A PASEAR EL CONEJO

Maria:

Tras convencer a Paola de que no me había drogado, nos dormimos. Sí, juntas. Resultó que no era tan mala amiga. Lo único que me incomodó era que rezaba en sueños en voz alta. Daba bastante mal rollo.

Aun así, conseguí pasar una noche medianamente decente y descansar algo antes de que, a la mañana siguiente, el gallo me despertara: ¡QUIQUIRIQUÍ! Paola ni se inmutó. Aún roncaba. Por lo que me preparé intentando no hacer ruido.

Estuve frente al armario mucho más de lo habitual, y finalmente opté por conjuntar un short vaquero, con un top de algodón beige y unas deportivas del mismo color.

—¡Pibonazo!

Aquel día era especial, era el primero de una nueva etapa, una etapa en la que dejaría de reprimirme, de limitarme.

Sentía haberme reconciliado conmigo misma y, para celebrarlo, iba a ligarme a Tom.

—«Hey sista, go sista, soul sista, flow sista» —calenté motores mientras me deshacía nudos del pelo—. «Gitchie, gitchie, ya-ya, da-da». —Usé el peine de micrófono—. «Gitchie, gitchie, ya-ya, here». —Desfilé por la habitación—. «Mocha Chocolata, ya-ya». —Sacudí la melena—. «Creole Lady Marmalade. Ooh, oh...» —Cogí una bocanada de aire y grité—: «Voulez-vous coucher avec moi, ce soir?».

—¡Santo cielo! —protestó Paola.

—«Voulez-vous coucher avec moi? Yeah, yeah, yeah, yeah».

—¡¡¡Maria!!!

—¿Qué, qué, qué?

—Para, por favor.

—Ya, ya, ya.

—¡Basta!

Me acababa de cortar todo el rollo.

Pourquoi? —practiqué mi francés.

La beata arrugó el entrecejo.

Pourquoi? —Se burló—: ¿Acaso te ha poseído el espíritu de Emily in Paris?

Le lancé el peine y aproveché que estaba espabilada:

—Bueno, dime si voy guapa.

Tras frotarse los ojos legañosos se colocó las gafas.

—Eres guapa.

—Obvio. —Reformulé la cuestión—: ¿Y esta ropa me queda bien?

—Ideal para limpiar el gallinero —me recordó la tarea pendiente.

—Qué graciosa te has despertado hoy.

—¿Sí?

—No. —Expliqué—: Antes de pringarme con caca de ave, tengo que comprar el pan. ¿Te gusta mi look?

—Francamente, no es mi estilo.

—Buena señal.

Aquello me valió.

Le di un beso en la frente y bajé a la planta baja. Desayuné y me marché antes de coincidir con Paco.

Entre calles, tarareé Lady Marmalade en bucle. No me la podía sacar de la cabeza. Caminaba al ritmo de la música, cada vez más motivada, con el mentón alzado y pisando fuerte, ¡muy fuerte!, demasiado fuerte...

A apenas un par de metros de mi destino aplasté una inmensa mierda.

—¡Qué ascazo! —Me había salpicado hasta la rodilla.

Por el tamaño, deduje que era de vaca.

Había perdido todo mi flow de golpe.

—Joder.

Frente a la tienda había un gran abrevadero del que bebía agua el ganado de Trespadejo, un ganado que, como había comprobado, también cagaba. No me lo pensé dos veces y me apresuré a limpiarme en él.

—¡Al pilón!

Metí media pierna en remojo —prefería empaparme a oler mal—, y me agaché a frotar con las manos la zapatilla.

En ese preciso instante, me llamaron:

Bonjour! ¿Tanto calor tienes?

Era el francés.

—¡Tom!

Atolondrada perdí el equilibrio y, paf, me sumergí.

—¡Maria!

Él se acercó y lo recibí sacando la cabeza.

—Parezco la niña del pozo.

Se rio.

Oui. Pero más guapa.

Avergonzada, lo admiré como la sirena que admira al marinero desde el agua.

—Vente. —Invitó—: Sal de ahí y sígueme, que te voy a dejar algo con lo que secarte.


***


Tom y yo casi no nos conocíamos y, aun así, me había guiado al piso de su padre: se encontraba sobre la panadería, tendría unos ochenta metros cuadrados y, pese a ser muy antiguo, resultaba acogedor.

Una vez en él, me llevó al baño y ofreció una toalla:

—Toma.

—Muchas gracias.

—Nada. Hay que cuidar a los clientes. —Me guiñó un ojo.

Estábamos a menos de medio metro, el charco que formaba a mi alrededor ya llegaba a sus zapatillas, y con aquel chulesco gesto había avivado mis ansias de recortar aún más la distancia y compartir la humedad de mi cuerpo con el suyo.

Pero no era el momento. Todavía no.

—Dejo que te arregles. —Sonrió y las casi invisibles pecas de su rostro se desplazaron. Quise atrapar una y probarla—. Te espero en el salón.

Cerró la puerta del servicio y me volví hacia el espejo. «Qué pintas».

Escurrí mi cabello en el lavabo, me quité la ropa para hacer lo mismo con ella y, mientras tanto, reflexioné:

—Maria, tienes dos opciones. La primera es salir de aquí habiendo quedado como una patética. La segunda es adaptarte a la situación y aprovechar que estáis en un apartamento y a solas para ¡triunfar!

Tiré la ropa al suelo y aplaudí.

—¡Esto último es lo que tienes que hacer! ¿Es una gran idea? Seguramente no, pero, ¡eh! —Le copié a la madrastra de Blancanieves—: ¿Quién es la tipa del reino que más decisiones de mierda toma? —Hice una reverencia—. Pues allá vamos.

Tapada solo con la toalla, me aventuré.

—¡Panadero! ¿Tienes lista mi baguette? —Irrumpí en el salón.

Estaba sentado en el sofá. Me detuve frente a él y solté la toalla. Los ojos del francés se convirtieron en dos platos.

Oh —Me contoneé—, —Lo volví a hacer— . —Pícara, añadí—: Si la quieres, atrá-pa-la.

Lo dejé petrificado. Lo único que se movía era su entrepierna: de no ser por el pantalón, se hubiese alzado tanto como el periscopio de un submarino.

—¿Te apetece...? —Me mordí el labio y esperé una respuesta por su parte:

Oui. —Se llevó la mano al bolsillo—. Tengo condones en la cartera. —Iba a saco. Aunque yo más.

—Tom, se dice: en la cajteja.

D'accord —lo pilló.

Me acerqué con cautela, poco a poco, queriendo reforzar su deseo de tenerme encima. Y funcionó. Cada vez respiraba más rápido y su tez empezaba a enrojecer. Supuse que en aquel perdido pueblo él tampoco habría mantenido relaciones sexuales y que estaría deseando tenerlas tanto como yo. Puede que incluso más: no soportó la espera. Se levantó y me agarró de la cintura.

Bien?

Palpé la destacable erección.

—Genial. —Tomé algo de distancia y le desabroché la bragueta: salió impulsada, menuda sacudida—. Bru-tal. ¿Nunca llevas ropa interior?

Con intención de vérsela mejor, retrocedí aún más, pero él me agarró de las muñecas y me acercó de vuelta para besarme.

Aquel fue mi primer beso en Trespadejo.

Decidida a dar un paso más, perdí la mano en su intimidad, se la agarré y dejé que mi puño patinase de arriba abajo.

—¡Oh! —Echó la cabeza hacia atrás con un gemido.

Este hizo eco en mí y fui consciente de que volvía a experimentar una sensación que había dejado abandonada en la ciudad, una sensación marcada por la incertidumbre, la excitación, el ansia... Me encantaba.

Se quitó la camiseta para que nuestros torsos se juntasen como era debido y, pronto, ya no me pude resistir: me agaché y quedé a la altura de la entrepierna.

No la tenía tan grande como Leo, pero se mantenía firme, bien firme, frente a mí. Me sentí señalada.

Clavé las rodillas, me recogí el pelo y en su rostro se dibujó una mueca traviesa. No conocía aquella expresión en él, pero me gustó descubrirla.

Con la lengua me mojé los labios, abrí la boca levemente, exhalé sobre la punta y...

—¿Qué ha sido eso? —Acababa de escuchar un golpe.

Merde. La puerta de casa. ¡Es mi padre!

Aquello me heló la sangre, algo realmente difícil en aquel estado.

—¡Estoy desnuda! ¡Desnuda! ¿Qué hago? —Me puse en pie y pegué saltitos.

Tom se vistió, fue corriendo hacia la puerta del salón y la cerró para ganar tiempo.

—¿Quién anda ahí?

—Yo —gritó el francés a su padre—. ¡Tom! ¡Voy!

Me examinó:

—¿La ropa?

—En el baño.

Para llegar hasta ella, tendría que cruzar el pasillo. El padre me vería.

—¡No me pueden pillar contigo en horas de trabajo! —Se agobió—. Tienes que marcharte. Te juro que luego te llevaré las cosas.

—¿Pretendes que me pire con todo al aire?

Me pasó la toalla que minutos antes había tirado al suelo.

—Eh. No. ¿Cómo voy a...? —Analicé la situación.

Nunca me había cruzado con nadie en las calles del pueblo. Aquella vez no tenía por qué ser diferente. Además, si me quedaba en la casa, el padre me vería, eso seguro.

Por tanto, opté por tomar otra decisión de mierda:

—Dale. ¿Por dónde salgo?

—Por la ventana.

—¿Crees que soy la jodida mujer araña?

—Es un primero. Yo lo hago siempre que me quiero fugar sin que me vean. —Ya no parecía tan buen chico.

Siguiendo las indicaciones, me asomé y vi que en realidad no había tanta altura. Me senté en el bordillo y acepté:

—Dale. Saltaré.

Merci. —Me dio un pico—. Te prometo que luego iré a verte. Y lo siento, de verdad.

—Nada. También ha sido culpa mía. Tendría que haber pedido permiso antes de desvestirme así sin más.

Le hizo gracia.

—Me encantas, Maria. —Se despidió—: ¡Voy a distraer a mi padre!

Miré hacia abajo y me armé de valor.

—Toca saltar. A la de una, a la de dos y a la de... —Me tiré— ¡tres!

Tuve mala suerte, la verdad.

En la ventana había un antiguo clavo saliente, la toalla se enganchó en él y caí completamente desnuda.

—¡No, no, no!

Traté de trepar para recuperarla, pero entonces escuché a una niña pequeña cantando en francés. Venía de entre los arbustos de los alrededores.

—¡La hermana! —deduje—. ¡Me cago en su familia!

Asustada ante la idea de que aquella niña viese a una loca en cueros trepando la pared de su vivienda, me marché corriendo.

«A pasear el conejo por todo Trespadejo».



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¡Corre, Maria! ¡Corre! jajjaj

SIGUIENTES ACTUALIZACIONES: 11 de junio.

INSTAGRAM/TIKTOK/TWITTER autor: jonazkueta

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