005-Entre el deber y el placer

"Hasta que me olvides y me rompa en mil pedazos"

(Letras en cursiva se refiere a los modismos latinos, en este caso, mexicanos)

Tierra - 2650
Brooklyn, New York

Era domingo por la madrugada. El reloj rondaba aproximadamente las 2am mientras sonaba "Piel Canela" por el parlante de la cocina en un volumen moderadamente bajo para no despertar o en su defecto, molestar a los vecinos del edificio duplex.

Michelle preparaba macarrones con queso junto a la música, tarareando al son de sus recuerdos inundando sus cavilaciones. Esa era una de las canciones favoritas de su padre. Desde su muerte en un trágico tiroteo en las calles de la ciudad se habría vuelto recurrente en la cocina tal como hacía El capitán Reyes cada mañana.

Recurrentemente se acomodaba los tirantes de la camiseta ceñida al cuerpo cada que sus caderas ganaban y se dejaba llevar por el contagioso ritmo del falsete.

Su turno en el hospital habría sido severamente largo. Encargada de atender en la sala de emergencias con solo treinta minutos de descanso. Parecía ponerse peor cada día, heridos de bala, accidentes automovilísticos y un sin fin más de problemas que la gran manzana trataba a diario, sin embargo, la vocación de Michelle le permitía ayudar a quienes lo necesitaban. Una enfermera querida en el Centro Hospitalario de Brooklyn.

Amaba lo que hacía sin duda. Resultaba ser una decisión que le brindaba felicidad a pesar de las adversidades. Se había jurado ayudar a otros como su padre, oficiales y civiles cuyas vidas estarían a minutos de irse como arena entre los dedos. Formaba parte del sistema heroico, aún si no usase una máscara o portara una figura arácnida en el pecho.

Ella no era como él, pero en cierta forma hacían cosas similares.

Tan pronto apagó el fuego del quemador de la estufa, miró por encima de su hombro al escuchar un insistente golpeteo en su puerta. ¿Quién en su sano juicio tocaría a esa hora? Si bien podría ser la música, aunque lo dudaba, estaba lo suficientemente baja solo para que ella pudiera escucharla.

Suspiró cansinamente, acomodándose los shorts de raya blanca por el costado antes de caminar hacia donde el imperante sonido continuaba. Sus pies descalzos se abrieron paso entre zancadas lánguidas hasta estar delante del picaporte, levantándose sobre las puntas de los pies para observar por la mirilla. A simple vista no había nada, no obstante, pegó un salto al escuchar lo mismo nuevamente.

—¿Quién es?— preguntó al aire sin respuesta más que lo que pareció un gruñido—. Escucha, si no te largas voy a llamar a la policía— posó las manos sobre su cintura, esperando al alba por una contestación que no llegaría, o eso pensaba.

—Michelle...— pronunció una voz débilmente detrás de la puerta, gutural e irremediable conocida—. Mierda, necesito tu ayuda— gruñó con evidente desesperación.

Ella salió del shock por un instante, abriendo la puerta de par en par ante la corazonada que se lo rogaba a gritos. La imagen frente a los orbes celestes le trajo un nudo al cuello. Casi haciéndola tambalear.

—Dios mío— musitó al ver de pie contra la pared a Miguel O'Hara, vistiendo el llamativo traje de Spider-Man. El detalle no era ese, sino los profundos cortes en torno a su torso.

Era uno en específico el que le llamó a mirar, ese al que Miguel aplicaba presión ante la sensación de la sangre borbotando vehemente. Su rostro palidecía con el pasar de los minutos, permaneciendo recargado contra la pared.

Puta madre, Miguel— rebuznó Michelle con evidente preocupación, apresurándose a pasar el enorme brazo de el por encima de sus hombros, recobrando fuerza para poder pasar al gigante a su sala.

Entre tropezones y maldiciones, logró sentarlo, observándolo a medio morir con esa socarrona sonrisa pintándole el semblante. Era un tema de vida o muerte, y él seguía siendo el mismo imbécil de siempre. Los cabellos castaños le caían por hebras rebeldes sobre el sudor de la frente, mezclándose entre la sal y el exagerado olor del óxido empalándoles las fosas nasales.

—Sigues siendo un pendejo— rugió la rubia, apresurándose a su habitación, sacando el maletín de primeros auxilios que usualmente llevaba a sus rondas en el hospital.

Apresuró su paso, arrodillándose frente a él ante la respiración entrecortada del moreno, quién trataba por todos los medios permanecer despierto. Manteniendo la vista en la mujer de despeinados cabellos y temblorosas manos. Un ápice de una emoción desconocida para el acaeció su pecho un breve instante, confirmándose una vez sintió la bofetada de ella trayéndolo de sofión al plano terrenal.

Usualmente Miguel mantendría un carácter arrogante y confiado, pero en ese instante sólo atinaba a retorcerse con dolor. Sentía la vida yéndosele de las manos y solo ella podría hacer algo.

—Mírame— ordenó, dándole leves bofetadas—. Quiero que permanezcas despierto, ¿okay? Mantén los ojos sobre mi, grandulón, tu puedes— insistió, mojándose las manos con alcohol, retirando las de el en la sangrante herida—. Joder, Miguel, esto se ve mal.

—Confió en ti... con mi vida— susurró, levantando el pulgar débilmente.

Miguel languideció en cuanto la observó trabajar, humedeciendo una gasa con antiséptico, mirándolo a los ojos con esa belleza que habría extrañado después de no haberse visto por meses.

—Esto te va a doler, sostente de los cojines— dijo con prisa, llegando al punto de casi agitarse—. Los ojos sobre mi, Miguel, respiraciones profundas— comenzó a respirar con el, acercando la gasa a la herida, borbotando sangre tan pronto sus manos limpiaron la herida.

—¡Coño!— gruñó por lo alto, manteniendo los dientes apretados. Apretando los cojines hasta que sus nudillos se tornaron blanquecinos—. Con una mierda...

Se enfocó en el pálido rostro de Michelle, aliviando su dolor solo ante esa vista, su voz lo mantenía ahí, presente. Lo reafirmaba a respirar entre las agitadas respiraciones.

—Lo estás haciendo bien, solo un poco más— dijo en un murmullo, arrancado la envoltura de una aguja estéril con los dientes, mientras mantenía una mano firme en la gasa contra el corte en su costado—. Esta va a ser la peor parte. Mantén los ojos en mi en todo momento, sigue respirando profundo, lo estás haciendo excelente, grandulón.

Miguel se mordió los labios al sentir la punzada de la aguja en cuanto ella comenzó a suturar.

—Mierda— siseó, casi aguantando la respiración al cerrar los ojos con fuerza. El dolor era casi insoportable. Intentó enfocarse, regresando al santuario mental que tanto se había esforzado por construir al paso de los años. Respirando profundamente.

El toque de ella era gentil, no existía brusquedad a pesar de que la relación de ambos se componía de ello. Molestias mutuas por años. Michelle era de las pocas personas capaces de mantener su identidad a salvo, además de su cuerpo, por supuesto. Su conocimiento médico venía perfectamente conveniente para el héroe.

—Ya casi— inquirió, terminando las puntadas, sosteniendo el vendaje y pasándolo alrededor del torso, soltando un resoplido al sentarse con una sonrisa satisfecha—. Listo— suspiró, el alivio en sus ojos era casi palpable—. O'Hara tienes que tener más cuidado, eso pudo haberte matado.

En ese momento, la música cambió a algo que ambos conocían. "Hasta que me olvides" de Luis Miguel. A lo que una socarrona sonrisa pintó los rosados labios de ella, alzando la vista hasta encontrar la de él, que para su sorpresa ya estaba mirándola.

El sentimiento era casi indescriptible, sin embargo, la calidez se transmitió entre ellos.

—Joder, te ves bien ¿lo sabias?— comentó, peinándose los cabellos desordenados.

Michelle carcajeó, negando con la cabeza antes de levantarse.

—Cállate, cabrón— bromeó

Sin importar cuánto tiempo pasaran sin verse, la electricidad entre los dos sería imposible de borrar. Su sinergia resultaba incomparable y para muchos, envidiada.

—Te quedarás en ese sofá esta noche, tengo que mantenerte en observación— con ello se aproximó a la cocina, primero a lavarse la sangre de las manos para así pasar a rebuscar en sus gavetas hasta hallar un par de pastillas, sirviendo un poco de agua en un vaso de plástico antes de regresar junto a Miguel—. Ten, te daré un par de pastillas mañana. Cada ocho horas.

Miguel sonrío ampliamente, tomando las pastillas sin romper el contacto visual.

—Lo que usted diga, mi reina— fingió reverencia ante el tono demandante de Michelle, tomándose los medicamentos antes de dejar el vaso junto a la mesa de noche a su extremo—. ¿Qué haría sin mi enfermera favorita?

—Morirías— sonrió, manteniendo las manos en su cintura—. Me sorprende como sigues siendo el mismo güey de siempre, grandote y pendejo.

—Y aún así sé que me quieres.

Michelle suspiró, dejando que una sonrisa tomara posesión de su hermoso semblante a contra luz. Apenas iluminada por el foco de la sala, y aún así, parecía un ser etéreo ante la vista carmesí del moreno.

—Hacía meses que no te veía— murmulló, pasándose hebras de cabello detrás de las orejas—. Creo que la última vez que nos vimos te quejaste de haber reclutado a Gwen Stacy en eso de tu cruzada por salvar al universo— ladeó, pasando a sentarse a su lado en el sofá.

—Multiverso, Michelle. Y si, aún no tengo una buena opinión acerca de ella— bufó, decidiendo pasar de página y acomodarse cómodamente en el asiento, mirando a la rubia de soslayo—. Lo de antes, lo dije en serio. Te ves increíble.

Ella bajó la vista hacia sus manos, aún tenía remanentes de la sangre secándose entre sus dígitos. Estaba absorta en sus pensamientos. Miguel significaba mucho, lo quería, aunque no siempre fuese como una amistad.

—Te extrañé.

—Y yo a ti, tonta.

Resintió el índice de él en su mejilla, una caricia breve y sin embargo, que logró colapsar su sistema defensivo en sólo un respingo. Levantó la mirada azul, mezclándose con el rojo al acercarse cuál polilla a la luz.

Sus respiraciones se mecieron al aire, encontrándose en el punto exacto ante el vaivén exquisito de sus labios. Anhelándose el uno al otro, no había manera de negarse eso que sentían desde hace tiempo, esa chispa que había existido desde el primer día. La lengua de Miguel exploró la dulce boca de Michelle, arrancándole un gemido gutural tan pronto acunó su rostro entre las manos, estremeciéndose ante el creciente deseo en su interior.

—No podemos, la herida podría abrirse— murmuró contra sus labios, sintiendo lo mismo que él.

—Entonces solo déjame besarte un poco más.

Tierra-928
Sede de La Sociedad Arácnida

Miguel observaba la pantalla con creciente amargura, reproduciendo la misma escena de ese universo al que recurría en su tiempo libre. Memorizando la felicidad en su dualidad, hasta la evidente conexión con esa misma muchacha exasperante.

—¿Por qué no le muestras esto, Miguel?— Lyla imperó a sus espaldas.

—Porque es mi enemiga, Lyla. Tengo un deber con el multiverso, un deber más allá de los placeres banales que ella pueda ofrecerme— desvaneció la imagen, mirando su reflejo en la pantalla, triste. Apagado como la llama de una vela que alguna vez ardió fervientemente—. Y así se quedará.

NOTA
Ese universo tiene una historia gigante por explotar, pero, eso quizás se los regale al finalizar la novela.

Voa esclarecer una cosita nomas; este Miguel (Tierra - 2650) también es protector del multiverso, sin embargo, él deja de comprometerse con ello y abandona el proyecto para dedicarse a sus temas personales y seguir siendo Spider-Man de forma natural en New York.

Ojalá les haya gustado, como siempre

L@s quiero

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