17. El estornudo fulminante
Cabalgaban y cabalgaban. Así se les pasaba el tiempo. Ya en silencio, sumidos en sus pensamientos, observando el paisaje, sintiendo el sol, la brisa y el canto de los pájaros; o ya charlando, hablando de muchas cosas, cantando canciones juntos, riendo. Serios o risueños según el momento.
Mora y Diano se habían quedado un poco atrás del resto, e iban comentando cualquier cosa y bromeando, como siempre. De pronto Diano se calló de golpe, quedándose estático. Mora ya iba a decir «¿qué cojo...?», cuando súbita y violentamente se produjo el estornudo.
—Ahhh- aaahhh AAAATCHIUUUUSS
Un estornudo tan fulminante, súbito, violento y tremendo, que le hizo tambalearse; y como nunca fue muy bueno para mantener el equilibrio, cayó del caballo.
Mora estaba riéndose como nunca en su vida, a carcajada limpia y sonante, mientras el aturdido Diano la miraba desde el suelo, como sin saber muy bien qué había ocurrido. Su caballo siguió al paso, dejándolos atrás. Mora seguía sin poder parar de reír, haciendo ímprobos esfuerzos por mantenerse en su montura y no caer también, mientras se mordía el puño, se le saltaban las lágrimas y se retorcía.
—NO PUEDOO AJAJAJAJAJA NOOO JOJOJAJAJAJAJ.
—Pero...
Más risas. Diano se levantó del suelo, pasándose la mano por su condolido trasero y quitándose la tierra de encima.
—Joder —dijo—. Vaya un estornudo fulminante.
En esas estaban cuando llegó Zaha, llevando de la brida al caballo de Diano junto al suyo.
—¿Qué mierda os pasa? Os hemos dejado atrás y aparece el caballo solo, creíamos que os había pasado algo.
—¡Y vaya si nos ha pasado! —exclamó Diano, poniendo una de sus caras raras, tomando de la rienda a su caballo.
Mora estalló de nuevo en carcajadas.
—Es que... ay, no puedo, que me ahogo. Ha estornudado, y... JAJAJAJAJ se... se ha caído del caballo —intentó explicar, ahogándose entre risas, mientras Zaha los miraba alucinando.
—¡¿Va todo bien por ahí?! —les llegó la voz, clara y potente, de Arran.
—¡Sí! ¡Ya vamos!
Diano montó a su corcel, recuperando una postura digna, mientras Mora intentaba recobrarse y secarse los ojos. Los tres alcanzaron al resto, y prosiguieron la marcha con normalidad, aunque de vez en cuando Mora miraba de reojo a Diano y volvía a reírse.
Se estaban adentrando en un semi bosque; algunos árboles repartidos y arbustos por aquí y por allá del sotobosque. Arran iba en cabeza, abriendo camino y buscando por dónde ir. Caía la tarde, y los últimos rayos dorados de sol se colaban hasta ellos desde el oeste. Mora volvió la cabeza para mirar el atardecer, bañando sus ojos de una luz dorada que los hacía resplandecer, como si tuviera un incendio en su interior.
—Forever wild, forever wiild, ohh
Sus labios musitaron un fragmento de canción. Luego volvió a mirar al frente y arreó al caballo para alcanzar a los demás.
La luz del día fue desapareciendo rápidamente, por lo que pronto buscaron un lugar donde acampar. Mora desmontó a Ayax, su caballo alazán, y fue junto a Arran para ayudarlo a encender fuego. Reid, Diano y Zaha fueron a buscar leña por los alrededores; Xeriah y Yorsch se encargaron de los caballos, quitándoles los aparejos de montar y dejándolos atados para que no escaparan. En seguida Mora y Arran tuvieron un pequeño fuego, que fue alimentado con ramas y palos secos hasta formar una hoguera.
—¡He encontrado agua! —exclamó Reid, llegando al trote, con las mejillas del mismo color que su pelo.
—¡Agua! —Mora se levantó al punto—. ¿Dónde?
—Ven.
—Llevaos esto y rellenadlo —aconsejó Arran, alargándole a Mora dos calabazas vacías para llevar agua.
Mora las tomó, rozándole las manos, y sin mirarlo echó a andar detrás del chico. Llegaron a un pequeño arroyo, tan discreto que la chica se sorprendió de que Reid lo encontrase.
—Escuché el leve ruido del agua, que aunque era muy suave identifiqué, así que estuve buscando hasta dar con él —explicó el muchacho, alegre.
—¡Fabuloso!
Rellenaron las cantimploras, y todos tuvieron agua fresca y clara; personas, caballos y el perro. Tras esto Mora se sentó entre los otros, junto al fuego, y Rorro se acostó con ella apoyando la cabeza en su pierna. Ella lo miró sonriente y le pasó la mano por el pelaje, a la danzante luz de las llamas. No se cansaba de adorarlo.
—Según mis cálculos debemos seguir hacia el sureste, y nos adentraremos en el denso bosque cada vez más al sur —dijo Arran—. Espero que todo siga yendo bien.
—Por ahora todo va genial —repuso Reid.
—¡Seh! ¿Verdad, Diano? Primer día de marcha y te caes del caballo por un estornudo —dijo Mora entre risas.
—¡Cállate, diabla! —replicó él, intentando darle un manotazo sin conseguirlo.
—Estáis tontos —les picó Zaha, con una sonrisa.
—¿Cuánto tardaremos? —preguntó entonces Yorsch, dirigiéndose a Arran.
—No podemos saberlo —fue la respuesta.
La conversación derivó por otros caminos, fluctuando como jirones de niebla de un lado para otro, y Mora se quedó más silenciosa que de costumbre, simplemente observando. El pelo, que desde la mañana llevaba recogido en una trenza ancha y suelta, se le había ido soltando y a los lados de la cara le caían mechones rebeldes. Tras tomar una frugal cena, se dispusieron a acostarse.
Cerca del fuego, cada uno se acomodó con una de las mantas de lana que llevaban, sin desvestirse y usando las bolsas y mochilas como almohadas. Rorro dio tres vueltas sobre sí mismo antes de caer pesadamente a los pies de Mora, donde enseguida se quedó dormido. La chica sonrió al sentir el peso de la cabeza del animal en las piernas; le gustaba tenerlo cerca. Se hizo el silencio, y poco a poco todos fueron cayendo dormidos. A su lado se escuchaba la pesada respiración de Diano, que había caído frito al instante. Mora estuvo más rato despierta, y sabía que no era la única. Arran se removía sin encontrar reposo, fijando sus ojos claros en la noche sin luna. Mora se preguntó en qué estaría pensando. Al poco ella misma estaba perdida en sus divagaciones, mirando hacia el cielo nocturno que se entreveía más allá de las ramas de algunos árboles. El cielo, de un azul profundamente oscuro, estaba salpicado de innumerables y brillantes estrellas, que sin luna hacían suyo el firmamento.
Y con esa visión los ojos de Mora se cerraron y quedó dormida.
༄ ༄ ༄
Este capítulo lo escribí en marzo del año pasado, en casa de mi tía (donde estuve una semana por ciertos motivos, viviendo la vida entre pelis y libros). Una gran forma de empezar el viaje, con un estornudo fulminante.
Nada se puede tomar en serio con Mora y Diano.
ANYWAY, espero vuestros comentarios y que os haya gustado (como si tuviese cien lectores lmao), aquí seguimos, a paso de tortuga retrasada con alzheimer, pero aquí seguimos.
Axé, criaturillas del bosque, nos vemos <3
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