NOVIA AL ENCUENTRO

Este fin de semana termina HUYENDO DEL VICIO...

Gracias por vuestro apoyo, gracias por disfrutar con Maria, Leo y compañía.

Espero que os gusten los últimos capítulos.

Hablamos por aquí, Twitter, Instagram y Tiktok (@jonazkueta)

Empieza el maratón final:

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Maria:

Entré en tromba en la cocina de la casa principal e hice que Paola, Vintage y Susana se volvieran hacia mí.

—¿Mochuela? —Paco se preocupó—: ¿Qué ocurre?

Paola, quien por alguna razón estaba nerviosa, quiso saber:

—¿Y tu amante? ¿Tom?

Susana buscó su iPhone, me sacó una foto y posteó mi cara, tan enrojecida como sudada, junto al texto:

Hashtag: Novia a la fuga.

Al igual que el día que la conocí, hizo que las redes me compararan con Julia Roberts, solo que con el papel de la huidiza prometida Maggie.

No me enfadé. Al contrario. Le devolví el cumplido a su manera:

—Te equivocas, Kim Basinger.

—¡Ay! —Su rostro se iluminó—. Querida, ¿verdad que nos parecemos?

—Tanto como Paola y su prima —me cachondeé.

Como no conocía a Yolanda Titiandy, no hubo pelea.

Continué:

—No soy una novia a la fuga, sino al encuentro. ¿Dónde está Leonardo?

Paola perdió la vista en el yogur que tenía entre manos. Los había pillado con el postre. Susana comía galletitas saladas y Vintage, un kiwi con piel.

—¿Dónde está? —insistí.

—También falta Carmen y ni te has dado cuenta —reprochó Paco.

Y Susana aclaró:

—Carmen se ha quedado con el carpinterito, Eustaquio. —Se tapó la traviesa curvatura de sus labios—. Le ha impresionado cómo maneja el cincel y ha querido probarlo.

Un chiste muy propio de mí. Estábamos aprendiendo la una de la otra. Aunque yo no estaba por la labor de seguirle el rollo.

Avancé y golpeé la mesa con rabia.

Susana se sobrecogió:

Algo pasa con Mary.

Yo exigí:

—¡Sí! ¡Decidme! ¡Ya! ¿Dónde está Leo?

Paco me desafió:

—Está donde debe estar.

No me achanté:

—Concreta. ¿Dónde?

Susana se metió otro galletita salada en la boca y me echó una mano:

—Querida, mejor pregunta... Con quién.

Di un paso atrás. Sentía que mi pecho se sacudía con cada palpitación.

—Es que... —temí—: ¿Está con la churri?

La voz de Paola vibraba tanto como su mentón, no estaba acostumbrada a lidiar con situaciones tensas, pero se esforzó:

—Vintage le ha regalado un billete de avión a Lanzarote y cuando nosotras hemos llegado ya estaba decidido a irse.

Retrocedí hasta chocar contra la pared.

—Mendruga —Vintage puntualizó—, se ha ido con mi sobrina, de vacaciones románticas.

«No puede ser».

Parpadeé tratando de procesar que acababa de perderlo, que había llegado tarde.

Luego apreté mis puños clavándome las uñas en las palmas de las manos.

Fue inútil. No me podía contener. Iba a estallar.

Susana supo interpretarme y advirtió al grupo:

—Agarraos que vienen curvas.

Sin embargo, aquellas palabras accionaron mi mente:

—Curvas... ¡Eso es!

No estaba todo perdido. Me dirigí a Paola:

Bestie, ¿hace cuánto se ha marchado Leo?

Calculaba.

—¡¡¡Vamos!!!

—Veinte minutos.

—Uf. Demasiado.

—Más o menos —agregó Paola—. Puede que menos.

Me sirvió.

Sonreí y Vintage se asustó:

—¿Qué tramas?

Parafraseé a Susana:

—Querido, mejor pregunta... En qué tramo. En qué tramo lo voy a pillar.

—¿Cómo dices?

No perdería más el tiempo:

—¡Deseadme suerte! —Corrí hacía la salida.

Paola y Susana me animaron:

—¡Vamos, amiga! ¡Dios está contigo!

—¡Declárate, mendiguita!

Y mientras Paco las reñía por alentarme, yo me alejaba de la granja.

Era consciente de que estaba a punto de cometer una locura, pero era una locura que me llenaba de esperanza...

No miré atrás, y me perdí en la oscuridad del bosque.


***


Los oídos me palpitaban, la boca me sabía a hierro y mis pulmones sufrían casi tanto como mis piernas arañadas por las zarzas.

—No puedo más. Joder. No voy a llegar a tiempo.

O sucedía un milagro o ya estaba todo perdido.

Anclé las rodillas al suelo y cogí algo de aire, pero juraría que mi pecho se había empequeñecido.

Agotada, supliqué hacia el cielo:

—Por favor, marcianos, ayudadme.

Las estrellas se mantuvieron intactas, pero un fuerte ruido me llevó a incorporarme... ¡Piiiiiiii!

Alerta, miré al frente y una luz se encendió unos metros más adelante.

—¡Oh!

Me froté los ojos, los entrecerré y logré descubrir el origen: la ventana de una casa.

Curiosa me acerqué y pronto percibí unos gemidos.

—Ay, ¡sí! Ay...

Procedían del interior.

Caminé hasta la vivienda y me situé bajo la ventana.

—Ay, sí. ¡Oh! Sí —gozaba una mujer—. Así, ¡así! —Obviamente, estaba manteniendo relaciones sexuales—. ¡Vamos! ¡Ábreme el potungo!

La reconoci:

—¿Carmen?

Me asomé y la vi, abrazada a Eustaquio, sobre una enorme mesa de roble macizo.

Examiné la estancia y vi que estaba repleta de herramientas y esculturas de madera. También di con una Bultaco Sherpa, la misma moto que conducía mi antiguo amigo Mario por el barrio, y se me ocurrió una idea. Otra idea de mierda que, como era típico en mí, decidí llevar a cabo.

—¡Eh! —Golpeé el cristal—. ¡Carmen!

—¿Cachorra?

Se cerró la blusa, se bajó la falda y se me aproximó.

—¿Qué haces aquí?

—Necesito la moto. Es urgente.

Carmen miró el vehículo y después, al carpintero. Este se cubría la entrepierna con un trozo de lija y yo aproveché para devolvérsela:

—Eustaquio, qué vestidito tan moderno.

Carmen fue al grano:

—¿Le dejas la moto a la niña? —Repitió—: Es urgente.

—No sé si funciona.

—A mí me vale —dije.

Eustaquio accedió:

—Mientras nos dejes en paz. Toda tuya, chiquilla.

Al cabo de un minuto salí escopetada de aquel taller, montada en la Bultaco y protegida por un aparatoso casco de madera mientras Carmen me deseaba:

—¡Suerte, cachorra racineta!

Y entonces, la esperanza regresó.

La razón me decía que ya sería imposible alcanzar a Leo. Pero mi corazón clamaba que no me rindiera, que aún podía interceptarlo.

Mi plan era atajar por el bosque para atraparlo en la retorcida carretera, como ocurrió el día que hui de casa de Bartolo enrollada en una cortina y él me descubrió en el arcén, entre arbustos.

Cualquiera me hubiese tomado por una simple chiflada, pero no. Era una chiflada en moto, con un rumbo fijo y las ideas más claras que nunca.

Lo daría todo por llegar a tiempo de confesar a Leo mis sentimientos.

«Joder, sí».

Necesitaba hacerlo.

Podía hacerlo.

Lo haría.



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