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Como la leñadora ya tenía la madera de sus clientes cortada y lista para la entrega en su camioneta, le dijo a Theresa que se subiera al asiento del copiloto y la acompañara a entregar los pedidos.
Mientras viajaban por las carreteras y calles que rodeaban al bosque de Colossus, la empresaria descubrió lo popular y querida que Casey era por la región.
Todos los habitantes de Rhyes la trataban con un cariño y una calidez que los ciudadanos de Ithaka nunca habían demostrado hacia Titanis. Y cuantas más familias y negocios ambas visitaban, más ella entendía por qué su ex novia se había quedado por allí, por tantos años.
El lugar era hermoso, los residentes eran amables, el precio de todo era relativamente barato... ¿Quién querría irse?
—Después de que terminemos de hacer las entregas, pasemos al mercado y hagamos unas compras para tu alacena. Podemos almorzar aquí en Rhyes si es que quieres, pero igual tienes que llenar esos armarios o te morirás de hambre. Porque cuando comienza a llover por estos lados, es muy difícil que pare. Y es muy probable también que te quedes encerrada dentro de tu casa por un rato.
—Por mí todo bien.
Ambas siguieron su itinerario al pie de la letra. Y mientras Casey manejaba, fueron conversando más sobre la vida en el poblado, los refugiados de otras galaxias que vivían por allí, y los frecuentes avistamientos de OVNIs en la región.
—Hace un año me abdujeron unos Neptunianos, por error. Estaba afuera de mi cabaña por la noche, bebiendo un té, cuando de pronto escuché un "¡VroOoOoM!", sentí a mi cuerpo levantarse del suelo sin mi control, y noté entonces que ellos me estaban arrastrando hacia arriba con uno de sus rayos tractores. Por lo que me contaron después querían raptar a un hombre humano, sedarlo y hacerle unos estudios biológicos. Se llevaron la sorpresa de la vida al descubrir que: Uno, soy mujer; dos, no soy humana. Pero en fin... los estudiantes de Macrobiología Terráquea que estaban dentro de la nave igual me agradecieron por dejarlos tomar muestras de mis células.
Theresa, entre horrorizada y divertida por la situación, frunció el ceño y sonrió, al mismo tiempo.
—¿Por qué dejaste que te hicieran eso?...
—¡Eran científicos! ¡Profesores! ¡Exploradores!... ¡No podía dejarlos volver a su planeta con las manos vacías!
—Así que... ¿Dejaste que un grupo de aliens experimentara contigo?
—Eso sonó pésimo...
—Entendiste lo que quise decir.
—Pues sí —Casey se encogió de hombros—. Ya no le temo a los otros seres cósmicos. He peleado con ellos, he hablado con ellos, he corrido de ellos, los he perseguido... Sus métodos, procedimientos, actitudes y su tecnología ya me asustan. Ellos en sí ya no me asustan. Mucho menos los Neptunianos. Son una raza que alaban a la ciencia y a los estudios, nada más. Tienen su guardia imperial, pero no favorecen a la guerra. Son pacíficos. Y si los puedo ayudar con algo, lo haré. Además, me pagaron de buena manera.
—¿Cómo?
—Me dieron tres botellas de Koftalak, una bebida fabricada en Haumea...
—¿Haumea? ¿No es ese un planeta enano de Neptuno?
—Lo es.
—¡¿Hay vida allá?!
—Sip. Y me imagino que debe ser un shock para ti oír eso. Pero te sorprendería aún más saber que los Haumeanos son conocidos entre los aliens por tener los mejores licores y substancias embriagantes de la galaxia. Y digo "substancias" porque no existe una palabra exacta para definir lo que ellos producen. El Koftalak, por ejemplo, ni siquiera podría llamarse bebida... es más parecido a un vapor, que a cualquier otra cosa. No sé cómo describírtelo. En mi lengua, se llama Titlásht...
—¿Titlás? —Theresa intentó repetir la pronunciación lo mejor que pudo— ¿Sería un nuevo estado de agregación de la materia?
—No diría "nuevo", porque en otras galaxias ya es conocido a milenios, pero supongo que para ustedes humanos... sí. El Titlásht es un estado que está cerca de la fase de evaporización, pero no es 100% igual a la misma. La evaporización en sí es un proceso gradual. El Titlásht solo... es. No se modifica si no existe un factor externo que ocasione dicho cambio.
—¿O sea que no es cinético?
—No.
—Me estás rompiendo la mente ahora mismo —La ingeniera sacudió la cabeza, desorientada—. ¿Cuántos estados de la materia realmente existen, entonces?
—Según lo que se decía en mi planeta, cuarenta y dos.
—¿QUÉ?
Casey se sobresaltó por su alarido, pero terminó riéndose.
—Fascinante, ¿no?... Todavía tengo una botella de Koftalak sin abrir en mi armario. El Titlásht queda almacenado adentro. Si quieres, te la doy para que puedas estudiarla y sacar tus propias conclusiones al respecto. Pero te advierto, para los humanos apenas oler el Titlásht es un peligro. Los deja muy... locos.
—Define "locos".
—¿Te acuerdas de esa vez que tú y mi hermano se pusieron a beber en la despedida de soltera de Hannah? —la leñadora mencionó a su vieja compañera de trabajo, una periodista de renombre que ahora se había vuelto el ancla de su viejo canal de noticias.
—Sí... me acuerdo más o menos de ese desastre. Terminamos subiéndonos a la cima de una torre eléctrica por un desafío tuyo y casi nos pilla la policía. Fue una noche muy rara.
—Exacto. Ahora imagínate ponerte así de embriagada de nuevo apenas por inhalar algo.
—Okay, entiendo lo que dices ahora —Theresa se rio—. Tendré cuidado.
La conversación siguió dando vueltas, sin jamás terminar, mientras las dos les entregaban más madera a los clientes regulares de Casey.
Al terminar el trabajo, se dirigieron al único restaurante del poblado, el Olympus. Era un establecimiento pequeño, familiar, con una estética Art Deco sacada derecho de los años 30 y un menú bastante casero. Las sodas que servían eran hechas con la técnica antigua, mezclando jarabes con agua carbonatada. Los vinos y las cervezas eran compradas de enólogos y cerveceros locales. Lo mismo con las carnes, huevos, frutas, legumbres, vegetales... todo provenía de las granjas y huertos cercanos.
—¡Casey! —una señora de cabellos blancos, flacuchenta y de lentes redondos exclamó con una sonrisa alegre, al ver a la leñadora cruzar la puerta.
—Buenos días, señora Marina —la misma respondió con una expresión igual de contenta—. ¿Cómo ha estado la mañana? ¿Muy ocupada?
—Más o menos. Un grupo de ciclistas pasó por aquí y venían hambrientos.
—Geoff debe haber estado atareado —Casey mencionó al chef.
—Sí, pero sabes que a ese hombre le gusta el caos en la cocina. Vive de él. Además, le pagaré extra por su servicio hoy... —La anciana dejó de hablar al percibir la mujer que la leñadora tenía al lado—. Hey. A usted la conozco.
—¡Ah, sí! ¿Dónde están mis modales? Señora Marina, esta es...
—Teresa Schnell —dama completó, pasmada.
—Hola —La empresaria en sí hizo una mueca angustiada, contemplando salir corriendo puerta afuera por sus nervios. No quería tener que soportar el odio ajeno por cosas que su hermano hizo, luego de tener una mañana tan buena como aquella.
Pero su pesimismo fue injustificado y ella lo descubrió con rapidez:
—¡Es un placer tenerla por aquí! —Marina la sorprendió al extenderle su bondad, sin hacer distinciones—. Por favor, siéntense, siéntense... ¡Elijan el lugar que les resulte más cómodo!
Theresa soltó un exhalo de alivio que ni sabía había estado conteniendo al oír aquellas palabras. Y, siguiendo la instrucción de la señora, buscó una mesa cómoda donde almorzar junto a su ex (?) novia.
Así que se sentaron cerca de una ventana, donde estaban las bancas acolchadas, la anciana apareció a su lado de nuevo y les dejó un par de hojas plastificadas. Era el menú. Casey ni las ojeó, dejando Theresa explorar las opciones por cuenta propia. Menos de cinco minutos se pasaron y la señora Marina regresó, sujetando un cuadernillo de notas y un lápiz.
—¿Qué van a querer?
—Para mí, lo usual —Casey dijo y la dueña del restaurante anotó su orden secreta en la hoja.
—Yo voy a querer este plato de pollo con papas y una gaseosa de limón.
—¿Algo más?
—¿Hay Cheesecake hoy? —la leñadora preguntó, con ojos de niña emocionada.
—Lo hice justo para ti —Marina sonrió y asintió—. ¿Vas a querer un trozo?
—Trae uno para Thea también, tiene que probarlo.
—Si dices... —La empresaria se encogió de hombros, curiosa—. Uno para mí también, por favor.
—Traigo todo en seguida —Al apartarse, la anciana sacudió el corto cabello azul de Casey con su mano y la hizo reírse.
—¡Hey!...
Pero no pudo reclamar, la señora ya se había ido a la cocina.
—Ustedes parecen ser cercanas —Theresa observó, jugando con uno de los anillos de su mano.
—La señora Marina solía salir con Helio, cuando él seguía vivo. Nunca asumieron ningún compromiso formal ni nada, pero eran muy amigos... Ella estaba fuera del poblado cuando él falleció, cuidando de unos asuntos familiares de su hija, y hasta hoy no se perdona por no haber estado ahí, a su lado, cuando... bueno... él murió —Casey explicó en voz baja—. Por eso yo la vengo a visitar todos los días y asegurarme de que está bien. Me preocupo por ella. Es una muy buena persona, una dulce mujer... pero lamentablemente, esas suelen ser las que más sufren en la vida.
—Lo lamento. Tanto por ella, como por ti —La ingeniera estiró su mano sana adelante y tomó a la de la leñadora—. Se nota que el señor Helio era querido por ustedes.
—Lo era... y mucho.
Ambas se miraron a los ojos por un segundo, luego a sus dedos entrelazados. Habían extrañado demostrar aquel tipo de cariño en público y tan solo en ese entonces percibieron lo agradable que se sentía volver a hacerlo.
—Regresé, chicas... —Marina las despertó de su trance con una expresión entretenida en el rostro. Había percibido sus miradas enamoradas así que salió de la cocina, pero decidió no preguntarles nada al respecto. Aun así, era evidente que estaba feliz por las dos—. Y traje el Cheesecake luego de una vez, porque ustedes deben tener hambre y necesitan comer algo mientras el almuerzo no está listo.
—Usted es una salvavidas, señora —Casey se puso a devorar el postre así que el plato tocó la mesa.
Theresa giró los ojos al verla saltar sobre el dulce como un lobo hambriento, y luego se rio. Esa era otra cosa que había extrañado ver: el apetito descontrolado de la alienígena, y su actitud salvaje ante la comida.
—Gracias, señora —la empresaria le dijo a Marina, mientras Casey seguía aspirando la tarta.
—No necesita agradecerme, señora Schnell. De hecho, soy yo quien le tiene que agradecer. Y lamento molestarla con esto en su tiempo libre, pero es que debo hacerlo —La expresión de Marina, amable y jubilosa, adoptó una solemnidad que logró capturar la atención incluso de la extraterrestre—. Mi nieta tuvo un accidente automovilístico años atrás y terminó perdiendo su pierna en el choque. Ella era una atleta, y pensó que su vida se había acabado en ese entonces... Que nunca volvería a jugar Hockey otra vez... Pero con la ayuda de su centro médico y de la tecnología de las industrias ORION, logró conseguirse una prótesis robótica perfecta, que la puso de vuelta en la cancha... y no nos costó ningún centavo —Los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas, pero ella no lloró. Tan solo extendió su sonrisa—. Así que, en su nombre, en nombre de mi familia, y en el mío... gracias. Por todo lo que ha hecho por nosotros, y por este país. Usted ayuda a mucha más gente de lo que cree.
Theresa, pasmada por la información —y conmovida por al fin tener una experiencia positiva con una completa desconocida—, se levantó lentamente de su asiento y se paró frente a la señora. Luego, aunque con cierta aprensión, la abrazó. Para su alivio, la mujer no dudó en responder a su gesto.
—Solo estoy feliz de poder haber ayudado —la ingeniera comentó en voz baja antes de apartarse, tan emocionada que le costaba hablar—. Y usted no necesita llamarme "señora", ¿de acuerdo? Theresa o Thea está bien. No estoy aquí de negocios.
—Es la costumbre —Marina volvió a sonreír—. Pero obedeceré el pedido en el futuro. Por ahora, las dejaré en paz... Vuelvo en unos minutos más con sus platos, ¿okay?
—Si usted quiere puede venir y comer con nosotras —Casey dijo y la empresaria concordó con una sacudida de su cabeza.
—Me encantaría, pero... —La anciana señaló a los motoristas que acababan de entrar al restaurante—. Llegaron clientes... ¡Disfruten su Cheesecake, chicas! Ya vuelvo con el resto de sus órdenes.
—Gracias... —las dos respondieron al unísono y Theresa se sentó de nuevo.
Pasaron apenas un minuto completo comiendo, antes de que su serenidad fuera destrozada. Las voces de los recién llegados subieron en volumen, de un segundo a otro, y su tono se volvió inexplicablemente agresivo.
Casey, girando los ojos y frunciendo el ceño, bajó su tenedor y tragó el resto de la tarta que mascaba con molestia.
No quería estresarse aquel día, pero al parecer, su deseo no sería respetado.
—¡PASE TODO LO QUE HAYA EN EL CAJA, VIEJA! —uno de los hombres demandó, apuntándole una pistola a la dueña del restaurante.
—Oigan... —La leñadora se levantó lentamente al oír el oído metálico del arma. Para la sorpresa de Theresa, cruzó los brazos al encarar a los criminales, y su actual postura le recordó demasiado a la antiguamente empleada por Titanis—. Esa dama tiene casi setenta años de edad. No es "vieja", es "señora". Si van a robar, al menos háganlo con el mínimo de educación y respeto con sus víctimas.
—¿Y quién carajos eres tú? —el líder de la pandilla indagó con una risa prepotente—. Siéntate ahora, princesa... o te haré sentar en algo mucho más duro que esa silla.
Los desconocidos se rieron del chiste. Casey se rio por pensar en todas las maneras en las que los haría sufrir.
—¿Cuántos años tienes, fortachón? ¿Tres? —Ella dio unos pasos adelante—. Dame un chiste un poco más crecidito. Al menos inténtalo.
—Case... —Theresa llamó su nombre, preocupada.
La extraterrestre se volteó hacia ella y la calmó con una expresión traviesa.
—Disfruta el show —Le guiñó un ojo y volvió a encarar a los pandilleros, transformando su semblante a algo mucho más asustador y despiadado—. Okay... ¿Quién aquí necesita una extracción de molares? Aprovechen que hoy el servicio es gratis.
—¿Tú quién te crees? —el líder volvió a hablar, a cada segundo más irritado.
El sujeto que amenazaba a la señora Marina, queriendo terminar luego con la habladuría y salir corriendo con el dinero de la caja, giró su pistola hacia la alienígena y le disparó.
Ese vino a ser su mayor error del día. La bala se aplastó al chocar contra el pecho de la mujer y rebotó por el suelo como una canica.
Ella sonrió con gusto al observar la expresión confundida y aterrada que surgió en el rostro de los criminales. Luego, agarró una botella de vidrio que vio sobre una mesa cercana y la explotó sobre la cabeza del mandamás, cubriéndolo de cristal roto y soda.
A continuación, una pelea digna de un programa de lucha libre ocurrió. Casey usó de todo para neutralizar a sus enemigos. Tenedores, dispensadores de servilletas, bandejas, escobas, e incluso una silla.
Golpeó a uno. Pateó a otro. Desvió sus ofensivas y los hizo atacarse entre ellos. Todo sin dejar caer una sola gota de sudor. Todo sin desesperarse, ni perder control sobre sus poderes.
Theresa no pudo negar estar impresionada y hasta un poco enamorada por su actuación. Para estar cinco años lejos de su antigua profesión, la pasión y las habilidades de su ex seguían siendo las mismas. Sus reflejos, tan afilados y precisos como siempre. Nada había cambiado en ese aspecto. La superheroína que era realmente no estaba muerta, apenas dormida.
Así que el último cuerpo golpeó el suelo, las sirenas de dos automóviles de la policía resonaron afuera. Segundos después, los oficiales entraron al restaurante.
Mientras la leñadora luchaba, la señora Marina había llamado al sheriff del poblado, William Pallas, y le había pedido ayuda.
El sujeto era un gigante en estatura y tamaño, al punto de competir en proporciones con la propia Titanis. Llevaba un mostacho voluminoso en el rostro, lleno de canas, y su cabello castaño estaba cortado en un anticuado mullet. Sus ojos, escondidos por sus lentes de aviador negros, eran claros y severos. En su boca casi siempre llevaba un chicle a medio mascar, y aquel día no era la excepción.
A pesar de su apariencia intimidante, así que vio a Casey su expresión se suavizó. Le sonrió y le estrechó la mano, con cariño.
—Gracias por facilitarme el trabajo de nuevo.
—Buenos días, Billy.
"Ah," Theresa pensó, viendo a la interacción de lejos. "Entonces ese el sujeto que llevó mi equipaje a la cabaña."
—¡Gracias al buen Dios llegaron! —la señora Marina exclamó a seguir, mientras los gendarmes que acompañaban al sheriff arrestaban a los pandilleros—. ¡Estaba aterrada por la seguridad de Casey! ¡De nuevo se puso a pelear!
—Tranquila... Ya sabemos a este punto que es imposible matarla. —William soltó una risa corta y miró alrededor por un instante—. ¿Hay heridos?
—No.
—Okay. Eso es lo más importante —Se quitó los lentes del rostro y observó a los presos—. Ya, chicos... llevemos estos caballeros a la comisaría de una vez.
—Jefe, ¿y qué hacemos con sus motos? —uno de sus oficiales subalternos preguntó.
—Déjenlas donde están en el estacionamiento por ahora. Les sacaré fotos a las patentes y revisaré sin son propiedad de ellos o si son robadas más tarde —William volvió a encarar a las mujeres a su frente así que terminó de instruir a su colega—. Pero hablando en serio... lamento por la tardanza en llegar. Lo bueno es que tú estuviste aquí para ayudar... Deberías haber sido parte de la policía, eh —Le dio un golpecito al brazo de Casey—. Nuestra comisaría estaría muy feliz de recibirte.
—Billy, nunca habrían aceptado a una alienígena en la academia. Sé realista.
De lejos, Theresa los siguió observando y escuchando cada palabra enunciada con creciente asombro.
No entendía nada. ¿Esa gente sabía que Casey no era terrícola? ¿Sabían que ella tenía poderes? ¿Acaso también sabían que ella era Titanis?...
Pensar en exceso la desconcentró. Y de pronto, la leñadora se estaba sentando de nuevo en su mesa, habiendo terminado de charlar con sus amigos.
—Volví —La propia la despertó de sus contemplaciones, con su usual buen humor—. La señora Marina dijo que nuestros almuerzos llegarán en breve, así que no te preocupes. No te quedarás con hambre por mucho tiempo...
—¿Ellos saben que tú no eres de aquí?
Casey respiró hondo.
—Sí... lo saben —Se inclinó adelante y murmuró:— Pero no tienen idea de mi profesión anterior, así que por favor...
—No diré nada —Theresa le aseguró—. Pero, si saben que no eres humana... ¿Por qué sigues usando esta apariencia?
—Porque si les muestro mi piel azulada, sabrán exactamente de qué planeta provengo y quién solía ser. Y no quiero que eso pase... quiero dejar a mi pasado descansar.
—¿Y nadie te ha causado problemas por...?
—¿Ser una alien? No... Aquí en el poblado todos siempre me han tratado muy bien. Fueron muy curiosos al inicio, cuando les dije la verdad. Pero así que mencioné que mi planeta fue destruido por una guerra civil y que yo viví la mayor parte de mi vida en la tierra, dejaron de hacerme tantas preguntas al respecto. Saben que me duele hablar sobre mi vida anterior, así que no lo hacen. Y cuando llegan forasteros aquí, fingen que soy una humana más. Me protegen.
—Te debes sentir cómoda aquí, entonces...
—Sí... y muy —Casey admitió, sonriendo—. Además, no soy la única alien por aquí. En esta región hay de todo. Marcianos. Saturninos. Golondros. Selenos... Es impresionante.
—¿Y por qué tantas especies? ¿Hay alguna meca por aquí, o qué?
—No, no... —Ella se rio—. Son universitarios, como los Neptunianos que me raptaron a su nave. Vienen a estudiar la fauna y la flora terrícola, la sociedad, la historia, etcétera, en ciudades pequeñas del globo porque así es más difícil que las autoridades los atrapen. Los pueblos y villas son menos protegidos que las ciudades grandes, al final de cuentas. De hecho, algunos de ellos, para tener un mejor conocimiento de las costumbres locales, usan unos aparatos llamados "transfiguradores" para adoptar una apariencia humana y mezclarse con el resto de la gente... Así estudian a la sociedad de cerca, y obtienen información académica de manera más directa y efectiva.
—¿Es eso lo que tú haces? Para transformarte, digo.
—No, no... lo mío es una habilidad biológica. Lo de ellos es una opción tecnológica.
—Hm... Entiendo... —Theresa miró a su izquierda.
Marina se acercaba a la mesa, cargando una bandeja con sus platos y bebidas.
—Aquí tienen chicas... La cuenta se queda por parte de la casa.
—No, señora...
—Insisto —la mujer se repitió—. Me salvaste de un robo a mano armada, Casey. Te lo agradezco profundamente.
—Pues yo no hice nada y quiero pagar —la empresaria respondió en lugar de la leñadora—. Con propina incluida, para que usted pueda cubrir los daños hechos por esos malditos a su propiedad.
—Theresa, no hay necesidad...
La ingeniera hizo un gesto de su mano y luego buscó su celular. Pagó la cuenta a través del dispositivo y le hizo una transferencia muy generosa a la dueña del restaurante. La señora se lo merecía, luego de estresarse tanto y en tan poco tiempo.
Para su alivio, el resto del almuerzo se desarrolló sin más dramas, ni fuertes emociones. Al terminar de comer las dos se despidieron de Marina, se subieron a la camioneta de Casey y volvieron a manejar.
—¿Adónde vamos ahora?
—Al mercado. Y después te quiero llevar a conocer una nave espacial Antheliona. Hay algo ahí que puede ayudar a tu brazo a sanar más rápido.
—Y ¿cómo tienes una? —fue la primera pregunta que se le ocurrió a Theresa.
—Pues... no es mía, partamos por ahí. Yo apenas la encontré mientras exploraba el bosque. Abrí las puertas, creyendo que encontraría a algún compatriota herido adentro, pero después de revisar los motores me di cuenta de que no hallaría a nadie. Era una de las naves sin tripulación que los físicos del departamento de ciencias envían anualmente a recolectar materia orgánica terrícola, para estudios y experimentos académicos... Por lo que pude descubrir, tuvo una falla en sus rotores internos y se estrelló contra unos árboles. Su caja negra se echó a perder. Sus paneles luminoreflectores también se rompieron con el impacto y su estructura dejó de ser invisible. Pero por su forma y su color real, asumo que todos los humanos que la vieron pensaron que era una roca gigante.
—¿Y cómo supiste tú que era una nave?
—Porque tiene inscripciones en los costados. Letras que solo mi gente entendería y que clarifican que es un vehículo de estudio, no de ataque —La leñadora giró el volante a la derecha—. Te las enseñaré, creo que te gustarán.
Las dos, al terminar de hablar, aparcaron el auto y se fueron de paseo por el mercado. Compraron todos los productos que la alacena de Theresa carecía de la mano de granjeros y productores locales, llenaron la camioneta con comida hasta el techo, y después pasaron por la cabaña Schnell, a dejarlo todo allá. Volvieron a salir al bosque luego de organizar la cocina.
Manejaron hasta llegar a un sendero de tierra que se desprendía de la carretera. Casey detuvo el vehículo a un costado de la misma, ayudó a Theresa a descender de él, la tomó de la mano y la invitó a una caminata de diez minutos.
Eventualmente, llegaron a su destino.
—Aquí es... —la alienígena dijo, señalando a lo que parecía ser una piedra de gran tamaño, ubicada al lado de unos pinos. Casey soltó la palma de la ingeniera para agacharse al frente de la estructura y apuntar a su base. Efectivamente, existían grabados en su superficie grisácea y rocosa. Parecían jeroglíficos—. Esto dice "Material radioactivo en la cámara de propulsores. Cuidado." y al lado "Nave de exploración intergaláctica. Planeta de origen: Anthelion."
—Nunca había visto tu lengua escrita... ¡Es preciosa!
—Si crees que esto es bonito, espera a que veas el interior de la nave —Casey sonrió y presionó una de las siglas talladas.
Una puerta se abrió a su lado y una luz blanquecina, súper intensa, salió de ella. El interior del vehículo se iluminó por completo y varios paneles de control flotantes aparecieron por doquier, junto a hologramas y mapas digitales. Al entrar junto a su ex novia, la boca de Theresa se abrió sin su autorización. Estaba impresionada y fascinada por lo que veía. Nunca, ni siquiera en sus propios laboratorios, había estado frente a tecnologías tan avanzadas y refinadas como aquellas. El aspecto futurista del diseño interior tan solo aumentaba su entusiasmo. Era maravilloso, la leñadora tenía razón. Nada ahí era superfluo, pero sí tan extraordinario que a ella le resultaba incomprensible. ¿Cuál era la función de tantas exóticas e indescriptibles maquinarias, cables, botones, circuitos eléctricos, de plasma?...
—Dime que estoy soñando... —ella murmuró, al ver una copia miniatura de la tierra flotando al lado de lo que parecía ser un timón.
—Nope, estás bien despierta. Te dije que es bonito —Casey comentó, orgullosa de su hallazgo y de su cultura—. Y no es todo. Te traje aquí por tres motivos. El primero de todos es tu brazo...
—¿Qué tiene?
—Tenemos que curarlo —Mientras hablaba, abrió una puerta a su izquierda. Era un pequeño armario, lleno de útiles. De ahí sacó una cinta tornasol, elástica—. Esto es parte del kit de primeros auxilios estándar de todas las naves Anthelionas, sean o no tripuladas. Se llama tépleigis. Es un producto de la nanotecnología avanzada. Uno envuelve cualquier hueso fracturado o roto con esto y la cinta se encarga de corregir la herida y sanarla.
—¿Y cómo funciona?
—Ni puta idea —Casey respondió y Theresa soltó una risa corta—. Pero funciona. Eso es lo importante.
—¿Duele?
—Al inicio, un poco. Pero la cinta viene con esto... —La alien recogió otra cosa del armario: un pote azulado, pequeño—. Es un gel analgésico. Así que el dolor debería ser mínimo.
—¿Segura?
—Bastante.
La ingeniera soltó un exhalo nervioso, pero decidió confiar en su ex novia. Con su ayuda se removió el cabestrillo, y el yeso que cubría el brazo que había destrozado el día anterior.
Moreteada, hinchada, un poco fuera de lugar; la extremidad no se veía nada bien.
Casey pasó el frío ungüento primero y todo el dolor residual que Theresa sentía por dichas lesiones se desvaneció en una cuestión de segundos.
—Huh.
—¿Qué?
—Ya no siento más punzadas —Ella frunció el ceño, simultáneamente agradecida y fascinada.
—Eso es bueno —La leñadora sonrió—. Ahora puedo poner la cinta.
Theresa perdió toda la sensibilidad en su brazo en menos de un minuto. O al menos, eso parecía. Porque cuando Casey lo envolvió con la apretada tela, ella no sintió nada. No sufrió ni un poco. El único incomodo que experimentó fue al oír un leve crujido, y al ver la cinta en cuestión comenzar a brillar. Pero el ardor que el dispositivo causó fue momentáneo. Cuando menos se lo esperaba, ya había pasado.
—Listo... —Casey removió la cinta cuando su color regresó al normal—. Ahora intenta mover tus dedos, y veamos si todo sanó bien.
Theresa lo hizo.
Con extrema facilidad.
—Huh —Observó su mano con asombro—. Los puedo mover sin que me duela nada.
—Exacto. Ahora tus huesos están impecables de nuevo. Eres libre de ese cabestrillo. Solo intenta no cargar mucho peso durante esta semana, y no golpees a nada ni a nadie. Hay que dejar a tu brazo descansar.
—Definitivamente necesito echarle un vistazo a esa cinta en mi laboratorio; ¿cómo carajos?... —la ingeniera divagó, pasmada. Sus ojos no lograban despegarse de su piel.
—Ahora que la primera razón de por qué te traje aquí ya fue explicada, es hora de pasar a la segunda y tercera —Casey comentó, cerrando la puerta del armario y caminando por la cabina, hacia el único panel de control de pantallas sólidas que había adentro. Arriba del mismo, había una pequeña colección de ítems que ella había encontrado explorando la nave. Los había agrupado allí para poder manejar sus pertenencias mejor, al parecer. De todos, ella recogió dos: un dispositivo bastante similar a un auricular, y un libro plateado—. Esto... —Le entregó el audífono a Theresa, y finalmente ella logró despabilar—. Es un comunicador. Esencialmente lo que hace es tomar el idioma de cualquier persona que esté hablando a tu alrededor y traducirlo a tu idioma de origen, en tiempo real. Yo lo calibré hace ya un tiempo, para que incluya las lenguas que nosotras hablamos, y funciona de maravillas... Así que quiero dártelo.
—¿Qué?...
—Siento que si alguien puede descubrir cómo funciona y crear un dispositivo igual a ese, específicamente para los humanos, eres tú.
—Case...
—Para abrir el menú de calibración, tienes que apretar ese botón pequeño de ahí —la mujer siguió hablando—. El azul.
Theresa hizo lo ordenado y lo presionó. Una mini pantalla celeste fue proyectada a modo de holograma desde un diminuto lente en la parte trasera del audífono. Las opciones del dispositivo, como la Antheliona había comentado, ya estaban dispuestas en un idioma humano; inglés.
Para bajar por ellas, uno debía interactuar con el holograma, y usarlo como si fuera una pantalla touch-screen común y corriente.
—¿Y para apagar el dispositivo?
—Aprietas el mismo botón por cinco segundos y se apaga.
Otra vez, Theresa siguió la instrucción.
—¿Estás segura que quieres darme esto?
—Muy —Casey asintió—. He soñado con entregarte este tipo de tecnología por años, porque sé que te encantaría estudiarla y mejorarla... Siempre fue algo que te apasionó, eso de la robótica, el diseño, la ingeniería eléctrica... Ya sabes, tus cosas de nerd —añadió con un tono encariñado, que calentó el corazón de la empresaria—. Así como también he soñado con entregarte esto... —le pasó el libro que sostenía a seguir—, a mucho tiempo
—¿Qué es?
—Ábrelo y verás.
Adentro, existían líneas y líneas de texto con símbolos similares a los vistos afuera. Por su disposición en cada página, parecían ser parte de un gran diccionario. Y resulta que justamente esto era. Un diccionario de Kopta, la lengua nativa de Casey.
En específico, era un diccionario Kopta-Inglés.
Theresa no tenía idea que algo así existía, hasta verlo.
—¿De dónde sacaste esto?
—No de esta nave —la alienígena confesó, cruzando los brazos—. Lo conseguí haciendo un canje con mis amigos Neptunianos. Ellos necesitaban una pieza de repuesto para su motor, y yo la tenía aquí. Se la di, pero a cambio, les pedí este diccionario... Lo guardé aquí en vez de la cabaña porque este lugar se ha vuelto especial para mí. Es una especie de templo, si es que así quieres llamarlo —Ella miró alrededor—. Cuando extraño mucho a mi familia... tanto la fallecida como la que aún vive, yo vengo aquí. A rezar. A pensar. A recordar...
—¿Nunca has pensado en volver? —Theresa preguntó de pronto. No había tenido el coraje de hacerlo antes de la "muerte" de Titanis, pero luego de convivir con aquella duda por años, sin nunca encontrar una respuesta, su curiosidad se había vuelto más fuerte que su cobardía—. A tu planeta, digo.
—Pienso en eso todos los días —Casey admitió, con un tono dolido, resentido, y a la vez apenado—. Pero es lo que te dije... ya no tengo a nadie allá. Ni un propósito que me incentive a regresar. Toda mi familia falleció. Toda mi cultura se perdió. Y por lo que sé, Tyrannus aún es el dictador absoluto de Anthelion, y todas las rebeliones que intentaron derrocarlo terminaron en nada.
—¿Pero no podría la tierra ayudarte a vencerlo?
—Ustedes no tienen la tecnología que nosotros tenemos. Sería un suicidio de su parte ir allá, a luchar en una guerra que no les pertenece —La leñadora fue sincera, al punto de sonar engreída— Por más que me duela ver a mi Geak en ruinas... —"Geak" era la palabra Kopta para tierra, o mundo—. No puedo hacer nada para salvarlo... Y es por eso que durante tanto tiempo quise ayudar a salvar a gente aquí. Todos creen que Titanis surgió de un deseo altruista de ser útil, pero... —Sacudió la cabeza—. Nació de mi egoísmo. De mi deseo de cerrar a la fuerza, con grapas, una herida que jamás sanará. Quise hacer por la humanidad lo que no pude hacer por mi pueblo, porque me sentía pésimo recordando lo mucho que siguen sufriendo...
Theresa sentía que al fin estaba viendo al alma completa de Casey, vulnerable y auténtica, luego de años de mentiras, disfraces, excusas y conjeturas.
A su frente estaba el verdadero ser consciente y atormentado detrás del personaje fantástico, mitológico, de una superheroína de renombre, amada y respetada por todos.
Una criatura agónica, torturada por su remordimiento y su aprensión, que se culpaba por sobrevivir una matanza que ella no causó, ni apoyó, y ni pudo hacer algo para evitar. Aquella era una mujer que cargaba con un peso indescriptible e inimaginable sobre sus hombros, no sólo derivado de sus responsabilidades personales, sino también de sus deberes.
Alguien a quien la ingeniera logró, por primera vez, comprender en su todo.
Theresa se culpaba a diario por no haber logrado predecir y detener a los numerosos crímenes de su hermano. Casey se culpaba a diario por no poder frenar al dictador que había matado a sus propios padres, pese a sus místicos poderes y su fuerza divina.
Las situaciones podrían ser muy distintas, pero la impotencia, la frustración, la rabia y el luto que sentían eran los mismos.
—Si pudiera, te ayudaría a enviar a ese desgraciado al agujero negro más pequeño y oscuro de todas las galaxias —la millonaria dijo, antes de hacer buen uso de su brazo curado y rodear a la alienígena con él.
—Lo sé.
Las dos pasaron un tiempo sosteniéndose, sin decirse nada. Apenas disfrutando la calidez ajena y la presencia reconfortante una de la otra. No podían resolver ninguno de sus problemas más grandes y aplastantes ahora. Pero sí podían ayudarse a soportar la presión ejercida por los mismos. Sí podían ser el refugio que cada una necesitaba durante la más fiera y violenta de las tormentas. Sí podían ser el ancla que estabilizaba su barco ante el azote de las olas. Sí podían ser el fuego que mantenía sus corazones cálidos ante el gélido frío de la realidad. Y porque podían, lo fueron.
—¿Quieres venir a cenar a mi cabaña? —Theresa preguntó, con una ternura y cariño que a mucho tiempo anhelaba expresar—. Te preparé una pizza, si dices que sí.
—Sabes que no puedo negarte nada —Casey respondió, sorbiendo la nariz y apartándose de ella. La tomó de la mano, la besó y dijo:— Vamos... hay que incendiar tu cocina.
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