Capítulo 14 · Weasley ·
En el aula de Pociones se escuchaba un silencio tan fuerte que casi daban ganas de taparse los oídos.
En realidad, sí que se escuchaban los sonidos que hacían Emma y George al asear la clase, cada uno en su rincón. Se escuchaba a George barrer el polvo y a Emma colocar uno a uno los frascos conforme los iba terminando de fregar.
Pero lo hacían sin mediar palabra porque ninguno de los dos se atrevía a hablar, y eso multiplicaba el silencio por dos. Emma le acababa de confesar sus sentimientos para que él tuviera que hacerse cargo de ellos y él no podía dejar de pensar en eso. Estaba repasando cada uno de los momentos junto a ella, intentando ver cuándo había ocurrido todo frente a sus ojos sin que él se diera cuenta. Ella, por su parte, estaba intentando no reírse de puro pánico mientras evaluaba lo que había hecho.
La tensión en el ambiente era tan palpable que Emma se sentía agobiada, como si le costara respirar. No dejaba de pensar en que George no había vuelto a comentar nada sobre la confesión, lo cual era rarísimo porque, en primer lugar, George nunca se callaba, y en segundo lugar, si se lo había tomado a broma, no estaba riéndose. El silencio era peor que sus chistes. Emma estaba intentando convencerse de que había hecho lo correcto, pero todavía le temblaban las manos.
Te has vuelto completamente loca, Emma. ¿En qué demonios estabas pensando?
Esperaba que de verdad le sirviera para pasar página. Sentía que había estado guardando un secreto y deseaba que, ahora que había salido a la luz, George fuera un poco más considerado con ella al saber sus sentimientos. A pesar de que siguiera saliendo con Anne.
Estaban terminando ya la limpieza cuando se escuchó una risilla traviesa en alguna esquina del aula. Emma se topó de bruces con Peeves, uno de los fantasmas del colegio, sobrevolando la estancia. George compartió un par de palabras con él, pero Emma decidió ignorarlo porque prefería no llamar su atención. No terminaba de comprender por qué los profesores dejaban al poltergeist campar a sus anchas con total impunidad cuando muchas de sus bromas eran verdaderamente pesadas. Había estado tres horas una noche intentando limpiar una masa pringosa verde del pelo de Keira y de una de sus amigas, y las pobres habían pasado toda la semana con el pelo de ese color. Los profesores le habían dicho que no se enfadara por algo así, que eran tradiciones del colegio con las que echarse unas risas.
Yo no le veo la gracia.
—¿Qué tenemos aquí? ¿Acaso no hay nada mejor que hacer que limpiar cristales en este castillo? —se burló el fantasma con una risilla.
—No estamos aquí por voluntad propia, Peeves —renegó George.
—Entonces es un castigo. —Se rio, haciendo sonar el cascabel de su horroroso gorro—. ¿A quién habéis enfadado?
—Al profesor Snape —masculló Emma en voz baja. Se había imaginado su rostro en la superficie de todos los recipientes que había lavado, y pensaba que por eso relucían tanto ahora, por la fuerza con la que había frotado.
Peeves empezó a reírse todavía más, con evidente intención de ponerlos de los nervios, pero ninguno le siguió la corriente. Emma vació el cubo de agua sucia sobre la pila y abrió el grifo para rellenarlo de nuevo. Se agachó un segundo para buscar algo con lo que fregar el suelo, pero al mirar de reojo, observó a Peeves examinando concienzudamente los recipientes que acababa de ordenar sobre el estante.
—Aquí te has dejado una mota de polvo —anunció, señalando uno de ellos.
Emma se acercó con el ceño fruncido. Odiaba que criticaran su trabajo cuando sabía que estaba bien hecho.
—No es verdad, están relucientes.
—No, yo veo suciedad por todas partes. Aquí —señaló el fantasma, apuntando hacia otro frasco—. Aquí, aquí, aquí —continuó, señalando varias partes de la estancia—. Y aquí —terminó, señalando a Emma.
—No digas tonterías, acabo de salir de la ducha —repuso la chica poniendo los ojos en blanco.
—¡Entonces no te importará volver a meterte!
Emma iba a preguntar a qué se refería, pero entonces el cubo de agua que había estado llenando cayó sobre ella y la mojó de pies a cabeza, sin dejar apenas una sola parte de su cuerpo a salvo del agua. Un agua que, además, estaba completamente helada. Emma chilló, más por la sensación de las agujas de hielo clavándose en su torso que por la impresión. Su cuerpo se sacudía con un escalofrío, lo cual solo causó que el fantasma se riera todavía más.
—¡Peeves! ¡Serás...! —maldijo George—. ¡Ven aquí!
Pero el fantasma atravesó la pared y se marchó entre carcajadas, a sabiendas de que George no podría hacerle nada sin su varita. Emma soltó un nuevo grito de frustración en dirección a la pared por la que se había esfumado el poltergeist.
—¿Estás bien? —inquirió George con cautela, acercándose a ella para intentar ayudar de algún modo.
Ella le devolvió la mirada, como diciendo "¿tú que crees?". Estaba completamente empapada, y el cabello se le quedaba pegado a los costados de la cara sin que pudiera evitarlo. Los pantalones y las botas estaban un poco más secos, pero el pelo y el jersey chorreaban agua sin parar. Emma soltó un nuevo grito de exasperación y se escurrió el cabello sobre el suelo, dejando que cayera un buen chorro de agua.
—¡Maldito fantasma! —gritó ella, apretando los dientes—. ¡Me las va a pagar!
Se quitó el jersey mojado y lo llevó hacia la chimenea más cercana para que se secara más rápido. Si hubiera tenido su varita habría podido secarse, pero sin ella no tenía más remedio que esperar a que se secara de manera natural. Se quedó un minuto frente al fuego tratando de entrar en calor, pero era casi noviembre y aquel día hacía muy mal tiempo, así que las mazmorras estaban más frías de lo normal. El frío parecía filtrarse por las paredes, y la humedad normal de aquella estancia, que estaba construida bajo tierra, hacía que el helor le penetrara los huesos. Agradeció haberse puesto una camiseta bajo el jersey, porque al menos tenía algo con lo que cubrirse mientras esperaba a que se secara el jersey.
—Estás tiritando —susurró George tras ella—. Toma, o te pondrás enferma.
—Si no nos p... ponemos todos enf... fermos después del partido de hoy s... será un milagro —balbuceó Emma, incapaz de hablar bien por lo mucho que temblaba.
Se giró a tiempo para ver cómo George se quitaba su chaqueta y se la tendía sin dudar. Tenía su apellido grabado en la espalda, y aunque no era tan caliente como el jersey que llevaba antes, al menos estaba seco. Emma miró la prenda unos segundos y finalmente la tomó con resignación y una ligera sonrisa de agradecimiento. Quería ser humilde y rechazarla, al menos por educación, pero le castañeaban tanto los dientes que no tenía ánimos de formar una frase tan larga.
George la observó con la camiseta de tirantes pegada al cuerpo y tuvo que desviar la mirada antes de que se notara el rubor de sus mejillas. Había algo íntimo en ese intercambio de prendas de ropa, algo que era ligeramente incómodo tras su anterior conversación. Emma observó rápidamente al ponerse la chaqueta que le quedaba ridículamente enorme, pero la tela aún guardaba el calor corporal de George, así que Emma se abrazó a sí misma para tratar de traspasarlo a su piel.
—Gracias —murmuró, notando calor al instante—. ¿Ahora no tendrás tú frío?
—Nah —aseguró George sonriendo—. Te hace más falta a ti.
El pelirrojo se giró para seguir limpiando y Emma decidió premiarse tras el mal momento que había pasado dedicándose a mirarlo de reojo.
¿Por qué tiene que ser guapo el muy idiota?
Se alejó todo lo posible hacia su esquina, y decidió que, mientras terminaba de arreglarlo todo, podía hacer una lista mental de todas las razones por las cuales era mejor que solo lo viera como un amigo y nada más.
Sin embargo, sabía que mientras llevara puesta su chaqueta, aquella tarea sería completamente imposible de llevar a cabo. Emanaba su perfume característico, y la tela parecía que podía transformarse en sus brazos y darle uno de esos abrazos que él solía dar, tan fuertes que casi dolían.
Cuando el profesor Snape regresó a comprobar los resultados del castigo, la clase de Pociones estaba relucía. Miró con desaprobación el cabello empapado de Emma, y poco le importó la explicación que ella le dio al respecto. Les devolvió sus varitas y los instó a llegar al Gran Comedor de inmediato, donde ya se había servido la cena.
El camino hasta aquel lugar se hizo completamente en silencio. Ninguno de los dos parecía tener un tema lo suficientemente banal que compartir, así que se mordían la lengua mientras intentaban caminar cada vez más deprisa. Se suponía que habían arreglado sus diferencias y ahora estaba todo bien entre ellos, pero la confesión de Emma había vuelto a cambiar la naturaleza de su relación.
¿Y si le digo que era todo una broma?
Las miradas de los demás nada más llegar al Comedor hicieron que se olvidara de aquella mentira. Emma tardó menos de un segundo en alejarse todo lo posible de George, puesto que al llevar una chaqueta con su apellido, su proximidad podía dar pie a pensar algo que no era cierto. Emma se apresuró a buscar un hueco libre entre sus amigas, tan alejada de los chicos como le era posible.
—¿Todo bien? —le susurró Hermione, intentando averiguar la respuesta a su pregunta antes de que Emma pudiera abrir la boca.
—Eso, cuenta —pidió Verónica en voz baja, claramente divertida—. Todo el mundo se ha enterado de lo de la pelea.
—¿Qué?
Alarmada, miró hacia el lado de la mesa donde estaban los chicos, pero estos arecían entretenidos hablando con Ron y Percy, como si no estuvieran teniendo en absoluto la misma conversación que ellas. Emma volvió a mirar a sus amigas y bajó la voz, propiciando que las demás acercaran sus cuerpos para formar un pequeño corro.
—He arreglado las cosas con George—contó ella en voz baja—. Le he dicho la verdad.
—¿Que te gusta? —saltó Maisie, sin creer lo que escuchaban sus oídos.
—Espera, ¿te gusta George? —susurró Hermione antes de abrir la boca de par en par—. ¡Eso no lo sabía!
—¡Shhh! —Emma temió que lo escucharan los demás—. Nooooo. Bueno, me gustaba un poco, pero ya no.
Muy creíble eso, Emma, claro que sí.
—¿Ya no te gusta? ¡Si te gustaba hasta hace poco! —aseguró Verónica, haciendo bailar el trozo de judía verde que tenía pinchado en su tenedor—. ¡Estoy segura de que esta mañana aún te gustaba!
—Bueno, he decidido que no quiero que me guste más —se corrigió Emma—. Prefiero que seamos solo amigos.
—Creo que no puedes elegir que alguien te deje de gustar, Em—comentó Maisie con una sonrisa, alargando la mano para peinar el flequillo de Emma con alma maternal.
—Bueno, yo lo voy a intentar —aseguró ella encogiéndose de hombros como si estuviera cargada de determinación—. Además, ahora que le he dicho que había decidido pasar página no puedo echarme atrás. Tengo orgullo.
—Yo también tendría orgullo si dos chicos como George y Oliver se pelearan por mí, seguro que ha sido una pelea muy sexy —suspiró Verónica con una sonrisa. Emma le dio un buen empujón—. Además, Fred está súper enfadado con su hermano. Mira, ni siquiera se hablan. Seguro que es por ti también.
Era cierto. Emma notó que George hablaba con Lee y Fred con Ron, pero no entre ellos. Se topó sin querer con la mirada de Fred y este inevitablemente observó la chaqueta de su hermano que ella llevaba puesta. Emma miró hacia su plato. Tenían una conversación pendiente.
Esto no es pensar en quaffles y aros, Emma. Es todo lo contrario.
—Emma, por favor, ¿podemos hablar?
Era inevitable que Fred terminara encontrándosela de un momento a otro. Emma había sido muy consciente de que aquel día por fin tendrían aquella conversación. No sabía si había sido su don o simple intuición, pero se había levantado sintiéndose más preparada que nunca.
Observó que la última palabra que había escrito sobre su pergamino había sido tapada por una gota de tinta que había caído de su pluma. Apretó los dientes con resignación antes de dejarlo todo de lado y girarse para mirar a Fred con culpabilidad.
—Vayamos a otro sitio —propuso, ganándose un asentimiento por parte del pelirrojo.
La biblioteca, desde luego, no era el lugar idóneo para tener esa conversación. El silencio hacía que cualquiera pudiera escuchar hasta el más mínimo susurro.
Recogió sus cosas y siguió al chico, que la llevó por los pasillos durante un buen rato hasta que llegaron a un tapiz de dos brujas sujetando sus varitas y apuntando hacia el cielo. Emma le preguntó a Fred por qué la llevaba hasta allí, pero él puso un dedo sobre sus labios para indicar que guardara silencio y miró a su alrededor, para asegurarse de que nadie les veía. Cuando comprobó que nadie miraba, deslizó el tapiz y Emma vio que parecía ser un corto pasillo que llevaba hasta una puerta de madera.
Emma notó una punzada de adrenalina. Había leído sobre las habitaciones secretas que había escondidas por todo el castillo, pero hasta entonces no había encontrado ninguna. Fred abrió la puerta y la invitó a pasar primero, tan nervioso que Emma podía escuchar cada vez que tragaba saliva. Recorrieron unos diez metros de pasadizo hasta llegar a una pequeña habitación, casi completamente vacía excepto por una ventana que daba al lago, un montón de alfombras viejas, un sofá lleno de polvo y una estantería con libros desgastados.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Es uno de los muchos pasadizos secretos de Hogwarts. George y yo los conocemos casi todos —anunció, pasándose las manos con nerviosismo por la corbata.
—Pero... ¿cómo?
—Eso es nuestro secreto.
No tomaron asiento porque parecieron darse cuenta de que ahora que habían llegado a la habitación, era el momento de ponerse a hablar. Los dos eran tímidos para ese tipo de interacciones, pero Emma era mucho más impulsiva y no pudo evitar comenzar a farfullar, intentando decir algo coherente para tratar de acabar con la conversación lo antes posible.
—Fred, yo...
—Siento haberte besado, Emma. Lo siento mucho. No leí bien la situación.
Fred habló de manera atropellada, como si lo hubiera estado pensando mucho antes de decirlo y le hubiera salido todo en cascada. Emma dejó escapar el aire con fuerza por la nariz. Sentía que no era él quien debía pedir perdón.
—No, pero...
—Déjame seguir, por favor. Llevo unos cuantos días pensando en qué decirte y si no se me va a olvidar —suplicó el chico antes de coger aire—. Mira, me gustas desde que te conocí, pero no se me da bien hablar con chicas, o no tan bien como a mi hermano... Cuando vi que te gustaba, tuve la estúpida idea de convencerte de que le pusiéramos celoso para que pudiéramos pasar más tiempo juntos tú y yo y así, a lo mejor...
—Me fijaría en ti —terminó Emma, por fin comprendiéndolo.
Fred cerró los ojos. Claramente, le daba vergüenza hablar de aquello, mucha más que a Emma. Ella le miró en silencio. Observó lo poco peinado que llevaba el cabello, el rubor de sus mejillas y su corbata granate y dorada aflojada. No recordaba habérsela visto bien atada ni una sola vez.
No pudo evitar que le saliera una sonrisa. Fred desprendía una especie de calidad hogareña, a pesar de que Emma sabía que solía tener las manos muy, muy frías en comparación a las de George.
—Era un plan estúpido, no me extraña que no funcionara —comentó él, evitando reírse—. Por eso el otro día, como no supe explicártelo, te besé. No sé qué me pasó por la cabeza, pero...
—Está bien, Fred, no pasa nada, de verdad.
—Sí pasa, porque ahora no quieres hablarme y claramente estás incómoda porque no te gusto y no sabes cómo decírmelo.
—No es eso, Fred.
El chico suspiró y se puso las manos en los bolsillos. Emma se arrancaba las pielecitas del labio con los dientes, intentando procesar todo rápidamente para que se le ocurriera una forma de arreglar la situación antes de que fuera demasiado tarde. No podía volver a huir de los problemas, eso no era lo que su madre le había enseñado.
—George se ha portado como un idiota contigo y creo que ayer se dio cuenta de que le gustabas, porque le oí decírselo a Lee. Cuando te vi con su chaqueta yo... —bufó—. Soy tonto. Me gusta una chica por primera vez y va y se enamora de mi hermano.
—No estoy enamorada de tu hermano —le corrigió—. Ni lo estaré. He decidido que es mejor que seamos solo amigos...
Él la miró con la ceja levantada, como si no terminara de creérselo.
¿Por qué nadie me cree?
Sus amigas habían hecho el mismo gesto. Emma estaba muy dispuesta a dejar de lado aquel estúpido enamoramiento platónico porque Anne le parecía buena chica y porque prefería no perder la amistad de George. No creía que fuera a ser muy complicado, pero los demás no parecían tener la misma opinión. Estaba claro que ella no tenía experiencia en aquel tipo de situaciones, pero no pensaba que dejar de lado algo así fuera difícil.
¿No lo es, no? Es la primera vez que me gusta alguien, pero no puede ser difícil que me guste alguien más.
Justo entonces, pensó en lo que Fred acababa de decir.
—Espera, ¿nunca te había gustado una chica?
Fred hizo una mueca de incomodidad, tan evidente que solo le faltó esconder la cara bajo su jersey. Emma sonrió con ternura y le puso la mano sobre el brazo, sintiéndose de repente muy identificada con él. Por un segundo, tuvo miedo de que aquel gesto la llevara tener una nueva visión, pero no apareció nada nuevo en su mente.
—Siento haber sido una decepción, entonces —se disculpó, apenada—. Y siento no haberme dado cuenta antes. Más de una persona me ha dicho que me había fijado en el hermano equivocado.
Fred se rio, rascándose la nuca con nerviosismo. Parecía que se debatía entre aceptar el halago o pensar en lo que verdaderamente llevaba detrás. Emma se había fijado en su hermano y no en él.
—George es un buen chico en realidad, Emma. Y seguro que haríais mejor pareja de lo que tú y yo jamás podríamos hacer, los dos sois igual de... —Hizo un gesto con las manos, como una explosión—. Pero no he podido evitar fijarme en ti, se ve que tengo mala puntería. Siempre dicen que él es el mejor golpeador de los dos, claro...
—De nuevo, no quiero nada con George, Fred. Y mucho menos quiero un novio. Tengo que centrarme en ponerme al día con los estudios y en el Quidditch, y nada más.
—Bueno, eso me alegra. Así se hará más fácil intentar hacerme a la idea de que nunca seremos nada y moriré solo.
—¡Fred! —gritó ella, escandalizada por su pesimismo.
El chico dejó escapar una triste carcajada. Ella sonrió al ver que la tensión del ambiente se estaba disipando por fin y podían hablar como antes de que todo se estropeara. Con George no había sido tan sencillo.
—¿Qué? —exclamó el chico con guasa—. Ahora que sabes que me gustas al menos puedo lamentarme en voz alta, es muy difícil guardarse algo así para uno solo, ¿sabes?
Y que lo digas.
—Al menos no me pegaste una bofetada cuanto te besé.
Emma se sonrojó pensando en aquel beso. Lo había recordado mucho más a menudo de lo que le gustaba admitir.
—¿Lo hice bien? —preguntó él en voz baja.
—¿Cómo?
—Si te besé bien, al menos.
El aura de Fred era del color rojo más intenso. Emma tuvo una sospecha.
—Fred, ¿era tu primer beso?
El tono de sus mejillas respondió por él. Emma se llevó una mano a la frente al darse cuenta de lo que había hecho.
Era su primer beso. Y yo me fui corriendo.
—Estuvo muy bien, Fred. Si me fui corriendo fue porque soy tonta, no porque no me gustara.
—¿Te gustó? —preguntó él, atreviéndose a mirarla a los ojos.
Emma frunció los labios. Sentía que se le iba a salir el estómago por la boca si los abría. Era más sencillo ser sincera si Fred no la miraba, pero ahora parecía cargado de una nueva seguridad y eso hacía que la suya se empequeñeciera poco a poco.
Era una pregunta injusta. Emma no podía mentir. Si le decía que no le había gustado, heriría sus sentimientos. Si le decía que sí le había gustado, se exponía demasiado.
Así que dijo lo que pensaba en ese momento.
—No puedo decir que yo sienta lo mismo que tú, Fred, pero aquel beso me gustó. Esa es la verdad.
El chico sonrió con timidez y se pasó la lengua por los labios. Emma tragó saliva. No pensó en absoluto en George al ver a Fred mirándola de esa manera. Ni siquiera cuando observó sus pecas, ni la vena de su cuello, ni lo suaves que parecían sus labios.
—¿De verdad? No hace falta que me mientas para hacerme sentir mejor, Em.
—No había pensado en ti de esa manera hasta el beso, Fred...
No pudo terminar de decir aquello, porque lo siguiente que notó fueron las manos de Fred alrededor de su rostro y sus labios uniéndose con los suyos, de nuevo. Emma reaccionó esta vez y posó sus manos sobre el pecho del chico, y se dejó hacer.
Tal vez, no fuera la mejor de las ideas, puesto que acababa de afirmar que no estaba interesada en ningún chico y que prefería centrarse en otras cosas, especialmente tras lo mal que había salido con George.
Pero Fred la había presionado contra la pared y notaba sus manos alrededor de su cintura y no había mucho que pensar mientras estaba ocurriendo algo como eso. Sentía un nerviosismo de lo más positivo en el centro de su pecho, como unas cosquillitas en la boca del estómago, así que trató de aferrarse a ese sentimiento como pudo, pues no ocurría muy a menudo.
Su corazón se aceleró cuando notó el cuerpo de Fred contra el suyo, y la mano de él posándose sobre su pierna, muy cerca de final de la falda. Como Emma no dijo nada, Fred acarició su piel, lo que provocó un estremecimiento por toda su columna vertebral. Para no haber besado nunca a nadie, Fred besaba muy bien. Subió la mano hasta su cintura y la llevó hasta el sofá lleno de polvo, sin dejar de besarla.
Emma, ¿a ti te gusta Fred o no?
Esto no está bien.
—Fred —interrumpió ella entre besos. El chico la besó una vez más antes de separarse—. Fred.
Fred se quedó a unos cuantos centímetros de ella y la miró con una sonrisa antes de alejarse de nuevo. Emma se incorporó y se quedó sentada. No es que pudiera alejarse demasiado de él en ese sofá, pero intentó apartar un poco la cara para poder mirarle bien a los ojos. Ambos respiraban muy rápido, así que a Emma le costó formular las siguientes palabras.
—Fred, no quiero que pienses que...
—Que quieres salir conmigo, ya.
Emma asintió, avergonzada. Él no parecía tan disgustado como antes.
—Estoy muy confundida. Nunca me ha gustado nadie antes de...
—Antes de mi hermano —terminó él.
Ella bajó la cabeza lentamente. Tenían que prometerse que aquello no iba a volver a ocurrir.
—Mira, no te digo que quiera salir contigo, Em, porque sé que no es lo que quieres —explicó él, llevándose las manos a la punta de su corbata—. Lo único que no quiero es que esto estropee nuestra amistad.
Aquello llamó la atención de Emma, por lo maduro que sonaba. Ella acercó también sus manos hacia la punta de su corbata para jugar a enrollarla y desenrollarla. Fred tragó saliva.
—No, claro que no vamos a dejar de ser amigos —murmuró ella, subiendo las manos del pecho del chico al cuello de su camisa.
Fred se quedó en silencio, mirando a Emma juguetear con su corbata. La luz de la tarde entraba por la ventana e impactaba de lado en su rostro, haciéndolo brillar con destellos dorados. Emma estaba ligeramente despeinada tras haber sido apoyada contra la pared, y tenía las mejillas muy sonrojadas por encima de su piel morena.
—No te gusto, entonces —repitió Fred. Colocó las manos sobre las clavículas de Emma y luego deslizó una hasta la corbata de ella, jugando igual que estaba haciendo Emma con la suya.
Emma hizo una mueca. No quería responder porque, tal vez, decir que no era una mentira cuando acababan de besarse.
Me gusta besarte.
Y te querría volver a...
—¿Pero te puedo volver a besar? —murmuró Fred, interrumpiendo sus pensamientos.
Emma se lamió el labio inferior. Pareció ser suficiente respuesta para Fred, que tiró de la corbata de Emma para colocarla sobre su regazo, abrazándola por la cintura y volviéndola a besar, una vez más.
No hay forma de que esto salga bien.
Oops, I did it again 😇
¿Qué puede salir mal? JAJAJAJA
¡Muchísimas gracias por leer, votar y comentar! Así sé que estáis ahí 🌺 ¡Sois lo mejorcito!
¿Qué sois, #TeamFred o #TeamGeorge?
Como pista, puede que dentro de poco tengamos que cambiar esos hashtags 😏
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