Eʅ ϝιɳ ԃҽ ʅαʂ ɱҽɳƚιɾαʂ
Limpia, relajada, y con el rostro menos húmedo e hinchado de lo que había estado durante la mañana, Casey se sentó en el sofá de su cabaña a esperar que sus padres llegaran.
Los dos le habían escrito un mensaje a Theresa diciendo que estaban a diez minutos de distancia. Resulta que se habían demorado un poco porque el señor Stevens había tomado una ruta equivocada al salir de Ithaka, y solo se dio cuenta de ello luego de una hora de viaje.
Esto, no obstante, fue algo positivo. Le dio tiempo a la ingeniera de ordenar el hogar de la leñadora, calmarla sobre el reencuentro, y prepararles un buen almuerzo a los Stevens. Cuando el 1970 Ford LTD Country Squire de sus suegros aparcó al frente de la propiedad, todo ya estaba prístinamente limpio y en su debido lugar, listo para su visita.
—¿Quieres que yo conteste la puerta? —ella le preguntó a la alienígena.
—Por favor... sí.
Theresa asintió y así que golpes se escucharon, ella se inclinó adelante, besó la frente de Casey y se levantó a recibir a la pareja. La superheroína los escuchó saludarse, pero no subió la mirada del suelo hasta ver a las zapatillas deportivas blancas de su padre, y los zapatos de cuero de su madre, aparecer en su campo de visión. Lentamente movió sus ojos por sus piernas y torsos, hasta llegar a sus rostros.
A tanto tiempo no los veía, que su aparición hasta parecía un sueño.
—Lo s-siento... —Fue lo único que tuvo fuerzas para decir, antes de dar un salto hacia arriba y atraparlos a ambos en un abrazo apretado, que de inmediato fue apreciado y copiado.
La dueña de las industrias ORION observó a la reunión familiar con una sonrisa aliviada y una expresión conmovida.
Casey se merecía esto. Hace algunos años, ella se hubiera negado a decirlo, pero ahora... su opinión había cambiado. Ella merecía paz.
Había perdido a su cultura. A su raza. A su familia. A sus amigos. Y después, cuando llegó a la vida de los Stevens, perdió su autonomía. Su libertad. Todo lo que componía su identidad.
Había perdido también al amor de su vida.
Todo... absolutamente todo se le había sido arrebatado de las manos.
Y ahora ahí estaba. Libre de las cadenas del gobierno. Siendo ella misma. Con sus padres a su lado, su hermano apoyándola desde la distancia, sus amigos a salvo, y Theresa lista para darle otra oportunidad.
Había salvado al mundo de la influencia de la ARP. Había detenido a un genocidio de inimaginables proporciones. Había sido heroica, valiente, y había arriesgado su vida para proteger a la de los demás, por una última vez.
Ella. Se. Merecía. Esto.
Un minuto de felicidad. De alegría. De amor puro y familiar.
Nada era más justo.
—Asumo... —La señora Stevens se secó los ojos, así que la charla sobre la desaparición de su hija adoptiva llegó a su fin—. ¿Que ustedes están juntas de nuevo?
Casey quiso contestar, pero Theresa la venció:
—Sí —Sonrió, abochornada—. Lo estamos. ¿No es cierto?
La Antheliona, al inicio pasmada por su respuesta directa y segura, lentamente le sonrió de vuelta, con los ojos llorosos y la garganta hecha nudos.
Tendrían que hablar sobre ello más tarde.
Pero hasta entonces...
—Sí —Sorbió la nariz—. Volvimos.
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El grupo almorzó junto, y sus miembros charlaron sobre sus años separados unos del otro. La leñadora habló sobre su nueva profesión, amigos, y sobre su vida en Rhyes. Theresa, sobre sus negocios. El señor Stevens, sobre su jubilación y su nuevo hobby, la pesca deportiva. La señora Stevens, sobre su ascenso al cargo de directora del DAE, y su deseo de reformar la institución.
—¿Entonces Lucas no mentía? ¿De verdad eres la jefa de todos ahora?
—Lo soy —La mujer más vieja asintió, cortando un trozo de carne—. Así que, si algún día quieres volver a trabajar para nosotros, en tus propios términos, espero que sepas que la vieja presión que te impusieron ya no existe. No te volverán a sobrecargar en el trabajo. Yo me estoy encargando que cada uno de nuestros nuevos superhéroes tengan días de descanso, un sueldo digno, y más libertades individuales. Ah, y ahora tendremos un departamento de psicología y terapia, para todos los agentes. Así que ni eso te faltaría.
—Yo... —Casey se frotó la parte trasera del cuello—. No sé si quiero volver.
—Lo entiendo —su madre respondió, sin ningún tipo de resentimiento o frustración—. Solo digo que, si en algún momento cambias de idea, tus problemas de antes no serán los mismos.
—¿Segura?
—Muy segura —la señora Stevens insistió—. Me estoy encargando de ello.
La tarde continuó sin mayores discusiones o dramas. Casey fue mimada por sus padres mientras ellos estuvieron ahí, y cuando llegó su hora de marcharse, ya no se sentía profundamente angustiada por su presencia. Entendía que pese a todos sus errores y mentiras ellos aún la amaban. Y que su relación, en efecto, era reparable.
Para que no se tuvieran que ir del poblado, Theresa les ofreció a los Stevens que se quedaran en su cabaña, mientras ella pasaba la noche con Casey.
—Hay un dispositivo de biometría en la puerta, pero también se puede entrar usando un código. Se los enviaré por mensaje.
—Gracias, Thea —El señor Stevens la abrazó—. Y espero que las cosas funcionen para ustedes esta vez.
—No se preocupe —Ella le dio unas palmaditas en la espalda—. Todo terminará bien.
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Bosque de Colossus, 05 de febrero de 2038
Alrededor de las una de la mañana, Theresa se despertó con ganas de ir al baño. En su letargo no percibió que estaba sola en la cama de la leñadora. Se levantó con movimientos torpes y se arrastró hacia el lavabo con los ojos hinchados, el cabello enmarañado, y la postura hundida, completamente desconcentrada en lo que hacía. Cuando salió de allí, lista para volver al colchón, fue cuando al fin notó a la silueta azulada de Titanis sentada en el sofá.
—¿Case? —Se frotó el rostro, y luego bostezó—. ¿Qué haces despierta?
—Pesadilla —la alienígena comentó—. Tuve una y ahora no logro volver a dormir.
Oír eso la despertó con más rapidez que un balde de agua fría, y se sintió como una cachetada inesperada.
—¿Pesadilla? ¿Con qué?
—Mis padres. Los Stevens —Ella suspiró, agotada—. Soñé que morían de la misma manera que mis padres biológicos lo hicieron.
Theresa, percibiendo que la situación era seria, se sentó a su lado y la jaló a su regazo. Casey entendió su orden y se recostó, apoyando su cabeza sobre sus piernas.
—Estás bien, y ellos también lo están. Todos estamos a salvo. Los del ARP están detenidos...
—Pero ahí está la cosa, no eran los del ARP los que los mataban.
—¿No?
—No.
—¿Y entonces?...
—Los agentes del Departamento de Defensa Nacional. Eran ellos los que jalaban el gatillo de esta vez.
La ingeniera tragó en seco. No por miedo, sino por rabia. Conocía a esos bastardos bastante bien, luego de trabajar junto a Otto para ellos por años, y ahora que veía la cara más oscura y siniestra de la organización, su único deseo era volarla a pedazos. La manera como habían tratado a Casey, desde su llegada a la tierra era cruel y repugnante. Ellos merecían ser castigados.
—Los del DDN no le harán nada a su familia, lo prometo. Me encargaré de que todos estén bien protegidos. Además... los nuevos superhéroes que están protegiendo Ithaka le tenían mucho cariño a tu madre, antes mismo de que se convirtiera en la directora del DAE. Si se enteran de que ella fue lastimada, del DDN no sobrará ni la sombra. Ellos lo destruirán todo.
—Ya me hablaste sobre Solaris y mi mamá me mencionó que existen más, pero... ¿Cuántos son los héroes nuevos? ¿Quiénes son? ¿De dónde salieron?
—Bueno... desde la caída de Titanis muchos alienígenas como tú decidieron dejar de lado su vida tranquila de civil, y hacer algo para proteger a la tierra de catástrofes y crímenes. Todos, en su mayoría, inspirados por ti —Theresa contestó, acariciando su cabello—. Solaris es el más reciente, pero hay toda una liga... Están los trillizos Geriones, que pueden fusionar sus cuerpos en uno solo para crear a un gigante de ocho metros de altura... Está Hipólita, una guerrera sin igual, que tiene un cinturón mágico que le otorga una fuerza sobrehumana... Acmón, un sujeto que se presenta a sí mismo como un mono de piedra, y que puede engañar hasta al más sabio de los hombres... Caco, el escupefuegos... Abderus, el creador de portales... Galanthis, la mujer gato... Proteus, la reina del océano... Néfele, la mujer-nube... En fin, hay varios. Podría seguir listándolos hasta mañana.
—¿Tanta gente así? —Casey se sorprendió—. Cuando yo estaba trabajando, lo hacía a solas...
—Las cosas cambiaron desde tu partida. Ahora todo el trabajo es dividido, y las exigencias no son tantas. Tu madre y yo movimos cielos, mares y montañas para asegurarnos de que ese fuera el caso. Yo no la pude ayudar en persona, pero tengo emails que lo prueban.
—No necesitas probarme nada, Thea. Sé que dices la verdad —la Antheliona respondió, mirándola a los ojos—. Y te lo agradezco... porque no quiero que nadie más pase por las cosas que yo pasé.
—Lo sé —Theresa asintió—. Pero no necesitas agradecerme. Yo no hice nada revolucionario. Apenas corregí una injusticia contra los trabajadores más importantes de nuestro gobierno, y les hice su labor más fácil. Si nosotros los humanos no podemos trabajar más de cuarenta y dos horas por semana, tampoco lo pueden ustedes los aliens. Además, darles un sueldo fijo y seguro social era algo que debería haber sido la norma desde el inicio.
—Aun así... Yo no tuve esos beneficios. Y te quiero agradecer por hacer con que la nueva generación los tenga —Casey insistió.
—Okay... de nada, entonces —La ingeniera giró los ojos, sonriendo.
Ambas se quedaron quietas por unos minutos, disfrutando la quietud y la oscuridad de la sala.
—¿Me perdonarías si te dijera que, pese a todos estos cambios, yo aún no quiero volver?
—No te tengo que perdonar por nada. Entiendo perfectamente bien por qué no quieres regresar, y no te estoy exigiendo que lo hagas. Si quieres pasar el resto de tus días aquí en Rhyes, la decisión es tuya.
—Pero dijiste hoy que...
—¿Hm?
—Que estamos juntas de nuevo.
—¿Y no lo estamos? Míranos. ¿Podemos ser más parejita que esto? —Theresa bromeó y aunque Casey sonrió, no terminó de hablar:
—No es eso a lo que me refiero, Thea... Hablo sobre la distancia. Si vamos a estar juntas de aquí en adelante, solo tenemos dos opciones: O yo salgo del anonimato, confieso al mundo que mentí, y digo que estoy de vuelta para seguirte a Nerith o a Ithaka, o...
—Yo paso a vivir aquí contigo, en Rhyes. Entiendo muy bien lo que estás diciendo —ella reveló—. Y cómo ya te lo mencioné antes, yo no tendría ningún problema con mudarme aquí, porque quiero dejar mi puesto como directora ejecutiva en las industrias ORION atrás. Necesito hacerlo... Necesito poner mi salud mental primero, al menos por una vez en mi vida. Y antes de que pienses que haría eso por ti, tengo que dejarlo bien claro... No es solo por ti. Es por mí.
—Thea, si me dijeras que quieres irte a vivir a la luna yo te apoyaría. Mientras estés segura de ello...
—Lo estoy —la empresaria contestó con liviandad—. Tan segura de ello como lo estoy de amarte, y de quererte de vuelta... Si es que me aceptas.
Casey, ampliando su sonrisa, se volvió a sentar sobre el sofá. Solo para jalarla por la tela de su camisa y besarla con todo el entusiasmo y felicidad que la situación merecía. Una cosa llevó a la otra y entre risas, caricias, y más besos, ella terminó atrapando a Theresa contra los cojines, rodeando su cintura con sus piernas. Se sentó sobre el regazo de la ingeniera, intentando sostener parte de su peso en sus rodillas para no aplastarla. La alabó con toda su dedicación, cariño y amor. Y estuvo calma, hasta sentir las manos de la ingeniera tocar el borde de sus pantalones.
—E-Espera...
—¿Qué? —La millonaria bajó sus palmas de inmediato.
—No estoy en mi forma humana.
—¿Y?...
—La anatomía de los Antheliones es... un poco diferente a la que estás acostumbrada.
—¿Diferente?
—Sí... —Casey, avergonzada por el rumbo de la conversación, miró a todos lados menos el rostro de Theresa—. Tengo que cambiarme de forma...
—No.
—¿No?
La ingeniera no la dejó huir de su propia mirada por mucho tiempo. Usó una de sus manos para sostener al rostro de la alienígena y convencerla de que no tenía nada a lo que temer.
—Muéstrame.
—¿Hm?
—Muéstrame —se repitió, con una voz baja, seductora, que hizo a la alienígena tragar en seco y que enredó a sus tripas en un gran nudo.
—¿Segura? No quiero asustarte...
—No lo harás —Resaltó su punto—. Te amo, Casey. Cualquier miedo que llegue a sentir será por falta de experiencia. Nada más. ¿Okay?
La leñadora, entre emocionada, asombrada, y aún más enamorada de la empresaria, asintió.
—Okay.
Y entonces, las manos de Theresa volvieron a su anterior posición, sobre el borde de sus pantalones, dando inicio a la noche más larga, deliciosa y placentera de su vida.
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Cuando la mañana llegó, Casey estaba completamente apagada. Sus ronquidos se mezclaban con su ronroneo en un ruido chistoso, que la hacía parecer un motor, y su posición desajustada en la cama demostraba lo profundo que era su sueño.
Theresa se despertó primero y al ver la escena le sonrió, examinando su cuerpo de pies a cabeza. Su novia —ella jamás se cansaría de decir eso— estaba enredada por una sábana blanca, con un brazo caído sobre un lado de la cama, las piernas abiertas, y la cabeza tirada a un costado de su almohada. Para evitar que se despertara con un dolor de cuello terrible, la ingeniera la acomodó un poco, pero la mujer no reaccionó. Así de somnolienta estaba.
Una vez Casey se veía menos desastrosa, Theresa se recostó de nuevo en su lado de la cama, y la volvió a mirar con una expresión fascinada.
Resulta que la diferencia principal entre los humanos y los Antheliones era que estos últimos poseían gametos masculinos y femeninos. En otras palabras, eran hermafroditas, y también formaban parte del grupo selecto de especies y razas que podían elegir qué órgano sexual adoptar, a voluntad propia.
Considerando sus poderes de transformación, el dato hacía bastante sentido.
Si bien Casey temía que la ingeniera se volviera asqueada o aterrada por este peculiar dato, en verdad, lo único que ella sintió fue intriga.
Algunos animales y plantas del planeta tierra también poseían la capacidad de cambiar de sexo, como por ejemplo los peces, caracoles, moluscos y crustáceos. Hacerlo de manera bidireccional era una raridad. Y aunque Theresa sabía que las condiciones de vida y el proceso evolutivo de Anthelion debían ser muy distintos al de su actual mundo... eso no detuvo su curiosidad. ¿Por qué este era el caso? ¿Cuál era la finalidad de esta dicotomía? Tenía más preguntas que respuestas.
Además, al enterarse de esto hecho, Theresa había encontrado otro parecido entre su novia y las criaturas del mar —aparte de su sangre azul, causada por la Hemocianina—. Lo que levantaba una nueva duda: ¿sería su novia y sus semejantes descendientes de alguna especie mayoritariamente marina?
Ya la había visto dominar otros elementos como la tierra, el aire y el fuego, pero en su opinión, ella tenía un control bastante más preciso y prolijo sobre el agua. ¿A lo mejor todas estas características estaban conectadas, de alguna manera?...
Se estaba perdiendo en tangentes. Casey estaba acostada a su lado, desnuda, con su apariencia real, sintiéndose satisfecha y cómoda, y ella se estaba perdiendo entre sus propios pensamientos caóticos y científicos.
Había un tiempo y espacio para ser una nerd. Y aunque estaba segura de que la alienígena no se molestaría ni un poco en responder sus preguntas raras e invasivas, era mejor si dejaba su cuestionario para después, y solo disfrutaba el momento por lo que era.
Al final, la había visto morir y creído que aquello era cierto por cinco años...
No, espera. Tampoco era bueno pensar en eso ahora.
Ugh.
¿Por qué no podía su cerebro solo apagarse y aprovechar el momento por lo que era? ¿Por qué no podía apenas sentirse feliz por algo, en vez de oscilar entre exasperada, a confundida, a deprimida en menos de cinco minutos?
—Puedo oír tus pensamientos desde aquí —Casey murmuró, antes de sonreír.
Theresa elevó su mirada de sus senos a sus ojos. Ni siquiera lo había estado observando con deseo, apenas con una expresión vacía y pasmada.
Solo cuando se despertó de su trance, al oír la voz de su amada, percibió lo ridícula que se veía.
Excelente.
—Hola —respondió, luego de cerrar los ojos por un segundo y sacudir la cabeza—. ¿Dormiste bien?
—Como no he podido hacerlo en años. ¿Tú?
—También —la millonaria dijo, y no era una mentira. Genuinamente había descansado bastante.
—Te ves... preocupada.
—No lo estoy. Solo... proceso todo esto.
—¿Qué?
—Bueno... creí que nunca te tendría solo para mí otra vez. —Su boca escupió las palabras antes de que su razón las pudiera contener y reprimir—. Lo siento por hablar sobre esto de nuevo, pero...
—Puedes hablar —Casey la cortó—. Es bueno que hablemos sobre... eso.
—Sí, pero ya hemos discutido tu muerte y sus consecuencias por días...
—Thea, pasaste años creyendo que me habías perdido. Días no son nada, comparados al tiempo que nos separó.
—Lo sé —ella concordó, y se quedó callada unos segundos, antes de abrazar al cuerpo de la alienígena de lado y acurrucarse en su costado—. Es que aún me cuesta creer que estás aquí.
—A mí también... Aunque entiendo que nuestros motivos no son los mismos.
—Prométeme que no te irás de nuevo.
—Thea...
—No, necesito oírlo —La voz de la empresaria se afinó, y la Antheliona afirmó su agarre en su cuerpo—. Necesito que me digas que no me dejarás otra vez... No de la misma manera. Grítame. Háblame. Escríbeme. Destruye mis cosas, ven de vacaciones conmigo... Haz lo que quieras, pero no te arrebates de mi vida de nuevo. No me hagas creer de nuevo que ya no estás.
—Hey... —murmuró, al percibir que Theresa estaba casi llorando—. Te juro que no haré nada así de impulsivo y egoísta otra vez. Y si lo hago, tú sabrás la verdad antes que todos. ¿Okay?...
La ingeniera la interrumpió con un beso desesperado. Casey enterró sus dedos en su cabello y la sostuvo aún más cerca de sí, hasta que ambas se vieron forzadas a separarse y respirar.
—Okay.
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Un par de horas más tarde, las dos mujeres se juntaron a los Stevens en el Olympus, a almorzar.
Al ver a la leñadora acompañada por más personas de lo que era normal, la señora Marina se acercó al grupo a entender qué estaba pasando. Conocer al fin los padres adoptivos de Casey le resultó un honor tan grande que decidió darles un pequeño regalo a los visitantes:
—¿Cheesecake? ¿De nuevo? ¿Por acaso ya es navidad y nadie me lo dijo? —La alienígena sonrió de oreja a oreja, devorando el postre en cuestión de segundos.
Mientras ella comía, los demás presentes charlaron sobre su tiempo en Rhyes, y Marina aprovechó para contarles a ellos todo lo que sabía sobre su vida en el poblado.
Cuando la disertación de la señora terminó, y ella se apartó de la mesa para ir a revisar a sus otros clientes, tanto los Stevens como Theresa se pusieron a mirar a Casey como si hubiera crecido un tercer ojo.
—¿Qué? —Ella frunció el ceño, preocupada—. ¿No me cambié de apariencia por accidente, o sí?
Por motivos obvios, antes de dejar la cabaña ella había adoptado su apariencia humana.
—No, no... es solo que... —Su padre se encogió de hombros—. Pareces más feliz aquí de lo que jamás te vi en Ithaka. Eres amiga de todos, ayudas a todos, y ya no te comportas con esa actitud seria, distante... Hasta te ves más relajada.
—¿Lo hago?
—Sí —Su madre asintió—. Y te debemos una disculpa, los dos. Era fácil de ver que no estabas pasando por un buen momento, y nosotros no hicimos nada para demostrarte que no estabas sola... que tenías apoyo.
—Ustedes no fueron los culpables de todo lo que sucedió.
—No, pero fuimos colaboradores en el empeoramiento de todo —El señor Stevens señaló—. Y no queremos hacer eso de nuevo.
—Y es por eso que charlamos mucho ayer por la noche, y llegamos a una conclusión... si quieres quedarte aquí en Rhyes para siempre, viviendo tu vida como una civil más, haremos de todo para que tu voluntad se cumpla, y para que estés segura.
—Mamá...
—Las puertas del DAE siempre estarán abiertas caso algún día quieras regresar. Así como lo estarán las puertas de nuestra casa, y la de Lucas. Pero entendemos, si es que ese no es el caso.
—Yo... —Casey bajó su cuchara, suspiró y se frotó el rostro—. Yo aprecio esto —Entrelazó los dedos de sus manos—. Con Thea también conversamos, y...
—Yo quiero mudarme aquí a Rhyes.
—Ah, ¿entonces las dos volverán a vivir juntas? —el señor Stevens indagó.
—Sí.
—Pero, ¿qué hay de las industrias ORION?
Theresa sonrió, recogiendo su propia cuchara para cortarse un trozo de cheesecake.
—Ya tengo a alguien que las cuide por mí.
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