009- Oxitocina

¡ADVERTENCIAS!
Tengo que aclarar esto, no quiero reclamos después. Este capítulo es exageradamente gráfico (así narro yo) No hay acrónimos ni nombres "dulces" para abordar la anatomía humana, mucho menos en cuanto a la naturaleza sexual. Cada parte tiene su nombre y punto.

Me disculpo en antelación, pero si quieren saltarse la escena sexual les pondré estos (•) al comenzar y al terminar la escena para su comodidad.

—¿No tienen cubre pezones?— instigó la rubia desde el interior de la pequeña cabina blanquecina, encargándose de subirse el nuevo traje que se le había diseñado con tal de comenzar su adaptación temprana a los deberes de reparación.

El dilema era otro en ese momento. Manteniendo la vista sobre sus pechos frente al iluminado espejo de cuerpo completo aún podía vislumbrar los piercings en las aureolas de los pezones asomándose entre los amasijos de tela ajustada.

—¿Cómo que cubre pezones? ¿De que carajo hablas, mujer?— Miguel yacía de pie contra la pared adyacente, manteniendo los brazos estrechamente cruzados por encima del pecho, flexionando asi los músculos braquiales.

Había decidió mantener los ojos sobre ella en todo momento. Para él, la confianza debía ganarse, y Michelle no era de fiar, mucho menos al notar esa llamativa mirada azul ojear de vez en cuando hacía el gizmo. No hacía falta tener un gramo neuronal para saber exactamente lo que pretendía hacer con el dispositivo, por supuesto, en caso de que pudiese ponerle las manos encima. Cosa que no iba a pasar, menos con Miguel presente.

Dejó salir un exasperante resoplido al escuchar golpeteos dentro de la cabina.

—¿Qué mierda estás haciendo ahí dentro, Reyes?— vociferó de mala gana, chasqueando la lengua.

—Si tienes tanta curiosidad entonces entra y ayúdame— insinuó, luchando contra el material, envolviendo cada curva de su cuerpo con la nueva vestimenta.

Miguel dejó salir una irónica risotada—. Pendeja— farfulló por lo bajo, pasándose la lengua por el afilado borde de los colmillos. Si se mantenía quieto aún podía saborear los labios de Michelle en los suyos. Un permanente sabor dulce e intoxicante danzando volátil entre las células alteradas de su organismo.

Michelle era el doble de fuerte que la droga a la que su cuerpo era adicto. (*)

Finalmente, tras esperar un santiamén por la fémina, la puerta de la cabina se abrió. Revelando así la curvilínea figura detenida frente a sus oscilantes ojos, que por breve vacilación se detuvieron en sus pechos, notando extraños y diminutos bultos. Frunció el entrecejo, empujándose grácilmente lejos de la pared que lo habría tenido resguardado previamente. Sin embargo, no desenvolvió los brazos de su cómodo sitio contra su pecho, sino que simplemente escudriñó.

—Para eso quiero los cubre pezones ¿son muy visibles?— torció los labios en una mueca preocupada.

Una ola desenfrenada de deseo le invadió el centro primitivo del cerebro, activando ondas eléctricas desde la amígdala hasta la punta de los pies. La necesidad por la segregación de oxitocina estaba matándolo. Asintió, atinando a relamerse los labios antes de mirarla a los ojos.

—Pediré que acojinen el area del busto ¿algo más?

Ella inspiró, recargándose contra la puerta de la cabina. Irremediablemente contuvo una risilla al morderse el labio inferior. Sentimientos sin sentido abigarrados en el interior de su retorcida mente. No era ignorante ante el aparente comportamiento de un hombre, menos aún si se trataba del mismo que horas antes le había comido la boca sin pudor alguno.

—Pueden hacerlo menos ajustado ¿no crees? Mira, esta cosa es como una segunda piel— tentativamente dio vuelta, mostrándole el enorme trasero aprisionado en el traje.

La curva entre la espalda baja y su pomposo culo le provocó espasmos. Razón suficiente para apartar la mirada tras un evidente gruñido.

—No cabe la menor duda que eres una pinche diva, Reyes. El traje está diseñado para ser ajustado y no causar conflictos en cuanto a la movilidad. Permite libertad en batalla. No es solo para verse "bien"— rodó los ojos—. Pero esta bien, no lo quieres tan ajustado ¿qué más?— inquirió de forma inquisitiva, mirándola por debajo de la ennegrecida sombra de sus largas pestañas ébano.

—Es todo— sonrió, meciéndose de un lado al otro.

—Bueno, ahora ve a cambiarte. Llevaremos el traje de vuelta a la estación de diseño para que lo ajusten a tus...necesidades— comentó, rendido a la posibilidad de tolerar su manera de ser.

Exasperante y exageradamente embromosa.

—Hay un detallito— juntó el índice contra el pulgar, haciendo un ademán por ser entendida—. Fue un triunfo ponerme esto, y no quiero ni imaginarme lo terrible que será quitármelo.

—Michelle, cierra la boca y entra a la cabina. Me importa una mierda, haz lo que te digo— pronunció severamente. La yugular acentuándose contra la apiñonada piel descubierta desde el cuello del traje.

Sabía lo que iba a pedirle y se conocía tan bien que una vez pusiera un pie dentro de esa cabina estaría condenándose de por vida. No podría resistirse a tocarla. La fuerza atrayente entre los dos era así de fuerte. Efectos gravitatorios que lo conducían irrefrenable hacia la colisión contra ella. Eran la luna y la tierra, ella oscilaba siempre alrededor de él y Miguel solo podía mirarla desde una distancia prudente. Apreciando su belleza y albor en medio del bruno telar estrellado.

—Ya, ya— descartó, dibujando una línea imaginaria sobre sus labios, haciéndole entender que el tema estaba zanjado y ella permanecería callada.

De pequeñas zanjadas se metió a la cabina, mirándose en el espejo, permitiéndole a sus dígitos acariciarse los labios, remembrando el arrebato empírico que a su curso le erizó la piel. Entre sus piernas ya se amoldaba la calidez, una innegable humedad segregada a partir de rencor mutuo. Ambas sensaciones entrelazadas cercanamente a la dopamina, el neurotransmisor encargado de las emociones fuertes.

—Miguel— llamó.

—¿Qué?

—Odio admitirlo, pero de verdad necesito tu ayuda— resopló, aguardando lo que pareció una eternidad en silencio.

Miguel sucumbió, adentrándose a las fauces del imperante deseo carnal. Escuchando la puertecilla cerrarse antes de mirarla. Notando su pecho ascender y descender ante la respiración entrecortada. El espacio era reducido, por lo que el calor que ambos cuerpos emitían lograba colisionar y escapar por la rendija superior, aglomerándose una extraña calidez en la cabina en la que ambos se miraron.

—Alza los brazos— ordenó, dándole un ligero golpe en el brazo apenas con los dedos.

—¿Tu eres bruto por naturaleza, no? Existe el "por favor"

Por favor deja de ser un dolor de pelotas y alza los brazos ¿así está mejor?— fingió una sonrisa en cuanto los delgados brazos cedieron al aire, dándose a la tarea por buscar el bordillo de la parte superior del negruzco traje.

Incluso si sus manos estaban recubiertas por la pragmática sensación de su traje, la cercanía con ella era perniciosa. Tanto que una simple tarea como desvestirla se volvió un suplicio. Entrecerró los ojos al no poder encontrar el borde escondido, y su mecha corta en cuanto al temperamento no iba a aguantar mucho más tiempo del necesario.

—Miguel por Dios, solo mete los dedos entre la tela— Michelle guió, bajando los brazos para poder ayudarlo.

Eran dos haciendo la tarea de uno.

¿Qué chingados es esto?— aherrojó, soltando en cuanto la rabieta ascendió—. No te muevas, pendeja.

A mi no me llames pendeja, cabrón.

Las palabras al español saltaron entre los dos. Trasfondos similares en cuanto a culturismos salieron a la par. Eran reflejos el uno del otro, pero ¿con qué propósito?

—Michelle, deja de moverte. No veo el puto borde y moverte como gusano no ayuda.

—¿Cómo gusano? Animal, estoy intentando ayudarte. Eres desesperante— imperó, resoplando los largos cabellos rubios desdeñando por la palidez enrojecida debido al calor.

Miguel encarnó una ceja, mirándola con incredulidad.

—¿Yo? Creo que faltaste en esa oración, Michelle. Tú eres el estrés personificado— mencionó entre dientes, finalmente encontrando el borde escondido del traje, pero no para quitárselo de manera natural, no. Ya lo había sacado de quicio.—Eres una mocosa necia— vociferó al unísono con la tela rompiéndose bajo sus manos con extrema facilidad—. Arrogante e irritante

Terminó por abrir completamente el traje de Michelle, tomándola violentamente por la nuca. Dejando así que las cascadas de cabello platinado se enredaran entre sus dedos.

—Y aún así sigo sin comprender porque no puedo deshacerme de ti.

(•)

Su voz estaba empapada de deseo y agonizante rencor. No iba a negarse que la odiaba por hacer su trabajo una pesadilla, pero tampoco negaría el magnánimo anhelo que tenia por poseerla. Desde la vivida imagen de su entintada piel hasta el calor que emitía. Todo lo llamaba a tomar lo que quería.

Ella tomó las riendas por un breve instante, presionando sus labios finalmente en un agridulce vaivén explosivo. Húmedo e hirviente que se entremezclaba mientras sus lenguas se encontraban una y otra vez. Michelle gimió contra su boca, enredando los brazos en su cuello, dejando que la rabieta del moreno terminara por comerle la boca entre gruñidos y mordidas. Sus enormes manos hundiéndose en la tersa y pálida piel desnuda de Michelle, hundiendo los dígitos por el borde de sus caderas al presionarla contra la pared y su anhelante erección.

—¿Qué estas esperando? Hazlo antes de que te arrepientas— la joven desafío, inclinando la cabeza hacia atrás lo suficiente como para sentir los hambrientos labios de Miguel a juego con sus imperantes manos amasando sus pechos, gradualmente llevándoselos a la boca. Volviéndola un desastre tembloroso.

—Cierra la boca, mocosa— musitó, tirando de uno de los piercings entre los dientes, deleitándose con el dulce estruendo proveniente de los labios de ella, quien enredó firmemente los dedos entre el amasijo castaño.

Las piernas se le hicieron jirones al sentir la húmeda lengua deslizándose por encima de sus erectos pezones, endureciéndose al grado de doler mientras su boca chupaba sus sensibles aureolas, tentándola al borde un vertiginoso encuentro clandestino.

Sin esfuerzo alguno y con las manos bajando hasta apretarle el culo sin pudor, la levantó, acomodándose entre sus largas piernas envueltas alrededor de sus anhelantes caderas, empotrándola belicosamente contra la pared.

Eran esclavos del deseo; empapados en el momento sin dejar nada a la imaginación. Michelle estaba tan pedida como Miguel, hallando el camino de vuelta a sus hinchados labios que cándidamente lo acogieron entre jadeos y gemidos apagados. La distancia era insoportable, necesitaba sentir cada centímetro de su ser empalándola. Y Miguel pareció leer su mente, pues en un instante y un sencillo comando al gizmo, el traje, de pies a cabeza comenzó a desintegrarse en un patrón similar al de la telaraña fosforescente.

Con la vista puesta en el espejo, la humedad entre las piernas de Michelle incrementó. Tan solo observar cada músculo tenso en la hercúlea anatomía le hizo agua la boca. Imaginando el peculiar sabor de su virilidad empalmada contra el marcado vientre. El glande anhelaba el contacto con la piel, estaba tan hinchado y rutilante que solo atinó a desperezarse, inmediatamente ayudándole a bajarse el resto del traje.

Miguel tan solo sonrió. El descaro en su expresión ensombrecía el relente rugido del deber. No debía hacerlo, no debía tocarla, pero la tentación ante la tersa carne era imposible de desalentar. Lo habría vuelto un animal en celo, que con fiereza desplazó la mano por el cuerpo del palpitante pene, dejando salir un gruñido ante el contacto.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez.

—Usa tus dedos, quiero que extiendas tu coño. Muéstrame— vociferó con un tono bajo, casi amargo mientras su mano masturbaba su polla.

Michelle obedeció, separando los mojados pliegues de su vagina, mordiéndose el labio inferior al escuchar los fluidos mojándole los dedos.

—Pídeme que te folle, Reyes— imperó, sosteniéndole las mejillas de manera bruta con la mano libre—. Pídeme que te hunda la polla hasta que no puedas más— al resonar su voz en la pequeña cabina de cambio, rebajó el cuerpo de Michelle hasta rozar el glande contra su caliente desastre, soltando una maldicion por lo bajo. Una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo entero al frotar la cabeza del pene contra el clitoris, evocando así un sonoro gemido por parte de la rubia—. Vamos, dilo. O te juro por Dios que te dejo aquí hecha un puto desastre.

Michelle sonrió, dándose por vencida ante la curiosa exhibición de la innata dominación. No iba a negarse a si misma lo que estaba por ocurrir, ni siquiera su necedad podría detenerla.

—Quiero que me folles. Que me destroces el coño, anda, dame todo lo que tengas— desafío, sujetándose de su cuello.

Sus ojos se abrieron como platos en cuanto su reto fue concedido, Miguel la habría penetrado sin piedad, hundiéndose hasta tocar el precipicio de su coadyuvante lujuria. Sus fluidos se combinaban, enlazándose cuáles tiras de ADN. Diseñados para embonar perfectamente en sincronía a las bestiales estocadas golpeándole el cuello uterino repetidamente, moldeándola a su merced.

—¿Es un reto, puta? ¿Ah?— gruñó contra el hueco de su cuello—. Mierda, tienes el coño tan apretado— se empujó a si mismo aún más, golpeando con la pelvis incesantemente. Las paredes vaginales se apretaban deliciosamente alrededor del pene, acariciando el grande ante la entrada y la tortuosa salida de la cavidad vaginal—. Michelle, no tienes idea de lo bien que se siente follarte— confesó tras un gemido.

—No pares, por favor, no pares— gimoteó, tirando de los cabellos entre los dedos.

La estaba volviendo loca.

—Dime como lo quieres. Joder, pídeme lo que quieras— dijo entre quejidos, aumentando la velocidad de sus penetraciones, apoyándose de la mullida cadera que se movía hacia el relente ataque, recibiendo el contacto exquisito desenvolviéndose ante los sonidos de la carne haciendo contacto, una y otra vez empotrándola sin piedad—. ¿Así te gusta, amor? Dios mío, me encanta tu coño. Así, mami, muévete así.— el español le salió naturalmente ante la excitación, inclinándose hacia atrás con tal de verla detenidamente moviendo sus preciosas caderas en busca de cercano contacto—. Puta madre, Michelle, estás matándome.

—Hijo de puta, que rico coges— soltó una risotada oculta en un gemido—. Dame más duro.

Ante sus palabras, él sonrió. Clavando los dedos entre la lacerada carne de sus muslos, sosteniéndola estable al arremeter con fuerza. Michelle era un desastre, tuvo que morderse el brazo para evitar soltar un fuerte alarido, conteniendo así todo el oxígeno en los pulmones al sentir un hormigueo subiéndole desde la punta de los pies hasta el vientre, obligándola a moverse más hacia las agresivas caderas de Miguel.

—¿Lo quieres dentro?— jadeó, frotando el hinchado clitoris con el pulgar mientras seguía moviéndose visceralmente en el estrecho cuello vaginal.

Estaba por correrse.

—Sorpréndeme— susurró, inclinándose a envolver los brazos en su cuello, jadeando ante las que serían las últimas estocadas, lo suficientemente fuertes como para que tuviera que cerrar los ojos, dejándose llevar al borde de sus deseos.

Una potente y última penetración la hizo gritar, sacudiéndose con fuerza ante la sensación del semen llenándole el cuello uterino, despilfarrándose entre la unión del pene y la vagina, deslizándose en pesadas gotas por la base de su polla en cuanto los gruñidos de Miguel se transformaron en necesitados gemidos, ahogándose en el interior de Michelle. Sus imperantes jadeos resonaron en el espacio.

(•)

—Mierda— murmulló sin aliento—. ¿Estás bien?

Ella le mostró el pulgar, manteniendo el ofuscado rostro contra su cuello, tratando de recuperar la templanza. Miguel rió por lo bajo, delicadamente bajándola de vuelta con los pies contra el suelo. Un ápice de suficiencia le recorrió el cuerpo al ver sus temblorosas piernas.

—Iré a que arreglen tu traje, no creo tardar mucho. Quédate aquí ¿vale?— nuevamente, con un comando de voz sencillo, activó el traje, recubriendo su cuerpo del placer coital—. Michelle, esto es entre nosotros. Ni se te ocurra hablar de ello.

—Ajá ¿por qué iría por ahí contándole a todo el mundo que me acomodaste la matriz?— bromeó, pasándose una mano ante los rebeldes cabellos hechos nudo—. No tardes, cabrón, tengo frío.

Miguel negó, una socarrona sonrisa asomándose por el bordillo de sus labios. Tomó el amasijo de tela oscura del suelo, arrojándolo sobre su hombro.

—No me provoques o me tardaré más.

—Si te tardas más soy capaz de salirme de aquí así como estoy— encogió los hombros.

—Eres imposible— resolló, saliendo de la cabina como si nada hubiera pasado, tan solo aplacando el desastre que tenía en el cabello.

No iba a negarlo. Aquel encuentro no iba a ser único. La deseaba ahora más que nunca.

(*) RAPTURE: Miguel O'Hara es adicto a esta droga, proveída por Tyler Stone, quién lo engaña para tomarla. Esta sustancia se afianza al ADN de quién la consuma, volviéndola extremadamente adictiva. Solamente Alchemax tiene acceso a rapture.

NOTA

Ha pasado un chingo de tiempo desde que narré una escena de sexo, espero no estar tan oxidada y que les haya gustado.

Habrá más, por supuesto y cada vez irán subiéndose más de tono. Estos dos weyes son conejos. Del método anticonceptivo ni se preocupen, eso se abordará en capítulos posteriores

Corregiré los horrores ortográficos tan pronto como pueda.

Sin más, los amo.

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