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Desperté por el sonido de mi celular. El particular ringtone histérico que retumbaba en mi mente dormida me dio la pauta de que era Nina quien llamaba.
Estiré el brazo y lo tomé para verificar con los ojos entrecerrados quién era el molesto o, en su defecto, la densa que quería hablar conmigo en estas condiciones.
—Nina ¿Qué carajo?— digo en voz baja al atender.
—Eva linda ¿Qué pasó anoche? Ví el mensaje que enviaste diciendo que era urgente irte con Jamie y alguien más— dijo con su típico aire de felicidad.
—Pues es eso lo que pasó ¿Llamaste para que lo confirme vía telefónica?— dije saturada.
—Oye, tranquila. Sólo quería asegurarme que estabas bien— dijo apenada.
—Disculpa, es que me enloquece que me despierte el celular con miles de llamadas— oigo un suspiro del otro lado de la línea. —Supongo que me debes una disculpa.
—Lo sé, lo siento. ¿Quieres que desayunemos juntas?— dijo contenta otra vez.
—No me parece buena idea porque...— me interrumpe.
—Ya estoy abajo con tu pastel favorito— río. —No bromeó, fíjate en las cámaras— hago caso y enciendo el televisor para sintonizar el canal que muestra la cámara del exterior del edificio y allí se hallaba ella saludando con un paquete enorme en su mano.
—Hija de puta— río. —¿Eres Flash Gordon o qué?
—Apurate que éste pastel no se comerá solo— me levanté y comencé a cambiarme.
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—Entonces... ¿Quién es este chico misterioso del que no me cuentas todavía?— pregunta mientras se lleva un pedazo de pastel de manzana a la boca.
—Se llama Tobias. Ayer se quedó en casa hasta tarde y nos quedamos escuchando música junto con unas latas de cerveza— señalo la pila de latas a un lado. —Sé lo que piensas y no, no pasó nada más.
—Oh, vamos, no me digas que no has sentido toda su virilidad— río ante su declaración. —Eva...
—¿Qué? Te estoy diciendo la verdad, Nina. No hemos hecho nada, así que deja de atosigarme con preguntas de ese estilo— digo cerrando la conversación.
—¿Al menos es lindo?— pregunta insistente.
—Sí, demasiado— confieso y ella aplaude. —No sé por qué festejas si es simplemente un conocido...
—Así se empieza, querida. Lo conoces, lo invitas a tu casa, "no tienen sexo"— enfatiza esa frase. —Y con el tiempo vuelven a quedar. Ya verás que algo interesante surgirá entre ustedes.
—¿Ahora eres bruja?— bromeo.
—Un poco sí— reímos. —¿Tienes su número?— asentí tímida. —Que rápida eres, maldita sea.
—Estúpida, él me lo dio al irse— río.
—Al menos le interesas— dice observando su taza de café.
—Jamás pensé que diría esto...— hago una pausa y ella me observa impaciente. —Eres una fanática de las películas de romance.
—Oh, por favor ¿De verdad?— río y ella me observa confundida. — Esperaba un: “Nina tienes razón. Él podrá ser mi alma gemela y nos casaremos en la playa”.
—Creeme, ves muchas películas románticas— ambas reímos.
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Organicé la casa, ya que ésta se hallaba completamente fuera de estado por la cantidad de latas dispersas por allí. Acomodé los almohadones del sofá, como así también mi cama y la cocina en donde habíamos desayunado Nina y yo.
Mi madre se contactó en el momento en que estaba con mi amiga avisando que volvería a casa mañana porque quería permanecer más tiempo con su novio que, según ella, estaba enfermo. No me pareció mala excusa y acepté su noticia.
Luego de dar cierto orden al departamento, mi celular comienza a sonar ubicando como remitente a mi jefe.
—Buenos días— digo cordial.
—¡Eva! ¿Cómo estás? Espero que bien. ¿Recuerdas a Ghost, específicamente al Papa Emeritus?— pregunta con velocidad.
—Cómo olvidarlo...— confesé. —¿Sucede algo con él?— opté un tono más profesional y recordé mi preocupación por aquella vez que se despidió con desgano.
—Quiere una sesión personal para dentro de una hora ¿estás ocupada?— pregunta.
—Mhmm, no, pero...— observo a mi alrededor. —¿Sesión privada? ¿Qué hay con sus compañeros?
—Te explicaré luego. Él pidió exclusivamente que seas tú quien lo fotografíe, no dejó otra opción— me sorprendí al escuchar sus palabras. Entonces él nunca se había enojado conmigo y, como consecuencia, iba a despedirme. Sino todo lo contrario, el Papa Emeritus en persona me pidió como fotógrafa. ¿Será lo que Tobias dijo? ¿Eso de intentarlo una vez más? Las palabras de mi jefe me despertaron de aquellas hipótesis. —Te veo dentro de una hora, Eva. ¿De acuerdo?
—Sí... Sí, allí estaré— balbuceo y corto la llamada.
Salté de la emoción y comencé a preparar mi material de trabajo como así también mi outfit y maquillaje.
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—Hola Jamie— dije al saludarlo con gratitud.
—Eva, te ves... Muy bien— me observa confundido.
—Gracias ¿Me ayudas con el trípode y la cámara?— asintió rápidamente y comenzó a colaborar con mis herramientas.
—Creo que el Papa Emeritus no se rinde contigo. Pidió exclusivamente tus servicios y además estará sólo ¿No lo crees todo un guerrero?— bromea.
—Yo sólo creo que dices muchas estupideces— reímos. Nuestro jefe nos alerta que el Papa está ingresando y que cada uno vaya a su puesto. —Hora de trabajar— digo a mis adentros.
Esta vez el Papa Emeritus llevaba otro traje que resultaba totalmente nuevo para mí. Ya no era el conjunto papal, sino un traje más antiguo tal vez, con el pelo largo finamente peinado hacia atrás y el maquillaje que lo caracterizaba.
Fue una sesión corta para mi gusto, teniendo en cuenta que suelo trabajar con más gente y más producción. Él solamente pidió media hora de sesión sin cambios ni tiempos para descansar. Fue un trabajo para despacharlo enseguida.
Al terminar, todos me felicitaron por mi trabajo y rápidamente tomaron sus equipos y se retiraron del estudio. El Papa aún no se me había acercado, así que supuse que no tendría nada para decirme, entonces decidí organizar mis cosas para volver a casa.
—Señorita Hedegaard— dice aquella voz que me fascinaba gracias a la recomendación de Tobias. —Queria felicitarla por su trabajo— me voltee hacia él dejando mi fiel cámara a un lado clavando mi mirada en la suya.
—Gracias— digo sin más sonriendo con timidez. Él toma mi mano y la lleva cerca de su boca.
—Un placer ser obra de una artista como usted— besa mi mano y siento un choque eléctrico con su contacto. —¿Tiene planes esta noche?— pregunta soltando mi mano.
—No...— balbuceo. Su expresión es siempre la misma y eso me intimida un poco.
—Pues creo que tenemos una cita— hace un gesto con la mano y su autoridad me hizo asentir. —Iré a buscarla a su casa a las 8. No tarde porque la puntualidad es mi pilar— dijo imponente.
—Oh, yo... No hay problema con eso...— él asintió e hizo una reverencia despidiendose para alejarse de mí. —Aún no te he dicho mi dirección.
—Ya la tengo— dijo sin voltearse.
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