ALMOHADAZO
Leonardo:
Ya llevábamos más de media semana con Carmen, tiempo suficiente para saber que era una jefa muy estricta. Demasiado. Se le estaba yendo de las manos.
Cada día nos mandaba hacer un mayor número de tareas y nos dejaba menos tiempo para descansar. Además, no nos permitía ir más allá de los terrenos de Paco. Vivíamos presos en la granja. Lo único bueno de todo aquello era que Maria ya no podía ver a Tom.
Con tanta labor y tan poco respiro, lo que más deseaba era meterme en la cama y dormir. Sin lugar a dudas.
No obstante, aquella noche no lo tendría tan fácil:
—¡Chis! ¡Tú! —me llamaron—. ¡¡¡Chis!!!
—¿Maria? —me extrañó.
Llevábamos días sin hablar por las noches. Nuestra relación no era la misma desde que yo fui en busca de mi novia y ella se lío con el francés. Había tensión entre nosotros.
—¿Qué? —Me asomé.
Me contemplaba sentada en el alféizar, con los pies colgando.
—Que no seas tan borde.
Silbé con desaire y fui al grano:
—Dudo que me hayas llamado para eso.
—Te he llamado por interés —tampoco se anduvo con rodeos—. Tenemos que unirnos para dar un golpe de estado.
—¿Perdón?
—Adiós a la mamá cachorra.
Me resultaba tan difícil predecir sus comentarios como el día que la conocí. Era imposible saber con qué iba a salir:
—No dejas de sorprenderme.
—Es que tenemos que hacer algo. —Explotó—: ¡No la soporto!
—Pues a ella le caes bien.
—Si le cayese bien, no me tendría encerrada. Y lo sabes.
La miré en silencio, hasta que zanjé:
—Lo que sé es que no pienso jugarme el puesto de trabajo solo porque tú quieras ver a Tom.
—No es solo por eso —negó.
Me dio igual:
—¿Tanto te gusta?
—¿Eh? ¿Y tanto te interesa?
De nuevo, me callé, y entonces Maria respondió:
—Y sí que me gusta, sí.
—Guay.
Fingí que no me importaba.
Ella se mantuvo ensimismada un rato.
Luego continuó:
—Aunque...
—¿Qué?
Musitó:
—No es la única persona de Trespadejo que me atrae.
Bajó la vista hacia sus pies descalzos y, nerviosa, los balanceó.
—Ten cuidado —advertí—. No te caigas.
Puso cara de desagrado.
—Me acaban de entrar ganas de saltar.
—Maria...
—¿Eso es todo lo que tienes que decir tras mi confesión?
—¿Qué confesión?
—¿Quién crees que es la otra persona que me mola? ¿Eustaquio?
—Ah.
Carraspeé, quise ganar tiempo para buscar las palabras adecuadas.
No las encontré:
—Tengo novia.
—Sí, sí. La que está de vacaciones y ni siquiera te coge las llamadas.
—Esa.
El silencio regresó. Lo sentía más incómodo que nunca y, al parecer, Maria también:
—Bueno, lo siento. Tienes churri y debo respetarlo.
—Gracias.
Observó el cielo y recordó:
—Quedamos en que el tiempo diría si soy tóxica, y creo que el tiempo ya ha hablado.
Respiré con ímpetu y me sinceré:
—Si me comporto peor yo. Últimamente las cosas que pienso, hago, digo... me avergüenzan tanto...
Para mi sorpresa, Maria sonrió.
—Vaya. ¿Te divierte mi desgracia?
—¡Exagerado! Me río porque estás equivocado.
Arqueé las cejas.
—Leo, ¿sabes gracias a quién he vuelto a ser yo misma?
—Es evidente. A Tom.
—¿Qué? ¡No!
—¿No?
—Pues no. ¡Gracias a ti! Y a lo que me dijiste la noche de la estrella fugaz. ¡Tú me has ayudado a volar! —Sonó muy emotivo para tratarse de Maria, y pronto entendí a qué venía tanta metáfora—: Como a tu novia, que ha volado hasta Canarias.
—Que te jodan —contraataqué, aunque riéndome.
Ella me acompañó con una breve risa y se acomodó: recogió las piernas, las abrazó y apoyó la espalda en el marco de la ventana.
Pude contemplar su perfil, cómo la luna creaba sombras bajo sus pestañas y su respingona nariz.
—Leonardo.
—Dime.
—Después de toda esta conversación, ¿qué tienes que decir?
Maria se había declarado. A su manera, pero lo había hecho. Puede que esperase que yo hiciera lo mismo y la verdad era que me apetecía soltar lo único que, aunque me diese pavor admitirlo, tenía claro.
—Verás, Maria.
—¿Sí?
—No puedo salir contigo...
—Ah. Ya. Lo sé.
—...pero me gustas mucho.
—¿Qué? —Pegó un respingo, se desequilibró y casi se precipita.
Por suerte logró caer hacia el interior de la habitación y no morir.
—¿Estás bien?
—Y tanto. —Se levantó—. Es que no me lo esperaba. Yo me refería a si me vas a ayudar con lo de Carmen.
No quería ni imaginar la mueca de lerdo que se me había quedado.
—Aunque, ahora que sé que te gusto...
—Espera. —Reproché—: ¿Todo lo bueno que has dicho era para manipularme?
—Oh, ¡no!
—Sí.
—¡Que no!
—Vaya que sí, como haces con Paola —comparé.
—No sé de qué me hablas.
—La llamas «amiga» para que te siga en tus locuras.
—¡Santo cielo! —Paola sacó la cabeza por la ventana de su cuarto—. ¿No somos amigas?
—¡Bestie! —Maria intentó arreglarlo—: Lo somos. Obviamente. Duerme tranquila.
Paola nos amonestó:
—Ojalá pudiera. ¡Que ya son las doce!
—¡Eso! —se nos unió también Carmen—. Haced caso al Papamoscas. Es muy tarde.
—La que faltaba —murmuré.
—¿Es que estabais cotilleando? —Maria se enfadó—. Sois unas sinvergü...
Carmen le lanzó una almohada, esta pasó de una casa a la otra y aterrizó en su cara.
—¡Toma!
—¡Qué hostiazo! —Maria se cubrió el rostro.
—Merecido, cachorra. Por hablar de quitarme del poder.
—¿De qué está relleno ese puto cojín? ¿De cemento?
—Ni idea. Lo compré bien duro para tener algo con lo que refrotarme por las noches. Es lo que tiene llevar tanto tiempo sola.
—¡La Virgen! —se escandalizó Paola.
—Virgen tampoco, no te pases —corrigió Carmen, y la ahuyentó.
Tras santiguarse, se escondió en la habitación. Yo no tardé en hacer lo mismo. Las dejamos a las dos a solas, discutiendo a raíz del almohadazo.
Y no fue hasta pasados un par de minutos cuando Maria se percató:
—¿Leo? ¿Mi bestie? —Culpó a Carmen—: ¡Has hecho que se piren!
—Mejor. Yo también me largo.
—¡Pues genial!
—Sí, ¡genial!
—¡Más que genial!
—¡Genialísimo!
—¿Y a qué esperas?
—A que me devuelvas la almohada, cachorra.
—¿Qué?
—Es que es viscoelástica.
----------
SIGUIENTES ACTUALIZACIONES: hoy mismo jeje
INSTAGRAM/TIKTOK/TWITTER autor: jonazkueta
INSTAGRAM novela: huyendodelvicio
WATTPAD: jonazkueta
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top