EL PRIMER DESPERTAR

Maria:

A la mañana siguiente me levanté con agujetas de haber pateado gran parte de los inmensos terrenos de Vintage (Paco). Se empeñó en enseñarnos la zona y gracias a ello pude crear un pequeño y simplificado mapa mental:

Era obvio que Vintage poseía todo un imperio y, también, que Leo y yo no formaríamos parte de él. A nosotros nos quería para cuidar de los pocos animales que mantenía por capricho, para hacer las tareas del hogar, para trabajar las huertas de consumo propio...

La fortuna se creaba más allá de las parcelas que nosotros pisaríamos, el dinero se hacía en los terrenos que tenía alquilados a diversas empresas y en los que se cosechaba.

Vintage era una especie de Kardashian de pueblo y nosotros, los asistentes del hogar. Y a decir verdad, aquello me alegraba. Que estuviese forrado indicaba que no tendría problemas a la hora de pagarnos y que nuestras responsabilidades no fuesen muy grandes significaba que podría permitirme cagarla de vez en cuando. Teniendo en cuenta mi creciente historial de meteduras de pata, poder liarla me tranquilizaba bastante.

Por todo ello, aquella primera mañana en Trespadejo me desperté feliz. Tras levantarme de la cama, subí la persiana, corrí las cortinas y... «Nada». La ventana vecina estaba abierta pero no había nadie en ella. Supuse que Leo estaría desayunando en la planta baja de la casa en la que yo me alojaba: habíamos acordado con Vintage que aquella sería la cocina que usaríamos.

Esta era pequeña, acogedora y estaba repleta de coloridos muebles. Como en el resto de la vivienda, predominaba el estilo retro. Era obvio que de la decoración se había encargado alguien con un gran apego a los años sesenta y a la vida campestre, alguien que había sabido combinar ambas pasiones para crear rincones tan distinguidos como vivos.

Me extrañaba que aquella persona fuese Vintage. Mi nuevo jefe vestía con una camisa gris de cuadros y un pantalón marrón, lucía un aspecto muy apagado. «Y sucio», agregué al presenciar cómo su ropa se pringaba con el jugo del kiwi que estaba desayunando sin antes haberle quitado la piel. «¡Que se lo come con piel!», me impresioné.

—Paco. —Yo no era la persona más indicada para juzgar qué se debía meter cada uno en la boca, pero no pude evitarlo—: Qué asco. ¿Te comes el pellejo del kiwi?

—¿Tú qué crees? —Las palabras salieron acompañadas de decenas de gotas de jugo.

—Eso no puede ser bueno para la salud.

—¡Oh, sí! ¡Lo es! Siempre y cuando la piel no tenga toda la mierda que le echan las multinacionales —me contestó sin dejar de masticar—. En Trespadejo todo es natural. Puedes comerte todo lo que te apetezca.

«Todo excepto a Leo, Maria. Excepto a Leo», me reprimí.

Abrí la nevera y me serví un cuenco de leche, saqué del armario una caja de cereales con chocolate y me senté a la mesa.

—Qué aproveche —me dijo Vintage.

—Gracias.

Antes de que empezase a comer, alardeó:

—No sé si lo sabrás, pero esos famosos cereales llevan trigo de mis tierras.

Observé la parte frontal de la caja, donde un colorido logotipo rezaba «CRUJILATITAS».

—¿Son famosos?

—Muy famosos —recalcó.

—Pues yo no he oído hablar de esta marca.

—Qué raro.

Me encogí de hombros y él continuó:

—Están muy buenos. Pruébalos.

—Sí. A eso iba.

—¡Vamos! —Sacudió su pringosa mano en mi dirección.

Con cara de asco, agarré la silla y la arrastré hasta alejarme todo lo posible. Desde la otra punta de la mesa, lejos del peligro de ser salpicada, bañé los cereales en la leche y los probé. Mastiqué mientras Vintage me contemplaba con total atención.

—Pues —Reconocí—... sí que están ricos.

—¿Lo ves? —se emocionó.

Pesqué otra cucharada de cereales, me los metí en la boca y, justo entonces, la puerta de la cocina se abrió.

—¡Leonardo! —exclamó Vintage.

Un recibimiento escandaloso, aunque no tanto como el mío.

Cuando mi compañero puso un pie en la cocina y vi que no llevaba camiseta, me atraganté y un pequeño cereal salió escopetado por el agujero derecho de mi respingona nariz.

—¿Estás bien? —Leo se acercó y se inclinó sobre la mesa.

Tenía su desnudo dorso a menos de un metro. Intenté ignorar las gruesas gotas de sudor que le descendían desde el firme pectoral, le recorrían el definido abdomen y se perdían en la parte inferior del mismo: en el interior de una marcada V. Lo intenté...

Fue inútil. «Qué poca fuerza de voluntad». Mis pupilas se dilataron.

Sin poder dejar de toser, me levanté y retrocedí.

—Tú... —Tras pegarme unos cuantos golpes en el pecho, conseguí escupir—: ¿Qué haces así?

—Vengo de comprar el pan. —Dejó sobre la mesa una barra.

Ni siquiera me había fijado en que la llevaba consigo.

—¿Y tienes que hacerlo así?

—¿Cómo?

—Tan —Lo señalé—... ¡así!

—¿Sin camiseta? —entendió—. Hace calor.

—¿Y?

Vintage intervino:

—Conrado me ha traído a la más beata.

—Pues sí —le di la razón—. ¿Qué pasa?

No me molestaba que creyesen que era una feligresa obsesionada con llevar una vida cristianamente ejemplar. Al contrario, aquel perfil me permitía construir un escudo frente al vicio, justo lo que necesitaba.

—¿Es coña, no? —Con Leo no colaba. Me tenía calada—. Maria, está claro que no eres tan santa.

—¡Oh! —fingí ofenderme—. Sí que lo soy.

—Ya, ya.

—¡Que sí! —Con pose erguida, improvisé—: Además... Si soy una santa no me hace falta demostrarlo, porque Dios es el único que necesita saberlo. ¿Vale? —Tras una tensa pausa, me santigüé—. Y amén.

Leonardo y Vintage se quedaron callados, hasta que este último engulló el trozo de kiwi que le quedaba en la boca:

—Muchacha, ¿qué dices?

—Es flipante —comentó Leonardo y Paco siguió:

—Me temo que el Crujilatita le ha llegado al cerebro.

Se dedicaron una mirada cómplice y no tardaron en partirse de risa.

—Pecadores. —Apreté los puños y me dejé llevar—: Reíd, reíd. Que los castigos de Dios están por venir —amenacé, lo que avivó aún más las risotadas.

No me tomaban en serio. Y normal. «¿A quién pretendía engañar?».

Aunque no abandonaría el papel de persona extremadamente religiosa, por mucho que hiciera el ridículo. Así se me hacía más fácil enfrentarme a las tentaciones.

Estaba decidida. «Adiós, Maria diabólica. Hola, Maria católica».

Aquella fue mi actitud durante los siguientes días. Y no me fue nada mal.

Sor Maria logró sobrevivir a la primera semana en Trespadejo; no intentó ligar con Leo —no demasiado—; y aprendió mucho acerca de la vida en la granja.

Todo aquello tenía mucho mérito, ya que no me resultó nada fácil hacer frente a ciertas actividades por primera vez... 



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SIGUIENTES ACTUALIZACIONES: el 9 de abril.

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