17

Maratón 3/3

—Ven, entra. Te mojarás allí fuera— me otorgó el paso y yo le agradecí el gesto. —¿Buscas a Papa?— dice mientras cierra la puerta detrás de nosotros.

—Sí, necesito hablar con él— digo con tímidez.

—De acuerdo, ahora mismo él está ocupado en algo, pero si quieres puedes venir con nosotros. Estamos ensayando— asiento lentamente. —No te haremos nada— ríe y yo río con él algo nerviosa.

Atravesamos el recibidor y subimos al primer piso. Él, mientras tanto, me comentaba cómo iban con su ensayo y los shows que estaban dando en el país. Su simpatía era contagiosa y me hacía sonreír constantemente. Era algo que nadie lograba y me encantaba saber que existía la posibilidad de sonreí y reír sin que haya un chiste de por medio. Recorrimos el pasillo, que Papa anteriormente me había explicado sobre las habitaciones, e ingresamos a la última de todas, muy cercana al cuarto de Papa. Era un salón bastante extenso, con una acústica muy buena y llena de instrumentos y amplificadores. Allí estaban los demás integrantes con sus respectivos trajes y concentrados únicamente en sus instrumentos.

—Oigan, chicos, ¿recuerdan a Eva, nuestra fotógrafa? Vino a presenciar un show privado— bromea y algunos ríen. —Acerquense, no sean maleducados.

—Hola— dice uno alto y bastante robusto. —Soy Omega.

—Un gusto conocerte, Omega— digo con timidez. 

—Bien, Omega, gracias por ser el único que coopera. Aquel que tiene las baquetas se llama Earth, el loco del teclado es Air, el bajista es Water y bueno, Omega la gorda y yo Alpha— río para mis adentros al ver cómo Omega le dedica una mirada furiosa.

—¿Te crees gracioso? Concéntrate y empieza a trabajar— dice y me observa haciendo una reverencia. Se aleja de nosotros para tomar su guitarra, que por cierto llevaba una pegatina con el símbolo del alfabeto griego que lo representaba, y comienza a afinarla.

—Olvídalo, es un aburrido— dice divertido. —Nos encanta tener a alguien más aquí que no seamos nosotros ¿sabes? Siempre es bueno relacionarse con otras personas— noto detrás de él que sus compañeros intercambiaban miradas reprobatorias entre sí.

—No lo dudo...— digo sarcástica y vuelvo mi mirada hacia la de él.

—¿Quieres beber algo, Eva? ¿O comer algo? ¿Te tengo tu abrigo, tu cartera, algo?— pregunta tan rápido que me perdí en la primera cuestión. Río al ver cómo se comportaba.

—Descuida, estoy bien, gracias. Seguramente me lleve menos tiempo del que te imaginas— él se cruza de brazos y sus ojos claros me observan con detenimiento.

—¿Por qué piensas eso? Sabemos que Papa es muy complicado, pero ¿contigo? No lo creo— dice contemplándome de arriba a abajo.

—¿Por qué dices eso?— pregunto nerviosa.

—Porque no tienes que estar aquí— responde otra voz. Ambos nos volteamos y notamos que Papa estaba ingresando a la sala con su típica expresión amable...

—Papa, tengo que hablar contigo— evitó mi mirada y se dirigió a Alpha.

—Ya mismo quiero al responsable que la dejó entrar— dice con ira.

—Fui yo, Papa. ¿Cuál es el problema con ella? Ha venido con esta tormenta a hablar contigo y nos ha tratado muy bien. ¿Por qué eres así?— Papa se acerca más a él y lo increpa.

—No es de tu incumbencia. Prepárense que volveré en unos minutos— se acerca a mí y me toma del brazo. —Tú y yo... Afuera— me alejó de los demás y salimos de la sala de ensayo.

—Papa ¿A dónde me llevas?— introduce una llave en su cuarto y ambos ingresamos sin antes asegurarse que la cerró perfectamente.

—¿Quieres hablar? Pues, hablaremos— nos adentramos en su habitación y me voltea quedando a centímetros de su boca.

Una mano se posó en mi coleta y la otra en mi trasero, ambas presionaron con fuerza contra mí apegándome más a él y sus labios se unieron a los míos. La intensidad del beso fue aumentando cada vez más y la respiración comenzó a fallar. Se separó un poco de mí para respirar agitado, al igual que yo, y su mirada penetrante se posó en la mía.

—Con que ¿Me dejas plantado para ir a ver a otro hombre?— dijo en mi oído y mordió luego el lóbulo de mi oreja. —No sabes lo furioso que estoy— arrancó de mi cuerpo mi abrigo y mi cartera desapareció de mi brazo. Sólo me hallaba en remera. Su boca se concentró en mi cuello y sus manos seguían apretando mi trasero. —Y más aún sabiendo que era Corey Taylor— dijo suavemente en mi oído. Algo que aumentó mi temperatura al instante.

—Papa, déjame explicarte— dije entre jadeos. Su lengua siguió jugando con mi cuello y sus manos habilidosas comenzaron a quitar mi remera con rapidez.

—Lo único que quiero escuchar salir de tu boca es mi nombre y tus gemidos muy audibles— se deshizo de mi remera, como así también de mi sostén. 

Sus labios volvieron a recorrerme hasta mis senos, en donde se detuvo durante unos cuantos e interminables segundos haciéndome estallar por dentro. Sus guantes ya no formaban parte de su traje y aprovechó para desvestirme con velocidad. 

Me recostó en su cama, que tanto anhelaba estos días, y besó mi cuerpo desnudo hasta llegar al inicio de mi ropa interior. Sin quitar su mirada de mí, se deshizo de ella lentamente arrojándola por ahí y su lengua se hizo presente en mi carne más sensible. Me sostuvo con fuerza la cintura para evitar que me mueva tan brutal por los espasmos que sentía. Mis manos pasaban de tirar de su pelo hasta arañar las sábanas y sujetarme de ellas.

La misma rutina de la última vez surgió a continuación. Me colocó el listón, buscó en su lugar un condón y se lo colocó. Hasta ahí todo era normal, todo me resultaba familiar. Pero él me acomodó de tal forma que mis manos quedasen sujetas al respaldo de la cama. Me había atado y no había forma de huir.

—Tranquila, tómalo como un castigo por haberme dejado— introduce dos dedos en mí y no evito el gemido. —Sh, harás que mis Ghouls se enteren, bebé— comenzó a trazar círculos con ellos en mi interior y comencé a retorcerme. —No lo soportas tanto ¿eh?

—Por favor, Papa... Detente— digo entre jadeos.

—Sé que eso no es lo que quieres... Dime lo que realmente quieres— dice con la voz ronca.

—Hazme tuya—terminé de pronunciar la frase y sentí como una embestida logró sacarme de mis casillas.

El castigo servía. Tenía la potente necesidad de arañar su espalda o tirar de su pelo, pero no podía. Las sogas imposibilitaban todo. Estaba absolutamente a merced suya sin restricciones. Sus labios carnosos se apoderaron de los míos y transitamos un sin fin de emociones y sensaciones tan placenteras que no cualquiera podría soportar.

Varios minutos más tarde, ambos caímos rendidos uno encima del otro y sin energías... Con que ¿así arregla las cosas, Papa? Pues, sí que las ha arreglado.


Espero que les haya gustado la maratón de hoy :) ¡Buenas noches!



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