Capítulo 16 · Ranas de chocolate ·


Halloween siempre había sido su fiesta favorita. Cuando era pequeña, sus padres solían hacían de esa fecha todo un gran evento. Decoraban su casa y dejaban que acompañara a Keira a por caramelos de puerta en puerta, como los no-majs. En Ilvermorny, el ambiente festivo era muy similar: todos los alumnos acudían disfrazados a clase, y lo más común era que te llevaras algún que otro susto a lo largo del día.

Emma se preguntaba si en Hogwarts se celebraría con el mismo ímpetu, así que se alegró de ver el Gran Comedor decorado para la ocasión en cuanto bajó a desayunar. Si bien los alumnos no estaban disfrazados, algunos llevaban gorros estrafalarios o maquillajes terroríficos.

El año anterior, aunque Emma no lo había celebrado tanto porque seguía de luto, sus amigos la obligaron a unirse a un disfraz grupal y fueron vestidos a clase de equipo de Quidditch zombie. Recordaba haber hecho un esfuerzo enorme aquel día por mantener la compostura, pero también recordaba haberse pasado la noche escondida en el cuarto de baño mordiéndose el brazo para que Ari y Cora no la escucharan llorar. Halloween le recordaba a su madre porque todos los momentos felices le recordaban a ella.

Pero este Halloween será diferente. Por ti, mamá.

Como era fin de semana, Emma se había vestido con ropa casual y cálida, ya que desde el partido contra Hufflepuff el tiempo no había mejorado y las temperaturas cada día eran más bajas. Se envolvió en una bufanda de cuadros, se puso un gorro de lana negro y bajó a la sala común a reunirse con sus amigos. Aquel día, visitaría Hogsmeade por primera vez en una excursión con sus compañeros.

Vio cómo Harry se despedía de Ron y Hermione y volvía a su habitación con un mohín. Sus tíos no le habían firmado la autorización y no podía salir del castillo, según la profesora McGonagall. Emma pensó que era injusto y que lo mas apropiado es que hicieran una excepción con él,  pero sabía que no podía hacer mucho contra la decisión de la profesora. Se hizo una nota mental de comprarle algún dulce en compensación.

Hogsmeade era un pequeño pueblecito de casas destartaladas y antiguas, caminitos de piedra y magos y brujas vestidos como si el último siglo no hubiera existido en absoluto. Todos los pueblos mágicos eran similares en Inglaterra, y a Emma le parecían de lo más encantadores. Sus amigos le dieron un rápido tour por las calles antes de lanzarse de lleno a las tiendas en busca del calor de las chimeneas, puesto que el frío no invitaba en absoluto a quedarse disfrutando en el exterior.

—¿Sabes? Algún día Fred y yo tendremos el monopolio de los artículos de broma —anunció George, colocándose junto a ella y haciendo un gesto con el brazo por delante, como para que Emma imaginara lo que decía.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo pensáis conseguirlo?

—Eso es un secreto profesional —añadió Fred, colocándose a su otro costado y pasando un brazo por su espalda—. Pero ocurrirá. Tendremos la mejor tienda de bromas jamás inventada.

Emma rodó los ojos con una sonrisa. Lo cierto era que le parecía un trabajo perfecto para los gemelos, y le costaba imaginárselos haciendo cualquier otra cosa que no fuera aquella. Notó que Fred no apartaba la mano de su espalda, pero pensó que hacérselo notar sería aún más preocupante. Tal vez, si no le daba importancia, nadie más se la daría. No habían vuelto a hablar a solas desde aquellos besos en el pasadizo secreto, y ahora estaba un poco incómoda porque pensaba que tenían una conversación pendiente, otra vez.

Mientras estaban en esa habitación detrás del tapiz dándose beso tras beso, le había parecido que ese tipo de relación no necesitaba más ceremonias; que no pasaba nada por besarte con un amigo y que era algo que los demás hacían constantemente.

Pero Emma no se sentía cómoda con ello, ahora que lo pensaba con la mente fría. Quizás, otras personas fueran capaces de besarse con alguien sin que aquello significara nada, pero sabía que, en el fondo, ella no era así. Sentía que para ella los besos tenían algo especial que prefería regalar solo a quien pudiera significar algo más, y aunque besar a Fred le llenaba el estómago de cosquillas, sabía que nunca llegaría a sentir nada más a parte de ello. Había besado solo a dos chicos en su vida, y se dijo que quería que el próximo significara algo especial.

Quiero besar a alguien y luego no tener que darle mil vueltas a por qué lo he hecho.

Prefería ponerle fin a aquello antes de que se descontrolara, por mucho que le gustaría besar a Fred. No quería que algo como eso supusiera el fin de su amistad o creara algún tipo de separación con el resto del grupo de amigos.

El olor a caramelo y chocolate de Honeydukes la puso de buen humor instantáneamente. Se había reservado casi todo su dinero para esa ocasión, así que cuando se acercó a la enorme fuente de chocolate que decoraba el centro de la tienda, pensó si tal vez sería posible llenar botellas y botellas de ella.

Estaba pensando cómo preguntarlo sin quedar en ridículo cuando notó que Maisie y Verónica estaban cuchicheando tras ella. Los chicos se habían desperdigado por el local, así que Emma no dudó en acercarse con sospecha.

—¿Qué cuchicheáis?

—Ah, nada, nada —dijo Maisie de manera muy poco creíble—. Solo hablábamos...

—¡De tu cumpleaños! —intervino Verónica con una sonrisa—. Pensábamos en si te gustaría el regalo que te hemos preparado.

—Mi cumpleaños es en abril. —Emma se cruzó de brazos. Sabía perfectamente que aquellas dos estaban tramando algo.

—Bueno, es que lo estamos haciendo a mano y cuesta mucho hacerlo —respondió Maisie, como si fuera obvio.

Emma puso los ojos en blanco, dándose por vencida. Maisie y Verónica se devolvieron una mirada cómplice y empezaron a reírse disimuladamente. Aquello pareció ser el desencadenante de otra visión, por cómo se le empezó a nublar la vista, así que Emma se aferró a un estante y esperó a ver una imagen.

Debía ser un momento en un futuro lejano, porque ambas parecían un poco más mayores y no se encontraban en Hogwarts. Verónica sujetaba un bebé entre los brazos y tenía los ojos humedecidos.

—¿No es preciosa? —decía Maisie, acariciando la suave cabecita del bebé.

—Hope es la niña más bonita que he visto jamás —respondía Verónica con los ojos llenos de lágrimas.

Emma volvió al presente al notar que Maisie chasqueaba los dedos frente a ella. Pestañeó unas cuantas veces hasta que su amiga volvió a tener la misma edad que tenía ahora.

—Eh, Emma, ¿estás ahí?

—Sí, sí, perdonad —se disculpó, todavía confundida. Acababa de tener una visión sin tocar nada, y había sido tan clara que aún le costaba ver con claridad la tienda a su alrededor y no la habitación de su visión.

—Mira —dijo Maisie, ofreciéndole un botecito—. ¿Alguna vez la has probado?

Emma vio que sujetaba una Poción de Amor, fácilmente reconocible por el embotellado rosa y cursi con dibujos de corazones. Incluso embotellada, olía tan bien que no podías evitar acercarte a ella.

—¡Claro que no! Una vez le dieron una a mi amigo Adam y casi le pide matrimonio a la chica, y ni siquiera la conocía.

Verónica se rio con nerviosismo y miró la poción entre sus manos. Se acercó la botellita a la nariz e inspiró, girando la cabeza ligeramente al sentirse extasiada.

—¿Tú quieres dársela a alguien, Verónica? —inquirió Emma dándole un codazo amistoso y haciendo una mueca.

—Qué va —respondió, encogiéndose de hombros—. No es como si me hiciera falta, de todas formas. Si me gusta a alguien se lo digo y ya.

Como yo, entonces.

—A mí no creo que me haga falta tampoco —confesó Maisie con voz soñadora—. De hecho, he quedado en media hora con Oliver para tomar algo en Madame Tudipié.

Emma y Verónica gritaron ante la noticia de su amiga y ella solo sonrió con las mejillas más rojas que la poción que tenía entre las manos. La gente de la tienda se giró para mirarlas como si estuvieran locas.

—¿Creéis que me besará? —preguntó ella con la mirada soñadora—. Me he puesto un pintalabios con sabor a vainilla, por si acaso.

—Seguro que te besa, Oliver no es de los que pierde la oportunidad.

Emma asintió, divertida. El chico había perseguido a Maisie durante toda la semana y le había confesado a Emma que le estaba comenzando a gustar —de verdad— su amiga. Emma sabía que solo era cuestión de tiempo que comenzaran a salir. Solo se alegraba porque Maisie fuera menos quisquillosa con su espacio que ella.

—¿Y tú, cómo va tu intento de desenamorarte, Em? —la codeó Maisie.

—No estoy enamorada de nadie —respondió Emma dándole vueltas al frasquito entre sus manos.

—¿No estás enamorada del pelirrojo número uno?

—¿No es como el hermano número cuatro o cinco? —preguntó Emma con el ceño fruncido.

—¡Ajá! —gritó Maisie señalándola—. ¡Lo acabas de admitir!

Emma se sonrojó.

Mierda.

—No estoy enamorada —repitió—. Admito que se está haciendo un poco difícil lo de olvidarme de él, pero ya va mejor.

Las chicas miraron hacia él y observaron cómo Anne había acudido con ellos y estaba tomada de la mano de George. Fred y Lee hablaban por detrás haciendo muchas señas y gestos, como si estuvieran hablando de algo espectacular.

Emma observó cómo George comentaba algo con la chica y ella respondía emocionada antes de darle un beso en la mejilla y abrazarle. Él parecía igual de contento por lo que fuera que le había contado.

Se gustan de verdad.

Si a George le hubiera gustado Emma, como le habían dicho los demás, él no seguiría saliendo con Anne, era tan sencillo como aquello. Aquel pensamiento, por muy descorazonador que fuera para Emma, estaba empezando a ser suficiente como para que ella entendiera que no tenía oportunidad.

—Bueno, entonces, si te da igual, es el momento perfecto —exclamó Verónica interrumpiendo sus pensamientos.

—¿Para qué?

—¿Recuerdas cuando dijimos que teníamos un plan?—susurró Maisie tomándola de los hombros y haciéndola girar—. Pues ahí viene.

—Nos puedes dar las gracias después —susurró Verónica dándole un beso en la mejilla antes de llevarse a Maisie de la mano a otro lugar.

Emma observó cómo Cedric Diggory, el chico del cabello de ensueño, se acercaba a ella con timidez. Ella se giró ligeramente y miró a ver si había alguien detrás a quien Cedric estuviera mirando, pero no, el chico se dirigía a ella.

Mierda, mierda, mierda.

¡No digas ninguna tontería, Emma!

—Hola, Emma. ¿Disfrutando de tu primera vez en Hogsmeade?

Se sabe mi nombre.

Tú se lo dijiste, tonta.

Ella se quedó petrificada durante un segundo, observando lo guapo que estaba el chico con las mejillas sonrojadas por el cambio de temperatura que había con el exterior y por lo bien que le sentaba el gorro de lana oscuro, haciendo que sus mechones dorados se esparcieran por su frente. ¿Le había preguntado algo, no? ¿Qué había dicho?

Tenía que responder.

—Cedric —consiguió decir finalmente con la voz algo atropellada—. Sí, me gustan las ranas de chocolate, en especial.

Cedric frunció el ceño sin comprender bien a qué había venido aquel comentario, pero sonrió y Emma sintió que las piernas se le derretían. El chico echó un vistazo a las estanterías que estaba mirando la chica, repletas de pociones y golosinas que tenían que ver con el amor, y luego la miró con las mejillas aún más sonrojadas.

—¿Quién es el afortunado? —preguntó el chico sin borrar su sonrisa.

—¿Eh? —Emma dejó de mirarle embobada para bajar del cielo y aterrizar en la tienda. Observó que llevaba un Filtro de Amor en sus manos y lo dejó corriendo en el estante—. ¡Nadie! Nadie —sonrió con incomodidad—. Estaba mirándolo con mis amigas, para reírnos y eso.

Se rio avergonzada y el chico se rio también, lo que hizo que Emma soltara otra carcajada más, solo por si acaso. Se sentía estúpidamente nerviosa, como si no hubiera hablado con un chico nunca antes, y sus mejillas ahora hacían juego con las de él. Cualquiera que los viera desde lejos, pensaría que ambos tenían mucho calor.

—Como Prefecto, he de decirte que no se pueden entrar en Hogwarts —explicó el chico mirando la poción—. Están prohibidas, hay gente que abusa de ellas.

—¿En serio? —preguntó ella genuinamente extrañada. ¿Dónde estaba el romanticismo?

—Yo recibí una el año pasado —confesó él, sonriendo—. No fue divertido. Mis amigos me han salvado de otras dos.

—Vaya, parece que eres todo un rompecorazones —bromeó ella. Comenzó a pasear un poco por la tienda solo para tener algo que hacer con el resto del cuerpo más allá de estar parada intentando no ponerse a temblar. El chico la siguió.

—Eso dicen, pero no hagas demasiado caso —advirtió con la mirada divertida—. Aunque lo mismo dicen de ti. Dicen que la pelea de los vestuarios en el partido fue por ti, aunque no termino de creérmelo. Suena a rumor inventado.

Emma miró al suelo avergonzada y el chico se dio cuenta de que el rumor era cierto.

—Perdona, no quería meterme —se disculpó.

—No, es una tontería —aseguró Emma restándole importancia—. Ya está arreglado. En realidad tenía poco que ver conmigo y mucho con el exceso de testosterona en la pubertad.

El chico soltó una carcajada e hizo que varios de los clientes le miraran. Emma no pudo evitar observar a George y a su chica, que evidentemente se habían dado cuenta. George miró a la pareja, como sin comprender qué hacían juntos. Hizo una mueca y miró a Emma a los ojos. Ella le dedicó una sonrisa lo más sincera posible y volvió a mirar a Cedric.

—Eres graciosa.

—Junto al Quidditch, es lo único que se me da bien.

Ni siquiera eres tan graciosa, Emma, deja de decir tonterías.

—Eso es muy cierto. Enhorabuena por el partido, aunque ganáramos nosotros. Todas las miradas estaban puestas en ti.

—Nada, puedo hacerlo incluso mejor —aseguró ella con falso orgullo. Cedric volvió a sonreír.

Se pasó la lengua por el labio inferior y Emma tragó saliva. Ese chico estaba hablándole a ella. De entre todas las personas.

—Por cierto, quería preguntarte una cosa. Puedes decir que no si no te apetece, no te sientas obligada —aclaró él, con un carraspeo—. Tus amigas me dijeron que estarías dispuesta.

Emma hizo una mueca. Estaba tan intrigada como asustada. ¿Qué le habían dicho sus amigas? Y, sobre todo, ¿qué hacían sus amigas hablando con Cedric sobre ella?

—Me estás asustando, ¿qué es?

—Clases —contestó, encogiéndose de hombros—. He visto que eres muy buena en... bueno, casi todo. Voy bastante retrasado con Runas Antiguas y con Astronomía.

—¿Quieres que te dé clases particulares? —preguntó ella muy sorprendida. Cedric era muy inteligente, compartían algunas clases y lo había visto responder a las preguntas de los profesores. No creía que le hiciera falta ninguna ayuda.

—Solo si quieres, por supuesto —aclaró, rascándose la cabeza de manera adorable—. Además, me gusta mucho la Alquimia, y tu padre es profesor. No tendremos la asignatura hasta el año que viene, pero no me importaría ir empezando ya.

Emma se quedó reflexionando aquello. Fingió que tomaba una caja de chocolatinas con forma de varita y miraba los ingredientes con interés. Si le decía que sí, se vería obligada a verle varias veces a la semana y pasar tiempo con él.

Emma, no es un simulacro. Está ocurriendo.

—De acuerdo, pero te advierto que soy bastante impaciente —respondió. Estaba intentando aparentar que no estaba tan nerviosa que estaba aguantando la respiración—. Y no sé si seré buena profesora.

—Seguro que sí —respondió Cedric achinando los ojos con una sonrisa de oreja a oreja—. Y ahora, ¿quieres que vayamos a tomar una cerveza de mantequilla? Para conocernos un poco, ya sabes.

Emma dejó su abrigo y su bufanda encima de su cama y se dejó caer sobre la manta. No podía dejar de sonreír.

Había sido un día agotador, sí, pero muy divertido. La tarde bebiendo cerveza de mantequilla con Cedric había sido tan divertida que no paraba de repasar la conversación en su cabeza, recordando cada minuto que había pasado con él.

Le gustaba mucho la lectura, la música no-maj clásica y el deporte mágico por excelencia. Vivía con sus padres en una casa no muy lejos de donde vivían los Weasley y sus padres se llamaban Amos y Ruth. No tenía hermanos, pero tenía un perro llamado Snitch.

Lo mejor era que, a pesar de que ella se había enterado de todas aquellas cosas sobre él, Cedric también se había preocupado por preguntarle a ella sobre su vida y escucharla. Aquello era algo nuevo.

Su vocecita interior le recordaba que se suponía que no iba a hacer caso a los chicos. Que, a partir de ahora, solo se centraría en los estudios.

Pero esa misma voz le dijo también que Cedric quería clases. Eso estaba relacionado con los estudios.

Bajó al Gran Comedor en busca de sus amigos con una bolsita en la mano. Divisó primero a su hermana pequeña y se acercó para entregarle una bolsa llena de golosinas, no sin antes hacerle prometer que las compartiría con sus amigos y se lavaría los dientes dos veces antes de acostarse. Keira prometió que así lo haría, pero lo dijo mientras miraba una a una las golosinas que le había traído y la boca entreabierta. Emma estaba segura de que no sabía lo que había dicho. Después, se acercó a Harry y le dio unas cuantas chocolatinas. Él simplemente sonrió con las mejillas ruborizadas, ganándose una risilla por parte de Hermione.

—Bueno, Em, ¿tienes algo que contarnos?

La voz de Verónica interrumpió a Emma, que estaba disfrutando de una mousse de chocolate con chispas de caramelo que habían servido de postre. Emma sacó la cucharilla de su boca con una sonrisa. Sabía que Verónica lo había dicho en voz alta para que todos sus amigos se enteraran.

Es perversa.

—¿Algo que agradecernos? —continuó Maisie con una sonrisa.

Emma las miró con los ojos entrecerrados y una sonrisa apretada.

—Sois malas —atacó, con una sonrisa apretada.

—Querrás decir que somos muy buenas —corrigió Verónica—. Te hemos conseguido una cita con Cedric "El Tío Más Bueno del Mundo" Diggory.

—¿Cómo? —Lee casi se atraganta con su postre.

—Bueno, para ser sinceras, no fue nada difícil —confesó Verónica, encogiéndose de hombros—. Vimos que te miraba un montón y fuimos a comentarle que eras muy buena profesora. Él enseguida nos dijo que tú podrías ayudarle...

—¿En qué le vas a ayudar exactamente? Es el chico más listo del curso—preguntó George con el ceño fruncido.

—Bueno, yo le dije que Emma podía ayudarle con lo que necesitara, no especifiqué nada en concreto —respondió Verónica entrecerrando los ojos y sonriendo ampliamente.

Emma le dio un codazo y las chicas comenzaron a reír. Lee también parecía compartir su sentido del humor, pero Fred y George parecían más bien confusos. Emma quería pedirle disculpas a Fred con la mirada, pero antes de que tuviera la oportunidad, alguien dejó una rana de chocolate cerca de su plato.

Cuando se giró a mirar quién había sido, Cedric estaba de pie junto a ella. Le guiñó un ojo y se marchó con sus amigos antes de que Emma pudiera darle las gracias. No podía creer que su interacción tan torpe sobre cuánto le gustaban las ranas de chocolate la hubiera llevado a pasar toda la tarde hablando con aquel chico al que no le podía quitar los ojos de encima. Emma miró la rana de chocolate con los ojos muy abiertos.

—Tendréis unos hijos preciosos —suspiró Maisie, apoyando la barbilla en la mano derecha y mirándola con ojos soñadores.

—Maisie, solo voy a darle clase, no me voy a casar con él —le recordó Emma, guardándose la rana en en bolsillo.

—Dale tiempo, dale tiempo —continuó Verónica pinchando.

Emma siguió disfrutando de su mousse mientras sus amigos la molestaban. Pronto, Maisie comenzó a contarles su cita con Oliver y se quedó enterrada bajo los brazos de Fred y Verónica, que la molestaban diciendo que ella sí que tendría hijos muy guapos con él.

George, aprovechando que los demás estaban distraídos, se acercó a Emma para susurrarle algo.

—Así que ese era el chico.

—¿Cómo? —preguntó Emma mientras abría su rana de chocolate. Aquella noche le daría una sobredosis de azúcar, pero no podía evitarlo.

—El otro chico. El día del castigo me dijiste que habías estado con otro chico al que a lo mejor le gustabas. Era Diggory, ¿no?

Emma casi se atraganta con el primer pedazo de chocolate. Miró alarmada hacia Fred, pero este seguía molestando a Maisie entre risas. Aquello se lo había confesado a George con la intención de molestarle, no esperaba que se acordara.

—¿Cedric? No, qué va. Prácticamente no había hablado con él hasta hoy.

George se quedó pensativo, mirando al plato.

—¿Entonces hay otro chico? —levantó la ceja y la miró con burla.

Emma se enfureció durante un segundo, pero luego se relajó mientras se deshacía el pedazo de chocolate sobre su lengua. Parecía ser que, lejos de sentir celos, George quería hablar con ella sobre su cita con Cedric y molestarla un poco, igual que los demás hacían con Maisie.

Como hacen los amigos, Emma. George es tu amigo.

—Nadie importante, George —respondió ella con una sonrisa. No pensaba decírselo por nada del mundo.

—Es alguien que conozco, ¿verdad? —continuó él, mirando a su alrededor—. ¿Es de Gryffindor?

—Que no es importante, George. Además, fue cosa de una vez.

—¿De una vez? ¿Tan penoso fue?—George alzó las cejas varias veces, ganándose un codazo de Emma.

—Oye, ¿te pregunto yo las cosas que haces con Anne?

—No, pero...

—¿Acaso tienes celos? —inquirió Emma copiando la forma en que la había mirado antes. Ahora era ella quien sonreía con burla.

—Eh...

George se puso nervioso y carraspeó. Fue a decir algo, pero se calló. Tragó saliva y respondió con seguridad:

—¿Por qué iba a ponerme celoso? Eras tú la que estaba súper enamorada de mí.

—¡Mentira! —exclamó ella alarmada, fingiendo sorpresa.

Oh, George, me gustas tanto —musitó él poniendo una voz chillona que no se parecía en nada a la de Emma—. Eres tan guapo...

—Serás idiota —Emma le regaló un codazo más, llamando la atención de sus amigos—. Claramente estaba confundida. Y ni siquiera me gustabas tanto.

—Soy difícil de olvidar, Em. Pero no pasa nada, trataré de ponerme lo más feo posible. Le pediré consejo a Fred.

Emma le dio un tercer codazo y puso los ojos en blanco. Definitivamente, George era idiota. ¿En qué momento había pensado que podían ser algo más que amigos?

—¡Sirius Black está en el castillo! —gritó un niño de segundo con lágrimas en los ojos.

Sirius Black había atacado a la Dama Gorda, o eso era lo que se aseguraba a voz en grito. Emma sentía el malestar y la inquietud de todos a su alrededor, y pronto se dejó llevar por la multitud de alumnos que marchaban de vuelta al Gran Comedor, donde los profesores habían hecho desaparecer las mesas y habían dispuesto cientos de sacos de dormir en el suelo.

Se tumbó en uno de los sacos y sonrió a Maisie, quien tenía al lado. Al girarse a su derecha, observó a George extendiendo su propio saco. Él observó su pijama con una sonrisa, como si se acordara de haberlo visto aquella noche en la que escucharon música en la sala común. Parecía que quería decir algo, pero fue interrumpido por la voz de Anne:

—George, ¿por qué no te tumbas a mi lado?

George miró a su novia como si estuviera muy sorprendido de encontrarla ahí, a pesar de que estaban todos los alumnos a su alrededor. Miró hacia sus amigos, casi como si esperara que alguno pidiera que se quedara. Después, miró a Emma y sus labios se torcieron en una mueca de culpabilidad.

—Claro, ya voy —musitó.

Fred tomó su sitio rápidamente y desenrolló su saco extendiéndolo con un gesto rápido.

—Espero que no te molesten mis ronquidos. George dice que parezco un oso hibernando.

—Es broma, ¿no? —preguntó Emma asustada. Le costaba mucho dormir si había ruido.

El chico hizo un gran ronquido y Lee le dio un golpe en la nuca, haciendo que Emma comenzara a reír.

Emma buscó a Harry entre los demás antes de que apagaran las luces. El pobre parecía inquieto, lo cual era completamente comprensible. Un prófugo que todos aseguraban que estaba loco se había colado en el castillo, y tenía toda la pinta de que estaba buscándole a él. Se suponía que Hogwarts era el lugar más seguro del mundo, pero Emma pensaba que si él se había colado con tanta facilidad, desde luego no podía estar tan protegido.

Cuando Harry notó la mirada de Emma puesta encima de él, ella le dedicó una sonrisa reconfortante y le levantó el dedo pulgar. Tal vez, Harry pensó que Emma había visto el futuro y sabía que aquella noche iría bien, porque pareció mucho más calmado después de eso y se quitó las gafas para dormir.

Después, Emma siguió con su recorrido visual por el comedor. Keira estaba metida dentro de su saco de dormir masticando un trozo de varita de regaliz, y Alfred estaba en una esquina hablando con la profesora McGonagall.

Después, divisó a George junto a su novia. La había tomado en la mano y le hacía caricias sobre la palma. Emma suspiró, observándoles con una nostalgia que no comprendía de dónde salía. Anne parecía tan enamorada que incluso a Emma le daban ganas de sonreír al ver lo feliz que se encontraba junto a George.

A unos cuantos sacos más a la derecha, encontró a Cedric, que tenía un libro pequeño entre las manos y leía algo con mucho interés, apuntando su varita para iluminarse las páginas, mientras sus amigos charlaban a su alrededor. Sonrió para sí misma al ver a Cedric tan sumergido en su libro y se tumbó en su saco.

Pasados unos cuantos minutos, cuando todas las voces se acallaron y dieron paso a las pesadas respiraciones de los alumnos dormidos, Emma seguía removiéndose de un lado a otro, incapaz de conciliar el sueño.

—¿A ti también te cuesta dormir en el suelo? —susurró Fred, tratando de no despertar a sus compañeros.

Emma se incorporó levemente al escuchar su voz. Comprobó que no había ningún profesor vigilando en aquel momento.

—No es el suelo. Es la situación.

Fred asintió. Se puso a buscar enseguida a su hermano, como si le costara estar lejos de él en ese momento.

—Será idiota —espetó Fred, mirando a George.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Emma con una sonrisa tranquila.

—Está ahí durmiendo con esa chica. No llevan ni dos semanas saliendo —bufó—. Es rarísimo, jamás le he visto comportándose así.

—Tal vez se haya enamorado de verdad.

Fred levantó una ceja con incredulidad.

—No sé, la verdad. No es que hable mucho de ella —musitó, pasándose una mano por la sien—. A veces me da la sensación de que se olvida de que es su novia.

Emma miró también a George. Estaba plácidamente dormido. No divisaba del todo su rostro, pero le daba la sensación de que dormía profundamente.

—¿Sabes de quién habla sin parar? —preguntó Fred. No esperó a que Emma respondiera—. De ti. Me ha contado ya tres veces lo que pasó en el castigo. Y antes no dejaba de refunfuñar por Cedric.

Será pesado.

Emma quería preguntarle si George le había contado lo de su confesión, pero si lo había hecho, Fred no dijo nada. Se quedaron unos segundos en silencio, cavilando sus siguientes palabras.

—Emma, tenemos que hablar de lo del otro día.

Emma temió durante unos instantes que el chico tratara de besarla de nuevo, pero él no parecía tener esas intenciones. Estaba más bien pensativo, como si quisiera meditar bien lo que iba a decir.

—Me da la sensación de que tú y yo siempre tenemos algo de lo que hablar, Fred.

—Voy a decirlo yo antes de que lo digas tú: no deberíamos volver a besarnos.

Emma aguantó la respiración durante un segundo, lo que tardó en mirar a su alrededor y comprobar que nadie los había escuchado. Cuando se aseguró de que había sido así, dejó escapar el aire y miró de nuevo a Fred.

—Estoy de acuerdo. Creo que no nos va a llevar a ninguna parte y...

—Te prefiero como amiga —terminó Fred.

Ambos sonrieron en la oscuridad. Emma notó que se quitaba un gran peso de encima.

—Y yo a ti como amigo.

Fred le tendió la mano con una amplia sonrisa.

—Es oficial. Ahora seremos mejores amigos.

Ella asintió y sonrió. Luego se abalanzó sobre él y le dio un gran abrazo. El chico le correspondió con alegría y luego depositó un beso en su cabello.

—Mucho mejor —suspiró Emma tras alejarse y volver a cubrirse con la tela del saco, pues hacía bastante frío—. Pero será mejor que nadie se entere de lo que pasó.

—Ya. Si mi hermano se enterara, no creo que se lo tomara muy bien.

Sus miradas se dirigieron a George una última vez.

—Sí, será mejor que George jamás se entere.

¡Ay, tenía muchas ganas de subir este capítulo, aunque el siguiente es de mis favoritos!

¡Muchísimas gracias por leer, votar y comentar! Decidme qué os está gustando y qué no, qué pensáis que puede pasar, etc.

🌸 Nos vemos en pocos días 🌸

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