Capítulo 20
—¡Pasaron la noche juntos Viserys!
—Calmate Alicent, ¿cual es el problema? están comprometidos.
Alicent se acercó y fijó su vista en su esposo, sin embargo como siempre él no la miró.
—Por eso mismo, no están casados todavía, es una falta de respeto hacia los dioses. No podemos permitir que sean descarriados y vulgares, deben comportarse con prudencia y decencia.
—No creo que Rhaenys les permitiera estar solos en una misma habitación.— dijo viéndola finalmente, regalando una pequeña sonrisa. — Ahora dime, ¿qué crees que debería poner aquí? — preguntó el rey admirando la maqueta que tenía en su habitación, esa que se pasaba días y noches arreglando desde que Alicent tenía memoria.
—Viserys, sé que no te importa lo que hagan o dejen de hacer porque no eres capaz de ver más allá de lo que tu deseas— el rey la miró de nuevo. —, pero a mi si me interesa lo que la gente pueda decir de mis hijos.
—¿Más de lo que se puede hablar de Aegon? — la reina suspiró vencida, él volvió su vista a la maqueta. —Ese muchacho hace tiempo que está en edad de darme nietos Alicent, espero por su bien que el matrimonio le siente de buena manera y deje de ser el desastre que es.
La reina no daba créditos a sus palabras, Viserys no acostumbraba a hablar mal de sus hijos, sin embargo, era imposible que como rey no se enterara de algunas cosas que sucedían en el reino.
—¿Y casarse con la hija de Rhaenyra era la mejor opción? — preguntó.
—Tal vez para Laena no, pero sin duda para él lo es, es lo mejor. —respondió. —¿Te gusta este dragón aquí? — preguntó el rey nuevamente.
—Si… — respondió en voz baja, pero alzó el mentón. —¿Has visto a Daeron?
—¿Daeron? si lo he visto un par de veces. — murmuró como si nada. —Regreso siendo todo un hombre.
Alicent se sintió molesta.
—¿Y has convivido con él? — preguntó.
—¿Con Daeron? — él rey la miró frunciendo el ceño.
—¡Si, Daeron, tu hijo! — dijo exaltada.
El rey se puso de pie y se acercó hasta ella tomando su mano, Alicent sintió subir la bilis por su garganta, no quería que la tocara, odiaba que lo hiciera, cada vez que su piel rozaba la suya le recorría un frió por todo el cuerpo.
—El muchacho acaba de volver, dudo que lo que quiera es hablar con un viejo como yo, esposa mía. — Viserys colocó un beso en sus nudillos.
–Estuvo mucho tiempo fuera, ¿no te interesa saber cómo vivió? — preguntó con más calma.
—Por supuesto hablaré con él, aunque vivió muy bien, ¿no me lo dijiste tú misma?, en sus cartas lo hacía saber.
Ella soltó su mano de su agarre y se obligó a forzar una sonrisa. El rey volvió a su maqueta, no era de extrañarse que estuviera ahí, siempre parecía muy concentrado en su propio mundo y si no era así, su enfermedad comenzaba a imposibilitar sus funciones, tanto que ni siquiera a sus nietos había puesto tanta atención como se hubiera esperado.
—Ah— dijo de repente. —También debería ver a… a Aemond, Ser Criston lo entrena bien ¿verdad? Me alegra— sonrió orgulloso —ese muchacho será un gran guerrero.
—Si, Ser Criston lo hace.
Alicent no lo soporto más, salió de la habitación no sin antes dar un portazo fuerte tras ella. Odiaba aquello, el fingido interés por sus hijos, la obligación que sentía hacia ellos de forma desfavorecida, la manera en que Viserys se encerraba en su propia cabeza.
«Como si él fuera el único que sufre» siempre corría aquel pensamiento por su cabeza y no podía dejar de preguntarse ¿por qué demonios se casó con ella y le exigió hijos si no los iba a adorar como merecían? No era secreto que el fantasma de la difunta reina Aemma, siempre había sido presente en su matrimonio; incluso una vez la llamó de esa manera, y aunque no le dolía aquello, le dolía haber dado vida a cuatro hijos que vivían con el amor de un padre presente pero ausente, como ella lo tuvo. No esperaba que la amará tampoco, los dioses sabían que ella jamás habría correspondido, pues su corazón ya le pertenecía devotamente a alguien.
—Majestad— una doncella saludo haciendo una inclinación con su cabeza cuando la miró pasar, ella siguió por el largo pasillo.
Extrañaba ser Lady Alicent… pero aquella dulce señorita en ella, no había existido más que 14 años de su vida.
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—¿Viste la cara de tu madre? —Laena rió. —Parecía que iba a explotar del coraje.
Aegon la envolvió en sus brazos.
—Así es ella— respondió.
—La vida no debería ser tan aburrida ni tan correcta, la reina necesita reorganizar sus prioridades verdaderamente.
—No le puse mucha atención si te soy sincero, ya no lo hago cuando se pone de esa manera, solo escuché que debía tocarte mucho antes de ser mi esposa, tocar tus hermosos pechos que escondes bajó esos escotes que me encantan, tomarte por la cintura, darte un beso por cada pasillo de la fortaleza, pasar más noches a tu lado y olvidar a los putos dioses.
—No dijo eso. — respondió ella sin evitar la sonrisita coqueta en su rostro.
—¿Ah no? Bueno, estoy seguro que mi idea es muy buena y que te gusta.
—Me gusta tu idea, pero sin duda pagaría por ver su cara, si supiera lo que hemos hecho.
Laena giró y subió a horcajadas de él, dando un corto beso en sus labios.
—¿Qué diría? — preguntó ella con una sonrisa traviesa.
—Que somos inmorales, lo más probable.
—Indecentes, impuros, la vergüenza de la realeza.
Aegon tenía sus manos cálidas sobre su cintura, sosteniendola con firmeza.
—Oye— dijo en tono ofendido — no te robes mis títulos, buscate los tuyos propios.
—Aegon— ella lo miró con seriedad, fue su turno de reír.
—Está bien Laena, inmoral es mejor que borracho ¿estamos progresando?
—Ah, claro sin duda alguna.
El príncipe la volvió a besar, ella sonrió. No recordaba cuántas veces había sonreído sinceramente desde que había regresado a desembarco, pero la mayoría eran gracias a él.
Su beso se rompió por un instante, la mirada de Aegon se posó en otro lugar con atención, pero ella no sabía con exactitud en que.
—¿Qué miras? — le preguntó con interés.
—Nada— dijo de inmediato volviéndola a mirar.
—Dime— Laena acuno su rostro entre sus manos.
—Solo miraba… el cuadro de tu habitación.
Ella giró, era verdad. Tenía un bonito cuadro de adorno en la pared, era el mar justo al atardecer entre amarillo y naranja, era tan realista que si se miraba detenidamente parecía que las olas se podían mover.
—Es muy bonito, ¿por qué dijiste que nada entonces? — preguntó.
—No sé, ¿crees que está bien que admire un cuadro cuando tengo la obra de arte más bella encima de mí? yo creo que no.
Laena sintió sus mejillas arder como nunca, ahí estaba como siempre sorprendiendola con sus palabras, tanto que algo en ella se aceleraba y su corazón latía con más fuerza de la necesaria, no se dio cuenta cuando ya estaba sonriendo.
—Creo— dijo tratando de no sonar como una tonta embobada por él. —, que es normal en una persona como tu, siempre hacías dibujos en los pergaminos durante tus clases ¿lo dejaste de hacer?
—¿Todavía recuerdas eso? ¿por qué? — le preguntó con cierta sorpresa.
—Claro que lo recuerdo— sonrió. — mi madre tiene en su habitación el dibujo que la septa te quito.
Aegon tragó saliva, un pequeño sonrojo apareció en sus mejillas. Como aquella vez que Laena descubrió el don de su hermosa voz al cantar, sabía lo mucho que le costaba a su príncipe aceptar un cumplido.
—¿Rhaenyra lo guardo?
—Por supuesto, es precioso y no es porque sea yo a quién dibujaste sino porque realmente atrapa, los colores, los matices, todo, —Aegon la miraba con atención— debiste ver la cara de la pobre mujer cuando le dijo que la mataría si se atrevía a tocarlo o a decirte algo de nuevo, se enojó mucho con ella cuando supo que te llamó la atención por hacer eso en su clase. —Laena acarició su mejilla. —Eres muy talentoso, solo un artista podría reconocer el verdadero arte cuando lo ve.
Era verdad, Aegon había hecho un dibujo en el onomástico número nueve de Laena. La había dibujado entre rosas azules y rojas, con un traje de jinete de color negro, bajó la luz del día y el sol en todo su esplendor dorado, había una pequeña sombra sobre ella con la forma de su dragón.
—Laena, no soy un artista, eso es una tontería, una bobería ¿sabes lo que dirían?, soy un príncipe, el hijo de un rey— él parecía incómodo.
—¿Y eso qué? ¿no puedes ser ambas? a nosotras nos enseñan a tejer y a cantar, bailar y hacer esas cosas ¿por qué tu no?— le preguntó ella alzando su ceja izquierda.
Aegon intentó moverse, pero la princesa no se lo permitió. Le rodeó el cuello con las manos, decidida a no dejarle escapar.
—No es lo que se espera de mí, del primogénito del rey. Aunque nunca lo he sido, nada de eso. — “y nadie espera nunca nada de mí” — pensaba para sí mismo.
—Pues que se vayan a la mierda todos con sus estúpidas expectativas, claro que eres un príncipe pero también eres talentoso,— su nariz tocó la suya. —eres capaz de calmar las tormentas con tu hermosa voz y eres habilidoso con las manos también. —Aegon sonrió.
—¿Muy habilidoso? — preguntó él sobre sus labios.
—Demasiado, pero no estoy hablando de eso. —sonrió.
—Que lástima, porque podría enseñarte de nuevo lo que saben hacer.
—Suena interesante— respondió ella—, pero no voy a caer en eso…
Aegon la beso de repente y aunque su beso fue brusco al inicio, después se volvió despacio y suave. De esos cálidos que crean revuelo en el estómago y que hacen sentir que todo esta bien.
—Miras las cosas diferente a los demás. — la voz de él, estaba llena de serenidad de la que pocas veces lograba tener.
—Nunca me ha gustado lo ordinario y créeme Aegon Targaryen, tu eres todo menos ordinario.
Él le sonrió y acarició su mejilla.
—Tal vez puedo ser mejor de lo que yo creía gracias a ti.
Alguien llamó a su puerta, haciéndoles dar un respingo.
—Princesa— llamaron del otro lado.
Laena bajó de encima de Aegon, acomodó su cabello y el vestido, él se sentó en la orilla de la cama y finalmente abrió la puerta.
—¿Si? — preguntó a la doncella.
—La comida está preparada mis príncipes ¿comerán aquí en sus aposentos, princesa? — preguntó evitando mirarles.
—No, bajaremos en un instante, te puedes retirar.
La chica hizo una inclinación torpe con su cabeza y se marchó, Laena se acercó a Aegon.
—¿Vamos? — preguntó a su prometido.
—Tengo en mente otras cosas que podría comer y que me encantan — él príncipe sonrió.
—Puede ser tu cena, si vienes esta noche— le dijo ella de forma seductora.
—Entonces brinquemos la comida y vayamos a la cena directamente— las manos de Aegon la jalaron por la cintura.
—Aegon…— su voz apenas fue un murmullo cuando sintió el aliento caliente del príncipe sobre su piel, hundiendo sus labios y nariz en su escote.
—Me encantas, tan jodidamente linda y perfecta.
Él depositó un beso sobre su clavícula y la tomó de la mano , a regañadientes se puso de pie. Ambos se pusieron en marcha hacia el comedor, iban jugueteando como un par de niños, mientras se empujaban por entre los pasillos y él le robaba algunos besos cortos, entre saludos a la gente con la que se encontraban y las felicitaciones.
—Príncipe— dijo una voz ronca. —, princesa.
La mujer de cabellos amarillentos miraba fija e intensamente al príncipe, Laena la miró con atención, no podía juzgarla. Su prometido era guapo, demasiado, tenía una sonrisa preciosa y su cabello siempre lucía diferente al de los demás, tenía un brillo especial.
—Lady Nara— dijo Aegon con educación, pero no apartó su vista de Laena.
—Me da gusto verle, después de la última vez, ah… — dijo nerviosa cuando miró que ella la miraba— mis felicitaciones por su reciente compromiso altezas.
—Gracias Lady Nara, estamos muy felices. — sonrió ella. — Espero verla presente durante nuestra boda.
—Gracias princesa, tenga por seguro que ahí estaré. —Laena sintió los nervios de aquella mujer, les regaló una reverencia y se marchó.
Laena arqueo la ceja izquierda y lo miró.
—¿Última vez? — preguntó.
—¿Recuerdas la primera vez que nos besamos? — él hizo una mueca.
Ella comprendió todo.
—Era a Lady Nara a quién esperabas— dijo.
—Pero no la vi, creo que sigue molesta por eso.
—Pues vivirá enojada contigo el resto de su vida, qué pena— dijo con ironía.
—¿Estás molesta? — preguntó Aegon.
Laena se sorprendió, porque si, había una pequeña pizca de incomodidad en ella, no le gustaba que miraran a su príncipe de esa manera, sin embargo no estaba enojada porqué no importaba si otras lo miraban con deseo de la misma forma que ella hacía, había una enorme diferencia, esas mujeres no lo necesitaban, pero ella sí, ella sí lo necesitaba.
—No— sonrió. —, estoy segura que no hay mujer que pueda volverte más loco que yo, no creo que exista una mujer que pueda besarte como yo y no creo que haya una mujer que te haga sentir lo que yo.
—Siempre tienes la razón.
Ella se acercó un poco más.
—Debes acostumbrarte a que yo siempre tengo la razón.
Laena lo beso con ganas ahí, en medio del pasillo. Lo beso sin importarle nada, consciente de que las personas curiosas en la fortaleza les miraban, Aegon la apretó por la cintura intensificando un poco más el beso si eso se podía.
—Mjm— raspó una voz a sus espaldas.
Los dos se separaron de inmediato, Daemon les miró fijamente, Aegon tragó saliva y Laena puso los ojos en blanco.
—Alejate o iré por hermana oscura a mis aposentos. —Aegon le miró con los labios entreabiertos sin saber qué decir. — Ya. —ordenó Daemon, él dio unos tres pasos lejos de Laena.
—¿Cómo irás? —preguntó Laena con inocencia. — ¿Caminando? tardarás en llegar, nos habremos ido ya para cuando regreses y ¿corriendo? a tu edad ya es demasiado peligroso.
—Sugieres que use mis manos ¿entonces? aun puedo hacerlo— sonrió.
—Digo que puedes dejar de exa…
—Yo sugiero que vayamos a comer— dijo Aegon nerviosamente con la mirada de su tío puesta en él—, hace mucha hambre. —sonrió.
—Deja de mirarlo así Daemon, eres imposible.
Laena siguió su camino con una sonrisa que ninguno de aquellos dos hombres pudo ver, Aegon se fue tras de ella, pero su futuro suegro le jalo de la camisa.
—Ten cuidado— susurró y después lo soltó.
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—Hola, hermano— sonrió Rhaenyra. —No hemos tenido oportunidad de conversar, ¿qué tal fue tu viaje de regreso?
—Rhaenyra— dijo Daeron con cierta sorpresa. —Eh… fue bueno, Tessarion y yo volamos bien y el clima nos favoreció.
—Me da gusto saber eso— dijo ella meciendo al pequeño bebé que llevaba en un brazo, mientras en otro una caja que parecía un regalo. —, parece que no esperabas verme aquí.
—Bueno, no, tampoco esperaba hablar contigo en realidad, no después de…
—¿De qué no respondiste ninguna de mis cartas? — ella se acercó un poco más a él.—¿Puedo?
Él asintió, ella dejó la caja en la pequeña mesa de vidrio y después se sentó en uno de los sillones. Daeron la miró atentamente, su hermana mayor no parecía molesta, ni siquiera parecía ofendida por eso.
—¿Por qué quieres hablar conmigo? — preguntó con un poco de confusión, desde el otro lado de la habitación.
Rhaenyra había comenzado a enviarle cartas en cuanto tuvo edad para leer, todas eran diferente y siempre sin falta llegaba una en su onomástico, cada vez que la estación cambiaba durante el tiempo, no eran largas pero si concisas “Feliz día del nombre hermano, espero que te encuentres bien y que antigua este siendo de tu agrado”... “Espero que el invierno te trate bien, aquí en rocadragón se siente un poco más fuerte gracias al mar congelado, tal vez puedas venir alguna vez si lo deseas”... “Querido hermano, espero que te encuentres con buena salud y que tus estudios esten dando los frutos deseados, la gente dice que eres muy bueno con la espada”... “Supiste que estuviste en desembarco del rey días después de mi partida, me habría gustado poder verte, mi pequeño hermano.”
Nunca había entendido aquél repentino sentimiento de cariño de Rhaenyra hacia él; la primera vez claro que le sorprendió, incluso la segunda, tercera y cuarta vez, después se acostumbró. Aunque Daeron nunca le hizo una carta como respuesta, siempre llegó a Antigua una para él, y no lo admitía pero le gustaba cada vez que una llegaba y si alguna se atrasaba le preocupaba que fuera porque ella no quisiera escribir más.
—Te fuiste muy pequeño de aquí para tratarte como hubiese querido hacerlo antes y ahora regresas siendo un hombre y siempre has sido mi hermano ¿te molesto que lo hiciera?
Daeron sintió por un momento que podía tartamudear; su hermana mayor a la cual había visto unas cuantas veces en toda su vida y de la cual solo sabía cosas negativas estaba ahí, mirándole fijamente con sus brillantes ojos púrpura que no reflejaban más que amor y amabilidad.
—No… solo, no entiendo. —admitió.
¿Realmente Rhaenyra era como le habían dicho? dos de sus hermanos parecían adorarla, sin embargo Aemond, pensaba lo mismo que le hicieron saber desde que llegó a Antigua; que solo eran un obstáculo entre su hermana y la corona, pero de ser así ¿por qué se esforzaba en mostrarse agradable ante él?
—¿Es raro? — ella rió y sus ojos se iluminaron cuando el pequeño bebé Viserys formó una sonrisa. — Puede que lo sea, siempre creí que tal vez me responderías para pedirme que ya no lo hiciera.
—Lamento nunca haberlo hecho… el responder tus cartas quiero decir, debí agradecerte.
—No importa— le dijo ella de inmediato, haciendo un ademán con la mano. —, traje un regalo para ti.
Daeron la miró con cierta sorpresa sin poder evitarlo, desde que llegó nadie había tenido ningún tipo de detalle o una verdadera atención con él, a excepción de su madre y sus hermanos, con los cuales había ido a volar en dragón.
—Espero que te guste, por favor acéptalo. —Rhaenyra movió la caja de color carmesí un poco hacia enfrente para que él la tomara.
—No debiste molestarte.
—Solo quería darte algo especial, después de pasar tanto tiempo en Antigua finalmente estás en tu verdadero hogar. —ella sonrió. —Tenemos eso en común, yo estuve en Rocadragón, así que ambos estamos en nuestro hogar.
—Gracias Rhaenyra, realmente. — dijo con sinceridad.
Ella asintió con la cabeza, se puso de pie con el pequeño bebé que acunaba y se marchó, dejándole solo con el regalo, en cuanto la vio alejarse tomó la caja y corrió a su habitación al igual que un niño que no desea ser descubierto haciendo una travesura.
Cuando abrió la caja miró con sorpresa el interior, había un precioso saco de color negro, con botones dorados de dragón y un pequeño borado rojo. Pasó sus dedos por la fina tela, desde que volvió sólo había usado verde y no recordaba haber tenido nada Targaryen en Antigua más que su dragón, desde que era pequeño se había adaptado a su nueva vida que por un momento había olvidado que él también tenía la sangre de dragón y lo que eso significaba, su hermana era la segunda persona que lo hacía sentir que él era alguien y pertenecía a un lugar.
Se preguntó si la actitud de su hermana cambiaría después de que se enterara de los planes de su madre.
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Rhaenyra salió con una sonrisa en los labios, Daeron no era tan complicado; en realidad deseaba poder conocerlo, le parecía un chico muy apuesto, también muy inteligente, aunque también era un poco duro, no lo era tanto como Aemond.
—Pareces feliz— dijo su esposo mirandole.
—Platiqué con Daeron y le entregué el regalo.
Daemon tomó al pequeño Viserys en sus brazos cuando Rhaenyra se lo ofreció, dando un pequeño beso en su cabeza.
—Ese niño Hightower ¿lo acepto? — preguntó de mala gana.
—No es un Hightower, es un Targaryen Daemon y si, si lo acepto.
El pequeño Viserys le regaló una mueca a su padre, haciéndolo sonreír.
—¿Pero? — preguntó alzando su mirada hacia ella, que se tomaba de las manos con ansiedad y preocupación.
—No logró acercarme a Aemond, quiero que mis hermanos se sientan seguros cuando tomé la corona, quiero que sepan que no les pasará nada.
—¿Para qué quieres al tuerto? — preguntó. —ya tomamos dos dragones, casi tres con el otro, ¿para que los quieres todos? ese que se quede con su madre.
—¡Daemon! — Rhaenyra soltó un suspiro. —No quiero obligarlo a quererme, solo quiero que deje de verme como su enemiga.
—Si es un imbécil ¿que puedes esperar de él? solo déjalo estar.
—Estoy dispuesta a dar mi última jugada. — ella lo miró fijamente.
—No— dijo Daemon tajante— ni lo piensas Rhaenyra, no haré eso.
—Por favor, por mí, por el bien de todos ¿puedes intentarlo? — preguntó. —Estoy segura que él de alguna manera te admira.
—-Por supuesto, ¿por qué no lo haría? al menos sabe reconocer algo bueno cuando lo ve, puede que tenga esperanza— su esposa lo miró con seriedad.
—Lo digo en serio, lo he visto cuando entrenan, a veces te mirá y si tu te acercarás a él…
—Es un puto mocos llorón, yo no tengo tiempo para niñerias de ese tipo, si no quieren aceptarte como reina que se jodan, no los necesitas— dijo Daemon, mientras acomodaba a Viserys en su regazo.
—Pero es tu sobrino y es mi hermano, somos familia, se lo prometí a mi padre, nunca hacer correr sangre, nunca arriesgarnos a caer en guerra, — insistió ella— tal vez puedas entenderlo de una manera que yo no puedo— ella se acercó hasta la cama y se sentó, sus ojos púrpura se conectaron con los de él.
—Lo haré, solo porque tu quieres evitar problemas en un futuro, pero si las cosas no salen bien y su cara termina estrellada en algún lugar o sin otro ojo, será tu culpa. — ella sonrió triunfante y depositó un beso en sus labios.
¿Por qué demonios nunca podía decirle qué no? Daemon estaba convencido que no había nada más peligroso para un hombre que tener de debilidad a una mujer, Rhaenyra y sus hijas siempre serían la suya.
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Laena había estado esperando aquello desde hacía unos días, que no le sorprendió que finalmente estuviera ocurriendo.
—Vaya, hasta que sales de tu escondite. — dijo con voz fría.
—Pensé que estarías molesta conmigo— murmuró Kenna mirándole fijamente.
—¿Por qué? ¿debería? — preguntó, cruzándose de brazos.
—¡No, por supuesto que no! — escuchó el miedo en su tono de voz.
—Si no has hecho nada malo, entonces procura no esconderte como si fueras una criminal. — respondió ella.
—Laena… — dijo Kenna acercándose.
—Sabes lo que significa ser mi amiga, pero también sabes lo que es ser mi enemiga, mas no sabes lo que significa traicionarme.
—No me amenaces— ambas se miraban fijamente, Laena vio un poco de molestia en esos color verde que le miraban con insistencia. —, es una cuestión de honor y yo lo tengo, lo sabes.
—No te estoy amenazando Kenna, te estoy advirtiendo las cosas, eres mi amiga pero eso puede cambiar en un segundo y tu también sabes eso.
—Antes de que esto termine por un tonto mal entendido, déjame explicarte las cosas… ¿si? —dijo tomándola de la mano.
—Dime— pidió.
Ella se sentó a su lado.
—Ah… —respondió Kenna notablemente nerviosa. —Bueno, su majestad sugirió algo.
—¿Qué cosa?— preguntó Laena.
—Un matrimonio, con el príncipe Daeron. — soltó finalmente.
Laena no se sorprendió, lo había sospechado cuando vio a la reina poner en las narices de su tío a Lady Kenna y ella no lo había abandonado después de eso durante el baile. Miró a su amiga con atención.
—Quiere el apoyo de AltoJardín, ¿aceptaste? —preguntó con voz neutral.
—Sabes que no puedo negarme si mi padre acepta, y es un príncipe… ¿te molestaría si lo quisiera hacer? No hay una propuesta oficial aún, sólo me dijo que conociera al príncipe Daeron, pero es un poco serio, ha sido difícil. — dijo la joven desanimada.
Laena sabía que no podía ser tan egoísta para pedir que Kenna no desposara a Daeron, ella también tenía una obligación que cumplir con su casa, además se suponía que para eso había sido enviada allí, para encontrar un caballero noble al cual desposar.
—No te pediría que no lo desposaras, después de todo Daeron es guapo y agradable, ¿crees poder quererlo?
—¡Ay, Laena! —Kenna se abrazó a ella. —Me alegra que no estés molesta conmigo, porque yo te quiero mucho.
Laena sonrió negando con la cabeza.
—De verdad, te quiero, se que actúe sospechosamente pero en verdad estaba aterrada de que te enojaras conmigo por las cosas que han sucedido, desde que la reina me invitó al té yo, de verdad estaba espantada.
—Está bien Kenna, somos amigas y solo quiero verte feliz.
Laena también la quería, pero aquellas palabras eran de las más difíciles para ella de decir, nunca las decía en alto, pero las murmuraba en su cabeza.
—Cuéntame, por favor— la animó, relajando sus facciones.
—¡Ah no! — gritó de repente alejándose. —tu cuentame, ¿Aegon? ¡Te vas a casar!
—Kenna— dijo tajante.
—Bueno, dime ¿ya se besaron al menos? —preguntó curiosa.
—Shhhh — dijo colocando un dedo en sus labios. —cállate Kenna.
—¡Ya se besaron! — no pudo contener el efusismo en su voz. —Pensé que tardaría más en hacerlo.
—¿Por qué dices eso? — preguntó Laena.
—¿No es obvio? — dijo Kenna haciendo un ademán con las manos— Te mira como si quisiera comerte y no te culparía si tu deseas que lo haga, esta buenismo.
—Kenna, es mi prometido del que hablas.
Ambas sonrieron.
—Si y te mira como si fueras la única luz en la oscuridad, eso es mucho, él príncipe Daeron— bufó. — es extraño, no fue grosero pero tampoco siento que pusiera atención a lo bonito de mi escote o lo que decía.
—Tal vez no quería incomodarte, es un caballero.
—¿Tú crees que sea eso?
—Si, él es creo que el más diferente a todos nosotros— respondió Laena, porque realmente lo creía.
Alguien llamó a su puerta.
—Si, adelante— dijo Laena.
Las dos chicas se miraron, cuando vieron a la persona que estaba frente a ellas y no parecía muy feliz.
—Ah… yo creo que volveré después para platicar, compermiso princesa Laena, príncipe —dijo Kenna, haciendo una pequeña inclinación con su cabeza.
—Aemond, siéntate.
Él no lo hizo, solo se acercó a ella.
—Ten— dijo el príncipe tendiéndole un pedazo de pergamino.
—¿Qué es? — preguntó curiosa.
—Deberías saber, fuiste tú quien lo hizo.
Laena lo abrió y comenzó a leer “Aemond Targaryen y Laena Velaryon, compromiso real: Prometemos casarnos, respetarnos, sernos fieles y luchar el uno por el otro, protegernos del mal y de nuestros enemigos, ser el ancla del otro y sostenernos en los momentos difíciles y alegrarnos el uno por el otro. Nos comprometemos a estar juntos hasta el último día de nuestras vidas. Juramos que lo honraremos hasta que este compromiso se cumpla” la firma de ambos estaba en el papel, miró a Aemond con sorpresa.
—Yo…
—¿Lo olvidaste? me lo diste porque estabas segura que sería yo quien lo olvidará— sonrió débilmente.
Ella lo miró con un poco de tristeza.
—Lo recuerdo ahora— admitió. —, esta carta de compromiso tiene muchos puntos que siguen igual, de verdad, yo siempre estaré contigo.
—Ya no es real o supongo que nunca lo fue, ya no puede ser diferente ahora Laena.
—No— dijo poniéndose de pie y tomando su mano. — yo te prometo que aun hay cosas ahí reales, aun sigo siendo tu familia, siempre será así.
—-¿Sabes qué aunque te cases con él las cosas podrían no cambiar?
—No digas eso, él me quiere. — dijo con seguridad.
—¿Y tu lo quieres a él? — preguntó.
Laena alzó la barbilla y lo miró a la defensiva.
—No tienes ningún derecho a cuestionarme eso.
—No eres capaz de responder eso, Laena, solo quiero que estés bien.
—Estoy perfectamente bien, Aemond.
—¿Con todo lo que hay en tu interior? — él apretó su mano. —Solo quiero entender si haces esto como un sacrificio, porque de ser así no mereces eso.
—Te diré algo— él la miró con atención. —, si tuviera que ir a los siete infiernos por él, lo haría sin dudarlo.
—Es verdad, es así como eres tú. — él curvó una sonrisa. —No me sorprende que lo hicieras realmente, solo espero que ese viaje tan doloroso valga la pena.
—Aemond… espera.
Él salió de ahí confundido, había estado frente a Laena y el deseo no lo había golpeado, las ganas de abrazarla tampoco, sin embargo había calidez aun en esa parte de su corazón que pensaba en ella, quería que Laena estuviera bien; ahí estaba su mente haciéndole una mala pasada, algo en él no podía dejar de pensar en cierta platinada que lo hacía rabiar y lo hermosa que se veía con una daga, como se las arreglaba para ser tan salvaje y al mismo tiempo seductora cuando estaba molesta, maldita mujer.
Alys, tenía que ver a Alys para dejar de pensar en ella.
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No perdió el tiempo en saludos, cuando llegó estampo sus labios con los de ella, que lo aceptó gustosamente, mientras se aferraba con las manos al cuello, dando traspiés al interior del pequeño lugar.
—Mi rey— susurró sobre sus labios. —sabía que no tardarías en volver.
Aemond no respondió, siguió dejando un sendero de besos alrededor de su cuello y clavícula, ella jadeo cerca de su oído.
—¿Quieres que te prepare un té? — preguntó.
—Me importan una mierda los tés, no es lo que quiero— gruño.
—Pero tomar uno siempre te hace sentir mejor. —ella le dio un beso en los labios y se alejó. —¿Qué sucedió?
Alys se concentró en preparar el té, mientras él miraba hacia otro lado.
—Todo se está saliendo de control, mi hermano se prometió con Laena— la pelinegra se giró con sorpresa. —Helaena con Jace— una mueca se formó en su rostro.
—No pueden ser dignos de la sangre de dragón— dijo pasando sus manos por sus hombros—, ¿es lo que te molesta?
—No—admitió. —una guerra se va a desatar por eso.
—La guerra ya comenzó— dijo alejándose, mientras colocaba hierbas en el agua que comenzaba a hervir, él se giró para mirarla. —. Solo que nadie ha sido tan inteligente para darse cuenta.
—Mhmm, puede que tengas razón.
—La tengo, pero no debe ser así. Puede evitarse, si tu hermana cediera la corona a alguien capaz de reinar. —Aemond sonrió.
—¿Tu crees que lo haría? jamás dejaría que Aegon tocara su corona y mi hermano no lo desea tampoco, jamás haría nada contra Rhaenyra.
—No hablaba de Aegon, ¿por qué no tú? —él la miró con seriedad.
—No digas eso nunca de nuevo— su voz era tan fría como el metal. —, Aegon puede ser un idiota, pero no es mi corona.
—Te has preparado por años mejor que cualquiera para tenerla, ¿qué te detiene para no hacerlo?— Alys alejó el agua hirviendo y la sirvió en una taza.
—Solo soy el segundo hijo.
Ella sonrió fingiendo compasión y le tendió la taza.
—Los segundos hijos también tienen la oportunidad de brillar. —Aemond bufó.
Alys trato de no poner los ojos en blanco, lo observó beber el té. Una sonrisa se formó en sus labios, solo así podía asegurar que Aemond volviera a ella, solo así se podía asegurar de que, cuando hiciera su jugada todo saliera bien.
—Tengo una sorpresa para ti— sonrió. —, para que tu mente deje de pensar en aquella bastarda que se vendió para tu hermano con tal de asegurar una corona, cuando te prometió su amor a ti. — él giró su rostro, ella se acercó haciendo que la mirara. —Aquí hay alguien mirándote a ti, yo lo hago, solo a ti y a nadie más, yo no te he prometido nada que no haya cumplido— susurró cerca de sus labios.
—Nunca te he pedido que me prometas nada— susurró él.
—Lo sé, pero lo hago en el silencio de este lugar, cuando nuestros cuerpos se unen y arden como llamas. —sus manos presionaron sus hombros. —Solo espera— le dijo dando un beso en sus labios.
Aemond sintió una punzada en la boca del estómago, claro que había sentido llamas en su piel una vez, pero no con ella… cuando Alys desapareció un momento, se sirvió más del té, jamás había bebido una taza de más, sirvió entonces el herbario que miro sobre la mesa de madera y se lo tragó de golpe.
Dejo la taza sobre la mesa y Alys volvió con un vestido transparente de color azul cielo, sus caderas se movieron y bailo despacio hacia él, su cabello negro y ondulado le caía hasta la cintura y sus ojos azules como hielo le atrapaban.
—Mírame Aemond, soy tuya— susurró.
Sintió como su respiración se aceleraba, su vista se nublo por un momento y cuando la miró vio aquellos cabellos de plata y esa piel morena ralentizada con la luz de las velas moverse hacia él.
—No— dijo tosiendo, se alejó de inmediato de ahí.
Alys lo miró salir, había corrido lejos de ella por segunda vez. Eso comenzaba a enojarla, no quería perder su poder sobre él, no quería perder lo que había logrado. Laena Velaryon le debía una y pronto se la iba a cobrar, por intentar matar a su hermano.
—Maldito tuerto— murmuró para sí misma y cerró la puerta de golpe.
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💚🐉
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Aemond caminó por las calles de seda con la mano sobre su pecho, el escalofrío le recorrió el cuerpo entero y tuvo que detenerse para tomar aire.
—Mira lo que se puede encontrar por aquí, un príncipe devoto a la fé, que extraño— dijo una voz a sus espaldas. —¿Vienes de ver a tu amante?
Fijó su mirada, apenas y podía distinguirla.
—¿Te arrancaron la lengua ya también, primo? — preguntó con sorna.
—Perra Velaryon— susurró tratando de entender si era una alucinación o no. —¿Quieres más de lo de la otra vez? — ella formó una sonrisa, pero se esfumó de inmediato cuando Aemond se quejó y se dejó caer sobre el suelo, recargándose en una pared.
—¿Te encuentras bien? — preguntó de golpe, haciendo su capucha hacia atrás con cuidado de no ser vistos.
—No me toques— dijo Aemond con frialdad apretando con fuerza su mano.
—-Te ves como una mierda, pero si te quieres morir puedes hacerlo porque no me interesa estupido tuerto. —escupió sus palabras haciendo que él la soltara.
—Esto es tu culpa— Baela soltó una sonora carcajada.
—¿Y esto por qué es exactamente mi culpa? — preguntó arrodillados ante él.
—Ni siquiera eres real— murmuró cerrando su ojo, sintiendo como comenzaba a faltarle el aire.
—Basta imbécil, no estoy para juegos. — dijo ella molesta. —Ponte de pie.
Baela lo miró con atención y puso su mano sobre la frente de Aemond, estaba ardiendo en fiebre y su pecho subía y bajaba con pesadez.
—Aemond— dijo sorprendiendose por lo preocupada que se escuchaba. —, oye—- lo movió.
—No… no puedo. — respondió entrecortadamente.
—Puta vida, me tenías que joder la noche a mí ¿no es así? —Baela miró hacia todos lados pensando en qué hacer. —Tal vez debería dejarte morir aquí, en la calle como un perro.
—Eres tan linda— susurró él todavía con esa arrogancia tan conocida.
—Gracias, no es algo que me digan a menudo— respondió de la misma manera también.
Él tragó saliva con dificultad. Baela se acercó y colocó sus manos por debajo de los brazos de Aemond intentando ponerlo de pie.
—Por todos los… ayúdame a ayudarte— se quejó, él pesaba demasiado.
Aemond sintió como sus pulmones luchaban por cada bocanada de aire, sus piernas se sentían temblorosas y sentía mucho frío.
—De verdad— dijo ella apretando los dientes—-, no había detestado a nadie tanto como a ti.
—El sentimiento… es mutuo… prima…
Baela lo jaló hacia ella, intentó dar dos pasos con él y habían sido una verdadera tortura. Volvió a mirarlo a la cara, ¿y si lo dejaba ahí? no… no podía, todo su ser le exigía preocuparse por él y ayudarlo.
—Dejame buscar a los guardias— dijo decididamente.
—-Mhm— Su piel blanca, se veía azulada y sus labios comenzaban a agrietarse.
Sus ojos dieron una última escaneada en el lugar y finalmente dieron con alguien que pudiera ayudarla.
—¡Daeron! — gritó con fuerza.
El joven encapuchado alzó su mirada con atención, ella le hizo una señal con la mano, lo miró avanzar a paso lento, Baela soltó un bufido de irritación, sus brazos comenzaban a perder fuerza.
—-¡¿Puedes moverte más rápido?! —exigió.
—¿Estás loca? ¿porqué me gritas por mi nom… ¡Aemond! — dijo acercándose de inmediato y ayudándole.
—Bien temía esperar a que saliera el sol a que llegarás— se quejó.
—¿Qué sucede, hermano? —Aemond ya no respondía, sus ojos se cerraban.
—No hagas preguntas estúpidas, no podemos perder tiempo— le dijo Baela.
Los dos avanzaron con dificultad hacia la fortaleza, con mucha suerte lograron pasar sin ser vistos más que por los guardias de la entrada que negaban con la cabeza, los príncipes Targaryen siempre daban problemas.
—Buscaremos un maestre…
—¿Quieres que todos se enteren que los tres estábamos fuera?
Daeron tenía razones de sobra para no querer eso, definitivamente no le convenía en ningún escenario.
—Supongo que tienes una idea— dijo.
Ella solo puso los ojos en blanco, se guiaron por los pasadizos de Maegor. Baela se detuvo en una puerta.
—Rápido— se quejó Daeron que usaba toda su fuerza para sostener a Aemond.
—Laena— susurró Baela golpeando la pared. —Laena— dijo más alto.
Daeron la miró con desesperación, apretando los labios mientras su hermano temblaba y se quejaba en sus brazos, la platinada suspiro antes de tomar la decisión, abrió la puerta del pasadizo de golpe.
—Baela— dijo Laena con sorpresa, mientras se cubría con una sábana y no se encontraba sola, Aegon estaba ahí con ella.
—Es urgente— fue lo único que tuvo que decir, ya más tarde la molestaría por eso.
Daeron entró con ayuda de Baela, tomando ambos a Aemond.
—Maldita sea, ¿qué demonios pasó? — preguntó Aegon poniéndose de pie de golpe.
—Ponlo sobre la cama— dijo Laena arrojando las sábanas para acomodarlas.
Daeron miró hacia otro lado cuando Aegon lo miró fijamente, alejando sus ojos de Laena que se había levantado de golpe sin la parte superior de su ropa.
—¿Qué tomo? ¿qué comió? — preguntó acercándose a Aemond. —-Aemond. — dijo abriendo su ojo.
—No te va a responder, el imbécil no puede ni hablar— dijo Baela lanzando la capa hacia el piso.
—Esta… intoxicado— dijo con sorpresa.
Laena se acercó a él y con cuidado acercó su nariz a sus labios, sintiendo su débil respiración, sintió el aroma de una flor silvestre e intentó hacer memoria, ¿Qué flor causaba eso?
—Desvistanlo y metanlo en la bañera con el agua fría— le dijo a Aegon y Daeron.
Los dos hermanos se movieron con rapidez.
—Pide agua caliente, con salvia, ajo y miel— Baela no podía apartar sus ojos de Aemond, su corazón latió con fuerza cuando lo miró sin camisa, pero aún más cuando vio como comenzaba a luchar verdaderamente por respirar. —¡Baela, ve, corre! — Laena le dio un empujón, ella lo hizo.
—Laena— la llamó Daeron —, ¿qué hacemos? no puede respirar.
—No te mueras imbécil. — dijo Aegon que sostenía a su hermano por los brazos. —No te mueras porque juro que te revivo y después te mataré yo.
—Alguien intentó envenenarlo— Daeron apretó la daga que llevaba en el cinturón, Aegon la miro fijamente.
—Pudo ser un accidente, en las calles de seda hay demasiadas cosas de dudosa procedencia— Laena se acercó y metió sus dedos a la boca de Aemond. —, necesito que devuelva el estómago. —dijo cuando los dos hermanos la miraron con curiosidad.
—Deberías ser un maestre.
—Deberías cerrar la boca— dijo Aegon.
Laena había estudiado mucho, todo lo que podía, ella lo hacía. Pero no recordaba ninguna planta con ese aroma, era difícil de esa manera, ¿qué le dieron? ¿de donde lo había tomado? su mente trabajaba de mil maneras diferentes a la vez.
Ni siquiera puso atención al cuerpo desnudo de Aemond, que había sido cubierto con una sábana por sus hermanos, respetando su intimidad.
—¿Dónde está tu hermana? —preguntó en desesperación Daeron.
—No debe tardar— aseguró.
Fue así, Baela regreso con una taza humeante con las cosas que Laena le había pedido, ella vació todo en el interior, los tres jóvenes que la miraban hicieron una mueca de asco.
—Sabe peor de lo que se ve— dijo, llevándola a los labios de Aemond.
“Por favor, por favor” — suplicó a los dioses en su mente. “no me quiten a Aemond, no me castiguen con él también, no por favor”
Laena vertió el líquido con cuidado y poco a poco el cuerpo de su tío fue reaccionando, pasando la lengua por sus labios, ella suspiro aliviada.
—Ayudenlo— pidió, Daeron y Aegon lo giraron.
Un líquido verde oscuro, casi negró salió de su interior en una pequeña vasija.
—Esto comienza a marearme— susurró Daeron.
—Mierda— susurró Aegon.
—Quítate— Baela empujó a Aegon—, no lo estas haciendo bien.
La platinada se colocó detrás de Aemond y pasó un paño húmedo por su frente con delicadeza.
—Mhmm— se quejó Aemond.
Aegon se acercó a su hermano menor y lo miró. —¿Tu de donde vienes?
—No solo tú puedes salir de la fortaleza— respondió.
—Laena, ¿él estará bien?— preguntó Baela.
—Si, una vez que ceda la fiebre, necesitará más de ese té, ¿nadie los vió?
—No— dijo Daeron bostezando. —¿Podemos llevarlo a sus aposentos?
—No creo que sea lo mejor— dijo Laena pensativa. —debe pasar la noche aquí.
—Bueno idiota— dijo Baela acariciando el cabello de Aemond—, no solo arruinaste mis planes esta noche.
Laena se sonrojo, Aegon simplemente sonrió a su prima.
—Bien, esto es extraño— murmuró Daeron.
Buenas noches 🐉💚
Espero que les guste esto ✨
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