Capítulo 38
— ¡¿Cómo fuiste tan estúpida?! — gritó Alys.
— Lo siento, yo no podía hacerlo sin decirlo — sollozó la muchacha.
— ¡Estúpida! ¡Estúpida niña idiota! — dijo golpeándola, zarandeandola por los brazos con fuerza. — Toda la maldita guardia del rey debe estarte buscando.
— ¡Por favor mi señora! — se colocó de rodillas ante ella, jalando la tela de su vestido — ¡Te lo suplico, ayudame!
— ¿Ayudarte? ¡Imbécil! — Alys suspiró pesadamente, agachándose un poco y acarició el cabello de la chica —. Mi niña, mi niña has sido tan tonta.
La chica siguió llorando, mientras la pelinegra maldijo en su mente. No cabía duda de algo, si quería que las cosas salieran según su plan debía hacerlo ella misma o nada saldría bien.
— Lo has arruinado, lo sabes ¿verdad? — le preguntó, luego acarició su mejilla —. Traté de cuidarte y mira lo que has hecho.
— Mi señora…
— Ahora debo irme también, antes de que me relacionen contigo. Mi labor no ha terminado.
— ¡Pero tu prometiste cuidar de mí mi señora! — la acusó.
— ¿Y mira en qué situación nos has colocado? — dijo con un tono de voz dulce, casi apenada por la situación.
El ruido de los caballos se escuchó con fuerza. La chica abrió los ojos asustada, mirándole fijamente, suplicando por ayuda. Podía escuchar a la guardia entrando tumbando las puertas, derribando a quién se les atravesara.
— Vete y tomate esto — dijo entregandole un frasco con un líquido verde — ¡Vete!
La chica echó a correr por la puerta trasera apretando el frasco con fuerza, su única salida. La solución que le ofrecía la dama de la noche era muerte, inminente y rápida. Su corazón palpitaba, mientras daba tropezones con sus pies.
Miraba hacia atrás, preocupada por que nadie la viera. No tenía a donde ir, había tomado joyas del cofre de Laena y del de la princesa Rhaena, pero nadie lo aceptaría si eso significaba colocar una soga en sus cuellos.
— No importa qué tan rápido corras, no puedes huir — dijo una mujer alta, de vestido blanco colocándose frente a ella.
— No… — intentó abrir el frasco, pero dos hombres la tomaron de los brazos — ¡No! ¡Por favor, te lo suplico!
Ella le dio una media sonrisa.
— Hacemos lo que tenemos que hacer, pequeña.
Hizo una señal con su cabeza. Los dos hombres la presionaron con más fuerza, sintió como la tomaban del cabello y lo próximo que pudo percibir fue la sangre en su labio.
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Aegon había sido ejecutor aquella noche de cosas que nunca pensó, el manejo de la guardia de la ciudad. Los capas doradas obedeciendole, siguiendo sus indicaciones, mientras la gente lo miraba con asombro. No iba con sus ropas desgastadas, con alguna capa que cubriera su cabello plateado, no iba en busca de aceptación. Iba con su traje negro, donde el estandarte de su casa estaba bordado, portaba espada en mano y la furia de dragón en sus ojos.
— No hay nada aquí, mi príncipe — dijo uno de los caballeros de capa dorada que iba saliendo de una de las tabernas.
— Busquen en cada puto lugar, no me interesa si tienes que derribar cada casa de placer, quién se haya atrevido a esconderla se enfrentará a las consecuencias.
Aegon se alejó de él, avanzando por la calle mirando a cada persona. Observando con atención todo a su alrededor, las mujeres inclinaban su cabeza en señal de respeto compadeciéndose de su dolor, pero eso no le provocaba nada. No podía sentir nada más que rabia.
— Fui al puerto con Ser Criston, ningún navío será capaz de dejarla subir. Te lo aseguro — dijo Aemond.
— La serpiente marina mandó una flota, ningún barco va a dejar este maldito lugar sin ser revisado antes por su gente. — respondió Aegon.
Daeron también se acercaba a sus hermanos sin saber exactamente, mirando a Aegon a los ojos.
— Hermano…
— No digas nada — pidió Aegon, sintiendo como las lágrimas le picaban los ojos. Se tragó el nudo que se formó en su garganta y volvió a su caballo.
Daeron y Aemond se miraron en complicidad, era una sorpresa ver a Aegon con temple siendo alguien de emociones fuertes, su volatilidad estaba en una extraña clase de calma.
— Deberías volver a la fortaleza, si Laena despierta a la primera persona a la que querrá ver es a ti — dijo Daeron.
— No sé si yo pueda verla a ella — admitió —. Debí estar con ella, debí protegerla, ¡mierda, yo debí cuidarla!
— Es imposible estar con ella siempre Aegon, no puedes. No es tu culpa — Daeron colocó una mano en su hombro.
— Mi príncipe — le llamó un capa dorada.
Aegon y sus hermanos se acercaron hacia donde una multitud se había reunido. Daemon estaba de pie, mirándole fijamente como si estuviera esperando a que él hiciera algo. Se hizo paso justo a donde estaba el comandante de los capas doradas. Dos hombres llevaban tomada del cabello a la doncella de Laena, ambos miraron a Aegon.
— Aquí está lo que buscaba príncipe — dijo uno de ellos.
La chica lloraba con ganas, la gente le escupió y algunos la insultaron. Llevaba la ropa rota, la habían arrastrado por el suelo y tenía algunos rasguños sin importancia.
— Llevensela a pozodragón, no la dejen sin vigilancia. Nadie se atreva a tocarle un cabello ¿me escucharon? nadie hará nada hasta que yo lo ordene. Y denle el dinero a estos hombres — ordenó.
— ¿No harás nada aquí? — preguntó Daemon que estaba preparado con su espada para actuar.
— Necesitó respuestas — fue todo lo que dijo Aegon.
Daemon ya se lo esperaba, a decir verdad. Sabía tan bien como sus sobrinos que la chica no era más que la marioneta de alguien más, solo era cuestión de horas de dolor para que abriera su boca.
Hombres de la guardia se acercaron a la joven doncella, encadenandola de las manos y pies.
— ¿Dónde la encontraron? — preguntó Aemond a los hombres.
— Corriendo por la calle, asustada y a punto de beberse esto — dijo lanzándole el frasco al príncipe, quien lo cogió con agilidad.
— ¿Veneno? La perra se iba a suicidar — gruño Daeron.
Aemond vio el frasco con extrañeza, como si ya hubiese visto algo así antes. No lograba recordar dónde, no le tomo demasiada importancia.
— Vámonos de aquí — ordenó Aegon.
— No la alimentes, con un par de días conviviendo con las ratas seguramente hablará sola — murmuró Daemon a uno de los hombres que estaban con él.
La gente en desembarco del rey le escupió, le lanzaron piedras mientras los caballeros la llevaban arrastras, la insultaron con odio, una mueca de sonrisa de satisfacción se formó en el rostro de Aegon. Que sufriera no apagaba su furia pero lo calmaba.
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Laena había sangrado bastante por lo que se sentía débil y cansada, aun así el dolor físico no se comparaba con el dolor de su alma. Despertar significaba que estaba viva, que debía afrontar una nueva realidad. No quería romperse, pero le dolía respirar y le dolía sentir palpitar su corazón.
— Laena, estás despierta — susurró Rhaena sosteniendo su mano cuando la vio.
Observó a las personas en la habitación, su madre sentada cerca de la mesa de noche, Baela sentada sobre uno de los muebles de ropa y Luke con espada en mano frente a la puerta como si en cualquier momento alguien pudiese entrar a lastimarlos.
— Oh, mi niña — su madre se acercó de inmediato — Laena…
Solo pudo alzar su mirada antes de sentir como sus ojos se llenaban de lágrimas involuntarias, era consciente de todo. Sabía que estaba en cama porque había pérdido a su hija.
— Madre.
Rhaenyra acarició su cabello, la beso por todo el rostro aliviada de verla con vida. El dolor era algo que podía manejar, pero no la culpa. Sabía que su madre estaba sufriendo por ella, pero la parte más egoísta de su corazón se alegraba porque ella respirara ¿cómo podía culparla?
— Te amo, te amo — susurró.
Laena sonrió, hizo a un lado las sábanas. Había manchas de sangre, su corazón dio un pequeño salto, así como su respiración se aceleró un poco, pero se negó a seguir mostrándose frágil.
— ¿Dónde está Aegon, Luke? — preguntó a su hermano que había tratado de no verla.
Parecía confundido, como si no supiera si responder o no.
— Laena… él está en la ciudad con Daemon — finalmente respondió.
Ella asintió con la cabeza. Aegon estaba lidiando con su propio dolor, estaba buscando culpables donde no encontraría, sería incapaz de ver que la única responsable de todo, era ella.
— Quiero bañarme. Hay sangre en las sabanas, quiero bañarme. Estoy sucia — dijo intentando moverse.
— Laena — murmuró por primera vez Baela.
— Quiero bañarme ¿vas ayudarme o me dejarás hacerlo por mi misma? — dijo apretando los dientes, molesta.
— Te ayudaremos — dijo su madre con suavidad.
Las doncellas se pusieron en marcha para preparar agua caliente, sábanas nuevas para la princesa de cabello castaño, todo mundo comenzó a moverse en la habitación. Laena miró el camisón que le habían puesto, ya lo había manchado de sangre.
— Prepara un vestido, no pienso quedarme así — le dijo a Dyana, quién se había ofrecido de inmediato en apoyar.
— Si, mi princesa — respondió la joven.
Rhaenyra seguía mirando a su hija, podía ver el dolor en su rostro, podía ver en aquella palidez la frustración y en sus labios la rabia intacta. Después de todo, Laena no era tan diferente a ella.
— Luke… — murmuró Rhaena.
— Estaré afuera — dijo para después abandonar la habitación.
Aegon había llegado a la fortaleza, lo primero que hizo fue quitarse la capa negra entregandosela a una de las criadas. Se desabotonó los primeros dos botones de la camisa, sentía que se asfixiaba, sentía que su cuerpo estaba atravesando por un campo de batalla.
— Mi príncipe — una de las criadas agacho su cabeza ante él, llevaba sábanas manchadas de sangre en las manos.
Su corazón latió con fuerza, se apresuró a subir las escaleras hacia sus aposentos con Laena.
— Despertó — fue lo primero que escuchó de los labios de su cuñado, quién se abrió paso para dejarle pasar.
— Aegon — murmuró Rhaenyra con sorpresa cuando la puerta fue abierta abruptamente.
Vio como entre Baela y las doncellas desvestían a Laena para meterla a una tina con agua humeante.
— Me haré cargo — dijo con firmeza.
Ninguna mujer dijo nada, Rhaenyra miró resignada a su hermano. No se iba a interponer entre ellos, sé necesitaban incluso si Laena se negaba a mirarlo a los ojos, su corazón lo anhelaba profundamente.
Todos abandonaron la habitación, Aegon la sostuvo por la cintura y le ofreció su mano libre para que se apoyara. Laena se sentó dejando que el agua caliente empapará su cuerpo.
— ¿Qué haces? — preguntó Laena cuando lo vio deshacerse de su camisa.
— Estar contigo — respondió él.
Aegon se colocó detrás, Laena recargó su cabeza mientras sus brazos la rodeaban. Lloró en silencio de nuevo, ¿por qué si no podía ser vulnerable con él con quién lo sería? No se atrevió a preguntarle nada sobre lo que hizo en la ciudad pero él tampoco dijo nada.
Aegon limpio su cabello, pasó el jabón de rosas sobre sus brazos frotando con suavidad. Hizo pequeños círculos alrededor de su espalda y deposito un beso cerca de su oído, permanecieron juntos hasta que el agua se volvió fría.
— Ven — Laena movió sus brazos hacia él, Aegon la alzó sin problema.
— Perdón — susurró ella.
Él sintió como las lágrimas amenazaban con abandonar sus ojos pero las contuvo.
Aegon se sentía culpable, quizá los dioses lo habían castigado recordando aquella vez cuando le había dicho a Laena que no deseaba ser padre.
— Yo debí estar contigo, no es tu culpa Laenaerys — murmuró apretandola contra sí mismo.
— Aegon, yo le prometí un maestre y nadie fue — sollozó.
— ¿De que hablas? — preguntó.
— A Saury, la niña del lecho de pulgas. Le dije que iría alguien a ayudarla y nadie fue. Por eso me hizo esto.
— No es tu culpa, no es tu culpa — dijo con tono autoritario —. No es tu culpa, eras una niña tu también.
Laena sentía que podía haber hecho más... Siempre podía hacer más de lo que hacía.
Si Laena había dado una órden y había sido desobedecida solo era por qué alguien había pasado por encima de su autoridad como princesa, esa persona solo podía ser Otto.
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El rey Viserys había sido notificado que su nieta había despertado, quería verla. Quería ver a su hijo, quería expresar su pena. Había sufrido al saber que la pérdida de su nieta era la de una niña.
— Mi rey, aún estás débil — murmuró Alicent.
— Soy perfectamente capaz de ir a sus aposentos, esposa — insistió.
Alicent suspiró con pesadez. No creía conveniente la visita de Viserys a los aposentos de su hijo, ambos príncipes eran volátiles. Aegon estaba molesto y dolido, solo había bastado ver el rostro del aprendiz del maestre para saber que nadie debía interponerse en su camino.
— Mi niña, has sido muy valiente — susurró el rey acariciando su mano. Laena tenía una mirada triste, pero le escuchaba con atención —. Una pérdida siempre es dolorosa, yo lo sé, pero aprenderás a vivir con esto mi alegría y verás que encontrarás consuelo en tu familia que te ama.
— Lo sé mi rey — fue todo lo que pudo decir con sus ojos rojos y notablemente hinchados.
Viserys se giró hacia Aegon, vio a su hijo de quién sabía que había encontrado a la doncella que había lastimado a su familia, eso lo hizo sentirse un poco orgulloso de él. Lo hizo verlo más como un príncipe y menos como antes.
— Todo estará bien, luego podrán intentarlo de nuevo. Tendrás un hijo, ya lo verás, Aegon.
El rey sonrió le sonrió a su hijo, colocando una mano sobre su hombro y ejerciendo un poco de presión. Contrario a lo que el rey esperaba, Aegon se sintió incómodo ante su toque, sintió ligeramente su respiración acelerada e hizo un amago para apartar con un movimiento de hombro la mano de su padre. Le miró fríamente, mientras su mano sostenía la de Laena que tenía una mirada indescifrable.
Rhaenyra sintió que debía decir algo, sin embargo Laena no se quedó callada.
— Claro… intentarlo tantas veces como mi abuela, Aemma.
Su voz estaba rota y los ojos empañados en lágrimas, entonces el rey Viserys se dio cuenta que sus palabras quizá no habían sido las correctas. Lo tomó por sorpresa la mención de su difunta amada reina.
Todos guardaron silencio de repente; Daemon miró a su hermano con cierta molestia en el rostro. Nadie se atrevió ni siquiera a respirar. El maestre Gerardys había dejado de hacer su deber y las sábanas se resbalaron entre los dedos de una de las criadas presentes.
— Estoy contigo — murmuró Aegon, dando un suave apretón en la mano de su esposa y besando sus nudillos.
— La princesa necesita comer algo, lo mejor es dejarla prepararse para el funeral — mencionó el maestre del rey.
Alicent miró de mala manera al hombre, todo mundo parecía clavado en su lugar. La tensión era palpable en el aire. Laena no apartó la vista de su abuelo, el rey, lo miraba con su semblante severo. La princesa Rhaenyra no se había atrevido a decir nada, guardando un silencio incómodo; la rabia danzando en sus ojos púrpuras. Desde la muerte de su madre no había experimentado aquel resentimiento hacia su padre.
— Descansa, mi alegría. Sé que pronto te sentirás mejor — aseguró Viserys con su voz cansada, abandonando el lugar a paso lento, el sonido de su bastón contra el suelo resonaba cada vez que avanzaba.
Laena apretó los labios en su lugar consumida por el coraje y el dolor.
— Aegon — musitó el rey con debilidad, casi en una súplica —. Acompáñame, hijo.
Él mencionado le miró fríamente, su rostro no reflejaba nada que no fuera desdén por el rey.
— Me quedaré con ella — dijo con firmeza, manteniendo su agarre en torno a la palma de la mano de Laena —. Mi esposa es quién me necesita en este momento — señaló con obviedad, su espalda estaba recta y su mirada firme.
— Tienes razón — razonó el rey.
Todo el mundo abandonó la habitación, Laena aún se sentía adolorida pero con ayuda de Aegon se vistió. Sabía que Helaena quería verla pero no podía levantarse de la cama, lo cuál estaba siendo una tortura para la princesa Targaryen.
— Laena — dijo su tía con tanta pena que sentía que el corazón se le rompía un poco más.
— Estoy bien — aseguró sonriendo, tomando la mano de Helaena.
— Lo siento tanto, si yo hubiese… ¿Pueden perdonarme? — preguntó Helaena mirándolos a ambos.
— No hay nada que perdonar — aseguró Laena.
Aegon miró a su hermana y tomó su mano, dándole un beso.
Hubo un momento de silencio, Jacaerys se acercó a Laena y la abrazó con cuidado. Ella intentó no llorar de nuevo, se esforzó demasiado en eso. Jace no dijo nada, pero aquel abrazo había dicho mucho.
Helaena había insistido en estar presente en el funeral, habían mandado traer para ella una silla de ruedas de madera. La habían llevado con mucho cuidado y a riesgo hacia el monte donde la pira estaba expuesta.
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Laena sintió su corazón abandonar su pecho, el cuerpecito de su pequeña hija estaba en un vestido infantil blanco, con detalles dorados y la reina Alicent había colocado en su pequeña cabecita una diadema de pequeñas florecitas blancas.
Esa sería la última vez que verían a Aerya.
— Oh — llevó las manos a sus labios.
Aegon la sostuvo por la cintura. Ambos estaban sufriendo.
— No hay forma de sanar el corazón que duele. No hay forma de reparar lo que han roto. No sé si puedo soportarlo, no sé si quiero soportarlo — murmuró mirando hacia otro lado.
— No creó que el dolor nos deje nunca. Mírame — ella negó, sin embargo Aegon colocó su mano con suavidad sobre su barbilla obligándola —. Tu juntaste cada pedazo de mí, tú reparaste lo que soy y me salvaste de lo que pude haber sido. Tú eres todo. No tienes por qué soportarlo, dámelo a mí, ,yo puedo hacerlo por ambos. Lo haré por ti.
Laena se había negado a hacer un funeral simplemente Targaryen. No podía cuando su corazón cantaba a las olas de mar como una verdadera Velaryon. El cuerpo había sido colocada en la pira, sería incinerado por fuego de dragón y las cenizas serían colocadas en una caja adornada con piedras de cristal y conchas del océano; Laena y Aegon navegarían en un barco después para esparcirlas por las aguas de Marcaderiva y Dragonstone, cómo se había hecho con las de su padre, Ser Laenor Velaryon.
Sunfyre y Moonlight estaban ahí cerca de sus jinetes, sunfyre abandono a moony y se acercó a la pira funeraria despacio, graznando gruñidos mientras la gente le observaba. Aegon contempló una vez más a su hija, el corazón le dolía.
Rhaenyra miró a su hermano, recordaba aquella vez en el funeral de su madre. Era difícil, era doloroso.
— Dra… Dracarys — ordenó Aegon.
Sunfyre soltó un chillido que pareció igual a un lamento antes de soltar el fuego del dragón en la pira. Todo se quemó, todo se quemó. El tiempo pasó rápido para Laena, sirvientes de la casa Velaryon se aproximaron para recoger las cenizas y entregarle la pequeña cajita a Laena.
— Que la princesa Aerya sea recibida en los siete reinos celestiales — dijo alguien.
— Del mar vinimos y al mar volveremos — dijo su abuelo, la gente de la casa Velaryon agacho su cabeza hacia ellos.
Laena no había mirado con atención a las personas presentes, la rabia fluía lenta y el odio en su rostro fue palpable al encontrar a Otto Hightower y Larys Strong ahí, en sus adentros riéndose de su dolor.
— Laena — dijo con confusión cuando le entregó la pequeña caja de cenizas. Aegon la intentó tomar de la mano pero ella se movió.
— ¡Fuiste tú, ¿no es así!
— ¡Laena! — gritó su madre.
Había sido rápida la forma en que su daga presionaba con fuerza el cuello de la mano del rey.
— ¡No Laena! — grito su abuelo.
Laena gritó enojada, clavándosela en la clavícula, eso no le causaría la muerte pero si mucho dolor, Laena alzó su mano de nuevo y la alejaron de él de inmediato.
— Princesa — dijo Otto con dificultad.
— Nunca vivirás en paz mientras yo esté en este mundo Otto, te lo juro. ¡Sueltame, sueltame!
Sintió como la habían soltado por un momento, Aegon había quitado a los guardias que habían ido a por ella y ahora era él quién la sostenía, Laena se rompió en ese instante frente a los ojos de todos. Sus rodillas fallaron, mientras Aegon la abrazaba.
— Otto debe ser atendido — dijo el rey.
— ¡Es su culpa, la muerte de mi hija!
El padre de la reina fue llevado de nuevo a la fortaleza para ser atendido, la gente murmuró con sorpresa el arrebato de dolor que había tenido la princesa compadeciéndose de ella. El dolor podía volver loco a cualquiera.
— Laena — su madre se arrodilló junto a ellos.
Aegon se había apresurado para llevarse a Laena de ahí. Subieron al navío que llevaba Luke al mando, mientras la serpiente marina venía detrás y otro más de su comitiva les seguía.
— Fue él, no sé de qué forma pero él siempre está involucrado ¿me crees? — miró Laena con ojos llorosos a su esposo.
— Te juro que no se quedará sin castigo, te lo prometo.
Laena miró hacia el mar, su vida había sido encadenada al dolor desde que los dioses habían colocado en ella la sangre de dragón. Mirando las cenizas de su pequeña hija en sus manos, se prometió así misma que iría por ellos con fuego y sangre.
Sunfyre y Moonlight pasaron volando bajo entre los navíos, el dragón blanco dejo escapar su fuego de color plata hacia el cielo.
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Aegon había regresado con Laena por la noche, su esposa dormía. No había sido capaz de despertar, estaba agotada y cansada, había sido capaz de ponerse de pie y velar a su hija, había sido capaz de decir adiós. ¿Qué paz podía darle él?
— No me moveré de aquí, me quedaré con ella hasta que vuelvan — dijo Luke.
— Gracias — respondió Aegon.
Subió a su caballo, los hombres se prepararon para seguirle. Nadie se sorprendió cuando vieron que Aegon no se dirigía a la cueva de los dragones.
— Mi príncipe, sentimos su pérdida — dijo uno de los cuidadores de dragón.
— Nadie lo siente más que yo.
Aegon avanzó hacia el centro donde los guardias habían dejado a la doncella de Laena.
— ¿No quieres esperar a saber que quiere hacer Laena? — preguntó Daeron en voz baja.
Quién escuchó la risita sarcástica de su tío Daemon.
Aegon miró a su hermano menor, él no conocía a Laena. Nadie la conocía como él y es por eso que esta decisión era suya y de nadie más. Laena la perdonaría por la culpa o quizá la mataría y luego se culparía, no le daría esa carga. Él era quién debía protegerla.
— Sé lo que tengo que hacer.
Nadie se interpuso en su camino.
— ¿Quién te lo ordeno? — preguntó.
La doncella alzó su mirada hacia él, pudo ver el miedo en sus ojos pero eso no doblegó su furia ni lo compadeció la juventud de su rostro.
— Por favor — murmuró.
No había comido, no había tomado agua y las ratas ya la habían mordido. Tenía sangre seca en el rostro, en los brazos y estaba notablemente sucia, apestaba. Estaba sufriendo; Aegon deseaba que sufriera más, que le doliera hasta la muerte.
Aegon la tomó del cuello, la golpeó en el rostro.
— ¿Quién te lo ordeno? — preguntó nuevamente.
— Por favor mi principe — suplico.
Daeron la sostuvo por los brazos junto a otro guardia obligandola a estar de pie, su cabeza se movía hacia los lados, débil, sin fuerza. Aemond se acercó a su hermano, entregandole una pieza de metal que la hizo abrir los labios con miedo, su cuerpo comenzó a temblar.
— ¡No, por favor no! — sollozó.
— Habla — gruño Aegon con la respiración agitada.
— Piedad, pido un juicio ante la princesa Laena — suplico.
Aegon hizo una mueca de sonrisa. Laena, la adorada princesa, noble, tan justa para brindarle una muerte menos dolorosa.
— ¿La princesa que está en cama por tu culpa? ¿Mi esposa? ¿La mujer que hoy esparció en el mar las cenizas de su hija? No — murmuró —. La única justicia que hay para las ratas como tu es esta.
El golpe la hizo desvanecerse, se sostenía sólo porque había personas que la tomaban con fuerza por los brazos. Daeron la dejó caer al piso, su pie la movió.
— Termina con esto, di lo que sabes — pidió el menor de los hijos de Viserys.
— No quiero morir — lloro.
— Vas a morir de todas maneras, haz algo bueno por tu alma — insistió Daeron.
Daemon le miró con curiosidad, había demasiada nobleza en el alma de ese joven que no parecía desalmado, sin embargo Aegon estaba desesperado.
— Habla perra, dime quién te lo ordeno — Aegon la presionó en el piso, su pie pisaba su mano mientras ella gritaba.
— ¡La dama de la noche! — exclamó.
Aegon compartió una mirada con los presentes en la habitación, Daemon parecía incluso sorprendido por las palabras de la joven.
— ¡No sé… quién es! Cuido de mí… me cuido — dijo con la respiración entrecortada mientras la sangre le bajaba por la frente.
— ¿Dónde está? — le preguntó Daeron.
— Se… — le costaba tomar aire — Se fue… se ha ido… por mi culpa.
No era la primera vez que Aegon escuchaba sobre la dama de la noche, la primera fue cuando sus sobrinos fueron atacados. ¿Quién era esa maldita mujer?
— La llaman… la dama de los ríos.
— Mátala — dijo Daemon a Aegon.
— Por… por favor — suplico.
— Tu dama de la noche ¿tiene algo que ver con la mano del rey? — la cuestiono.
— No sé, hay un hombre… con las llaves… sobre los calabozos — murmuró.
Aegon sentía que nada de eso servía. Ese hombre era el mismo que había dejado escapar a la loca que había atacado a sus sobrinos, todo era una confabulación en contra de su familia.
— Estoy seguro que la princesa Laena no te suplico pero eso te habría gustado ¿no? — preguntó Aegon presionando con fuerza mientras ella gritaba ante el dolor que le provocaba — No debiste haberlas tocado.
— Aegon — murmuró Aemond.
Aegon aún tomaba el mazo con fuerza, presionando con rabia. Dio un golpe más en su rostro, la sangre les salpico. Hizo una señal a uno de los cuidadores y sunfyre apareció. El dragón dorado mostró sus colmillos amenazantes.
— Destrozala — murmuró Aegon a su dragón.
Todos dieron dos pasos hacia atrás cuando el dragón olfateó a la doncella semi desmayada, sus colmillos la tomaron por la mitad del cuerpo. Se escuchó el hueso de la columna partirse en dos, el dragón la escupió y miró a su jinete. Aegon no tuvo que pronunciar palabra alguna, el fuego del dragón se hizo presente y luego el dragón dorado la devoró en un bocado.
— Investiguen quién es esa puta dama de la noche — ordenó Daemon a uno de sus hombres de confianza.
Sus sobrinos lo vieron y él los miró a ellos.
— Vamonos — Aegon tomó su capa negra y la colocó sobre sus hombros.
Daemon se acercó a él, lo que le sorprendió un poco.
— Aegon — dijo.
— Su sangre corre por mis manos y no es suficiente, no sufrió lo suficiente. Nunca será suficiente.
No tardaron en volver a la fortaleza. Rhaenyra les esperaba en la entrada, llevaba una capa que la protegía de la brisa fresca.
— ¿Qué sucede? — preguntó Daemon.
— El rey ha sugerido que volvamos a rocadragón. Quiere que lleve a Laena con nosotros, por su bienestar. Lo he pensado y tal vez sea lo mejor, Aegon, vengan con nosotros.
Aegon miró a su hermana con desconcierto, aún tenía sangre en el rostro y las manos.
— Laena no se irá jamás y yo tampoco puedo irme, Nyra.
— Aegon — su hermana lo tomó del brazo.
— No fue una sugerencia ¿verdad? — preguntó Aegon molesto.
Rhaenyra miró a Daemon.
— Le hará bien a Laena — dijo Daemon.
Aegon no estaba seguro. No era por el bienestar de Laena, era por lo sucedido con Otto y los rumores que la acción había desatado en la fortaleza.
— Laena no está loca, ella solo está sufriendo — gruñó Aegon.
— ¿Y tu crees que no lo sé? — preguntó Rhaenyra —. No quiero perderla, Aegon, no quiero perderte a ti, tú también sufres.
Aegon sabía que su hermana tenía razón. Tanto Laena como él estaban destrozados, no sabía que continuación había después de eso.
— Baela y Jace permanecerán aquí. Volveremos en cuánto Laena se sienta lista para volar en dragón, el mar es parte de ella Aegon. Es parte de quién ella es.
— Haré lo que Laena quiera hacer.
Esa era su decisión firme, no había nada que lo hiciera cambiar de parecer. Aegon haría lo que fuera mejor para Laena pero nunca pasando encima de ella, nunca pasando encima de su corazón, de sus deseos.
— ¡Mierda, mierda! — gruñó sintiéndose abatido.
Quería una copa. Quería emborracharse. Lo deseaba.
Aegon tragó saliva. Por un momento dudo. Tuvo que tomar aire, dio dos pasos hacia atrás para dirigirse al otro lado de la fortaleza… un lado al que raramente visitaba.
— Mi príncipe — dijo una de las doncellas con sorpresa.
La criada abandonó la habitación de inmediato.
— ¿Aegon? — dijo su madre en forma de pregunta — ¿Estás herido? — echó las cobijas a un lado.
Aegon se acercó rápido, Alicent no dudo en recibirlo con los brazos abiertos y le sorprendió escucharlo llorar con tanto ímpetu, pero sobre todo con ella.
— Aegon — murmuró con sorpresa.
La reina lo abrazó con fuerza, mientras acariciaba su cabello rebelde con cariño. No sabía bien cómo actuar, el amor era existente. Amaba a sus hijos con cada parte de su ser, amaba cada hueso en sus cuerpos, cada cabello, cada pestaña, los amaba con una fuerza impresionante incluso si a veces no sabía demostrarlo.
— Aegon, mi niño… mi dulce niño.
Aegon no había querido actuar igual que un infante pero había algo gratificante en poder recibir consuelo en los brazos de su madre, siempre había huido de Alicent, siempre se había dejado a un lado cuando de ella se trataba, no se acercaba a ella, intentaba no interactuar si no debía, no forzaba la relación que sentía inexistente entre ellos, pero ahora en ese momento la necesitaba. Necesitaba a su madre.
— Lo siento tanto, no tienes idea… si pudiera tomar tu dolor lo haría, lo tomaría para mi misma — susurró.
— Perdí a mi hija, es mi culpa — dijo con voz rota.
— Aegon… — murmuró sin saber muy bien qué decir.
Alicent sintió que su corazón se rompía, su hijo sufría y no había nada que ella pudiera hacer para cambiar eso. ¿Qué clase de madre era? ¿Qué tenía para ofrecer en ese momento?
No sabía, pero lo abrazó con fuerza. Acarició su cabello y dejó que su cabeza descansara sobre sus piernas, lo dejó llorar hasta quedarse dormido mientras ella lo observaba, mientras admiraba cada facción de su rostro.
Era suyo. El mismo bebé que había acunado, con la diferencia de que ahora era un hombre adulto, pero era el mismo rostro angelical, los mismos ojos melancólicos, los mismos labios delegados que de en cuando en cuando curvaban una sonrisa al dormir.
Era como ella y quizá esa era la razón por la que ella había actuado como una idiota con él, Aegon era muy parecido a ella.
— Mi reina... — llamó Ser Arryk.
— Me busco a mí — murmuró con lágrimas en los ojos.
— Un hijo siempre buscará a su madre.
— Es Aegon, él es diferente… esto es, él me quiere Ser Arryk, a pesar de todo… él me quiere.
Alicent se limpió las lágrimas con las manos, Ser Arryk le sonrió.
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—Estás enojada conmigo y no puedo entender por qué, si tú eres mi alegría.
El rey tomó su mano, pero Laena apenas y parpadeó.
—Soy tu alegría pero ¿te importa mi vida? ¿Te importa mi dolor? —dijo en un susurro, viéndolo a los ojos y no vislumbrando un solo destello de arrepentimiento—. Dejarías que cada una de nosotras muriera si eso asegurase la corona. La dejaste morir.
El rey sintió un dolor en su pecho tan grande como el pisotón de un elefante, como un huracán haciendo añicos dentro de su pecho, presionando su corazón. Amaba a Rhaenyra, amaba a Helaena, la amaba a ella.
—Laena, lo sabes mejor que nadie. Cuando naces con sangre de dragón, cargas con un gran peso sobre tus hombros. Todos en esta familia debemos cumplir con nuestro deber, todos entregamos algo a cambio.
Ella apartó su mano despacio, aun dolorida; los ojos del rey se empañaron, pero Laena no sintió lástima; el hueco en su estómago y en el centro de sus costillas se había tratado cualquier pena que pudiese experimentar hacia Viserys.
— A veces me encuentro deseando poder volver a ese día y pasárselo todo a Rhaenys, para ser solo otro príncipe Targaryen.
Laena hizo una mueca, tratando de imitar una sonrisa, pero los labios ni se curvaron.
—¿Crees que solo así la habrías salvado? —preguntó—. Tú tenías herederos, solo que jamás quisiste verlo.
—Me habría gustado que la conocieras, si pudiera... —Hizo una pausa tratando de mantener su escasa compostura—. Si pudiera elegir me habría gustado que tuvieras a tu abuela. Aemma hubiese sido mejor que yo en esto.
—Te quiero. —Laena sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas—. Eres un buen rey, pero no has sido un buen padre, tampoco un buen abuelo. Y si también me quieres, te irás y me dejarás sola.
El rey asintió débilmente con la cabeza tras debatirse unos momentos, cansado y enfermo, levantándose con ayuda de un bastón, amagando con trastabillar y desplomarse. Y, por alguna razón, esa idea causó un atisbo de placer en Laena.
—Eres la única princesa que es capaz de ordenarle a un rey, aún y cuando sabes que es mi voluntad la que se hace, sigues recordándome a mi madre —murmuró abandonando la habitación.
Laena lo sabía. Viserys la amaba y ella lo quería a su manera. Sin embargo, había tomado una decisión. La vida de su abuelo se apagaba frente a sus ojos, pero ya no haría nada para rescatarle; había cosas que estaban destinadas a suceder, y esa era una de ellas. Su madre debía subir al trono.
Su corazón latió, se desconocía a sí misma.
— Laena — ella parpadeó mirando hacia la puerta.
— Aegon — murmuró, sus ojos estaban rojos e hinchados, tenía sangre seca en la cara y en las manos.
— ¿Te dijo algo? dímelo y acabaré con él — le dijo con la furia encendida en sus ojos.
— Quiere que me vaya, sigo siendo peligrosa ¿vez? — preguntó entre broma y tristeza.
Aegon se sentó al borde de la cama, Laena se acercó de inmediato a abrazarlo. Nadie comprendía mejor lo que sentían que ellos mismos, habían perdido a su hija. Habían perdido un sueño que habían compartido juntos.
Estaban rotos, pero se sostenían mutuamente. Ligados con hilos dorados, con hilos de sangre, con hilos de dolor, con hilos de amor, se tejían suavemente.
Ya se va a morir Viserys y habrá fiesta 🎉
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