Capítulo 18 · Expecto ·


Emma y George se dirigían de vuelta al castillo tras el entrenamiento de aquella tarde. Al parecer, el resto del equipo tenía mucha prisa por cambiarse y volver y habían dejado a la pareja de amigos atrás en el vestuario.

Emma refunfuñaba por el camino, quejándose de cómo Isabella no le dejaba ni un minuto de tranquilidad. Tras dos semanas del incidente con las grageas, Isabella había vuelto a atacar y le había requisado el Walkman de su baúl porque "incumplía con las normas del colegio". Percy Weasley, que era el Premio Anual, había decidido quitarle treinta puntos a Gryffindor por aquello, y ahora a Emma le caía un poquito peor uno de los Weasley.

De poco había servido que Cedric hablara con Isabella, al parecer, pues Emma estaba segura de que le había requisado el objeto solo por molestarla. Sin embargo, más allá de eso, no se había vuelto a interponer entre ellos, así que todo iba sobre ruedas cuando pasaba tiempo con él.

Cualquiera que fuera un poco ansioso y los viera actuar el uno con el otro terminaría sin uñas de tanto esperar, pues era evidente que la atracción era mutua y no hacían demasiado por resolverla. Cedric aprovechaba cada oportunidad que tenía para hacerle saber lo guapa que le parecía, y Emma inventaba excusas para hablarle por los pasillos o rozarle sin querer. Cuando no tenía mal colocado el cuello de la camisa, tenía una ramita en el cabello.

—¿Cómo va todo con Diggory? —preguntó George mientras cruzaban el prado en dirección al castillo.

Emma se sobresaltó al escuchar aquella pregunta. Ella y George jamás hablaban de sus parejas. Era como si hubiera metido un pie en un terreno prohibido para ellos.

No hagas de esto algo incómodo, Emma.

—Bien —contestó ella, sin saber con seguridad qué debía decir—. Es muy buen alumno.

—¿Pero lo de las clases va en serio? —dijo él con una sonrisa de lado, sin terminar de creérselo.

—Claro que va en serio —mintió. No iba en serio en absoluto—. Llevamos ya más de un mes viéndonos tres veces a la semana. ¿Qué íbamos a estar haciendo si no?

—Visitar la biblioteca, dar un paseo por el séptimo piso, colaros en las cocinas a merendar...

Emma frenó en seco y miró a George con la boca abierta. Él se encogió de hombros.

—¡Nos has seguido! —le acusó Emma, señalándole con el dedo.

El chico frenó también y se giró para mirar a su amiga. Parecía estar a punto de echarse a reír, pero era un gran experto en fingir que no pasaba nada.

—No te he seguido, es lo que se dice por ahí.

—No es cierto, es imposible que nos vieran cuando nos colamos en las cocinas. Como no se lo preguntaras a un elfo doméstico, no sé cómo podrías haberte enterado.

—Voy mucho a las cocinas a por comida, Em, parece mentira que no lo sepas —respondió él con suma tranquilidad. A Emma le ponía de los nervios cuando hacía eso—. Pero no lo decía por molestarte. Solo quería preguntarte cómo van las cosas con él.

Ella frunció el ceño. Aquella forma de hablar era muy rara en él, porque no había ni un solo atisbo de broma. Parecía genuinamente interesado por cómo le iban las cosas con Cedric.

—Tú y yo... Nosotros no hablamos nunca de eso.

El chico comenzó a andar de nuevo y miró hacia el castillo.

—Ya, ¿por qué no? Es raro —se metió las manos en los bolsillos—. Yo tengo novia y tú tienes... Un chico que te gusta. ¿Cuál es el problema? Somos amigos.

Amigos.

Emma es solo mi amiga.

Emma se mordió el labio. Si le preguntaran si aún le gustaba George, diría que no, ni por asomo. Si se lo preguntaban tras obligarla a tomarse un vial de Veritaserum..

Entonces es posible que la respuesta fuera distinta.

Si le preguntaban, sin embargo, si le gustaba Cedric, la respuesta sería la misma. Con y sin tomar ninguna poción. Sí, Cedric le gustaba. Sin peros, sin excusas y sin reproches. Con él era todo muy fácil, como siempre había pensado que sería enamorarse.

El chico se giró al ver que Emma no respondía y se puso frente a ella. Vio que tenía el cabello algo despeinado tras el entrenamiento y no dudó en separar un mechón que caía por delante de su frente y colocárselo tras la oreja. Notó que las mejillas de la chica se sonrojaban y se dio cuenta de que no tendría que haberse acercado tanto, pero decidió finalmente que aquel tono de sus mejillas se debía al entrenamiento y no a nada más.

Emma le maldijo mil veces por hacer aquello. Había sido casi como una caricia que la había dejado con ganas de más.

Esto tiene que terminar ya.

—Creo que me gusta Cedric.

Era mejor así. Era mejor que todos lo supieran cuanto antes, quizás así sería más fácil evitar los pensamientos intrusivos que tenía cada día que pasaba junto a George. Se había imaginado ya veinte veces cómo el chico la tomaba por los hombros y la besaba sin importarle nada, igual que lo había hecho su hermano, el que se suponía que era el tímido de los dos. Había soñado en un par de ocasiones que George dejaba a Anne porque sentía lo mismo que Emma. Cada vez que el chico la tomaba de la mano amistosamente, la miraba durante más de dos segundos o le sonreía a lo lejos, el corazón de la chica se derretía. Quería que todo aquello parara pero nunca lo hacía. Sentía algo muy similar por Cedric y, al menos, con él tenía una oportunidad.

George asintió sin decir nada, y Emma vio que le costaba un poco de esfuerzo sonreír ante aquella noticia. Odiaba que hiciera eso. Quería que se alegrara por ella y dejara de sentir estúpidos celos de amigo, o lo que fuera aquello. Quería que dejara de confundirla, que si verdaderamente ella no le gustaba, dejara de actuar como si a veces sí fuera así.

—¿Y a él le gustas tú?

Emma se encogió de hombros y resopló.

—A veces me parece que sí. Me hace reír y me dice cosas bonitas y...

—Bueno, eso también lo hago yo.

Emma hizo una mueca que quería decir "ya lo sé".

Deja de hacerlo o me confundirás más.

—Ya, pero yo a ti no te gusto, George. ¿Insinúas que a él no le gusto?

—Eh... —el chico se quedó parado durante un momento, y sus mejillas se tiñeron de rojo carmín por lo repentino de la pregunta—. No me refería a eso. Solo quería decir que no es suficiente, ¿no? A mí cuando me gusta una chica se lo digo enseguida.

—Ya, algunos no somos tan directos, ¿sabes? Cedric es tímido. Yo también soy tímida. Nos cuesta decir lo que sentimos.

—A mí me lo dijiste, tan tímida no eres —determinó él con una sonrisa de triunfo.

Emma puso los ojos en blanco. Hacía tiempo que George no hacía referencia a su incómoda conversación y ya le parecía extraño.

—Hace mil años de eso. Supéralo, George. No todas las chicas de Hogwarts estamos locas por ti —se burló ella dándole un empujón—. Sé que fue todo un acontecimiento para ti que una chica tan guapa como yo tuviera sentimientos por alguien como tú, pero fue pasajero. Lo siento.

George se rio con ganas mientras ella comenzaba a andar con toda su dignidad.

—¿Sentimientos? Dijiste que te gustaba, no es lo mismo.

—Vaya, recuerdas perfectamente lo que dije. ¿Tanto te marcó? —preguntó ella, sonriendo ahora con suficiencia.

—Por supuesto, pienso en ello cada día —contestó él, fingiendo mucho dolor en el pecho—. ¿Cómo pude dejar escapar a Emma Blackwood? La chica más guapa, inteligente y mejor jugadora de Quidditch de todo Hogwarts...

—¡Oh, no! ¡Creo que te han dado un Filtro de Amor!

—¡Emma! ¡Mi amor! ¡Te amo tantísimo! —gritó George, comenzando a correr en su dirección.

Emma emprendió una carrera desviándose del camino entre risas, mientras el chico la perseguía con los brazos extendidos, gritándole frases similares a las que ella había utilizado con Fred. Emma entendió cosas como " el movimiento de tu sedoso cabello" y "tu perfume embriagador", lo que hizo que se riera todavía más, porque aquella no era para nada la manera de hablar normal de George. Ella no se detuvo hasta que se adentró por lo menos veinte metros en el Bosque Prohibido, y solo lo hizo porque el chico la tomó en un abrazo y la elevó del suelo.

—¡Aquí estás, mi amada Emma! ¡Por fin te tengo! Ahora deja que te dé un beso de amor verdadero. Le enseñaré a ese Cedric cómo se conquista a una chica...

Cerró los ojos y puso una cara fea estirando los labios, como si fuera a besarla, pero Emma intentó zafarse entre risas y provocó que George tropezara y la dejara caer, perdiendo el equilibrio y cayendo encima de ella. No dejó que aquello se tornara incómodo, pues aprovechó para hacerle cosquillas con una risa malvada y ella comenzó a chillar todavía más, con las mejillas llenas de lágrimas de tanto reír.

Hasta que empezó la visión.

Emma y George estaban tras uno de aquellos árboles. Él se acercaba a ella y ponía ambos brazos a sus costados, no dejándola escapar. Ella le tomaba de las solapas de su túnica y lo acercaba a ella para fundirse en un beso.

—Te quiero, Emma Blackwood —susurraba el chico tras terminar el beso.

—Te quiero, George Weasley.

Emma volvió en sí y vio a su amigo sobre ella, preocupado, dándole palmaditas en la mejilla para sacarla de su trance.

—¿Estás bien, Emma? —preguntó él, levantándose y tendiéndole una mano para ayudarla.

Ella se levantó bruscamente, todavía sacudida por lo que acababa de ver. Eran definitivamente ellos dos y era definitivamente aquel lugar, pero había sido capaz de notar que ambos parecían más mayores. Miró a su amigo asustada y él solo hizo que preocuparse más. Temió por un segundo que él también lo hubiera visto, que él también hubiera sentido lo mismo que ella durante aquella visión en la que él la besaba.

Porque había sido una sensación maravillosa.

Y le había dicho que la quería.

No, no, no, no.

—¿Qué ha pasado? Te has quedado como ida.

—Un mareo —mintió, con una sonrisa que trataba de aparentar tranquilidad—. Habrá sido de correr tanto.

Él no pareció terminar de creérselo. La miró bien y notó que se había puesto pálida y la mirada le flaqueaba. No, él no había visto nada de eso. Era imposible, Emma lo sabía. Había sido una visión y solo lo había visto ella.

—Vamos, ahora nos colaremos nosotros en las cocinas. Necesitas un poco de azúcar.

El chico colocó una mano en la baja espalda de Emma y por un momento pensó que el enorme escalofrío que había sentido se debía a aquel gesto, pero cuando vio que el cielo sobre ellos oscurecía con rapidez y la vida parecía esfumarse de los árboles que les rodeaban, supo que algo estaba ocurriendo.

Del interior del bosque les sorprendió una ventolera de aire helado. Emma se abrazó a sí misma mientras su pelo se agitaba a su alrededor, y George trató de cubrirla, mirando hacia el lugar del que procedía el viento.

Lo que siguió era una sensación que a Emma empezaba a serle familiar. Reconocía perfectamente aquel sentimiento de terrible tristeza que emergía de lo más profundo de su pecho. Se sentía compungida y miserable y solo quería abrir la boca y comenzar a sollozar. Había recordado esa misma imagen de su madre tres veces en los últimos meses y ya no sabía cómo quitársela de la cabeza.

Un dementor se había posado sobre ellos, observándoles con su rostro sin vida bajo la capucha de su oscura túnica.

—¡Vete! —gritó George, quien no parecía tan afectado por su poder—. ¡No es a nosotros a quien buscas! ¡Fuera!

Pero el dementor no parecía querer comprenderle, porque se acercó todavía más a ellos, especialmente a Emma, que había comenzado a tantear su túnica en busca de la varita. El dolor de la muerte de su madre pesaba sobre ella como si alguno de los árboles se le hubiera caído encima y no la dejara respirar.

El dementor se inclinó sobre ella, tan cerca que apenas veía nada más. En su mente comenzaron a repetirse las escenas que habían seguido a la lechuza que llegó aquella tarde con la noticia de la muerte de Amelia Blackwood. Emma gritaba desesperada con la carta arrugada en sus manos, mientras su padre trataba de arrebatársela para leer qué era aquello que había causado tanto dolor a su hija mayor.


Emma podía escuchar a George a lo lejos. Sabía que la tenía tomada por los brazos y trataba de apartarla del dementor, pero este había comenzado a succionar la alegría del cuerpo de la joven. Emma aferró la varita con toda la fuerza de la que fue capaz y exclamó:

—Expecto... Patronum —de su varita salió una pequeña nube de humo plateado. El hechizo había fallado—. ¡Expecto Patronum!

Pero le era imposible recordar cualquier momento feliz en su vida. Era como si no existiera en ella ningún rastro de alegría.

Jamás seré feliz. Nunca será como antes del accidente.

—Expecto... —siguió intentándolo. El dolor en el pecho no la dejaba respirar lo suficiente para coger aire para hablar—. Expecto... George...

¡Expecto Patronum! —gritó el chico a su izquierda.

Claramente, George no sabía exactamente cómo se realizaba un Patronus, ya que desconocía que para ello era necesario recordar un momento feliz. Sin embargo, el chico lo gritaba desesperado, apuntando al dementor que absorbía la felicidad del cuerpo de su amiga. Emma se estaba dejando llevar por el dementor, mientras caían lágrimas de pura tristeza por sus mejillas.

¡EXPECTO PATRONUM! —escucharon detrás de ellos.

Observaron un lobo plateado hermoso corriendo hacia el dementor, que salió ahuyentado y se fue de vuelta por donde había venido. Emma se derrumbó de rodillas sobre la tierra del bosque y George corrió a socorrerla, tratando de evitar que se hiciera daño al caer.

Estaba en la enfermería cuando despertó. Recordaba la estancia de aquella vez en la que Harry se había caído de su escoba hacía casi dos meses. Alguien sujetaba su mano con fuerza, y no fue hasta que consiguió deshacerse del mareo que notó al rotar la cabeza que pudo apreciar que esa persona era George.

La miraba con preocupación mientras apretaba su mano para hacerle saber que estaba ahí. Su primer instinto fue soltarle la mano, como si tuviera miedo de que alguien los viera así o fuera completamente ilegal darle la mano a un amigo, pero finalmente se dejó hacer. No se sentía con fuerzas de hacer un movimiento tan brusco como ese.

—Toma esto, Emma —ofreció una voz tranquila. Era el profesor Lupin.

Ella se giró y observó que le estaba tendiendo un trozo de chocolate. Ella le dedicó una débil sonrisa y comenzó a comérselo mientras Madame Pomfrey despotricaba entre las camillas de la enfermería, quejándose de la presencia de unos seres tan malvados como los dementores en el terreno escolar, atacando a otro alumno.

—¿Me he desmayado?

Le pareció una pregunta estúpida en cuanto la pronunció, pero necesitaba que le explicaran lo que había ocurrido lo más pronto posible.

—Me temo que sí, he llegado un poco tarde —se disculpó el profesor—, pero creo que no hay que lamentar más daños que los de tus rodillas, ¿verdad?

Emma observó que Madame Pomfrey le había colocado dos gasas empapadas en alguna solución para curarle las heridas que probablemente se había hecho al caer. Trató de incorporarse, sintiéndose mucho mejor tras comer chocolate, y miró al profesor con curiosidad.

—Has intentado hacer un Patronus —advirtió él, apoyándose en la cama que había a su derecha—. Bueno, los dos lo habéis intentado.

—Ya, yo en realidad ni siquiera sé cómo funciona —se excusó George—. Solo vi que Emma lo intentaba y pensé que ese sería el hechizo, pero claramente lo hice mal.

—El Patronus es un hechizo muy poderoso que requiere un gran esfuerzo. Me habría sorprendido mucho si alguno de los dos hubiera sido capaz de hacerlo —dijo el profesor, tratando de consolar a George.

—Profesor, ¿por qué me ha atacado ese dementor? ¿No se supone que están aquí para vigilar el colegio?

—Bueno, seguramente sea por la misma razón por la que atacaron al pobre Harry —comentó el profesor Lupin con claro fastidio—. Se sienten atraídos por las personas que han vivido experiencias horribles o que, simplemente, viven con la tristeza.

Emma se miró las manos, ligeramente consternada ahora que comprendía lo ocurrido. Aquello explicaba por qué la habían atacado a ella y no a George.

—He hablado con el profesor Dumbledore y le he pedido permiso para que me deje daros clases particulares a ti y a Harry. Quiero enseñaros a hacer un Patronus.

—¿En serio? —se trató de incorporar aún más, con entusiasmo, pero le dolió todo el cuerpo al intentar hacer un solo movimiento—. ¿Por qué a mí?

—No queremos que vuelva a atacarte un dementor, Emma. Es algo por lo que nadie debería pasar. Además, Dumbledore ha insistido. No queremos llevarle la contraria, ¿verdad?

Emma sonrió.

—Bueno, os dejaré solos, tengo que ir a preparar las clases de mañana.

El profesor se marchó rápidamente, dejando a Emma y a George solos en la enfermería ahora que Madame Pomfrey se había metido en su despacho. George, que había soltado la mano de la chica mientras se comía el chocolate, parecía demasiado impresionado por todo lo que había ocurrido como para decir algo.

Emma le miró de reojo, intentando pensar en algo que decir, y entonces recordó que, antes del ataque, había tenido una visión en la que se besaban. Los nervios de aquel recuerdo le subieron desde el estómago a la garganta, creando un gran nudo que le costaba mucho hacer bajar. George empezó a hablar poco después, diciendo cualquier cosa para mantenerla entretenida, pero Emma no le podía prestar demasiada atención. Pensaba si, tal vez, no todas las visiones tenían por qué hacerse realidad.

Cuando Madame Pomfrey le retiró las gasas de las rodillas y le permitió irse directamente a la sala común, George la ayudó a levantarse, y entonces un objeto plano y alargado cayó de su bolsillo. Emma lo cogió al vuelo y lo miró extrañada.

Era una especie de mapa gigante que estaba en blanco. El chico se lo intentó arrebatar, pero Emma fue más rápida y lo apartó.

—¿Qué es esto? ¿Es un mapa de broma?

—Sí, eso es —exclamó él con un tono de voz para nada creíble—. No sirve para nada, así que dámelo.

—Mientes —sentenció ella con una sonrisa.

George suspiró, derrotado. No había estado preparado para mentir, a pesar de que normalmente se le daba muy bien. Emma sacó la varita de su túnica y apuntó hacia el mapa.

Revelio.

Sobre el mapa aparecieron unas letras rojizas en cursiva.

Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta presentan...

Después, abajo, se escribieron unas letras nuevas, cubriendo las imágenes de detrás.

—"Cornamenta sugiere a la señorita Blackwood, que por cierto es muy guapa, que devuelva el mapa a su verdadero dueño, puesto que no tiene lo que hay que tener para utilizarlo" —leyó incrédula—. ¿Quién es Cornamenta? ¿Qué es esto?

George balbuceó durante un par de segundos antes de darse por vencido. Le explicó, entonces, cómo él y su hermano habían robado el mapa del despacho de Filch en primer curso y cómo lo habían estado utilizando desde entonces. Aquello explicaba por qué conocían todos los pasadizos secretos del colegio, como al que le llevó Fred.

—Un momento... —murmuró Emma, sin soltar el mapa que ahora mostraba a todos los alumnos de Hogwarts paseando por los pasillos. Buscó durante un segundo y encontró a Cedric en su habitación—. ¡Por eso sabías dónde estaba con Cedric! ¡Por eso sabías que no estábamos en clases!

—Yo...

—¡Y aquella vez que quedé con Oliver! ¡Ahora todo tiene sentido! ¡Lo veías en el mapa!

El chico se tapó la cara con las manos, avergonzando.

—Así que sí me estabas espiando, George Weasley.

Hello, hello 💕

Estamos a punto de llegar a las 1.000 lecturas estoy con corazones en los ojos!!!

Elia de la edición: 1.000 lecturas qué monada! Vamos por 161.000 ahora erbgveiwfbi impresionante.

Me alegro un montón de que os esté gustando jo. ¿Cuál creéis que es el Patronus de Emma? Como pista diré que es difícil de adivinar, pero no imposible porque tiene que ver con ella y eso es tooooodo lo que diré 😏

De verdad mil gracias por leerme y comentar y votar y ojalá os esté gustando tanto como a mí escribirla, porque estoy súper motivada.

🌻 Nos vemos pronto, love you 🌻

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top