DIECISÉIS

Tandara se sorprende ante mi rostro desencajado.

—Tenemos que darnos prisa —le explico lo ocurrido y me dirijo a Hyo—. Siéntate en el suelo, por favor.

Él obedece con lentitud y se coloca en el frío suelo de tablones de madera. Yo me pongo de rodillas y examino la zona donde él me indica. Un profundo corte atraviesa su trapecio. Retiro con cuidado lo que queda de tela negra hasta que veo toda la herida completa.

—Que conste que te salvo la vida porque tú me la has salvado a mí —le digo.

—Gracias. —Susurra elevando la comisura derecha del labio—. Tendrás que ponerme en modo reposo para no electrocutarte.

—¿Y cómo hago eso?

—Espera. Acércame tu brazalete.

Hyo empieza a teclear una serie de comandos. Es un tipo de programación mucho más complicada de la que yo sé. Reconozco algunos comandos de copia de seguridad. El androide me indica qué debo hacer para reactivarle y entra en el modo reposo. En realidad, es como si estuviese dormido, pues sigue respirando.

Presiono los laterales del músculo y la piel sintética se rompe al separar la pieza del resto del androide. Dejo con cuidado la pieza en el suelo e inspecciono el interior. Éste está formado por una estructura ósea de titanio y varios cables y conductos que tienen la función de venas y arterias. Una substancia gris y viscosa lo cubre todo. Reconozco la zona estropeada. Puedo ver que el conducto de energía está partido en dos, los cables sobresalen de éste, no hay forma de volverlos a entrelazarlos. Uno pedacitos de cable que he comprado y los sueldo utilizando la pistola y algo de estaño. Las manos me tiemblan horriblemente y la substancia gris no ayuda demasiado. Comparo los trozos de conducto que he conseguido y utilizo el más adecuado para unir los extremos destrozados del conducto de energía de Hyo. Compruebo que él sigue respirando y los sueldo con cuidado. En teoría, el problema tendría que estar arreglado. Coloco la pieza exterior en su sitio y ésta se une con el resto del cuerpo. Unas líneas negras similares a las que Hyo tiene bajo los ojos aparecen en las uniones del músculo y luego desaparecen hacia su pecho. El corte empieza a unirse, mostrando también esas líneas oscuras.

Escribo el comando que Hyo me ha enseñado, pero no ocurre nada. Le miro a los ojos. Si no fuera por las líneas oscuras, parecería completamente humano. Aún respira, pero se niega a despertar.

—¡Hyo! —exclamo zarandeándolo.

Pero no reacciona. Observo mi brazalete, una serie de comandos en rojo muestran que hay algo mal en él. Empiezo a teclear rápidamente los mismos comandos que suelo utilizar para poner en marcha mis programas. Pero no parece afectarle. Vuelvo a teclear los comandos hasta que empiezan a dolerme los dedos. ¿Se ha muerto? No, aún sigue respirando.

—¡Estúpido trozo de chatarra! —le chillo golpeándole en el pecho, impotente.

Entonces, un calambre me recorre el brazo y va subiendo hasta el corazón. Me paraliza. Me he electrocutado... Empiezo a oír voces en mi cabeza, chillidos de terror, ruidos confusos y, entre el caos, una voz de mujer que me tranquiliza. Estos recuerdos no me pertenecen. Me llevo las manos a las sienes y empiezan a caerme lágrimas. Oigo la voz de Hyo, serena. Yadei.

—¡Sal de mi cabeza! —chillo.

Al instante, el ruido cesa. Me dejo caer sobre el suelo y me hago un ovillo. El corazón me golpea las costillas con fuerza y mi respiración está entrecortada.

—¿Yadei? —es Hyo.

Pone su mano en mi hombro y me gira para que pueda verle. Parece desconcertado.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Tandara.

—El brazalete establece una conexión neuronal con el propietario, y creo que, de alguna manera, mi copia de seguridad acabó en la mente de Yadei —explica él.

—¿Todas esas voces? La mujer... ¿son tus recuerdos? —pregunto algo más calmada. Él asiente—. ¿Todos? —Otro asentimiento. Los únicos recuerdos de Hyo, tan escasos y confusos. Sacudo la cabeza—. Y... ¿tú has visto alguno mío?

Hyo sonríe.

—La mente humana es muy complicada... Pero se puede decir que sí.

—¿Qué has visto? —pregunto a la defensiva.

—He visto a tu madre... Y—frunce el ceño— una de tus pesadillas.

Siento cómo se me sube el color a las mejillas del enfado. Las pesadillas son algo muy personal.

—Como vuelvas a indagar en mi cabeza...

—Eh... tranquila —alza los brazos—. Yo no he hecho nada. Al menos no me he enterado de tus secretos más oscuros.

Consigue hacerme sonreír. Es cierto, él no ha hecho nada para conectarse a mi mente. Si acaso ha sido mi culpa. Me pregunto cuál de mis pesadillas habrá visto, aunque supongo que será la última. Me da rabia el hecho de que haya podido ver mi lado más vulnerable y asustadizo. Que piense que lo veo como al monstruo de mi pesadilla.

—¿La voz de aquella mujer...? —empiezo a decir

—Cuando la oigo me tranquiliza, siento afecto hacia esa voz. Me siento protegido...

—¿Es tu madre? —al oír eso, Hyo me mira a los ojos y puedo comprobar que hay una pizca más de luz en ellos.

—Yo no tengo madre, pero podría ser mi creadora... Y todos esos gritos... Las voces... No sé qué pensar, parece que me estén llamando... De vez en cuando aparecen otras nuevas y...

—Es lo único que te queda de tu pasado... Alguien te ha arrebatado todo lo demás —comento en voz muy baja.

—Sí, pero no tiene importancia —y añade en un susurro—: Al menos no ahora

Tandara nos sorprende causando un estruendo cuando el recipiente de madera en el que estaban las hierbas medicinales se le cae al suelo. Se disculpa y empieza a recogerlo lentamente. Hyo vuelve a girarse hacia mí.

—Yadei... Sé que puede ser algo incómodo, pero... Tus pesadillas son bastante... confusas... —carraspea.

—Eh... Yo... No pienses que... —la vergüenza se abre camino—. No es que os vea así, claro que no, pero... Yo no controlo mi subconsciente.

Hyo ríe de forma juvenil. Muestra sus dientes blancos, perfectamente alineados. Y de repente, parece tan humano que casi me olvido de qué es. Yo río también, nerviosa.

—No tienes que disculparte. Yo también tengo pesadillas —dice en tono divertido.

—¿Ah, sí?

—Sí —baja la cabeza y me mira con tristeza— y no me gustan.

Entonces sus recuerdos me vienen a la mente, él diciendo mi nombre y yo sin contestar. Un chillido igual al mío. ¿Serían parte de sus recuerdos o era una de sus pesadillas? Carraspeo y me dispongo a decir algo, pero una voz infantil y cansada nos sorprende. Es Áster.

—¿Dónde estoy? —pregunta.

Áster se incorpora lentamente sobre el catre y comprueba que está muy débil. Tose y se frota los ojos con las manos entumecidas. Tiene el labio cortado y una leve contusión en la cabeza. Su brazo derecho está roto y ha recibido varios golpes en las costillas, ha tenido suerte de que no se le haya roto ninguna.

—¿Tandara? ¿Yadei? Ah —se lleva una mano al moratón que tiene en la frente—, lo último que recuerdo es que un dron me golpeaba en el estómago.

—Toma, hija, no has comido nada en dos días —la anciana le da un bol lleno de una especie de papilla.

—¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Conseguiste eludir a los drones? —me pregunta la niña.

—No, yo también caí inconsciente. No fui yo quien nos salvó —le explico—, fue un adnroide, C-0157.

Hyo se gira y la saluda. Áster abre los ojos como platos y se deja caer en la almohada.

—Aún estoy soñando, esto es solo un sueño, despierta Áster... —se repite.

—Áster, no es un sueño. Hyo nos ha salvado la vida, yo no quise creerlo en un principio, pero es cierto. Arriesgó su vida para salvarnos, ha estado a punto de morir —insisto.

—¡No! Las máquinas no salvan personas —masculla temblando de rabia.

—Yo al principio tampoco confiaba en él, pero se ha arriesgado a salvarnos la vida.

—¡Eres una tonta, Yadei! —chilla la niña—. Los drones las asesinan. Como aquellos que asesinaron a mi padre en Daba.

Veo que Hyo hace una mueca de sorpresa.

—No puedes culparme de la muerte de tu padre, intenté impedir que los drones destruyeran vuestra aldea, pero ellos solo seguían órdenes. Me llamaron traidor y por poco me mataron. Conseguí evacuar al máximo de personas posible haciéndome pasar por uno de vosotros. Pero, por desgracia no pude salvarle a él. Intenté advertirle; no obstante, la multitud me empujaba hacia fuera de la aldea...

Entonces recuerdo, entre esas voces suyas, el crepitar constante de un fuego. Bajo la cabeza, Hyo lo ha explicado en un tono tan apesadumbrado que se me ha encogido el corazón. Él estuvo allí, él intentó detenerlos y no pudo... No me imagino el peso que debe sentir en su conciencia. Sabes que debes salvar a alguien y; sin embargo, no puedes. Áster se queda observándole unos segundos y después prorrumpe en un amargo llanto. Tandara la abraza, la chica le susurra algo y la mujer contesta:

—Claro que puedes confiar en él, pequeña.

Áster acaba dormida, Tandara nos explica que mintió a su madre haciéndole creer que la niña iba a quedarse unos días a dormir a nuestra casa y me siento mal por hacerle creer eso.

* * *

Hyo se lava y se pone ropa que pertenecía al marido de Tandara, con el pelo mojado y bien peinado realmente parece humano.

—Hyo, tenemos que marcharnos ya —le digo.

—Lo sé, no quiero poner en peligro a Áster y Tandara.

Oculta bajo una bufanda y una capa compro dos caballos tal como Tandara me ha explicado. Son dos corceles marrones: Meel y Cóbel. También me hago con provisiones suficientes. Compruebo que nadie me sigue y dejo los caballos en el patio de la casa de la anciana.

—Yadei —se me hiela la sangre al oír la voz del guardia de antes. ¿Cómo me ha seguido? Yo sigo a lo mío, sin hacerle caso—. ¿Para qué son esos caballos?

Está tan cerca de mí que puedo sentir su aliento.

—¿A ti qué te importa? —le espeto, él sonríe de forma pícara.

—Vaya, ¿qué ha pasado con esa niña dulce e inocente? —pregunta agarrándome del brazo.

—¡Suéltame! —intento forcejar, pero me agarra con ambas manos y me inmoviliza. Empieza a faltarme el aire.

—Mi deber es velar por la seguridad de este pueblo. Y sé que tú ocultas algo.

—¡Déjame! —chillo—. ¿Por qué querría haceros daño?

—Porque perteneces a las ciudades de luz —se me corta la respiración, ¿cómo lo ha averiguado? Entonces se lleva una mano al bolsillo y me enseña un colgante metálico, distingo el nombre que hay en la placa: Hyo—. Creo que esto pertenece a tu amiguito.

—Déjame en paz —exijo.

—Suéltala. —Reconozco la voz autoritaria de Hyo. Sale de la casa con los puños cerrados.

—Oh... don cables ha venido a ayudarte, qué suerte, ¿no? —El hombre me zarandea con fuerza.

—He dicho que la sueltes —ladra Hyo separándolo de mí.

Se planta cara a cara con él. Veo el terror reflejado en los ojos del guardia. Tiro de la camisa de Hyo, no vale la pena enfrentarse a él. El androide me empuja con suavidad.

—¿Vas a matarme? —el guardia escupe— ¿Cómo hiciste con aquellos drones?

—Será mejor que te marches de aquí cuanto antes. —Hyo se muestra sereno.

El hombre suelta una carcajada y se marcha. Me tiembla todo el cuerpo. Hyo me coge de la muñeca y me lleva al interior de la casa, me da el tiempo justo para coger su colgante y colocármelo alrededor del cuello, debajo de la camiseta. Debemos irnos ya, el guardia pronto avisará a los demás. Me despido de Tandara y de Áster y pongo todas mis cosas en las alforjas de Meel.

—Os echaré de menos —nos dice Tandara en el patio. Yo la abrazo con todas mis fuerzas.

Antes de que abandonemos la calle, aparece un grupo de guardias armados con ballestas. Corren hacia nosotros. Hyo golpea a mi caballo y éste empieza a galopar. Observo, a lo lejos, como un guardia acciona su ballesta mientras grita ¡Traidores! El tiempo parece detenerse. La saeta rompe el aire, va a impactar en mi caballo, pero eso no ocurre: Tandara se interpone entre la flecha y el animal. El proyectil se le clava en el pecho y cae al suelo inerte.

—¡No! —Chillo con la voz desgarrada.

Hago el amago de frenar el caballo, pero Hyo agarra las riendas y nos aleja a ambos del pueblo. Le chillo que me deje en paz, que debemos detenernos, pero él no me hace caso.

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