VEINTISÉIS
Una joven de rostro pálido, delgada, no demasiado alta. Lleva el cabello azabache recogido en múltiples trenzas, que parecen competir por taparle la frente. En su rostro los colores se difuminan y las sombras quedan apagadas, líneas de henna se enroscan en su lado derecho, como las enredaderas que cubren los viejos edificios. Vestida con un jersey que le sirve de vestido y unos pantalones de piel. Una chaqueta, también de cuero, atada con cordones del mismo material. Unos botines cómodos en los pies y guantes sin dedos en las manos.
Esa es la joven que veo cuando me miro al espejo. Esta es la nueva Yadei que Myd, con ayuda de Abía, se ha encargado de diseñar. Me siento extraña, y el henna hace que se me enfríe la piel. Lo cierto es que me gusta bastante, aunque sé que, si alguna vez vuelvo a dibujarme algo con henna será tan solo en el brazo.
La niña pelirroja me mira expectante, con evidente satisfacción dibujada en su rostro.
—¿Qué te parece? —pregunta frotándose las manos y soltando una risilla.
—Casi no me reconozco ni yo misma —admito.
Myd me coge de la mano, y tirando con fuerza dice:
—A ver qué piensan los chicos, ¡vamos Yadei!
Yo la sigo despacio, aunque ya puedo caminar, la pierna me duele si la sobrecargo. Abía y Nómed han hecho un gran trabajo, si tuvieran los medios y conocimientos que los médicos de casa, estoy segura de que serían eminencias científicas.
La casa donde estamos consta de dos plantas y un jardín donde cultivan todas las plantas medicinales. En la planta baja se encuentran diversas habitaciones destinadas a enfermos, además de donde duerme Myd. También están la cocina y el salón. En la segunda planta se encuentran las dependencias del matrimonio y la zona donde preparan los remedios médicos. Al parecer, Myd les ayuda a cultivar las plantas y limpiar la casa, mientras que Abía atiende a los enfermos o máquinas y Nómed se encarga del resto de labores domésticas, como la comida y la ropa.
Al llegar al salón, Nómed suelta una risilla y con gestos le dice a Myd que se me ve muy diferente. Hyo se queda mirándome algo aturdido.
—¿Qué te parece?
Él mira a Myd, y la niña encoge los hombros divertida.
—Vaya —dice al fin—. Qué diferente.
—Esa era la intención. ¿Crees que...? —pero Fiko me interrumpe, se asoma desde un rincón y apoya sus patas delanteras en mi barriga, observándome con ojos interrogantes. Yo le acaricio en el cuello—. ¡Hola Fiko! ¿Te gusta?
Doy una pequeña vuelta y el perrito me lame las manos, después se dedica a dar vueltas y, al ver su propia cola, emprende la misión de intentar morderla. La situación es tan ridícula que todos nos reímos, incluso Hyo, quien aún parece estar algo en contra de Fiko. Carraspeo y vuelvo a la conversación.
—¿Crees que si salgo por ahí me reconocerán? —le pregunto.
Hyo parece no querer contestar.
—Me imagino que para ti da lo mismo, al fin y al cabo, ser un androide tiene sus ventajas, ¿no? —contesto con voz apagada.
—Es cierto, yo siempre puedo saber si eres tú, aunque te cambies de aspecto. Pero, Yadei, los guardias son humanos, ellos no te reconocerán —me recuerda, y añade—: Además, tampoco es que vayas a ir por las zonas más pobladas de la Capital...
Yo asiento.
* * *
Al salir al jardín veo que la cabaña está bastante alejada del núcleo de población, sobre una colina. Táborshlek se ve de lejos y parece enorme. Está construida con forma de óvalo, con algunas ramificaciones y casas sueltas fuera de una gruesa y alta muralla que lo rodea todo. En el centro hay un edificio grande y alto rodeado por una plaza. También puedo distinguir estructuras finas, de aspecto frágil. Myd me explica que son acueductos.
El tiempo es frío y ya ha nevado, el campo se ha cubierto de blanco y todo está húmedo. El corazón me da un brinco al tocar la nieve. Nieve real, no creada por máquinas. Myd se ríe y empieza a acumular nieve para hacer un muñeco.
El viento me agita las trenzas y me hiela la piel. Me froto los brazos con las manos y me quedo mirando el horizonte, pensando en qué debo hacer ahora. Oigo los pasos de unas botas contra la nieve y Hyo aparece, poniendo sus manos en mis brazos. Es un calor reconfortante.
—¿Estás preocupada? —pregunta.
En ese instante, Myd entra corriendo a la casa y oigo como Fiko le ladra. Vuelvo el rostro hacia Hyo.
—Como para no estarlo. No... No sé qué debo hacer ahora. Estoy confundida y tengo miedo...
—Eres fuerte, no debes tener miedo —dice con voz afable—. Ya estás muy cerca, pronto volverás a tu casa, si mis pocos recuerdos son reales.
—¿Y si no soy capaz de encontrar el búnker? ¿Y si ya no existe? ¿Y si no hay forma de volver? —me aprieto junto a él.
—Claro que hay forma de volver. Escúchame: volverás a ver a tu madre, ¿de acuerdo?
—¿Y qué será de ti? —noto que se me rompe la voz.
No quiero volver a casa sin él. La idea hace que me duela la cabeza y se me revuelvan las tripas. Jamás lo aceptarían, nunca confiarían en él. Y yo no puedo dejarlo aquí afuera, sin más. Los amigos nunca se abandonan.
Él se queda callado, aprieta los puños y luego los vuelve a abrir.
—No debes preocuparte por mí —contesta con un hilo de voz.
—¿Cómo que no? ¡No pienso dejarte aquí! —me alejo de él, enfadada. Pero él sacude la cabeza—. No voy a abandonarte. ¡Eres mi amigo! —le doy golpecitos con los puños mientras murmuro, enfadada y triste.
Hyo me agarra de las manos y me inmoviliza por unos instantes. Después me suelta y se queda mirando el horizonte.
—Cuando llegue el momento, ambos sabremos qué hacer —sentencia en tono seco.
Yo bajo la mirada y asiento. No vale la pena preocuparse por cosas que aún no han ocurrido, ni siquiera sé si hay forma de contactar con mi hogar. La voz fría de Hyo me saca de mis cavilaciones.
—Te voy a decir lo que deberás hacer cuando vayas a Táborshlek. Myd dice que conoce a un hombre que suele ir en busca de antiguallas y recovecos antiguos. Se llama Yaroc Sel. No tiene mucha fama entre la gente, pues al parecer es bastante rudo y frío. Deberás buscarle y preguntarle sobre el búnker, quizás sepa algo.
Asiento a modo de confirmación y me quedo observando la nieve. Hyo está enfadado, su tono lo corrobora. No me imaginaba que se enfadaría así. Quizás sí le esté afectando algo que hay aquí. Me encojo y pregunto en un susurro:
—¿Estás enfadado conmigo?
El androide me mira serio, pero su expresión cambia a una de compasión y sonríe tristemente.
—No, claro que no. Perdóname. He sido muy estúpido —contesta agachando la cabeza, en tono avergonzado.
—Te perdono. No has sido muy estúpido, solo muy humano.
Ambos sonreímos.
—¿Y ese tal Yaroc? ¿Sabes cómo es? —pregunto.
—¿Quieres verle?
Hyo teclea algo en mi brazalete y empiezo a ver números y a sentirme mareada. El suelo se desvanece ante mí y oigo la voz de Myd. Es rubio y alto, de unos 18 años quizás. En el fondo negro aparece la silueta de un hombre joven sin rostro con el cabello rubio. De ojos azules y con una forma rara, justo lo contrario a los tuyos. La voz de Myd sigue sonando y describiendo al hombre, y la figura en virtual va adquiriendo el aspecto. Cuando termina, oigo la voz de Hyo como si estuviera en mi cabeza, aparece frente a mí, formado por bits.
—Si la pequeña Myd es buena observadora, este debería de ser el aspecto de Yaroc —su voz suena mecánica—. Recuérdalo bien. Voy a cortar la conexión, ¿de acuerdo?
—¡Espera! ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos? —pregunto señalando la sala.
—Esto es un lobby que se encuentra entre ambas mentes. Lo he creado yo, si es lo que quieres saber.
—No lo comprendo, el brazalete no tendría capacidad para hacer algo así... Ni aunque establezca una conexión neuronal conmigo...
—Es algo extraño que... aún me cuesta comprender —comenta él—. Voy a desconectar, ¿vale?
Yo asiento y veo como el entorno se va desvaneciendo, pero yo sigo aquí. Siento que el pánico se apodera de mí y corro hacia Hyo, pero los píxeles que le forman desaparecen. Empiezo a oír las voces y luego todo es silencio.
Al abrir los ojos veo que Hyo me está levantando. Tiene una sonrisa divertida en el rostro.
—Te has tropezado contigo misma —explica—. Casi me tiras a mí también, el lobby no funciona como una realidad virtual, si te mueves ahí, también lo haces en la vida real.
Siento que me arden las mejillas de la vergüenza y me sacudo la ropa. Aún siento las voces en mi cabeza y me pregunto cómo Hyo es capaz de soportarlas.
Myd nos informa de que la comida está lista y ambos entramos en la casa. Comemos en silencio, mientras Fiko asoma el hocico en busca de algún pedacito de comida. Hyo siempre le aparta cuando el perro apoya el morro en sus piernas y le babea el pantalón.
Al terminar, ayudamos al matrimonio en lo que podemos y Abía me examina la herida. Tras varios minutos, me quedo sentada en mi cama, jugueteando con una ramita de eucalipto.
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