𝟬𝟬𝟮 . . . this is your fault
↝ 002 . . . capítulo dos
. . . esto es tu culpa . . .
Una maldición se escurrió entre sus labios al tropezarse con las maletas que llenaban la entrada e inmediatamente cerró los ojos al oír el reproche que provenía de la cocina.
—¡Maya! ¡Esa boca! —La voz femenina de su madre llegó a sus oídos y tuvo que suspirar, resignada antes de disculparse.
La peor parte de aquellas vacaciones era que sus padres harían un viaje de unos ocho días debido a unos negocios importantes que les permitiría abrir más Rink-O-Manías en todo el país. A Maya le alegraba que les fuera bien en el trabajo, pero era incapaz de pensar en todo lo que le ocurría cuando el horrible silencio inundaba toda la casa.
Casi sin poder evitarlo, recordó su pequeño viaje a Hawkins y un molesto revoloteo se instaló en su estómago al acordarse del rostro del chico de las películas.
Sacudió la cabeza y caminó hasta la cocina.
—¿Dónde está papá? —preguntó la mujer mientras se colocaba un pendiente y leía unos documentos que tenía extendidos en la mesa.
—En el supermercado. Estábamos caminando y se dio cuenta de que se habían acabado los cartones de leche ayer, así que fue a comprar porque, y cito, su niña preciosa no puede saltarse la comida más importante del día.
Aphrodite rió suavemente y Maya se quedó mirando a una caja fijamente intentando que las melodías de los Bee Gees y el rostro que las acompañaba salieran de su cabeza.
—¿Por qué sonríes? —preguntó la mujer mientras recogía los papeles que tenía delante.
Inmediatamente, Maya borró la inconsciente sonrisa que se había plasmado en sus labios.
—No estoy sonriendo.
Evitó hacer contacto visual con su madre, que la miraba con los ojos entrecerrados.
—Ya.
Aunque aquel monosílabo daba la conversación por terminada, Maya no podía evitar sentir el cosquilleo de la curiosidad acariciando sus labios y empujándola a hacer la dichosa pregunta que llevaba torturándola durante un mes.
Así que, la hizo.
—Mamá, ¿crees en el amor a primera vista?
El arrepentimiento fue casi instantáneo cuando la mujer esbozó una sonrisa mientras cerraba una caja con cinta adhesiva.
—Así que por eso sonríes.
—No sonrío —Mintió Maya mientras se cruzaba de brazos, intentando no sentirse tan vulnerable.
Aphrodite rió suavemente y lo dejó pasar.
—Te he contado cómo nos conocimos tu padre y yo, ¿verdad? —La menor asintió, recordando aquella tarde en el jardín junto a su madre en la que ella acariciaba su pelo y le contaba anécdotas de su adolescencia—. Aún recuerdo cuando lo ví por primera vez. Me pareció el hombre más hermoso del planeta, pero lo que sentía era simplemente eso: una fuerte atracción. Sin embargo, solo tuvo que abrir la boca y compartir un par de frases conmigo para que se me comenzara a revolver el estómago.
» Creéme, al principio a mí me parecía la cosa más extraña del universo y de vez en cuando pensaba: es imposible que me guste, casi no lo conozco. Pero ahora me doy cuenta de que desde el primer momento me gustaba tanto que solo quería descubrir más cosas sobre él. Así que lo hice, y el resto es historia.
» Así que no, no creo en el amor a primera vista pero sí creo en que los sentimientos sean tan complicados como para engancharse con una persona al simplemente charlar con ella durante un rato.
Maya se quedó en silencio, mordiéndose el labio sin ni siquiera darse cuenta, hasta que su madre le puso una mano en el hombro.
—¿Alguna vez sabré el nombre de este chico tan misterioso?
—No es de por aquí. Lo conocí... por pura casualidad, supongo.
No le había mencionado a sus padres lo de su pequeño viaje porque... bueno, sería algo muy difícil de explicar teniendo en cuenta que nadie sabe lo de sus poderes.
—¿En el trabajo? —Maya asintió.
Su trabajo, no el mío. Pero bueno, ¿a quién le importan los pequeños detalles?
—Simplemente es... aterrador —Una sensación de vulnerabilidad bastante molesta le comenzó a brotar del pecho, lo que hizo que se sus propios brazos se apretaran más contra su cuerpo.
Odiaba hablar de sus sentimientos en voz alta, se sentía ridícula y le daba la sensación de que enseñaba demasiado lo que estaba pasando en su interior, lo que sentía que era peligroso.
Pero ya había empezado a hablar y no sabía si necesitaba desahogarse con urgencia o necesitaba la opinión de una segunda persona pero no era capaz de parar.
—Ni siquiera vive en este estado y probablemente no lo vuelva a ver en mi vida, mamá. Y me da miedo perder todas estas emociones que, por una vez, hacen que me sienta bien o válida. Me da miedo que se esfumen tan rápido como aparecieron por primera vez.
No sabía cuándo había empezado a llorar, pero Aphrodite se colocó en frente de su hija y le retiró las lágrimas que caían por su rostro con los pulgares.
—Cariño, es normal que tengas miedo. El amor da miedo. De hecho, solo los más valientes están dispuestos a aceptar esos sentimientos y a dejar que los guíen mientras ellos van a ciegas. Sé que al principio todo es más difícil porque ves esas emociones como algo nuevo y aterrador, porque parece que vas caminando con una venda cubriéndote los ojos, pero cuando quieras darte cuenta todos esos miedos a dar un paso en falso se disipan y comienzas a caminar sobre las suaves y blandas nubes formadas por el cariño que ha desarrollado tu corazón.
» Aún así, quiero que recuerdes una cosa: tú siempre vas a ser válida, ¿me has oído? Y eso no va a cambiar aunque sientas cosas, dejes de sentirlas, te rapes el pelo al cero o tu piel se vuelva de color azul. Eres válida. Eres mi hija. Y quiero que te quede bien claro que siempre estaré aquí, ¿vale? Porque te quiero y siempre lo haré. ¿Entendido?
Maya asintió, aún con las firmes y seguras manos de su madre ahuecándole el rostro y con las mejillas empapadas. Lo siguiente que hizo, fue desahogar todas las lágrimas acumuladas durante todos esos años sobre el pecho de Aphrodite, que había envuelto a su hija en un cálido y reconfortante abrazo.
Ya no estaba llorando por sus sentimientos, lloraba por la impotencia que había sentido toda su vida, por las secuelas que había dejado el laboratorio sobre ella, por el miedo a relacionarse que la había dejado sola durante toda su vida y por la carga de mantener en secreto una parte tan importante de ella como eran sus poderes.
Estaba dejándolo todo fuera.
Todas las cargas que se habían agrupado encima de sus hombros desde el momento en que nació se estaban deslizando de las mismas forma que sus propias lágrimas. Maya se sintió ligera, como si las cadenas de su pasado se hubieran roto con aquel simple llanto.
Por un momento, se sintió libre.
(🕰🩸)
Unas horas más tarde, después de que sus padres se fueran, Maya caminaba con rapidez hacia la pista de patinaje que también era su trabajo. Acomodándose la chaqueta roja de satén que iba encima de la camiseta con el logo del local y que todos los trabajadores debían llevar en conjunto con unos pantalones cortos amarillos. Se aseguró de que la muñequera amarilla estaba en su sitio, tapando el tatuaje, antes de coger un coletero del mismo color y de hacerse una coleta rápida.
Cruzó el pequeño estrecho de carretera que le faltaba para poder entrar al edificio, pero casi le da un infarto cuando vio que una furgoneta dispuesta a arrancar frenaba a su lado. Casi a continuación, escuchó una voz conocida.
—¡Pero si es Maya la canalla! —Exclamó Argyle, sacando la cabeza por la ventanilla e ignorando la mirada de reproche que Jonathan Byers le dedicaba desde el asiento del copiloto—. ¡Hola!
Reconoció aquellos dos rostros casi de inmediato. Jonathan era el hermano mayor de Will que, casualmente, iba en su misma clase, igual que el otro chico que cuando estaban en clase, bueno, simplemente estaba.
Maya conocía a Argyle desde que repitió curso y a ambos les tocó en la misma clase. No eran amigos, ni mucho menos, pero sí eran conocidos. Además, Maya había tenido solo una conversación con él en la que el chico le explicaba lo que significaba la palabra canalla, por eso le había puesto ese apodo.
—Hola Argyle —Saludó, caminando hacia la ventanilla para que el chico no acabara con problemas de cuello.
—¿Qué te trae por aquí? —Maya frunció el ceño con la pregunta y miró su propia camiseta. Supuso que Argyle hizo lo mismo ya que luego exclamó—: Ohh, no sabía que trabajabas aquí. ¡Eso es la hostia, tía!
La chica esbozó una pequeña sonrisa.
—Oh, por cierto, este es mi mejor amigo...
—Jonathan Byers —interrumpió Maya—. Vamos en la misma clase, ¿recuerdas? —Le dijo a Argyle cuando este se quedó con una mueca de confusión en el rostro—. Básicamente he visto cómo os hacíais amigos. Soy Maya Achelois Thornton, también conocida como Maya la canalla, por si no lo sabías —Añadió con una amplia sonrisa que, para sorpresa de todos, no era nada forzada.
—Encantado —La sinceridad emanando de la voz de Jonathan hizo que la sonrisa de Maya se ensanchara y asintió, conforme con aquella presentación.
—Bueno, yo debería irme a trabajar. Ha sido un placer veros. ¡Qué tengáis unas buenas vacaciones de primavera! —Habló mientras iba caminando hacia atrás y luego se giró, entrando al edificio con paso rápido.
—¿Has visto eso? —le preguntó Argyle a su amigo mientras ambos seguían la silueta de la chica—. Estaba sonriendo.
Jonathan asintió. Había visto a Maya muchas veces por el instituto pero se atrevería a decir que era la primera vez que la veía con los labios curvados hacia el cielo.
—Me alegro de que lo haga. Tiene una sonrisa bonita.
—¿Verdad que sí? —Argyle soltó un pequeño ruidito de incredulidad y arrancó la furgoneta.
Maya, mientras tanto, llegaba junto sus compañeros después de atarse los patines con un tiempo digno de batir records.
—Hola, hola, hola. Lo siento mucho, Liz —Se disculpó con la chica que se estaba ocupando de repartir los patines a los clientes—. Un conocido me entretuvo en el aparcamiento.
—Y aún así has llegado un minuto antes de tu hora de entrada —Dijo la chica con una sonrisa—. ¿Te ocupas tú de esto y yo me voy a la barra?
Maya asintió.
Liz era la única de los trabajadores que la trataba bien. El resto se quejaba a sus espaldas de que era su superior simplemente por el hecho de que sus padres llevaran aquella franquicia y no se cortaban a la hora de poner malas caras cada vez que Maya les pedía amablemente que hicieran algo. Aquello se lo agradecía. Si no le agradaba, al menos no lo mostraba y era una profesional con todas las letras de la palabra.
Suspiró, acomodándose la muñequera y apartándose un mechón rebelde que se había escurrido de su coleta y recitó la famosa frase.
—Bienvenido a Rink-O-Manía, ¿en qué puedo ayudarle?
Un chico larguirucho con una camiseta lila y una camisa veraniega amarilla en la que descansaban unas gafas blancas con ayuda de una cuerda le devolvía la mirada al otro lado del mostrador. Aquellos rizos de color azabache cubiertos por una gorra colorida, sus marcados pómulos y sus curiosas pecas le sonaban de algo, pero no de verlo por el instituto, eso estaba claro. Normalmente, sus clientes eran los de siempre o gente del instituto. ¿Acaso ese chico no era de por allí? ¿Y dónde demonios lo había visto ella entonces?
—Hola. Quería unos calcetines —Pidió con nerviosismo—. Por favor —Añadió rápidamente, lo que hizo que Maya esbozara una sonrisa divertida.
—Claro. ¿De qué color?
El ruloso pareció dudar antes de responder con total confianza.
—Verde vómito. Si puede ser.
Maya apretó los labios, intentando no reír, mientras rebuscaba en la caja de calcetines aquella tonalidad.
—Aquí tienes. Son dos dólares con cincuenta.
Mientras el chico sacaba el dinero del bolsillo, Maya lo miraba fijamente, intentando averiguar qué era lo que le parecía tan familiar de aquel chico.
—Gracias. —Dijo una vez pagó y cogió los calcetines.
—A ti.
El ruloso volvió por donde vino con un paso apresurado y Maya sacudió la cabeza para seguir trabajando.
Unos minutos más tarde, la cola de gente en busca de patines se disipó, lo que hizo que Maya suspirara mientras apoyaba las manos en el mostrador.
Sus ojos se clavaron en la pista de patinaje y, sin poder evitarlo, en el chico larguirucho. No tardó en sorprenderse al ver cómo sonreía mientras su mano estaba entrelazada con la de Jane, que compartía la misma sonrisa de enamorada que él.
Entonces todo hizo click.
Steve lo conoce. Es el hermano de su ex novia. El novio de Eleven —o El, que así la llaman—. Michael Wheeler. De eso le sonaba, de la mente de Steve.
Una pequeña sonrisa se coló en sus labios, pero se borró tan rápido como Liz interrumpió sus pensamientos.
—Maya, necesitamos ayuda en la barra.
Ella asintió y, después de pedirle a los otros dos chicos que estaban con ella que se encargaran del mostrador —y de ver su cara de pocos amigos— la siguió.
(🕰🩸)
Había pasado un buen rato desde que había entrado a trabajar y, en ese momento, Maya se encontraba supervisando la pista mientras sus patines rodaban sobre ella. No había parado de darle vueltas a todo el torrente de información que había sido adentrarse en la mente de Steve desde que reconoció el rostro de Mike.
Ahora sabía tantas cosas sobre la vida de personas que ni conocía que le parecía hasta vergonzoso haber usado sus poderes sobre el chico.
Una vez más, sus pensamientos fueron frenados por uno de los trabajadores.
—Maya, nos hemos quedado sin yogur para la máquina de los batidos. ¿Tienes la llave del almacén? Yo no encuentro la mía —preguntó Charles, uno de sus compañeros.
La chica asintió distraídamente y, cuando iba a dársela a aquel chico, las ganas de intentar despejar su mente la sacudieron.
—Iré yo.
—¿Estás segura? —preguntó él con una expresión que era difícil de descifrar pero que Maya decidió ignorar.
—Sí. Vigila la pista, por favor.
Salió rodando hacia aquella puerta que tenía un cartel gigante en el que ponía "solo personal" y, cuando llegó, sacó la llave para poder adentrarse y buscar las cajas de yogur.
Una vez dentro, la puerta se cerró tras ella con la llave descansando al otro lado de la cerradura y allí, sumida en la oscuridad, Maya se dirigió a la nevera del fondo del almacén con la ayuda de su halo rojo para no chocarse con las cajas.
Una vez abrió la nevera, se inclinó para buscar las reservas de yogur y frunció el ceño al no encontrar ninguna.
Era imposible que se acabaran tan rápido.
Entonces se acordó. Hizo el pedido del yogur hace dos días, que fue cuando recargó la máquina después de cerrar el local. Y, teniendo en cuenta la cantidad de yogur que cabía en aquella máquina y las ventas de la comida que contiene aquella sustancia, era imposible que se hubiera agotado.
Bufó al darse cuenta de que le habían tomado el pelo y cerró la tapa de la nevera con fuerza, volviendo a sumergirse en la oscuridad que antes era iluminada por la luz de aquel congelador.
Dispuesta a volver a la pista y hacer como si nada hubiera pasado, Maya se giró y dio varios pasos. Pero frenó en seco al escuchar una extraña campanada justo detrás suya.
Con el corazón desbocado por el susto, Maya frunció el ceño y se giró hacia el ruido, que ahora era el repiqueteo de unas agujas de... ¿un reloj?
Volvió a sonar otra campanada.
La chica se acercó con cautela a la pila de cajas que estaba justo en la esquina de la pequeña habitación y la retiró con la ayuda de su halo rojo, que iluminó la silueta de un gran reloj de pared, uno antiguo.
Se acercó con cautela mientras la esfera escarlata iluminaba tenuemente la habitación y dio un respingo cuando este dio otra campanada. No obstante, siguió acercándose.
Acercó una mano al cristal del objeto pero, cuando sonó la cuarta campanada, este se rompió y todos los números romanos se salieron de su sitio.
Todos menos los unos.
Un escalofrío de miedo recorrió la espalda de la chica, que no se lo pensó dos veces antes de salir cuanto antes de aquel almacén.
Caminó con rapidez hacia la puerta, pero frenó en seco al escuchar un tenue susurro.
—Rue... Zero... Maya...
Se giró hacia el reloj en busca de la fuente de aquel sonido que le había revuelto el estómago de la peor manera posible, provocando que un torrente de recuerdos se instalaran en su mente.
Pero ya no estaba.
Sacudiendo la cabeza violentamente e intentando calmarse, Maya intentó abrir la puerta. No obstante, esta parecía estar atascada.
Atacada por las ganas de salir de ese sitio, una bruma roja envolvió el pomo y abrió la puerta con facilidad.
Una ola de risas la azotó con fuerza una vez fuera y su cuerpo se congeló por completo al ver a Jane tirada en el suelo y a Angela agachada a su lado, diciéndole algo y luego marchándose riendo.
Mierda.
Al ver que su novio se dirigía hacia ella, Jane se levantó con las lágrimas recorriendo su rostro levemente manchado por el batido que acababan de tirarle encima y patinó con urgencia hasta la salida de la pista, aún con las risas resonando por todo el local.
Sin saber muy bien qué hacer, Maya lo mandó todo a la mierda y un hilo escarlata salió de su mano para que, segundos después, el local se quedara sin electricidad.
Las risas cesaron y se transformaron en exclamaciones confusas, pero Maya las ignoró ya que estaba demasiado ocupada siguiendo la silueta de Jane —visible gracias a las luces de emergencia— que se encerraba en el almacén.
(🕰🩸)
Nada más las luces volvieron a estar operativas, Maya no dudó en ir a hablar con Peter —el DJ— después de que Liz le explicara lo que había pasado.
—Cuando te dije que tomaras sugerencias de los clientes no me refería a sugerencias que indicaran humillaciones públicas. O que ensucien la pista.
Peter suspiró y puso los ojos en blanco antes de girarse hacia Maya.
—Deberías haberlo aclarado, entonces. Porque eso no estaba en las reglas que mamá y papá nos establecieron a los trabajadores que tuvimos que enseñar nuestro currículum para ser contratados.
Maya entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.
No era idiota, sabía que sus propios empleados se habían librado de ella para poder llevar acabo esa escena. Por eso la puerta del almacén estaba cerrada con llave cuando intentó salir.
—¿Cuál es tu problema, Peter? Ni siquiera conoces a esa chica, ni lo qué ha hecho. ¿Por qué has ayudado con una venganza de la cuál no tienes ni idea de por qué se lleva a cabo?
Estaba enfadada, quizá hasta demasiado. No sabía si con Angela por hacerle eso a Jane, con Peter por haber ayudado, con Charles por encerrarla o con ella misma por no haber estado ahí antes.
Algo en su interior se revolvió al recordar aquel reloj.
—No me importó, ¿vale? Me llegó con saber que era un chivata. Odio a las chivatas.
Maya frunció el ceño.
—¿Chivata? —Repitió, confundida. Jane no era una chivata. De hecho, intentó convencer a la señora Gracey de que se había tropezado.
—Sí, al parecer alguien se chivó de no sé qué a la profesora de historia. Y todos sabemos que ha sido esa rarita.
Juraría que, durante unos segundos, el corazón de Maya dejó de latir.
Jane no había dicho nada. Había sido ella. Y ahora la que estaba encerrada en un almacén mientras lloraba era Jane.
Dios, había metido la pata hasta el fondo.
Con el sentimiento de culpabilidad esparciéndose por sus venas como el peor de los venenos, Maya pestañeó, intentando concentrarse en lo que debería hacer o en la decisión correcta que debería tomar.
—Bueno, ahora ya está. Sigue pinchando y luego recoge todo esto cuando la gente se vaya, ¿si? —Ordenó con voz neutral, intentando que el miedo a la situación formada por sus propios errores no se notase.
—¿Qué? Pero si no me toca cerrar. Hoy tengo que...
Maya lo cortó alzando las dos manos.
—No quiero oírlo. De la misma forma que tú no escuchaste el otro lado de la historia, yo no voy a escuchar cuántas pajas te vas a hacer al llegar a casa. Así que, vete mentalizándote de que te toca cerrar el local o me veré obligada a hacer una llamada que te dejará sin empleo, ¿entendido?
Peter abrió la boca, muy ofendido.
—¡No puedes hacer eso!
—Oh, claro que puedo. Mamá y papá llevan el negocio, ¿recuerdas? —A través de las gafas de Sol, pudo ver la mirada de odio que Peter le estaba dedicando en ese momento, pero le dio igual—. A trabajar.
Se dio la vuelta, encontrándose con que Liz la esperaba a unos metros de distancia y que había escuchado la conversación.
—No vas a llamar a tus padres, ¿verdad?
—Que va. Pero eso Peter no lo sabe —Liz soltó una suave risa y Maya volvió a hablar—. ¿Puedes cubrirme un rato? Voy a buscar a esa pobre chica.
Liz asintió y se alejó patinando mientras Maya se dirigía hacia el almacén. No obstante, sentir una ola de rabia invadiendo el cuerpo de una persona la puso completamente alerta.
Solo tuvo que mirar hacia su derecha para presenciarlo todo.
—¡Angela!
La rubia se giró y, justo en ese momento, Jane le dio con una rueda de un patín en la nariz.
Sus gritos no tardaron en llenar todo el local, llamando la atención de todo el mundo.
Maya se apresuró a patinar hacia la segunda chica, que observaba las caras horrorizadas del resto de clientes mientras Angela seguía gritando de dolor.
Cuando llegó junto a Jane, lo primero que hizo fue quitarle el patín de su temblorosa mano y luego miró hacia la chica que estaba en el suelo. Tenía una brecha en la nariz, y de ella brotaba sangre. Demasiada sangre.
Mike y el chico de los monstruos llegaron junto a ellas, pero Maya no se molestó en girarse, estaba demasiado sorprendida por el tamaño de la herida que tenía la rubia y en sus alaridos debidos al dolor.
—Oh... Oh Dios mío —Dijo Will, detrás de ella.
—Joder, El. ¿Qué has hecho? —preguntó Mike, presa del pánico por no tener ni idea de lo que acababa de pasar—. ¿Qué has hecho?
El corazón de Maya comenzó a bombear con más fuerza con cada segundo que pasaba.
Esto es tu culpa.
La sangre de Angela.
La sangre bañando los corredores del laboratorio.
Los cadáveres.
011.
Ella de pequeña.
Todo se estaba arremolinando en su cerebro de una forma tan caótica que Maya casi se derrumba allí mismo.
Esto es tu culpa, Zero.
¡! PAU'S NOTE <3
Angela sí se merecía ese patinazo. *Inserta meme de "se tenía que decir y se dijo"*
HOLA WENAAAS, estoy aquí de vuelta con un nuevo capítulo (un poco aburrido, la verdad) que tendrá una gran importancia en los siguientes que se vienen con todo, así que acuérdense de los sentimientos de Maya, de lo que pasó con El y, sobre todo, DEL RELOJ KSHFKLSHLIFHIO (perdón, me emocioné)
Puntito si ustedes también quieren abrazar a estos dos numeritos que merecen el universo pero que el universo no las merece.
Bueno, eso es todo por hoy. Aunque una cosita más, ¿tienen alguna teoría? Los leo.
Un beso¡!
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