VEINTICUATRO

Me abrazo bien fuerte al torso de Hyo mientras su caballo galopa por el bosque. Ahora me siento mucho más insegura a lomos de un animal que corre tan rápido. Fiko no puede alcanzar la misma velocidad, pero se las apaña para seguirnos y, si nos alejamos demasiado, Hyo frena un poco y espera a que nos alcance, tengo miedo de que el perrito se marche. Nos ralentiza, eso es cierto, pero no pienso marcharme sin él.

Cuando en vez de galopar, vamos al trote, me adormilo en la espalda de Hyo. Es como una estufa calentita. Él tiene que apartarme las manos constantemente de su herida, porque yo me olvido de que la tiene, aunque no parece importarle demasiado. Su sistema ya lo está reparando.

—¿Estás bien? ¿Necesitas que paremos? —me pregunta.

—Estoy genial, no te preocupes.

—De acuerdo, dentro de un rato pararemos para la comida.

No sé cuánto tiempo es dentro de un rato, pues me despierto cuando Hyo me baja del caballo. Ahora sí que mi estómago se queja. Fiko se tumba a mi lado, escarbando en la tierra. Hyo me da algo de comer y yo no dudo en devorarlo, aunque no sabe nada bien.

—Déjame ver la herida —dice Hyo.

Yo asiento, acaricio la cabeza de Fiko mientras Hyo examina los puntos. La herida me duele mucho y se me resbala alguna lágrima traicionera. El androide me observa alzando las cejas.

—Cómo me gustaría hacer algo para no verte con dolor —me confiesa.

—Oh... —su frase me ha dejado sin palabras—. Gracias. ¿Y tú qué tal estás?

—No tienes que preocuparte por mí, yo estoy bien.

—Claro que tengo que preocuparme por ti —exclamo—. ¡Imagínate que te ocurre algo! Yo no puedo sobrevivir aquí sola en estas condiciones. Además... —pero entonces me callo.

Él me mira con curiosidad y confusión.

—Además, ¿qué? —inquiere.

Mis manos juguetean con una piedrecita mientras yo me muerdo los labios, nerviosa. Al final, decido confesarle lo que llevo varios días pensando:

—Te considero un amigo.

Ambos nos quedamos callados. Sí, eso es, considero a Hyo como un amigo. Ha pasado a ser demasiado importante para mí como para considerarlo un simple conocido o alguien que me ha salvado la vida. Los amigos se apoyan los unos a los otros, se cuidan, se salvan la vida (supongo), se ríen juntos, lloran juntos. Le miro a los ojos y veo cómo se dibuja una sonrisa en sus labios. Extiende los brazos y me rodea con ellos. Para mi sorpresa dice:

—Yo también.

Nos quedamos un rato abrazados. Siento una alegría que me recorre todo el cuerpo, ya no estaré sola nunca. Ahora tengo un amigo que me protege, algo diferente que mis anteriores amigos, pero no me importa. Da igual que no sea humano, porque lo único que realmente importa es lo que uno lleva en el interior. La sinceridad de Hyo me ha demostrado que no todas las personas son iguales. Muchas veces cometemos el error de clasificar a la gente por estereotipos, a pensar que actúan de cierta manera porque son de cierta forma. Los juzgamos por sus movimientos, su forma de vestir, y ya ni siquiera nos esforzamos por conocerlos mejor, tan solo nos obligamos a creer que esa persona es de cierta manera y no puede cambiar. Eso me ocurrió con él, estaba decidida a odiarle solo porque era una máquina. ¿Pero cómo odiar a alguien que se esfuerza por ser siempre amable contigo? Alguien que te salva la vida varias veces y no pide nada a cambio. Alguien que no comprende ni sus propios sentimientos porque aún no está acostumbrado a ellos. Alguien que ha demostrado ser más humano que cualquier otra persona. Y sí, digo alguien porque Hyo es una persona. Tiene la capacidad de razonar y sentir como un ser humano. Ser persona no se programa, y Hyo hace tiempo que rompió su programa.

Limpio las armas que tenemos (una pistola de plasma y algunos cuchillos) mientras Hyo va haciendo inventario. Una vez que he terminado, me apoyo en una muleta improvisada que ha hecho Hyo. No me alejo demasiado, pues tampoco quiero que mi herida empeore. Fiko me sigue obediente, mientras va en busca de conejos y otros animales.

Oigo el sonido de agua corriente y me dirijo hacia la zona, me alejo algo más de lo que me gustaría, pero vale la pena por algo de agua fresca. Veo un pequeño manantial que sale de una roca, me agacho y me lavo la cara con ella. Relleno la cantimplora, pero no me la bebo, aún hay que hervirla. Los pájaros pían animados y se asoman al pequeño estanque. Beben el agua con cuidado y se marchan rápidamente. Fiko también hace lo mismo, solo que él empieza a darle lametones al agua, salpicándola por todos lados. Me río y le tiro algo de agua, él estornuda y se acerca a mí con la lengua fuera, dispuesto a babearme. Entonces, empieza a ladrar hacia el camino por donde hemos venido. Mi brazalete también se ilumina. Siento que el corazón se me acelera, algo se está acercando a Hyo.

—¡Hyo!

Corro hacia allí, obviando el terrible dolor que me invade la pierna. Cuando llego, él se gira mí, sorprendido. El tiempo parece pasar a cámara lenta, una bestia aparece entre los árboles, lista para abalanzarse contra nosotros. No tengo tiempo ni siquiera para preguntarme de qué animal se trata. Actúo rápido: desenfundo uno de los cuchillos y me lanzo hacia el animal. El cuchillo se le clava en el estómago y gime, pero está dispuesto a atacarme. En ese mismo instante, Fiko da un salto y le muerde en el cuello. La bestia intenta moverse, no obstante, Fiko le agarra con fuerza hasta que ésta muere. Aliviada y asustada al mismo tiempo me dejo caer sobre el suelo.

—¿No lo habías detectado? —le pregunto a Hyo, con la respiración entrecortada.

—Mis sensores no funcionan muy bien últimamente.

Hago una mueca de dolor. Fiko arrastra el cuerpo del animal hacia otra zona del bosque. Esa cosa era el doble de grande que el perro, pero Fiko no ha tenido ninguna duda en atacarle. Siento que, a pesar de estar arrodillada, pierdo el equilibrio. Vomito, y tengo el tiempo justo para apartar la cabeza.

—No, no... Yadei —exclama Hyo.

Me agarra antes de que caiga completamente al suelo y me pone la mano en la frente. Tan solo oigo mi respiración agitada, el dolor en la pierna se ha vuelto tan fuerte que es como si estuviese por todo mi cuerpo. Gimo. Hyo se aterroriza al ver cómo la herida no para de sangrar. Hace presión con las manos para parar la hemorragia y vuelve a poner los puntos. Siento el estómago revuelto y náuseas constantes.

—Eh, eh, tranquila, Yadei. Todo está bien. Aguanta un poco más —me pide Hyo con un hilo de voz. Me aparta el cabello de la cara—. Me has salvado la vida, has sido muy valiente. Muchas gracias.

—Yo... ¿me pondré...bbien? —balbuceo temblorosa.

Hyo coloca la frente sobre la mía y me susurra:

—Claro, que sí, solo aguanta un poquito más.

* * *

La primera vez que mamá me llevó a la Zona Agrícola fue como si hubiéramos viajado a otro mundo. Tantos árboles, tanto verde... Y lo que más me gustaba era el silencio. Allí no había casi nadie, tan solo las granjas eran las zonas más pobladas. Los animales correteaban con libertad: pájaros, ardillas, conejos... También había insectos, de todos los tipos. Pero los que sin duda me enamoraron fueron las mariposas: aquellas alas que parecían cuadros, que se movían rápidamente y huían de los humanos.

Estuvimos comiendo sentadas en la hierba y explicándonos historias. Fue en aquel momento en el que tuve claro que de alguna manera viviría en el bosque cuando fuera mayor, ya fuera teniendo una granja o simplemente comprándome una casita en aquella zona.

Todo parecía tan idílico, hasta que, corriendo por un prado, caí y me golpeé las rodillas contra unas rocas. Las heridas empezaron a sangrar como nunca antes y sentí que el horror se apoderaba de todo mi cuerpo. Mamá corrió rápidamente hacia mí y me tranquilizó. Limpió las heridas con cuidado y se aseguró de que no sintiese más miedo.

Mamá siempre ha estado a mí lado. Siempre me ha consolado en los malos momentos. Siempre hasta ahora.

* * *

Los cascos del caballo, que resuenan contra la hierba, el barro, la tierra. Ladridos que se oyen a lo lejos. Una carrera continua. Calor, frío terrible. Sudor. Dolor. Silencio. Oscuridad. Paz.

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