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n u e v e
Usako era muy frágil. Le dolía todo. Lloraba por nada. Y cuando el peso de su tristeza era demasiado, se rasgaba la piel de los brazos, hasta que todo el negro a su alrededor se convertía en rojo.
La primera vez que la abrazó con fuerza, ella rompió a llorar.
— ¿¡Conejita-chan!? ¿¡Por qué lloras!? ¿¡Te hice daño!? —estaba asustado, y ya tenía toda una retahíla de insultos mentales para sí mismo en caso de que la respuesta fuera afirmativa.
—No, no, estoy bien —se limpió un par de lágrimas, e hizo una mueca peculiar—. Gracias, Bokuto-san.
Últimamente le costaba todavía más sonreír.
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