Capítulo 30


Aegon sentía el frío atravesar el abrigo. Nunca había estado en el norte, sin embargo Sunfyre parecía saber muy bien a dónde debía ir; los primeros rayos del sol le golpearon la cara, agradecía qué su dragón fuera joven pues era más rápido y ágil qué los demás. 

Vamos Sunfyre, busca a Moonlight — dijo palmeando a su dragón. 

La gran bestia dorada comenzó a descender de los cielos, aproximándose a la tierra, rugiendo con fuerza. Vio a las personas correr, seguramente para avisar a su Lord del avistamiento del precioso dragón dorado. 

Bien hecho Sunfyre — murmuró, su dragón inclinó su ala para que pudiera bajar, había salido tan apresurado qué ni siquiera llevaba montura. 

Hombres vestidos de trajes de piel se acercaron a él, venían todos armados con lanzas, espadas y cautelosos de cualquier situación que pudiese suceder. 

— Soy el príncipe Aegon Targaryen, — anunció — hijo del rey y he venido por mi esposa, la princesa Laena. 

Los hombres se voltearon a ver y se rieron, aquella situación le dejó perplejo. 

— Disculpe mi príncipe, ¡guarden silencio idiotas! — gritó el hombre más grande viendo hacia los demás que parloteaban entre sí — pero una vez vino aquí el mismísimo príncipe canalla, Daemon Targaryen y se fue sin nada, esperamos que usted tenga suerte. 

Aegon frunció el ceño, cuando vio las miradas divertidas de los hombres, odiaba ser el objeto de burlas, nada detestaba más que aquello. 

— ¿Me guiará o debo ir solo? Estoy seguro que en el norte saben recibir a un príncipe como es debido — Sunfyre camino hasta su lado, mostrando los colmillos a los norteños, mientras su cola cubría la retaguardia de su jinete. 

— Por supuesto príncipe Aegon, pero me temo que su dragón debe quedarse aquí — respondió el hombre. 

— ¿Dónde está el dragón de mi esposa? — preguntó. 

— La reina blanca siempre se encuentra en la montaña, cuidando de sus huevos — le respondió el otro. 

Ve, busca a Moonlight y quédate con ella — ordenó a su dragón, éste profirió un sonoro rugido que hizo a los hombres retroceder y alzó sus alas a vuelo en  busca de su pareja. 

El hombre le hizo una seña con su cabeza, Aegon empuño del mango su espada y le siguió. 

— Ser Cellygan a su servicio mi príncipe — le sonrió. 

Aegon dio un asentimiento de cabeza, sintiéndose extraño en tierras desconocidas. Tan fuera de su zona de confort, le parecía casi irreal el lugar con esos climas tan increíbles, había árboles con flores y el sol estaba presente. 

Lo guiaron al interior del castillo, las mujeres que se encontraban le miraban con asombro y sonreían con un toque de coquetería, por supuesto él ni siquiera les había puesto atención. Aunque no era sorprendente que lo hicieran, era la primera vez que un principe con apariencia Targaryen aparecía en el norte, con aquel ropaje fino negro y aspecto de un mismo dios, con su cabello de oro plateado encima de los hombros. 

Fue recibido por Lord Cregan Stark y Lady Arra, por supuesto Lady Arra no le había dirigido la palabra, aquello le preocupaba. 

— Príncipe Aegon — sonrió una pelinegra. —, bienvenido soy Sara Snow. Mi cuñada, me ha pedido que me acerque a preguntar si necesita algo. 

Laena le había hablado de ella, la conocía, hermana bastarda de Cregan, la famosa Sara Nieve, eterna enamorada de su sobrino Jacaerys. 

— Quiero ver a mi esposa, no necesito nada más que a ella, Lady Sara, llevo esperando más de una hora, por favor búsquela —. Dijo mirándole fijamente. 

Sabía que ella no era ninguna Lady, pero trataba de ser amable, ella le miró un tanto enternecida. La esposa de Cregan le había dicho que Laena aparecería y eso había sido todo; los minutos ya habían pasado e incluso el norteño se había marchado a atender un asunto importante que requería su atención, comenzaba a impacientarse, pero se lo merecía, estaba seguro de eso. 

— ¿Una hora? Lo siento tanto príncipe, ¿puedo ofrecerle algo de comer? — preguntó con amabilidad, acercándose. 

La puerta principal de la habitación a la que había sido conducido Aegon se abrió, dejando ver a su esposa entrar con un vestido casi dorado, bolsas moradas bajo sus ojos y un aspecto serio que pocas veces percibía en ella. 

— No te preocupes Sara, me haré cargo yo misma — la voz de su esposa era tan neutral como se podía. 

La chica dio un asentimiento de cabeza, abandonando la habitación. 

— Laena — se acercó, pero ella le empujó. 

— Aegon, no. ¡No te atrevas idiota, desgraciado! — le advirtió. 

— ¿Idiota yo? — preguntó molesto — mírate dónde estás, has venido al norte, demasiado lejos de tu casa, de tu familia, sola y embarazada Laena.

Ella le miró con la furia enmarcada en el rostro. 

— Pues hace poco eso no pareció importarte, al menos no cuando te suplique que no me dejaras sola — murmuró. 

Aegon trago saliva. 

— Yo estaba aterrado, sigo aterrado, ¡maldita sea! — dijo moviéndose de nuevo hacia ella, tomándola de los hombros — ¡si, soy un idiota y fallo, fallo todo el tiempo pero te prometí que sería mejor, que sería un mejor hombre para ti y lo estoy intentando! ¡Estoy aquí por ti! 

— ¡Entonces no sueltes mi mano cuando las cosas se ponen difíciles! — gritó Laena quitando sus manos. — No lo hagas, no me dejes huir. Yo tampoco soy perfecta y a veces — las lágrimas escaparon de sus ojos — a veces necesito que te aferres a mí, porque no quiero irme, quiero estar contigo. 

— No quiero que huyas, quiero que te quedes conmigo siempre — le dijo casi desesperado, para besarla abruptamente. 

La princesa castaña se dejó besar y llevó sus manos a su cabello plateado, enredando sus rizos en sus dedos.

— Laena — susurró sobre sus labios —. Eres lo único que vale la pena en mi vida. 

— No te quiero obligar a hacer esto. Te amo y no quiero obligarte a ser lo que no quieres ser. 

Aquello casi lo hizo sonreír, su sobrina-esposa, era la mujer más noble que había conocido nunca. Tenía un corazón tan puro que ni en mil años podría ser merecedor de el, no entendía cómo es que ella podía quererle tanto, pero estaba tan agradecido por eso, porque entonces significaba que había algo en él que valía la pena incluso si solo era visible ante su esposa nada más. 

— Laena, quiero hacerlo. Incluso si no tengo idea de lo que hago, quiero hacerlo porque es contigo, perdoname, no te mereces mis estúpidos miedos, intentaré ser un padre decente para ese bebé — murmuró sosteniendo su mano. 

— Estás aquí, viniste por nosotros. 

— ¿Dudaste que lo haría? — preguntó con duda. 

— Sabía que vendrías — le dijo rozando sus labios — sabía que lo harías. 

— Laena…  — ella acarició su mejilla. 

— Solo sé el padre que te hubiese gustado tener, hagamos esto juntos — dijo.

 
— Ahora mismo sigo aterrado — admitió con una pequeña sonrisa. 

— Aegon, yo también tengo miedo y te necesito, porque estoy tan aterrada porque… 

— Eres maravillosa — la interrumpió con un pequeño beso —. Serás mejor que yo en esto, sin duda alguna. 

Cuando se alejó de ella miró sus ojos, había algo en ellos que le decía que algo no estaba bien del todo. 

— Aegon, la carga es demasiado pesada y ya no puedo soportarlo, no puedo guardar más esto, lo siento — dijo abrazándose a él.  

— ¿Laena? — un miedo le recorrió frío por el cuerpo, ella negó con la cabeza abrazandole con más fuerza —. Te prometí que las cargas podríamos llevarlas juntos, lo que sea que pase, es de ambos. 

Laena sintió como el dolor quería explotar dentro de ella, se aferro un poco más al calor de Aegon, su lugar seguro, su lugar llenó de paz. 

—Sucede que quiero estar contigo, solo eso— susurró ella con voz débil. 

Aegon suspiro, ambos tomaron asiento en uno de los sillones que había en la habitación, se quedó ahí, acariciando su cabello, no sabía porque aquella tristeza en su princesa no solo era de ella esa vez, también era suya. 

—Mírame— le dijo decididamente —Laena, mírame. Dime que está todo bien de verdad. 

Tenía miedo de su reacción, pero lo había entendido. No podía seguir guardando secretos en su relación con Aegon, debía ser sincera con él para poder hacer esto o la culpa la comería viva.

—No puedo Aegon— susurró. 

—Laena— dijo acariciando su mejilla. 

La princesa alzó su mirada para encontrar aquellos ojos melancólicos viéndole con ternura y preocupación. 

— Este bebé… este bebé, no es el primero — la voz se le rompía —. Lo siento, lo siento tanto. 

Aegon le miró con sorpresa, Laena volvió a abrazarle, pero su esposo no dijo nada. Podía escuchar su corazón latir con ímpetu. Podía sentir sus manos frías presionar con fuerza. 

— No sabía, no sabía— las palabras salieron rápido de su boca —. Lo perdí, perdí a nuestro bebé, todo fue muy rápido, lo siento de verdad. Te hice sentir una mala persona por tener miedo y yo fui peor, lo siento tanto. Perdón —. Sollozo. 

Aegon sintió algo hueco en su interior, se rompió al escucharla así, un bebé… otro bebé, sintió ganas de tomar a Laena en sus brazos y no soltarla nunca, ambos eran estúpidos. Ambos se comportaban de una forma tan tonta a veces que se lastimaban sin querer, se sostenían por puro amor y voluntad. 

— ¿Por qué te estás disculpando, Laena? Si lo perdiste no fue culpa tuya. No te culpes. 

Se disculpaba por todo, por no decirle. Por haberse alejado de él antes de su boda, por guardarle secretos. Por todo. 

— ¿Cuándo… ? Fue antes de nuestra boda, cuando sucedió lo de tus hermanos — lo supo de inmediato —. Por eso te alejaste de mí…  ¿Por qué Laena? ¿Por qué no me dijiste? — no pudo evitar preguntar. 

Aegon comenzaba a sentirse culpable, él no la había protegido de esa mujer loca. Estaba molesto consigo mismo por no ser lo que ella necesitaba. 

— Sabía que te culparías por ello si lo supieras y no quería eso. Por favor no lo hagas. Yo… te busqué, tú te habías ido a las calles de seda, estaba en un mal momento — Aegon la miraba con suma atención. 

Laena agradeció que no preguntará quien le había dicho que estaba en las calles de seda, lo que menos quería era causar un problema entre los hermanos Targaryen. 

— Por eso me preguntaste si había estado con alguien más…  por eso Jace me atacó en el entrenamiento— él se alejó de ella — Jace lo sabe. 

— No he dudado que me ames ni un segundo, pero en ese momento estaba tan vulnerable, tan rota que yo… lo siento, pensé que no era suficiente para ti y por eso habías ido ahí — murmuró. 

¿Ella no era suficiente? Dioses, niña estupida. Era todo lo que él nunca se hubiese imaginado que algún día podría tener, su universo entero. 

— Debí decirte lo de Harriet antes y tú debiste decirme lo del bebé, hemos sido tan idiotas Laena entre nosotros — ella asintió, él volvió a abrazarla —. No hay que guardar ningún secreto jamas, somos tu y yo.

La princesa soltó un suspiro de alivio. 

— Siento no haber estado contigo cuando perdiste a nuestro hijo, me necesitabas pero estoy aquí y cuando este bebé llegue dijo colocando una mano sobre su vientre, estaré ahí, sosteniendo tu mano. 

— Aegon… 

Nunca se había imaginado siendo padre de ningún niño, pero sabía que algún día debía serlo porque así lo dictaba su deber, pero jamás había pensado que podría serlo con ella y después de haberse planteado la idea, esa pérdida le entristecía también. 

— Mientras la sangre baja por mis piernas — murmuró. 

— Lo sé, querías que se quedará, lo siento tanto Laena — la abrazó con más fuerza. 

Acarició su cabello y tomó la trenza pequeña que siempre llevaba al lado izquierdo con su cabello suelto, Aegon comprendió el significado de eso. Su hijo. 

.
💚🐉
.

— ¿Qué es eso? — preguntó Baela. 

— Son carruajes de la casa Baratheon — dijo Lady Kenna. 

— No puede ser — refunfuño — ¿qué hacen esos idiotas aquí? — preguntó, la chica de altojardín le miró con aire de arrogancia — dímelo, tú sabes. Siempre lo sabes todo. 

— Te lo diré pero es un secreto, la Mano del rey planea una boda desde hace tiempo, entre Maris Baratheon y el príncipe Aemond — Baela ya había escuchado sobre eso, pero no creyó que fuese a suceder realmente. 

— Ella ni siquiera está interesada en él — dijo, mientras seguía observando por la ventana. 

— ¿Y eso qué importa Balea? en todos los matrimonios arreglados es así, no todos pueden darse el lujo de encontrar el amor en ellos — soltó un poco molesta. 

— Lo siento, ha sido descortés de mi parte — Kenna le sonrió. 

— ¿Por qué?— preguntó —. Tu también tendrás que casarte con quien no quieres, porque eres una princesa y así debe ser, nos venden a quien mejor convenga, una mierda, si me lo preguntas, pero es así. Y bueno, el príncipe Daeron, nuestra relación ha mejorado, ahora somos amigos. 

Baela no estaba segura de qué tan bueno era aquello, así que giró y la miró fijamente. 

— Kenna, tu y yo somos amigas y como tu amiga debo ser muy sincera contigo, Daeron nunca te va a amar, es probable que su matrimonio nunca se lleve a cabo — le advirtió, no quería ser cruel, pero alguien debía decirle la verdad a la pobre muchacha. 

Su amiga ni siquiera parecía molesta, pero algo había cambiado ligeramente en su rostro. 

— No necesitas recordarme eso — le dijo con dureza —, la amistad no es amor pero es un gran paso. 

— Kenna… 

La chica ya se había marchado. Soltó un pequeño suspiro.

Baela, volvió a mirar por la ventana. Había un hombre, pero no era un Baratheon, llevaba su armadura puesta y su escudero llevaba el emblema de la casa Hightower, ¿quién sería aquel caballero? 

— ¿Disfrutando de la vista? 

— No, de hecho estaba apunto de vomitar por el mal gusto de tu prometida — volteo con una sonrisa.  

Aemond estaba recargado en el marco de la puerta, ella le miró fijamente. 

— ¿Te molesta la elección de novio? — preguntó con tranquilidad. 

— La elección de novio me gusta, pero no su sentido de la moda, ni su desdén por la casa Targaryen — le informó. 

El príncipe Targaryen no pudo evitar curvar una sonrisa. 

— Es lo más vanidoso que te he escuchado decir nunca — murmuró. 

— ¿Qué? — preguntó a la defensiva — ¿Crees que yo no tengo un buen gusto en la ropa? ¿debería hablar solo sobre armas y como criar caballos? 

Aemond se rió. 

— ¿Te importa eso? Espera… ¿Sabes criar caballos? — ella no dijo nada, pero claro que sabía, era muy buena para domesticar halcones, para amansar caballos. 

 — De verdad te importa — se mofó Aemond con un toque de burla. 

— No me importa, pero yo nunca usaría esos vestidos color mierda — respondió poniéndose de pie. 

Se vio de reojo al espejo, llevaba un pantalón ceñido al cuerpo y el corset pequeño ajustado, remarcando la curva de sus pequeños pechos, demostrando que detrás de esa camisa de lino se encontraba una mujer. 

— No necesitas usar vestidos — dijo de pronto Aemond acercándose, ella le miró con cierta duda —, por supuesto son más fáciles de quitar pero no permiten apreciarte bien. 

Baela sintió que el aire abandonaba sus pulmones, pero irguió la espalda y lo miró como si aquello significara nada. 

— ¿Quieres decir que te gusta mi forma de vestir? — jugueteo con uno de sus rizos rebeldes.

— Bonita, en realidad, es exactamente lo que quiero decir — respondió el príncipe con seriedad mirándola fijamente. 

Oh, por todos los dioses. Aquello no lo había esperado, la hizo tragar saliva.  

— Supongo que sería descortés si no bajo a recibir a mi prometida — murmuró apartando su vista de ella. 

— Si, eso no sería nada propio de un príncipe — respondió ella, acercándose. 

Aemond se relamió los labios. 

— Debo irme — le comunicó, ella dio dos pasos más hacia él. 

— Si, deberías irte — murmuró. 

Sus pies le decían que no debía moverse más, pero le era imposible detenerse. Como si una cuerda invisible le jalara con fuerza hacia él. Nunca se había sentido de esa manera. 

— Eso haré — respondió, acercándose. 

Cuando estuvieron frente a frente, Aemond bajo su rostro hacia ella, mientras Baela ladeaba un poco su rostro para darle mayor acceso a sus labios, el aliento le rozó despacio con anhelo… se unieron en un pequeño beso que no había durado más que un segundo. 

— ¡Baela, no puedo con… ! Oh, oh… 

Ambos se separaron de inmediato. 

— ¡Joffrey! 

Pero el castaño ya se había echado a correr. 

— Ve con tu prometida, yo iré por Joffrey — Aemond le miró con sorpresa.

— Si lo buscamos entre los dos será más rápido… 

Baela no dijo nada, la vio marchar. Iba corriendo por donde pensó el pequeño niño había podido haber ido, por todos los dioses, si Joffrey decía algo… 

— ¡Joffrey! — gritó — ¿Han visto a Joffrey? — preguntó a unas damas. 

— No, princesa — le respondió una. 

¿A donde se habría metido? Comenzó a correr con más ganas, tenía una buena condición física pero por todos los dioses un niño no podía correr más que ella, ¿dónde demonios se había escondido? 

Decidió tomar camino al lado derecho de la fortaleza, ese pequeño… 

Cuando dio vuelta se chocó con alguien o más específicamente con Aemond, por el impacto se había caído al piso, sus glúteos golpearon con fuerza. 

— ¡Fíjate! — se quejó. 

— ¡Ibas corriendo, Baela! 

Aemond se sobo el codo, también se había golpeado con la orilla de la pared. 

— ¡Tu también estabas corriendo, idiota! 

— ¿Baela, Aemond? 

Ambos alzaron su vista hacia quien les llamaba, Rhaenyra llevaba de una mano a Joffrey y de la otra a Aegon el menor. 

— Yo te lo puedo explicar — dijo de inmediato Baela. 

— Está bien cariño, me parece maravilloso — les sonrió para luego verles con  curiosidad—. ¿Pero están bien? — preguntó. 

Los príncipes voltearon a verse sin entender qué demonios estaba ocurriendo, una sonrisa maliciosa apareció en los labios de su hermano menor. Se dieron cuenta que seguían en el piso. 

— Nos tropezamos — dijo Baela poniéndose de pie con ayuda de Aemond, su mano soltó la de él al instante que estuvo de pie. 

— Bueno, este azulejo es muy resbaloso y acaban de encerar — dijo Rhaenyra mirando hacia el suelo —, debe ser tu culpa — miró a Joffrey revolviendo su cabello —, seguramente venían tras de ti. 

— Soy muy veloz mamá, como un dragón — sonrió satisfecho. 

— ¿No dirás nada? — preguntó Aemond.

Rhaenyra le sonrió y se atrevió a acariciar su mejilla, aquel simple acto de cariño hizo sentir extraño al príncipe. 

— Solo puedo decir que me hace feliz verlos convivir, especialmente tú Aemond, aun recuerdo cuando comenzabas a caminar — dijo nostálgica —, cada vez que te tropezabas te tomabas del cabello de Jace o Laena haciéndolos caer también — sonrió —. Así que verlos juntos, me hace muy feliz. 

Aemond por supuesto no recordaba aquello. 

— Oh, no — Baela negó con la cabeza —, bueno, juntos es una palabra muy fuerte no es, nosotros no — dioses se sentía una estúpida en aquel momento. 

— Esta bien Baela — sonrió su madre —. Siempre pensé que tu y Aemond podrían llevarse muy bien, ambos son parecidos. 

— ¿Parecidos? — preguntaron los dos al mismo tiempo, volteandose a ver — Eso no es verdad — dijeron ambos. 

Rhaenyra no pudo evitar reír al igual que sus hijos pequeños. 

— Tienen razón, tal vez me equivoque, en fin. Yo hablaré con Daemon, no tienes que preocuparte por nada — aseguró a su hijastra. 

Aemond parecía en shock, aquello no la ayudaba con sus propios nervios. 

— Los Baratheon están aquí — dijo. 

— ¿Y eso qué importa? — preguntó Rhaenyra. 

— Qué es Lord Borros y sus hijas los que están llegando en estos momentos — hablo finalmente Aemond — con quien tengo un casi compromiso. 

— Oh, tienes razón… no lo había recordado hermano, sería descortés si no recibieras a Lady Maris,  entonces supongo que deberá esperar — sonrió. 

Baela y Aemond se miraron sin entender qué sucedía. 

— ¡Pero lo han prometido! — se quejó Joffrey con una falsa tristeza —.  Dijeron que me llevarían hoy mismo a Dragonstone por mi dragón. 

La platinada abrió los labios con sorpresa, Aemond miró de mala gana a Joffrey. 

— Pequeño engendro — murmuró en sus adentros. 

— Joffrey, tu tío Aemond tiene deberes con los cuales cumplir también — le dijo Rhaenyra con voz tranquila — te aseguro que Tyraxes no se irá a ningún lado. 

Joffrey miró fijamente a Aemond frunciendo los labios, el pequeño Strong lo estaba sobornando. Maldita sea. Tenía que ser una broma. 

— No, tienes razón Joff — respondió Aemond —, sería un mal ejemplo de mi parte no mostrarte que un caballero siempre debe cumplir sus promesas. 

— Aemond — murmuró Baela. 

— Iré a saludar e iremos después de la comida, ¿de acuerdo? — preguntó. 

— Me parece excelentemente bien — sonrió con triunfo Joffrey. 

Baela soltó un suspiro, por un momento se había sentido descubierta, expuesta, es más se veía confinada a sus aposentos por el resto de su vida o peor aún, exiliada por seducir al hijo del rey, al hijo predilecto de la reina. 

— Nos vemos entonces — dijo Aemond a Baela, está asintió. —, Rhaenyra — dijo inclinando su cabeza  con educación ligeramente hacia ella y se marchó. 

— No puedes vivir en tus aposentos por siempre, un pequeño vuelo te hará bien, además necesitas practicar — sonrió su madre. 

— Mami — Aegon jaló la falda de su vestido demandando su atención — ¿Y las galletas? 

— Vamos, seguramente Bernadette ya las debe haber horneado — sonrió, guiando a sus hijos hacia la cocina. 

Joffrey volteo y le mostró su lengua a Baela, ella le miró fijamente con su semblante serio y pasó el dedo índice por su cuello. Su hermanito giró su rostro de inmediato. 

— Mami ¿cles que al tío Amond le guste Bela? — preguntó con inocencia Aegon el menor. 

— ¿Por qué dices eso? — preguntó Joffrey antes de que su madre dijera algo.

— Elys dice que cuando alguien te gusta mucho siemple lo ves, papá siemple ve a mami, el tío Aegon siempre ve a Elys y ella a él, Luke siempre ve a Lhaena, Jace… 

— Entiendo cariño, pero no es así— dijo su madre mirándolo —. No puedes decir eso frente a nadie, mucho menos frente a papá ¿entendido? — su pequeño niño asintió con la cabeza —. Muy bien mi pequeño dragoncito. 

— Ademas no seas tonto Aegon, mirar mucho a una persona no significa que te guste — dijo Joffrey. 

La princesa heredera miró a Joffrey, pero este no dijo nada y evitó mirarla por completo… Baela y Aemond, que extraña combinación tan perfecta. 

.
🐉💚🐉💚🐉💚
.

— ¿Por qué tienen que venir a arreglar sus problemas matrimoniales aquí? — cuestionó Sara.

— Porqué si Sara, Laena es bienvenida cuándo sea que ella quiera ¿entendido?

— Obvio, es una princesa, ¿Viste al príncipe Aegon? Es muy guapo, no tanto como el príncipe Jacaerys, pero esta de muy buen ver.

— ¡Sara! — Sé quejó Arra —. Me desconcertas, tal vez necesitas un baño de agua fría.

— O un hombre nuevo — sonrió.

Arra negó, su cuñada nunca cambiaría.

La puerta se abrió.

— ¿Ya nos agrada nuevamente el príncipe Aegon? — preguntó Lady Stark sin apartar vista de su tejido. 

— Lo hace — dijo Laena con voz tranquila.

Aegon miro a la señora de Invernalia, pero esta le dedico solo una mirada sombría. 

— Me parece excelente, entonces. Los esperamos en la cena — murmuró. 

— ¿Iremos a algún lado? — preguntó Aegon sin entender. 

Laena solo sonrió tomando su mano. 

— ¿A donde van? — preguntó Sara.

— Si tanto te interesa ve y averigualo — le invito Arra.

La pelinegra permaneció en su lugar, tejiendo también.

Ambos príncipes abandonaron el interior del castillo, iban con  sus capas de piel para protegerse del clima fresco que invadía en ese momento Winterfell. 

— Conoces muy bien este lugar. 

— Bueno, Jace y yo pasamos mucho tiempo aquí — dijo con voz tranquila. 

— ¿Por qué Cregan está tan interesado en tu hermano? — preguntó de repente. 

— Están enamorados — se burló Laena —, no tanto como están enamorados de sus esposas, pero lo están. 

— Estás bromeando ¿verdad? — preguntó su esposo. 

— Cregan tenía un hermano, Brent — Aegon tomó a Laena de la cintura cuando la vio brincar un tronco que había en el piso — murió cuando apenas había cumplido sus trece días del nombre. Cuando Jace voló por primera vez en Vermax le permití acompañarme, fue así que se conocieron — Laena pasó por un pequeño estanque, dioses, esperaba que su esposa no fuera a tropezar —. Cregan ve a Brent en Jace, dice que son muy parecidos, así que lo tomo como un hermano menor, es eso. 

— Interesante — murmuró Aegon con sus manos detrás de ella —, supongo que tiene sentido, Jace podría parecer alguien del norte — Laena soltó una risa. 

— Cuando llegamos aquí por primera vez, de no ser por los dragones no hubiesen creído que éramos Targaryen — soltó un pequeño suspiro —. No es fácil que nuestra única prueba de sangre sea un dragón. 

Laena volteo de repente y alzó su ceja izquierda. 

— ¿Qué haces? — preguntó. 

— Cuido que no te caigas — respondió su esposo con su rostro alzado hacia ella.

Ella negó con la cabeza e hizo una pequeña mueca como sonrisa en los labios, se dejó caer en sus brazos que estaban listos para recibirla. 

— ¡Laena, estás embarazada! — le riño Aegon. 

Sonrió enredando sus brazos a su cuello. 

— Espero que sea como tú, para que no tenga que pasar por lo que mis hermanos y yo hemos pasado — dijo.

Aegon pareció un poco sorprendido por aquello. 

— Pues yo quiero que sea como la mujer más hermosa que ha visto este maldito mundo, con ese cabello castaño y rizado, con esas pestañas largas y oscuras, con esos ojos como el roble, con fuego ardiente en las venas. 

— No sabes lo que dices, mi sol — dijo Laena, soltandose, él la dejó poner sus pies en el piso de nuevo —. Le dirían bastardo. 

— Sunfyre se hará cargo en ese caso — sonrió —. Tu me has enseñado que no importa lo que la gente piensa de nosotros, porque eso no es lo que nos define. Le mostraremos cómo enfrentarse al mundo. 

— Nosotros no tenemos idea de cómo enfrentarnos al mundo — dijo Laena casi riendo. 

— Ah, vamos amor, eres Laena Velaryon — se mofó Aegon —. Si quisieras podrías ser el siguiente conquistador, tú más que nadie sabría hacerlo. Además la gente común te ama, eres su princesa adorada. 

— Tal vez tengas un poco de razón.

— Al fin te estás dando cuenta que yo también puedo tenerla — dijo su esposo golpeando su hombro con el de ella. 

— No hagas que me arrepienta — dijo ella — ¡oh mira! 

Laena se adentró a la profundidad donde los árboles comezón a tomar una mayor altura, Aegon corrió tras de ella. 

— ¿Qué es esto? 

— ¿Qué no pusiste atención a tu maestre? — preguntó ella cruzándose de brazos —. Es el Bosque de los Dioses — dijo mientras admiraba cada parte del lugar. 

Aegon contempló el Arciano y con lentitud se acercó. 

— Claro que nos hablaron del bosque de los dioses, pero… bueno, no es como lo mencionan. Además, ¿Por qué nos iba a importar esto? No es la fe de los siete. 

— No, gracias a los dioses no, esto es mucho mejor — respondió su esposa con ímpetu. 

Laena se colocó de rodillas frente al gran árbol y colocó su mano sobre la raíz. Una pequeña rafaga de viento les golpeó en el rostro. 

— Arra dice que cuando esto sucede es porque los dioses saben que estamos aquí, nos están escuchando — murmuró Laena. 

— ¿Veneras a sus dioses? — preguntó Aegon.

— No, pero los respeto — respondió mirándole —. Creo que después de todo no son tan diferentes a los valyrios — Laena hizo un movimiento con su cabeza —. Acércate más. 

Aegon lo hizo, colocó sus manos sobre el roble y nuevamente la rafaga de viento inició, el príncipe se sentó sobre un tronco. 

— ¿Les has pedido algo alguna vez? — preguntó su esposo. 

— La abuela del norte, dice que los antiguos dioses no tienen poder en el sur, pues talaron los arcianos hace miles de años… pero lo hice — murmuró, sabiendo que aquello podría considerarse una ofensa ante sus propios dioses. 

— ¿Qué les pediste? — preguntó. 

— En este momento… que protejan el reino del mal — él sabía lo que aquello significaba. 

— ¿La abuela del norte, dijiste? — preguntó Aegon con curiosidad. 

— Es una vieja curandera con todos los años del mundo, me suele llamar “sorceress” — rió.  

— ¿Norvos?  — murmuró Aegon. 

— Si… ¿Cómo lo sabes? — preguntó curiosa. 

— Una vez fui a Essos con Aemond — admitió, quitándole importancia a eso — ¿Por qué te llama bruja? 

— Sabe lo que se hacer con las plantas, considera que soy peligrosa, hija del infierno — se rió acariciando una hoja roja que había caído en la falda de su vestido. 

— ¿Y no eres peligrosa? 

— Si, pero no bruja — sonrió, pero pronto frunció el ceño — ¿Por qué fuiste a Essos con Aemond? 

— ¿Sabes? pelear solo es un pasatiempo, hemos hecho cosas divertidas también. 

— No puedo imaginar que — respondió Laena. 

— Bueno, las mujeres en Norvos no son tan lindas como aquí pero tienen una danza… ¡Oye! — se quejó Aegon cuando una bola de nieve se impactó en su espalda. 

Laena le lanzó otra a la cara. 

— ¡Oh… ya veo! ¡Eres una chica muy ruda! — se burló, otra bola de nieve le impactó en el pecho — Aegon se puso de pie de inmediato y le lanzó una golpeando en su hombro. 

— ¡Aegon! — le gritó ella. 

La guerra comenzó, parecían dos niños pequeños lanzándose la gruesa capa blanca que cubría el piso de invernalia. Las risas escaparon de sus labios, deseando congelar aquel momento, volverlo eterno. 

— ¡Ven acá! — le gritó Aegon. 

Laena corrió por detrás de un árbol, lanzando dos bombas más que se estrellaron en su frente, haciéndola reír, de verdad tenía una puntería perfecta. 

— Mierda — mumruó Aegon preparándose para atacar, pero nuevamente fue sorprendido por su esposa, esta vez le había dado en la mejilla —. ¡Por todos los dioses que existen Laena! 

— ¿Te mencione que aprendí una danza en Pentos? — preguntó. — La princesa Maseharha me enseñó, a su hermano el príncipe le encantó. 

— ¿Y por qué no me lo has enseñado? — retó su esposo con la mirada, aquellos ojos de perversión pura. Era casi imposible ponerlo celoso, así como era imposible para ella estarlo — Tal vez deba conseguirte algo especial para esta noche. 

— ¿Con este frío? — preguntó con inocencia.  

— Sé cómo mantenerte caliente — sonrió, sonreía tan lindo... 

Aquella pequeña distracción le había costado un impacto en el pecho y otro cerca del abdomen, lo que hizo que Aegon se detuviera de inmediato. 

— Lo siento, ¿estás bien? — se acercó a ella. 

— Aegon — sonrió, para después tomarlo con fuerza por la capa y estampar sus labios sobre los de él en un beso cargado de calor — Aegon, mi sol — susurró. 

— Mi luna, mi amor — sonrió —. Oye — ella le miró —. Nuestro hijo crece en tu vientre, en tu interior, tú y yo podemos, ¿aún podemos? — Laena contuvo las ganas de reírse. 

— Por supuesto que no Aegon — le dijo con firmeza —, ahora deberás esperar a que pasen nueve lunas y cuatro más después de eso. 

Aegon hizo una ligera mueca con los labios. 

— Mierda Laena, todo un ciclo, eso es tanto tiempo, debí hacerte el amor muchas más veces estos últimos meses — Laena se rió, golpeándole en el hombro. 

— Aegon, lo hacemos cada día desde que nos casamos, en pozo dragón, en la biblioteca, en tu habitación, en nuestra habitación, entre los pasillos oscuros, cada noche, con unas pequeñas excepciones, pero… — Aegon la beso con ganas, haciéndola desear más, mucho más —, sabes… esas pequeñas excepciones deben compensarse. 

— Pero… — Laena le regaló una sonrisa pícara, él solo puso los ojos en blanco, jalandola por la cintura — solo te reías de mí. 

Cuando la tuvo nuevamente, así de cerca, noto que nuevamente sus ojos brillaban y su piel a pesar de estar más pálida de  lo normal, volvía a tomar color, no quería preocuparse pero no podía evitarlo, sabía que un embarazo era peligroso tanto, como el campo de batalla y su esposa ya había estado en los dos. 

— No, solo comprobaba que no puedes vivir sin mí — dijo con cierto toque de arrogancia. 

— Claro que no puedo. 

La volvió a besar, no tan suave como la primera vez. Haciendo que su espalda golpeará el tronco de un árbol, un montón de nieve les cayó de las hojas. 

— Maldita sea. 

La nieve cubrió sus cabellos, ambos se miraron fijamente con una sonrisa en sus labios. Estaban bien. Se amaban y era lo único que importaba.  

— ¿Sabes? Los hombres de Cregan se burlaron de mí.

— ¿Por qué? — preguntó Laena.

— Dije que venía por ti — Laena curvo una sonrisa — y me desearon suerte en eso.

— Una buena fama.

— Soy tu esposo, me debes obediencia.

— Pobre dragón — murmuró ella rozando su nariz con la de él.

— Espero que este bebé no sea una niña, sería igual de ingobernable qué tu — dijo para después dar un beso en la punta de su nariz.

.
🐉💚🐉💚🐉
.

— Ser Gwayne, que alegría verle — sonrió Kenna. 

— Lady Kenna, la última vez que la vi tenía cinco años y aprendía a leer. 

— Si, y usted entrenaba con mi hermano. 

— Espero que esa no sea una forma de decirme viejo — sonrió. 

— Oh… no, no, para nada — dijo apenada. 

— Tío — Daeron le dio un caluroso abrazo — gracias por venir.

— No debería haberlo hecho, me necesitan en antigua, pero te he extrañado querido sobrino. Me hace falta tu compañía, me acostumbre a tenerte pisándome los pies — se burló. 

El príncipe Targaryen hizo una mueca divertido. 

— Le gusta pensar que es genial — dijo Daeron mirando hacia Kenna —, pero en realidad ya lo vencí dos veces.  

— Eso es maravilloso, mi principe. 

— Claro, dos veces de ¿cincuenta? 

— Va — dijo Daeron moviendo su mano — lo valioso de las batallas no es cuantas pierdes, si no cuántas ganas. 

Gwayne se rió, al igual que Lady Kenna. 

— Me alegra ver que no has cambiado, cachorro ¿dónde está tu madre? — preguntó. 

— ¡Gwayne… ! ¡oh, sí eres tú! 

Daeron miró con asombró a su madre, era la primera vez que veía en aquella mujer a Alicent Hightower, no a la reina. Había corrido a los brazos de su hermano, rodeando su cuello con fuerza, mientras su tío la alzaba y daba una pequeña vuelta con ella. 

— Allie— carraspeo su garganta— , mi reina — quiero decir. 

— No, por favor — murmuró —. En este momento solo quiero ser tu hermana — susurró a su oído para que solo él escuchara. 

Su abrazo se rompió, pero se miraron fijamente. 

— Siempre pido a los dioses por ti ¿y el tío Ormund? — preguntó. 

— Igual de glotón que siempre y enojón, el mal genio no se le quitará nunca — dijo ofreciendo su brazo a ella. 

Daeron y Kenna caminaron tras ellos, compartiendo una pequeña sonrisa cómplice. 

— Majestad, está todo listo — le comunicó Ser Criston. 

— ¡Ah, ser Criston! Me enteré que mi sobrino le puso una paliza Ser. 

— Gwayne — le regañó Alicent. 

— Así es. Tuve un pequeño duelo con el príncipe Aegon, pero no fue nada grave, gracias a los siete — el caballero volteó a ver a su hermana. 

— Me alegró — sonrió. 

La familia de Rhaenyra ya se encontraba en el salón principal, Daemon miró con cierta burla al hermano de la reina, esté solo pudo evitar su mirada. 

— Lord Borros, sea bienvenido con sus hijas — habló la reina de forma educada. 

— Si claro, muchas gracias mi reina — dijo con cierta descortesía. 

Por supuesto el hombre no había olvidado que la princesa Helaena había desposado a Jacaerys y no a él.  Aquello lo había considerado una humillación para su casa. 

— Señoritas, Lady Floris, Lady Maris y Lady Cassandra, están tan hermosas como la última vez que las vi — aquello no era cierto, en realidad le parecían niñas sin gracia ni encanto, tal vez Maris podría salvarse un poco. 

— Mi reina — las chicas inclinaron su cabeza ante ella. 

— ¿Y dónde está el príncipe Aemond? — preguntó Lord Borros. 

El estómago de Alicent se contrajo, maldito viejo. 

— Buenas tardes mi lord, aquí estoy — saludo Aemond con educación —. Señoritas. 

Las puertas se abrieron, dejando ver al Rey Viserys avanzar a pasos cansados con su bastón y una media sonrisa, mientras intentaba contener el suficiente aire para no comenzar a jadear. 

Gwayne no pudo evitar ver a su hermana con cierta sorpresa, ella solo le regaló una débil sonrisa. 

— ¡Ah, mi buen amigo rey! — sonrió Lord Borros, saludando al rey Viserys. 

— Me da gusto… verle… — dijo. 

— Princesa Rhaenyra y familia — saludo de mala gana —, que placer verles, princesa Helaena el matrimonio le ha asentado bien. 

Jace apretó la mandíbula, cuando los ojos de aquel desagradable hombre escaneo a su esposa de pies a cabeza. 

— Pero… ¿No les faltan dos? — se rió. 

— Mi hijo y la princesa Laena están en el norte — dijo la reina. 

— No sabía que eran tan amigos del norte.

— Pues si somos muy amigos del norte — respondió Jace. 

— Dicen que está lleno de salvajes— murmuró el hombre con una sonrisa. 

Helaena colocó su mano suavemente sobre la de Jace. 

— Tonterías — dijo el rey con una sonrisa —. Nuestra abuela siempre fue muy bien recibida, ¿no es así hermano? — Daemon curvó una sonrisa. 

— Si, así es, hermano — respondió con simpleza. 

Baela vio de reojo a Aemond, quien llevaba del brazo a Maris Baratheon, parecían conversar sobre algo… bueno, más bien ella parecía conversar, el príncipe solo se dedicaba a hacer ligeros movimientos con su cabeza. 

— Eres demasiado obvia — se burló Luke. 

Baela le miró con ojos que le juraban muerte, su hermano se cayó de inmediato.

— Dicen que le gusta la filosofía príncipe ¿es eso verdad? 

— Mjm — asintió Aemond. 

— Ah, me parece maravilloso. A mi también me fascina el arte de la filosofía, en Bastión de Tormentas hay un montón de cuadros pintados en la pared, hecho por grandes filósofos. 

— Vaya — sonrió el príncipe —, no sabía que algunos grandes pensadores se dedicaran a pintar, mi lady. Prefiero un poco más los libros que las pinturas en realidad. 

Ella agachó la mirada. 

— ¿He dicho algo malo? — preguntó. 

— No, por supuesto que no. Pero a mi no me gusta leer, ¿eso le molesta? 

— De ninguna manera — murmuró Aemond, guiándola hacia el comedor. 

— Eso es un alivio — sonrió —. Estoy segura que tendremos un buen matrimonio, mi principe. 

— Claro… por favor — dijo, moviendo la silla para ella. 

Alicent y Rhaenyra observaron como Lord Borros susurraba algo con la mano del rey, mientras daban un pequeño asentimiento de cabeza. 

— Espero no perder otra boda más. 

— No lo hará, saldrá tal y como lo acordado. 

El rey sonó su copa, ganándose la atención de los presentes. 

— Es un placer… tenerles aquí… le prometemos cuidar bien de su hija Maris, Lord Borros. 

— Muchas gracias mi rey, es un tesoro para mí — Maris sonrió a su padre. 

— ¿Qué? — preguntó Baela a Rhaenyra —. ¿La niña tonta se quedará aquí?

— Se quedará como pupila de la reina, solo por un tiempo. Es probable que pronto anuncien su compromiso con Aemond — susurró. 

— Ya no tengo hambre — dijo en voz baja.

Maris se acercó un poco a Aemond. 

— ¿Siempre viste así? — preguntó cínica —, lista para ir a montar. 

— Es una jinete de dragón — fue todo lo que respondió. 

Vio a Baela ponerse de pie de repente, se disculpó con los presentes.  

— Baela… — el rey la llamó — ¿A dónde vas querida? 

— Le he prometido a Joffrey ir a Dragonstone mi rey. El cielo se ha puesto un poco gris y me temo que nos alcance la lluvia para entonces, no quiero romperle el corazón a mi  hermanito — respondió. 

— O no quieres que te lo rompan a ti — se burló Joffrey en voz baja, ganándose una mirada de su hermana. 

— Entonces debo disculparme también — dijo Aemond poniéndose de pie, todos le miraron con sorpresa —. En realidad he sido yo quien le ha prometido aquello a mi sobrino, padre, sería un mal ejemplo de mi parte no cumplir mi palabra. 

Luke y Rhaena compartieron una mirada, ¿de verdad? Luke miro a Jace, este solo siguió mirando a Baela, mientras que Helaena sonreía.

— Tienes razón hijo, vayan, vayan…

— Mi lady — dijo inclinando su cabeza hacia Maris, que forzó una sonrisa —. Tío, me ha dado gusto que estés aquí — dijo para Gwayne, este alzó una copa hacia él y bebió. 

Aemond se acercó a la silla de Joffrey y lo tomó con una mano del cuello de su jubón poniéndolo de pie de un tirón.

— Pero no he comido — se quejó el menor. 

— Ya comerás, andando sobrinito — Aemond le dio un empujón. 

Solo porque no pudo evitarlo miró hacia su hermana Rhaenyra quien escondía una pequeña sonrisa para después toparse con la mirada y calculadora mirada de su tío Daemon Targaryen, no iba a negar que aquel hombre imponía. 

— Compermiso entonces — sonrió Baela, yendo tras de ellos. 

Daemon volteó a ver a Rhaenyra, quien llevó una cucharada de sopa a sus labios y le sonrió. 

Otto en cambió, miró a la reina con desaprobación, aunque ella también parecía desconcertada por aquello. No entendía. 

.
🐉💚🐉💚🐉
.

— Tú — dijo Aemond tomando a Joffrey por los hombros —, tienes que decirme que quieres. 

— ¿Por mi silencio? — preguntó. 

— No tientes tu suerte niño — respondió. 

— Quiero que no toques a mi hermana — dijo Joffrey empujandolo y cruzándose de brazos, Baela no pudo evitar sonreír — y quiero que me enseñes a hacer esa vuelta que haces con la espada, papá no me ha enseñado a hacer nada así. 

— Es porque aun eres un niño — dijo Baela revolviendo su cabello. 

— Bien, los niños siempre dicen la verdad y le cuentan sus secretos a la persona que más confianza le tengan, iré a buscar madre… 

— Bien, tú ganas — dijo Aemond de mala gana — te enseñaré a hacer eso. 

— Hay más — sonrió, el príncipe platinado miró a Baela esta solo se encogió de hombros. 

— ¿Qué?

— Quiero que me lleves a volar en vhagar, es el dragón más grande del mundo — el platinado curvó una sonrisa — todos los días. 

— ¡¿Todos los días, te has vuelto loco pequeño niño?!

— Creo que a papá le parecerá interesante saber que besas a mi hermana en el mismo techo donde estará tu prometida — dijo entrecerrando sus ojos. 

— ¿Cuántos malditos años tienes? — preguntó.

— Suficientes para saber lo que está mal — respondió.

— Ah, chantajear no está mal — murmuró Aemond —. Es por niños como tú, que los adultos detestan a los niños ¿sabías? 

— Aemond — Baela le empujó —. Joffrey, si dices algo sobre esto puedes meternos en serios problemas, de verdad, muy serios, podrías hacer que él muera y que a mí me manden a vivir muy lejos de aquí, ¿te gustaría eso? — dijo colocándose a su altura. 

— No — admitió con sinceridad, no quería lastimar a su hermana de ninguna manera —. Pero, ¿si iremos por Tyraxes verdad? — preguntó. 

— Por supuesto — sonrió poniéndose de pie—, ve por tus botas, corre. 

Joffrey se echó a correr. 

— Es por adultos como tú, que los niños se asustan — Aemond no pudo evitar poner su ojo en blanco. 

— Me estaba amenazando. 

— Es un niño de ocho onomásticos, por todos los dioses. 

— Cuándo apareció con Rhaenyra estabas aterrada — le dijo.

— Por supuesto, ¿te imaginas lo que hubiese sucedido?

— Lo peor es que nos hubiesen obligado a casarnos — respondió, ella le miró molesta —. ¿Te molestaría casarte conmigo?

— ¿Es una propuesta?

— Mjm, no.

Baela no dijo más.

Los príncipes habían salido con algunos guardias acompañándolos hasta pozo dragón, Moondancer y Vhagar ya esperaban por sus jinetes. 

— Tranquila chica — murmuró Baela cuando su dragona estampo su cabeza a su cuerpo, siendo demasiado brusca —. Ven Joffrey. 

— No — dijo Aemond —. Aun debes fortalecer tu vínculo con Moondancer, tiene que dejar de hacer eso, debes aprender a hacer que sea menos tosca. Ven acá Joffrey, irás con nosotros. 

— Wow… ¿Lo dices en serio? — Aemond sonrió. 

— Subes o me voy sin ti. 

El castaño corrió hacia él, la vieja dragona le gruñó pero se calmó con la voz de su jinete, le olfateo el cabello y después le permitió subir hacia la montura, donde Aemond lo aseguró con una mano. 

— Esto es increíble, ¿puedo llevar la cuerda? — preguntó. 

— Ya veremos de regreso enano, arriba Vhagar. 

Baela les vio alzarse a los cielos con atención, sonriendo sin darse cuenta. Su corazón le golpeó y en ese mismo instante lo supo… se estaba enamorando de Aemond. 

Buenas buenas, volví 💚🐉

Gracias por tenerme paciencia ahora que anduve medio desaparecida.

Espero actualizar muy pronto.

Siempre digo que haré fics cortos y fallo en el intento JAJAJA, 30 caps y había planeado 15.

💚 — Nuestra lección de hoy: La comunicación — ahora si no habrá quién pare a Aegon y Laena 💋

P. D

Me hace muy feliz compartir con ustedes que ya termine la Universidad, la Lic les está sacando un fic 🤣💚

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top