Hugo
La aventura de ser diferente.
Distraído como siempre en su vuelo con la imaginación, Hugo miraba las nubes como si no existiese otra cosa más importante a su alrededor. Como si solamente existieran él y sus historias fantásticas.
“¡Increíble! Aquella bestia devora todo a su paso. Ha destruido casi toda la ciudad. Todo es un desastre. No hay escapatoria posible ¿Qué será de la vida en el planeta de ahora en adelante?...
¿Será posible? Si, es él. Ha llegado para ayudar a todo el pueblo. Cabalga en una especie de dragón rojo milenario. De su boca sale fuego sanador y desde lo alto ha reconstruido de nuevo la ciudad. ¿Quién será aquel misterioso jinete de dragón? El pueblo lo aplaude. Se escucha la alegría. Todos quieren darle las gracias al jinete, pero se retira sin recibir los honores. Su misión era salvar al mundo de aquella bestia exterminadora. El planeta verde esta a salvo de nuevo y nada volverá a destruirlo a partir de ahora…”
Desde tempranas horas de la tarde, se le podía encontrar acostado en la acolchada grama con la vista al cielo. Disfrutando del desfile de nubes, aunque para él eran los personajes que protagonizaban sus historias. Cada algodón celestial se transformaba en su mente en algún animal místico o un caballero al rescate, tal vez en una batalla intergaláctica o sencillamente en un dragón sanador de ciudades… su mente no tenia límite a la hora de imaginar.
Que placentero era estar así, dando rienda suelta a su infatigable mente, sin tener que estar pendiente de nada y sobre todo lejos de los regaños o quehaceres que tanto le aburre tener que realizar.
Pero como nada era eterno, en menos de lo que cantaba el gallo fue desterrado de su mundo fantástico al escuchar la voz de su mamá que como de costumbre le gritaba:
—¡¡¡Hugo!!! ¿Dónde estás metido muchacho é zipote? —y convencida de saber lo que estaba haciendo añadía—. De seguro fantaseando como siempre.
Mientras tanto, Hugo ya había bajado de su mundo imaginario.
—Ya voy, mamá —gritaba, pues se encontraba retirado de su casa. Sabía lo que le esperaba, no había que ser adivino en sus manos llevaba los huevos que desde hacia más de una hora le habían pedido comprar para la cena—. ¡Vaya de este lio no me podrá salvar ni siquiera el dragón sanador!
Como un potrillo desbocado emprendía veloz carrera. Sin embargo al pesar del regaño materno. No se arrepentía de la nueva historia que había creado y ya en la cena se la contaba toda a su madre que sonreía con sus ocurrencias.
Hugo era un niño con mil y una aventuras, pero también con mil y un problemas a consecuencia de sus distracciones y despistes que a diario lo agobiaban.
En la escuela era el más nombrado. Todos los maestros tenían referencias de sus travesuras y de su bajo rendimiento escolar; pues aunque posee una increíble capacidad creadora no logra poner en orden sus ideas a la hora de demostrar lo aprendido en la clase. Se le hacía imposible priorizar su conocimiento a la hora de presentar un examen y luego de cinco minutos se levantaba del pupitre y con una sonrisa tímida en su rostro lo entregaba en blanco.
—¿Qué es esto? —Reclamaba su maestra—. Este examen era fácil... Ya veo que este año vas a repetir si no te pone las pilas.
—Maestra Luisa —exponía con la cabeza baja—. No comprendo las preguntas, pero si me da una oportunidad. Me puede preguntar, mamá me preguntó esta mañana antes de venir a la escuela y supe el tema.
La maestra lo observaba con seriedad y respondía casi siempre de la misma manera:
—Hugo, esto no es una prueba oral. Sino haces la prueba como tus demás compañeros ya perdiste la nota. Además ya tienes 10 años y deberías comprender lo escrito en la prueba.
—Pero Maestra…
—Vuelve a tu lugar —decía la maestra sin dejarlo terminar la frase—. De nuevo tendré que llamar a tu mamá.
****
Todo lo que ocurría en el salón tenia como protagonista a Hugo, pues además siempre estaba en movimiento. La maestra no lograba que permanezca mucho tiempo sentado en el pupitre. Para él las clases eran aburridas. Sus intereses eran diferentes, salvo en algunas ocasiones en que la maestra encargada de la biblioteca lograba captar su atención motivándolo por medio de alguna estrategia innovadora o bien sea encargándole alguna responsabilidad que lo hacía sentir importante.
Sin embargo esto no era suficiente. En ocasiones era reprendido severamente, pues se defendía hasta el cansancio por algún inconveniente o indisciplina del cual era común que se le atribuyera. Negando cualquier participación de su parte. De ese modo y con el tiempo fue catalogado como un desastre ambulante sin remedio. Prueba de ellos, eran las constantes visitas de su madre a la dirección. Su cuaderno siempre estaba lleno de notas de la maestra.
—¡Buenos días, Señora Elena! Creo que no hace falta decirle el por qué está de nuevo aquí…
En silencio, su mama escuchaba las quejas y reclamos del director y la maestra. Con el corazón arrugado y aguantando las lagrimas. Trataba de explicar que Hugo era un niño inteligente, solo que había que darle la vuelta al método de la enseñanza aplicado por su maestra. En tanto que a su vez, ellos con una pedagogía de especialista le explicaban que tal vez habría que cambiarlo de colegio.
A pesar de no conocer de teorías de enseñanzas, ni de pedagogía ni mucho menos de problemas de aprendizaje. Su mamá se dedicó a buscar información. A su manera y conociendo a su hijo; consiguió elaborar una especie de diagnóstico y así fue a la biblioteca, sitios de internet y con la ayuda de muchas personas trató de buscar ayuda para su hijo… En el fondo de su corazón, sabia que Hugo era un niño diferente.
****
Desde pequeño fue un niño especial, aprendió a caminar antes de cumplir el año. No era como otros niños y prefería la soledad de sus creativos juegos, pues siempre fue vulnerable a la burla de otros niños que no comprendían su comportamiento. Hugo siempre ha sido un motor de alto cilindraje en constante marcha. Nunca para es como si no tuviera la palanca de freno. Como cualquier otro niño disfrutaba del cine, de las comiquitas, de las fiestas infantiles pero a su manera. Aprendió a utilizar la computadora antes que aprender a leer —su mamá pensaba que era un niño que aprendía por instinto natural— correr era otra cosa que hacía sin parar, al parecer no ha descubierto que podía caminar sin andar siempre de afán. Cuando algo captaba su atención no paraba de hablar como un loro; cuestión que volvía loca y desesperaba a su mamá que todavía no le llevaba el ritmo. Le costaba dormir, cuando su mamá se dormía, aprovechaba para encender la luz de su habitación y así continuar con algún proyecto que solo él comprendía por consiguiente en las mañanas no tenía el ánimo suficiente de levantarse para ir al colegio.
Tenía dificultar para leer, de hecho se puede decir que odia hacerlo. Para él era una especie de tortura china, aunque con dificultad aprendió lo hace poco y solo lo hace para complacer a su mamá.
Le costaba humanamente retener lo aprendido. Todo lo que para Hugo significaba un esfuerzo mental le aburría, le fastidiaba.
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