¡Qυҽ ɱҽ ραɾƚα υɳ ɾαყσ ყ ɱҽ αȥσƚҽ ҽʅ ʋιҽɳƚσ!
Bosque de Colossus, 02 de febrero de 2038
Cinco años habían pasado desde el día de la tragedia.
Theresa había movido la sede de las industrias ORION a la ciudad de Nerith. Pero para no abandonar a sus funcionarios de la capital, compró un edificio administrativo nuevo en otro punto del sector financiero de Ithaka. Así , logró que sus corporaciones siguieran funcionando allí, pese al traslado de su directorio a otra región.
Ella también había instalado un monumento ceremonial en el sitio del colapso de su rascacielos, para honrar a todas las vidas perdidas aquel día.
Menos la de su hermano, claro. El nombre de Otto no figuraba en el muro de nombres y jamás lo haría, no mientras ella viviera.
Ese maldito... ¿Por qué tenía que amarlo? ¿Por qué tenía que extrañarlo? ¡Él era un criminal! ¡Un asesino!... "¿Qué diría eso sobre su carácter?", fue la duda que la atormentó por la última media década.
Durante estos años de luto y de tristeza, además de culparse por injusticias que no cometió, Theresa había trabajado y trabajado, sin descansar por un día siquiera.
Por una parte, tuvo que ser así de diligente con sus negocios porque estabilizarlos después de la gran batalla en la capital fue complicado. Las acciones de las industrias ORION perdieron 40% de su valor cuando el mercado del país se fue al diablo por el ataque de Otto. La situación fue tan caótica, de hecho, que la bolsa de valores no abrió y todo el distrito financiero permaneció cerrado por una semana después del evento (lo que no parece demasiado tiempo para un ciudadano común, pero para los economistas y empresarios, lo fue).
Por otra parte, esta adicción a su labor se explicó con su débil salud mental. Si ella permanecía a solas durante mucho tiempo, sin ninguna actividad que distrajera a su dañada y enferma mente, se ponía a pensar en Casey y en todas las memorias que había perdido junto a ella durante aquel brutal conflicto del pasado.
Verla morir en televisión fue el momento más bajo y avasallador de toda su vida. No existían suficientes tipos de terapia en el mundo que tranquilizara su espíritu desde entonces. Su remordimiento había perforado la gelatinosa superficie de su cerebro con sus dientes ensangrentados, y ahora el pobre órgano no funcionaba como debería. Les enviaba señales erróneas a sus glándulas suprarrenales, haciéndolas soltar una cantidad absurda de cortisol en su organismo. Dolores de cabeza, hinchazones repentinos, ansiedad al máximo... Los problemas que esa disfunción causaba eran varios.
Sumando esto al hecho de que sus niveles de vitaminas B, B-12 y D estaban por el piso, así como su serotonina y dopamina, que Theresa fuera diagnosticada con depresión mayor no resultó ser una sorpresa realmente grande.
Pero en fin... sus motivos para su rutina tóxica de workaholic no importaban. Sus motivos para lapidarse y odiarse tampoco.
Lo que importaba es que aún era dueña de su imperio y que había logrado retener su poder pese al colapso definitivo del nombre de su familia.
Su reputación estaba destruida, sí, pero al menos seguía teniendo a su conglomerado de empresas bajo su nombre. Seguía teniendo dinero para limpiarlo.
Y fueron esas riquezas que le permitieron comprar el departamento de Casey y conservarlo, tal y como estaba en el día en que su dueña falleció.
A veces lo iba a visitar a solas y les hablaba a las paredes polvorientas, tal como una viuda victoriana que charla con la tumba de su esposo marinero, perdido en el mar.
Su arrepentimiento por no haberla perdonado a tiempo hasta hoy la corroía por dentro.
Y luego de su tercera crisis psicológica causada por dicho deterioro —en la que Hazel, después de días intentando encontrarla, al fin la halló dentro de aquel solitario y oscuro lugar, sentada en el suelo frío junto a una caja de fotografías tomadas por la alienígena, mientras sollozaba sin poder parar— su mejor amiga le ordenó que se tomara unas merecidas vacaciones lejos de Ithaka, de Nerith, y de cualquier otra gran ciudad que se le ocurriera nombrar.
Por primera vez desde la muerte de su ex novia, la empresaria pensó que hacerlo sería una buena idea.
Necesitaba poner su mente en orden. Lo sabía. Necesitaba relajarse por un minuto. Y nada sería mejor para lograrlo que irse de viaje al medio de la nada.
Así que preparó sus maletines, sus bolsos, llenó su automóvil con provisiones y se fue de su casa sola, luego de darle a todos sus empleados cercanos sus propias vacaciones pagadas. ¿El destino que eligió? Una cabaña en el medio del Bosque de Colossus, que solía pertenecerle a su abuelo paterno.
Tenía muy buenas memorias de su infancia allí y por eso, decidió regresar.
La choza había sido construida al lado de un riachuelo, que compartía el nombre con el poblado más cercano; Rhyes. También estaba relativamente cerca de una carretera que llevaba a dicho poblado —lo que era una excelente noticia para ella, porque tendría que irse de compras así que llegara—. Podía resignarse a una vida de soledad, pero no a pasarla con la alacena vacía.
Pero, como siempre, nada ocurrió de acuerdo a sus planes. El pícaro destino decidió ser chistoso y jugarle otra de sus típicas travesuras, solo para reírse de su sufrimiento.
El día en el que había decidido viajar a la cabaña y dejarlo todo atrás era uno extremadamente lluvioso.
Cuando abandonó su casa en Ithaka, la llovizna no había sido un problema muy grande. Pero al entrar a las carreteras y senderos del Bosque de Colossus, la situación cambió... y mucho.
Las gotas aumentaron en tamaño y comenzaron a caer con más y más fuerza, fusilando la superficie de su automóvil de lujo con su agresivo rebote. El iracundo viento tomó fuerza y sacudió los árboles a su alrededor. Truenos hicieron al cielo ennegrecido gruñir. Y antes de que pudiera prevenirlo, un rayo estalló sobre la copa de una secuoya, partiendo su tronco al medio, y haciéndolo caer sobre la vía por donde manejaba.
Theresa intentó frenar y girar su automóvil hacia la izquierda, pero la superficie húmeda del suelo hizo que aquel accidente fuera inevitable.
Su vehículo chocó contra el árbol caído y el capó se arrugó por completo contra la madera. El vidrio del parabrisas se trizó, los faros fueron aplastados, y ella solo se salvó de la muerte gracias a su cinturón de seguridad y su airbag. Pero terminó rompiéndose el brazo por culpa del último, así que no salió ilesa del todo.
Desorientada, se demoró en percibir que el peligro aún no había pasado. Su automóvil se estaba incendiando.
Joder. Esto no era nada bueno.
Y lo único que quería era un minuto de paz para relajarse.
Había sido una idiota al creer que lo tendría.
Intentó abrir la puerta a su lado y escapar, pero esta se había atorado. Logró removerse el cinturón de seguridad, luego de algunos segundos de intenso forcejeo, pero no logró moverse al asiento de atrás, porque su brazo la tenía paralizada de dolor. Pero las llamas estaban aumentando bajo sus pies. Y pronto, ella moriría dentro de aquel horno.
Sin embargo, no todo estaba perdido. Una camioneta roja la había estado siguiendo durante su traslado por la carretera, dirigiéndose al poblado. A juzgar por los troncos cortados en su batea, su dueño era alguna especie de carpintero o leñador local. Alguien que conocía bien el área. Que tenía la fuerza necesaria para salvarla. Un aliado.
Theresa no había percibido su presencia hasta chocar. Y no se hubiera imaginado que la dueña del vehículo en realidad era una mujer hasta ver su silueta de pie, afuera de su ventana.
La desconocida en sí era alta, muy musculosa, usaba una camisa de franela amarilla y negra, pantalones cargo oscuros y largas botas de cuero. Su cabello teñido de azul, bien corto, estaba oculto por una gorra de béisbol, sobre la cual reposaban unas gafas de protección polarizadas, del mismo color de su camisa. Su cadera estaba rodeada por un cinturón de utilidad y sus manos, por mitones gruesos.
Su rostro en sí era absolutamente hermoso. Theresa no encontró otra manera de describirlo. Era perfecto. Celestial. Divino.
La mujer tenía unos labios suaves, pómulos prominentes, y unos ojos celestes tan claros e intensos que parecían mirarla derecho al fondo de su alma. Eran azulados como el cielo en un día de verano.
Pero la expresión que ella hizo al ver el rostro de la empresaria en sí, fue una que la millonaria nunca olvidaría. Era una mezcla de preocupación, tristeza, asombro y añoranza, que se veía fatal en su bella cara, y que le causaba un dolor que solo una persona había logrado transmitirle antes...
Una persona que debía, bajo todos los parámetros, estar muerta y enterrada seis metros bajo tierra.
Y cuyo semblante era demasiado similar al de la desconocida, ahora que lo pensaba.
—¿Casey?
La mujer no le contestó. En cambio, abrió la puerta del vehículo con un tirón agresivo. El metal crujió, pero se movió conforme su voluntad. Antes de que el auto pudiera estallar, la leñadora sacó a Theresa de su asiento, levantándola como si pesara menos que una pluma. Cómo se deshizo del airbag es una pregunta que la empresaria no logró responder; estaba demasiado concentrada en el dolor en su brazo y en el parecido de su salvadora a su ex novia fallecida como para importarse por ello.
Luego de llevarla hacia su camioneta, la fornida desconocida agarró el extintor de incendio que guardaba dentro de su propio vehículo, y lo usó para apagar las llamas que salían del capó destrozado.
Una vez la explosión había sido evitada, regresó al fin al lado de Theresa —quien, mientras tanto, se había apoyado en contra del rojo automóvil y ahora estaba sujetando su brazo con una expresión asustada, temblando de frío—.
—¿Estás bien?
—S-Sí... creo que m-me rompí el brazo, pero... estoy b-bien.
—Un brazo roto no es "bien" —la desconocida afirmó—. Déjame llamar al sheriff del poblado para que cuide tus cosas, y te llevaré al hospital —Enseguida removió su celular del bolsillo de su camisa. Apretó algunos números y llevó el dispositivo a su oreja, luego de soltar un exhalo aliviado—. Hola, ¿Billy? Quiero reportar un accidente vehicular... Aquí, cerca del riachuelo, después de la curva larga... Sí, la conductora está bien. La saqué de adentro del auto porque se estaba quemando... Sí, sé que en teoría no debí moverla, pero me repito, se estaba quemando... Ya. Okay. Sí, la llevaré ahora allá. Dale. Chao —Colgó y miró de nuevo a la empresaria—. Podemos irnos. El Sheriff ya viene en camino...
—¿Cómo abriste la puerta? —Theresa la interrumpió, frunciendo el ceño hasta parecer enojada—. ¿Cómo lo lograste?
—Solo... la jalé.
—No. No, eso es imposible. Estaba atascada. Intenté moverla con todas mis fuerzas y no logré abrirla ni un poco.
—Bueno, no es por ofender, pero... no tienes mucho músculo.
—Mientes —La millonaria, aún sujetando su extremidad lesionada, dio un paso adelante y miró a la otra mujer a los ojos—. Y sé que mientes.
—Yo n-no...
—Creí que estabas muerta por años, Casey.
Y con esa afirmación, la seriedad de la leñadora fue intercambiada por miedo. Mientras Theresa se enojaba más y más, ella era subyugada por su recelo y melancolía.
—E-Estás confundida por el choque... Mi nombre no es...
—¿De veras vas a seguir mintiéndome? ¿A la cara?
Otro golpe más. La salvadora llevó una mano a su rostro y lo masajeó. Después, subió la mirada y encaró a la ingeniera de nuevo. Parecía estar a punto de llorar.
—¿Qué más quieres que haga? Me dijiste que nunca más me querías ver —respondió de golpe, comprobando lo que Theresa sabía desde que miró a aquellos vibrantes ojos claros.
Titanis nunca se había muerto.
Apenas desaparecido.
—No querer verte más no es lo mismo que decir que te quería muerta.
Casey se rio, molesta, y apartó la mirada.
—Para mí las dos cosas significan lo mismo —Sacudió la cabeza y guardó su celular, para luego cruzar los brazos.
Ambas dejaron de hablarse por un interminable minuto. El único ruido a su alrededor en ese momento de tensión fue el de la lluvia goteando el cemento abajo y el de los truenos rugiendo arriba.
—¿Por qué?...
—¿Hm?
—¿Por qué fingiste tu muerte? ¿Cuál fue el sentido? ¿Siquiera hubo uno? —Theresa preguntó, y así que lo hizo comenzó a llorar.
—Thea... no fingí nada. Nada.
La ingeniera giró los ojos.
—Mientes...
—No. No lo hago. Cuando Otto me atravesó con esa espada yo pensé que iba a morir. Y por eso me atreví a arrastrarlo junto conmigo al umbral de la muerte. Porque sabía que si yo ya no estaba ahí para detener su maldad desenfrenada, nadie más podría hacerlo. Si yo moría... —Siguió hablando, pese a la risa herida de la mujer a su frente—, él debía morir junto. Así que hice a su armadura explotar... pero después de eso los minutos pasaron, y pasaron, y pasaron... Y yo seguía viva. Con mucho dolor, agónica, exhausta, sintiéndome fatal, pero... viva. Así que me arranqué esa espada a la fuerza y comencé a moverme lejos de la pila de escombros... Salté hacia el cielo en cuanto pude verlo y volé lejos de ahí. Eventualmente colapsé, entre los árboles de este bosque, lejos de la civilización, como deseaba estarlo... y pensé que al menos aquí podría descansar. Que si me moría de verdad en este lugar, los agentes del gobierno no despedazarían mi cuerpo y lo estudiarían en "nombre de la ciencia"... —Gesticuló los paréntesis—. Pero no morí. Quería, pero... —Hizo una mueca frustrada y bajó el mentón—. Sobreviví. Para mi desagrado.
—Espera... ¿A qué te refieres con querías?...
Casey la miró a los ojos de nuevo y Theresa se calló.
La respuesta era obvia.
—Vámonos luego al hospital. Tienes que revisarte ese brazo.
—No, respóndeme la pregunta primero.
—Thea...
—¿Qué quieres decir con "querías"?
La alienígena se mordió el interior de su mejilla. Respiró hondo. No le contestó.
Caminó hacia la puerta de su camioneta y se sentó adentro. La empresaria, sobrecargada por una infinidad de emociones distintas, se demoró un poco más en hacer lo mismo.
La conversación tuvo otra pausa larga, pero no terminó allí. Porque mientras viajaban al hospital, Casey volvió a hablar. Aunque no sobre el preciso tema que la ingeniera quería discutir:
—Nunca te conté porqué me convertí en Titanis, ¿o sí?
Theresa dejó de mirar a la ventana mientras se tragaba sus lágrimas y volteó sus ojos hacia ella.
—No. No lo hiciste.
—Pues... la primera vez que me atreví a usar mis poderes en público fue cuando el crucero Atlantis chocó contra las rocas de la playa de Balkezir y se volcó. Mis padres adoptivos, los Stevens, estaban dentro de ese navío aquella noche. Mi mamá me llamó, desesperada, y se despidió de mí junto a papá y a mi hermano... Me dijo que me amaba y que quería volver a verme, pero que no había manera de escapar de ese barco. Yo estaba durmiendo en mi departamento cuando mi celular sonó. Y así que oí lo estaba pasando, no pensé dos veces antes de abandonar mi cama y volar hacia la costa —Casey miró por un instante a su ex novia—.
»Pero salvarlos no fue nada fácil, porque acceder a mis poderes no es fácil. Ni siquiera en mi planeta todos teníamos poderes, solo mi raza lo hacía. Según lo que me enseñaron mis padres biológicos, mis ancestros habían sido Starkas... Religiosos parecidos a los monjes de aquí. Seres que meditaron tanto, pensaron tanto, sintieron tanto, que alcanzaron la iluminación. Y a nosotros, sus descendientes, nos regalaron los frutos de ese estudio interno constante; nuestros poderes. Y canalizarlos, como dije, es una tarea afanosa...
»Si no estoy prestando atención a lo que hago, los mismos se pueden salir de control y terminar hiriendo a más personas que ayudando... Ahora piensa en eso. De verdad piensa en eso. Yo pasé años sin practicar mi dominio sobre ellos. Pasé años intentando suprimirlos para parecer una humana más y de pronto, tenía que usarlos de la manera correcta o toda mi familia moriría, de nuevo... y de esta vez, por mi culpa. Porque yo no pude salvarlos —Su rostro se arrugó—. Fue horrible.
»Hice de todo para sacarlos del agua con vida, junto a los demás pasajeros... Literalmente tomé control sobre el mar y usé sus olas como manos para enderezar el barco. Y al final lo logré, pero... el estrés mental que sentí aquella noche fue horrible. Y todos los días que la prosiguieron se volvieron peores y peores... porque todas las veces que tenía que salvar a alguien, fuera o no un familiar mío, la responsabilidad sobre su fin estaba en mis manos. Y si yo fallaba, ellos morían... Era demasiada presión —Casey se explicó, con un tono luctuoso—. Pero lo peor de todo no era la angustia de no saber si estaba haciendo lo correcto o no... de no saber si podría salvar a alguien o no... Lo peor era agotar todas mis energías y aun así ver a gente inocente morir. Eso me destrozaba por dentro. La inocencia desperdiciada. La vida injustamente interrumpida. Y después de años actuando como Titanis, ese estrés acumulado me dejó exhausta. Mi corazón, mi mente, mi cuerpo... ya no podían más. Yo no quería morir, no en verdad, pero...
—Querías descansar —Theresa murmuró, comenzando a entender sus motivos para desaparecer.
Y la leñadora, un poco más aliviada, asintió.
—Exacto. Quería descansar... Pero los superhéroes no se toman vacaciones. Solo trabajan hasta morir. Así que cuando tuve la oportunidad de intentar ponerle un punto final a todo esto... yo... —divagó, dejando que la empresaria finalizara aquella afirmación por cuenta propia, en su cabeza.
Las dos entonces pasaron un par de minutos en silencio, mientras Theresa digería aquellos nuevos trozos de información e intentaba calmarse.
—¿Y qué hay de los Stevens? —Decidió preguntar a seguir, y cambiar de tema por el bien de ambas—. ¿Ellos saben que tú no eres de por aquí?
—Sí, lo hacen. Mamá solía trabajar como psicóloga en el DAE, el Departamento de Asuntos Extraterrestres, y papá solía ser un dentista de allá también, así que... sí. Sabían que nosotros existíamos a años. Fueron elegidos para ser mi familia de acogida justamente por eso.
—Espera... Recapitulemos, porque me perdí. Tu nave chocó. Tus padres biológicos... fallecieron —Quiso evitar hablar sobre su asesinato, sabiendo como el recuerdo afectaba de mala manera a la mujer—. ¿Cómo llegaste a la casa de los Stevens?
—Los agentes del DAE me encontraron, cerca de la zona del impacto. No me gusta demasiado hablar sobre cómo me trataron al inicio, porque no fue agradable... Pero lo importante es que me llevaron de ahí a una de sus agencias. Mamá estaba trabajando esa noche y la llamaron, para calmarme... y así es cómo nos conocimos. Ella insistió en que la dejaran llevarme a su casa, porque "una celda con barrotes de plasma no es el hogar correcto para una niña", y después de casi una hora de lucha con los agentes, lo logró. Me sacó de ahí. Y me dio una nueva familia. Algo que definitivamente necesitaba... Pero antes de irse, los del gobierno me hicieron firmar un acuerdo legal diciendo que no podía usar mis poderes en público intencionalmente, o todos seríamos arrestados por ello.
—¿Todos?
—Yo y los Stevens. Así que tuve que reprimir mi ancestralidad desde ese entonces. Tuve que olvidar de dónde vine, de quienes soy descendiente... Y tuve que renunciar a mi cultura.
—Case, eso es...
—Horrible. Lo sé. Pero entiendo por qué era una medida necesaria... No mucha gente sabía en ese entonces que los alienígenas existíamos. Y creo que, si lo hicieran, la ciudadanía no sólo comenzaría a desconfiar del real poder del departamento de defensa nacional, también comenzarían a cuestionar nuestro derecho como inmigrantes a habitar esta tierra... Lo que llevaría a una caza de brujas similar a la que Otto realizó.
—¿Y qué pasó después de que usaste tus poderes por primera vez, para rescatar a tus padres?
—¿Al inicio? Nada. Los del gobierno no lograron reconocerme y por eso no hubo represalias. Pero después de algunos meses, me encontraron. Aún así reconozco que, dentro de todo, tuve suerte. Yo ya era mayor de edad para ese entonces y mi familia no podía ser encerrada por mis "crímenes"... Así que solo yo pagué por ellos.
—¿Por acaso me estás diciendo que te arrestaron por salvar personas?
—Peor... —Ella se rio, con cierto fastidio—. Me obligaron a trabajar para ellos.
—¡¿Trabajabas para el gobierno?! ¡¿Durante todo este tiempo?!...
Casey asintió y suspiró.
—Sí... Me volví una agente del DDN y del DAE un poco antes de mi primera gran batalla con Otto. Esa en la que tú me salvaste la vida. Fue por eso que él se enfureció tanto conmigo, de hecho. No quería que una alien fuera parte de las fuerzas armadas. Me veía como una amenaza a la seguridad nacional. Lo que es ridículo —Ella soltó una risa corta y molesta—. ¿Por qué destruiría mi propio hogar? No es como si pudiera volver a mi planeta. No es como si no tuviera una familia a la que amo aquí. Amigos. Colegas... —Sacudió la cabeza—. No es como si no tuviera compasión.
Theresa la miró con una mezcla de pena, fascinación y rabia.
Se sentía mal por la manera en la que el mundo —y ella misma— había tratado a Casey. Estaba interesadísima en aprender más sobre la mujer a la que había llamado novia en el pasado, pese a jamás conocerla del todo. Y estaba furiosa con ella, al mismo tiempo, por haber fingido su propia muerte y haberla hecho pasar por los peores cinco años de toda su vida.
Eran demasiadas emociones envenenando su cuerpo, demasiados pensamientos contradictorios atribulando su mente, y le resultó imposible lidiar con todo esto al mismo tiempo mientras tenía un brazo roto y un dolor de cabeza miserable.
—¿Cuánto falta para que lleguemos al hospital? —la empresaria entonces preguntó, tanto por estar curiosa como para rellenar el nuevo silencio que se extendió entre ambas.
—Estamos casi allá. ¿Por qué? ¿Te sientes mal? Y no me mientas...
—¿Quién eres tú para exigir eso? —La acusación se escapó de su boca antes de que pudiera frenarla.
Casey frunció todavía más el ceño. Su agarre en la rueda del automóvil se volvió más rígido. Pero eligió no contestarle de mala manera y empeorar la situación.
—Perdón... yo sé que metí la pata.
—La pata, las piernas, el torso, la cabeza...
—Pero también sé que, si no tomaba un descanso y dejaba de ser Titanis por al menos unos años, hubiera terminado muerta de verdad —La alienígena siguió hablando de todas formas, e intercambió unas miradas breves con ella mientras lo hacía—. Y entonces no tendrías la oportunidad de estar reprochándome ahora.
—Pero me mentiste. Podrías haberle mentido al mundo, pero no a mí...
—Thea...
—Pensé que estabas muerta —La ingeniera respiró hondo y miró a la ventana—. Quisiera decirte lo contrario, pero... lo que hiciste me hirió. No, me destrozó... en un millón de diminutos pedazos. Porque te amaba. De verdad te amaba.
—Lo sé.
—No, no creo que lo sabes. Yo lloré por tu muerte. Yo sufrí... y te extrañé más y más, con cada nuevo día. Hasta llegué a culparme a mí misma por no haber estado en Ithaka cuando mi hermano causó aquella tragedia... Tal vez, si hubiera estado por allá, hubiera podido salvar a mis empleados, y a ti, pero... —Cerró los ojos por un segundo e hizo una mueca dolorida, antes que sus lágrimas volvieran—. P-Pero no lo estaba. Y no pude hacer nada desde Nerith a no ser observar como ese desgraciado mataba a toda esa gente inocente y te asesinaba, en televisión nacional.
—Thea, aunque estuvieras en la capital no hubieras podido detener a Otto. Él estaba desquiciado. Completamente fuera de línea. Te hubiera asesinado sin pensarlo dos veces.
—Eso no sucedió la otra vez...
—La otra vez él confiaba en ti. Te dejó fuera del conflicto porque pensó que tú no osarías tocarlo. Pero si tú hubieras estado en Ithaka durante su segundo ataque, te hubiera ejecutado antes que a todos los demás, porque sabía que eras la única humana capaz de detenerlo. ¿Por qué crees que disparó ese misil hacia tu rascacielos e hizo que chocara en el piso de tu antigua oficina?... Lo hizo porque pensó que aún estabas ahí —Casey puso el pie sobre el freno del vehículo y comenzó a bajar su velocidad, al ver que se aproximaban al hospital—. Mira... yo entiendo esa sensación de impotencia que sentiste. Pasé por lo mismo con mis padres biológicos. Me pregunté una y otra vez qué podría haber hecho de manera diferente para salvarlos, pero... no hay cómo saber qué hubiera pasado si yo hubiera tomado una sola decisión distinta. No hablemos de escenarios hipotéticos, que existen apenas en nuestras cabezas, y que solo sirven para confundirnos. Lo que pasó, pasó. Ya está. Tú estabas en Nerith, para bien o para mal, y yo estaba cansada de luchar con Otto. Eso fue todo.
El auto dejó de moverse al frente de la puerta oeste del hospital.
—Si entiendes cómo me siento, no estarías actuando con tanta superficialidad —Theresa dijo, antes de abrir la puerta y dejar su asiento atrás por cuenta propia, cerrándola con un golpe violento.
Casey la siguió, en silencio. Hasta levantó sus manos al aire, intentando frenar el acelerado avance de la empresaria, pero al recordar que su cuerpo debía estar bastante moreteado y que su brazo se había roto con el choque, no lo hizo. No la tocó. La dejó escaparse por voluntad propia, pero la continuó siguiendo hasta que llegaron a la entrada de urgencias. Solo ahí, fue obligada a abrir su boca de nuevo:
—Theresa...
—¡¿Qué?! —La mujer en cuestión se volteó con un movimiento brusco, hiriéndose a sí misma en el proceso—. Mierda...
—Te iba a preguntar si es que tienes tu billetera contigo.
—Siempre la tengo conmigo. ¿Eso es todo?
—No.
—¿No?
Casey dio un paso adelante.
—¿Con quién te quedarás esta noche?
—¿Perdón? —la empresaria preguntó, ofendida.
—Joder, eso sonó mal... Me refiero a si tienes a alguien que te cuide. Porque no vas a poder dejar urgencias sola...
—Me tengo a mí misma, eso es suficiente.
—Thea...
—No me llames así. Perdiste el derecho a llamarme así cuando me hiciste creer que estabas muerta —Se volteó y comenzó a caminar hacia la puerta de entrada al hospital.
—Solo escúchame —la alienígena insistió, siguiéndole el paso.
—¡No tengo por qué escucharte!
Lo que pasó a seguir fue tan dramático como lo fue cómico. Theresa se tropezó con los lazos de su zapatilla y por poco no se cayó al suelo. Su salvación fue justamente la mujer de la que intentaba huir; Casey.
En menos de un segundo, ella puso su mano sobre el pecho de la empresaria y la enderezó, moviéndose tan rápido que la dama en cuestión ni fue capaz de entender lo que recién había sucedido.
Pensó que se rompería el brazo en más pedazos al caer. Pensó que, para colmo, se rompería la nariz también.
Pero de pronto había recobrado el equilibrio y se sentía ligeramente mareada.
¿Cómo?
—¿T-Tú?... ¿Qué?...
—Súper velocidad —respondió Casey, en voz baja—. Es uno de mis poderes.
La ingeniera miró abajo, a la mano de su ex novia, que aún estaba pegada a su busto. De pronto abochornada ella aclaró la garganta y se apartó de la alienígena. Pese a su desorientación, fue capaz de darle una última respuesta irónica, antes de seguir caminando:
—¿Mentir también es uno de ellos?
La superheroína tensó la mandíbula y tragó en seco, pero no se dejó ofender.
—No, pero tener la paciencia para soportar tu mal humor sí que lo es.
—No estaría de mal humor si no me hubieras engañado por años.
—No te hubiera engañado por años si no me hubieras dicho que nunca más te volviera a ver.
Los insultos y los comentarios sarcásticos continuaron hasta que llegaron adentro de la recepción del sector de urgencias. Ahí, pese a la pequeña fila de personas esperando su turno de ser atendidas, el silencio era imperante. Por eso, fueron forzadas a retomar al menos parte de su civilidad y hablar en un tono más bajo.
Esto no es lo mismo a decir que de pronto comenzaron a llevarse bien de nuevo:
—Siéntate y dame tu billetera, yo me encargo de rellenar tu papeleo.
—Tú no me das órdenes.
—Tienes el brazo herido y no vas a poder escribir, solo hazme caso.
—No.
—Theresa...
—Déjame en paz.
—No te voy a dejar en paz, literalmente tienes el brazo roto. Ahora déjame ayudarte, o te juro que...
—¿Qué? ¿Qué más harás? No hay peor daño que puedas causar, ya me hiciste miserable lo suficiente.
Casey respiró hondo. Cerró sus manos en puños y cruzó los brazos, como si físicamente se estuviera deteniendo de hacer algo drástico.
Y por algo drástico se refería a forzar a su ex novia a sentarse.
—Nada, Thea. No haré nada. Pero te imploro, si es que quieres... déjame ayudarte. Puedo ver que estás con mucho dolor. Sé que estás furiosa conmigo, y te juro que tendrás todo el derecho del mundo a gritarme así que salgamos de aquí. Pero primero tienes que verte ese brazo y tienes que reposar. Así que por favor...
—¡Ya, ya! —exclamó la malhumorada mujer—. Mi billetera está en el bolsillo trasero de mi pantalón. Sácala de ahí y ve luego a conseguirme un médico de una vez por todas. Ya te sabes la contraseña de mis tarjetas; diviértete.
Casey actuó rápido mientras ella hablaba. Le removió dicha billetera del bolsillo señalado y caminó hacia el mesón de información con apuro. Decidió no prestarle mucha atención a la creciente irritabilidad de su ex, o estallaría y perdería el control sobre sus poderes. Esto podía implicar la creación accidental de un campo de fuerza, un desequilibrio de su interacción gravitatoria con la tierra —lo que la haría flotar en el aire inconscientemente—, la pérdida de su delicadeza al agarrar objetos, etcétera. Y al estar rodeada por más de 20 personas, ella no tendría cómo excusar estos tipos de comportamiento sin tener que sincerarse sobre su planeta de origen. Así que solo se concentró en su misión: conseguirle ayuda médica a Theresa.
Habló con la recepcionista. Pagó por la consulta. Rellenó la ficha médica de la empresaria. Hizo de todo, menos pensar en sus emociones. Como solía hacerlo en sus días de superheroína, lo reprimió todo y se dijo a sí misma que lidiaría con sus problemas después.
Si esto era cierto o no, solo los astros sabrían.
Theresa, por su parte, no percibió el tremendo esfuerzo que Casey estaba haciendo para mantenerse calma y centrada. Y francamente, aunque lo hiciera no se importaría. Estaba demasiado cansada y dolorida como para compadecerse de una mentirosa.
Así que se sentó en una de las sillas del área de espera con una mueca amarga y miró a sus pies, en vez de a su ex novia, quien volvió a su lado dentro de unos minutos, sujetando en la mano derecha una boleta con el número 0209.
La pantalla en la pared marcaba 0207. Faltaba poco para que la llamaran.
—Lo siento —Casey murmuró, y por primera vez desde su reencuentro su voz se volvió húmeda, inestable—. De verdad lo siento.
—¿Pero?...
—No hay peros —insistió, mientras sus dedos jugaban con la boleta—. Lo siento.
La empresaria mordió su labio inferior para no serle hostil de nuevo. Respiró hondo. Miró a otro lado más una vez y esperó a que la llamaran. Cuando alguien lo hizo, se sintió aliviada. Estaba libre de tener que ver el rostro de su ex novia, por al menos unos minutos. Y era justamente eso lo que necesitaba para recomponerse.
Desde el box de evaluación, la llevaron a la sala de radiografías. Luego, a enyesar el brazo, que efectivamente había sido fracturado. Su médico aprovechó para administrarle medicación para el manejo de su dolor, que desde entonces había pasado de insoportable a intenso.
—Usted no podrá irse de aquí sola —El doctor a cargo de su caso le dijo, mientras terminaba de hacerle las curaciones.
—No se preocupe, doc —Casey anunció su presencia, estirando su cabeza por el marco de la puerta—. Yo me hago responsable de ella.
Theresa no lo había notado, pero la superheroína no la había dejado de seguir desde que había sido llevada a su box. Había mantenido su distancia, pero no se había ido.
En el fondo, bien en el fondo, ella se sentía agradecida por la presencia de su ex. La detestaba por mentirle una y otra vez, por engañarla y causarle un luto agónico, indescriptible, pero no podía negarlo, seguía amándola. No habría sufrido tanto con su ausencia si este no fuera el caso.
Esto dicho, no quería pasar la próxima semana completa siendo observada por ella. No cuando estaba echando humo por la nariz, sintiendo la sangre en sus venas hervir, y cuando tenía muchas razones para sentirse aún más enojada. Por eso, pese a concordar con el médico, así que ambas salieron del hospital la empresaria se puso a caminar a paso rápido por la calle, con una única idea fija en su mente: huir.
¿Su único impedimento?
Casey.
—¿A dónde vas? Mi camioneta está por ahí...
—Me voy a casa.
—Pero no puedes estar sola.
—Me importa un comino.
—Thea...
—¡Déjame en paz!
—No puedo, estás herida.
—¡Me las arreglaré!...
—Theresa —La alienígena cruzó por su camino y bloqueó la acera con su cuerpo—. Está lloviendo a cántaros, estás empapada, tienes el brazo fracturado y tu cabaña está a kilómetros de aquí. Entiendo que no quieras verme la cara, después de todo... pero al menos déjame conducirte allá.
—No, voy a tomar un taxi —Intentó escabullirse, pero otra vez Casey la detuvo.
—No hay ningún taxi por aquí, es un poblado pequeño y todos tienen sus propios autos...
—¡Un Uber, entonces!
—Tampoco hay...
—Muévete.
—No iré a ningún lado.
Theresa la intentó fulminar con la mirada, pero —así como su cuerpo— la terquedad de Casey era indestructible. La mujer no se movió a un lado, no cedió ante su voluntad, y tampoco perdió la compasión en su rostro.
—Está bien —dijo entre dientes la ingeniera—. Llévame a mi cabaña, Titanis.
—Contigo no soy ella. Nunca lo fui.
—No tengo cómo saber eso. No me dijiste la verdad. ¡Me mentiste hasta el final!
—¡Porque estaba aterrada de perderte!
—Eso no es excusa... —Theresa respiró hondo, desvió los ojos a la calle y sacudió la cabeza, antes de girarse hacia la camioneta—. ¿Sabes qué? Olvídalo. No vas a reconocer tus fallas nunca.
—¿Y cuándo reconocerás tú las tuyas? —La voz de Casey, que al fin demostraba otra emoción más que melancolía y remordimiento, detuvo sus pasos—. ¿Cuándo reconocerás tu xenofobia? ¿Tu odio hacia los aliens? ¿Tu desconfianza ante mí? ¡¿Cuándo aceptarás que gran parte de mis motivos para desaparecer se deben a ti?!
La empresaria giró sobre sus talones lentamente. Y la miró cabreada, pese a saber que no tenía ninguna respuesta válida que darle a dicha acusación. Porque efectivamente había sido una pésima persona durante todos los años en los que no supo sobre el secreto de su ex. Había sido prejuiciosa, recelosa, dura e insensible con todos aquellos seres que ella temía.
Extraterrestres siendo uno de ellos.
—¿Y entonces? ¿Vienes? ¿O me voy sola? —Fue lo único que Casey fue capaz de decir, sin estallar.
Al ser respondida con más silencio, ella soltó un exhalo exasperado, cerró los ojos y miró al cielo arriba. Murmuró algunas palabras en su idioma nativo, cerró las manos en puños y volvió a mirar a Theresa. La pasó de largo con pasos apurados y se metió a su camioneta, encendiéndola.
Para su sorpresa, al final la millonaria la siguió.
No todo estaba perdido.
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Tomen el dibujito rápido que hice el otro día, de Titanis moliendo a Otto con sus puños jeje:
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