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(。☬ Futakuchi Kenji ☬。)
La gotitas de lluvia desfallecían en líneas aleatorias, inconsistentes, violentas manchas transparentes chocando contra la ventana en un impedimento de tener un final horrible, por su agilidad y táctica natural de seguir un curso hermoso hasta dar con la base del marco. Posando un enorme ir y venir para unirse al alcantarillado de bajo calle, donde terminaban de agruparse todas juntas en charcos espejo mostrando la perfecta voluntad de los cielos: el estrépito trueno sacude todos los pavimentos existentes, los conduce a estremecer cada puerta familiar, dejando a la merced aquellos corazones palpitantes.
—Hana...
La tensa espalda de Kenji tiembla cuando las uñas se complementan con su piel, en otro freno carnal por no caer sobre ella y no sacudirse feroz sin causarle dolor a sus caderas, añadiendo otro minúsculo sonido de placer al canto de fondo, escurre el abdomen para chocar con el suyo otra vez, generando ese sonido, exactamente ése. Sus brazos flaquean. Se ahorra un gruñido, luego otro, y así iba hasta que siente que sí puede más y a la vez no, en que ya no se contiene en soltar lo que quiera pulsando los labios en su cuello, en que Hana agudiza la voz en ese canto que él ha podido escuchar, bajo la oscuridad de su cuarto, a medianoche, sin pijama, sin nada, porque le place y es tan entretenido. Escucharlo claro, imaginar ese rostro sonrojado, se mezcla con la presión voladora del pecho y lo vuelve a sentir: ese deseo de que puede más y a la vez ya no. Viajando de boca a boca, presiona la cintura contraria con sus manos para volver a embestir, masculla la vulgaridad por la cual ella siempre le regaña, pero que justo en ese instante, le provoca una ola para nada comparada a las cosquillas. Arquea la espalda, admirando el cabello de Kenji pegado en la frente, sus ojos cafés, brillando más fuerte que las estrellas coladas por la ventana, sus finos labios y después, un remolino en su parte baja filtra un millar de colores en toda la habitación, porque quiere seguir y la vez no, porque ya están flotando y aunque es muy efímero, no quieren bajar nunca de la nube gris.
Futakuchi Kenji jamás se había esforzado por nada en absoluto. No baila para nadie, no aplaude para nadie que no le importe y todo le puede dar remotamente igual. Tiene sus prioridades pero hasta él duda si son la correctas o francamente ya le parecen una molestia.
¿Qué tenía que ver Momoshiki Hana en la ecuación? Tremenda rara. Es un bicho raro de pies a cabeza, porque baila para medio mundo, le aplaude hasta a las mariposas y le importa la cantidad de perros callejeros que hay en la calle, porque siempre se llevaba uno cuando salía de la facultad y al parecer siempre les encontraba un hogar. Para Futakuchi, lo más probable es que la tipa tiene la carisma falsa que tienen los políticos solo para guardarse a la gente en el bolsillo. No es posible que se le partan los palillos casi siempre a la hora de comer, se le dañe el peinado por el manojo de pelos incontrolables que tiene sobre la cabeza o que conduzca ignorando los gritos de niños al cruzar la calle. ¿De verdad era así de desastrosa? No podía existir, por leyes naturales, un ser tan extraño y con poca suerte en la vida.
—Momoshiki, no pasará.
Y ahí estaba otra vez, ya estando en el tercer semestre pero llegando tarde. No sabía con qué pájaro dormía como para tener retrasos todas las mañanas y sobretodo, con esa materia.
—Kenji-kun, ¿Me prestarías..?
—Toma. No me interesa –le tiende el cuaderno de notas. Ella sonríe asombrada. Lo que le faltaba era pegar brincos infantiles–.
No le interesa. No debería interesarle.
Tratar con Momoshiki Hana es como luchar contra el fuego: en algún punto saldrías quemado. Ser reparado y tirado contra la pared, porque ella es un misterio iracundo, y a nadie le nace ayudar a los misterios iracundos.
Además, ¿por qué lucía tan feliz? Apenas le dio las notas. Cosa que siempre hace porque es la única cosa que comparten.
¿Qué cosa debería importarle verdaderamente? Sin tener nada que ver con esa adulto joven de complexión regular, prefería dejarla a su suerte la mayoría de oportunidades. No tenía que ofrecerle la chaqueta por mucho frío que hiciera, es una irresponsable y ella verá que le hará contra el gélido clima. Tampoco tenía que ayudarla con su super cub averiada. ¡Ni mucho menos darle dinero para el metro! ¡Tenía que ser una broma! ¿Desde cuándo se metió con ella? ¿Hizo algo en su vida pasada que merezca pena y castigo? Ni hablar. No tenía rasgos verdaderos de importancia como para tenerle siempre un ojo encima.
Su corazón tiene un precio, uno muy alto. También es muy orgulloso. Claro, no lo admite pero no tiene la obligación de ser su amigo.
—¿Kenji-kun?
Abre los ojos, evitando parpadear para no ceder al sueño. Tampoco tenían que hablar por teléfono, tampoco para estudiar. No debería interesarle.
—Te escucho.
La risa acompaña al velada y por otro breve instante, se le olvida su propio apellido. La dulzura es demasiado empalagosa, pero allí...
—¿De qué te ríes? –pregunta con un poco de rabia escondida–.
—Perdón –recuperaba el aire y así permitiéndole a Kenji recuperar el suyo, a pesar de que no había reído junto a ella–, es que tu respiración se escuchaba profunda y ya no estabas. Tuve la loca imaginación de que moriste.
¿Morir? Tremenda loca para decirlo tan vacilante.
—Oi.
Se le interrumpe por un bostezo al otro lado de la línea.
—Me voy a dormir. Gracias por soportarme a mí y mi poca monta en Estadística II.
—Sí, sí. Haz lo que quieras.
Otra risilla y el sonido torpe del auricular se pierde.
Kenji se peina el cabello hacia atrás, busca las fuerzas para levantar su culo de la silla y cumplir la misión de poder llegar a la cama. Pero su conciencia le advierte que tendrá pesadillas, imaginaciones terroríficas con Hana, escuchando su tierna, perfecta y ridícula voz.
A Futakuchi Kenji no le interesa nada. ¿Por qué metería la nariz donde no debe? La figura de Momoshiki Hana tiene la culpa, ocupando como una hipérbole gran cantidad de espacio. ¿Qué quería de él? Lo tenía como grito al vacío, un jodido vacío infinito que no acaba, porque se atrevía a llegar con alguna nueva ocurrencia que le desprende el cuerpo en diferentes partes y se vuelven a unir en una perfecta armonía.
Pero es que esa vocesilla.
Soñando despierto. Se culpa en perturbar sus pensamientos con cosas que nada que ver ahí.
No dejaría que entre en su corazón tan fácilmente. Imposible. Saldrá quemado y no hay reparación en eso.
—¿Me ayudas a encontrar este local, Kenji-kun?
—No –responde arisco–.
Hana por poco cae de su asiento en la cafetería. No lo veía venir de esa forma, rechazando su invitación de manera tan tosca. Se preguntó a si misma si las cosas iban bien o si dijo algo malo. La posición de Kenji se le dificulta en la adivinanza por verlo con los ojos encendidos pero tan indiferente al mismo tiempo. Tenía una mano sosteniendo su mentón y observarla fijamente como ratoncito recién encontrado en una esquina de la cocina.
Intenta insistir de nuevo mostrando el mapa de Google desde su celular iluminando a escasos centímetros de su rostro sin ningún tipo de tacto aquella cara indiferente.
—Por favor –suplica–.
No debería interesarle. No de nuevo. Caprichosa niña rara. No cabe de la inocencia en su lugar. No quiere, pero el decibel oprime a través de su tuétano perforando la gama de mal humor, las mariposas son incalculables, los colores brillan hasta provocarle diabetes, y solo así, caen de nuevo a la realidad, él se rinde, dice una maldición, ella le regaña y el ciclo empieza de nuevo.
Un trueno impredecible hace acto de presencia, la vista se vuelve tan borrosa que ya no sabe si es él el que está sin aliento o si es ella sobre su cuerpo, húmeda, caliente, cálida, suave, absorta, bailando, tecleando, coloreando, gimiendo, tocando, mezclando, absorbiendo, brillando, templando, derritiendo; todo, absolutamente todo.
Envuelve sus brazos sin pensarlo alrededor de ese pequeño cuerpo, acercándola, tomándola del cabello, mordiendo su oreja.
La lluvia afuera, su pequeña nariz, la calefacción, el pelo marañoso, las sábanas enredadas, ese mundo abajo del vientre como caudal frondoso de un río salvaje, las piernas llenas de calambres, la vista iridiscente saltándose todas las reglas. El recuerdo que no es recuerdo a viva imagen, de los muslos rojos, la dura entrepierna y la belleza de sus pestañas.
—Kenji...
Y la presión de sus dígitos haciendo lo suyo moviendo las temblorosas caderas a base del poco juicio que posee.
Porque esa maldita, angelical, falsa, adorable, verdadera voz, le juega en contra suyo.
Sin justo arreglo de sus sentidos.
A Futakuchi Kenji nada le interesa, nada. Y Momoshiki Hana es la culpable de hacer que ande ardiendo en fuego, por saltar sobre él, provocarle gruñidos sempiternos de poder lujurioso, y sentir de nada y a la vez de todo.
Su corazón tiene un precio alto pero ella entró de todos modos.
(。☬ Love on the Brain - Rihanna ☬。)
Álbum: Anti
2016
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