3. Lluvia y muerte

Poco a poco el sol fué ocultándose detrás de las dunas de arena en el horizonte. El cielo se convirtió en una extraña liga de colores cálidos y violáceos. Las nubes anteriormente blancas del día empezaron a tornarse de un color rojo sangre que me dió un terrible mal presentimiento. Detuve mi paso para observar aquel singular evento atmosférico que nunca antes había visto en Heaven.

Ciertamente era muy extraño.

Miré a mis espaldas por doceava vez en lo que quedaba de día y me encontré con un panorama bastante desalentador. Todos los miembros del grupo caminaban lentamente y con cierta pesadez. Una gran distancia separaba cada niño del otro, hasta dejar al más débil y flacucho de todos prácticamente en lo último de la formación.

Delante de mi caminaba un apresurado Pelé, llevándome una considerable distancia. Ya hasta se encontraba subiendo una duna para continuar por el otro lado. Suspiré agotado y todo mi cuerpo se encogió al escuchar el fuerte retumbar del trueno encima de nuestras cabezas seguido de un relámpago que iluminó las nubes rojizas.

Al parecer se acercaba una tormenta. Aunque esas nubes me daban cierto recelo, escuché que el resto del grupo comenzaba a liberar exhalaciones de alivio y alegría. Después de todo, no había nada mejor que una suave lluvia para aliviar el dolor de las quemaduras provocadas por el sol y la sed.

Debido a que no sabía cuánto tiempo y camino nos quedaba para llegar a alguna ciudad cercana, ordené que tomaran agua cuando fuese estrictamente necesario. Pero con una buena llovizna, podrían aliviar la insoportable sed que desde que salimos de Heaven, nos ha estado persiguiendo como una sombra invisible.

Por mi lado pasó Lee dedicándome una mirada de soslayo muy poco de amigable. Sin duda aquel chico tenía temperamento a pesar de su escaso tamaño. Apenas me llegaba al cuello, por dios.

Supongo que no estaba muy contento debido a sus planes arruinados. Entendía que estaba ansioso por volver con su madre en un lejano futuro y que debía sobrevivir como fuera posible, ¿pero en serio el veía bien abandonar a un par de niños desnutridos que no tenían culpa de su situación?

Volví a suspirar con cierto pesar y me fijé en los que aún se quedaban atrás, contandolos de uno en uno. Por suerte no se había desmayado nadie.

Todo había transcurrido bien, afortunadamente. Pero no pude evitar sentir cierto malestar. ¿Las historias sobre monstruos mutantes y parásitos que me contaban las sirvientas acaso eran mentiras? Porque hasta ahora no me había encontrado con ninguno.

En aquel momento me dejé llevar por la confianza. Pensé que todo estaría bien. Pero no era así.

—¡Chicos, tienen que venir! —escuché la voz lejana de Pelé parado en la cima de una duna de arena, haciendo señales para llamar la atención de todos.

Guiado por la curiosidad y la esperanza de que se tratara de la dichosa caravana del padre de Pelé, apresuré el paso en dirección al susodicho.

Los demás niños del grupo no tardaron en seguirme igual de apresurados.
Subí la duna del tamaño de una montaña, prácticamente gateando como si se tratara de un niño pequeño que aún no puede caminar. El cansancio ya me estaba pasando factura, además de que el relieve de la duna era demasiado inclinado para mis agotadas rodillas.
Y la pesada mochila en mi espalda tampoco ayudaba.

No sabía que estaba sonriendo, hasta que llegué a la cima de la duna, y la sonrisa en mi labio desapareció formando una mueca de decepción.

Los demás no tardaron en alcanzar nuestra altura y todos se quedaron igual de embobados al ver eso.

Había mucha arena, pero a través de la superficie se podía avistar los rastros de lo que solían ser grandes edificios de concreto y metal oxidado, casi enterrados por el paso del tiempo y el invencible desierto.
Las ruinas de lo que antaño solía ser seguramente una gran y moderna ciudad, donde seguramente vivían miles de personas pacíficamente sin discriminaciones entre ellos por ser hombres o mujeres.

—¿Creen que sea la ciudad que señalaba el mapa? —preguntó uno de los chicos famélicos. Si más no recuerdo creo que se llamaba Ortiz. Tenía la cabeza completamente rapada y los ojos hundidos en sus cuencas cadavérica. A su lado había un muchacho de un aspecto casi igual que el susodicho. Sospeché que seguramente eran hermanos mellizos, como me había explicado una vez mi hermana.

Ambos estaban muy delgaduchos, tanto que los huesos sobresalían de sus pómulos y hombros. Aunque la vida deslumbrada potente en cada rastro de su rostro. Sus deseos de vivir eran más que notables.

Detecté movimiento a mi lado y noté que Lee se movía para sacar el mapa del bolsillo de su chaqueta. Lo extendió desdoblando cada uno de sus pliegues. La hoja descolorida le mostró un dibujo detallado de esta región. Heaven se encontraba marcado en un punto rojo y la siguiente ciudad más cercana se encontraba ubicada con un punto azul.

Habían más detalles, como círculos con formas de letras en cada uno de sus bordes y números impresos en los bordes, pero lamentablemente mi aprendizaje no llegaba hasta ahí.

Lee frunció el entrecejo analizando cada detalle del mapa a la vez que miraba el pequeño objeto plano y redondo que recién antes comprendí que se trataba de una brújula. Una especie de dispositivo para guiarse.

—Todo indica, que la ciudad marcada en el mapa, son estas ruinas frente a nosotros.

Al escuchar aquello, alaridos y protestas se escucharon entre todos nosotros.

—Esas malditas guardianas nos entregaron información obsoleta —terminó por decir Lee, agregando más sal a la herida. Luego me miró con cierto reproche, como si yo fuese el culpable de toda esta situación.

—Además de que tampoco nos encontramos con la caravana de mi padre —agregó Pelé algo taciturno.

—¿Crees que ya nos hayan pasado de largo? —pregunté igual de deprimido que él.

Pelé en cambio se encogió de hombros y pude apreciar algunas lágrimas arremolinadas en sus ojos.

—No lo sé, ¿qué puedo decir de un hombre que nunca he conocido en mi vida? Tenía la esperanza... soñaba con encontrar algún rastro de familia fuera de Heaven... pero nada funciona... —su voz se rompió en la última frase y sin fuerza se dejó caer de rodillas en la arena. Lagrimas surcaron sus mejillas oscuras.

Enseguida me dispuse a consolarlo pero un alarido de dolor proveniente de uno de los mellizos me llamó la atención.

—¿Qué ocurre? —le pregunté alertado.

Ortiz me miró sosteniendo su mano derecha que al parecer se había herido.

—No lo sé, creo que me cayó una gota de algo. Pero dolió bastante.

Agarré su mano huesuda para mirarla con mayor detalle. Tenía una pequeña mancha en su piel al rojo vivo, como una quemadura de cigarro. Lo sabía porque era una de las cosas que mi madre hacía para torturarme.

Fruncí el ceño extrañado y levanté la mirada am cielo, donde las nubes amarillentas como la misma arena ya habían cubierto gran parte del cielo nocturno. Aún había algo de luz, debido al sol que no se habia ocultado por completo, pero una gota de lo que pareció lluvia cayó justo en mi mejilla y enseguida todo mi cuerpo reaccionó.

Un gritito se liberó de entre mis labios y mi mano enseguida se dirigió a la zona afectada.

—Mierda —escuché decir a Lee por debajo y mi atención se dirigió a él de inmediato.

Estuve a punto de preguntarle que le sucedía pero ya el susodicho había comenzado a correr hacia la ciudad en ruinas, como si su vida dependiera de ello. El espacio entre mis cejas se estrujó aún más. ¿Ahora qué diablos le sucedía?

Pelé se puso en pie limpiándose las lágrimas con el dorso de su mano pero esta vez fué su turno de gritar cuando al parecer otra gota cayó del cielo para impactar en su rostro.

—¿Pero que cojones? —refutó adolorido.

Las gotas empezaron a caer con más fluidez impactando en todos lados.

—Esto es peligroso... —siseo por debajo y enseguida grito— ¡Corran ahora mismo!

Nadie perdió tiempo. Todos empezamos a correr a la vez en dirección a la ciudad en ruinas mientras la lluvia ya comenzaba a formarse a nuestras espaldas. Giré la cabeza sin parar de correr y noté que una intensa lluvia comenzaba a caer justo detrás de la duna.

Forcé a mis piernas para que corrieran lo más rápido que podían. Otro trueno se alzó en la cima del cielo recordando aquello que nos perseguía y que poco a poco nos alcanzaba. Más gotas de esa extraña lluvia impactó sobre nosotros. Nos quejamos y siseamos por el dolor, pero en ningún momento detuvimos el paso.

Corrimos como si nuestra vida dependiera de ello.

Ya Lee nos llevaba una buena distancia. Mi rostro se congestionó por la furia al imaginar lo obvio. Lee ya sabía lo que era, pero en ningún momento se dignó a decirnos lo que estaba pasando. Ese maldito idiota egoísta.

Miré sobre mi hombro al sentir que alguien gritaba. Impactado noté que uno de los mellizos se había tropezado y había caído en la arena.

Por inercia me detuve. Pelé, el chico de las gafas, y los otros tres flacuchos del grupo continuaron corriendo sin mirar siquiera hacia atrás.

Observe que Ortiz intentaba ayudar a su hermano para que se pusiera en pie y yo di un paso dispuesto a ayudarlo pero ocurrió algo que definitivamente no esperaba.

El hermano de Ortiz gritó al sentir como aquella criatura se enroscaba en su cuerpo para atraerlo al interior de la arena. Su cuerpo era grisáceo, largo y muy gordo, como aquellas imágenes de criaturas que me mostraban las sirvientas para asustarme.

Ortiz luchaba con todas sus fuerzas para evitar que la criatura se llevara a su hermano y jalaba su brazo con la escasa energía que le quedaba.

No tenía idea de lo que era esa cosa, pero no podía permitir que lo matara justo delante de mi. Saqué el cuchillo de caza que colgaba de mi cinturón y lo empuñé directo a la criatura, empujando su filosa hoja hasta lo más profundo. Un fuerte chillido se liberó de la criatura y sangre blanquecina se liberó de su interior pero sin importar cuánto apuñalaba no se dignaba a soltarlo.

De buenas a primera, justo a mis pies, otra criatura salió y pude esquivarlo por los pelos. Era grande y larguilucha. No tenía ojos y en el lugar de donde se supone que debía estar la cabeza, había una profunda boca redonda llena de dientecillos como zarcillos. El ruido que liberaba de su interior era muy parecido al de las ratas.

Mi trasero impactó en la arena debido a que al retroceder mis pies trastabillaron y terminé por perder el equilibrio.

Otro grito se alzó a los cuatros vientos y noté que se trataba de Ortiz ya que una de esas criaturas había mordido el costado de su vientre y se metía en su interior como un asqueroso gusano. Un gran chorro de sangre se liberó y Ortiz tuvo que soltar a su hermano, dejando que cientos de gusanos gigantes lo devoraran justo en la arena, metiéndose por cada uno de sus agujeros.

No daba crédito a lo que veía.

Ortiz entre lágrimas, temblaba y su cuerpo creaba espasmos dolorosos cuando me miró y con voz ahogada dijo.

—Hu... —no fué capaz de terminar la frase porque el gusano que se había metido en su estómago ya estaba saliendo por su boca victoriosa.

No pude soportarlo más. Grité como nunca lo había hecho. Todo mi cuerpo se movió por su propia cuenta, guiado por el miedo seguramente. Me levanté a duras penas para empezar a correr nuevamente entre gritos y el chillido de esas cosas que se estaban dando un festín con esos pobres hermanos.

No supe por cuánto tiempo estuve corriendo. Ya había perdido de vista a los otros chicos. Seguramente ya habrían sido atacados por esos gusanos, no lo sabía y no me importaba en ese momento. Solo quería alejarme lo más que podía de aquel lugar. La lluvia hacía tiempo que caía sobre mi, no me había dado cuenta, pero de seguro ya me había causado bastantes quemaduras en distintas partes de mi cuerpo.

Igualmente no me interesaba. Preferiría ser derretido por esa lluvia antes que morir devorado por esas cosas.

Una vez en la ciudad desolada y enterrada por la arena, mis piernas fueron perdiendo fuerza lentamente además de que las heridas provocadas por la lluvia comenzaban a dolerme demasiado. Me oculté en la entrada de lo que antes seguramente solía ser un estacionamiento subterráneo. Lo sabía por el reguero de autos oxidados arremolindos en la entrada.

No me atreví a adentrarme aún más ya que el interior se veía bastante oscuro y no quería imaginar que clase de sorpresas habrían ahí adentro, además de que el edificio se veía en bastante mal estado.

Recosté la espalda en la pared y me dejé caer al suelo con mi pecho subiendo y bajando con pesadez y rapidez. Afuera de mi escondite, la lluvia tan caliente que quemaba con solo un toque, caía cobrando más fuerza con cada segundo que pasaba. Creo que si me hubiese quedado más tiempo ahí afuera, el castigo del cielo terminaría por derretir mi piel como si de hielo se tratara.

Con un nudo en la garganta recordé lo sucedido y no pude evitar llorar como el niño que realmente era. Encogí mis piernas rodeandolas con mis brazos y apoyando mi frente en la rodilla. Buscando con ese abrazo personal el apoyo y el calor humano que realmente necesitaba en ese momento. Mi mente se hizo añicos, tanto por el dolor físico y el dolor mental. Las lágrimas cayeron como cascadas sin poder evitarlo y continué llorando hasta que mi garganta dolió.

Fuí tan estúpido.

Subestimé la cruel y hostil naturaleza que se escondía en el desierto. Me confié pensando en verdad que todos tendríamos una oportunidad verdadera de sobrevivir. Pero desde el principio, la vida nunca estuvo de nuestro lado. Nos condenaron a morir, desde el mismo momento en el que las puertas se cerraron a nuestras espaldas.

Mi cuerpo tembló ante aquel pensamiento. Sentía terror ante aquellas cosas desconocidas que aún esperaban allá afuera para devorarme.

Quise quedarme escondido en ese lugar hasta que la muerte me alcanzara, hasta que su rostro se iluminó en mi mente como un eterno recordatorio de que no podía rendirme tan fácilmente.

Si este mundo me quería, me iba a asegurar de destruirlo por completo con tal de volver a verla.

Solo espera un poco más Scarlett.

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