se había hecho bien el nudo de la corbata y Fred no.
—¿En serio?
Miró al pobre chico con lástima, tumbado sobre el asiento con el rostro completamente pálido. Se fijó en la cicatriz que tenía en la frente. George le había llamado Harry.
¿Harry...?
¿Es Harry Potter?
Claro que lo era. Harry Potter iba a Hogwarts, todo el mundo lo sabía. Miró al chico que sobrevivió y se quedó impresionada por lo vulnerable que parecía. Tan pequeño, con sus gafas redondas. Era una leyenda.
El joven se despertó lentamente y se incorporó sobre el asiento. Miró a todos los que le rodeaban, lo cual incluyó a Emma, que sonrió con nerviosismo mientras intentaba fingir que ver a Harry Potter era algo del todo ordinario.
¡Es Harry Potter!
Harry se llevó la mano a la frente y dejó escapar un gruñido de dolor.
—¿Qué era eso?
Emma reparó en lo que George había dicho: a Harry le había atacado un dementor. Llevó la mano al bolsillo de su mochila y sacó una chocolatina. Para ser sinceros, había guardado con mucho cuidado esa chocolatina porque era de su marca favorita y no la vendían en Reino Unido, pero sentía que guardársela en ese momento sería muy egoísta cuando alguien la necesitaba más que ella.
—Toma, es chocolate. —Lo colocó frente a Harry y sonrió todavía más cuando él lo aceptó—. Hará que se te pase la sensación de angustia.
—Muy inteligente —la felicitó el adulto.
Harry no parecía demasiado convencido y Emma decidió marcharse para que, si decidía no tomarse su chocolate, no se sintiera mal por ofenderla. Ella entendía que no quisiera comer algo que le había dado una desconocida; ella no sabría si lo haría.
Se sentó de nuevo sobre su asiento, contando a los demás lo que acababa de ver, y después fingió que se quedaba dormida, cuando lo único que quería era dedicarse unos momentos para procesar lo ocurrido.
Dementores.
Una imagen de Azkaban en mi cabeza.
Harry Potter.
—Blackwood, Emma.
Emma se mordió la lengua cuando escuchó que su nombre era el primero de todos. En realidad, la profesora la había llamado la primera porque era la única alumna mayor de once años esperando a ser colocada en una casa. Subió los peldaños y se dirigió al taburete, pensando en si, tal vez, no habría otra forma de salvar a una chica de quince de las miradas de todo el colegio. Podrían haber hecho esa misma ceremonia a puerta cerrada, no hacía falta tanto espectáculo.
Pero la profesora colocó el sombrero su cabeza y Emma se obligó a centrarse. Ya estaba hecho, las miradas ya estaban sobre ella. Solo tenía que esperar unos segundos más y sabría dónde pasaría los próximos tres años. Realizó una barrida general por todo el gran comedor, observando a los estudiantes de las diferentes casas, pero no podía evitar sentirse atraída por la de color granate, donde la esperaban los amigos que había hecho en el tren.
Gryffindor. Quiero ir a Gryffindor.
—¿Qué tenemos aquí? ¿Una alumna más mayor? —El trozo de tela que había sobre su cabeza empezó a hablar. Emma no sabía si lo estaba escuchando solo ella o todos eran testigos de lo que iba a ocurrir—. ¿Vienes acaso de muy lejos? Ah, sí, sí... Veo otra escuela de magia, otros profesores, otra casa distinta... En ti veo inteligencia, brillo y pasión. Veo... Veo que tú ves muchas cosas. Veo generosidad y determinación. Veo un wampus, una bestia salvaje. Si esto te representa y significa tanto para ti... Solo se me ocurre una casa que cumpla con estos requisitos... ¡Gryffindor!
Emma exhaló, aliviada, y miró a la profesora antes de salir corriendo. Ella le guiñó un ojo con complicidad y la instó a buscar un asiento.
Lee y Maisie la recibieron entre ellos, abrazándola para felicitarla por haber quedado en la misma casa. Emma no tuvo que esperar demasiado para ver a su hermana ser recibida también por Gryffindor, lo cual la dejó mucho más tranquila. Prefería tenerla cerca para asegurarse de que todo le iba bien.
Siempre le quedaría la duda de en qué casa habría quedado en Ilvermorny, claro, aunque sospechaba que, seguramente, habría terminado en Ave del Trueno, como su padre. En Hogwarts, las dos habían terminado en la misma casa a la que había asistido su madre cuando era joven, lo cual no era una gran sorpresa. Siempre habían tenido mucho en común.
Tras un largo discurso del director de Hogwarts, Albus Dumbledore, y tras dar la bienvenida a los nuevos profesores que se incorporarían durante aquel curso, entre los cuales estaba su padre y el adulto que acompañaba a Harry Potter y sus amigos en el tren, apareció un suculento banquete frente a los ojos de los estudiantes. Emma reparó entonces en que no había comido absolutamente nada durante aquel día debido a los nervios, así que no tardó en llenar su plato con todo lo que pudo: pollo frito, puré de patata, zanahorias especiadas y una meat pie o pastelito de carne, que según Maisie era típico de Inglaterra. Todo le pareció delicioso, y cuando pensaba que no podía comer más, aparecieron los postres, así que no pudo evitar probar el helado de caramelo y los barquillos de chocolate y miel. Para cuando terminó, se alegró de llevar aquella túnica negra característica del uniforme, porque cubría por completo su estómago hinchado.
Siguió al resto de estudiantes a la sala común de Gryffindor. La decoración era de lo más hogareña, y a pesar de que no había estado jamás en aquel lugar, se sentía como en casa. De hecho, aquel lugar le recordaba ligeramente al antiguo despacho de su madre y podría jurar que se la imaginaba ahí sentada cuando tenía su edad, con las piernas cruzadas y un libro entre las piernas. Ver a su madre leyendo o escribiendo acurrucada en una manta era una de esas imágenes vívidas de la infancia de Emma que se le venían a la cabeza cada vez que pensaba en su madre.
Después, subió a la que sería su habitación. La compartía con Verónica, Maisie y tres chicas más: Madeleine Talbot, Eleanor Green y una tal Isabella O'Connor. Le pareció notar que cuchicheaban algo las demás cuando mencionaron que no se encontraba presente en ese momento, pero decidió no preguntar por si acaso se estaba metiendo donde no la llamaban. Solo se fijó en que su cama estaba ligeramente separada de las demás y que la ropa encima de su baúl estaba pulcramente plegada.
Tras deshacer el equipaje y ponerse el pijama, se sentó en el centro de la habitación con sus nuevas compañeras, que ya parecían muy cómodas las unas con las otras y no tardaron en tratar de incluirla en las conversaciones. A Emma se le estaban empezando a olvidar los nervios de aquella mañana.
—Bueno, ¿has visto algún chico guapo desde que has llegado? —preguntó Madeleine, una chica menuda de cabello rubio y ojos grandes.
—O chicas —añadió Verónica, con un carraspeo.
Las demás dejaron escapar una risita, a lo que Emma no tardó en reaccionar con otra similar. Hablar de amores platónicos por la noche en un grupo de chicas debía ser algo internacional, porque solía hacerlo a menudo con sus compañeras en el otro lado del mundo.
—La verdad es que no he tenido demasiado tiempo —confesó Emma con una sonrisa traviesa.
—Solo ha conocido a Lee y a los gemelos, así que no es que tenga demasiado donde elegir —aclaró Verónica mientras se pintaba las uñas de los pies de color azul oscuro.
—Bueno, precisamente esos tres tienen su fama bien ganada —bromeó Madeleine, codeando a Maisie, que se reía con disimulo.
—¿Su fama?
—Bueno, en realidad, George es el que tiene ganada su fama —explicó Eleanor con fingida sabiduría—. Lee le pisa los talones y Fred... Bueno, Fred es más tímido, pero solo en comparación a su hermano, claro.
—Se refiere a que tienen las hormonas por las nubes y el año pasado intentaron ligarse a medio colegio —explicó Verónica, soplando sobre sus uñas recién pintadas—. Con mayor o menor éxito, en realidad, pero al menos no se quedaron con las ganas de intentarlo, supongo.
—Me sorprendería que no hubieran intentado nada contigo —confesó Madeleine en dirección a Emma.
Emma negó rápidamente, con las mejillas sonrojadas. Ni siquiera se había parado a pensar en algo así.
Lo cierto era que, el año anterior, mientras todos sus amigos y sus compañeros de curso se volvían locos dándose besos, enamorándose y rompiéndose los corazones los unos a los otros, ella había estado recluida y sumida en su tristeza. A finales de curso, se había dado algún beso con un chico que le parecía guapo, pero no había sentido absolutamente nada. No había estado preparada para ese tipo de atención y a veces se arrepentía de haber dado ese paso solo por la presión social porque todos estaban haciéndolo a su alrededor.
Se preguntaba muchas veces si algún día volvería a sentir las cosas como solía hacerlo antes del accidente. Si volvería a dejar de estar preocupada por todo y de ser tan exigente consigo misma, porque antes, desde luego, no era así.
Antes no tenía que cuidar de mi padre y de mi hermana.
Sin embargo, cuando se fue a dormir, se obligó a dejar de pensar en aquello. Se quedó mirando el dosel de su cama y se centró en alegrarse por los pequeños éxitos que había tenido aquel día. Había sobrevivido a conocer a gente nueva y ahora estaba tranquila en su nuevo colegio. Y su padre y su hermana estaban cerca, donde podía vigilarlos si algo malo ocurría.
Y ese ordinario pensamiento habría sido fácil de mantener antes de irse a dormir, pero se le cruzó por la mente la imagen de la prisión de Azkaban y se encargó de teñir sus sueños de tormentas y mares revueltos.
Azkaban.
¿Cuál es vuestro Patronus? El mío es un gato Nebelung.
Y sí, SÍ, sí, Fred es muuuuucho más extrovertido que George en el canon, pero esto es un FANFIC y en este fanfic, George es el extrovertido <3
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