VEINTICINCO
Lo que me devuelve a la realidad es el sonido de mi respiración, constante, regular, quizás hasta demasiado. En mi cabeza, se repite la escena una y otra vez: aquella bestia de grandes colmillos, dispuesta matar a Hyo, y a mí también. Pienso en el pobre de Fiko, y en la fuerza y valentía que demostró al atacar a aquella bestia. Me acuerdo de mi herida, y el mundo se me viene abajo. En esta sociedad donde la medicina se basa en plantas y antisépticos sencillos, curar una herida como esa no debe de ser fácil.
No sé dónde me encuentro, pero es como si estuviese en una nube. Huele a eucalipto e incienso, el aire es cálido y el silencio, abrumador. Bueno, a excepción del constante sonido de un fuego crepitante. Intento situarme: estoy tumbada, puedo abrir los ojos (aunque no veo nada) y siento los brazos pesados. Parpadeo varias veces hasta que dejo de ver manchitas de colores: un techo de madera. Giro la cabeza y veo una salita iluminada por una hoguera, hierbas medicinales colgadas de las paredes y el techo, y una olla humeante. Yo estoy en una cama, tapada con una sábana hasta la barbilla. Es como si estuviera en un dejà vú, ya he vivido esta situación. Deslizo las manos bajo la sábana y me incorporo levemente. Voy vestida con la ropa interior y una camiseta de tirantes blanca. Me toco la cara y el pelo, huelo a jabón y desinfectante. Pero hay algo que me asusta: no siento la pierna izquierda. Con los ojos cerrados, quito la sábana de mis piernas. Ahí está, vendada y limpia. Respiro aliviada.
—Si te la hubieran amputado la sentirías. Lo que pasa es que tienes unas medicinas que hacen que no te duela —dice una voz de niña.
Asustada, me giro hacia ella. No debe tener más de nueve años, lleva el cabello pelirrojo recogido en dos moñitos y viste una túnica blanca. Sonríe, sus dos palas están separadas ligeramente, dándole un aire más infantil. Tras ella, Fiko se acerca corriendo hacia mí, me lame alegremente. Tiene el cabello limpio y recortado, parece realmente contento. Le acaricio.
—Mi nombre es Myd —dice la niña, cuando el perrito se aleja un poco. Extiende la mano y me da una florecilla de papel.
—Oh, muchas gracias. Yo soy Yadei —contesto poniéndome la florecilla en el pelo.
—Ya lo sé, tu amigo nos lo ha dicho —se refiere a Hyo, ¿a quién si no?
—¿Está bien? ¿Puedo verle? —pregunto con insistencia.
—No creo que estés muy presentable —ríe Myd.
Yo me miro y me doy cuenta de que es verdad. Me río un poco. En ese instante entra una mujer. Debe rondar los cuarenta años, tiene la piel oscura y el cabello castaño recogido en un moño bien apretado. Lleva la misma túnica que Myd, además de muchos accesorios tales como pulseras y collares. Se acerca a mí y me examina. Me hace abrir la boca, mira mis oídos, los ojos. Por último, destapa la venda y examina la herida, vuelve a aplicar las hierbas y se queda sentada en un taburete, en posición de loto.
—Gra-gracias. ¿Quiénes sois? —le pregunto. La mujer no contesta, hace un gesto con la cabeza a Myd y la niña empieza a hablar.
—Ellos son Abía y Nómed, son médicos. Hace varios años perdieron a su hijo, que no hablaba. Desde entonces, ellos decidieron no hablar más y curar a la gente —explica.
Frunzo el ceño extrañada, es la cosa más extraña que he oído nunca.
—No lo entiendo, ¿por qué? —digo alzando las cejas.
—Es difícil. Nadie quiso ayudarles, y su hijo no aprendió como los demás. Entonces un día ocurrió un accidente. Por eso viven alejados y solo quieren ayudar a los demás. Da igual si son humanos o no, solo ayudan a quién lo necesita.
—Entonces... ¿Ayudan a los robots? —exclamo alarmada. Temo que hayan descubierto que Hyo es un androide y puedan exponernos.
—Si alguno llega hasta aquí y se desconecta, ellos lo reactivan y lo devuelven al bosque. Por eso Hyo no debe tener miedo. Sabemos que es una máquina, pero no le harán daño. Solo ayudan —expulso el aire que estaba conteniendo, menos mal.
—¿Y tú?
—Yo soy huérfana, ellos me adoptaron y ahora soy su intérprete.
Siento que la niña me ha dado demasiada información en un día. Me vuelvo a tumbar y cierro los ojos. Pienso en la mujer, lo extraña que es. Me pregunto dónde estará Hyo. Oigo los pasos de Fiko y siento como de un salto se sube a la cama y se tumba a mi lado. Le acaricio la cabeza lentamente, medio adormilada. Al final siento como me acabo durmiendo. Cuando despierto, unos ojos turquesas me observan. Son unos ojos rasgados, mecánicos, pero al mismo tiempo muy humanos. Hyo sonríe.
—Buenos días —susurra—. ¿Qué tal estás?
—Cansada —y, haciendo un ademán para que se acerque más, le susurro al oído—: Y confundida, Abía y Nómed son un tanto extraños, ¿no crees?
—No son más que unos humanos altruistas. Más extraña eres tú... —dice en tono divertido.
—¿Yo?
—Amiga de un androide, ¿qué cosa más rara que ésa puede haber? —Hyo eleva una de las comisuras hacia arriba.
Chasco la lengua, medio enfadada medio divertida.
—Tú sí que eres raro, trozo de chatarra —le contesto con retintín.
Hyo se marcha ante la llamada de Myd, la niña necesita su ayuda. Fiko les sigue agitando la cola enérgicamente. Al rato, aparece Abía. Vuelve a repetir lo de ayer: me examina. Esta vez, me deja comprobar el estado de la herida, a pesar de mis pocos conocimientos de medicina, puedo ver que tiene bastante buen aspecto. La mujer me da un jersey de lana para que me vista, me va muy largo y me sirve de vestido. Myd aparece tarareando una canción.
—Has estado varios días inconsciente, debes tener mucha hambre. Aún no debes caminar. Seguramente notarás algo de dolor en la pierna, pero no será demasiado exagerado —me explica.
Asiento y corroboro lo que dice. La pierna me duele, aunque no tanto.
Nómed aparece entonces. Debe tener la misma edad que su esposa, de piel castaña, rostro alargado y los rasgos muy marcados. Lleva un plato de comida. Es muy parecido a una sopa de fideos. Me lo como todo sin rechistar. Abía se ríe cuando sorbo un fideo muy largo. Es una risa muy bonita, por lo que deduzco que su voz debe serlo también. No me imagino estar sin poder hablar, a veces soy demasiado charlatana. Pienso en algunas compañeras de clase que eran sordas y no habían aprendido a hablar, siempre me sentía incómoda al saludarlas, me sentía demasiado torpe y mis conocimientos de lengua de signos son tan escasos que apenas podía decirles algo. Al menos, Nómed y Abía sí pueden oír.
El hombre recoge el plato y, junto a su mujer, se dirigen a la otra sala. Yo me quedo sentada en el borde de la cama, tamborileando en la madera. Hyo entra en la habitación. Él tiene un aspecto mucho más aseado que antes. La ropa es la misma, pero también está bastante limpia. Sin embargo, en su rostro está dibujada una expresión de enojo.
—¿Estás bien? —le pregunto.
—Sí, pero... Nada da igual, déjalo —dice sacudiendo la cabeza.
—¿Tiene algo que ver con lo que me dijiste? ¿Tú pasado y todo eso? —él niega con la cabeza—. Entonces, ¿qué?
—Está bien... Me temo que tengo malas noticias —el corazón se me acelera—. Myd fue ayer a Táborshlek, los guardias ya han llegado y avisado de tu presencia.
Por un momento me quedo mirándole sin saber qué decir, sin comprender exactamente lo que quiere decir. Repito sus palabras varias veces para cerciorarme de que no son alucinaciones mías. Hyo nunca miente. Se me hiela la sangre, adiós a mi oportunidad.
—Lo siento mucho, todo ha sido culpa mía. Si hubiese ido con más cuidado... —balbuceo—. Si hubiese sido más prudente, los lobos no me habrían atacado...
Él se arrodilla frente a mí para estar a una altura algo más baja que yo y me coge las manos.
—No, claro que no. Las cosas pasan simplemente. Lo que ocurrió fue ajeno a tu voluntad. No tienes la culpa de que esos animales te atacaran —objeta en tono amable.
—¿Qué vamos a hacer? —pregunto preocupada.
La pequeña Myd se acerca a nosotros, agitando sus moños divertida.
—Depende. ¿Qué es lo que querías hacer? Según los guardias, ocupasteis la casa de una anciana y luego, cuando ella se lo contó a los guardias asustada la asesinasteis —abro los ojos como platos ante la injusta acusación.
Se me enrojecen los ojos y algunas lágrimas se resbalan. Hyo se sienta a mi lado y me observa con rostro triste.
—Yo no maté a Tandara, fueron ellos. Ella me había acogido en su casa, pero se interpuso cuando los guardias nos iban a atacar. Nos salvó y ahora...
Lloro, y Hyo me abraza para consolarme.
—Ya decía yo. Os creo. No tenéis pinta de asesinos —contesta la pequeña—, pero ¿qué queréis hacer aquí?
—Yadei no pertenece al Exterior, ella viene de una ciudad de luz. Quiere volver a su casa, y por ello hemos venido aquí. Creemos que podría contactar con los suyos desde una vieja instalación subterránea —aclara Hyo.
La niña se queda callada un momento, parece que vaya a decir algo. Sin embargo, sale corriendo hacia la otra sala. Se cruza con Fiko, el cual la observa con rareza. El perro se acerca y al ver que tengo lágrimas en los ojos, empieza a lamerme las rodillas.
—¿Qué haremos, Hyo? —pregunto con un hilo de voz.
—Encontraremos una opción, no te preocupes. Prometí ayudarte y eso haré. Tienes que confiar en mí, ¿lo harás?
Yo asiento.
—Siempre.
Myd llega al cabo de poco rato. Se la oía hablar con el matrimonio desde aquí, aunque no podía distinguir lo que decía. Tiene una gran sonrisa en el rostro y nos anuncia que ya tiene la solución.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top