Tɾҽɠυα
Las dos amantes distanciadas manejaron hasta la segunda ruta que llevaba a la cabaña Schnell ignorando la presencia una de la otra, queriendo llegar allá lo más rápido posible. La intensidad de su molestia mutua había disminuido, pero esta seguía siendo inflamable, incendiaria, y una sola palabra fuera de lugar podría hacerla explotar en llamas de nuevo.
Así que viajaron en silencio...
Hasta descubrir que aquella carretera también estaba cortada por un árbol caído; otra enorme secuoya.
—Me estás jodiendo...
—Algo realmente no quiere que llegues a tu cabaña —Casey comentó, sacudiendo la cabeza.
—Voy a volverme loca... ¡¿Puede este día ponerse peor?!
—Calma... No es el fin del mundo —La superheroína, ahora más serena luego de varios minutos manejando en quietud, concentrándose apenas en su respiración y en mantener su paz interior, abrió la puerta y salió al pavimento mojado, con movimientos livianos y relajados.
Miró a un lado, luego al otro, y a no ver a nadie más a su alrededor caminó hacia un extremo del árbol caído. Recogió el tronco con sus dos manos y lo trató de mover, pero no pudo. El problema no era el enorme peso del tronco en sí, sino su gigante espesor. Sus brazos no eran grandes lo suficiente como para agarrarlo bien y llevarlo de vuelta al pasto. Por esto tuvo que jalarlo de las ramas. Y ahí sí logró moverlo a un costado de la carretera, con rapidez y agilidad.
De todas formas la faena fue impresionante. Y así que volvió al auto y se sentó en su asiento otra vez, lo percibió. Porque Theresa la estaba mirando con una mezcla de espanto, asombro, y atracción, que a años no demostraba.
Sus ojos brillaban y su boca, ligeramente abierta, luchaba por encontrar algo coherente que decir.
En su mente, solo había un pensamiento: No era justo que una mujer tan jodidamente guapa también fuera la misma quien le rompió el corazón.
De verdad no lo era.
—¿Qué?
—Nada... —La ingeniera sacudió la cabeza, queriendo despertarse luego de su pasmo—. Solo... sigamos.
Casey sonrió por un segundo, pisó en el acelerador de nuevo, y continuó manejando, como ordenado. Se hizo la ciega y fingió no ver la forma como las mejillas, cuellos y busto de la mujer a su lado se enrojecían.
Las dos llegaron a la cabaña Schnell dentro de cinco minutos más. Afuera, en el porche, las maletas y bolsos de Theresa habían sido dejados por el Sheriff, intactas y cerradas. Verlas la tranquilizó. No quería seguir usando las mismas ropas mojadas y sudorosas que llevaba encima por otras veinticuatro horas.
—Yo le escribí a Billy y le pedí que sacara tus cosas de tu auto y las dejara aquí.
—¿En qué momento?
—Mientras te enyesaban.
—¿Y cómo sabes dónde quedaba mi cabaña?
—Ya vinimos aquí antes, ¿recuerdas? Cuando hicimos hiking en el cerro Thradis. Vinimos a almorzar antes de volver a Ithaka.
—Pero eso fue a años atrás.
—Lo sé. Pero tengo buenos recuerdos de ese paseo —Casey recogió las pertenencias de la ingeniera, mientras la misma abría la puerta principal presionando su huella en el escáner de la entrada—. ¿Adónde dejo todo esto?
—En mi habitación.
—Okay.
La leñadora siguió sus instrucciones y Theresa se desplomó en su sofá, agotada. Su brazo le dolía, sus piernas estaban acalambradas y se estaba muriendo de frío por estar empapada de pies a cabeza.
—Día de mierda... —reclamó de nuevo, en voz baja, y cerró los ojos.
Casey volvió a la sala así que ella terminó de refunfuñar, sujetando unos pantalones grises, camiseta ancha y calcetines de lana.
—¿Te ayudo a que te cambies?
—¿Qué? —Ella volvió a mirarla, con irritación.
—Estás mojada y te vas a resfriar si no te cambias a ropas más secas. Así que... —Sacudió las prendas—. ¿Quieres ayuda?
El instinto de Theresa fue decirle que no. Al final quería gritarle, pegarle y demandarle que se fuera de una vez... pero no estaba exagerando cuando decía que se sentía arrollada por un tren. El choque con el árbol no había sido gentil con su cuerpo. Así que, con cierta frustración, luchó contra su ira y le respondió:
—Okay.
—¿Prefieres solo cambiarte de ropa o quieres un baño?
—No, solo... —La ingeniera hizo un gesto vago con la mano—. Ayúdame a cambiarme. Quiero descansar.
Casey asintió y le pidió permiso para quitarle el abrigo y la camiseta empapada que llevaba encima. Theresa cerró los ojos de nuevo y levantó su brazo sano, incentivándola a comenzar con el proceso de una vez por todas. Casey, por su parte, no se demoró mucho en desvestir y vestir a su ex novia. Y así que terminó ofreció llevarla a su cama para que pudiera dormir. La mujer, ya somnolienta por las medicaciones y por su estrés, asintió... Y esa fue la última cosa que podía recordar desde dicha interacción.
Al despertarse horas más tarde con una migraña del infierno y punzadas terrible cruzándole el hombro, Theresa no se acordaba de haber sido levantada del sofá y llevada al colchón en lo absoluto. Solo sabía quién la había movido ahí.
Aletargada, se sentó con un poco de dificultad y gruñó, molesta con la vida y con el universo. Tomó unos minutos para recomponerse y se levantó de la cama. Fue entonces cuando miró a la mesa de noche y percibió que Casey le había dejado unos analgésicos junto a un vaso de agua. Queriendo un alivio rápido, Theresa ni tuvo tiempo de sentirse irritada con la ternura del gesto. Se tragó las pastillas con desespero.
Luego, salió a la sala. Mientras ella dormía, su ex al parecer había pasado el tiempo limpiando la cabaña, encendiendo la chimenea, y cocinando algo en el horno. Confundida por la domesticidad a su alrededor, la empresaria caminó por el lugar, buscando a la responsable de aquel escenario de fantasía, que más parecía un comercial PG-13 de televisión pública que cualquier otra cosa. Y fue al mirar por la ventana cuando la vio afuera, cortando más leña para el fuego.
En plena tempestad.
—¿Qué carajos?....
Rayos cayendo, relámpagos iluminando el cielo, y aquella loca estaba afuera, partiendo el tronco de un árbol con sus manos. Y tan solo al verla destrozar un enorme trozo de madera al medio, soltar un grito animalesco, y lanzar las partes destruidas del mismo al horizonte, fue cuando Theresa pensó en algo.
Casey tenía leña cortada en su camioneta. No necesitaba derribar ningún pino más. O sea que lo estaba haciendo más para descargar su furia que por necesidad.
¿Para qué pagar terapia, cierto?
Al menos —ella pensó, con una risa poco divertida— cuando el berrinche de la súper acabara ella tendría suficiente madera para alimentar a su chimenea por meses.
Ese era un punto muy positivo.
Y bueno, la visión que tenía del evento tampoco era desagradable. Tenía que admitirlo, al final, la empresaria solo era una falible y pecadora humana. Ver la figura atlética, alta, y mojada de Casey resplandecer bajo la lluvia plateada le resultó muy... placentero. Porque la mujer en sí era preciosa. Atractiva de una manera que la volvía loca. Completamente desquiciada de amor y de deseo.
Aunque fuera una serpiente traidora, que le había partido el corazón de la peor manera posible, esto no cambiaba.
La empresaria, confundida por sus propios impulsos y emociones, suspiró. Ojeó la sala.
Se irritó por saber que tendría que dejar su comodidad para ir a calmarla. Porque, aunque estuviera profundamente molesta con ella, y aunque disfrutara enormemente verla perder la razón bajo el aguacero, Theresa no podía dejar a Casey congelarse afuera. Que se fuera al infierno su inmunidad de alienígena; no era bueno para nadie pasar tanto tiempo debajo de una lluvia torrencial. Así que, de mal humor, recogió un paraguas que encontró cerca de la puerta de entrada y caminó hacia el campo.
—Case... —la llamó por su apodo, pero la súper estaba tan trastornada que no la escuchó—. ¡CASE!
Ahora sí, el grito había funcionado. La leñadora cerró sus manos en puño, estiró la espalda y se giró hacia ella. Su rabia se disolvió al momento en que sus ojos se encontraron. Los trozos de madera que sostenía se cayeron al suelo y entre sus labios soltó un exhalo cansado, que se condensó y volvió blanquecino por el frío.
—¿Qué haces aquí afuera? Te vas a resfriar.
—Vengo a buscarte —Theresa dio un paso adelante—. Y a detenerte antes de que destruyas toda la fauna local.
—No voy a destruir nada. Esa Secuoya la recogí de la carretera. Es la que se cayó hoy por un rayo. La traje aquí, para... —Señaló al árbol—. Despedazarla.
—¿Y por qué?
Casey corrió el brazo por su rostro, tratando de secarlo un poco.
—Manejo de estrés.
—¿Manejo de estrés?
—Hm —Luego apoyó las manos en la cadera—. Tú solías hacer boxeo. Debes entender lo que digo.
Una película de Theresa golpeando una bolsa de arena pasó por la mente de la propia. Siempre se había imaginado a su hermano en su lugar mientras practicaba sus jabs y ganchos. He ahí un dato divertido.
—Sí... lo hago —la empresaria admitió—. Pero creo que, en vez de estar aquí... tú y yo deberíamos hablar. Adentro.
La extraterrestre asintió y dejó a su mentón tocar su pecho. Ahora que ya había cuidado de su ex novia, charlado con el sheriff, despejado ambos lados de la carretera y organizado toda la cabaña de los Schnell, al fin se había permitido sentirse miserable. Y la heredera de los Schnell, habiendo sido su pareja por años, lo notó.
—Ya iré, solo... —Casey se agachó y luego se sentó sobre el pasto mojado—. Dame un minuto.
En vez de marcharse, como pensó hacerlo por un segundo, la empresaria soltó un exhalo resignado y caminó hacia ella, para que ambas compartieran su paraguas. No se sentó – porque no quería ensuciar sus pantalones y porque tampoco lograría agacharse, teniendo el brazo roto— pero sí se acercó lo más que pudo a la otra mujer, queriendo mantenerla protegida de la lluvia.
—Lo siento, Case.
Al oír las palabras de la ingeniera, la superheroína levantó su mirada al segundo, perpleja e indignada.
—¿Qué?
—Tenías razón, allá en el hospital. Solo estaba... estoy muy cegada por mi ira y mi rencor para verlo. Pero... no puedo huir de este hecho; yo fui una perra.
—Thea...
—No, yo... —Theresa soltó una risa irritada y sacudió la cabeza—. Yo fui una xenófoba horrible, por años. Fui ignorante, despreciable y te hice sentir insegura sobre contarme la verdad sobre ti... Sobre hablarme de tu origen, tu cultura, tu religión... todo. Hice con que nuestra relación, un lugar que bajo todos los parámetros debía ser seguro para ti, se convirtiera en sinónimo de tensión y de ansiedad. Y después, cuando fuiste obligada a compartir tu real identidad conmigo, para salvarme de un lacayo desquiciado de mi hermano, yo volví a ser despreciable contigo —Un par de lágrimas se deslizaron por su cara, y ella se negó en secarlas—. Cargué ese arrepentimiento por años, pensando que jamás sería capaz de perdonarme a mi misma por ello... Porque tú... tú ya no estabas. Porque te habías muerto... y no podrías hacerlo tampoco. No podrías p-perdonarme. Te m-moriste s-sin... sin... —No logró terminar su frase.
Al notar el dolor en su voz, cada vez más fina y temblorosa, Casey se levantó con un salto, frunciendo el ceño con una expresión aprensiva, pero dulce y amable.
—Thea. Yo te perdoné a mucho tiempo atrás —por instinto, puso una mano sobre su hombro. La removió en seguida, pero fue detenida por la empresaria:
—No... —Se tragó sus penas—. No me molesta...
—¿Qué?
—Puedes tocarme.
—¿Y abrazarte?
Theresa, asombrada por la petición, y confundida sobre qué hacer al respecto, terminó asintiendo sin pensarlo demasiado. Casey por su parte, no perdió su tiempo. La sostuvo entre sus brazos con apuro y con entusiasmo, pero también con sumo cuidado y delicadeza. No quería empeorar el dolor agudo que la mujer sentía por su fractura.
—Yo soy la que lo siente —la superheroína murmuró en contra de su oído, y luego se inclinó abajo, para poder descansar su cabeza sobre el hombro sano de la empresaria—. Yo te mentí... te hice creer que había fallecido. Y antes de eso, te rompí la confianza ocultándote mi identidad. También me equivoqué. Así que lo lamento. Por todo.
La ingeniera, sin realmente poder responder al abrazo por estar usando un cabestrillo, y por estar sosteniendo un paraguas con la mano libre, hizo lo único que pudo para asegurarle de que su afecto aún era bienvenido. Besó el costado de la cabeza de Casey. Segundos después, sintió al agarre de su ex amante sobre ella volverse más apretado y firme. Ignoró la punzada accidental que la alien le causó al brazo para poder seguir teniéndola cerca.
—Te e-extrañé, Case... —Respiró hondo, reprimiendo un gimoteo.
—Thea...
—No me hagas esto de nuevo. N-No to soportaría.
—No lo haré —Casey se apartó un poco para poder mirarla a los ojos—. No me iré a ningún lado.
Theresa asintió, pese a todavía estar furiosa. Pese a todavía sentir un luto desgarrador en el alma. Pese a aún sentirse traicionada y herida. Porque aquello era cierto. Ella sí amaba a Casey. Los gustos de su corazón no habían cambiado. Estaba arruinada, consumida por su ira y por sus dudas, pero los sentimientos puros y dulces que tenía por ella seguían inalterados.
Y aunque quisiera odiarla, no podía. Era física y mentalmente incapaz de ello. Aunque quería seguir gritándole, sabía que el filo de sus palabras las heriría a ambas. Por eso, se mantuvo quieta. Y al menos por ahora, intentó hacer las paces con su enfado.
Hasta porque tenía claro que una de las grandes razones detrás de la partida de Casey había sido ella misma. Tal vez, si no hubiera sido una novia tan cerrada, tan neurótica y prejuiciada, la mujer hubiera pensado dos veces antes de mentirle sobre su identidad. Tal vez, ni se hubiera sentido exhausta al punto de fingir su propia muerte.
La situación era compleja, pero la empresaria no negaría su propia participación en el desastre.
Y no empeoraría un cuadro que ya era delicado.
—¿Vamos adentro? —le rogó de nuevo, al fin parando de llorar.
—Okalt.
Theresa sonrió al oír su desliz. "Okalt", según lo que ella había aprendido en sus años de noviazgo, significaba "Sí" en el idioma nativo de su ex novia, el Kopta.
Nunca pensó que volvería a oírlo en su vida.
—Alevep —respondió entonces en la misma lengua, pero con un acento que sabía era probablemente horrible.
La simple palabra "Adelante" hizo a Casey suavizar sus rasgos y sonreírle de vuelta.
—Aún te acuerdas del Kopta...
—Claro que lo hago. Me encantaba escucharte mientras lo hablabas. No entendía casi nada, pero era divertido imaginarme qué estabas diciendo.
—Mo Keley... Apuesto a que eso sí entendiste.
—¿Mi querida?
Casey amplió su sonrisa y le guiñó un ojo, antes de comenzar a caminar hacia la cabaña, poco importándose por la lluvia. Theresa la siguió con una expresión levemente preocupada. Porque sabía que, por detrás de aquellos dientes perlados y ojos titilantes, una tristeza enorme aún se ocultaba.
Y, otra vez, ella no podía evitar importarse por aquella... criatura. No habían estado juntas como amigas y novias por seis años sin un buen motivo, al final de cuentas; se querían.
Las dos entraron a la sala y cerraron la puerta. Casey caminó hacia la chimenea y se quedó de pie a su lado, para secarse.
—Solo recoge una de mis ropas y cámbiate —Theresa sugirió, sentándose en el sofá—. A este punto eres más lluvia que persona.
—No quiero robarme parte de tu equipaje si ya me tendré que ir de aquí...
—No seas ridícula. Pasarás la noche aquí.
—¿Perdón?
—Cámbiate de ropa, deja la mojada secando en una silla cerca del fuego y mañana te vistes con ella de nuevo.
La extraterrestre, luego de recuperarse de la sorpresa que dichas palabras le causaron, pregunto:
—¿Eso es una orden, señora Schnell?
—No. Una demanda.
Casey, feliz por su intento de ser más agradable —pero aun creyendo no merecer su simpatía—, cruzó los brazos y cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro.
—Agradezco tu oferta, de verdad... Pero es mejor si me quedo vestida así. No quiero arruinar tus ropas. Nuestras tallas no son ni un poco compatibles.
—Eso no es un problema. Traje algunas de las tuyas —La confesión dejó a la superheroína boquiabierta, pero Theresa no se arrepintió de decir nada—. La verdad, me reconforta usarlas. Ya sabes por qué.
Porque la empresaria por años había pensado que Casey estaba muerta.
Sí. Ella lo sabía.
Y por eso, la leñadora decidió dejar los juegos de lado y concordar luego con su petición. Se quitó entonces el cinturón de utilidad, su camisa de franela, su gorra, lentes y zapatos con incomprensible rapidez, quedándose vestida apenas con sus pantalones cargo, calcetines y camiseta de tirantes blanca. Dejó todo organizado en una silla, bien doblado y ordenado, así como Theresa lo había pedido, y luego redujo su velocidad hasta que la humana pudiera verla con claridad.
—¿Q-Qué?... —La ingeniera la miró de arriba abajo, pasmada—. ¿Cómo te desvestiste tan rápido?...
—Súper velocidad, ya te lo dije.
Por la humedad, la camiseta de tirantes de Casey se había vuelto semitransparente y estaba pegada a sus abdominales marcados como una gran ventosa. Otra vez, la belleza de su cuerpo escultural dejó a Theresa desorientada. Sus labios se partieron y sus pupilas se dilataron contra su voluntad. Tuvo que sacudir la cabeza para volver a concentrarse en su actual conversación: ropas.
—Ve a mi maletín azul y saca lo que necesites... —dijo, mirando a otro lado para no colapsar su pobre mente—. Te espero aquí.
De nuevo, la superheroína se marchó y regresó en un pestañeo. En un segundo estaba de pie a su frente, con su atuendo encharcado. En el otro estaba sentada a su lado, con unos bóxers estampados y una camisa polo azul, bien antigua.
—Me está volviendo loca verte hacer eso.
—¿Qué?
—Correr de un lado a otro en un chasquido de dedos.
—¿Quieres que pare?
—No... —Theresa negó con la cabeza—. Solo estoy impresionada. Y supongo que quiero que me cuentes la verdad también. ¿Qué poderes más ocultaste del mundo? ¿De mí?
—Pues ninguno, creo... —Casey se acomodó contra las almohadas del sofá, recostándose lo más que podía—. A ver... enumerémoslos. Soy casi indestructible, tengo una fuerza mayor a la común, puedo manipular a los elementos naturales, puedo volar, cambiar de forma, acelerar mis movimientos a una velocidad que no comprenderías... y crear campos de fuerzas. Pero casi todos estos poderes son muy difíciles de controlar, así que prefiero usar solo algunos de ellos con frecuencia. Por ejemplo, controlar los elementos y crear campos de fuerza es algo que casi nunca hago. Solo en ocasiones especiales. Tengo que concentrarme demasiado para ello y me drena toda la energía usarlos... —admitió y cruzó los brazos—. ¿Te acuerdas de esa vez que me resfrié como por tres semanas? ¿Y tuve que quedarme en cama por días y días?
—Sí. Quise arrastrarte a urgencias porque no parabas de toser, pero tú me dijiste que no podía hacerlo porque pondría en peligro tu identidad como alienígena —Theresa concordó—. No fue divertido.
—Definitivamente no... —Casey sacudió la cabeza—. Me puse así de enferma porque tuve que controlar un incendio en una maternidad. Las llamas eran enormes y yo no podía apagarlas por cuenta propia, así que decidí al menos mantenerlas a raya mientras lo bomberos no llegaban. Manipulé el fuego e intenté contenerlo. Y aunque valió la pena hacerlo, yo terminé agotada. Por eso me resfrié y me puse tan mal... No fue por un virus, ni nada... solo me fatigué.
—Entonces no eres tan indestructible como todos lo piensan.
—No, ni de cerca. Cuesta que me maten, pero... —se encogió de hombros—. Soy una mortal, así como tú. Puedo cansarme, herirme, morir... tengo acceso a todo el paquete de desgracias.
—No sé si eso me preocupa o me relaja. Tal vez ambos.
Casey se rio. Theresa, al oírla, le sonrió de vuelta.
—¿Tienes otra pregunta que me quieras hacer?
La empresaria pasó un tiempo callada, contemplando la respuesta.
—¿Algún día me lo dirías?
—¿Qué?
—Que eres, o bueno, eras... ¿Titanis?
Casey soltó risa corta.
—Perdón... —Levantó una mano para silenciar a Theresa, antes de que ella se ofendiera—. Pero si supieras lo que yo sé, también encontrarías esto cómico.
—Pues ilumíname.
—Yo tenía un viaje a la Isla de Ney planeado para nuestro aniversario. Pasajes y hotel pagados, curso de buceo, excursión a la línea de corales... toda la diversión que podrías desear y más. Y te lo iba a contar en ese entonces. Mientras estuviéramos allá —Se masajeó el rostro y siguió riendo, enmascarando su dolor con su retorcido sentido del humor. Pero Theresa no le encontró ni un poco de gracia a la situación. De hecho, se volvió aún más aprensiva por su aire relajado—. No sabía cómo ibas a reaccionar. Estaba aterrada de enterarme. Pero si algo sabía, era que quería sincerarme de la manera correcta... demostrándote mi amor —añadió y miró hacia la ventana, queriendo ocultar sus lágrimas. Su sonrisa no dejó sus labios en ningún momento—. Pero ese maldito... Hammer... él te secuestró. Y me quitó la oportunidad de confesarte todo en nuestras vacaciones. Él me hizo perderte... y me hizo destruir la mejor amistad y relación que tenía en mi vida.
Al hablar de James Hammer, Casey demostraba un odio superior al que sentía por sus otros enemigos, Otto incluido. Y la ingeniera entendía muy bien por qué.
—Case, yo...
—No, está bien. Está en el pasado —La superheroína sorbió la nariz y siguió portando la misma expresión falsa de alegría y contentamiento. Luego, se levantó y caminó a la ventana, a mirar a la lluvia afuera.
La humana también se levantó. La observó desde la distancia con ojos vidriados y una expresión asombrada.
—¿Por eso me preguntaste si estaba libre en julio?
—¿Qué?
—En la última vez que nos hablamos, antes de que Hammer me hiciera su rehén... Me preguntaste si yo estaría libre en julio. Yo asumí que era solo por nuestro aniversario, pero... ¿E-Era por eso?...
—Sí —la leñadora concordó y la ojeó, sobre su hombro—. Pero ya lo dije, no importa.
—¡Claro que importa! —Theresa al fin logró despegar sus pies del suelo y caminar hacia ella—. Yo siempre creí...
—¿Qué nunca te lo diría?... Sí, por un largo tiempo yo también —Casey siguió dándole la espalda—. Y no porque no quería... Créeme, si la decisión fuera mía yo jamás te hubiera mentido... Pero no era seguro hacerlo. Porque todas las personas que conocían mi identidad siempre estaban en peligro. Siempre... Y yo no tenía la libertad de ser yo misma nunca, con nadie, porque sabía que hacerlo era egoísta. Porque al ser honesta, los estaba exponiendo al peligro —exhaló, entre triste y molesta. Al fin, su boca se estiró en una línea recta, que combinaba más con su real estado de ánimo—. Yo quería cambiar eso... lo juro. Quería contarte todo. Pero le temía a la posibilidad de perderte. De verte salir lastimada por mi presencia en tu vida. Además... me aterraba pensar en cuál sería tu reacción. Te mentí por años y tú odiabas las mentiras. Aún las odias...
—Sí.
—Así que quise hacer algo especial. Quise vencer esos miedos y ser honesta, pero también te quise hacer feliz... Quería demostrarte que me arrepentía por ser tan críptica, siempre. Quería probarte que no te había contado la verdad porque te amaba y me preocupaba por ti, pero Hammer, él... —Su voz se volvió más agresiva y un rayo cayó en un árbol cercano. Theresa se asustó, pero Casey apenas suspiró y sacudió la cabeza—. En fin. Como dije, no importa. Ya fue. Ya perdí esa oportunidad.
La empresaria no se demoró mucho en conectar los puntos. Si la alienígena podía controlar los elementos naturales, sin duda su estado de ánimo debía influir en las condiciones meteorológicas del lugar en donde estuviera.
—Ese rayo...
—Fue mi culpa, sí —La mujer se rio de nuevo, malhumorada—. Es lo que pasa si me enojo demasiado. Ya te dije que mis poderes son difíciles de controlar.
Theresa tragó saliva. Debería sentirse asustada, pero no lo estaba. Más bien, se hallaba apenada. ¿Cuántas veces debió su novia reprimir sus emociones para no herir a nadie? ¿Cuántas veces debió callar sus gritos para no ensordecer a los que amaba?
Esa no era una buena manera de vivir. Sonaba como una existencia miserable.
Y por eso, se atrevió a acercarse, levantar su mano y ponerla sobre el hombro musculoso de Casey. Por eso, usó su pulgar para acariciarlo. Se sintió mal por ella, porque comprendió su dolor.
Y dicho gesto fue tan suave, tan amable, que logró convencer a la superheroína a voltearse.
—Debes haberte sentido muy sola durante todo este tiempo.
Otra vez, su ex novia ocultó su agonía con una sonrisa exagerada.
—Esa es una... manera de ponerlo.
—Case —La palma de Theresa saltó de su hombro a su rostro. Al sentir su calidez por primera vez en años, la leñadora se enrojeció y se volvió rígida como una roca—. No tienes que esconder sus sentimientos de mí. Ya no.
—Te enojarás de nuevo conmigo...
—No lo haré —La ingeniera dio un último paso adelante y la miró a los ojos. Sus cuerpos casi se tocaban, de tan cerca que ambas se encontraban—. Quiero que seas sincera justamente porque ya no me quiero enojar contigo. Te extraño... T-Te extrañé p-por años...
—Thea...
Theresa hizo algo impulsivo a seguir.
Pero fue una decisión de la cuál no se arrepentiría nunca.
Se inclinó adelante, alzándose sobre la punta de sus pies, y besó a Casey con todo el desespero que sentía. Con toda la compasión y el cariño que le podía entregar.
Media década de duelo y de añoranza, al fin llegó a su fin.
Con los ojos cerrados, las cejas arrugando su frente y su lengua decidida a tocar la de su ex novia —quien no dudó en rodear su cuerpo con sus brazos, trayéndola imposiblemente más cerca de sí—, la empresaria comprobó algo que debería ser obvio: su atracción y afecto no habían cambiado de dueña. Le pertenecían a Casey, y apenas a ella.
En la chimenea, el fuego creció y chasqueó con más fuerza. Pero ninguna de las dos se separó antes de perder el aliento.
—Yo...
—No, Case. Escúchame. Por favor... Yo te amo.
—¿Qué?
—Te amo —se repitió Theresa—. Y q-quiero que me perdones...
—Ya te perdoné.
—No, yo...
—Ya te perdoné —La leñadora apoyó su frente en contra de la de ingeniera—. Hoy en el hospital, yo solo estaba frustrada. Pero no tienes que disculparte más. Ya pasó.
—Crees... —La millonaria tragó saliva—. ¿Que podemos volver a ser como antes?... P-Porque te extraño. De verdad, yo...
—También te extrañé —la superheroína confesó—. Pero no quiero que volvamos a ser como antes.
—¿No? —Theresa preguntó con un tono entristecido.
—No —Casey la besó de nuevo, con renovada pasión—. Quiero que seamos mejor. No más mentiras —Otro beso—. No más engaños —Y otro—. No más falsedad. Porque también te amo. Y quiero preservar a ese amor para siempre.
La empresaria, comprendiendo sus palabras, asintió con evidente alivio.
—Okay... No más falsedad.
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