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Rhyes, 17 de Julio de 2038

Hazel Segel se volvió la directora ejecutiva de las industrias ORION mientras Theresa estaba de vacaciones. Porque sí, al final ella decidió no abandonar su empresa para siempre. Volvería a sus funciones y trabajaría a distancia... en algún momento. No ahora.

Lo único que ella necesitó para reconsiderar esta severa decisión fue un poco de compañía, tiempo, y terapia.

Decirlo en voz alta sonaba raro, pero en efecto, ella y Casey habían decidido darle un intento a la última actividad luego de pasar unas cuantas semanas solas, viviendo juntas en el bosque de Colossus.

La idea no surgió por ninguna riña o fractura en su relación. Ambas no discutían a menudo, ni tenían peleas homéricas con frecuencia. Pero la tristeza y la culpa que las sobrecargaban no eran fáciles de controlar. No eran sanas. Y se merecían algo mejor a aquella miseria constante.

Así que le pidieron ayuda a la señora Stevens para encontrar un psicólogo de calidad, que estuviera impedido de compartir sus confesiones con el mundo por acuerdos rigurosos de confidencialidad.

La nueva directora del DAE les terminó recomendando a uno de los selectos profesionales que trabajaban ahí: un Selenio —habitante de la luna— que vivía en la tierra a diez años, llamado Kre Qwan. Al final, no había nadie que entendiera los traumas de una extraterrestre y de la novia de una extraterrestre mejor que un alien en cuestión.

Casey fue la primera en ir a una consulta con el hombre y el experimento le resultó tan benéfico que terminó convenciendo a Theresa a visitarlo también.

La ingeniera concordó, pero decidió ir a su consulta a solas. Había cosas que ella no quería que su novia escuchara.

Por ejemplo, no quería que Casey fuera testigo del rencor que aún sentía por sus acciones pasadas, y por el luto que le había causado. Así como no quería que ella se enterara de los traumas generacionales de la familia Schnell. O que descubriera que la empresaria aún tenía días en los que extrañaba a Otto, a su comportamiento juguetón, a su gusto musical cuestionable, a su intelecto avanzado, a su actitud traviesa y bueno... a él. No quería mencionar que se había sentido pésima al tener que encerrar a su propia madre, por el bienestar del mundo en el que vivía. No quería confesar que aún iba a visitar a su padre en la cárcel, y que todas las veces que lo veía con su uniforme naranja, un dolor ácido le derretía el interior del pecho...

En fin. No quería hablar. Y su silencio no se debía a una falta de confianza en Casey, para nada. Más bien quería protegerla de aquellas verdades, porque la alienígena ya tenía suficientes problemas en sus manos. Tener que lidiar con la fragilidad mental de Theresa no sería uno de ellos, al menos no si ella pudiera evitar que lo fuera.

Así que las dos hicieron lo que pudieron para reparar su relación, reconstruir su propia estabilidad individual, organizar sus sentimientos... manteniendo cierta distancia. Y de alguna forma esto funcionó, y su esfuerzo fue bien recompensado.

No se sentían así de tranquilas en años.

Pero claro, el destino tuvo que meterse en su camino de nuevo.

Y su paz de espíritu no duró mucho más.

Mientras Theresa estaba lejos de Rhyes, organizando su regreso parcial a sus viejas funciones de directora ejecutiva en las industrias ORION junto a Hazel, la cabaña de la leñadora fue atacada.

Casey estaba comiendo su cereal cuando las ventanas de su pequeño hogar explotaron, haciendo pedazos milimétricos de vidrio rebotar por doquier. Hombres cubiertos por capas azuladas entraron a la sala por todas las direcciones posibles, cargando armas que los humanos no vendrían ni a imaginarse, en siglos. Antes de que ella pudiera reaccionar, ya había sido lanzada al suelo, esposada y golpeada con la culata de una.

Entre la sangre que goteaba de su tez y los trozos de cristal que la cubrían, ella miró alrededor y reconoció el rostro de uno de los sujetos que la habían venido a subyugar.

—T-Tú... —gruñó, furiosa.

Tyrannus.

El bastardo que había exterminado a su pueblo, borrado a su cultura y matado a sus padres... estaba en la tierra.

Espera, ¿por qué estaba en la tierra? ¿Acaso ahora vendría a destruir a este planeta también? ¿Ya no le bastaba arruinar a Anthelion?

—¿Sorprendida de verme?

—¿Q-Qué haces aquí? —Casey preguntó, mientras era levantada del suelo por dos de sus guardias.

—¿Qué crees que hago aquí, Titanis?

—¿C-Cómo sabes quién soy?

El hombre dio un paso adelante.

—¿Vas a fingir que no conoces la fama que tienes en esta galaxia y en la nuestra?

—¿Fingir?... —Ella sacudió la cabeza.

—Sabes, yo estaba seguro de que había eliminado a todos los Ypsilóx que existen en el cosmos, pero enterarme de que tú sigues viva, llevando su legado profano adelante aquí en este micro planeta subdesarrollado fue una sorpresa muy desagradable. Peor todavía fue descubrir que algunos pueblos de tu especie, tal cual cucarachas, habían sobrevivido a mi ira, y que todos estaban refugiados en Eksilium —él mencionó a un planeta de su propia galaxia, que Casey conocía solo por nombre—. Esos bastardos te alaban como a una nueva Diosa... Como si fueras una especie de mesías.

—M-Mientes... todos mis hermanos y hermanas están m-muertos...

—¡Tan muertos que me declararon la guerra abiertamente! ¡Que me hicieron huir a este lugar asqueroso y retrógrado llamado Tierra! —Tyrannus gritó—. ¡Pero su insolencia no será barata! ¡Y tú pagarás por ella!... Estaba dispuesto a dejarte vivir, pero ellos no me dejaron opción. ¡Es hora de enseñarles una lección!

La leñadora, extremadamente confundida, no tuvo suficiente tiempo para procesar la marea de información que la tragó. Fue golpeada en la cabeza de nuevo y perdió la consciencia.


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Nerith, 17 de Julio de 2038

Algo que Tyrannus no sabía al llevársela lejos de la tierra, sin embargo, era que la superheroína tenía una novia increíblemente paranoica por su seguridad, que no lo dejaría salirse con la suya tan fácilmente.

Desde que habían comenzado a ir a terapia, Theresa le había dado a Casey un reloj con un localizador, un botón de pánico y un control remoto, que activaba su armadura. El dispositivo también registraba sus signos vitales y si estos se salían de los rangos normales, una notificación era enviada a la empresaria. La idea inicial era hacer a Theresa saber si Casey necesitaba ayuda con uno de sus ataques de pánico, pero alertarla sobre las acciones malvadas de un dictador extraterrestre fue un bonus.

Mientras conversaba con Hazel y un puñado de sus accionistas en una reunión de negocios, el botón fue activado primero. Luego, la alarma de su sensor multiparamétrico. Angustiada, ella paró de hablar y se puso a localizar a Casey a través de su celular.

La ingeniera realmente tenía que agradecerles a sus amigos Neptunianos por haberle regalado una software de seguimiento intergaláctico, al que ella pudo integrar al reloj. Porque jamás hubiera pensado que su novia estaba actualmente cruzando la constelación de Pegaso, pasando a la velocidad de la luz por Osiris, si no fuera por el mismo.

—¿Señora Schnell? —Hazel la llamó—. ¿Qué sucede?

—Vamos a tener que dejar esta reunión para después, me temo. Señor Michaels, señora Fragkos, lamento el inconveniente. Pero tengo una urgencia que solucionar —Theresa intentó mantener su profesionalismo, y luego llamó a su secretaria por el interfono de su despacho.

Los accionistas se retiraron junto a la funcionaria y Hazel se quedó atrás en la sala. Solo entonces la ingeniera le mostró los mensajes a su mejor amiga.

—¿Cómo es posible que ella esté fuera de nuestra galaxia? —La mujer en cuestión ojeó su celular con una mueca espantada, y arrastró el mapa en la pantalla con los dedos, viendo al punto celeste que señalaba a Casey desplazarse más y más por el cosmos.

—No lo sé, pero tenemos que averiguarlo, y rápido.

Hazel asintió y las dos de inmediato recogieron sus cosas para irse. Mientras dejaban el edificio de las industrias ORION y se subían al auto de Theresa, se pusieron en contacto con los padres y el hermano de Casey, para notificarles de lo que sabían. Pero quién realmente fue capaz de decirles qué diablos pasaba fue la señora Stevens, quien las llamó así que terminaron de charlar con Lucas:

—Ustedes dos, vengan a la sede del DAE ahora mismo. Las necesitamos aquí. Anthelion ha sido retomado por una milicia de Ypsilóx y Wookas.

—¿Qué carajos son esas cosas?

—Razas de alienígenas —Theresa le explicó a la otra empresaria, sentada a su lado en el Porsche—. Pero estoy confundida. Casey me dijo que los Ypsilóx estaban extintos. Que murieron en el genocidio de Tyrannus.

—Al parecer él no logró matar a todos. Y los sobrevivientes de su matanza, en su mayoría niños y adolescentes que fueron salvados por sus padres desesperados, fueron enviados a un planeta vecino llamado Eksilium, conocido por su defensa militar incomparable, y por su cultura de guerra. Crecieron y se entrenaron ahí. También había algunos sobrevivientes en otros planetas cercanos, como Roggadar... Pero Eksilium fue el puerto seguro de casi todos los que vivieron. Y hace unos meses, esos grupos se unieron y le declararon la guerra a Tyrannus, con la ayuda de sus planetas de acogida. Ayer, la vencieron. Así que ese desgraciado huyó con sus flotas espaciales, y vino aquí a la tierra, a cazar a Casey... Porque, y esta es la parte que me voló la cabeza, ella se volvió una especie de celebridad entre los revolucionarios. Titanis es muy popular entre ellos.

—Ya, pero ¿cómo sabe Tyrannus que Titanis sigue viva? ¿Si para todos los efectos, ella está muerta?

—Bueno... Eso es lo que queremos averiguar y no podemos. Pero lo importante es que, de alguna manera, él unió los puntos y descubrió que Casey y Titanis son la misma persona.

Theresa, en menos de cinco minutos, logró determinar lo que los agentes del DAE a más de media hora no podían:

—La nave Antheliona que ella encontró en el bosque.

—¿Huh? —la señora Stevens dijo, del otro lado de la línea—. ¿Qué nave?

—Casey encontró una nave de exploración intergaláctica en el bosque cercano a su cabaña, y según lo que me dijo, entra a la misma con frecuencia cuando quiere pensar en su pueblo y en su cultura. También lo hace cuando quiere meditar. A lo mejor esa nave tiene algún tipo de dispositivo que la permite ser rastreada...

—Dispositivo que pudo ser activado cada vez que ella pisaba dentro de la misma.

—Exacto.

—Bueno, cambio de planes. Necesito que vayas a investigar a esa nave, Theresa. Descubre todo lo que puedas sobre ella. Tal vez ahí podamos encontrar alguna pista sobre cómo Tyrannus la encontró, y sobre cómo podemos rescatarla a ella.

—De acuerdo —la ingeniera le respondió a su suegra, terminando la llamada, y luego bajó el vidrio que separaba su parte del automóvil del asiento del chofer—. Joe, cambio de planes. Llévame al bosque de Colossus.

—¿Al bosque?

—Sí, y ve lo más rápido que puedas. Activa el protocolo rojo.

El "protocolo rojo" involucraba transformar su actual vehículo de tierra a uno de aire. Theresa había diseñado el automóvil en el que viajaban como un medio de transporte triplo; podía volverse un submarino, un aerodino, o un Porsche.

El protocolo azul hacía referencia al mar, el verde a tierra, y el rojo al aire.

—Okay, señora Schnell... protocolo activado.

Hazel, quien detestaba las alturas, cerró los ojos e hizo una mueca de desagrado bastante cómica al oír la respuesta. Theresa, en la otra mano, solo se sujetó del asidero con una expresión ansiosa y esperó por el momento en que su vehículo terminara de transformarse con impaciencia.

Estaba segura de que terminaría asustando a los civiles de Nerith que manejaban en la calle junto a ellos con su despegue, pero esto no le importaba. Tenía que abandonar la ciudad ahora mismo y llegar a aquella bendita nave alienígena luego.

Para su alivio, el viaje no fue demasiado largo. Su Porsche fue levantado en el aire temporalmente por propulsores, sus ruedas giraron hasta quedar horizontales y volverse hélices, y en seguida, con la ayuda de las mismas, ellos subieron a las nubes. En menos de diez minutos ya estaban entre los enormes árboles del bosque de Colossus, frente a frente con la nave Antheliona abandonada.

Theresa, ahora habiendo estudiado suficiente Kopta para entender lo que cada letra y signo en su estructura significaba, abrió su puerta sin enfrentarse a ningún problema. Caminó al panel general que controlaba el vehículo y comenzó a investigar su funcionamiento interno —algo que nunca había hecho, por respeto a Casey— con apuro.

Descubrió que esta sí contaba con un dispositivo de rastreo, ubicado en la cámara de propulsores, donde el material radioactivo que la energizaba era guardado. Por eso la leñadora nunca lo había visto; estaba oculto en el único lugar del vehículo en el que ella nunca había entrado, por no tener la protección necesaria para hacerlo.

La ingeniera, no obstante, la tenía. La muñequera que llevaba puesta podía transformarse en la versión más actualizada de su traje de guerra, que era resistente tanto a la radiación de partículas como a la electromagnética. Así que lo activó y le dijo a Hazel que hiciera lo mismo con el suyo —porque sí, su amiga también poseía uno, en caso de emergencia—.

Una vez protegidas por las armaduras, las dos abrieron la puerta de la cámara y entraron al oscuro espacio adentro. Allí la única cosa que brillaba era un mineral desconocido, purpúreo, que no le pertenecía a la tierra, y que le otorgaba energía a los propulsores y motores de la nave. A su lado había otro panel de control de menor tamaño, cuya pantalla estaba pegada a la pared. Theresa se movió hacia él como un trozo de metal a un imán, y comprobó enseguida que estaba en lo correcto, aquel era un dispositivo de rastreo.

Ese pequeño rectángulo había estado enviando mensajes de alerta a una base militar en Anthelion por años, cada vez que Casey pisaba en la nave y prendía su circuito de energía interno. Pero, por haberse estrellado en un planeta tan lejano y poco relevante como la tierra, nadie la había venido a recuperar. Los costos sobrepasaban a los beneficios.

Por lo que Theresa pudo averiguar, luego de fisgonear por el software por un par de minutos, las cámaras de seguridad de la nave seguían funcionando también. Esto significaba que los de la base sabían que Titanis seguía viva, y que visitaba el lugar con frecuencia... Pero no la habían buscado hasta ahora.

¿Por qué? ¿Por qué la habían ignorado tanto tiempo? ¿Y por qué ahora, de la nada, ella había sido secuestrada? ¿Sería por su estatus de celebridad? A lo mejor Tyrannus le temía a su popularidad, y quería deshacerse de su competencia luego. O tal vez, el motivo era religioso. Tal vez él quería enviar un mensaje a sus enemigos, al matarla...

Theresa no lo sabía. Y ya no le importaba saberlo. Lo único que quería era salvar a Casey y traerla de vuelta a casa.

Así que puso manos a la obra.

Lo primero que hizo fue meterse adentro del canal de comunicación con la base militar Antheliona y escribirle a quién sea que estuviera del otro lado en Kopta, con la esperanza de recibir una respuesta de alguien. Se enteró, más rápido de lo esperado, que los rebeldes ya se habían apoderado del lugar, cuando un cadete le escribió de vuelta. Ahora sabiendo que no estaba hablando con la vastedad del espacio y que alguien de verdad la oía, ella les explicó a los compatriotas de Casey lo que le había pasado, y les envió las coordenadas aproximadas de dónde estaba la nave que la contenía actualmente. Luego, usó la línea de comunicación externa de la nave para hablarle a los amigos Neptunianos de la superheroína. Les envió el mismo texto redactado para los Antheliones, traducido al Varuno, su idioma oficial —al que Theresa también había estado estudiando en su tiempo libre—.

Una vez tenía a toda la flota de los revolucionarios y de los Neptunianos lista para ir a buscar a su novia, ella y Hazel dejaron la nave abandonada atrás, y se subieron a su Porsche de nuevo, habiendo cumplido su misión.



Ithaka, 17 de Julio de 2038

En la sede del DAE, el desespero de los agentes y de la señora Stevens era palpable.

Tyrannus, el muy desgraciado, había transmitido un vídeo desde su fragata a la organización, revelando la real historia de Titanis a todos sus agentes, mientras Theresa y Hazel estaban en el bosque. Les había contado, antes mismo de que la directora pudiera pronunciarse al respecto, que la superheroína seguía viva.

Pero si lo que él quería era fracturar a la organización, lo que logró fue lo contrario. Porque la gran mayoría de los agentes del DAE comprendía muy bien los motivos de Titanis para desaparecer.

La habían visto ser usada como un títere por los viejos líderes del departamento de defensa, ser humillada por sus superiores sin razón para ello, ser obligada a trabajar hasta el colapso... en fin. Entendían su dolor y sus ganas de huir. Y apoyaban su retiro.

Sí, les había dolido enterarse de que ella les había mentido, pero... no le guardaban rencor. La querían y la veneraban por su legado. Por eso mismo, estaban todos trabajando a máxima velocidad queriendo encontrar una forma de rescatarla —pese al miedo mortal que tenían de no poder lograrlo—.

—Estamos usando una serie de radares y de antenas de naves intergalácticas para rastrear a la nave de Tyrannus —el jefe de los físicos del DAE afirmó, mientras revisaba un mapa interestelar holográfico de impresionante tamaño, y discutía con los seres queridos de la desaparecida cómo exactamente podrían ir a buscarla.

El hombre se llamaba David Astrea y solía ser un colega muy cercano de Titanis. La superheroína, pese a no considerarse la mujer más inteligente del cosmos, sí sabía mucho sobre el espacio exterior y las leyes matemáticas que lo regían. Para los estándares Antheliones, su conocimiento era básico. Pero para los terrícolas que aún tenían dificultad para llegar a la luna, ella era una biblioteca ambulante. Por eso mismo, nunca se había negado a responder las dudas de los físicos del DAE, y se había vuelto una amiga genuina de David.

Él, como todos los otros funcionarios a su alrededor, estaba dispuesto a darlo todo de sí mismo para salvarla.

—Según nuestros datos más recientes, la nave de Tyrannus se detuvo en... —Usó los dedos para ampliar la imagen a su frente, hasta encontrar la "X" roja que señalaba el vehículo al que buscaban—. Una de las galaxias del proto-supercúmulo Hyperion, la OC-1.

Una de las galaxias del proto-supercúmulo Hyperion, la OC-1

—Claro que lo hizo... —Theresa cruzó los brazos, molesta. Ella y Hazel habían llegado al edificio unos quince minutos atrás, y ya se habían puesto al tanto de la situación—. Ese hijo de perra...

—¿Cuán lejos está eso de la tierra? —la señora Stevens preguntó a seguir.

—Bueno, el desplazamiento al rojo de Hyperion es z = 2.45. Lo que la ubicaría a unos... —David hizo el cálculo con rapidez—. 11 mil millones de años luz de aquí.

—Mierda —La directora pinzó el puente de su nariz con sus dedos, visiblemente estresada—. ¿Qué sabemos sobre esa área del espacio sideral?

—¿Nosotros? No mucho. Solo que existe materia oscura confirmada allí. Pero, según la información que nuestros amigos Kipterios nos enviaron recientemente.... —el físico mencionó a un grupo de alienígenas que vivían justo afuera de la vía láctea y que con frecuencia trabajaban con el DAE—. La OC-1 tiene características similares a nuestra galaxia. El punto específico en donde Tyrannus frenó, el sistema planetario Eurifaesa, es comparable al sistema Planetario Cervantes, que nosotros tenemos en la constelación Aras...

—Espera —Theresa lo frenó—. Si eso es cierto, significa que Eurifaesa es rica en metales...

—Lo es.

—Joder...

—Oigan, ¿no pueden simplificar la charla? —Hazel se apoyó en contra de un mueble cercano e hizo una mueca frustrada—. Hay gente que es tonta por aquí, y al decir eso me señalo a mí. No entendí nada de nada.

—La Metalicidad se utiliza para describir la abundancia relativa de elementos más pesados que el helio en una estrella —la ingeniera aclaró.

—En efecto... —concordó el físico, con una expresión agria—. Pero ese dato no es la peor parte de todo. La peor parte es que Eurifaesa está cerca de una zona de colisión estelar de dos estrellas de neutrones... astros que, al fusionarse, crearon una estrella de neutrón supermasiva. Considerando que la colisión de las mismas es una mina de oro de elementos pesados y metálicos, ¿de qué cree usted que está hecho el núcleo de la supermasiva?

Theresa lo pensó por un segundo. Y al unir los puntos, quiso voltear una mesa, incendiar el edificio donde estaba y gritar entre las llamas.

Hazel y la señora Stevens, sin embargo, siguieron sin comprender la gravedad de la situación que tenían entre sus manos.

—El núcleo de esa estrella supermasiva posee Uranio, ¿no? —la ingeniera indagó, con un exhalo nervioso.

—Para mi sorpresa, y para la sorpresa de todos los otros astrofísicos que aquí trabajan, sí. Uranio -238. Ya sabíamos que una colisión entre estrellas de neutrones era capaz de crear Uranio y Oro, pero jamás pensamos que los mismos serían parte integral de un nuevo núcleo. Eso nos tomó de sorpresa.

—Me imagino, suena absurdo. Pero dime, ¿de cuánto Uranio estamos hablando? ¿Una cantidad mínima? O...

—No sabemos.

—¿Y la masa crítica? ¿Qué hay de ella?...

—No hay manera de cuantificarla aún...

Theresa cerró los ojos y tensó la mandíbula, antes de frotarse el rostro, volviéndose más y más ansiosa.

—El Uranio-238 no es fisible, pero si choca contra un neutrón acelerado se divide y los lentos lo convierten en Plutonio-239, que sí es fisible, y considerando que debe haber al menos un 1% de Uranio-235 allá arriba, la fisión será un puto espectáculo de pirotecnia. ¿Cómo puede ser que exista esa estrella considerando todo esto?...

—No lo sabemos —David se encongió de hombros, tan frustrado como ella—. Le pregunté a nuestros colegas de otros planetas, pero... esa estrella supermasiva es una incógnita. Por mucho tiempo se creyó que era un agujero blanco, porque dejaba escapar materia y energía, pero...

—Okay, ¿pueden los dos por favor parar de confundirnos y sintetizar lo que están diciendo? —la directora indagó, algo frustrada, tan perdida por la charla como Hazel.

—En palabras cortas, Tyrannus llevó a Casey al lugar del universo más radioactivo y peligroso para los de su raza, y para la nuestra. Hay Uranio por doquier —La empresaria sacudió la cabeza, furiosa—. ¡Juro que voy a matar a ese bastardo así que lo vea!...

—Y yo lo permitiré —La señora Stevens, ahora comprendiendo su ira, puso una mano sobre su hombro—. Pero por ahora, concentrémonos en encontrarla. David, ¿cómo lo hacemos para llegar a Hyperion de manera segura?

El hombre, quien quería seguir hablando sobre las condiciones del lugar, tuvo que respirar hondo y resignarse seguir la orden:

—Nuestra mejor opción ahora es pedirle ayuda a los Ocasianos —mencionó a otra raza de alienígenas que Theresa y Hazel no conocían—. Ellos pueden llegar a la galaxia OC-1 en menos de una hora con sus naves de hiperpropulsión, y tienen el equipo adecuado para lidiar con el problema de la radiación.

—Okay, hablemos con ellos de inmediato y organicemos un rescate.

Mientras la directora se encargaba de ello junto al físico y los demás agentes del DAE, las representantes de las industrias ORION decidieron poner manos a la obra también, ocupándose de una tarea distinta.

Las dos se encargaron de establecer contacto con los Antheliones de nuevo y de crear una red de comunicación estable entre los rebeldes que habían reconquistado el planeta y la tierra.

Luego de revisar códigos, coordenadas, jugar con la posición de satélites, de cápsulas espaciales, e incluso usar naves Neptunianas para hacer rebotar olas de radio de frecuencia ultraalta, ellas lograron lo imposible: recrear el sistema de comunicación avanzado de la nave perdida en el bosque de Colossus, dentro de la sede del DAE. Y dado que la única persona que hablaba y escribía Kopta en todo el edificio era Theresa, ella acabó volviéndose la diplomática oficial de la organización aquel día.

Pese a la tecnología anticuada y limitante de la tierra, ella había logrado contactarse con un pueblo que vivía a 220.000 años luz de su planeta.

Si eso no era prueba de su inteligencia y determinación, nada más lo sería.

Y dicho logro no pasó desapercibido, para nada. De hecho, resultó ser crucial para el resultado final de aquel drama. Porque con el liderazgo que ella demostró, consiguió también que los Antheliones terminaran aliándose con otros alienígenas, como los Ocasianos y los Kitperios, y juntos, fueran todos a rescatar a Casey.

Pero ella no se quedó atrás en dicha misión.

Sin previo aviso, mientras escribía una serie de comandos en una computadora del tamaño de un automóvil pequeño, un portal se abrió a su derecha. Tanto ella como los agentes a su alrededor se apartaron del vórtice con un salto asustado, esperando lo peor.

Ni en sus sueños más locos hubieran pensado que verían a un representante rebelde de Anthelion en persona, saliendo del mismo vestido con una armadura brillante, similar a la usada por Titanis en sus días de gloria.

—¿Quién aquí es Theresa Schnell?

La ingeniera, con las rodillas débiles y la garganta atada en nudos, levantó su mano con timidez. El alienígena de piel azul la miró con una expresión sorprendentemente cálida y tranquila. Llevaba un dispositivo de traducción automática en el oído, así que la mujer asumió que no tendría que conversar con él en Kopta. Por lo que respondió en su lengua materna y esperó lo mejor:

—Yo... Y-Yo lo soy.

—Pues es un honor conocerla —Él le hizo una pequeña reverencia—. Soy el tío de Kathesaigh —Usar el nombre real de Casey le dio credibilidad ante la ingeniera—. Me llamo Uatek...

—¿Tío? ¡¿Usted sigue vivo?!

—Sí... —El hombre sonrió—. Sobreviví a la furia de Tyrannus. Y ahora estoy liderando la rebelión contra él. Vine aquí porque me enteré que usted es la consorte de mi sobrina. Al hacerlo, me di cuenta de que no la puedo dejar atrás mientras clamamos nuestra libertad y victoria. Tampoco puedo ir a rescatarla sin usted. Así que, ¿aceptaría venir conmigo?

Asombrada por el carisma del sujeto —que le recordaba bastante a Casey, ahora que lo pensaba—, ella abrió la boca y la cerró un par de veces, antes de responder:

—Claro que quiero ir, pero... ¿Cómo se supone que voy a respirar?...

—Tenemos máscaras de oxígeno y trajes de exploración espacial justamente para eso. No se preocupe, todo eso está en nuestra nave. Además, nosotros los Antheliones también tenemos oxígeno en nuestra atmósfera y lo respiramos. Así que la nave en sí está calibrada para tener un 95% de oxígeno a todo momento.

—Okay... —Theresa miró alrededor, pasmada.

—Ve —Hazel le dijo, sin hesitar—. Casey te necesita allá.

—Iré junto —la directora del DAE afirmó, asombrando al recién llegado.

—¿Y usted es?...

—La madre adoptiva de Casey.

—Kathesaigh —Theresa la corrigió—. El nombre de Casey en Kopta es Kathesaigh.

—Sí, bueno... ella. Soy su madre.

—Perdón —El recién llegado le hizo una pequeña reverencia, como pedido de disculpas—. No sabía nada sobre ello. Usted también puede venir.

—¿Y cómo haremos para volver aquí después de que la encontremos? —la ingeniera indagó.

—Pues... abriré otro portal y las traeré de vuelta en persona.

La señora Stevens y Theresa se miraron, nerviosas. No sabían si debían o no confiar en aquel sujeto. Pero al verse sin otras opciones, decidieron tenerle un poco de fe.

La primera en dar un paso adelante y aceptar la propuesta fue Theresa. Pese a su miedo, pese a su recelo y aprensión, quería certificarse de que su amada estaría bien. Al final de cuentas, Casey siempre había estado ahí para ella cuando más lo necesitó. Nunca había dudado antes de poner su vida en peligro para salvarla. Y eso era lo que la estaba inspirando ahora, a cruzar aquel extraño portal y correr el riesgo de terminar muerta.

La señora Stevens, admirando su coraje, la siguió por los mismos motivos. Si morían, al menos sería por una buena causa, y lo harían sin arrepentirse de nada. Por suerte, tomaron la decisión correcta.

—Toma... —Theresa le entregó a la directora el dispositivo comunicador que Casey le había regalado—. Lo necesitarás adónde vamos.

—Gracias... —La mujer lo encajó en su oreja—. Te debo una.


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Galaxia OC-1

Junto con el alienígena que las había venido a buscar a la tierra, las dos dejaron la sede del DAE por una nave gigante y metálica, llena de individuos altos, macisos, de piel azul y ojos negros.

Gente de la misma raza que Casey, los Ypsilóx.

Raza que ella había asumido había sido exterminada, a años.

—Queridos amigos, tenemos aquí en nuestra presencia a la honorable Theresa Schnell, consorte de nuestra mártir venerable, Kathesaigh... O como los terráqueos la han nombrado, Titanis —Uatek anunció, señalando a la empresaria—. Y también tenemos a la honorable madre de acogida de la misma, la señora... Ehm. Perdón, ¿cuál es su nombre?

—No necesita llamarme de venerable nada; señora Stevens basta.

—¡Señora Stevens basta! —el hombre se repitió y la directora quiso corregirlo, pero terminó sacudiendo la cabeza y desistiendo de ello. Había cosas más importantes que un error de traducción.

Luego de recibir una oleada de aplausos que ninguna de las dos creía merecer, ambas fueron llevadas a la sala de control de la nave y pudieron al fin ver, desde su mirador, la vastedad del espacio que las rodeaba.

Literalmente estaban en el medio de la nada.

—Haremos un salto por el hiperespacio y viajaremos a la velocidad de la luz para poder llegar a Eurifaesa. Así que, por favor, siéntense aquí... —El tío de Casey señaló a un par de sillas con cuatro cinturones de seguridad y un casco de protección integrado—. Y no se levanten hasta que yo se los diga, ¿de acuerdo?

Las mujeres concordaron y esto hicieron. Una vez todos los tripulantes de la sala estaban sentados, una alerta resonó por el resto de la nave, pidiendo que los otros Antheliones se preparasen para el salto también.

Cuando el evento en sí comenzó, el corazón de Theresa saltó a su garganta. Sus órganos se desplazaron por su torso como si ella estuviera en una montaña rusa, cayendo en picada por los rieles, y su cuerpo fue aplanado contra el respaldo de su asiento con fuerza. El aumento en velocidad fue tal, que en cierto punto fue capaz de ver al mundo a su alrededor alargarse y deformarse de manera asustadora. Como si la tela del espacio-tiempo estuviera siendo tragada por un agujero negro y estirándose como una lombriz a su frente.

Luego de unos cinco segundos, todo volvió a su forma original. Con un destello, las miles de líneas que confundían sus ojos se condensaron de nuevo, tomando una forma distinguible. Y afuera de la ventana de observación, en la línea del horizonte, vio algo que ningún humano jamás había visto antes, a corta distancia.

Una estrella de neutrón supermasiva.

—Joder... —murmuró, fascinada.

—¡Ahora pueden quitarse sus cinturones! —el capitán de la nave y tío de Casey dijo, haciendo lo mismo.

A la derecha de la estrella, había una esfera grisácea, que no parecía ser hecha de elementos naturales, como piedras, metales o rocas. Más bien parecía un satélite artificial, creado por una especie inteligente. Y en efecto, ella descubrió en minutos que lo era.

La guarida secreta de Tyrannus, a la que él había construido para portar también a varios de sus prisioneros más importantes, estaba ubicada ahí.

—Llegamos a la prisión de Galaktea.

—¿Y las flotas Ocasianas? —un tripulante preguntó y como respuesta, vio a una nave cilíndrica, portadora de dos intimidantes cañones de plasma, cruzar la negrura sobre sus cabezas y avanzar a toda marcha hacia la construcción.

—Ya están atacando —Uatek respondió, caminando hacia su jefe de artillería.

Mientras la ofensiva era realizada y los hombres y mujeres a su alrededor discutían las mejores estrategias para capturar a Tyrannus, Theresa y la señora Stevens caminaron hacia la ventana más cercana y admiraron la violenta y asombrosa batalla desde la lejanía. Cerca de una hora se pasó hasta que su nave comenzara a avanzar de nuevo, y treinta minutos más para que una de sus puertas se conectara a la de la prisión. Para ese entonces, los drones de defensa del dictador ya habían sido eliminados, y las propias naves de su imperio, destruidas. Él estaba solo y arrinconado en aquel satélite, sin manera de huir. Solo restaba ahora entrar ahí, cazarlo, y recuperar a Casey.

Uatek entonces volvió al lado de las terrícolas, les dijo que lo siguieran de nuevo, y las llevó a una sala donde guardaban los trajes de exploración. Los demás tripulantes a su alrededor se vistieron con ellos, para sobrevivir la presión y falta de oxígeno del espacio afuera, y luego le explicaron cómo hacer lo mismo. Theresa y la señora Stevens solo tuvieron que calibrar su porcentaje de oxígeno a un nivel más alto de lo normal, por ser humanas, pero la vestimenta les resultó cómoda.

Al terminar de arreglarse, fueron escoltadas a las compuertas y vieron a la escotilla abrirse.

Luego, salieron de ahí.


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La prisión de Galaktea era enorme. Dentro del satélite artificial existían tres panópticos, apilados uno encima del otro, y miles de prisioneros que no veían sus hogares a décadas. La gran mayoría ni eran criminales, apenas seres de razas a los que Tyrannus consideraba inferiores, o enemigos políticos suyos.

Las condiciones de vida allí eran pésimas. Los pasillos de la prisión eran oscuros como los túneles de una mina, la única comida disponible provenía de una planta venenosa llamada Rhika —que, según Uatek, no poseía suficiente veneno para matar a nadie, apenas causarles a los reos un malestar prolongado—, todos los prisioneros se encontraban encadenados a los techos de sus celdas, con bolsas negras sobre sus cabezas, y solo se les era permitido salir de ahí durante la hora del almuerzo —la única comida que tenían en todo el día—. Y ya que usar el baño no era una opción, el olor a orina y otros tipos de desechos era intenso. Para empeorar aún más las condiciones del lugar, criaturas alienígenas más repugnantes que ratas y cucarachas eran encontradas husmeando por doquier, y los gritos de los presos que ya habían perdido su cordura reverberaban por todos los corredores de la cárcel, haciéndolas correr por el piso y las paredes en masa.

Si el infierno existía, ahí era.

—¿Cómo siguen vivas estas personas? —la señora Stevens preguntó, horrorizada por lo que veía.

—Esta prisión posee un sistema integrado de congelamiento temporal —el tío de Casey comentó, igual de indignado—. Aquí el tiempo no pasa y sus cuerpos no envejecen. Sufren, pero no encuentran el final de su sufrimiento nunca.

Así que él terminó de hablar, alaridos desesperados se escucharon en el ala oeste. El timbre de la voz que rogaba por clemencia era uno que Theresa y la directora conocían muy bien. Y por eso, sin importarse por el peligro que corrían, ellas salieron disparadas en su dirección al mismo. Uatek, diciéndoles que no fueran tan rápido, las siguió de inmediato, dándole la orden a sus hombres de que vinieran junto y les ofrecieran cobertura.

Luego de transitar por las tinieblas como peces nadando en el fondo del abismo oceánico, las mujeres llegaron a una débil fuente de luz, proveniente de una habitación cuya puerta estaba cerrada. El brillo de adentro se escapaba por el resquicio entre la misma y el suelo, y era bastante intenso. De ahí también salían los gritos.

Theresa estaba tan desesperada que no esperó a la llegada de los soldados que la acompañaban para abrirla. La golpeó con el hombro cuatro veces, hasta que la cerradura cedió y la misma se partió. Cuando entró al recinto, tambaleando para no caerse, vio algo que jamás olvidaría.

Casey estaba suspendida del techo como los demás prisioneros de Galaktea, pero su cuerpo entero estaba cubierto de quemaduras gravísimas. ¿La causa de dichas heridas? Una enorme roca de Uranio, que Tyrannus había ubicado a la izquierda de la habitación, en una especie de altar.

El maníaco en sí estaba de pie al frente del macabro escenario, vestido con un traje protector, riéndose de su condición mientras sus oficiales de alto rango lo intentaban hacer razonar, y entregarles a los rebeldes a la heroína a cambio de su libertad.

Pero el dictador no compartía su deseo de ser libre. Lo único que quería era desquitarse con la raza maldita que le había conquistado su imperio. Él no quería canjear a Titanis por su escape. Quería hacerla pagar por las acciones de su gente. Su mirada frenética y sonrisa asesina lo demostraba; deseaba vengarse.

Al ver el débil estado de su novia, la expresión de locura de Tyrannus, y el desespero de los guardias que lo rodeaban, Theresa gruñó, perdió la razón, e ignoró las consecuencias de sus acciones. Así que los soldados Ypsilóx llegaron a la sala, ella corrió adelante, mostrando los dientes como una fiera, agarró a Tyrannus del cuello y se cayó al suelo junto a él, aterrizando con brutal fuerza sobre su cuerpo macizo.

Los secuaces del dictador levantaron sus armas para disparar así que la vieron avanzar, pero sus disparos asustados fueron tan poco precisos que no la golpearon y ella logró su cometido; derribar al desgraciado. Así que ella tocó el piso, los Ypsilóx les volaron los sesos a todos sus enemigos.

La ingeniera solo no se había muerto por suerte, tenía que reconocerlo, pero en aquel momento este hecho no le importó. Lo único que tenía en su mente era un deseo de hacer al dictador pagar. Lo único que sentía en su pecho era odio. Estrujó la garganta de Tyrannus hasta que sus venas saltaran y su sonrisa se derritiera a una mueca de desespero. Golpeó a su cabeza repetidas veces en contra del suelo y rompió el sello de su casco protector, haciendo que la radiación del uranio se infiltrara dentro del mismo. Y el sujeto, al fin volviendo a su sanidad, se intentó librar de la humana con duros golpes y palmadas. Pero sus intentos de herirla fueron inútiles. El traje que a ella la protegía era grueso, resistente, y duro como el caparazón de un armadillo. Sus amenazas tampoco le sirvieron de nada. Theresa las ignoró sin perturbarse en lo más mínimo, porque quería verlo muerto.

Tres de los compatriotas de su novia la intentaron apartar del villano, pero su furia fue tanta, que ni la súper fuerza del trío resultó útil. Su cuerpo era firme como una roca; nada ni nadie la movía.

Bueno, había una excepción.

—T-Thea...

Al oír la voz dañada, herida, jadeante de Casey, ella despertó de su fantasía homicida. Fue entonces cuando levantó su mirada y observó más una vez las graves lesiones que cubrían a la heroína.

Su novia estaba, más una vez, al borde de la muerte.

Y ella tenía que sacarla de aquella prisión, de aquella galaxia, lo más rápido posible.

—Estoy aquí... —Theresa soltó al dictador y se apartó de él, dejando que fuera arrestado y llevado de vuelta a la nave por los oficiales a su alrededor.

—V-Viniste...

—Claro que vine.

Mientras el desacordado era esposado por sus manos y tobillos, la ingeniera se acercó a su amada con pasos rápidos y una expresión avasallada. Y como el cosmos no estaba jugando aquel día, ella lo hizo justo a tiempo de atraparla. Resulta que los soldados Ypsilóx habían descubierto cómo soltar a Casey de sus amarras, luego de jugar con las opciones de un panel de control a su derecha, sin realmente entender cómo funcionaba. La pobre superheroína, al ser liberada de las cadenas, sucumbió ante la gravedad de la sala y estuvo a punto de caer como un meteoro al piso, siendo salvada a último minuto por Theresa.

Pero el súbito agarre de la ingeniera le resultó extremadamente doloroso a la Antheliona. La exposición a la radiación de la roca de Uranio había dañado sus células, ADN, y a este punto, sus átomos. Solo seguía viva por los poderes de auto-reparación de su cuerpo.

En resumen, la radiación la estaba rompiendo en miles de pedazos, al punto de pulverizarla, pero su organismo mágico se negaba a dejarla morir, pegando todos los diminutos trozos con litros de cola fría, una y otra vez, en un bucle infinito de destrucción y reconstrucción.

Sí, era definitivo. Theresa tenía que sacarla de ahí.

De inmediato.

El tío de Casey, comprendiendo lo mismo, les dio órdenes a sus inferiores de que cargaran a su sobrina de vuelta a la nave y la llevaran a la unidad médica. La directora del DAE y la ingeniera no dejaron su lado en ningún momento.

Por su débil estado físico, lo primero a ser hecho fue ingresar a Casey a un coma inducido. Lo segundo, mover su cuerpo a un tanque de animación suspendida, donde el mismo quedó sumergido en un líquido oxigenado, transparente como el agua, pero un poco más viscoso y denso que la misma. Lo tercero, fue apartarse de aquella galaxia, y trasladarse derecho a Anthelion, donde tendrían el amparo de más médicos y de tratamientos más efectivos.

La idea original era volver a la tierra, pero sabiendo que la tecnología del mundo natal de Casey era bastante más avanzada, ambas Theresa y la señora Stevens insistieron que el mejor paso a seguir era irse allí.

Y esto hicieron.

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