Para suerte de TaeHyung y de JungKook, era sábado. Sábado que ellos llamaban "Día de pareja" donde no importaba nada ni nadie, sólo eran ellos dos en el mundo ese día. O bueno, esos días.

Molestado un poco por la luz del gran ventanal de la habitación, TaeHyung abrió los ojos para encontrase con el rostro de su amado novio, el cual dormía plácidamente.

Suspiró y se colocó la bata color vino que tenía a un lado.
Estaba dispuesto a hacer el desayuno para ambos pero se detuvo justo frente al enorme espejo que tenían a lado de la cama.

Se miró por un momento. Un horrible sentimiento se instaló en su pecho que hacía tanto no sentía.

No podía encontrarse a si mismo.

Odiaba sentirse así. Tan frágil, tan tonto, tan débil. Ese no era TaeHyung. Ese que veía era sólo lo que la sociedad quería ver, no era él.
Una lágrima salió inconsciente y se paseó por su mejilla. La limpió rápidamente, ya no quería sentirse así, y por algo salió de su hogar para irse con su novio.

Su familia no había aceptado su sexualidad, y la de JungKook tampoco la de él. Por eso ambos tuvieron que escaparse e ir a vivir a la ciudad natal de JungKook, en Busan.
Debía admitir que odiaba a la sociedad, decidiendo siempre lo que estaba bien y lo que estaba mal.

Lo único que TaeHyung quería era vivir sin miedo, sin miedo al qué dirán, sin miedo a que lo maten por su sexualidad.

¿Acaso era tan difícil?

Sabía que la sociedad no cambiaría de un día para otro, pero por lo menos un movimiento debía hacerse presente. Pero no.

Era simple. En la sociedad coreana ser homosexual no está bien visto.

Dejó de lado sus deseos imposibles y caminó hasta la cocina, dispuesto a comenzar a preparar el desayuno.