TREINTA
Pero entonces un guardia nos para. Su voz es decidida y fuerte y lleva un traje oscuro con placas de metal que le cubren el pecho y los brazos. Yaroc repite la misma frase que me ha dicho hace un rato:
—Mi tío Tobat quiere verla.
—¿Tobat, dices? Pensé que hoy no trabajaba por la noche. De hecho, tengo entendido que se ha pedido dos días para estar con sus hijas —Yaroc se mantiene sereno—. Además, ¿por qué no ha pedido que se la lleve un guardia?
Yaroc sonríe, y cuando habla, su voz es tranquila. Sin embargo, noto cómo aprieta mi brazo con nerviosismo.
—Supongo que quiere que aprenda a ser un guardia, al fin y al cabo, seguiré sus pasos —hasta yo noto la gran mentira que está diciendo.
El silencio que se alza entre nosotros es abrumador. Miro a todos lados, esperando a que suceda algo. Me alegro de que estas cárceles sean tan básicas. En la ciudad, todos los rincones están llenos de cámaras y las celdas poseen puertas herméticas imposibles de abrir sin tener que llevar a cabo diversas verificaciones. Claro que en casa apenas hay criminales y no pueden meterte en una celda hasta los dieciocho años.
Todo ocurre muy rápido. Veo el puño de Yaroc cerrarse mientras alza su brazo, apenas puedo agacharme cuando su mano golpea el rostro del hombre, noqueándolo.
—¡Corre! —me chilla Yaroc.
Yo hago lo que puedo, siguiéndole por más pasillos oscuros, ocultándonos de los guardias. Mi pierna se resiente, pero me centro en el suelo de roca bajo mis pies y en los pasos largos de Yaroc. Por fin llegamos a una salida, secundaria, según Yaroc. Abre la puerta de madera y metal, causando un chirrido terrible. Afuera todo está oscuro.
—Ah, Yaroc, precisamente quería preguntarte si has visto mi...
Es Tobat. Parpadea varias veces y se da cuenta de quién soy. Yaroc me obliga a retroceder y con un rápido gesto, le arranca la pistola del cinturón a su tío. El hombre levanta los brazos, boquiabierto. Yaroc tuerce una sonrisa y cambia el peso hacia una pierna.
—¡Tú! ¡Tú me has robado la llave! —escupe el guardia con desprecio. Bajo la luz de las antorchas, su rostro es duro y su mirada, acusadora—. Para sacar a esta cosa de la cárcel, ¿con qué te ha engañado?
—Siento decepcionarte, querido tío.
—¡Mal engendro! He hecho todo lo posible para manteneros a tu madre y a ti a salvo, para que no murierais de hambre. ¿Así me lo pagas? ¡Eres igual a tu padre! Un estúpido niño malcriado.
La respiración de Yaroc es irregular y su sonrisa se ha convertido en una mueca. El odio se refleja en sus ojos. Su índice acaricia el gatillo de la pistola.
—¡Retira eso! —chilla el chico—. Mi padre no era un malcriado. Tú siempre le tuviste envidia. Por eso quieres que sea como tú, porque no soportas ver cómo cada día soy más similar al hermano que odiabas.
Tobat aprieta los puños y hace rechinar sus dientes. De repente siento miedo, miedo de lo que va a ocurrir. De lo que Yaroc va a hacer a su tío. ¿Lo matará? ¿Será capaz de quitarle la vida? La simple idea me aterra. El guardia fija sus ojos en mí, llenos de cólera y rencor. Quiero correr, muy lejos de aquí, hasta que mis pulmones no puedan más, pero sé que si intento moverme, toda oportunidad de escapar será nula. Por un instante, Yaroc deja de ser un orgulloso, egoísta y prepotente. Ahora es solo odio y rencor.
—¡No te mereces lo que he hecho por ti! —chilla Tobat, vuelve a abrir la boca, esta vez para alertar a los otros guardias.
Un fogonazo de luz hace que me duelan los ojos. Tobat suelta un grito cuando un proyectil ardiente le alcanza en el hombro. Yaroc tira de mí bien fuerte y ambos echamos a correr. Tengo los nervios a flor de piel y la cabeza me da vueltas, Yaroc lo ha hecho. Ha disparado a su tío. Tropiezo con una roca y Yaroc deja de correr. Estamos en una calle oscura, iluminada por la luna y algunas antorchas que relucen débilmente.
—Yaroc, tu tío... —empiezo a decir.
Él sacude la cabeza, frunce el ceño y ladea una sonrisa.
—Bah, no es nada. No lo he matado, si eso es lo que preguntas. Se lo merecía, ¿no crees?
—Nadie merece que le hagan daño —farfullo.
—¿Encima que te he sacado de la cárcel me criticas? La próxima vez no hace falta que me des las gracias —contesta con retintín—. De todas formas no hago esto por ti. Me importa un pimiento una chica de una ciudad de luz que quiere volver con su mamaíta... Solo me importa lo que tú sabes, y ese androide. ¿Sabes lo que podría aprender desmantelándolo? ¿O quizás reprogramándolo? Convertirlo en mi cómplice.
Sus palabras hacen que un escalofrío me recorra la espalda. Ni siquiera siente remordimientos por sus acciones. Pero lo que más me aterra es lo que ha dicho sobre Hyo. Reúno todas mis fuerzas y consigo decir:
—¡Jamás tocarás a Hyo!
Él se acerca a mí y juguetea con la máscara de dron que lleva colgada del cuello. Empieza a reír. Yo tiemblo de rabia, se está burlando en mi cara.
—¿Acaso te lo has creído? ¡Qué tonta eres! No soy estúpido, niña. Hyo es mucho más fuerte que yo, pero ha prometido darme información interesante —explica divertido.
Frunzo el ceño y reprimo las ganas de darle una bofetada. Recuerdo que él ya ha estado en casa de Myd, habrá hablado con Hyo. Han hecho un trato. Me froto los brazos, no quiero imaginar cómo ha sido. Voy a preguntarle cómo sabía dónde estaba, pero echa a andar por los callejones. Apenas puedo seguirle.
En realidad, me recuerda a Gathol. Y creo que por eso le odio tanto. En un principio, no me llevaba tan mal con el hijo de Tob el Chispas. Pero a medida que pasaban los años, Gath se volvía más pesado. Nos conocimos cuando yo tenía diez años y él once. La adolescencia le cambió demasiado y supongo que por ello acabamos siendo tan diferentes. Yaroc tiene una personalidad similar a la suya, aunque algo más tosco y mucho más egoísta. Y con una gran diferencia: Gathol me cae mal y a Yaroc ni siquiera lo soporto.
Llegamos hasta un grueso muro de piedra, es la muralla.
—¿Sabes escalar? —me pregunta Yaroc.
—Sí, ¿por qué?
Después de un bufido, el chico contesta.
—Saldremos de la ciudad por aquí. Las salidas están demasiado vigiladas y tenemos unos pocos minutos antes de que los guardias empiecen a buscarnos como locos. Así que será mejor que te des prisa. Sube tú primera.
Observo la muralla, es vieja y hay muchas piedras salidas que pueden ser utilizadas como agarraderos. Pero está muy oscuro y apenas puedo ver nada. Busco muescas y salientes a los que agarrarme. Es sencillo subir, a pesar de mi pierna. En pocos pasos he llegado al estrecho camino que hay arriba de la muralla, desde donde puedo divisar el horizonte. Yaroc ya ha iniciado su subida; sin embargo, le cuesta más que a mí. Sus manos no pueden agarrarse a los mismos salientes que las mías por la simple razón de que son mucho más grandes. Ser menuda tiene sus ventajas, pienso.
Una vez arriba, el chico ata una cuerda a un saliente de roca. Hay que descender haciendo rápel. Primero ata la cuerda alrededor de mi cintura en forma de arnés y luego controla mi descenso. El rápel siempre me ha parecido aburrido, mucho menos emocionante en comparación a subir una pared, pero voy rápida. Al cabo de unos minutos el chico se reúne a mi lado. Estamos fuera de la ciudad. Me agarra la mano izquierda donde tengo el brazalete y levanta la manga. Se maravilla ante el dispositivo.
—¿No tienes un mapa dentro de eso que diga dónde está el búnker? —pregunta.
—Espera, ¿qué? —respondo yo perpleja— ¿No vamos a ir a casa de Abía y Nómed? Yo estoy muy cansada y apenas puedo mantenerme en pie. Es muy precipitado ir a...
—Verás, Yadi, los guardias ya deben de estar alertados —sonríe al ver la mueca que pongo cuando dice mi diminutivo—. La oscuridad es nuestra mejor ocultación por el momento. Además, tenemos unas pocas horas antes de que amanezca. No podemos esperar.
Asiento, aunque me cueste aceptarlo, tiene razón. Cuanto antes encontremos el búnker antes llegaré a casa. Busco en el mapa de mi brazalete alguna pista que nos pueda indicar dónde se encuentra el búnker, pero no hay nada. Yaroc parece impacientarse y, después de cinco minutos de búsqueda, me entrega una especie de chips de datos cristalinos. Al parecer, los encontró en el dron al que le quitó el rostro. Los conecto a mi dispositivo. Es parte de su programación, en el archivo se muestran datos fluir, órdenes y subrutinas. Mi nivel de informática no es tan elevado como para comprender todos los comandos, pero reconozco algunos como ve allí, sube ese muro... Sigo mirando los archivos hasta que encuentro algo que me llama la atención:
MENSAJE RECIBIDO - 256369866325993
CÓDIGO α39-1
//TRANSMISIÓN INTERCEPTADA. PROCEDER A LA LOCALIZACIÓN.
A continuación, muestra varios números, los cuales supongo que son latitud y longitud. Copio los números y los introduzco en el mapa. En efecto, muestra un punto no muy lejos de aquí. Echo a caminar rápidamente. Yaroc me sigue.
—¿Qué has encontrado? —me pregunta.
—No lo sé exactamente, pero creo que se trata de una localización a la cual los drones tienen orden de ir.
—¿Qué? —exclama con voz aguda—. ¿Estás loca? ¿Vas a llevarnos a un sitio infestado de máquinas? No es que sea un cobarde, pero soy prudente.
Hago caso omiso de sus palabras y continúo caminando. Es la única pista que tenemos, si ese lugar está infestado de drones, no tendremos ninguna oportunidad de ganar. No vamos a salir de esta. Pero quizás haya una oportunidad de conseguirlo. Quizás ese lugar sea el búnker que busco. El corazón me late con fuerza. Mamá, pronto estaré allí, no te preocupes. Llegamos al lugar donde indica el mapa. Está algo alejado de las murallas y el terreno está salpicado de rocas y ruinas. No hay nada más que silencio. No hay ningún dron, tan solo nuestros pasos sobre la hierba cubierta de nieve rompen el silencio. Incluso el viento parece hacer ruidos extraños, como advirtiéndonos sobre lo que podamos encontrar aquí. Escalofríos me recorren la espalda.
—Yadei, mira esto.
Me acerco a donde está Yaroc. Hay un túnel oscuro, parece una cueva, a excepción de un viejo panel de metal que emerge de la roca. El corazón me da un vuelco, no es una simple cueva, es una construcción. El búnker. Si Hyo tiene razón, este es el búnker desde donde puedo contactar con casa.
—Bueno, ya está. Ahora te volverás a tu casa y por fin te olvidarás de nosotros —dice Yaroc con rencor—. Allí lo tenéis todo, ¿no?
Noto la amargura en su voz. Nos tiene envidia.
—No, nosotros solo tenemos mentiras. Nos hacen creer que no hay posibilidad de vida en este mundo, que la única forma de mantenerse vivo es estando encerrado entre campos de fuerza. Eso no es vida. Habré estado muy poco tiempo en el Exterior, pero sé que he vivido más que en mis dieciséis años en la ciudad —el chico se queda algo aturdido ante mi respuesta.
Nos adentramos por el túnel, en completo silencio, está iluminado por pequeñas bombillas. Las dudas vuelven a ahogarme. ¿Qué encontraré allí? ¿Cómo sé que no estará repleto de enemigos? ¿Qué ocurrirá con Hyo? Me cuesta respirar y me tiemblan las piernas. Reprimo las ganas de llorar. El túnel se acaba y una puerta metálica se alza frente nosotros. Deslizo la mano por el frío metal. Aquí detrás se encuentra mi futuro. Mi vida depende de lo que encuentre aquí dentro.
La puerta se abre con un estruendo. Reprimo un chillido. La oscuridad nos envuelve. Me abraza con sus dulces brazos.
Pienso en mamá, en Hyo, en Myd...
Lo último que recuerdo es oscuridad y silencio.
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