Capítulo 13 · Castigo ·
Se encontraban discutiendo sobre el cuerpo inconsciente de Harry en la enfermería. El chico había sobrevivido y Emma estaba hecha un manojo de nervios, a pesar de que Angelina y Katie intentaban calmarla con halagos a las habilidades de Madame Pomfrey. Había sido, sin duda, el partido de quidditch más intenso que había vivido jamás, y eso que el estilo de juego americano era un poco más rápido y bruto. Entre el temporal, la pelea a lo no-maj de los chicos en el vestuario, y el accidente, Emma todavía estaba intentando procesar los sucesos.
Solo cuando Harry abrió sus enormes ojos verdes sintió que podía respirar mejor. En su interior sentía que podría haberlo salvado. Sabía que se iba a caer y solo le había dado una estúpida advertencia, y eso estaba comiéndola por dentro. Si había alguien que merecía ser salvado gracias a su don era Harry Potter, el pobre chico ya había pasado por suficientes tragedias como para ahorrarse más desgracias.
—¡Harry! —dijeron ella y Hermione a la vez.
El chico miró a su alrededor y vio al equipo de quidditch de Gryffindor y a sus amigos. Todos estaban completamente empapados y llenos de fango, especialmente Emma, que tenía gotas de barro en las mejillas y sus trenzas todavía dejaban surcos de agua sobre la túnica. La chica lo miraba con tanta preocupación que Harry se quedó observándola unos segundos con las mejillas del mismo color que su uniforme.
Entre todos le explicaron lo que había sucedido, y el joven parecía más disgustado por haber perdido el partido que por haber caído desde tanta altura tras un ataque de los dementores. Eso fue, por supuesto, hasta que Ron le enseñó cómo había quedado su escoba tras haber terminado entre las ramas del Sauce Boxeador. Tan solo pudo mostrarle un montón de trozos de madera que jamás podrían recomponer su amada escoba.
—Harry.
Cedric Diggory, con su hermoso pelo dorado echado hacia atrás y la ropa completamente empapada, se acercó a ver a su rival. A pesar de su victoria, su rostro mostraba una derrota total.
—Harry, siento mucho lo ocurrido. He intentado pedir que se vuelva a repetir el partido, no ha sido justo —se excusó, rascándose en la nuca—. Lo siento, de verdad. No he visto cómo te caías, estaba tan alto que solo veía las nubes y la snitch.
—No pasa nada —aseguró Harry, verdaderamente apenado—. Ha sido justo, el quidditch no se detiene por nada.
—Bueno, quería que supieras que al menos lo he intentado.
Emma se quedó absorta mirando a Cedric disculparse por algo por lo que no tenía la culpa. De verdad pensaba que si a ese chico le salieran de repente alas y dijera que era un ángel caído del cielo, ella se lo creería, porque le costaba comprender cómo alguien podía tener ese rostro y esa sonrisa y ser mortal como ella.
Oliver ni siquiera estaba presente en ese momento. Los demás bromeaban con que estaba intentando ahogarse en las duchas tras lo ocurrido en el partido, y Emma tenía la ligera sospecha de que tal vez fuera cierto, pero pensaba que el chico necesitaba su privacidad. Estaba claro que cada uno encajaba las derrotas a su manera. Ella, por su parte, tendía a reunirse con sus compañeros de equipo y hablar de cualquier cosa menos de quidditch.
Pero eso iba a ser complicado en ese momento, con Harry en la cama, Oliver desaparecido y George y Fred claramente enfadados el uno con el otro, por cómo estaban separados y evitaban mirarse. Emma suponía que Fred se había enfadado con George por el numerito del vestuario, y lo cierto era que tenía todo el derecho. Había estado fuera de lugar.
—Vamos, es momento de dejar a Harry descansar —intervino la voz de la señora McGonagall, que había entrado a la enfermería seguida del profesor Dumbledore, el profesor Lupin y el profesor Snape—. Ya podéis regresar todos a la sala común.
Los amigos dejaron escapar un gruñido de fastidio y comenzaron a despedirse de Harry. Emma le guiñó un ojo y se giró para marcharse, pero se topó de bruces con Snape, que tenía agarrado a George de la solapa del uniforme.
—Blackwood, Weasley, debéis presentaros dentro de quince minutos en mi despacho. Os recuerdo que estáis castigados —anunció Snape con su voz monótona y sin emoción de siempre.
Mierda, el castigo del domingo. Hoy es domingo.
Ya ni lo recordaba. Miró a George con agonía y suspiró, asintiendo con pesadez. Se marchó corriendo a su habitación para darse una ducha caliente y ponerse ropa seca. Quince minutos era muy poco tiempo y una parte de ella quería llegar tarde porque, total, ya estaba castigada. Sin embargo, no se atrevía a ser tan insolente con un profesor como Snape. Le parecía que bastaba con solo mirar en su dirección para caerle mal.
George llegó cinco minutos tarde, aunque también se había cambiado y ahora llevaba una chaqueta del equipo de quidditch con su nombre bordado en la espalda. Snape le recriminó por llegar tarde, por supuesto, a lo que George simplemente contestó que le habría sido imposible cambiarse y llegar de una punta del castillo a la otra en solo quince minutos.
Su castigo consistía en limpiar a mano el aula de Pociones, incluidos todos los recipientes y frascos, uno a uno. Se aseguró de quitarles sus varitas y guardarlas en un cajón que selló con un hechizo.
—Volveré dentro de dos horas —anunció el profesor Snape junto a la puerta—. Si no está todo impecable, os quedaréis hasta la medianoche.
—¡Pero estamos muy cansados por el partido! —se quejó George.
—Así lo pensarás mejor antes de gastar bromas en clase y perjudicar a tu compañera. No creas que no sé de quién fue la idea —respondió Snape antes de cerrar con fuerza la puerta.
Se quedaron en silencio durante unos segundos.
Era doblemente incómodo porque verdaderamente no se escuchaba nada en esa mazmorra al estar alejada del resto de las habitaciones comunes del castillo. Las paredes de piedra tapiaban la sala, haciendo que Emma se sintiera muy cerca de George y muy lejana a todo lo demás. Y ahora mismo no le apetecía estar cerca de él.
Con un chasquido de su lengua y un evidente gesto de resignación en su rostro, Emma agarró una esponja y un cubo de agua con jabón y se lo llevó todo a una esquina para empezar a limpiar recipientes. Por unos segundos, solo se escuchaba cómo la esponja frotaba contra el cristal de uno de los frascos.
—¿No vas a decir nada? —masculló George cinco minutos después, tras intentar rascar una poción quemada del fondo de un caldero y maldecir a Snape una y otra vez.
Emma desvió la mirada hacia él durante un segundo, levantó la ceja y suspiró con desgana.
—¿Sobre qué?
El chico frunció el ceño. Parecía ser que en su cabeza había estado manteniendo esa conversación en silencio con Emma y ahora se extrañara de que ella no hubiera sido partícipe en ningún momento más allá de su imaginación.
—Sobre lo de antes.
—¿Sobre la caída de Harry o sobre el espectáculo lamentable del vestuario?
Se guardó las ganas de sonreír con satisfacción porque en realidad no le veía la gracia. Ver a Oliver y a George pegarse así tras mencionarla a ella era algo que no había pedido jamás que ocurriera. No podía decir que no lo había visto venir, porque lo cierto era que hacía unas semanas había tenido la visión que le mostraba que George se enfadaría así con alguien y Fred lo frenaría, pero no había esperado que ocurriera aquel día y que el objetivo fuera Oliver.
George dejó el cepillo que estaba usando sobre la mesa y dio unos cuantos pasos hacia ella antes de cruzarse de brazos.
—Sabes perfectamente que ha empezado Oliver. Ha sido él quien ha dicho que no estaba jugando bien.
Emma levantó ambas cejas, como diciendo que aquello no era mentira, lo que enfadó más a George.
—Mira, George, te he visto jugar otras veces y sueles estar más avispado. No pasa nada por admitirlo, no todos podemos tener un buen día.
El pelirrojo abrió la boca como si fuera a decir algo y luego la cerró. Se quedó pensando unos segundos antes de volver a hablar.
—Solo digo que él estaba también demasiado ocupado mirándote todo el rato y me molesta que me reproche eso.
—¿Cómo sabes que estaba mirándome? Ah, claro, porque no estabas con la vista puesta en las bludgers. Estás dándole la razón. ¿Te recuerdo que me han dado en el brazo cuando estabas cubriéndome?
—¡No es eso a lo que me refiero! —exclamó el chico, exasperado, dando un paso más hacia ella—. ¡Me refiero a que se queja de mi relación cuando es igual que la suya!
—Nuestra relación no tiene nada que ver con la tuya, George.
La mía no existe, por ejemplo.
—No, claro que no, porque yo no soy un idiota obsesionado con el Quidditch.
—No te metas con Oliver —advirtió ella apuntándole con el dedo, amenazadora.
Él se rio con ironía. Hasta cuando era un insolente era atractivo, pero Emma estaba tan enfadada que podía ver a través de eso.
—Vaya, vosotros podéis hablar mal de Anne y yo no puedo decir nada de Wood.
—¿Quién se ha metido con Anne? —respondió Emma, comenzando a enfadarse de verdad.
—Bueno, pero he visto cómo la miras. Es lo mismo que meterse con ella.
Emma no sabía a qué se refería. No recordaba haber mirado de ninguna manera a la chica, porque la disputa la había tenido con George, no con ella. Sin embargo, más de una vez le habían dicho que tenía una mirada muy expresiva. ¿Acaso había estado mostrando sus sentimientos con su mirada sin darse cuenta?
—Sinceramente, George, ¿por qué te importa tanto a quién mire o deje de mirar? —suspiró Emma, levantándose de su asiento y secándose las manos con un trapo—. Le estás dando la razón a Oliver, no estás en lo que tienes que estar. ¿Estás seguro de que te gusta Anne? ¿O solo es otra más?
George bufó y se acercó aún más.
—¿Cómo que otra más? —increpó—. Te has hecho una idea errónea de que estoy con muchas chicas solo para un rato, y no es así. ¡Yo no soy así!
—¡Pues todos lo dicen, George, y yo estoy viéndolo con mis propios ojos! —respondió ella, alzando las manos en el aire y frenándolas—. Lo mejor de todo es que me da igual, porque puedes tener las novias que quieras. Te lo diría como tu amiga, pero claramente no lo soy.
—¿Ah, no? —Su ceja derecha tembló, como si aquello le hubiera dolido de verdad—. Pensaba que éramos amigos, y de repente un día te enfadaste y dejaste de hablarme y todavía no sé por qué.
Emma bufó y dejó el trapo que tenía sobre la mesa, poniendo los ojos en blanco. Le latía el corazón muy fuerte. Ella no era la típica persona que confrontaba a los demás y les decía lo que pensaba de verdad a no ser que fuera inevitable. Solía guardarse las cosas hasta que explotaban y no había marcha atrás, y esta era una de esas ocasiones que tanto le desagradaban.
—¿Y no habría sido más fácil preguntarme el porqué en lugar de actuar como un niño pequeño? —aquello lo dijo mucho menos enfadada. Estaban llegando al centro del asunto y sentía que en cualquier momento se rompería. Esa mentira de que le daba igual George y de que su amistad no había sido para tanto estaba empezando a salir a la superficie.
—¿Perdona? ¿Un niño pequeño?
— Vigilando con quién estoy y dónde. Peleándote con mi supuesto novio.
—¿Supuesto novio?
—¡Por Merlín, George! —Emma se llevó las manos a la cabeza—. Oliver no es mi novio. Es evidente.
—¿Cómo va a ser evidente? Vi que...
—¿Qué? —incriminó Emma, estirándose tanto como podía para salvar la diferencia de altura—. ¡No has visto nada porque no somos nada! Solo somos amigos, pero tú te pusiste celoso y me lo recriminaste delante de Maisie. Claramente querías que se enfadara conmigo.
El rostro del chico cambió por completo al escuchar aquellas palabras. Parecía estar haciendo cálculos muy rápidos que no terminaba de comprender.
—Si no estáis saliendo, ¿por qué se ha enfadado tanto en el vestuario?
Emma se llevó las manos a la cara, exasperada.
—Porque se preocupa por mí, George. Igual que tu hermano. Todos se han dado cuenta de lo que ha pasado para que me enfade contigo menos tú.
El chico se quedó callado, como hilando pensamientos.
—Si no hubieras estado tan preocupado por ligarte a esa chica y por luego echarme cosas en cara, quizás te habrías dado cuenta de que estaba molesta contigo por algo que no tenía nada que ver.
—¿Por qué te enfadaste, Emma? Necesito saberlo.
Los ojos de la chica se humedecieron. Claramente le importaba más de lo que creía. Sabía que ella también tendría que haberle dicho a George lo que le molestaba mucho antes, pero la había cegado la rabia y la humillación. No sabía cómo actuar cerca de él y al final, esos nuevos sentimientos que tantos problemas le estaban trayendo le habían jugado una mala pasada.
—Vi la nota que le escribiste a Anne. Le decías que preferías sentarte conmigo para robarme los apuntes.
George iba a contestar, pero Emma no estaba lista para ver cómo explicaba que aquello había sido una tontería. Ella quería seguir contándole por qué le había afectado así.
—Me dolió, ¿sabes? Eres uno de los primeros amigos que he hecho aquí y aunque para ti solo sea la nueva, para mí eres de las pocas personas de aquí en las que pensaba que podía confiar. Jamás pensé que para ti solo fuera alguien de quien aprovecharte.
Qué ganas de llorar. No sabía discutir sin hacerlo. Le supieron muy amargas aquellas palabras porque eran sinceras.
—Emma...
El George que se puso frente a ella no tenía nada que ver con el que había estado conviviendo los últimos días. Su actitud descarada e impertinente no estaba por ningún lado. Emma veía frente a ella al chico que le había sonreído con complicidad en el tren cuando se había dado de bruces contra él y el que había bailado con ella en la sala común de madrugada para hacerle olvidar sus malos recuerdos.
Ella, con los ojos llenos de lágrimas, hacía lo posible por no dejarlas escapar. Su orgullo se lo impedía. Sin embargo, aquello hacía que sus ojos se vieran más verdes que nunca por el brillo que los humedecía, y aquello provocó que George se quedara perdido en ellos durante más segundos de los que había planeado. Su mirada bajó después hacia sus pecas. Cuántas pecas. No se había dado cuenta antes.
Sí se había dado cuenta de que era guapa. Preciosa. De esas bellezas que no necesitan adornos, a sus ojos. Le había parecido tres veces más guapa con sus trenzas, montada encima de la escoba del campo de quidditch y dejándolos asombrados sin apenas despeinarse. Le había parecido cinco veces más bonita riéndose junto a los demás o tomando apuntes en clase.
Tan guapa, tan inteligente, tan buena. Inalcanzable, en pocas palabras. Una eterna amiga porque él sería siempre su eterno amigo, eso había pensado George de ella desde el primer minuto. ¿Para qué molestarse en quedarse prendado de alguien que jamás podría ser algo más que eso? Eran ganas inútiles de romperse el corazón.
Pero el de ella tenía pequeñas fracturas que él no había podido ver antes y ahora se acababa de dar cuenta de su error. De su ceguera. La había dejado de lado y había sido un insolente. Había dicho una estupidez solo por ganarse la simpatía de una chica y había perdido la de su amiga.
Con sumo cuidado, apoyó las manos en los antebrazos de Emma y la miró muy de cerca. Tan cerca que casi era incómodo porque nunca se habían juntado tanto, pero necesitaba hacerlo para que ella supiera que lo que iba a decir, lo decía desde el corazón.
—Emma, siento mucho haber dicho una tontería como esa. Jamás, en un millón de años, me aprovecharía de ti. Y mucho menos para cosas de clase. Por Morgana, ¿crees que me importa sacar buenas notas?
La chica sonrió ligeramente y miró al suelo con los ojos cargados de tristeza. Aunque no lo hubiera dicho a propósito, le había dolido igual.
—Desde que te conocí me pareces una chica encantadora y poder estar a tu lado en clase es todo un privilegio —continuó él. Acarició sus antebrazos con su pulgar—. Tienes toda la razón del mundo, dije aquello para llamar la atención de Anne porque soy un idiota que solo piensa en sí mismo, pero jamás quise hacerte daño a ti. Lo siento.
Emma aspiró con fuerza. Se le cayó una de las lágrimas y no pudo hacer nada por limpiársela, pues George la tenía sujeta de los antebrazos y sentía que si se movía estropearía su tan ansiada disculpa.
—He estado demasiado tiempo pendiente de Anne y...
—Eh, no, pasa con ella el tiempo que quieras, George. Es la chica que te gusta y lo entiendo.
Qué duro decir aquello. No sabía si George había notado el latido que se había saltado su corazón al decirlo, como si su corazón supiera que, aunque lo entendía, desearía que fuera de otro modo.
Las pupilas del chico titilaron por un segundo antes de mirar hacia el suelo y tragar saliva.
—Anne... —dijo casi en un susurro—. Sí, Anne. Pero quiero ser también tu amigo, puedo ser dos cosas a la vez, ya lo verás. Si es que aún aceptas ser mi amiga después de ver lo idiota que soy, claro.
Emma se sonrojó y puso los ojos en blanco.
—Los deberes de Astronomía estaban mal. Te los di mal a propósito—confesó ella antes de morderse el labio.
—Me lo merezco —respondió él entre risas—. De hecho, me parece una jugada brillante, Blackwood.
Tras decir aquello, tiró de sus manos hacia él y la envolvió con sus brazos. La cabeza de Emma empezaba justo donde terminaba la barbilla de George, así que ella aprovechó y escondió la cara entre los pliegues de su chaqueta. Aspiró aquel olor que se le empezaba a hacer muy familiar. Olía a jabón casero y a algo muy dulce. Tal vez fueran galletas, o algún tipo de pastel. Seguramente habría comido antes de acudir al castigo, por eso había llegado tarde.
No sabía cuánto necesitaba ese abrazo y esa disculpa hasta ese momento. Se había hecho una ligera idea, pero ahora que estaba ocurriendo parecía mucho más evidente.
—¿Amigos? —propuso él.
—Solo si hablas con Oliver y arregláis lo que ha pasado.
George dejó de respirar un segundo y luego se separó para buscarle la mirada y comprobar así que lo que estaba diciendo era verdad y no una broma. Emma levantó una ceja.
—¡Pero él también ha tenido parte de culpa!
—Le has pegado tú primero.
—Y él me lo ha devuelto.
—O hablas con él o no hay trato.
Emma se cruzó de brazos, zanjando el asunto. Ahí estaba de vuelta George el orgulloso. Se rascó la cabeza mientras se lo pensaba y miró hacia otro lado. Emma levantó la vista al cielo.
—Me lo pensaré.
—Eres un caso aparte.
—Eso ya lo sabías nada más conocerme —rebatió él, guiñándole un ojo.
Emma negó de un lado para otro. Qué presumido era. Y qué mal lo había pasado esos días pensando en él sin parar, para bien o para mal.
George se quedó mirándola también. Su postura se relajó al instante y su sonrisa se torció ligeramente hacia un lado. Pareció quedarse absorto en sus pensamientos mientras la miraba sin parar, hasta que sus mejillas se tornaron de un color rosáceo, complementando la gama de colores tierras que ya era su persona. Pasándose la lengua por los labios, como si quisiera mordérsela antes de decir lo que quería decir, añadió:
—Bueno. Solo porque tú me lo pides, Em.
Qué guapo es.
¡Otra vez, no, Emma!
Volvió a repetirse lo mal que lo había pasado. Lo tranquilo que había estado él.
Se merecía un poco de castigo, igualmente. Una pequeña venganza de parte de Emma.
—¿Por qué te importaba tanto que saliera con Oliver, George?
Tenía la voz de Fred, Oliver y las chicas en su cabeza diciéndole que a George podría gustarle Emma, pero era demasiado tonto para darse cuenta. Emma no pensaba que aquello pudiera ser cierto, por supuesto, pero tal vez...
—Porque eras mi amiga y no me lo habías contado —respondió él, encogiéndose de hombros—. Y sinceramente, me pareces demasiada mujer para Wood. A él le falta lo que a ti te sobra de inteligencia.
—Qué curioso, eso es lo mismo que me dijo a mí él sobre ti. Solo que él utilizó la palabra madurez.
El chico soltó una carcajada también, aunque le molestó que Oliver le hubiera llamado inmaduro. Ni que él fuera todo un hombre. Después, frunció el ceño con una sonrisa y miró a Emma con los ojos entrecerrados.
—Un momento, ¿cómo que él te dijo eso? ¿Te dijo que tú eras demasiado para mí? ¿De qué estabais hablando exactamente?
El aura de George cambió bruscamente a su alrededor. Estaba del mismo color que la de todo el equipo antes de salir a jugar.
Está nervioso.
Emma sonrió para sus adentros. Amarillo, rosa, amarillo, rosa. George parecía su hermano antes de besarla.
Tengo que hablar con Fred.
Pero eso esperaría a que terminara aquella conversación. Primero tenía que sembrar la semilla de su venganza. Quería enseñarle a George lo que se le había escapado de las manos. Si todos tenían razón y sus propias sospechas eran ciertas, lo que iba a decir le sentaría como una bofetada a George. Si, al contrario, todos se equivocaban, solo le serviría a Emma para pasar página, que era lo que tenía que hacer ahora que habían hecho las paces.
—Vale, te diré la verdad, pero no te puedes reír, ¿de acuerdo? —pidió ella con la voz temblorosa. Carraspeó para intentar aclararse la voz.
—Lo intentaré. —La chica le dio un golpe al ver que se reía ya, y eso que aún no había dicho nada—. ¡Oye! Siempre me río por todo, parece mentira que no me conozcas, Em. Pero lo intentaré con todas mis fuerzas.
—Entonces no te lo digo —se cruzó de brazos.
—No, va, me lo tomo en serio, de verdad.
Emma puso los ojos en blanco. Él se llevó la mano al pecho, haciendo su promesa. Haciendo acopio de toda su seguridad, llamó mentalmente a su amiga Ari y a la propia Verónica para que la acompañaran en lo que estaba a punto de decir.
—Me gustas —confesó—. Ojalá no fuera así, de verdad, pero me gustas mucho, George.
—¿Qué?
La voz le salió con una mezcla de risa de incredulidad, susto y grito.
El chico abrió tanto los ojos por la sorpresa que Emma temió que se le salieran de las cuencas. Por la cara que ponía, parecía que le acabaran de comunicar que los gatos volaban y los perros hablaban. Ella estaba haciendo un enorme esfuerzo por disimular los nervios que le provocaban un temblor incontrolable en las manos, y se las colocó tras la espalda. Estaba confesándole al chico que le gustaba la verdad y aquello no dejaba de ser una prueba de valor dificilísima, una a la que jamás se había tenido que enfrentar hasta ahora. Tenía que hacer acopio de toda su calma y autocontrol para no salir corriendo, o estropearía el plan.
—¿Cómo que te gusto? —espetó, hecho un manojo de nervios.
—Sí, claro que sí. ¿Crees que aguantaría todas tus bromas si no me gustaras? —Puso la vista en el cielo, con una sonrisa. Aquello, desde luego, no era ninguna mentira.
—Pensaba que te caía bien y que... —George tragó saliva. Su aura parecía un arcoiris—. No pensé que tú te pudieras fijar en... O sea...
—Pues ya lo sabes. Me gustas y por eso me molestó tanto tu actitud y me molestaba un poco la presencia de Anne, porque tenía celos estúpidos y no lo entendía—suspiró compungida. Ahora empezaba el espectáculo—. Pero ahora he comprendido perfectamente que solo seremos amigos, porque claramente te gusta mucho esa chica y yo no me quiero entrometer, sé cuándo una batalla está perdida.
—Bueno, en realidad...
- ¡Qué le voy a hacer! —le interrumpió Emma con un suspiro muy dramático, fingiendo no haberle escuchado— En fin, el otro día estuve con un chico al que puede que sí le guste, así que creo que será mejor que me centre en eso. Tú será mejor que te centres en tu chica. De hecho, si quieres consejos sobre chicas, puedes pedirme los que quieras. Para eso están los amigos. ¿No?
Después de decir eso, se acercó a él y depositó un beso en su mejilla. La cara de George era un verdadero poema.
—Me alegro de haber solucionado nuestros problemas, George.
Seguidamente, se giró y siguió lavando sus recipientes con una sonrisa perversa, luchando contra sus ganas de girarse a seguir viendo su cara pasmada.
Y... la Wampus marca otros 100 puntos.
😏😏😏
Ojalá ser tan puta ama y tener tanto autocontrol como Emma, la verdad. That's why I'm not a Gryffindor.
La Elia que está editando y subiendo estos capítulos os recuerda que no hay una fecha de salida concreta, que los voy publicando conforme están listos. Espero que no me lleve una eternidad ;)
Muchas gracias por tomaros el tiempo de leer y votar y comentar y ay, ¡qué monas que sois! 💕
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