『Russian Hunters』
Su melena blanquecina le caía hasta los hombros en débiles rizos de plata, el hueco sonido de sus botas sobre la alfombra resonaba en aquel pasillo iluminado con candelabros de brillo anaranjado y cálido, mientras que las ventanas a lo largo del pasillo dejaban ver un patio bien cuidado y lujoso, bajo la fría luz de la luna y bajas temperaturas que le daban pinceladas y tonalidades que iban desde azul marino hasta celestes grisáceos como el plomo, detalle característico en hoteles y casinos como en los que se le obligaba a instalarse junto a su tutor.
Sus ojos miraban todo con curiosidad,no importaba cuántos lugares así hubiera conocido, siempre le era interesante observar sitios como aquellos, todos repletos de lujos conseguidos de Dios sabrá qué maneras, todos llenos de historias llenas de tensión, de triunfadores y desafortunados.
-Srta. Ivanov- le llamaron desde atrás uno de los empleados de aquel lugar con un tono sutil - El Sr. Lemaitre ha preguntado por usted en el salón- continuó. Era un señor que aparentaba unos 56 años, de bigote plomizo y calva brillante.
-Oh, estaba de camino allí. Gracias- respondió la fémina algo nerviosa, aún no se acostumbraba a ser tratada con tanta formalidad, aún si ya llevaba años envuelta en circunstancias de ese tipo.
El hombre hizo una leve reverencia y se alejó por el pasillo en dirección contraria. La albina suspiró con pesadumbre y continuó su camino hacia dicho lugar, pasando por dos tramos de escaleras de mármol y tres inmensas puertas de roble hasta terminar en un salón de proporciones comparables a las de una catedral, o incluso más, con al menos diez mesas abarrotadas de personas sedientas de apuestas.
Observaba las reacciones de la gente, rostros neutros, rostros con muecas malévolas, ojos cegados por la codicia,otros a punto de salirse de sus órbitas, una variedad exquisita de expresiones se encontraban en aquel casino de Rusia.
Durante al menos una década había permanecido en los alrededores de St. Petserburgo, donde había conocido de cerca lo que eran los hoteles de la burguesía, las calles nevadas, los casinos de los jugadores. Estos últimos eran lo que más llamaban su atención, ya sea por su arquitectura, por los curiosos individuos que los frecuentaban, las historias que se entretejían dentro y fuera de sus inmensos muros.
Sentía una extraña manía por lo que respectaba a los casinos. O mejor dicho, al juego,no faltaba apuesta en la que no sonriera con crueldad y excitación por la simple emoción de estar parada entre el gozo y el lamento.
La elegancia de las jugadas, la neutralidad del crupier, las expresiones de los jugadores, el bendecido y condenado azar; oh! Ni las más descabelladas especulaciones, ni los mejores elaborados planes, ni los cálculos más exactos podían hacerle frente a las infinitas posibilidades que el azar ofrecía en cada giro de la ruleta, en cada jugada de las cartas y en cada moneda de las máquinas tragaperras.
Uno de sus escasos pasatiempos se basaba en simplemente ver a la gente pasar por el casino, admirar las expresiones, tratar de deducir las jugadas y las manías de los que frecuentaban el lugar, preguntarse si alguien tendría suerte alguna vez. No obstante, numerosas eran las veces en que se veía a la caucásica junto a una ruleta o en una de las mesas de póker por cuenta propia y empecinada en el juego. Akesei Ivanov era alguien o muy hábil o muy suertuda, se murmuraba entre otras tantas cosas. Todo aquello basado en que, si tanto tiempo pasaba allí despilfarrando dinero, debía ser heredera de algún general o bien ganar constantemente.
Volviendo al tema; en aquellos momentos se encontraba viendo a una joven de rasgos que, según ella, eran de origen británico, cuando un destello de luz irritó su rostro. Recorrió con la vista los alrededores hasta localizar el emisor. En una especie de entrepiso a 6 metros del suelo, asomado al barandal de mármol blanco, se encontraba un hombre de ojos azules y tez blanca, con rastros de barba rubia oscura y semblante serio. Éste le comunicó mediante un ademán para que se acercara, a lo que ella esbozó una sonrisa ladina.
Se abrió paso entre la muchedumbre que se agrupaba a lo largo y ancho de la escalera de alfombra roja como la sangre, algo que sí se le había hecho costumbre al vivir de hotel en hotel.
-Monsieur- Le llamó a su tutor acompañando su saludo con una leve reverencia, aparentando respeto hacia él, cuando en realidad aquel francés era lo más cercano a un padre que tenía, aunque con una personalidad que se podía confundir con un bufón.
-Mademoiselle- al igual que su pupila, fingió la formalidad que un superior tendría con su subordinado. Acto seguido, sacó del interior de su traje un sobre de envoltura gruesa color madera y se lo entregó. -Usted sabrá lo que debe hacer- indicó antes de guiñarle el ojo, como si hiciera falta aclarar que su formalidad era una simple máscara.
A espaldas del rubio y alrededor de la ruleta, un grupo de al menos 7 individuos sin incluir al Crupier reían por lo bajo. Entre aquel conjunto de murmullos, su agudo oído logró captar entre aquel palabreo el término concubina. Inmediatamente dirigió sus alargadas pupilas al emisor, mirándole con desdén. Evidentemente se trataba de un necio que no dudaba en hablar sin pensar ni analizar lo que tenía enfrente de sus narices. -Bonne chance- la voz del francés le sacó abruptamente de sus pensamientos. La ojiplomo intentó dismular el espábilo y asintió sin decir otra palabra al marcharse.
Volvió a adentrarse en el gentío, ahora dirigiéndose a la salida del Casino. Sospechaba que su compañero se encontraba en el lugar de siempre, probablemente fumando en el frío glacial que traía consigo la noche inviernal rusa.
Y en efecto, al salir a la intemperie y chocarse con el viento helado y calmo, logró divisar junto a la fuente del delicado y acicalado patio, la delgada y oscura espalda de Yukio, quien se regía bajo el seudónimo de Jacob Portman en aquellos momentos.
Un par de zancadas hubieran bastado para llegar a donde se encontraba el otro adolescente, pero decidió jugar con equilibro al caminar sobre el borde de la fuente, con sus brazos extendidos de forma infantil como una T.
-Amargado- le saludó con su ya típico sobrenombre que tan bien le calzaba al azabache. El aludido apagó su cigarrillo y dejó caer la colilla al suelo de baldosas agrietadas que delineaban el sendero.
-Ninfómana- devolvió el saludo con sorna mientras guardaba sus manos en los bolsillos de la gabardina. En reacción al insulto, la caucásica golpeó de manera amistosa la parte baja del cráneo ajeno.
-Ni que me gustara tanto- trató de excusarse en vano. Yukio la conocía lo suficiente como para sacarle de quicio con una sola palabra que casi nunca carecía de veracidad. -Ahora vamos, que Pierre ya nos dió otro nombre.- su semblante cómico se mantuvo traslúcido debajo de una máscara de seriedad por la encomienda.
-¿De quién se trata esta vez? ¿Un político? ¿Algún deudor con mala suerte?- El tono de voz del chico denotaba pereza, hasta una pizca de arrogancia, como si asesinar una persona fuera lo mismo que ir a comprar cebollas a la verdulería de la esquina.
Aunque, siendo sinceros, para ellos sí era algo habitual.
-Ni uno ni otro, se trata de un informante contrariado- Aclaró con el sobre de papel grueso en sus delgadas y enguantadas manos. El contrario soltó un suspiro, resignado
-Terminemos rápido, si? No tengo ganas de hacer nada hoy-
-Jacob, nunca tienes ganas de hacer nada-
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¿Estás segura de que es él?- Inquirió el más alto mientras dirigía la mirada hacia una figura a la que no se le podía ver el rostro desde ese ángulo, el cuello de la gabardina obstruía la línea de visión entre los amarillos ojos del japonés.
-¿Acaso dudas de mí?- Si con algo le gustaba molestar a su amigo, era con responder a sus preguntas con otras. Un pequeño detalle que explotaba al máximo para sacarle canas verdes.- y deja de mirarlo tan directamente, te vez muy obvio- le reprendió la mayor mientras centraba su visión en la vidriera de una librería, que a esas horas de la noche estaba cerrada.
-Eso dices cuando te conviene- ahora sí el joven parecía ofendido. -Cuando te digo "mirá disimuladamente" girás la cabeza como si fueras del elenco del Exorcista- se quejó.
Y tenía toda la razón. Como buena amiga que era Aleksei, solía exagerar algunas cosas con la única meta de hacerle enojar. Le era gracioso ver su ceño fruncido, contemplar la vena sobresaliendo de su cien y percibir como sus dientes rechinaban en un intento de no partirle la cara por insoportable.
Parte de eso quizás se debía a que sabía que una tontería de ese tamaño no iba a hacer que la odiase o se fuera, algo similar a un hermano.
Por un momento guardó silencio, omitiendo el tema. El individuo que buscaban había doblado en una esquina hasta perderse de vista, a lo cual tuvieron que acelerar el paso de su marcha.
Llegaron hasta la esquina y miraron a los costados de la calle. Logró divisar por una fracción de segundo el vuelo mudo de la gabardina a velocidad.
-Bingo- Murmuró para sí y siguió a la presa en un silencio comparable al leve aleteo de una mariposa.
Agradecía haber pasado largas tardes en vela aprendiendo cada nombre y acceso a los callejones y pasadizos que llenaban St. Petersburgo.
Una sonrisa ladina surcó su rostro, formando así una mueca cargada de fantasías color carmín.
Su pulso aumentaba de tan solo imaginar aquel líquido espeso manchando todo. La explosión que se producía al anular la existencia de venas y arterias era conductor directo a la magnífica y macabra Muerte, a la cual se la veía caminar de cerca a aquella pareja cazadora de masacres con sutil y natural elegancia.
-Monsieur, Monsieur~ La suavidad con la que llamaba al informante enemigo haría que cualquiera sintiera un escalofrío cruzar su columna vertebral.
A esas alturas y a juzgar por la huída apresurada del objetivo, este ya había notado la tensión que se sostenía en el aire, un presagio de la trágica suerte que correría si se mantenía cerca de ellos.
La fémina caminaba paciente y con aires elegantes por las pedregosas calles europeas. Sabía que tiempo tenía, que terminaría por interceptar al tercer transeúnte en una bocacalle a doscientos metros de su localización actual.
Por otro lado, el pobre hombre con una mata de pelo castaño gastado marchaba veloz lo más lejos que sus piernas le permitían sin ser obvio. Su corazón latía desbocado y presa del pánico que poco a poco se había instalado por la mala espina que le causaban Jacob y Aleksei.
100 metros restantes. La luna en cuarto menguante apenas presentaba batalla contra la oscuridad en la que se sumían las calles. La sombra de cualquiera que pasara por allí se deformaría al punto de ni siquiera parecer una silueta humana.
50 metros. Los nervios femeninos comenzaron a tenzarse de emoción, acto visible a través de su mueca de gozo enfermizo. Las orbes plomizas estaban abiertas de par en par, la pupila comenzaba a dilatarse por el mismo motivo.
25 metros restantes. Mientras que el hombre avanzaba sin conocimiento alguno hacia su ejecución, la caucásica usaba las veneradas penumbras que los objetos de la calle le ofrecían una vez más. Si bien eran numerosas las veces en las que había hecho ese tipo de recados, nunca se ausentaba en ella la emoción previa al arrebato de una vida ajena.
10 metros restantes. Sentía y escuchaba desde su escondrijo los pasos del condenado, una introducción a la melodía armoniosa que los gritos de agonía y súplica componían para sus oídos.
3 metros restantes. Un sudor frío recorría el cuerpo añejado masculino. Las pocas arrugas de su rostro funcionaban como canales de libre circulación para su fluído nervioso.
1 metro restante. Alekksei asomó la cabeza segundos antes de que éste llegara al puntode coalición.
-bonne nuit- Fue lo último que los oídos del viejo escucharon antes de que la blanca mano hiciera contacto con su rostro, el shock lo había dejado estático y a cruel merced de la mitad rusa-mitad nipón. -Yukiguni-
En el mismo segundo que pronunció aquello, toda la materia que constituía el cráneo, piel y órganos internos del hombre fue expulsado en un radio tridimencional de la explosión. El ansiado líquido de vital necesidad manchó todo. El contraste de la oscura y espesa sangre con el blanco porcelana de la epidermis femenina era una obra de arte. La pureza que el blanco representaba, al lado del carmín catastrófico y pasional, eran la deleite nocturna.
-¿No es el rojo el color más hermoso?- suspiró complacida y con el rostro manchadode muerte. Un par de metros a sus espaldas, el de cabello carbón miraba indiferente la escena con un nuevo cigarrillo contaminando sus pulmones. No era la primera vez que veía en acción a la Reina Roja.
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