004-Efecto mariposa
Tierra-928
Sede de La Sociedad Arácnida
La luz carmín le picaba los ojos, imperante ante el oscuro contraste del fondo. Los irises cabrilleantes ante el neón apenas alcanzaban a divisar figuras nítidas entre el embrollo al que su cuerpo estaba siendo sometido. Tenía las manos esposadas con esposas que jamás había visto antes. Ante lo visto y explorado entre su desesperación por escapar de su prisión holográfica, aquellos dispositivos inhibían el uso de telarañas, incluso la producción de estas, por lo que Michelle, sentada y aburrida en el suelo se había rendido a lo que fuese a sucederle.
Las rebeldes hebras grises le caían por la cara, pegándose a la delgada capa de sudor en su frente. Apenas meciéndose entre la relajada respiración. No hacía falta ser un genio para saber que aquella muchacha no estaba tramando nada bueno.
—Créeme, es mejor que estés ahí por ahora— mencionó una alegre voz femenina sin figura orgánica.
Michelle entreabrió los ojos, danzando la mirada a su alrededor, encontrándose a si misma en el reflejo luminoso de su improvisada cárcel. Suspiró profusamente, recargando la espalda ante la hirviente pared de luz.
—Al menos hasta que Miguel se calme.
La muchacha resopló. Recordando al gigantesco hombre que la habría llevado por un portal interdimensional hasta donde ahora estaba sentada.
En su rostro no había más que odio, enojo que crecía ante la mera mención de lo sucedido, o en su defecto, de los involucrados en su infortunio.
—No tengo que estar aquí, esto no es justo. No soy un animal al que puedan tener aquí así— siseó entre dientes, mordiéndose ansiosamente la piel muerta de los labios.
Hubo un momentáneo silencio en la sala, continuado por la misma voz, sin embargo, esta vez cobró la forma de una mujer joven de cabellos cortos y sonrisa ladina. Se acomodó los gigantescos lentes rosados por encima del puente de la nariz, aproximándose con seguridad en sus movimientos.
—En eso estoy de acuerdo contigo, pero yo sólo soy la asistente, las órdenes no corren por mi cuenta.
—¿A cuenta de quién entonces?— rebuznó, acomodándose una vez que sus piernas comenzaran a hormiguear—. Déjame adivinar— comentó en sorna, chasqueando la lengua arrogantemente—. ¿De Miguel?
Lyla, la asistente virtual, suspiró de manera cansina. Cruzando los brazos por encima del pecho.
—Escucha, esto es lo mejor por ahora. Necesitamos contenerte hasta que el problema esté resuelto— sus sensores se mantuvieron al tanto de los signos vitales de la muchacha, escaneándola ante flaqueos evidentes—. Por ahora eres un peligro para la Sociedad y el multiverso— hizo una breve pausa—. Y para ti misma.
Los labios de Michelle temblaron ante la incontenible rabieta que esas palabras le provocaron. La sangre solo le hervía de pensar en todo lo que habría tenido que experimentar en tan pocas horas. Nada tenía sentido. Viajes por portales, un sin fin de Spider-Mans, un hoyo negro que se tragaba su hogar. No entendía nada en lo absoluto, mucho menos el incesante cacareo sobre el porqué ella era un peligro.
Necesitaba respuestas.
—¿Y tú quién eres para decirme todo eso?— alegó, mandando los sensores de Lyla por los cielos.
Su presión arterial se elevó tan pronto el fuego se desprendió de su perforante mirada celeste, escudriñando su figura como un depredador dispuesto a despedazar una vez se levantara la puerta de su jaula.
—Lyla, déjanos— resopló una voz sombría, cuya identidad tomó sentido tan pronto caminó hacia la jaula.
Los destellos rojos apenas iluminaron sus fuertes facciones faciales. Denotando un par de fríos ojos carmesí. Un par de pozos sin fondo, sin emoción ni apices de algún otro pensamiento más que el de la ira y desprecio al deslizarse sobre Michelle. Torció los labios en una mueca de disgusto, relajando los músculos de la espalda tan pronto Lyla desapareció, regresando al Gizmo.
—Las órdenes corren por mi cuenta, Reyes— contestó impasible, respondiendo su pregunta anterior, dándole a entender que mientras charlaba con Lyla él la estudiaba desde el rincón—. Y si por mi fuera, te quedarías ahí por el resto de tus días.
—Tú no eres quién para decidirlo— encaró en tono desafiante.
—Si yo fuera tú me callaría, no tienes idea de con quién hablas ni en dónde estás. Créeme, no hay nada ni nadie a tu favor.
Las palabras de Miguel eran contundentes, puñales hundiéndosele en el pecho sin nada más que golpes secos.
—Y aún así, estoy consiente que no entiendes nada de lo que está pasando— enarcó una ceja, luciendo inquisitivo desde donde ella estaba sentada.
Su mirada la estaba matando sin siquiera tocarla.
Presionó un botón, causando que la jaula de neón se apagara, dejándola relativamente libre, ya que las esposas resultarían imposibles de romper para ella. Nuevamente, el único con el control absoluto en la situación era Miguel. Manteniendo sus manos en su cintura mientras la observaba detenidamente, evaluando sus movimientos, sin temer, sin dubitar.
—Reyes, ni lo pienses— señaló severo al notar la mirada encendida de Michelle.
—¿O qué?
Su actitud lo estaba sacando de quicio. Extrañamente parecía estar programado de aquella forma. Su mera presencia petulante lo hacía hervir cómo nunca. Todo en ella lo irritaba. Aherrojaba pensamientos violentos en cuanto ese par de zafiros se atrevían a danzar sobre su apabullante figura.
Miguel y Michelle parecían estar en la sintonía del odio mutuo sin tener razón alguna más que el cruce de miradas.
Enredó los dedos en el delicado cuello, extendiendo una de sus garras casi tocándole la yugular en cuanto los ojos azules se abrieron de par en par, sintiendo el jaloneo que la hizo quedar a escasos centímetros de sus colmillos e imperante mirada.
—Me dará gusto paralizarte si te atreves a desobedecer— amenazó en un murmullo, su aliento hirviente soplando contra el de ella, mezclándose y perdiéndose entre el ambiente—. Quiero tu palabra. Si intentas algo estúpido, mocosa, no dudaré. Así que accede a comportarte.
Michelle le sostuvo la mirada por lo que parecieron eternidades ¿que buscaba? ¿Desafiarlo? ¿Tentarlo? Fuese lo que fuese, desvió los ojos al sentirse completamente ensombrecida por su exagerada estatura. Era demasiado, mucho más de lo que usualmente podría tolerar. Miguel era una fuerza implacable.
—Dilo, Reyes— presionó su cuello ligeramente más fuerte—. Quiero escuchar que te comportarás, Michelle— hizo énfasis en su nombre, pronunciándolo con severidad, casi con evidente molestia.
Apenas podía formular palabras coherentes. La punta de la garra provocando un ligero y sangrante corte por encima de la yugular. Deslizándose una gota de sangre por su pálida piel, pero no se inmutó. Mantuvo la mirada estática sobre la de él, incluso si sus piernas flaquearan cuál gelatina.
—¡Dilo!— rugió Miguel, haciendo eco por la habitación, finalmente quebrándola.
—Lo haré...mierda— exhalo con fuerza una vez que su respiración regresó, alcanzando a sostenerse del antebrazo del moreno, tosiendo vehementemente—. ¿Cuál es tu maldito problema? Pudiste haberme matado.
Él rodó los ojos—. Y aún así sigues aquí. Tú y una cucaracha son lo mismo.
Michelle entrecerró los ojos con una evidente mueca, proyectando el odio que crecía hacia cierto tipo cuya arrogancia iba más allá de los límites permisibles.
—Hijo de pu...
—Lyla, las imágenes— ordenó, interrumpiendo la maldición.
Tan pronto sus palabras fluyeron al aire, la habitación se convirtió en un espectáculo de hologramas. Miles de imágenes enredadas entre sí, todas formando la historia de todos los que portaban una araña en el pecho. Incluyendo a Miguel O'Hara. Ella no tuvo palabras para explicarse, jamás había visto algo similar, ni mucho más aterrador que saber finalmente cómo sus vidas estaban decididas. Atadas a una matriz. Irrompible e incorrompible.
Se detuvo a mirar el evento de sus padres en el departamento, sintiendo la presencia de Miguel detrás, silencioso mientras podía adivinar la triste reacción de la joven.
—¿Por qué me muestras esto?— instigó con voz rota, repasando los rostros de sus padres una última vez.
—Porque esto, Michelle, jamás debió haber sucedido—cambió la imagen hacia la tienda de autoservicio, mostrando al hombre sin vida—. Y esto tampoco— susurró contra su oído, resoplando contra los largos cabellos—. Fuiste en contra de la historia original. Rompiste los eventos canónicos de tu dimensión y causaste una disrupción casi imparable.
Sus lágrimas desdeñaron sin control en cuanto frunció el entrecejo.
—Mis padres están muertos, lo perdí todo.
—No puedo sentir lástima por ti. Ni me atrevería a hacerlo. Todos hemos pasado por lo mismo. Pérdidas dolorosas capaces de convertirte en el héroe que el mundo necesita, pero tú... tú rompiste eso. Asesinaste.
Bajó la mirada azul, resintiendo las mejillas empapadas y el corazón resquebrajado.
—¡Yo no causé nada de esto!— vociferó, causando que Miguel reprodujera el evento como debió haber sucedido.
Michelle observó con tristeza, el dolor amenazaba por partirla en dos. Arrancarle el corazón de tajo ante lo visto.
—Tú padre muere en todos los universos alternos. Siempre de la misma forma— comentó aún detrás de ella—. Es asesinado en un tiroteo tratando de detener un asalto a un banco. No en un apartamento asesinado por su hermano.
Ella cerró los ojos, negando incesante, tratando de taparse los oídos con tal de asimilar la veracidad de sus confesiones.
—Tú madre y tú tío viven.
—No— negó agresivamente, temblando a simple vista. Estaba entrando en shock—. Mi tío es un maldito ebrio, asesinó a mis padres.
—Michelle— el otro suspiró—. Tus padres murieron en tu universo porque estuviste en el lugar equivocado en el momento equivocado. Actuaste tras haber recibido el mensaje de tu madre y eso desató el resto— descanso las manos sobre su cintura—. Pero lo que no puedo perdonar es el asesinato de dos personas.
Ella permaneció quieta, sorbiendo la nariz, cayendo en cuenta ante sus palabras. Alzando la vista entre imágenes de los universos alternos donde Michelle existía. Dónde aquella sonrisa crecía cada día a pesar de las dificultades vividas.
Su atención perduró en uno, mirándose a ella misma en un uniforme de enfermera, besando la mejilla de su madre y partiendo a algún sitio de la ciudad. Miguel resintió el estado atento por parte de Michelle. Al principio negándose a extender la imagen, pero haciéndolo aún así.
La dejó escuchar y mirar atentamente la realidad alterna, una dónde ella no era Spider-Man, sino una enfermera tras la muerte de su padre. Había decidió ayudar de una manera distinta a la que conocía. En ese universo era feliz, no cargaba con el dolor ni la culpa.
—Siempre quise ser enfermera— susurró, sintiendo las lágrimas atiborrándole los ojos—. Mi madre siempre dijo que tenía un don para las personas— se limpió las lagrimas con el dorso de la mano, frunciendo el ceño al ver en la imagen como esa versión de ella conocía al Spider-Man de ese universo, es más, parecían ser cercanos.
Sin embargo, antes de que pudiese ver o escuchar más, Miguel removió la escena. Terminando con la proyección holográfica al mantener la vista perdida en el suelo.
—¿Por qué había otro Spider-Man en ese universo?— cuestionó con el entrecejo fruncido.
Miguel levantó la vista, fijándola sobre la de ella, casi queriendo guardar sus palabras, pero ya era tarde como para mantener secretos.
—Porque originalmente tú no debías ser Spider-Man— suspiró, cerrando los ojos un instante—. Tú y yo compartimos universos, Michelle. Y en este, tú no debías ser Spider-Man. Debía ser otra versión mía.
NOTA
No sé qué hacer con mi vida después de este capítulo. Literal.
Aunque les tengo una pregunta. Prepare un OS de otra tierra (que es dónde Michelle es enfermera) ¿les gustaría que la incluyera en el siguiente capítulo? Como para que exploren uno de los universos alternos de ella.
Y no se preocupen, en capitulos posteriores habrá más explicaciones.
Como siempre, l@s quiero.
Ahí les va el arte conceptual. Lo hice en el coche, así que las líneas están medio idas.
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