El viento sobre su cuerpo, la velocidad como droga, su motocicleta como compañero.

Lo adoraba, era como si todo importara menos que nada cuando se subía en el asiento de cuero negro sintético y comenzaba a conducir sintiendo la adrenalina apoderarse de todo su cuerpo en cuanto pasaba los primeros 40 km por hora.

Para Hitoya, aquello era mil veces más que cualquier otra cosa, ya fuera los actos carnales o el dinero, la peligrosa e increíble experiencia de manejar un modelo "retro" como la suya era indescriptible.

Una hermosa motocicleta Kawasaki W800 color negra con plateado que le recordaba a las que veía en sus viejos días de preparatoria, cuando todavía estaba con el maldito genio de Jakurai; aún era capaz de recordar cuando su hermano le prestó su moto y se llevó al actual representante de Shinjuku de paseo como en esas viejas y estúpidas películas norteamericanas de motociclistas y demás.

Tal vez podrían volver a vivir eso, él conduciendo sin destino fijo, Jakurai abrazado y un tanto nervioso detrás suyo, con el atardecer siendo testigo de cómo retomaban su-.

—¿¡Pero en qué mierda estoy pensando!? —grito sabiendo que el ruido del viento impediría ser escuchado por ajenos, aceleró aún más incitando una mayor dosis de adrenalina y olvidar por un momento que deseaba volver a los viejos tiempos.