QUINCE

Me deslizo por el catre hasta levantarme, me duele todo el cuerpo. Me siento pesada. Apoyo mi cuerpo en la pared con mucho cuidado, Tandara está en la cocina, sentada como en mi pesadilla. Me miro, también llevo un camisón, pero no es como el del sueño: me llega un poco más abajo de las rodillas.

La mujer me sonríe.

—¿Qué tal estás?

—No muy bien, si le soy sincera —y me dejo caer en una de las sillas con un bufido—. ¿Cómo va Áster?

—Bien, se va recuperando. Supongo que tendrás hambre, ¿no?

La anciana me ofrece un plato con pan dulce y una taza de leche. El pan está tierno y caliente, es reconfortante después de haber tenido tantas pesadillas en bucle. Al masticar siento la herida de mi mejilla tirante. Ya no me acordaba de ella, supongo que cuando aquel dron me golpeó contra el árbol debió de abrirse nuevamente. Bebo la leche de un sorbo y me limpio los labios con la muñeca. Mientras, Tandara le coloca a Áster en las heridas un cataplasma hecho con hierbas medicinales. Hyo me mira, sentado al otro lado de la mesa, parpadea lentamente y apenas se mueve. Hace un movimiento antinatural y frunce el ceño. Hay algo mal en él. Tandara se da cuenta de que me he fijado en la forma de actuar del dron y se acerca a mí.

—Yadei... Tú sabes arreglar cosas, ¿no es así? —pregunta con suavidad.

—Sí, es algo que siempre me ha gustado —ante mi respuesta, la mujer me dice un timbre de preocupación en su voz:

—Entonces tienes que ayudarle, se está muriendo...

Me giro hacia ella bruscamente.

—¿Áster? ¿Se está muriendo? ¿Y por qué me ha dicho que está mejorando? ¡Tendríamos que llevarla al hospital! —Tandara niega con la cabeza—. ¡¿Va a dejarla morir?!

—No, hija, no... Ella está bien. Es Hyo quien se está muriendo.

¿Hyo? ¿Morirse? ¿Qué? Miro hacia el dron, en sus ojos mecánicos se puede leer preocupación, miedo y dolor. Pero... ¿Acaso puede experimentar esos sentimientos? Gira sus ojos hacia los míos y me mira con pena.

—Un androide no puede morir. Se desconecta y ya está, solo deja de funcionar —farfullo.

—Así no funcionan las cosas, Yadei —replica él—. Cuando un dron muere, simplemente se reactiva y sigue las nuevas órdenes que recibe. Pero cuando un androide se desconecta, es algo totalmente diferente: todos sus conocimientos se pierden, sus recuerdos: todo. Solo queda en el recuerdo de los demás. Así es como funciona, igual que en un ser humano. Cuando uno muere lo pierde todo: sus recuerdos, su conocimiento, sus sentimientos... No soy tan distinto a ti.

Asiento lentamente, y, aunque me esfuerce por negarlo, siento la necesidad de ayudarle. Se lo debo. Él me ha salvado la vida, y ahora es mi turno de hacerlo. No sé si podré ayudarle, pero al menos debo intentarlo. Estoy cansada, me gustaría dormir durante varios días seguidos y olvidarme de todo lo que ha pasado. Pero, aunque lo intentase, sé que no podría olvidarlo nunca: la vida de Hyo está en mis manos. Y, aunque sea una máquina, puede sentir, y parece tan humano que mi conciencia no me dejaría tranquila sabiendo que yo podría haber intentado algo y no lo hice.

—¿Qué es lo que necesita? —pregunto, dirigiéndome a Tandara.

—Según Hyo me ha contado, uno de sus conductos de energía principal se ha dañado. Pierde energía, es como si se estuviese desangrando, supongo —explica la anciana, no entiende muy bien todo lo que ha dicho pero tiene la certeza de que yo sí lo entenderé.

—¿Algo así como una arteria? —le pregunto a Hyo, él asiente—. Podría arreglarse con un bypass.

—¿Un bypass? —Pregunta la anciana.

—Es hacer que la energía pase por otro conducto. Como por ejemplo el de un dron ya muerto. —Explico—. Aunque podría soldarlo con la pistola de plasma, si se ha cargado de nuevo, claro.

—El conducto está medio destrozado, no hay material para soldar. Podrías... —La cara de Hyo deja de moverse por un instante con un ruido metálico—. Lo siento, creo que lo mejor que puedes hacer es utilizar el bypass... para arreglar... mi... sisteeee

—No te esfuerces para hablar, así solo gastas energía —le recomiendo.

Después de quedarme pensando en cómo arreglarlo durante unos instantes, me voy al lavabo, me aseo y me visto. La ropa que llevaba quedó totalmente destrozada, así que me pongo otra: una camiseta blanca de manga larga, un par de brazaletes de piel muy calentitos, unos pantalones estrechos de cuero y unas botas altas. Lo cierto es que me siento muy cómoda, Tandara me explica que es ropa de Ojeadora, era de su hermana. Me peino, mi pelo rebelde forma puntas que me recuerdan a los personajes de los dibujos animados.

Salgo de la casa a toda prisa, esta vez no puedo entretenerme: no logré salvar mi ordenador, pero sí que voy a salvar a Hyo. Corro hacia el Lugar de Venta, el sol está bien alto y la gente se acumula en las calles. Una aglomeración de personas obstruye la puerta principal del edificio rectangular y me veo obligada a retorcer y agacharme para poder entrar, siento como las vendas de mis heridas se tensan al moverme. Algunos se molestan de que yo pase por el medio y me gruñen. Aun así, yo continúo hasta que llego al centro de la sala. El corazón me da un vuelco al ver qué atrae la atención de tantas personas: siete drones, todos ellos con un agujero en el pecho, llenos de barro y con algunas gotas de sangre.

—Encontramos estos drones, junto a otros, esta mañana. Ocultos en una parte interna del bosque. Alguien los ha eliminado y no nos ha dicho nada. Al parecer es como si se tratase de un pelotón de máquinas —explica un hombre calvo con los brazos llenos de serpenteantes dibujos de henna—. Y, ¿quién es tan fuerte como para poder luchar contra ellos? ¡Ni la mismísima Baitama!

La gente silba y critica al destructor de los drones. Yo retrocedo lentamente, me tiemblan las piernas y un sudor frío me recorre la espalda. Intento calmarme, no tengo tiempo que perder. Busco las piezas que necesito por las mesas de venta y, cuando las encuentro, dejo unos cuantos metales. Justo cuando me dispongo a salir por una puerta trasera, alguien me agarra de la muñeca. Suelto un chillido y siento cómo el corazón me golpea las costillas con fuerza. El hombre que me ha cogido de la muñeca es el mismo guardia con el que me topé al entrar en Sarbeik.

—Yadei Mash, ¿adónde vas con tantas prisas? —me pregunta, ahora puedo distinguir su mirada astuta, sobre la que caen algunos mechones dorados. Sonrío inocentemente.

—A casa de Tandara, necesita que le ayude —hago un esfuerzo por sonar infantil, pero la voz amenaza con quebrarse a cada letra que digo.

—El otro día te vi salir hacia el bosque, ¿conseguiste lo que querías?

—Ehm... Sí, bueno, solo acompañaba a Áster...

—Qué curioso, nadie os vio volver, pensé que habríais acampado allí —dice frunciendo el ceño. Yo suelto una risita, intentando sonar natural.

—Qué despiste, pues sí que volvimos, por otro camino, pero volvimos —encojo los dedos de los pies y me esfuerzo por mantener la sonrisa—. Se me está haciendo tarde, Tandara estará preocupada.

—Tienes razón, no queremos que se preocupe, ¿verdad? —Entonces se acerca mucho a mí, y, señalando los cadáveres de los drones, me susurra—: ¿Crees que soy estúpido, Yadei? ¿Crees que no conozco a tu amigo?

Abro los ojos como platos al mismo tiempo que un escalofrío me recorre la espalda. Me doy cuenta de que unos cuantos nos observan. Miro al hombre a los ojos y le dedico una sonrisa de terror. Él eleva una de las comisuras y me deja ir.

Empiezo a correr de vuelta a casa de Tandara. Lo sabe, él lo sabe... Vendrá a por nosotros. ¿Cómo lo ha podido saber? Me limpio las manos sudorosas en el pantalón y entro en la casa. El corazón me va a mil y siento como me palpitan las sienes. Tengo que darme prisa, tenemos que salir de aquí. 

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