CATORCE

—Errores que cometieron otros humanos muy anteriores a nosotros, no es justo...

La abrazo para intentar calmarla. Está temblando, tiembla de rabia y odio, pero también porque está triste.

Empiezan a caer pequeñas gotas de lluvia. Parecen las lágrimas del cielo. Las gotas se deslizan por las hojas perennes de los árboles y siguen cayendo hasta llegar a la tierra, introducirse en el subsuelo y convertirse en alimento para las plantas; se mezclan con las lágrimas de Áster hasta que es imposible distinguirlas.

El brazalete empieza a emitir una alarma, después otra y otra, cada vez aparecen más. Miro a nuestro alrededor. Puedo ver, por todos lados, cuerpos brillantes que se acercan lentamente, son drones y nos rodean. Balbuceo algo inentendible. Cuando por fin puedo articular palabra digo:

—¡Drones! ¡Nos rodean, corre!

—¡¿Qué?!

Pero es demasiado tarde, sin necesidad de utilizar el brazalete se pueden ver los ojos brillantes, blancos y fríos de los drones. Áster intenta dispararles, pero apenas abate a dos. Me pasa la pistola y consigo abatir a cinco. Aún quedan siete. Aprieto el gatillo, pero no sale ningún proyectil. No queda energía, doy golpes con la pistola a los que se acercan. No, no... Son demasiados... ¡No vamos a poder! Tiro la pistola y me agarro a la rama gruesa de un pino, intento subir.

—¡Vamos Áster! Súbete a un árbol. —Ella se queda paralizada, un dron le coge de los hombros—. ¡Áster!

La adrenalina me mantiene activa. Llego hasta una rama gruesa y alta y observo con horror como Áster intenta librarse de los drones. Uno le agarra de la chaqueta y ella consigue escabullirse. Pero otro dron la rodea. Ahogo un grito y pierdo el equilibrio, resbalando hasta quedar colgando agarrada con los brazos. Alguien me coge del tobillo, es un dron. Le golpeo con el talón pero no sirve de nada. Noto como me golpeo la barbilla contra el árbol, la corteza me araña la cara. No puedo respirar. Quien sea me ha dado un golpe seco en la espalda. Noto presión en el pecho. Intento forcejear. Doy golpes inútiles a un cuerpo metálico. Quiero gritar, mi garganta no emite ningún sonido. Veo un brillo blanco, me deslumbra, es horrible y sigue ahí aunque cierre los ojos. De pronto, todo parece desvanecerse: la luz, el dolor, la lluvia...

Huele a barro, mi cara está contra el suelo, la lluvia me araña sin compasión. No puedo moverme, me cuesta respirar. ¿Qué ha pasado? No veo nada, me duele la cabeza. Ya no hay ningún ruido: ni la lluvia ni mi respiración. Todo se va, parece que la vida se me escurra entre los dedos.

* * *

Me zumban los oídos, estoy flotando. Siento paz, no tengo hambre, no tengo frío, no tengo dolor. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? Hay mucha luz, puedo oír una canción; pero es algo muy lejano, como un susurro, una voz dulce... Intento caminar hacia el sonido, no puedo moverme, no tengo cuerpo. Gradualmente voy sintiendo las piernas, los brazos, el torso... Estoy medio tumbada sobre algo mullido. Me duele la barbilla. Paso los dedos por ella, tengo un moratón. Miro a mi alrededor, todo está borroso, ¿dónde estoy? Agito la cabeza e intento incorporarme sobre los codos. Me duele todo el cuerpo, suelto un gemido y me vuelvo a tumbar. Miro a mi alrededor de nuevo: reconozco la habitación, estoy en casa de Tandara. Áster está tumbada en la cama de la anciana. Me incorporo, todo mi cuerpo se queja. Tandara me mira. Voy a preguntar algo, pero ella se adelanta:

—Tenéis suerte de haber sobrevivido, estabais muy malheridas —dice con tal preocupación que casi parece palpable

—¿Cómo hemos llegado aquí? —pregunto con voz ronca. No recuerdo haber hecho todo el camino de vuelta. De hecho, no recuerdo nada después de haberme desmayado.

—Él os ha traído.

Tardo en enfocar la vista, ¿quién es él? ¿Algún cazador? En la silla veo recortada la silueta de una persona contra el fuego. Me saluda con un gesto impreciso y mecánico. Algo va mal. ¿Quién es?

—Os metisteis en un gran lío —dice una voz masculina, serena y apacible. Lo reconozco, es él: Hyo.

—Hyo os ha salvado la vida, tendríais que agradecérselo. Sabía que él no tenía malas intenciones. No es la primera vez que encuentro un dron como él, ¿sabes? Hay otros que también son buenos. —Dice Tandara, tan rápido que casi no tengo tiempo de reaccionar.

—¿Hyo? —pregunto confusa, ¿cómo ha llegado hasta aquí?

—Cuando llegué los drones habían empezado a golpearos. Un poco más y... —el androide parece ligeramente enfadado— Y casi no puedo hacer nada por vosotras. Quien más ha sufrido ha sido la niña, Áster. Tú intentaste subirte al árbol, pudiste reaccionar.

Sacudo la cabeza asustada. No, él no ha sido, otra vez no. Esta vez ya no tiene motivos, le negué mi ayuda, le dejé bien claro que no confiaba en él, que no iba a ayudarle.

—Yadei, debes confiar en él. No puedes ser tan desconfiada. Se ha arriesgado mucho al traeros aquí. ¡Podría haber muerto! Se merece las gracias, se merece tu confianza.

—No, Tandara, no. Los drones pueden parecer buenos, pero en cuanto tienen la oportunidad te traicionan. Solo siguen su programación, no tienen conciencia.

—Al menos veo que has decidido creerme —comenta Hyo, quedo.

Hago caso omiso de su comentario y continúo hablando:

—Hyo puede aparentar ser humano, pero no lo es —exclamo.

—Nunca podré ser algo que no soy, Yadei. Tienes razón, no soy humano y nunca lo podré ser. Pero puedo comportarme como uno. Tengo conciencia, y no quiero que los humanos sufran —explica Hyo.

—¿Por qué? No lo entiendo, ¿por qué? —las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos—. ¿Qué hemos hecho los humanos para que quieras ayudarnos?

—Los humanos me crearon, mi fin era la guerra, pero me hicieron diferente. Vosotros ya no tenéis la culpa de lo que pasó... Fueron... otros humanos, no vosotros...

El androide se acerca y puedo verle. Su mono negro está hecho jirones por la zona de las costillas. Tiene un profundo corte en el hombro izquierdo. Su aspecto es penoso y sus movimientos, mecánicos.

—¿Qué te ha pasado...? —pregunto ante sus nuevas heridas.

Se sienta correctamente en la silla y explica lo que ha pasado. Se encontraba sentado en la rama de un árbol cuando pudo percibir el débil sonido de voces humanas.

A medida que se aproximaba pudo extrapolar que se trataban de voces femeninas jóvenes y enseguida supo que una de las voces era mía. Se acercó corriendo y vio cómo los drones se abalanzan sobre Áster y sobre mí. Se plantó ante ellos y derribó a unos cuantos mientras escuchaba: "C-0157, ocupe su puesto" y "C-0157, traidor, debe ser eliminado". Sin embargo, Hyo era más fuerte y pudo contra ellos. Nos liberó y se arriesgó a llevarnos aquí.

—Entonces, ¿me espiabas? ¡¿Me has seguido hasta aquí?! —chillo medio ofendida.

—Sí, Yadei. No podía dejarte sola. Era muy peligroso. Cuando estabas en las ruinas... Ese dron lo desactivé yo con un dispositivo especial, sino no habrías conseguido llegar aquí. —Baja la mirada y continúa—: Además, cuando os encontré en el bosque estabais medio muertas, sobretodo la más pequeña. Por un momento Áster dejó de respirar, temí que llegase a morir. Tú, por el contrario, parecías estar mejor. Los drones no te habían alcanzado tan rápido como a ella.

—Ya lo has dicho antes —me giro de lado y me arropo con la sábana hasta la barbilla, con la conciencia chillándome que soy una egoísta por no confiar en Hyo.

—Yadei, él os ha salvado la vida... ¿No lo ves? Debes darle una oportunidad. —me susurra Tandara.

Lo sé, sé que debo dársela. Todo el mundo se merece una segunda oportunidad. Eso me lo enseñó mamá, pero también me enseñó a ser desconfiada. Quizá por ello no tenga muchos amigos, porque temo que me traicionen alguna vez. Miro de reojo a Hyo. No puedo evitar sentirme agradecida. Tengo la costumbre de devolver los favores. Y ahora, él necesita que le devuelva el favor. Ahora es él quien nos necesita.

Estoy tan agotada que enseguida me quedo dormida. En mi sueño aparece mamá, lleva puesto un vestido azul. Me sonríe y me dice que me acerque. Yo empiezo a correr hacia ella, pero mis pies no se mueven. Miro el suelo, lo que antes era hierba ahora es un líquido negro viscoso. "¡Mamá!", grito. Ella se gira y me vuelve a decir que me acerque. "¡No puedo! No puedo moverme, ¡ayúdame!", le pido. Mi madre me sonríe y dice que no pasa nada.

Estoy tumbada en la cama, todo está oscuro. Huele a madera quemada y el aire es denso y pesado. Lleno mis pulmones de aire pero no tengo suficiente. Me incorporo y escudriño la sala, no puedo ver nada, una neblina lo envuelve todo. Quiero salir de la cama, pero no puedo. Unos ojos blancos aparecen en medio de la oscuridad. Un cuerpo se acerca a mí: es Hyo, pero no camina normal; tiene el cuello torcido y cojea con las dos piernas. Está totalmente herido, se acerca a mí con pasos cortos y lentos, abre la boca mostrándome unos dientes metálicos afilados y deformes. "¿Qué pasa Yadei? ¿No confías en mí?", su voz es horrible, estridente y profunda; se mete en mi cabeza. "No confías en mí... ¿Por qué?", arrastra la última E. Me entra un escalofrío. "Tendrías que haberme hecho caso, hija", es la voz de Tandara. Puedo sentir un aliento fétido en mi cuello, me giro y observo a la anciana que ha hablado. Sus ojos son completamente negros y parecen estar rodeados de un líquido oscuro y viscoso. Su pelo está enredado y lleno del mismo liquido. "¡Dejadme en paz!", chillo asustada. "¿Paz? ¿Qué es paz?", preguntan los dos. Se abalanzan sobre mí, grito al sentir sus garras en mi piel.

Me incorporo rápidamente sobre la cama, todo era una pesadilla. Compruebo que puedo mover las piernas y los brazos. Estoy hiperventilando, regulo mi respiración. El corazón me late tan fuerte que parece que se me vaya a salir del pecho. Me quito el edredón de encima, voy vestida con un camisón blanco. Camino hacia la cocina apoyándome en la pared. Tandara está preparando algo para comer. Hyo es el primero en verme.

—¿Qué haces aquí, Yadei? Tendrías que descansar —me dice.

—Oh, hija, aún estás débil. Después de lo que ha pasado... —afirma la mujer.

Tandara se acerca a mí cariñosamente. Lleva un cuchillo en la mano, está lleno de verduras. Le sonrío y ella también lo hace, pero no me gusta su sonrisa. Cada vez está más cerca de mí. Empiezo a recular con miedo, ¿qué pasa? ¿Por qué está tan extraña?

—Ay, hija, es una pena. Me caías bien, pero... —la mujer hunde la hoja del cuchillo en mi estómago.

Me quedo quieta, observándoles. El cuchillo no me ha producido ninguna herida. Mi madre aparece y sonríe. Mamá... Estoy demasiado débil para hablar en voz alta. Sin embargo, ella me ha oído. Me acuna en su regazo y me ayuda a tumbarme en el suelo, un suelo de césped. Separa el metal de mi cuerpo y me mira mientras se balancea un poco. Sus ojos son tan verdes como las hojas de un abeto. Intento decir algo.

—Shh, tranquila mi pequeña, todo está bien. No te preocupes, solo es una pesadilla. Pronto despertarás y todo estará bien.

—Mamá, te echo de menos... Te echo mucho de menos —contesto sollozando.

—Yo también, cariño. Pero tranquila, ya nos veremos. Prométeme que no te rendirás, buscarás una manera de volver a mi lado. Sé que lo harás, y yo te esperaré en casa. Nos abrazaremos y todo volverá a estar bien, ¿vale?

—Sí, mamá. No te rindas tú tampoco. Espérame, tardaré tiempo... Mucho o poco, pero volveré contigo. Te quiero mamá... ¿Cómo está todo allí? ¿Eres feliz?

—Seré feliz si tú eres feliz —responde con una sonrisa.

—No sé si soy feliz... Solo sé que no voy a perder la esperanza.

—Entonces yo seré feliz.

Sigue acunándome mientras tararea una nana. Me siento pequeña otra vez. Me siento feliz, estoy en sus brazos otra vez. Sé que no es real, pero lo parece. Quiero aprovechar cada instante de este sueño. No quiero despertarme, temo que si me despierto no volveré a verla jamás.

Me pregunto si ella estará soñando conmigo, dormida sola en su habitación. ¿Habrá mirado la foto de papá? ¿Se habrá puesto el pijama o duerme con la ropa del trabajo? No sé las respuestas a estas preguntas, pero puedo sentir muy dentro de mí que ella está pensando en mí; quizás esté llorando, como yo, y sonriendo mientras acaricia el marco de madera donde está mi foto de bebé; o quizás ya esté dormida y esté soñando en que vuelve a abrazar a su hija...

Me he despertado, pero no he abierto los ojos, solo sé que tengo las mejillas mojadas por las lágrimas.

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