Dҽ ɱí ɳσ ƚҽ ʅιႦɾαʂ ɱáʂ

Bosque de Colossus, 03 de febrero de 2038

Theresa más una vez no supo en qué exacto momento se fue a dormir. Después de su charla con Casey ella se tomó una de sus pastillas para el dolor, recetadas por el doctor de urgencias, y su letargo médico combinado cansancio físico la venció.

La superheroína la debió llevar de vuelta a la cama por cuenta propia, porque en un momento estaba acurrucada en el sofá, charlando con ella sobre temas de poca importancia, y en el otro se despertó en la comodidad de su colchón, rodeada por una frazada gruesa y caliente.

Al girarse a un lado —haciendo una mueca de dolor por mover su brazo luego de horas reposando en la misma posición— vio una silueta musculosa a su derecha. Era Casey, en todo su esplendor matutino. Lo que comprobaba su teoría respecto a su traslado.

La escena, que a años sus ojos no veían, la conmovió más de lo que había creído posible.

Su ex novia le daba la espalda en la cama y estaba recogida en posición fetal. Su sueño era tan profundo que llegaba a ronronear —algo que las personas de su especie hacían, cuando extremadamente relajadas—. También había transformado su apariencia de humana a alienígena mientras dormía. Theresa supuso que debió hacerlo por una cuestión de comodidad y ahorro de energía, al final, ella le había comentado ayer lo mucho que usar sus poderes la cansaba. No podía imaginarse lo agotador que debía ser, el mantener una apariencia ajena diferente a la suya por horas sin fin.

Y tan solo pensar en lo cansada que ella debió sentirse durante todos sus años de relación, fingiendo ser alguien que no era, hizo a su compasión aumentar.

Por curiosidad, la empresaria llevó su mano libre al brazo de la leñadora. Tocó su piel celeste y la acarició. La textura y blandura era igual a la de su piel humana —algo que la sorprendió, porque pensó que sus músculos serían sólidos como un trozo de cimiento, y tan ásperos como una lija—. Pero no. Eran tiernos y extremadamente suaves.

De pronto, Casey respiró hondo y se estremeció de pies a cabeza. Dos esferas azabaches y abismales se giraron junto a su torso, para buscar a los iris castaños de Theresa.

La ingeniera se había olvidado de este pequeño hecho; Titanis tenía los ojos completamente oscuros, como los de un cangrejo fantasma. Parecían el centro de un agujero negro.

—Buenos días.

—Hola —la superheroína murmuró, y luego observó los dedos intrépidos de Theresa, dibujando círculos en su bíceps. Al mirarlos también se vio a sí misma, y pareció espantarse—. Ay, perdón... Debo haberme transformado por accidente mientras dormía. Ya volveré a mi forma humana...

—No, no lo hagas.

—¿Qué?

—Te ves bien así —la millonaria comentó, con una sonrisa encariñada.

—Heh... Buena broma.

—No es broma.

—Casi caigo.

—No es broma —Ella enfatizó sus palabras al acercarse más a la alienígena—. Eres linda.

—Thea...

Theresa la besó, para callarla.

—Preciosa.

Casey alzó una ceja, claramente desconfiada.

—No necesitas hacerme bullying a esta hora de la mañana, ¿sabías?

—¿Qué necesito hacer para que me creas? —Acarició su rostro y la hizo entender, por el gesto apenas, que hablaba en serio.

—Espera... esto... ¿de veras no te causa ninguna repulsión?

—No. Nunca lo hizo, en verdad —confesó, en voz baja—. Siempre tuve un crush secreto en Titanis. Hasta cuando yo seguía del lado de mi hermano y creía que ella era... que tú eras... —se corrigió—. Una amenaza.

—¿Aún crees que lo soy?

—Sí —Sonrió—. Una amenaza para mi sanidad y lo poco que me resta de mi heterosexualidad.

La alienígena se rio, sacudió la cabeza, y al fin besó a Theresa de vuelta.

—¿Segura que no te dan miedo mis ojos? Es la parte de mí que la gente más detesta, lo leí online. Hicieron una votación y todo.

—¿Qué?

—Sí... Era eso, o el color de mi sangre.

—Me estás jodiendo... —la empresaria dijo con un tono indignado y molesto, pero Casey siguió ignorando la seriedad del tema, como solía hacer con todas las cosas terribles que le pasaban:

—No, pero quisiera... ¡Y ah! ¡Hablando de ello! ¿Quieres saber por qué mi sangre es azul en esta forma? Es por culpa de la Hemocianina. Es una proteína que trasporta oxígeno. Algunos crustáceos, arácnidos y moluscos la tienen. Se parece a la hemoglobina que existe en otros animales y humanos, pero su transporte de O2 no es tan eficiente... O al menos, eso dicen los científicos del departamento de defensa nacional. Pero me explicaron que en mi caso yo no tengo el mismo problema con el oxígeno que esos animales porque tengo otra proteína en la sangre, que trabaja junto a ella, y es parecida a la hemoglobina. Los del laboratorio la bautizaron Hemomauva, y es la que mi cuerpo usa para oxigenarse cuando yo cambio de apariencia a una forma humana...

—Espera, espera... ¿cómo saben los agentes del DDN todo eso? —La ingeniera detuvo su discurso nervioso, frunciendo el ceño.

—Ehm... —Casey miró al techo y tragó un poco de saliva—. No quiero decir que experimentaron conmigo, porque eso suena un poco mal, pero...

Theresa se levantó de la almohada y se sentó.

—¡¿Qué?!... ¡Ellos no podían hacer eso!...

—Sí, pero ya fue... —La otra mujer también tomó asiento—. Y estoy bien ahora. No me inyectaron nada raro, ni me abrieron el torso para revisar mis órganos internos. Solo me sacaron un poco de sangre, me hicieron algunas colectas de saliva, cortaron un mechón de mi pelo, ordenaron unos otros exámenes y...

—¿Qué otros exámenes?

—No necesitas enojarte.

—Casey. Habla —la empresaria demandó y la alienígena, sabiendo que Theresa estaba furiosa con el gobierno y no con ella, soltó un exhalo tenso y se levantó de la cama.

—Electrocardiogramas, resonancias magnéticas, rayos X, etcétera... Nada de muy interesante —Agarró el vaso de agua que había dejado en la mesa de noche, horas atrás, y tomó un sorbo—. Lo más doloroso que hicieron fue tomar una muestra de mi médula ósea y unas cuantas biopsias...

—¡¿Biopsias?!... ¿Sabes que eso es ilegal, cierto?

—Técnicamente no, porque lo ordenó el gobierno.

—Case... —Theresa se frotó el rostro—. Voy a destruir a esos bastardos así que vuelva a la capital.

—No, no hagas nada... Ya te dije, pasó. Ya fue. Además, ellos no me volverán a molestar. Bajo todos los efectos, estoy muerta.

—Ahora estoy comenzando a entender tu decisión de desaparecer... —la heredera de los Schnell dijo, sin pensarlo—. Nadie te ha tratado con dignidad y respeto desde que llegaste a este maldito planeta. O sea, tu familia sí, pero todos los demás...

—Tú siempre me trataste con dignidad.

—Ambas sabemos que eso no es cierto.

—Thea... —Casey dejó el vaso sobre el velador de nuevo y cruzó los brazos—, tú nunca quisiste herirme intencionalmente. Intenté hacerte creer lo contrario ayer, porque estaba molesta, pero... seamos sinceras. Tu ignorancia se debía a la manera en la que fuiste criada, nada más. Así que te enteraste que yo era una alienígena me pediste mil y una disculpas y comenzaste a reacomodar tu vida completa para que yo me sintiera segura en ella. Podrías haberme dejado. Podrías haberme ofendido, lastimado, asesinado, pero tú...

—Jamás lo haría —Theresa saltó sobre sus pies y la hizo bajar los brazos de nuevo, para que pudiera sostener una de sus manos—. No soy capaz de algo así... ni quiero serlo.

—Lo sé... Ya te dije, tú no eres igual al resto de tu familia. Y esa es una de las muchas razones de por qué te amo.

Las dos se abrazaron y se besaron. Theresa, más preocupada y herida que la propia Casey. Pero al menos ella no intentó ocultar sus emociones. La superheroína, en la otra mano, reprimió todo su disgusto y trauma bajo una sonrisa cálida —como ya se había acostumbrado a hacerlo— y se apartó de la empresaria para transformar su apariencia de nuevo.

Su piel azul volvió a encajarse dentro del espectro de colores y razas humanas. Sus ojos volvieron a tener iris, azules al punto de parecer falsas. Sus músculos enormes se redujeron un poco en tamaño.

—¿No te duele hacer eso?

—¿Qué?

—¿Cambiar de forma?

—No —la nueva versión de Casey comentó—. Francamente, es uno de los poderes que menos me cansa usar y uno de los más fáciles de controlar.

—¿En serio?

—Sí... O sea, no es agradable tener que ocultar mi verdadera apariencia a diario, pero... —Se encogió de hombros—. Si tengo que hacerlo para vivir en paz, es lo que toca.

—Espero que sepas que ya no tienes que ocultarte ante mí —Theresa dijo, caminando hacia ella de nuevo—. Si quieres andar con tu piel normal a mi alrededor, adelante.

—Ahora que me enteré que tenías un crush en Titanis, lo haré —Casey bromeó, y su sonrisa de pronto se volvió genuina.

—Vas a usar esa información en mi contra, ¿no? —La empresaria alzó una ceja y replicó la expresión en su propio rostro.

—¿Usted qué cree, señorita Schnell? —La leñadora se inclinó adelante y besó su tez, antes de moverse hacia la puerta y salir a la sala—. Ven... Desayunemos.

Theresa, tomada de sorpresa por su ternura, se demoró un poco en reaccionar y seguirla. Pero cuando lo hizo, se asombró de nuevo. En el tiempo que le había tomado despabilar y caminar, Casey se había vestido con las mismas ropas que llevaba ayer, y se veía lista para trabajar.

—¿En qué momento?...

—Súper velocidad. De nuevo.

—Claro... —La ingeniera asintió, sonrojada. Se había preguntado a sí misma qué habría sucedido si ella supiera de aquella particular habilidad antes, y su mente se fue a lugares que aún no estaba lista para volver a explorar. Aún había demasiado dolor y trauma entre ella y Casey, la calentura podría ser dejada para después—. ¿Y por qué trabajas como leñadora ahora? —preguntó para distraerse.

—Ah, ¿no te conté?

—No.

—Bueno... si quieres, te lo cuento durante el desayuno.

—Acabo de darme cuenta de que no tengo comida aquí —Theresa se percató—. Iba a ir de compras ayer, pero con el accidente, nuestro reencuentro...

—No te preocupes. Tenía pensado llevarte a comer a mi cabaña... Si es que quieres. Si no, te puedo llevar al poblado y...

—Tengo que cambiarme de ropa —La empresaria detuvo su discurso acelerado antes de que comenzara—. Ya vuelvo.

—¿No quieres ayuda? Por tu brazo, digo...

—Con los calcetines y las zapatillas sí, pero yo me encargo de lo demás.

—Okay...

Theresa volvió a su habitación, se puso unos jeans y una camisa nueva lo más rápido que pudo, considerando su actual condición de inválida, y volvió a la sala sujetando el resto de las prendas que vestiría en la mano libre. Casey la ayudó con la faena sin hacerle más preguntas al respecto.

—Listo... —la alienígena murmuró, así que terminó de atar sus cordones—. ¿Nos vamos?

—Me falta el abrigo.

—Ah, sí... ¿A dónde está?

—Tengo uno en mi maleta... —Theresa no alcanzó a terminar de hablar. Su ex novia desapareció y volvió en un microsegundo—. Joder...

—¿Qué?

—Nada.

—Thea.

—Es que... aún no me acostumbro a esto. Tu ir y venir.

—Ya te dije, si te molesta...

—No lo hace. Solo me sobresalta un poco. Ahora por favor, ayúdame con el abrigo.

—Claro...

Al fin preparadas para el clima afuera, las dos salieron de la cabaña y comenzaron a caminar hacia la camioneta de Casey.

—Ahora tengo otra duda.

—¿Qué?

—¿Sientes frío?

La superheroína soltó una risa sorprendida por la aleatoriedad de la pregunta.

—Ehm, sí. Pero no con tanta facilidad como los humanos lo hacen. Mi sangre no llega a ser helada como la de los reptiles, pero tampoco es cálida. Está en un punto entremedio. Eso me ayuda a mantener una temperatura corporal más estable y por eso no soy tan sensible al clima frío como ustedes.

—Fascinante —Theresa murmuró, pero terminó deteniendo sus pasos y sacudiendo la cabeza—. Acabo de darme cuenta... perdón si es que todas estas preguntas te están incomodando. Sé que no debe ser entretenido tener que explicar tu propia biología. Y no te quiero tratar como algún tipo de experimento...

—No te preocupes, Thea —Casey le dijo, abriendo la puerta de su vehículo—. Sé que debes tener curiosidad. Al final de cuentas, yo nunca me presenté como Titanis a tu frente, así que mi anatomía nunca te llamó la atención. Es de esperarse que ahora que sabes la verdad, quieras entender cómo todo funciona... Fuimos amigas y pareja por años, te intriga conocer mis secretos y mis misterios. Además, eres una científica por vocación; hacer preguntas es lo tuyo.

—Buena manera de llamarme nerd —La empresaria soltó un suspiro aliviado y respondió, antes de entrar a la camioneta junto a la otra mujer.

El viaje comenzó y mientras la cabeza de Casey se mantenía mayoritariamente vacía, pensando apenas en llegar lo más rápido posible a su hogar, la de Theresa se fue llenando de pilas y pilas de dudas. Como la propia alien lo había dicho, era imposible que ella no se sintiera fascinada y curiosa por su origen y su vida; nunca la había conocido por completo. Y pese a su dolor, su temor, y su rencor... quería hacerlo.

—¿Por qué leñadora?

—¿Huh?

—¿Por qué decidiste ser una leñadora aquí? —la ingeniera preguntó de nuevo, girando su mirada de la carretera hacia la mujer en el asiento del conductor.

—Verdad que te lo iba a contar... —Casey respiró hondo—. Bueno, cuando vine a este bosque, después de luchar con Otto, yo me quedé caída entre los árboles por horas, esperando a que algo sucediera... Los humanos dicen que cuando te mueres, tu vida pasa al frente de tus ojos; los Antheliones decimos que las voces de nuestros ancestros cantan en coro una canción de bienvenida a nuestra nueva vida... pero ninguna de esas cosas me pasó. Nunca vi esa película, nunca escuché ninguna melodía... y no me morí —Sus dedos apretaron al volante con un poco más de fuerza y ella tuvo que conscientemente relajar sus músculos para no romperlo en pedazos—. En algún momento, decidí levantarme y pensar en qué debía hacer a seguir. No quería volver a la ciudad y darle explicaciones a nadie sobre cómo había sobrevivido a ser atravesada por una espada hecha de material radioactivo... No quería seguir viviendo como Titanis, estresándome por todo y nada... Ya no lo soportaba. Así que me transformé de nuevo a mi apariencia humana, me quité mi armadura de encima, quedándome solo con lo que ustedes humanos llaman "cota de malla", y enterré los trozos de la misma en un lugar al que solo yo conozco. Cuando terminé de ocultarla caminé por los árboles sin objetivo, sin dirección... hasta que me topé con una cabaña. Ahí vivía el señor Helio Caelus, uno de los leñadores de Rhyes. Ya era un hombre viejo en ese entonces, con problemas de salud graves, que necesitaba de un aprendiz para tomar su lugar en el negocio, porque el poblado lo necesitaba para seguir funcionando... Me preguntó si estaba allí por eso, y le mentí; le dije que sí. Luego me preguntó por qué mi ropa estaba manchada de azul, y en vez de decirle la verdad, le dije que se me había caído un slushie encima. No podía decirle que era mi sangre, ni que estaba herida —Se encogió de hombros, y su actitud relajada respecto a la terrible experiencia asustó a Theresa—. El resto es historia. Él me enseñó todo lo que sé sobre los árboles y su tala antes de fallecer, hace tres años. Murió de cáncer de estómago... pero al menos no lo hizo solo. Yo estuve ahí.

—¿No tenía hijos?

—No. Nunca se casó.

—¿Y familia?

Casey sacudió la cabeza.

—Su padre murió cuando él era un niño, y su madre cuando él tenía veinte y dos. Sus hermanos también ya habían fallecido, y sus sobrinos no se importaban ni un poco por él. Helio vivía solo... Tenía muchos amigos en el poblado, pero ninguno cercano lo suficiente para cuidarlo... Me corrijo, tenía una amiga cercana por aquí. Pero ella estaba lejos de aquí esa semana, y no pudo estar ahí a su lado para sujetar su mano cuando el fin llegó... Así que yo lo hice —Ella se encogió de hombros—. Helio me dejó su negocio y su cabaña, con la condición de que cuidara a sus gallinas, pollos y sus dos caballos en su lugar. Acepté y ahora estoy a cargo de su negocio. Vendo leña y huevos a los habitantes de Rhyes. Los caballos solo eran recreacionales para él. Le gustaba dar paseos por las praderas alpinas, cerca de las montañas de Crius, y es más fácil acceder allí con caballos y mulas que con automóviles.

—Él parece haber sido un sujeto interesante.

—Lo era.

—¿Y alguna vez fuiste allá? ¿A las praderas?

—Oh, lo hice. Varias veces... —Casey sonrió—. Él iba casi todos los fines de semana, durante el verano y la primavera. Tengo fotos en la cabaña... cuando lleguemos las verás. Están colgadas por doquier.

No se demoraron mucho en hacerlo, porque el nuevo hogar de la mujer quedaba muy cerca de su previa ubicación. Era bastante más "rústico", eso sí. Y pequeño. Y hogareño.

A Theresa le encantó.

Había un pequeño huerto a su izquierda y a la derecha, un corral gallinero y equino. Al frente, dos largos leñeros de metal, donde los troncos cortados eran almacenados. Y atrás de la propiedad el bosque continuaba, por kilómetros y kilómetros, hasta chocar con la línea del horizonte, donde se podían ver las cumbres de las montañas.

Ambas entraron a la cabaña y Casey le dijo a Theresa que se acomodara donde quisiera, mientras ella iba a buscar los huevos afuera, y a alimentar sus animales. Volvió al cabo de veinte minutos. Cocinó su desayuno con una rapidez extraordinaria. Puso la mesa en un pestañeo. Y al terminar, le sonrió a la empresaria con orgullo antes de señalar a una mesita de madera, para dos personas, lista para el desayuno.

—Me puedo acostumbrar a esto —la ingeniera murmuró, moviéndose del sofá a la silla.

Las dos tenían tanta hambre que no se hablaron mientras devoraban los huevos revueltos con pan y mantequilla, preparados por la alien. No hasta que sus platos se habían vaciado por completo.

—Gracias —Theresa dijo, al limpiar su boca con una servilleta—. Todo estaba delicioso.

—Mejoré en la cocina, ¿no? —la otra preguntó con una mueca vanidosa.

—Para mi sorpresa, bastante. Ahora ya no hay cáscaras en tus huevos.

Casey se rio y sus ojos brillaron, de una manera que la empresaria había extrañado... mucho.

—Eso es cierto. Ya no las hay... —Recogió un poco de los huevos y los llevó a la boca—. Al menos no muchas —añadió al sentir algo crujir entre sus dientes.

Fue el turno de Theresa de reírse. Bebió un sorbo de su café —preparado justo de la manera que le gustaba—, e intentó hacer algo que no pudo desde el día anterior, revisar su celular. Por suerte, lo llevaba encima cuando su auto chocó. No había sufrido ningún daño.

Eso sí, su nivel de batería era crítico.

—Case...

—¿Hm?

—¿Tienes algún cargador aquí?

—Sí, en mi habitación. Ve y recógelo.

La ingeniera hizo justo esto. Se levantó, caminó a los aposentos de Casey y miró alrededor, buscando por el cargador. Pero se llevó la sorpresa de su vida al ver, en la pared donde la cama de la misma estaba apoyada, una pequeña colección de polaroids que las dos habían sacado, años atrás.

Theresa las había buscado en el departamento de la camarógrafa como loca, días después de su muerte, pero nunca las encontró. Pensó que la misma las había quemado o destruido después de su ruptura, pero no... al parecer había vuelto ahí y las había recogido, sin que nadie lo notara.

Con lágrimas en los ojos, la ingeniera conectó su celular al cable del cargador y se sentó sobre el colchón a mirarlas con toda la atención que se merecían.

La primera de las fotos la habían sacado en el primer viaje que ambas habían realizado, al sur del país. Estaban abrazadas en un campo nevado, cubiertas de copos y abrigadas al punto de parecer copias del Hombre Michelin.

La segunda mostraba una escena completamente opuesta a esta. Estaban en el norte, en las Mesetas Naranjas. Sudaban ríos, sus cuerpos ni se tocaban, y la poca ropa que vestían se reducía a shorts, camisa de tirantes, lentes de sol, sombrero con visera y botas de senderismo. Ambas cargaban mochilas pesadas y sujetaban botellas de aguas en las manos. Pero pese al calor sofocante, su cansancio, y la peligrosidad de su entorno, estaban sonriendo de oreja a oreja entre las enormes paredes de rocas sedimentarias.

La tercera la habían sacado por aburrimiento mientras almorzaban en la vieja oficina de la empresaria en Ithaka.

La cuarta, en el departamento de Casey, por la noche, después de una fiesta.

La quinta había sido un regalo de la madre de la misma y había sido tomada en su casa de infancia, en la noche en la que ella y Theresa habían anunciado su relación a los Stevens. Las dos estaban de espaldas para la cámara, abrazadas cerca de una ventana.

La empresaria siguió observando las otras mientras lloraba. Seis años de cariño y de amistad. Cinco años de luto y de nostalgia. Once años de sentimientos mixtos.

Once años de amor.

—¿Thea? —Casey la llamó, entrando a la habitación al percibir lo mucho que la mujer se estaba demorando en volver—. ¿Estás bien?

—Las guardaste.

—¿Qué?

—Las fotos.

—Ah... sí. Las traje aquí junto a algunas cosas de mi departamento. Volví allá por la noche, unos días después de mi pelea con Otto, a recoger unas ropas y decidí tomarlas también.

—Las busqué por doquier después de que tú...

—¿Fingí mi muerte?

—Sí.

—Lo siento —La Antheliona hizo una cara arrepentida—. Pero yo quería tener algo que me recordara a ti aquí... A ese punto ya había perdido todas las esperanzas de verte de nuevo. Hasta ahora no puedo creer que estés a mi lado de verdad. Siento que a cualquier momento serás raptada por el aire mismo y yo estaré sola otra vez...

—No me iré a ningún lado —Theresa se repitió, con voz rígida y severa, antes de aclarar la garganta y corregirse:— No si quieres que me quede.

—Quiero —Casey respondió con rapidez—. Necesito que lo hagas. Ya no soporto más perder gente.

La empresaria, en otros tiempos, se habría enojado con aquellas palabras. Diablos, ayer la hubiera mandado al carajo por decirlas. Pero ahora que entendía mejor el pasado y los orígenes de su ex novia, ya no se veía inclinada a ser tan hostil. Aún se sentía herida por sus mentiras, claro... pero la rabia se le estaba pasando. Y francamente, solo quería dejar esas emociones negativas de lado y darle una nueva oportunidad.

Así que esto hizo. Se levantó de la cama y con el único brazo que podía usar, la sostuvo bien cerca de sí, dejándola reposar su cuerpo musculoso en contra del suyo. Y como solía hacerlo, Casey se derritió sobre su piel, como si quisiera fusionarse con ella para siempre.

—No puedo prometerte que no perderás a nadie más, porque no sé qué pasará mañana, ni que golpe de mala suerte nos dará el universo. Pero te prometo que, mientras esté a tu lado, no dejaré que nada ni nadie se meta entre nosotras otra vez. Y no me iré... mientras me necesites cerca, no me iré —Theresa besó el costado de su cabeza y sintió el pecho de Casey comenzar a vibrar. El ronroneo automáticamente la hizo sonreír—. Aww... es tan bueno tener a mi mapache de vuelta.

Esto hizo a la leñadora soltar una risa explosiva.

El particular apodo tenía una historia particular. Había surgido años atrás, cuando la empresaria descubrió el ronroneo de su novia por primera vez. Podría haberse asustado, o hecho mil y una preguntas sobre cómo aquello era posible, pero por alguna razón, la primera cosa que se le ocurrió decir como respuesta fue:

—¿Sabías que los mapaches ronronean?

Y desde entonces el término había sido adoptado.

Además, encajaba muy bien. Casey solía trabajar en exceso, y por eso a veces pasaba el día con ojeras oscuras bajo los ojos. Podía ver muy bien en la oscuridad. Era capaz de comer cualquier tipo de basura, sin quejarse. Tenía una audición incomparable. Su tacto era híper sensitivo. Y revisaba la nevera por la noche como un mapache revisaría un basurero.

—Nunca pensé que extrañaría oírte llamarme así —La leñadora se rio más un poco, y Theresa se le unió.

—Ah, ¿entonces te gustaba el apodo?

—Sí... marmota.

Ese era el apodo que Casey le había dado a Theresa como retaliación, unos meses después de ser bendecida como "mapache".

Había surgido en un día cuando la empresaria llegó a casa frustrada por una reunión con sus accionistas y asesores. Sin explicación, luego de tirar sus cosas al sofá y maldecir a los dioses por su mala suerte, corrió hacia el balcón, tomó impulso y gritó. Casey, sin entender nada, la siguió y le habló hasta calmarla. Luego le compró su pizza favorita, le sirvió un par de copas de vino, y le masajeó los pies al terminar de comer. Todo este aire romántico para terminar diciendo:

—Sabes... me recordaste a ese video súper antiguo de una marmota gritando en las montañas.

Theresa no entendió la referencia, así que la camarógrafa lo buscó en internet y se lo mostró. El alarido desesperado, furioso, y estridente de la criatura logró lo imposible: derretir el mal humor de la ingeniera y dejarla carcajeando.

—Sí... hoy soy la hermana perdida de esa puta marmota.

Otra vez, el chiste interno había sobrevivido al paso del tiempo.

—Aún pienso en ese maldito vídeo todas las veces que tengo una reunión con mis accionistas y mis subgerentes —la empresaria confesó—. Es lo único que me hace tener la paciencia necesaria para seguir hablando con ellos y no dejar mi sala de conferencias con un portazo.

—¿Aún son insoportables?

—Oof, no tienes idea. Es como si a cada nuevo año se esforzaran en ponerse peor. En especial los que representan a Hickory. Los detesto.

—¿Hickory? ¿Esa era una maderera, cierto?

—Sí. Y también es una de las empresas más viejas de las industrias ORION —Theresa respondió, al apartarse de Casey—. Son la razón principal de porqué estoy pensando en retirarme de mi cargo, de hecho.

—¿Qué? —la leñadora se asombró, y no de la buena manera—. ¡Pero si ORION es tu bebé!...

—Lo era. Ahora se ha vuelto una hija ingrata a la que quiero tener bien lejos de mí.

—No puedes estar hablando en serio.

—Lo estoy —La ingeniera asintió, y se veía molesta. No con el pasmo de Casey, sino con la dirección que su propia vida había tomado—. He pasado estos últimos cinco años trabajando incansablemente para reparar el daño que mi hermano causó, tanto en el mundo como en mis negocios, para honrar a las víctimas de su guerra innecesaria, y para ayudar al planeta a sanar... pero hacerlo tuvo un gran costo. Mi salud mental no ha estado nada bien últimamente —Se volvió a sentar en la cama. Su cuerpo moreteado aún no se recuperaba del todo del accidente de ayer y ya se empezaba a sentir débil en las rodillas.

—¿De qué hablas?

—Bueno... creo que es mejor que te lo cuente ahora, de una vez, así que... aquí va —Suspiró—. Tuve una crisis, antes de venir aquí.

—¿Crisis? —Casey cruzó los brazos y se acomodó a su lado.

—Sí... crisis. Emocional, física... todo. La verdad es que nunca superé el luto de perderte. Y llegué a un punto en el que no pude más reprimir el dolor que tu ausencia me causaba. Era humanamente imposible. Así que manejé a tu departamento una noche, ebria, recogí la caja con las fotografías que aún sobraban allá y las miré, una por una, mientras bebía y lloraba sin parar... No percibí cuánto tiempo pasé haciendo eso hasta que Hazel me encontró. Según ella, pasé dos días y medio desaparecida. Pero no sé si el trauma me borró la memoria, o si el tiempo pasó más rápido para mí, pero... no lo sentí. Y pasé todas esas horas solo... revolcándome en mi miseria —Sacudió la cabeza levemente—. Fue entonces cuando ella me ordenó que empacara mis cosas y me tomara unas vacaciones. Y vine aquí a olvidarme de todo por un rato —Volvió al fin a mirar a Casey a los ojos—. Pero creo que no necesitaba olvidarme de nada. Sino recordar...

—Thea... Yo...

—No necesitas decir nada. Solo quiero que sepas lo que sucedió de antemano...

—¡Pero necesito hacerlo! —la leñadora insistió—. Yo no quise nunca que sufrieras tanto así. No pensé en lo egoísta que estaba siendo, al desaparecer... o sea, ¡yo pensaba que te estaba haciendo un favor! ¡Que tú me querías muerta!

—Después de todo lo que te dije, no me sorprende.

—Pero de igual forma... Debí haber supuesto que te haría sentir mal. Y no lo hice.

—No tenías cómo saber qué pasaría, Case —Theresa respondió, limpiándose sus lágrimas antes mismo de que cayeran—. Yo también tengo mi porcentaje de culpa en esto... Te hice creer que ya no te amaba, cuando lo contrario era cierto. Estaba furiosa contigo y completamente avasallada por tu traición, porque te amaba más que a todos... más que a todo. Y aún lo hago —Le sonrió—. Pero tú no tenías cómo conocer mis motivaciones. Solo viste mis acciones y actitudes por lo que eran; apáticas y crueles. Así que no te golpees la cabeza en exceso por esto, ¿ya?... Mi colapso fue una mezcla de factores.

—¿Y cómo te sientes ahora?

La ingeniera hizo una corta pausa para pensar. Usó su mano libre para tomar la de Casey y acariciarla.

—Aún no estoy bien... y no sé si algún día lo estaré, pero... —Respiró hondo y la miró a los ojos, luego de encarar al piso por unos segundos—. Me siento mejor. Aún tengo muchas emociones contradictorias, y no sé qué hacer con varias de ellas, pero estoy mejor.

—No tienes que tener todas las respuestas de la noche a la mañana —la alienígena comentó, con una compasión que la empresaria se había desacostumbrado a recibir—. Puedes amarme. Puedes odiarme. Puedes querer que me vaya al carajo por lo que hice...

—Siempre te voy a amar, Case —la cortó—. Pero... no sé cómo voy a perdonarte. Verte morir fue lo peor que ya me ha pasado. Y sí, sé que estás viva ahora, pero el dolor permanece.

La leñadora se había esperado el golpe que sería aquella respuesta, pero esto no la hizo doler menos.

—No te forzaré a que sientas nada, nunca. Así que, si aún me resientes, lo entiendo.

—Se me pasará con el tiempo —Theresa dijo, con una seguridad que logró tranquilizar a su ex novia—. Pero por ahora... solo quiero quedarme junto a ti. Porque si algo estos últimos cinco años me han enseñado, es lo mucho que me siento miserable cuando tú no estás cerca. Puedo existir sin ti, pero... vivir, no.

—Pues, ¿qué quieres hacer entonces? —Casey sorbió su nariz e ignoró sus propias ganas de llorar—. Tus deseos son mis órdenes.

—¿No tienes que trabajar?

—Por ti lo dejo todo de lado.

—Floja...

—¡Hey! —La Antheliona se rio y Theresa la siguió—. Una aquí intentando ser romántica, y ¿así me pagas?

—No necesitamos hacer nada especial —la ingeniera respondió, con total sinceridad—. Llévame a cortar leña. A entregarla a tus compradores. A conocer el poblado. A ir de compras... No me importa. Solo no me dejes de nuevo.

—No lo haré —Casey la abrazó—. De mí no te libras más.



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Nota de la autora: He aquí dos de las fotos de Casey y Theresa, ilustradas:

(Casey tiene el cabello castaño y largo porque esta es su forma humana antes de fingir su muerte, conforme lo señalado en el capítulo 2)

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