8 - Día 15

Los últimos cuatro días cayeron en el olvido. Dijeron que fui al laboratorio y que hice vida normal, y probablemente así fuese, pero por desgracia no recordaba absolutamente nada.

Empezaba a sentir que perdía el control de mi vida. Los días iban pasando a gran velocidad, con lagunas cada vez más grandes en las que otra persona parecía tomar el control de mi cuerpo. Delgado insistía en su interés por descubrir a qué se debían aquellos olvidos; estudiaba sin cesar lo ocurrido y trataba de devolverme los recuerdos con todo tipo de terapias, pero no lo conseguía. Había algo en la medicación que me estaba afectando psicológicamente, que estaba dañando mi cerebro de alguna forma, y hasta que no lo lográsemos identificar dudaba que nada fuese a cambiar.

Aquella mañana, antes de prepararme para ir al laboratorio, cogí el cuaderno de medicamentos y elaboré un cuadro, tratando de encontrar alguna respuesta en las dosis que había tomado las jornadas previas al olvido. Tenía la esperanza de poder encontrar algún patrón, algo que me ayudase a comprender qué estaba pasando, pero por desgracia no encontré nada. No había nada en especial en aquellos días, ni tampoco en las dosis que tomaba. Era un día más, un día al azar en el que mi mente había decidido resetearse. ¿Raro, eh?

Por desgracia, empezaba a ser tan común en mi vida que mi grado de nerviosismo al respecto había disminuido drásticamente.

Me costó reconocerme en el espejo aquel día. Cuando entré en el baño y me miré me sobresalté al ver mi propio reflejo. Lo más impactante era el color de pelo. La última vez que me había visto lo había tenido de un intenso rubio, totalmente decolorado. Ahora, sin embargo, volvía a tenerlo de color castaño, un tono más claro que el mío. Pero no solo eso había cambiado en mí. Ya no había ni rastro de mis pendientes de la nariz y el labio inferior. Por alguna estúpida razón que no lograba entender me había desprendido de parte de mi identidad, transformándome en alguien con un aspecto tan ordinario que logró incluso ofenderme. Apreté los puños con fuerza, molesta ante mi imagen, y me di la espalda para volver a la habitación, donde saqué la maleta del armario. La subí encima de la cama y la abrí: dentro, en el lateral derecho, había una pequeña cremallera en cuyo interior tenía algunas joyas escondidas. Saqué el saquito donde las guardaba y cogí dos de los más de doce piercings que había traído. Inmediatamente después, revolucionada, casi como si luchase contra algún tipo de poder oculto que intentase convertirme en quien no era, me planté ante el espejo de pie y me puse los dos aros. Me miré con fijeza durante unos minutos, aún sintiendo cambios en mi anatomía que no era capaz de localizar, y me metí en la ducha.

Mientras el chorro de agua caliente caía sobre mi cabeza tiñendo de una leve tonalidad ocre el agua a causa del tinte, traté de recordar qué había hecho durante los últimos cuatro días. Tenía la sensación de que no había estado encerrada en casa, que había pasado las noches en compañía de Daniela quemando distintas discotecas, pero los recuerdos eran confusos. Música, gente, copas y risas, muchas risas.

Me pasé la siguiente hora, desde el desayuno hasta la llegada al laboratorio, concentrada en aquellas imágenes. Trataba de desgranar a dónde había ido y de qué habíamos hablado, pero no lo conseguía. De hecho, cuanto más profundizaba en las imágenes, más confuso era todo. Daniela se mostraba algo distinta en mi recuerdo. No sabría decir exactamente cómo ni por qué, pero aunque sabía que era ella, me parecía otra persona. Era como si mi mente la hubiese modificado físicamente. La mayoría de los rasgos eran similares, larga cabellera oscura y un cuerpo lleno de curvas, pero su rostro, su mirada y su sonrisa eran distintos a la realidad. Absurdo, ¿eh?

Ya en la consulta número ocho, el doctor Delgado anotó con detalle todas y cada una de mis palabras.

—Juraría que era ella... pero a la vez no lo era.

—Nuestro cerebro se comporta de una forma diferente cuando soñamos. Las imágenes que proyecta no siempre se corresponden a la real. Esto se debe a que no se basan en la realidad, sino en las emociones y los recuerdos que almacena.

—No tengo muy claro que haya sido un sueño...

—Pero dices que has hablado con Daniela y ella te ha confirmado que no habéis salido, ¿verdad?

Me encogí de hombros. Había aprovechado el viaje en coche con Rosa para intercambiar mensajes con ella y, efectivamente, no habíamos salido. Todo apuntaba a que en realidad todo había sido un sueño.

Pero era tan vívido...

—Los sueños pueden llegar a ser muy reales, Alicia. Además, explicaría lo que estábamos hablando. Como te decía, lo que ves en los sueños no siempre se corresponde con la realidad. De hecho, lo raro es que coincida.

—¿A qué te refieres?

Julián se acercó a la ventana y me hizo un ademán para que me acercase a él. A través del cristal se podía ver parte de la gran avenida que atravesaba la ciudad: la Diagonal.

—La primera vez que pisé Barcelona me quedé muy impactado ante su tamaño. La Diagonal me parecía una de las avenidas más grandes que había visto nunca. Llena de coches, semáforos, gente... impresionante. Ahora, sin embargo, con el paso de los años mi imagen ha cambiado. Sigue siendo impactante, sí, pero no tanto. Cuando interiorizas los lugares y las personas, tu imagen sobre ellos cambia.

Me crucé de brazos, pensativa. Creía entender a lo que se refería.

—Y en vez de la imagen real, es la que tú tienes la que proyecta tu mente, ¿verdad?

Julián asintió.

—Exacto. Otro ejemplo: ¿nunca te ha pasado que, cuanto más conoces a una persona y mejor te cae, más guapa la ves? —El doctor sonrió—. Cuando te vi hace un par de semanas, con tus pantalones rotos, tus piercings y tu pelo decolorado, pensé... vaya, una macarra, menuda suerte la mía. Ahora que te voy conociendo, sin embargo, mi imagen sobre ti ha cambiado. Sigues siendo una macarra, sí, pero tu carácter ha dulcificado tu imagen.

—¿Una macarra? —repliqué con cierta diversión—. ¿En serio te parezco una macarra? —Negué con la cabeza, quitándole importancia—. Creo que entiendo a lo que te refieres, sí.

Volvimos al escritorio, donde Julián cogió un bolígrafo y una libreta y la abrió por una hoja en blanco cualquiera. Trazó una línea en el centro y escribió dos encabezados a cada lado de ella: sueño y realidad.

—Hagamos una comparativa. En tu sueño, ¿Daniela es más joven o más mayor?

—Más o menos de la misma edad... quizás un poco más joven... aunque creo que es porque iba menos maquillada. Daniela se maquilla bastante cuando sale.

Tomó nota.

—De acuerdo... ¿y qué hay de la ropa? ¿Iba vestida igual?

—Sí, eso sí.

—¿Entonces es la cara lo que cambia? ¿Cómo la veías? ¿Más guapa? ¿Menos? ¿Más cansada? ¿Más relajada?

Apoyé los codos en la mesa y centré la mirada en la hoja, pensativa. Los recuerdos eran poco más que fugaces imágenes llenas de luz y color, pero esos escasos segundos me bastaron para captar una instantánea bastante nítida de Daniela.

—Su rostro es diferente en general. Parece más relajado... más sonriente. No hay preocupación alguna en ella. Es como si simplemente se dejase llevar. Estaba desatada, por así decirlo.

—Interesante... ¿y qué hay del entorno? ¿Sabes dónde estáis?

Negué con la cabeza.

—Eran distintas discotecas, pero no las identifico.

—Puede que sean una mezcla de todas. Muy interesante, sí, ¿y dices que ambas bebíais en el sueño?

—Bebíamos, bailábamos, nos reíamos, y no estábamos solas. Había varios chicos con nosotras, aunque me dio la sensación de que no eran amigos. Al menos de no más de una noche, ya sabes... —Me encogí de hombros—. En fin, no sé. Quizás tengas razón y sean simples sueños.

—Es lo más probable. No obstante, el que sean "simples sueños", como tú dices, no quita para que sean muy importantes. Lo que soñamos es un reflejo de nuestras vivencias. De hecho, los sueños dicen mucho de lo que somos y de lo que vivimos. De nuestro estado de salud mental en general. A mí me gusta verlo como una segunda vida, ¿sabes? En la vida real nos regimos por unas normas y tenemos una identidad muy marcada. Somos producto de la sociedad. En los sueños, en cambio, podemos ser lo que queramos. Es una lástima que por el momento no logremos controlarlos: el día en que lo consigamos podremos disfrutar de una vida hecha a nuestro gusto.

Nos pasamos la mañana hablando de sueños y analizando lo poco que recordaba de los últimos días sin llegar a ninguna conclusión en firme. Julián estaba convencido de que aquellos sueños reflejaban mi estado anímico, que probablemente me sintiese liberada con el cambio de ciudad y que de ahí la intensidad de las imágenes. Fuera como fuese, lo cierto era que yo seguía confundida. Hasta hablar con Daniela había estado tan convencida de que los recuerdos eran reales que incluso horas después de saber la verdad seguía aturdida, tanto que ni tan siquiera fui consciente de que Miguel se sentaba en la mesa conmigo, en la cafetería, hasta que su voz rompió el silencio reinante.

—Madre mía, Alicia, estoy hecho un lío...

—No me digas.

Miguel me miró de reojo desde detrás de sus gafas con expresión ceñuda. Se cruzó de brazos y dejó caer la cabeza hacia adelante. Por suerte para él, estábamos de espaldas al resto de la sala, por lo que nadie pudo ver la mueca de profunda desesperación que en aquel entonces componía su rostro.

—En serio, empieza a ser muy desesperante —confesó, bajando el tono de voz—. ¡Se me acaba el tiempo!

—¿Sigues con lo tuyo?

Asintió con la cabeza con pesar.

—¡Sí, tía, y se me acaba el tiempo! Mi jefe dice que me las apañe como me dé la gana, pero que no me da más de dos semanas. Si para entonces no lo he conseguido, me echarán.

Pronunció con tanta amargura aquellas palabras que logró darme lástima. Rodeé su espalda con el brazo, a sabiendas de que no le gustaba demasiado la cercanía, y lo abracé con suavidad, tratando de mostrarme lo más tranquilizadora posible.

—Bueno, dos semanas es tiempo —le dije—. Tranquilo, lo conseguirás. ¿No has recordado absolutamente nada?

—Apenas. Dios... —Sacudió la cabeza—. ¿Pero qué demonios me pasa? Me acuerdo de prácticamente todo lo que pasó en mi etapa universitaria, desde las clases hasta la última pregunta del último examen, pero por alguna estúpida razón aquella maldita reunión ha caído en el olvido... ¡es insoportable!

—¿Una reunión? —pregunté con sorpresa—. Vaya, eso no me lo habías dicho.

Miguel se encogió de hombros.

—No nos conocíamos de nada, así que preferí no decírtelo, pero ahora... —Suspiró—. Me reuní con alguien. No recuerdo con quién ni por qué, pero al parecer el contenido de esa reunión es importante: vital para el proyecto en el que trabajo. No sé, una mierda todo.

—Ya... oye, ¿y se puede saber qué estudiaste? Supongo que esa reunión sería sobre lo tuyo, ¿no?

—Se supone, aunque no lo sé. En fin... estudié medicina, por cierto. ¿Original, eh? —Rio con amargura—. Aquí casi todos somos médicos o científicos, lo raro sería que hubiese algún arquitecto o abogado. Incluso tú eres de los nuestros. Veterinaria y medicina no son tan distintas, te lo aseguro. La única que se libra es Daniela. Los demás... que por cierto, ¿sabes dónde anda? Daniela, digo. Hace unos días que no la veo. ¿Tú la has visto?

Negué con la cabeza. Daniela me había asegurado por mensajes que hacía días que no nos veíamos, así que no dije más. No me apetecía contarle nada sobre mis nuevas lagunas. Bastantes problemas tenía Miguel como para añadirle uno más.



Aquel día volví tarde a Santa Helena del Mar. Tras una comida algo más larga de lo habitual volví a la consulta ocho del doctor Delgado, donde uno de los enfermeros de su equipo me estaba esperando. Joan, que era como se llamaba el enorme y parlanchín asistente de Julián, me explicó que aquella tarde me tocaba volver a hacer los exámenes médicos y rellenar de nuevo el cuestionario, así que me pasé la tarde con él, de prueba en prueba y de hoja en hoja, hasta que al fin cayó la noche. Joan me acompañó entonces hasta el aparcamiento, donde Rosa ya me estaba esperando, y me despedí de él.

De camino a casa aproveché que a mi chófer no le apetecía demasiado hablar para mensajearme con Ana. El muy cerdo de Santi había colgado en sus redes sociales varias fotografías muy acaramelado con su nueva conquista, por lo que la conversación giró en torno a él y lo asqueroso que era.

/ Alicia – Ha conseguido lo que buscaba: que me salga fuego por la boca. Estoy por llamarle y decirle cuatro cosas.

+ Ana – Y quedar como una loca celosa? Anda ya, Ali!! Pasando de él!!! Siempre fue un baboso, ya lo sabes...

/ Alicia – Ya, pero me respetaba!! Algo es algo. Ahora... ahora... joder!!! Lo ha hecho aposta!!

+ Ana – Pues claro que lo ha hecho aposta!!! Que te crees? Me lo he encontrado ya dos veces y en ambas ocasiones me ha parado para hablar... pretendía que le hablase de ti. No lo dijo, pero se nota. En su puta vida me ha hablado, y ahora sí??? Quiere llamar tu atención!!!

/ Alicia – Pues vaya manera...

+ Ana – Esperabas algo más de él acaso?? Bastante que respira y habla a la vez!! En serio, Ali, pasando... ese tío no vale una mierda!! Llevas solo dos semanas fuera y ya está con otra!!

/ Alicia – Ya lo sé, ya...

+ Ana – Pues eso!! A otra cosa, mariposa!! Que tal con el Capitán Málaga? Lo has vuelto a ver??

Capitán Málaga. Sonreí al pensar en él. Había estado tan concentrada en mis propios pensamientos y preocupaciones que no le había dedicado ni un minuto en todo el día.

/ Alicia – Creo que no.

+ Ana – Crees? Que significa que crees? O lo has visto, o no.

Ojalá fuese tan fácil, pensé. Desvié la mirada hacia la ventanilla y me incorporé al ver que nos adentrábamos en el pueblo.

—Rosa, porfa, ¿me podrías acercar al paseo marítimo? —dije, apoyando la mano sobre el respaldo del asiento de la conductora—. Me apetece cenar fuera.

La mujer aceptó sin poner ningún impedimento y se dirigió hacia la zona norte del pueblo. Unos minutos después, tras despedirnos, ya me encontraba en el paseo marítimo, con la brisa acariciándome el rostro y la vista fija en el faro. Me acerqué a uno de los chiringuitos que había en la zona, me pedí un bocadillo y una botella de agua y me encaminé hacia allí con paso tranquilo, disfrutando del paseo.

Para cuando llegué a las rocas que bordeaban el faro ya me había acabado la cena y tenía la botella a medias. Paseé junto a la orilla con cuidado de no resbalar, con los brazos estirados en cruz haciendo equilibrios, hasta alcanzar el otro extremo, donde localicé la figura del Capitán Málaga sentada frente a la orilla, mirando el móvil.

Se sobresaltó cuando le grité "bu" al oído.

—¡Joder! —exclamó con una sonrisita nerviosa en el rostro. Primero me miró con enfado, molesto ante la broma, pero al reconocerme rápidamente relajó la expresión—. ¡Estás chalá! ¡Casi me da un infarto! ¡Imagina que me hubiese resbalado y me hubiese caído al mar! Habrías tenido que rescatarme.

—Anda, no seas tan llorón —dije, y me dejé caer a su lado—. Además, sabes nadar, ¿no?

David me miró de reojo, con una expresión divertida en el rostro, y negó con la cabeza. Parecía querer decirme algo más, probablemente quisiera vacilarme, pero supongo que aún no había suficiente confianza entre nosotros. No importaba.

—Empezaba a creer que ya no te iba a ver más —dijo, guardándose el teléfono en el bolsillo—. Pensaba que venías a diario.

—He estado algo ocupada —me excusé—. ¿Me esperabas, o qué?

Se encogió de hombros.

—Quizás. —Se sonrojó un poco—. ¡No pienses nada raro, eh! Es solo que no conozco a casi nadie aún, y... bueno, ya sabes... oye, por cierto, ¿qué te ha pasado en el pelo? Tú eras rubia, ¿no?

—Un cambio de look. Me dio por ahí. ¿Te gusta?

—Mola —sentenció, sin saber muy bien qué decir, y volvió a reír—. En fin, no sé... ¿qué tal? ¿Cómo te va? ¿Has hecho algo interesante estos días?

—Bah, tonterías —respondí, y saqué el móvil—. Oye, sé que te va a sonar un poco raro, ¿pero me ayudas a joder a un idiota? Vaya, si no tienes novia, claro.

Repentinamente interesado, el Capitán Málaga centró su atención en mí. Miró de reojo mi teléfono, probablemente para ver la fotografía que tenía de fondo de pantalla, y asintió con la cabeza repetidas veces.

—¡Me apunto! ¿Quién es el idiota? ¿Algún pretendiente?

Desbloqueé el teléfono y entré en la app de Instagram para mostrarle las imágenes de Santi y su nueva amiguita. Para verlas, David pegó su cabeza a la mía, logrando así que no le pudiese ver la expresión. Mejor, pensé. No me habría sentado nada bien que hubiese sonreído al ver a la chica en cuestión... era bastante guapa, la verdad.

—¿Es el majarón este? —Lanzó un suspiro—. ¡Este está chalao! ¿Te ha cambiado por la tipa esta, o qué? Flipo.

—Algo así. No estábamos juntos, pero...

—¿Por eso te has teñido el pelo? —Soltó una carcajada—. ¡Anda ya, Alicia! ¡Que le den! Anda, trae para acá: ¿quieres hacerlo rabiar? Sé cómo hacerlo.

Aunque empezamos haciéndonos selfies con los que provocar a Santi, acabamos fotografiándonos frente a la orilla, haciendo el tonto. Divirtiéndonos. David era un tipo con el que era difícil aburrirse. Entre su acento y que no paraba de hablar no necesitamos más que media hora de charla para acabar olvidando no solo lo que había dejado en Alicante, sino el día en general. Nos reímos, nos vacilamos y alcanzada la media noche regresamos juntos al paseo.

—¿Cenamos? Te invito, va.

—Que va, yo ya he comido, pero si quieres comer tú algo, te acompaño.

—Ah, nah, entonces no. Ya cogeré algo en casa, pero mañana podríamos cenar juntos, ¿no te parece? Pero aquí no. Los lunes cierran todo. ¿Te parece si nos vamos a Barcelona? Te llevo y te traigo, no te preocupes.

No le respondí de inmediato. Quería hacerme de rogar un poco. Me limité a sonreír, logrando arrancarle una protesta, y me encaminé hacia el interior del pueblo, de camino a casa. David no tardó más que unos segundos en acelerar y llegar a mi altura. Me dio un suave codazo, divertido, y juntos hicimos el camino de regreso entre risas.

Un rato después, ya frente al portal, saqué la llave y la metí en la cerradura.

—¿Eso es un no, entonces? —insistió al ver que se le acababa el tiempo—. ¡Vamos, mujer! Conozco un restaurante que es para flipar.

—Tú flipas con todo, ¿no?

Se encogió de hombros con diversión.

—Yo qué sé, vale la pena, en serio.

—Bueno... —Dejé la llave colgando en la cerradura y saqué el móvil. Lo desbloqueé—. Dame tu teléfono.

Anoté el número en la agenda de contactos y le hice una llamada perdida para que me apuntara. Después, mientras David presionaba la pantalla táctil para grabarme, me acerqué a él y le planté un beso en la mejilla a modo de despedida.

—¿Nos vemos mañana entonces?

—Te paso a buscar a las ocho.

—Hablamos.

El Capitán Málaga me lanzó un beso cuando ya estaba al otro lado de la puerta de cristal del portal. Me guiñó el ojo, dando por finalizado nuestro encuentro, y metió las manos en los bolsillos para alejarse tranquilamente. Nada más entrar en casa me dejé caer en el sillón, saqué de nuevo el móvil y entré en la galería de fotografías, y aunque había material de sobras, no publiqué ninguna. ¿Para qué? En el fondo, a aquellas alturas de la noche, ya ni me acordaba de quién era Santi.


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