Capítulo 10 · La peor idea del mundo ·


Emma se sintió de nuevo ella misma cuando se subió a la escoba al día siguiente y se puso a volar. Últimamente tenía tantas cosas de las que preocuparse y tantas personas a las que terminar de conocer que se le estaban olvidando las cosas que verdaderamente le gustaban. Todo eso de los chicos, quién le gusta a quién y quién besa a quién solía parecerle una estupidez y no terminaba de entender por qué a todos les importaba tanto. Durante los últimos días le había dado demasiada importancia a algo que no tendría por qué tenerla. Sobrevolando el campo, se dio cuenta de que eso le gustaba mucho más que comerse la cabeza por ese tipo de nimiedades.

A pesar de que no tenía demasiadas ganas de ver a George, seguía siendo su compañero de equipo y tenía que aguantarle durante el entrenamiento. Hizo todo su esfuerzo por fingir que su presencia no la irritaba en sobremanera, y aunque se decía que no le importaba tanto lo que él fuera diciendo de ella a sus espaldas, lo cierto era que se descubría mirándolo cada cierto tiempo y maldiciéndose por ello.

A mitad de entrenamiento, notaron que tenían unos nuevos espectadores. Siempre había alumnos observándoles entrenar, como Lee y las chicas, o incluso Ron y Hermione. Aquella vez estaba el equipo de quidditch de Hufflepuff al completo. Emma se obligó a esforzarse el doble para intimidarles. Le encantaba sentir que era buena en lo que hacía, y la mirada impresionada que le enviaron desde las gradas confirmó que estaban asustados por jugar contra ella. Emma divisó a Cedric Diggory, que no la perdía de vista, y a la chica con la que había hablado George en clase. Ella también era cazadora.

Y muy guapa.

Bueno, no importa Emma. Ella no tiene la culpa de tu enfado.

La tiene George.

George, que le hablaba y no recibía respuesta más allá de algún gruñido o un monosílabo a regañadientes. No entendía muy bien qué mosca le había picado a su amiga, pero supuso que simplemente no estaba teniendo un buen día.

Emma terminó el entrenamiento junto a los demás y se dio una ducha rápida en el vestuario. Aunque era mixto, las duchas estaban separadas para que todos tuvieran privacidad si la deseaban. Cuando salió, ya con el uniforme puesto, se encontró a los chicos todavía a medio vestir. Emma giró la cabeza hacia el otro lado, observando que ninguno llevaba la camiseta puesta todavía. Solo Harry corrió a ponérsela en cuanto la vio salir, como si tuviera vergüenza de que le viera descamisado.

Emma continuó su camino hacia la salida, rogando por que nadie le hablara. Sabía que estaba enfadada y terminaría pagándolo sin querer con quien no debía, así que prefería marcharse para evitar un desastre.

Sin embargo, unos pies pararon frente a ella, impidiéndole el paso. Levantó la cabeza lentamente y pasó por los pantalones del uniforme, el torso desnudo y pálido y el cuello largo hasta llegar al rostro de George. Sin embargo, volvió a mirar hacia el ombligo y divisó su peor sospecha.

George tenía una cicatriz encima del ombligo. Justo como en el sueño.

Sus ojos se desviaron rápidamente a Fred, que estaba a tan solo unos pasos, también sin camisa. No había ni rastro de la cicatriz. Emma volvió a mirarle el torso a George, con una mezcla de rabia y vergüenza. Ella fantaseando con él en sueños y él diciendo por ahí que solo era su amigo por copiarle los apuntes.

—¿Qué pasa Emma, te gusta lo que ves? —preguntó George con una voz burlona.

Ahí estaba. Igual que en su sueño. Le provocaba la misma timidez y confusión, solo que, a diferencia de su sueño, ella estaba, además, enfadada con George. Le miró de nuevo a los ojos y suspiró, cansada.

—¿Un cuerpo pálido y delgado? Yo tengo uno igual. Déjame pasar —contestó con fatiga. Sin llegar a tocarle, hizo un gesto a su lado para que la dejara pasar.

—Tienes que decir la contraseña —pidió George, frenándola, con una sonrisa triunfal—. Empieza por "George" y acaba por "qué cuerpazo tienes".

—Déjame pasar, George, no tengo tiempo para tus tonterías —respondió ella con clara voz de enfado.

—Eh, ¿qué pasa? —le susurró el chico tras mirar disimuladamente a los demás, cambiando drásticamente su tono de voz—. Siento si te he molestado, era una broma. ¿Estás enfadada conmigo?

Emma suspiró con pesadez y le miró durante un segundo a los ojos.

Mierda, qué ojos más bonitos.

Ya no había ni un solo rastro de burla en su mirada; Emma solo sentía genuina preocupación emanando de él. Incluso el halo a su alrededor pareció cambiar de color hasta adoptar una tonalidad grisácea.

Casi flaquea. Casi.

—No, ¿por qué iba a estarlo? Déjame salir.

Apartó rápidamente la mirada y volvió a intentar hacerse paso.

—Déjala ir, George —espetó Harry detrás de ella con voz amenazante.

Emma se giró y le dedicó media sonrisa a Harry. El chico no tenía mucho que hacer contra George, en realidad, apenas era unos cuantos centímetros más alto que Emma, pero sus cejas estaban torcidas hacia abajo con advertencia.

George se apartó con las manos en alto y dejó que ella y Harry pasaran, mirando a la chica con completa confusión. No entendía la razón de su enfado, pues pensaba que había hecho una broma de lo más inofensiva.

A la salida del vestuario les esperaba el equipo entero de quidditch de Hufflepuff. Emma casi se tropieza con Cedric, que estaba esperando cruzado de brazos. Iba vestido con el uniforme del colegio y Emma observó la insignia de prefecto en su pecho. Levantó la mirada y se topó con unos hermosos ojos color avellana y una sonrisa torcida.

Piensa en el quidditch, Emma, piensa en eso y no en chicos.

—Perdón —se escapó de sus labios a modo de disculpa—. No te había visto.

—Es culpa mía —respondió el chico con otra sonrisa—. No nos han presentado. Soy Cedric Diggory.

Mientras Emma le estrechaba la mano, notó una pequeña corriente eléctrica que produjo una rápida imagen en su mente, como un flash. Vio a Cedric con un gorro de lana y las mejillas sonrojadas por el frío. El chico se reía y luego se quedaba mirándola en silencio.

Se puso nerviosa al instante.

Cómo voy a pensar así en las quaffles.

—Emma Blackwood —se presentó ella, sintiendo su calor al estrecharla. Temió que el chico se hubiera dado cuenta de que se había quedado ida por un momento, pero si lo hizo, no reaccionó. Emma se giró y miró a Harry—. Y este es Harry. Potter.

—Un placer —respondió tímidamente Harry al estrecharle también la mano.

Emma no pudo evitar ver cómo Harry entrecerraba ligeramente los ojos al ver al chico. Intentó evitar reírse. No sabía si le miraba así porque era su rival en el quidditch o por cómo le sonreía a Emma.

—¿Os toca entrenar? —preguntó Oliver Wood saliendo del vestuario al ver a los Hufflepuff. Emma tuvo que aguantarse una carcajada al ver cómo tenía el pecho hinchado para aparentar ser más grande y más fuerte.

Menudo personaje.

—Sí —respondió Cedric. Emma reparó en que llevaba una mochila a la espalda, donde probablemente guardaba su uniforme de quidditch—. Hemos pensado que sería bueno venir un poco antes para veros entrenar y ver a vuestra nueva cazadora.

Emma recordó en ese instante que Cedric era el capitán del equipo, por cómo estaba situado unos cuantos pasos por delante del resto. Adivinó que el chico más grande era el guardián y las dos chicas probablemente eran cazadoras. La chica con la que hablaba la otra cazadora le devolvió la mirada con desinterés, para después mirar algo por detrás de ella y sonreír. Emma no tuvo que girarse para saber que era George.

—¿Y bien? —dijo Oliver, cruzándose de brazos. Emma tuvo que esforzarse por no rodar los ojos. Oliver intentaba parecer seguro de sí mismo, aunque se había pasado los últimos entrenamientos al borde de las lágrimas por el miedo a no ganar la Copa de Quidditch de aquel año.

—Estamos muy impresionados —admitió Cedric mirando a Emma con una sonrisa—. Jamás hemos visto a nadie volar así.

Las mejillas de Emma respondieron por sí solas. Cedric Diggory le estaba sonriendo. Cedric Diggory le había dicho que volaba muy bien. Instintivamente, miró a George para ver qué cara ponía. Notó cómo miraba a Cedric con irritación. Al notar que Emma lo miraba, dirigió su mirada a otro lugar.

—Es una de nuestras mejores jugadoras. —Oliver se acercó a ella y puso una mano alrededor de su cintura—. Ha sido toda una suerte que se haya unido a nosotros.

Cedric asintió, pero se distrajo observando la mano del chico sobre el cuerpo de Emma. Los jugadores del equipo de Hufflepuff se miraron entre sí y Emma supo lo que estaban pensando. Era lo mismo que se rumoreaba por todo el colegio: Oliver Wood estaba saliendo con la chica nueva. Se sintió furiosa.

Se separó ligeramente de Oliver y fingió que se ponía mejor la mochila. Por muy feo que le pareciera el gesto, no quería enfadarse delante de los demás. Quizás más tarde le dijera un par de cosas sobre cuándo debía tocar a otra persona sin su permiso.

—Bueno, todo se verá en el partido —concluyó Cedric—. Que gane el mejor.

—Así será —sentenció Oliver marchándose primero, tratando de hacer una salida triunfal.

Emma comenzó a caminar con el resto de su equipo. Se giró solo una vez y vio a Cedric volviendo a mirarla. Ella le sonrió tímidamente a modo de despedida y recibió una sonrisa similar de su parte. Se le olvidó durante unos segundos aquello de solo centrarse en el deporte.

Hasta que su mirada se fijó en unos metros más allá, donde George y la chica conversaban amistosamente. Él pasaba una mano por sus hombros y, al contrario que ella había hecho con Oliver, ella no se había distanciado.

Se giró rápidamente y comenzó a andar con resignación hacia Hogwarts, adelantando a sus compañeros. Eso le pasaba por mirar.

Quaffles. Fintas. Aros. Mundial de Quidditch el año que viene...

—¿Estás bien? —escuchó que decía una voz apresurada que corría tras ella.

Ella frenó un poco su paso para que Fred pudiera alcanzarla. Se había duchado y aún tenía las mejillas rojas por el agua caliente. Como siempre, tenía la corbata muy mal atada.

—Sí. Estoy un poco cansada, eso es todo.

Se quedaron en silencio durante un minuto mientras seguían caminando hacia el castillo. El ambiente estaba cargado de tensión, porque Fred sabía que a Emma le ocurría algo y Emma sabía que Fred se había dado cuenta, pero ninguno sabía bien cómo seguir con la conversación.

Hasta que Fred no lo aguantó más.

—Emma, ¿te gusta George?

Paró de inmediato de andar y se quedó mirando a Fred, completamente anonadada. ¿Cómo demonios sabía Fred aquello?

—¿Qué? —espetó, con el ceño fruncido, fingiendo estar muy sorprendida por una suposición como aquella—. ¿George? ¡Por Bridget, no! ¿Por qué dices eso?

Fred no dijo nada, pero levantó una ceja con incredulidad y comenzó a andar de nuevo, con las manos en los bolsillos. Emma se quedó parada unos segundos mirándole la espalda. Por detrás era imposible diferenciarlo de su hermano si no los conocías muy bien, aunque ella había percibido una ligera diferencia en su manera de caminar.

Ahora también veía otra diferencia más entre los dos hermanos: Fred parecía tener más consideración con los sentimientos de los demás. Él había corrido tras ella al ver que estaba preocupada; George se había quedado hablando con otra persona.

—No sé, me ha parecido ver alguna que otra cosa...—explicó, encogiéndose de hombros—. Y tampoco me sorprendería, las chicas se fijan mucho en él, ya lo has visto.

—Pues yo no —mintió Emma. Debía tener las mejillas color rojo carmín, más rojas que Fred, incluso.

—He visto lo que ha pasado en la clase de Encantamientos, Emma. Creo que él no se ha dado cuenta de que has leído las notas, pero he visto la cara que has puesto cuando hablaba con esa chica de Hufflepuff.

Ella puso los ojos en blanco y bufó. Recordarlo solo hacía que empeorarlo.

—¿Qué ponía?

—La chica le preguntaba por qué no se sentaba con ella en clase y él le ha respondido que no lo hace porque prefiere sentarse a mi lado para aprobar.

Fred llevó la vista al cielo y sonrió casi sin poder evitarlo.

—Eso lo ha dicho por quedar bien, Emma.

—Lo ha dicho porque quiere robarme los apuntes, Fred. No soy idiota.

Emma estaba acostumbrada a que la gente se aprovechara de su bondad, no era la primera vez que le ocurría algo así. Solo se molestaba porque, al parecer, nunca aprendía.

—No es verdad y no eres idiota —replicó Fred—. El idiota es mi hermano, que no piensa las cosas. Solo quería ligar con esa chica y ha dicho eso para impresionarla, pero no lo piensa de verdad. Él nunca te usaría así, te aprecia mucho.

—Sinceramente, me da igual —respondió enfadada, comenzando a caminar más rápido—. Me da igual que lo haya dicho de verdad o no, Fred. No está bien decir eso de una amiga, lo mires como lo mires.

Fred dejó escapar el aire muy despacio, andando todavía más rápido para alcanzarla, aunque cada uno de sus pasos equivalía a dos de los de ella, así que no tardó en llegar a su lado.

—George no sabe que te gusta. Si lo supiera no haría esas tonterías, Em —intervino Fred, poniendo una mano en su brazo para hacer que caminara más despacio.

—No me gusta —masculló ella, aunque su voz no parecía tan segura.

—Vale, como quieras. Solo digo que está acostumbrado a que las chicas se derritan por su forma de ser y tú solo le tratas como un amigo, así que él se piensa que no tiene oportunidad.

—Ah, ¿le trato como a un amigo y por eso tiene que decir esas cosas sobre mí? ¿Acaso solo se porta bien con las chicas con las que se quiere acostar o...?

—¡No! No, claro que no —aclaró él, ahora más nervioso. No parecía estar llevando la conversación a donde quería—. ¡Me refiero a que está detrás de la otra chica porque no piensa que a ti te guste él!

—No me gusta, Fred. Le gusta la otra chica y me parece genial, la verdad.

Lo dijo con tan poca credibilidad que ni ella misma se lo creyó. Fred la miró de soslayo y ella llevó la vista a otra parte.

—No me gusta nadie, solo me gusta el quidditch —repitió, más para sí misma que para Fred.

Él suspiró con pesadez, planteándose bien sus siguientes palabras. Caminaron durante otros diez minutos en silencio. Cuando llegaron al cuadro de la Dama Gorda que protegía la entrada a la sala común de Gryffindor, Emma dijo la contraseña y les dejó pasar. Tras cruzar el cuadro y esperar a que este se cerrara, Fred tomó a Emma de la mano.

—Es buena gente, mi hermano —murmuró, mirándola a los ojos un segundo antes de apartar la mirada—. Pero es tonto y es tan simple como una piedra. Si quieres llamar su atención y darle su merecido tienes que darle celos.

—No tengo tiempo para tonterías como esa —refunfuñó Emma.

—Bueno, pero si lo tuvieras, funcionaría perfectamente. Eso es lo que digo.

Emma rodó los ojos y se marchó corriendo a su habitación. Se tumbó sobre la cama y mirando al techo comenzó a pensar en cómo darle celos a George Weasley.

No tenía pensado hacerlo, al menos no seriamente. Pensaba que rebajarse a algo tan estúpido como darle celos con otra persona era como aceptar y firmar un documento que aseguraba que verdaderamente le gustaba el chico, y pensaba que una vez lo hiciera, no habría marcha atrás.

Además, ella no hacía ese tipo de cosas. Si una de sus amigas intentara hacer algo parecido, ella le aconsejaría que no lo hiciera.

Pero George se lo ganó. Emma intentó ignorarle por todos los medios en clase, pero el chico intentó primero gastarle bromas y, al ver que ella no se reía, le preguntó varias veces qué le ocurría. Se atrevió incluso a insinuar si "estaba en esos días del mes", lo que enfureció a Emma y provocó que le lanzara un Palalingua para dejarlo callado durante el resto de la clase.

Empeoró aún más cuando, durante la clase de Pociones, Emma abrió su libro y de él comenzaron a salir pequeños duendecillos que cantaban y bailaban sobre la mesa. Emma se asustó tanto que dio un salto y tiró el caldero de Isabella O'Connor, que se enfureció y la acusó de haberlo hecho a propósito.

Emma sabía que George era el culpable y le gritó. Snape no dudó ni dos segundos en castigar a Emma y a George para el próximo domingo por la tarde. Cuando Emma le gritó aquella vez, George le respondió, ya que le había quedado claro por fin que estaba enfadada con él y no quería hablarle.

Lo único que le dijo el chico durante el resto del día era que la broma había sido a cambio de la que le hizo ella junto a Fred de su voz. Emma pensó que era absurdo e infantil. Ahora, por su culpa, estaba castigada.

Todo aquello la llevó a tener la peor idea del mundo. La peor de todas, de verdad. Se arrepentía desde el segundo cero de haber tenido aquella idea, pero ya no había vuelta atrás. Y tampoco es que tuviera una opción más asequible.

Estaba dando un paseo por los jardines con Oliver Wood. Se había asegurado de pasear por una zona por la que no pasaba prácticamente nadie. Solo le faltaba que la gente se pensara que el rumor era cierto. No. Solo quería que George la viera, y sabía que aquel lugar era el que frecuentaba el pelirrojo con sus citas.

Y tengo que decirle cuanto antes a Maisie que esto es falso.

—Las Avispas de Wimbourne son un gran equipo, pero yo prefiero...

—¿Qué tal si hablamos de otra cosa que no sea Quidditch? —propuso Emma con una sonrisa. Sabía en el fondo que Oliver no era mal chico, solo estaba obsesionado con el deporte y se le daba fatal ligar con chicas, a pesar de que muchas cayeran en sus redes solo por lo guapo que era—. ¿Qué me dices de tu familia? ¡Y no vale nada que tenga que ver con el Quidditch!

Oliver sonrió y Emma se alivió por que no se lo hubiera tomado a malas. De verdad que no lo decía con mala intención, pero llevaban cuarenta minutos paseando y no había hablado de otra cosa. Además, su plan no estaba dando resultado, porque George no se encontraba por ninguna parte.

Esta ha sido una pésima idea. ¿Qué demonios estoy haciendo?

—No tengo mucho que contar, soy hijo único. Mis dos padres son magos —se encogió de hombros—. ¿Qué me dices tú? ¿Cómo es Ilvermorny?

Emma sonrió. Aquel tema de conversación le gustaba más.

—Es un castillo también —comenzó ella, incapaz de borrar su sonrisa—. Aunque el bosque que lo rodea es distinto, es de un color verde más claro. Tenemos cuatro casas, Wampus, Pukwudgie, Ave del Trueno y Serpiente Cornuda. Yo soy Wampus, con mucho orgullo —dijo ella poniéndose la mano en el corazón. Oliver sonrió ante aquel gesto—, aunque mi padre era Ave del Trueno.

—¿Se parece Wampus a Gryffindor?

—Puede ser. Se dice que la Casa Wampus favorece a los guerreros, y los Gryffindor son conocidos por su valentía.

—Entonces te han puesto en la casa correcta —asintió Oliver. Tenía una sonrisa muy bonita—. Me pareces una luchadora. En tu vida personal y en el campo.

Emma lo miró con el ceño fruncido. ¿Qué sabía él de su vida personal?

Pero el chico parecía completamente inocente y Emma sabía que lo había dicho con buena intención. No le gustaba que la llamaran valiente por haber perdido a su madre, pero tampoco es como si fuera contando por ahí que detestaba aquel adjetivo. No podía molestarse con Oliver por algo que solo ella sabía.

—Gracias, Oliver —respondió finalmente—. Eres muy amable.

Él asintió, ruborizado.

—Tú también eres amable. Pensaba que no querrías salir conmigo nunca. Esta era la cuarta vez que te lo pedía.

Ella se alarmó durante unos instantes y miró alrededor, con miedo a que la escucharan. No quería que Oliver se pensara lo que no era: ella no quería tener nada con él aparte de amistad entre capitán y jugadora. Además, no dejaba de ser el chico del que estaba enamorada su amiga. Emma respetaba eso ante todo.

—Oliver, yo...

—Emma, me pareces muy guapa y encima te gusta el Quidditch. Las otras chicas del colegio suelen venir conmigo para liarnos y ya, pero tú no estás interesada en eso.

Ella miró al suelo. Comprendía que otras pudieran querer eso, Oliver era guapísimo. Pero ella no lo deseaba.

—Yo...

—No soy tonto, sé que no te gusto —sonrió—. Pero tenía que intentarlo, ¿no? Es que se me da muy mal ligar, aunque no lo parezca.

Uy, créeme. Sí que lo parece.

Aquello le hizo tanta gracia que sin querer comenzó a reír en voz alta.

—¿Qué pasa? —preguntó el chico, riéndose también con claro nerviosismo.

—Nada, nada —repuso Emma, riendo todavía más.

—¡Dímelo! —exigió él, comenzando a hacerle cosquillas—.  ¡Te lo ordena tu capitán! —siguió en broma.

—Vale, vale —aceptó ella con los ojos húmedos de las lágrimas—. ¡Pero más cosquillas no, por favor!

El chico levantó las manos y se quedó expectante. Emma no sabía cómo explicarlo sin herir sus sentimientos.

—Me río porque...Tienes razón, no se te da bien ligar —sonrió Emma—. Eres guapo y sabes de Quidditch, pero de chicas... —se encogió de hombros.

—¿En qué fallo? —preguntó él con genuina preocupación.

—Bueno, eres demasiado insistente. Y tus indirectas son demasiado directas.

Él asintió, como si de verdad fuera a tenerlo en cuenta.

—Y ya que hablamos de esto, tocas demasiado, Oliver. A la mayoría de las personas no les gusta que las toquen sin su permiso.

—¿En serio? ¿Te he incomodado?

Emma notó que Oliver tragó saliva con preocupación. Desde luego, el chico era un trozo de pan. Solo era un poco inmaduro y, claramente, nadie le había explicado aquello.

—Un poco, la verdad. Sé que no lo haces con mala intención, Oliver, pero deberías tenerlo en cuenta en el futuro.

—¡Yo no quería hacerte sentir mal! —aseguró el chico, que iba a tocarle el brazo para hacerla escuchar pero se lo pensó mejor y apartó la mano—. ¡No lo hago a propósito! ¡Lo siento!

Emma dejó escapar una risita tranquila. Estaba claro que no lo hacía intencionadamente.

—No pasa nada, Oliver. Solo asegúrate de que la próxima vez tengas su permiso.

Él asintió pesadamente. Parecía muy disgustado.

—¿Es por eso que no te gusto? ¿Porque soy muy pesado?

Emma sonrió.

—No, simplemente...

—Ah, te gusta otro —dijo Oliver con una sonrisa—. ¡Te gusta otro! A ver... ¿Uno de los Weasley? Te he visto pasando tiempo con ellos.

Emma se puso roja como un tomate y se preparó para fingir con una interpretación digna de un Óscar que aquello era una estupidez, pero Oliver la miraba con las cejas levantadas y sonrisa triunfal.

—No me gusta George.

—Yo no he dicho George, yo he dicho los gemelos —respondió él riéndose antes de dar una palmada—. ¿George Weasley, eh?

—¡Que no me gusta! —repitió ella exasperada. ¿Por qué se habían dado cuenta todos menos él?

—Bueno, entonces, ¿por qué te molesta tanto que diga que te gusta?

Ella abrió la boca para hablar, pero se calló. Era una lógica aplastante, si no le gustara no se habría enfadado, solo lo habría descartado sin más.

—Bueno, no me gusta, pero hay algo que... —bufó—. No sé. Pero da igual, porque yo no le gusto a él. Anteayer leí que solo se sienta conmigo en clase para copiarse de mis apuntes.

—¿En serio? —preguntó él extrañado, como si aquello no encajara con el George que él conocía—. ¿Y qué le dijiste?

—No le he dicho nada, pero ayer me pidió los deberes y le pasé unos que estaban mal —sonrió.

Oliver comenzó a reír y aplaudió ante su estrategia. Emma estaba muy orgullosa de su idea.

—Igualmente, yo diría que sí que le gustas. Le escuché el otro día hablar con su hermano sobre ti. Decía que eras muy guapa y que se le pasaba el tiempo volando a tu lado.

Ella se sonrojó de nuevo y escondió la cara entre las manos. Odiaba que le dijeran esas cosas, porque en su interior sabía que no podían ser ciertas. No cuando había leído aquella nota. No cuando, seguramente, ahora estaba con esa chica de Hufflepuff.

—Fred también lo sabe —murmuró Emma—. Me dijo que la mejor forma de devolverle a George lo que me hizo es darle celos.

Oliver entrecerró los ojos y miró alrededor, como si de repente comprendiera lo que ocurría.

—¿Por eso has accedido a pasear conmigo? ¿Porque querías que nos viera?

—Lo siento —dijo Emma poniendo las manos juntas y haciendo gesto de perdón—. Es que no se me ocurría nada mejor, y tú insistías tanto...

Oliver sonrió y Emma sintió un alivio instantáneo al ver que no se lo había tomado mal.

—No, me siento halagado de que me hayas elegido. Si quieres, podemos darle celos a George Weasley. Será divertido. ¿Quieres ser mi novia de mentira?


Ay, qué bonito eso de ser adolescente y hacer tonterías por la persona que te gusta :)

No, espera, ¿qué? Si a Emma no le gusta George, pfff. Para nada.

¿Qué criatura habríais elegido para ir a Hogwarts? Yo claramente una lechuza, no comprendo por qué alguien querría tener un sapo, la verdad.

¡Espero que os haya gustado!

♥️ Gracias por leer, votar y comentar ♥️

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