001 -El principio del fin
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Tierra-1428
Brooklyn, NY
Era lo mismo de todos los días. Levantarse a las 6 am, tomar una ducha, desayunar con sus padres y así, sin más que una mueca disfraza de felicidad salía del edificio duplex en camino al trabajo. Era complicado entender lo que pasaba por la mente de Michelle Reyes. Una joven de apenas veinticinco años, cuyas aspiraciones habían sido asesinadas por las desgracias de una vida medianamente disfrutable.
Hacía poco menos de seis meses que la medicocre incertidumbre se tornó en un evento importante en su historia. La noche en que una araña le habría picado en el dorso de la mano, dándole así la capacidad de ser vigilante por las noches y ella misma cada vez que salía el sol. Un rol lo suficientemente estresante como para despertar con un atisbo de alegría todos los días de su vida.
Evadiendo el estruendoso desorden de la gran manzana, alcanzó a llegar con cinco minutos de antelación a la cafetería, firmó su entrada y pasó a la parte trasera del inmueble apenas llevando consigo la mochila negra que cargaba siempre. En caso de encontrarse con un altercado "peligroso" siempre podría excusarse para ir al sanitario y así poder encarnar a su segunda personalidad.
—Buenos días, Mich— saludó uno de sus compañeros de trabajo desde el extremo en cuanto Michelle se acomodaba para recoger su delantal.
Tan solo saludó con la mano e hizo ademán por sonreírle aunque le doliese si quiera estar de pie en ese momento.
Cómo lamentaba haberse quedado en las calles hasta tarde tratando de ponerle fin a un asalto.
—¿Noche difícil, eh?— insistió, cómo lo hacía siempre que Reyes llegaba al trabajo.
Era obvio que ese muchacho querría hacerle la pregunta del millón de dólares, sin embargo, muy dentro de si mismo sabía que aquella muchacha de cabellos platinados y orbes celestes le rechazaría de la manera más educada posible ¿por qué? Era simple, su vida era lo suficientemente alocada y peligrosa como para involucrar a alguien más en su círculo personal.
—Si— presionó los labios en una fina línea que se torció en una mueca parecida a una sonrisa—. Me haré un café o puede que muera.
Noah, mientras la miraba expectante, asintió, pasándose el delantal por la cabeza antes de atarlo a su espalda. Su mirada no lograba separarse de los movimientos breves y desaliñados provenientes de la rubia. Era la polilla y ella era la luz. Sin embargo, así como sucedía siempre, si se acercaba demasiado a la luz podría terminar malherido.
—¿Quieres abrir o lo hago yo?— inquirió ella en tono cansino, preparando la máquina para hacerse un café expresso.
Estaba casi suplicándole a su cuerpo resistir.
—Puedo hacerlo yo. Solo prepara la máquina y eso sería más que suficiente— mencionó, pasándose una mano entre los rizos cobrizos sin el menor vistazo por parte de ella.
Tan solo levantó el pulgar, enfocándose a servirse el café más amargo que su mañana. Necesitaba el choque de adrenalina que le aportaba la cafeína. De vez en cuando podría atolondrarla más allá de ofrecerle ayuda, pero de igual forma caía en la redundante idea de un café por las mañanas.
Así, sin mayor interés por comenzar, se quedó a las ocho horas de su turno, saltándose el descanso entre clientes, debido a que ahí, en el extremo superior de la cafetería colgaba un televisor de led, pasando las noticias del día, así como las del atraco frustrado de la noche anterior. Una mujer de traje escarlata con negro habría frustrado la muerte del cajero de una tienda de autoservicio, con lo cual nuevamente se hallaba a si misma en la pantalla chica. Aún era extraño recordar desde otra perspectiva sus acciones, o como reaccionaban los neoyorquinos ante su rol de vigilante.
Por supuesto, las opiniones distaban. Muchos de ellos alegando que una mujer no sería capaz de defender toda una ciudad, mientras que otros confesaban amar la secreta protección de la chica enmascarada.
—¿Tú que opinas de la vigilante?— cuestionó en sorna, dándose a la tarea de limpiar las mesas aledañas.
Noah la miro desde atrás del mostrador, ladeando la cabeza mientras sus astros cafés echaban una rápida ojeada a las noticias que se repetían sin parar durante el día.
—No lo sé. Es linda, supongo— encogió los hombros, restándole interés—. Me gusta su estilo.
—Oh vamos— carcajeó, arrojando el trapo sobre la mesa—. No puedes ser uno más de los que se enamoran de alguien que no muestra su rostro.
Noah rió por lo bajo—. Te sorprenderías. Es más común de lo que parece.
Michelle puso los ojos en blanco, sonriendo brevemente antes de sentir el móvil vibrando en el bolsillo trasero de los jeans. Parecía ser cualquier cosa en ese instante, hasta que las vibraciones se tornaron en masa, llegando una tras otra hasta detenerse al alba. Con el entrecejo fruncido, miró la pantalla del móvil, casi sintiendo la boca carente de saliva. El aire en sus pulmones habría salido de sofión en cuanto sostuvo el aparato entre los dedos, releyendo los mensajes de su madre uno por uno, llegando al último que tan solo le causó escalofríos.
"Mantente lejos de casa. Tú tío vino hacía acá y está ebrio. Tú padre está intentando razonar con él pero parece inútil. Te avisaré cuando puedas regresar."
Si bien el mensaje causó estragos en sus nervios, también se meció de lado a lado. No podía evitar sentir que algo andaba más que mal en su hogar. Siempre que su tío decidía "visitarlos" pedía dinero y favores especiales a su padre, ya que su posición como capitán de policía le permitía moverse por Nueva York como pez en el agua. Esas breves reuniones nunca salían bien.
—Noah— se aclaró la garganta antes de proseguir con lo que tenía que decir. Lo que menos deseaba era sacar a relucir la evidente preocupación que se colgaba de sus hombros—. ¿Crees que pueda irme ya? Mi madre me necesita con urgencia en casa— sonrió falsamente, esperando a que el cobrizo tan solo suspirada de manera rendida.
—Yo me quedo a limpiar, pero me lo debes, Michelle— amenazó con diversión, mirando la delgada figura casi correr a la parte trasera en busca de su mochila.
El corazón le iba a mil, las manos le temblaban y el sabor de su boca se asemejaba al del óxido. Estaba realmente alterada por solo pensar en otra de sus desastrosas reuniones familiares. Sabía que su madre le había pedido no estar presente por alguna razón, sin embargo, prefería correr el riesgo antes de tener que vivir con las consecuencias.
Se despidió con una mano al aire, marcando su salida en la libreta y casi corriendo hacia las atiborradas calles de la ciudad. Su respiración incrementaba al abrirse paso entre la multitud, sosteniéndose de las asas de la mochila, luchando contra la sed y los peligrosos latidos enervantes de su corazón amenazando por salírsele del pecho.
Subió las escaleras de metal del edificio cabrilleando ante la luz nacarada, ofreciendo el contraste entre el rojo del ladrillo y el atardecer. Los cabellos le caían grácilmente sobre el sudor de la frente una vez que se detuvo frente a la puerta blanca con el número 14 hecho de herrería barata.
—Tommy, entiendo lo que quieres decir, pero esta no es la manera.
Escucho el tono apabullado de su padre en el interior y antes de poder pensar en el desenlace, entró.
La imagen frente a su mirada brillante le hizo temblar las piernas y volcar el estómago. Sus padres estaban en el rincón de la cocina mientras su tío Tommy esculcaba los cajones de las encimeras, apuntándoles con una 9mm. Los volátiles ojos azules del hombre se tornaron hacia ella, amenazantes, casi asfixiándola sin siquiera tocarla.
—Vaya, vaya, vaya, pero si es la niña de la casa— bromeó, mirándola de arriba a abajo, deteniendo la vista sobre la mochila en sus hombros—. ¿Qué traes en la mochila, Michelle?
Su cuerpo se heló. Había combatido antes con villanos de todo tipo, pero ahí delante de su familia no era nada más que un manojo perdido de emociones ahogadas. Su padre, el capitán, al verla de pie en el umbral cobró pánico en los ojos, sosteniendo a su mujer.
—¡Ella no tiene nada que ver, no la metas en esto!— rugió ante la vista de su hermano moviéndose cuál depredador en la maleza hacia la rubia sin dejar de apuntarles con el arma.
—Cierra la boca— espetó, extendiendo la mano hacia Michelle—. La mochila, dámela
Ella negó, tratando de retroceder, a lo que la sostuvo bruscamente por el frente de la chaqueta de mezclilla, forcejando sin medir el peligro del arma y su dedo peligrosamente cerca del gatillo. Su padre, en un abrir y cerrar de ojos luchó por sostenerle la mano armada, siendo cuestión de segundos posteriores a la primera detonación. Michelle se quedo quieta una vez se dio cuenta de lo que había sucedido. El núcleo familiar caía al suelo, se desplomaba frente a su tío y el arma humeaba.
—¡Javier!— chilló la mujer con hirvientes lágrimas desdeñando por su rostro, con intenciones solo de ir hacia el cuerpo de su marido, pero para el ebrio asesino se trató de otra amenaza a su posición de poder.
Hubo una segunda detonación. Su madre cayó sobre el cuerpo inerte de su padre y el shock se asentó en sus irises. Enfocada en la brutal y sanguinolenta escena de las personas a las que amaba más que nada en la tierra, asesinadas. Estaba sola, aprisionada y aún bien sujeta por la chaqueta.
Su cuerpo no pudo contener lo que por mucho tiempo había guardado hacia ese despreciable ser humano. De una patada a la rótula, está cedió con tremenda facilidad, por lo que él emitió un gutural alarido, intentando apuntarle con el arma al rostro, pero Michelle no estaba dentro de si. Lo tomó por la muñeca y con un fuerte tirón hacia atrás, la rompió, haciendo que el arma homicida cayera al suelo.
Tenía la mente nublada, el juicio ennegrecido y el corazón adolorido. Así que sus manos hicieron lo que un ser humano primitivo. Firmemente cerradas en puños comenzó a golpearle la cara, viéndolo caer sobre su espalda. Sin detenerse, gritó, subiéndose sobre él sin cesar la lluvia fugaz de sus golpes reblandeciendo la carne de su rostro y empapando sus nudillos con la hirviente sangre. Rugió a escasos centímetros del muñón que le quedó por cara, despojándolo por completo de la vida.
Tragó pesado, resintiendo las lágrimas picarle los ojos. Era insoportable, el pecho le quemaba y los quejidos salían por si solos al arrastrarse hacia sus padres. Acurrucándose ahí como lo haría una niña en busca del calor y amor.
Lo había perdido todo.
Se había perdido a sí misma.
Tierra-928
Sede de La Sociedad Arácnida
Miguel O'Hara observó el monitor con cierta incomodidad. Notando esa alerta que conocía bien saltar una y otra vez.
—Lyla— dijo en tono soez y amargo, escudriñando la pantalla frente a sus ojos sin más que lastima—. Quiero la información del Spider-Man en la tierra 1428. Ahora.
Mandó, suspirando profusamente.
"Evento canónico interrumpido"
NOTA:
¿Qué tal? Espero que les haya gustado mucho. Extrañaba muchísimo volver a escribir.
L@s quiero
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