VEINTIOCHO

Al levantarme veo que todo está borroso. Me froto los ojos y parpadeo varias veces, pero al final me doy cuenta de que no es mi vista, sino que todo está lleno de polvo y humo. Oigo gritos de la gente, asustados, pidiendo ayuda. Entrecierro los ojos y veo que un dron con cabello rubio está disparando. No es un dron, es Yaroc, lleva la máscara. Me acerco a él dando tumbos mientras saco mi pistola.

—¿Qué ocurre? —le pregunto después de toser varias veces.

—¿No los ves? Drones, han volado parte de la muralla y están entrando en la ciudad.

Enfoco la mirada más allá del polvo y el humo y los veo. Se abalanzan como manadas de animales salvajes, comportándose como un enjambre con un único objetivo: matar a los humanos. Mi brazalete no para de emitir pitidos de emergencia. Van a matarlos a todos, pienso. Así que apunto y disparo hacia la primera máquina que veo. Sigo disparando, con cuidado de no herir a ningún humano. Yaroc también dispara mientras grita órdenes a sus compañeros, trabajan unidos, con armonía y sus disparos siempre llegan al objetivo. Saben lo que hacen. Yo, en cambio, tardo demasiado en apuntar y en disparar. Cada proyectil emite un fogonazo de luz que me ciega y todo el brazo me tiembla. Una cosa es disparar a un único dron medio herido, otra totalmente diferente cuando se trata de un enjambre.

Fiko va ladrando, sin saber muy bien qué hacer. De vez en cuando se abalanza sobre algún dron malherido y le clava las garras sin pensarlo dos veces. El suelo enseguida se llena del líquido gris y viscoso.

Me acerco a la gente y les digo que vayan a sus casas, que se encierren en la habitación más protegida y que no salgan hasta que todo se haya calmado. Ellos me miran y hacen caso sin rechistar. No sé de dónde estoy sacando el valor para quedarme aquí fuera luchando en vez de meterme en una de las casas y llorar asustada, pero ahora mismo toda yo soy adrenalina y dejo que me mantenga alerta. Sí, tengo miedo. Estoy temblando, de miedo, de nervios, de todo. Pero el miedo me arma de valor. El pánico es lo que ralentiza y mi cerebro sabe muy bien que un ataque de pánico no me ayudaría en nada.

Sacudo la cabeza y dejo de pensar en cosas que no me sirven ahora. En estos momentos solo hay dos cosas en mi mente: un dron y un disparo de plasma. Nada más. El plasma impacta contra el dron, quemando su carcasa y achicharrando los circuitos. Cae al suelo y una pequeña columna de humo se alza donde antes no estaba. La calle deja de estar llena de gente, ahora solo quedan drones y los que disparamos. Distingo a los guardias, a algunos Ojeadores, incluso artesanos que ven esta lucha como una oportunidad comercial. Por un momento, todos dejamos nuestros problemas de lado y nos unimos para luchar contra las máquinas.

Me duelen los brazos de disparar y esquivar los disparos de los drones. El olor de quemado me inunda las fosas nasales y el humo hace que me duelan los ojos. Ya casi no quedan drones. La gente ha empezado a asomarse por las ventanas, curiosos y asustados.

Apoyo las manos en las rodillas y me permito respirar un momento, oigo los disparos de los demás y los cuerpos metálicos chocar contra el suelo. Río por la histeria. Esta situación me supera, esta Yadei no soy yo. Yadei nunca sería capaz de disparar tantas veces. Pero aquí estoy, con los dedos entumecidos de apretar el gatillo y varios cadáveres de máquinas a mis pies.

Pero entonces, un brazo me agarra del cuello y me corta la respiración. Me eleva del suelo y me vuelve a lanzar contra él. Al mirar hacia arriba veo un dron dispuesto a agarrarme del cuello otra vez. Me deslizo por el suelo con un giro y le doy una patada en la pierna, esperando que pierda el equilibrio; sin embargo, ni se ha inmutado, no tengo la fuerza suficiente. Consigo levantarme y esquivar un golpe. Su puño se queda atascado en las piedras de una casa, lo que me da el tiempo suficiente para alcanzar la pistola. Voy a disparar cuando él le da una patada a la pistola y la envía varios metros más lejos. Siento que me va a dar algo. Agarro un trozo de metal, pero sé que la carcasa es demasiado dura para atravesarla.

Un silbido me distrae, una figura encapuchada tras el dron me está haciendo gestos. Enseguida lo reconozco, es Hyo. Siento rabia porque se haya expuesto de tal manera, aun así hago lo que me dice, le lanzo el trozo de metal y me deslizo entre las piernas del dron. Esto lo desorienta el tiempo suficiente para que Hyo se acerque y con el trozo de metal corte los cables que surgen de su cuello y se unen a su máscara. No se me había ocurrido que aquello podría ser un punto débil. La máquina cae al suelo y Hyo me ayuda a levantarme.

—Esto es solo el principio, Yadei —me advierte—. Con el tiempo, estos ataques serán más frecuentes y no habrá quién los pueda parar.

—¿Cuánto tiempo les queda? —pregunto con la voz entrecortada.

—No sabría decirlo. Yo... No sé nada más sobre los drones que reciben órdenes. Y por alguna razón esas órdenes son matar a todos los humanos.

—¿Y por qué no matarlos de una vez y punto? —enseguida me entran náuseas al formular la pregunta.

—Creo que el objetivo es ir poco a poco. Con ataques pequeños, para dar la impresión de que los humanos pueden contra las máquinas y que luego... Luego se darán cuenta de que estaban equivocados y entonces será demasiado tarde para reaccionar —explica apesadumbrado.

—Te-tenemos que advertirles. ¿Quién sería tan cruel para querer hacer algo así?

Hyo sacude la cabeza. No lo sabe, es comprensible. Un nivel de crueldad tan elevado... Siento ganas de llorar, pero las reprimo. Aquí no puedo mostrarme débil, no cuando podrían descubrir quién soy. No puedo llamar la atención.

Hyo se marcha y observo el panorama. El corazón me da un vuelco. Por lo menos habremos luchado contra dos decenas de drones o más, pero también han muerto civiles. Los guardias han cubierto con sábanas blancas a más de media docena de cadáveres humanos. Los Ojeadores ya están desmantelando los drones y puedo oír conversaciones sobre precios. ¿Cómo pueden hablar de cosas tan superficiales después de una lucha así?

—Eh, tú, Yadi —me llama Yaroc—. Al final resulta que no eras una simple mocosa. Buen trabajo —le miro y veo su estúpida sonrisa, se está burlando de mí.

—Que no me llamo Ya... —pero corto en seco, dos guardias se han acercado, y uno de ellos es el que me delató en Sarbeik.

Se me hiela la sangre y hago mi mayor esfuerzo por disimular el pánico que me está atacando ahora mismo. Fiko también está tenso y enseña los dientes, gruñendo tan levemente que apenas se oye.

—Eh, tú, chica. ¿Con quién hablabas antes? —pregunta uno de los guardias.

—Un amigo —mi voz suena ronca, solo espero que no me reconozcan—. Tenía prisa.

—Ya veo —dice el hombre de Sarbeik—. Pero parece que estuvisteis hablando un buen rato. Los secretitos en Táborshlek siempre se desvelan. Al igual que en Sarbeik, ¿recuerdas Yadei?

Lo dice con tal odio que un escalofrío me recorre la espalda. Miro a Yaroc, está sonriendo, como si estuviera acostumbrado a ver cosas así cada día. Cruza los brazos y me mira. Yo aprieto los puños, ha sido él quien me ha delatado. Yo fui tan estúpida de decirle mi nombre real, al ver que no reaccionaba simplemente pensé que no tendría conocimiento de la noticia. El chico pide hablar a solas conmigo.

—¿Sabes? A veces mi tío puede ser muy estúpido y prepotente. Bueno, no, en realidad lo es siempre. Se piensa que todo se soluciona metiendo a la gente en la cárcel, pero —me enseña una llave— aún no ha aprendido que no puede confiar en mí.

—¿Qué sentido tiene delatarme si has cogido la llave? —mi mente formula varias hipótesis, pero ninguna tiene sentido.

—Necesitamos que dejen de buscarte si quieres ir a ese búnker. Y la única manera de que dejen de buscarte es...

—... Haciendo que me capturen. Pero... ¿qué ganas tú con esto?

Es un plan realmente brillante, un plan que solo una mente muy inteligente podría formular. Alguien con la capacidad de ganarse la confianza y apuñalar por la espalda. Alguien como Yaroc.

—Oh, fácil: conocer a un androide de primera mano —entonces cruza los brazos y frunce el ceño—. Ahora finge que me odias.

Le escupo en la cara y él farfulla. Su tío, el guardia de Sarbeik, se acerca y sonríe mientras me pone los grilletes. No tiene ni idea de lo mentiroso que es su sobrino, y eso me entristece en cierto modo.

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