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Presioné el botón del ascensor mientras las lágrimas brotaban con abundancia por sobre mi rostro. No esperaba que Papa viniera corriendo hacia mí dispuesto a disculparse, porque ni siquiera fue capaz de armarse de valor para simplemente pedirme disculpas cuando era el momento de hacerlo.
Las puertas del ascensor se abrieron y yo ingresé con mis pertenencias cabizbaja para luego presionar el botón de planta baja.

Antes de que éstas vuelvan a abrirse, procuré que mi rostro no estaba del todo arruinado en el espejo y sequé las últimas lágrimas que se habían escapado con la manga de mi abrigo. Tenía los labios rosados y levemente hinchados y mis pómulos al mismo tono, haciendo juego con mis ojos que delataban una mirada opaca y afligida. Me percaté de lo mal que me veía y, sin importarme demasiado mi apariencia, salí del ascensor encaminándome a recepción.

Un hombre de unos aproximadamente 29 años, casi rozando la tercera década, y con unos brillantes y grandes ojos grises se hallaba observando concentrado la pantalla de su computadora, casi sin pestañar.
Me acerqué lo suficiente a su escritorio para que note mi presencia y, cuando lo hizo, me dedicó una sonrisa agradable y algo cansada.

—Buenas noches ¿En qué puedo ayudarla?— pregunta intentando parecer despierto y dulce.

—Hola, quería saber si podrías conseguirme un taxi— pedí cortésmente.

—Pero señorita, una tormenta de nieve se aproxima y la temperatura está bajando en un santiamén...— contesta rascando su incipiente barba.

—Por favor... Necesito irme ahora... ¿Podrías averiguar si hay alguno disponible en este momento? Te lo agradecería mucho— sonrío forzando la expresión.

—De acuerdo. Haré lo mejor que pueda para conseguirle uno. Mientras tanto puede ir a la sala de descanso— hace una pausa tomando el teléfono y teclea rápidamente un número. —Le avisaré cuando su taxi esté en camino.

—Muchas gracias— asentí y dejé la enorme valija a su disposición mientras que con las demás las llevé conmigo al salón.

Me ubiqué en uno de los sofás y me dejé caer. Me abracé un poco para darme protección y calor, a pesar de que la calefacción estaba encendida. Mis planes por ahora sería pasar la noche en la casa de mi padre, estrenar mi habitación y luego volvería a mi verdadera casa con mi madre.

Tomé mis auriculares y, a través del celular, busqué en la lista de canciones lo mejor para subir mi ánimo. Permití que de manera aleatoria la lista de reproducción me sorprenda y a través de los auriculares comenzó a sonar Nebel de Rammstein. Lo que menos necesitaba en este momento era sentirme mal con canciones de ese estilo.

—Señorita, un taxi está en camino cerca de aquí. En menos de cinco minutos llegará— me comenta aquel hombre de ojos grises de recepción acercándose a mi ubicación.

Recibí un mensaje de Colin, mi ex compañero de estudios y ex fotógrafo oficial de Ghost, al que no respondí e ignoré completamente.

—Eva, no sabes lo que ha pasado. Ghost me reincorporará como su fotógrafo oficial, eso quiere decir que trabajaremos juntos. Si has hecho algo al respecto, por favor hazmelo saber que estoy muy agradecido— sí, lo único que he hecho fue renunciar.

Me dejé llevar por la melodía de la música sin importar lo rápido que Papa me había suplantado hasta que llegó el taxi.

⚠️

Pagué el viaje y junté las fuerzas necesarias para bajar del auto. El chofer me ayudó a bajar mi maleta del baúl y se lo agradecí amablemente. Apreté el bolso de mano contra mi pecho al sentir una brisa helada golpeando mi piel y subí mi abrigo hasta la punta de la nariz para mantener el poco calor que me quedaba.
Me encaminé hacia la puerta con dificultad, ya que el suelo ya se hallaba parcialmente congelado y el ambiente se había teñido de blanco a medida que viajaba para aquí. Toqué el timbre y luego froté mis manos al sentirlo tan frío en mi tacto.

Unos minutos después, aparece mi padre en escena abriendo la puerta vestido una bata y un calzado de invierno. Al verme abrazada como si estuviese imitando un bicho bolita, tomó mi brazo y me hizo entrar a la fuerza, no sin antes sosteniendo mis cosas.

—Cariño ¿Qué haces por aquí a esta hora y con probabilidades de tormenta? Te congelarás como un cubito de hielo— dice abrazándome. —Por Dios, estás helada.

Oigo unos segundos pasos bajar la escalera con rapidez y aquella voz femenina se hizo presente.

—Eva, cariño, que alegría verte de nuevo— pronuncia dulcemente acariciando mi espalda mientras yo aún seguía abrazada a mi padre sin todavía decir una palabra.

—Ingrid, ve y prepárale un té a Eva. Está realmente congelada y no quiero que se enferme. Yo la ayudaré con sus cosas— dijo acariciando mi pelo y, al sentir todo su cariño otra vez, logró que comience a sollozar como un bebé. —Cariño ¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien?

—Sí, papá. Sólo quería compartir un tiempo contigo— nos separamos un poco y él seca algunas lágrimas de mi rostro.

—Pensé que Emeritus no quería que te quedarás— al escuchar su nombre de nuevo, sentí una presión asquerosa en mi pecho.

—Lo convencí— mentí.

—De acuerdo, aquí estarás bien ¿Sí? Vamos a tu cuarto, yo llevaré tus cosas.

Subimos las escaleras e ingresamos a mi habitación que se veía igual que la última vez que estuve aquí... Estrenandola con Papa. Me recosté un rato para relajar mi cuerpo y mi papá se sentó a mi lado acariciando mi pelo.

—Ahora Ingrid te traerá un poco de té ¿Precisas una ducha caliente?— negué con la cabeza. —De acuerdo. Ponte cómoda, estás en tu casa— dice sonriente. —Buenas noches, cariño— dice dulcemente y deposita un beso fugaz en mi pelo.

—Buenas noches...— él asintió y se alejó a la puerta de la habitación. —Papá— elevé la voz evitando su ida. —Te quiero.

—Yo también, cariño. Descansa.

⚠️

Siete meses después...

Me hallaba en mi casa editando fotos y enviando emails a varios clientes, ya sean particulares o bandas. Todo había cambiado desde que volví. Ahora trabajaba por mi cuenta y vivía sola. Mi madre había decidido mudarse con su novio Charlie dejándome más espacio para mí, el cual aproveché mi habitación para convertirla en mi estudio de trabajo y usando la habitación de mi madre como mi nuevo cuarto. Todas estas modificaciones las había logrado gracias a la buena paga que Ghost me había transferido a la cuenta, una suma que no valdría lo que trabajé en pocos días, pero que me sirvió para estar mejor posicionada en mi trabajo independiente.

Había recibido nuevas y buenas noticias también. En cuestión de amigos, me había ausentado mucho y había perdido hermosas anécdotas que jamás podré vivir otra vez. Pero, una de ellas, será la que mejor experimentaré. Mi mejor amiga, Nina, estaba embarazada de Danny, aquel atolondrado que nunca prestaba atención a mi amiga, y en unos meses más ella daría a luz. Además, mi padre iba a casarse en un par de semanas y yo iba ser la fotógrafa de la boda.
Todo había pasado tan rápido que no me dí cuenta la cantidad de tiempo que perdí. Era increíble que haya pasado largos meses fuera del radar de la banda Ghost y, específicamente, de Papa.

Me serví un poco de zumo de naranja en la cocina y volví a mi estudio para continuar con la edición. No podía quejarme de haber trabajado con Ghost, ya que gracias a ellos adquirí un gran nombre y una reputación intachable.

Oí el timbre de mi departamento de manera estridente, como si estuviesen deseosos de verme. No esperaba visitas y no me imaginaba que fuese Nina, menos en el estado que está actualmente.

—¿Quién es?— pregunté desde el otro lado acercándome a la puerta.

—Soy yo... Papa— aquella voz produjo en mí que se me retorciera el corazón con fuerza y que se obstruya mi respiración.

—¿Qué haces aquí? Luego de tanto tiempo... Pensé que habías entendido que no quería que vuelvas— dije mezquina.

—Eva, por favor, tenemos que hablar, pero esta vez es en serio— dice con un tono que no podría haber reconocido antes.

—¿Cómo has entrado al edificio, Papa?— pregunto dubitativa al recordar que vivía en un departamento.

—Te lo contaré si me dejas pasar. Por favor, vine desde muy lejos a hablar contigo de buena fe. Permítemelo— dice emitiendo un suspiro al final.

Exhalé con fuerza armándome de valor para enfrentar la situación y quito el seguro de la puerta con lentitud, como si estuviese lista para arrepentirme en cualquier momento. Al abrirla completamente noté que algo había cambiado. Algo andaba mal y que, por razones que van más allá de mis capacidades, no debería haberlo visto.

—¿Tobias?— pregunté casi emitiendo un sollozo histérico.

Allí estaba él. Con el pelo finamente peinado hacia atrás, con unos jeans claros ajustados, unas converse blancas y una chaqueta de cuero junto con una remera de El Exorcista. Totalmente calmado y con ambas manos en los bolsillos de su pantalón.
Expuesto y calmado a la vez.

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