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— ¿Por qué lo hiciste?
— No lo sé...
— Eso estuvo mal, ¿Lo sabes?
— Lo sé muy bien...
— ¿Qué querías ganar con esto?
— Estar contigo...
Él me sonríe, cómo lo hacía todos los días...me toma de las manos y me susurra cálidamente cada oración que sale de su boca, de sus suaves labios color durazno que tanto anhelo me causan.
— ¿Puedo besarte?
— ¿Estás seguro esta vez?
— Muy seguro esta vez.
Él se acerca y me toma de las mejillas, roza sus labios con los míos y me da su suave tacto embriagador, me eriza la piel, me hormiguea el pecho, me reconforta.
Un peso menos está sobre mis hombros hoy.
Se separa de mi con sus ojitos brillando como estrellas, me toma de la mano y yo doy un último vistazo al cuerpo que alguna vez me perteneció, estaba hechado en la cama, esperando a ser encontrado.
— Sobredosis de antidepresivos...¿Por qué quisiste morir de la misma forma que yo?
— Porque me lo merecía.
— Eres un tonto —me dijo con una sonrisa cálida y llena de rubor en las mejillas.
—Te amo, Maurice.
Él sonríe...y me lleva consigo a dónde, me confiesa, esperó mi llegada.
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