𝟬𝟬𝟬 . . . a survivor's dreams


↝     000     . . .     prólogo
. . . los sueños de una superviviente . . .



26 FEBRERO, 1986. LENORA, CALIFORNIA

Tomó una bocanada de aire con urgencia mientras con su mano derecha hacía aparecer un halo rojo que removió sus cortinas por completo, dejando pasar la tenue luz del amanecer hacia el interior de su habitación. Al ver que no estaba rodeada de esporas o de aquellas raíces extrañas que parecían estar podridas pero tener vida propia, Maya se permitió suspirar, aliviada.

Últimamente había tenido unas extrañas pesadillas en las que ella misma se veía atrapada en una especie de mundo muerto. No sabía nada sobre él, solo que estaba atrapada por una sensación de familiaridad que se anudaba en su garganta y que casi no le permitía respirar. Y ese día, como cada otra noche, se había despertado sobresaltada al sentir un par de ojos sobre ella cuando sus pies la hicieron parar delante de una casa que parecía abandonada.

Lo único diferente del sueño de aquel día habían sido los cortos fotogramas que se habían reproducido en su mente a toda velocidad antes de despertar.

Curiosa por saber qué imágenes se habían arremolinado en su cerebro, se levantó torpemente de la cama, se acercó a su escritorio, cogió su bloc de dibujo y un lápiz y encendió la pequeña lámpara que tenía en su mesa. A continuación, cerró los ojos y dejó que sus manos guiaran la mina de aquel instrumento por el papel que tenía delante de su cuerpo mientras ella movía los ojos de un lado al otro bajo sus párpados, intentando canalizar los detalles de cada fragmento para poder representarlos con claridad.

No sabía cuánto tiempo había pasado pero, cuando abrió los ojos, una pequeña gota de sangre estaba posicionada en el centro de aquella lámina que ahora contenía cuatro dibujos diferentes. Maya se inclinó con curiosidad sobre ella para intentar analizar aquellos fragmentos de su sueño detalladamente, pero unos toquecitos suaves en su puerta seguidos de una voz masculina la sobresaltaron.

—Maya, cariño, ¿estás despierta?—preguntó Matthew Thornton, su padre, al otro lado de la puerta.

Ella, intentando recuperarse del susto que la había llevado a dar un salto en su sitio, comenzó a escanear su habitación en busca de un lugar donde esconder su lámina pero, presa del pánico, no le dió tiempo a reaccionar cuando su padre abrió la puerta.

—¿Maya? —La cabeza medio canosa de aquel hombre se asomó por detrás de la puerta.

—Sí, sí. Estoy... —Le dio la vuelta rápidamente a aquel papel antes de girar en su silla y sonreirle a Matthew—. Estoy despierta.

—¿Estabas dibujando? —La chica asintió, tragando saliva con nerviosismo, cosa que no pasó desapercibida por su padre—. No te habrás quedado despierta toda la noche, ¿no? —cuestionó con desconfianza.

Maya frunció el ceño, olvidándose de todo y cubriendo su pequeño tatuaje antes de girar todo su cuerpo hacia la puerta.

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque mis superpoderes de padre me dicen que estás nerviosa. —La chica no pudo evitar tensarse levemente al oír aquella palabra, pero se tensó aún más cuando su padre hizo otra pregunta—. ¿Eso es sangre?

Instintivamente, Maye se llevó el dorso de la mano a su nariz y se encontró con un rastro rojo que resbalaba por su surco nasolabial.

—Eh... ¿Puede?

Matthew suspiró antes de girarse hacia el pasillo y gritar.

—¡Cariño! ¡Maya está sangrando de nuevo!

Unos segundos después, una mujer esbelta y de cabello castaño apareció en el pasillo, al lado de su marido y chasqueó la lengua antes de acercarse a la menor de los tres.

—Vamos a tener que soldarte esa vena si sigues sangrando así. —Aphrodite se acercó a su hija y ahuecó su rostro con las manos para después intentar limpiar el hilo rojo de sangre con su pulgar.

—Mamá, estoy bien. —Aseguró Maya mientras arrugaba la nariz, molesta por aquel pequeño contacto que su madre estaba teniendo inconscientemente con sus habilidades.

—Has manchado hasta una de tus láminas —Todas las alarmas de la chica se dispararon cuando Aphrodite se dirigió hacia su escritorio, dispuesta a levantar el dibujo que acababa de terminar.

—¡No pasa nada! —Maya dio un manotazo y lo puso sobre el papel para que su madre no pudiera levantarlo, lo que hizo que esta se sobresaltara levemente—. Ya improvisaré un poco con mis témperas o algo. Tú misma lo dices, hay que continuar moviéndose si queremos avanzar en las arenas movedizas, ¿no? Pues estas son mis arenas movedizas. Y yo quiero avanzar.

Su madre suspiró y ladeó la cabeza, mirándola con ternura.

—Estás tan mayor...

—Voy a tener que atarte a esa mesita con la esperanza de que vuelvas a ser esa niñita que dibujaba con ceras y que me dejaba pegar los dibujos en la nevera. —Aphrodite rió con la frase de su marido y Maya bufó.

—Tenía catorce años. Ya de aquellas estaba mayorcita para pintar personas con cuerpo de palo. —Se quejó.

—Eh, esas personas con cuerpo de palo eran las mejores personas con cuerpo de palo del universo.

Maya rió y Matthew se colocó al lado de la mujer, que los observaba a los dos con cariño.

—¿Ya os vais? —preguntó Maya al recordar que ambos tenían un viaje que hacer debido a su trabajo.

—Los Jones ya están esperándonos afuera. Veníamos a despedirnos.

La menor arrugó su nariz y soltó un pequeño quejido.

—Serán tres días. Se pasarán rápido, ya lo verás. —Aseguró Matthew, pasando un brazo por la cintura de su esposa y acercándose más a ella.

—Lo sé pero... No me gusta quedarme sola en casa. Es... —Maya se encogió de hombros— aburrido.

—Bueno, siempre puedes dibujar personitas con cuerpo de palo. —Matthew soltó una carcajada con la frase que acababa de decir su mujer y Maya una risa suave.

—Las llaves del coche están en el tercer cajón del mueble de la entrada y en el mueble del salón hay un gran repertorio de películas geniales.

—¿Como "Fiebre del Sábado Noche"? —preguntó la menor con diversión, mirando fijamente a su padre.

Matthew asintió con una sonrisa. —Como "Fiebre del Sábado Noche".

Aphrodite se alejó de su marido y volvió a ahuecar el rostro de su hija con dulzura.

—Pórtate bien, ¿sí?

Maya sonrió inevitablemente.

—Vaya, me has fastidiado los planes. Yo quería quemar todo el vecindario.

Matthew soltó una risita detrás de su mujer y ella puso los ojos en blanco. Ya estaba acostumbrada a que el sarcasmo de su marido ahora saliera de la boca de su hija, por eso Maya pudo ver una tenue sonrisa sobre sus labios rosados.

Aphrodite se inclinó hacia delante para depositar un cálido beso en la frente de su hija y luego acariciarle las mejillas con los pulgares.

—Si quemas el vecindario, intenta al menos llegar a la casa de los Smith. Nunca me gustaron sus miraditas curiosas. —Maya rió a pesar de que sabía que ella misma era la razón por la que aquellos señores que vivían al final de la calle cuchicheaban siempre que los veían a los tres juntos.

—No me lo digas dos veces. —Bromeó y las dos rieron antes de separarse.

—Te echaré de menos, enana. —Dijo su padre, estrechándola entre sus brazos.

—Te vas a Nevada, no a la Luna. —Maya rió sobre el pecho del hombre mientras le devolvía el abrazo.

—Lo sé, pero aún así será aburrido. Tu madre me echará a mí todas las broncas. —Susurró, haciendo que la menor riera.

—Solo si haces las cosas mal, Matthew.

Maya soltó una carcajada más fuerte y sonrió cuando notó la curva en los labios de su padre mientras este le daba un beso en la cabeza.

—Adiós, enana.

—Adiós.

—Te queremos.

La menor tragó saliva e intentó reaccionar antes de que ambos abandonaran su habitación.

—Y yo a vosotros.

La puerta principal de la casa se cerró y Maya se dirigió a la ventana de su habitación para observar cómo el coche de los Jones se alejaba cada vez más y más. Sus padres siempre viajaban por trabajo, pero Maya no parecía acostumbrarse al silencio sepulcral de la casa cuando ellos dos no estaban. Por eso había aceptado un trabajo en la pista de patinaje que los Thornton tenían en su posesión, para distraerse un poco cuando Aphrodite y Matthew se iban. Pero cuando tenía el día libre, las horas pasaban con más lentitud, ya que la falta de las figuras de los Thornton paseándose por la casa o el no poder escuchar el leve murmullo de sus risas en la cocina hacía que Maya pensara automáticamente en su vida pasada, en lo que fue antes de conocerlos y en lo sola que estaba. Y lo odiaba.

Los Thornton la habían adoptado cuando ella tenía trece años —casi catorce— pero siempre la habían tratado como su propia hija sin tener ni idea del laboratorio del que Maya provenía o qué demonios había pasado antes de que aquella niña apareciera aquel día en la playa mientras la pareja pasaba el fin de semana en una cabaña que estaba situada al lado del mar. Y la verdad es que Maya lo prefería de esa forma. No quería arrastrar a aquellas dos personas llenas de luz a la oscuridad que ella llevaba arrastrando desde que tenía memoria.

Así que, cuando el coche desapareció por completo de su vista, se acercó al escritorio y observó la lámina que estaba dada la vuelta durante varios segundos. Aquellos dibujos eran una llave a la caja de recuerdos que ella misma había estado intentando enterrar durante los últimos siete años y que se abría levemente cada vez que los brazos de Morfeo la envolvían. Eran un pasadizo a su antigua vida, a aquella habitación que estaba al fondo del pasillo de aquel laboratorio. ¿De verdad quería arruinar todo lo que tenía por un simple sueño?

Observó el papel durante unos segundos más antes de alejarse casi corriendo de la habitación.

Sin embargo, aún con una de las películas de su padre y el sonido de los cereales crujiendo entre sus dientes llenando el silencio de aquella casa, Maya no era capaz de ignorar el inexistente zumbido que invadía su mente y que hacía que sus pies cosquillearan con las ganas de ir a su cuarto y levantar aquel dibujo.

Ahora con el repiqueteo de su pierna contra el suelo de madera de su salón, Maya no paraba de dedicarle miradas fugaces al comienzo de las escaleras que llevaban a su habitación, ignorando por completo el musical que estaba siendo reproducido en el televisor.

Soltó un gruñido frustrado antes de apartar el bol de cereales y dirigirse hacia su cuarto con rapidez. Allí se sentó delante de la lámina, debatiendo sobre si debería darle la vuelta o no.

Era un simple sueño, no significaba nada. ¿Entonces por qué le estaba dando tantas vueltas al asunto? Era un simple sueño, no iba a tener ningún tipo de influencia sobre su vida, ¿no?

Con esos últimos pensamientos rondando su cabeza y siendo consciente del tembleque de su propia mano, Maya cogió los extremos del papel y le dio la vuelta.

Observó los cuatro dibujos juntos antes de respirar hondo, tragar saliva e inspeccionarlos uno a uno.

El primero era un retrato de la puerta de la habitación que había ocupado durante trece años en aquel sitio tan horrible y, sin poder evitarlo, sus ojos se posaron en los ceros de la placa de la puerta antes de viajar a los que estaban en su muñeca.

Sacudió la cabeza antes de cubrirse la muñeca con la manga de su sudadera y analizar el siguiente dibujo. Este era de la estructura del laboratorio, pero esta vez por fuera. Exactamente igual a lo que ella había visto antes de salir corriendo hacia el bosque y perderse entre los troncos.

Volvió a tragar saliva al notar que los recuerdos de aquel día se arremolinaban en su cabeza y respiró hondo cuando su vista comenzó a nublarse. Ese era el problema que tenía ignorar la herida, cuando vuelves a tocarla sigue sangrando y escociendo como el primer día. Y a Maya le dolía demasiado. Le dolía tanto que, incluso siete años después, aún era capaz de sentir su tejido rasgarse emocionalmente en el mismo instante que recibía aquella apuñalada cargada de verdades que ella había sido incapaz de ver, cegada por el cariño.

Sus ojos se movieron rápidamente al siguiente dibujo. Este era de tres números, de los cuales los dos últimos estaban un poco borrosos. El primer dígito era claramente un cero, sin embargo, el segundo parecían un uno y un cero, ambos luchando por verse con más fuerza que el otro pero ambos fallando. El último, sin embargo, estaba formado también por un uno y un cero, pero el uno parecía haber sido repasado dos veces.

Con el ceño fruncido y fallando estrepitosamente al intentar entender aquel dibujo, Maya posó sus ojos sobre el siguiente y último dibujo.

Sintió como su sangre se congelaba en el instante en el que su mirada se posaba sobre los ojos de aquel retrato y sobre la sangre que resbalaba por la nariz de aquel dibujo.

Se inclinó un poco más sobre su mesa y observó aquellas facciones con delicadeza. A pesar de que ya habían pasado siete años desde la última vez que los había visto, Maya reconocería aquellos ojos asustados pero a la vez decididos en cualquier sitio.

Había dibujado un retrato de Eleven, uno de los pocos números con los que ella tuvo contacto en el laboratorio. La única diferencia entre aquel retrato y el último recuerdo que tenía de aquella niña era que, en el dibujo, el pelo de Eleven estaba más largo y peinado hacia atrás; también sus facciones estaban más marcadas, como si fuera más mayor.

Maya se incorporó de golpe y volvió a mirar el tercer dibujo para después levantar la tela de la sudadera que cubría su muñeca. Era la misma tipografía.

Casi se cae de la silla al dar un respingo y darse cuenta de que, en aquel dibujo, estaban representados su tatuaje y el de aquella niña, juntos.

En busca de más respuestas, Maya estiró su mano derecha para alcanzar su lámpara de escritorio y analizar más detalladamente aquellos símbolos. No obstante, se congeló en el sitio cuando se dio cuenta de que, moviendo la luz, uno de los números del dibujo, cobraba más fuerza.

Con el ceño aún fruncido; cerró las cortinas de su habitación gracias a su halo rojo, levantó la lámina con la mano izquierda y la lámpara en la derecha. Primero, puso la bombilla justo detrás del primer dibujo y abrió mucho los ojos al ver que, en donde estaban los trazos de los dígitos, los tres ceros resaltaban mucho más que los otros números. Sorprendida, movió la lámpara hacia la derecha, hasta situarla detrás del dibujo del exterior del laboratorio, pero en esa posición casi no era capaz de leer los números. Suspiró antes de mover la lámina hacia arriba, iluminando el retrato de la chica, y casi se atraganta con su propia saliva al notar que el primer cero era seguido de dos unos, formando un once.

Su corazón comenzó a latir como un loco cuando sus ojos se clavaron sobre la gota roja de sangre en medio del papel y su garganta se secó casi al instante. Comenzó a mover la lámpara hacia el centro del papel y ella misma pudo notar la energía roja arremolinarse en su cabeza, comenzando a manifestarse a través de sus iris verdes, que en ese momento estaban cubiertos por un tono carmesí brillante.

En cuanto la lámpara llegó al centro de la lámina, Maya soltó ambos de golpe y abrió las cortinas rápidamente con sus habilidades. Un pitido resonaba en sus oídos y su corazón aporreaba su pecho con fuerza después de leer aquellos tres dígitos: 001.

La chica se encontraba abrazada a sus rodillas en su silla, observando aquella lámina con miedo y con los recuerdos de la sangre cubriendo los blanquecinos pasillos del laboratorio volviendo a aparecer sobre su cabeza.

Sin embargo, a pesar de estar pensando en otra cosa distinta, sus ojos repararon en una segunda lámina que había quedado descubierta después de tirar la anterior al otro lado del escritorio.

Era un cartel que contenía un mensaje bien claro: Bienvenidos a Hawkins, Indiana.

Volvió a mirar el retrato de Eleven con una idea parpadeando en su mente: Maya no había sido la única superviviente aquel día. Ella seguía viva.

Así que, dispuesta a encontrarla, Maya cogió sus dos dibujos y las llaves de su casa y se dirigió al aeropuerto.

(🕰🩸)

Cuando los pies de Maya pisaron la hierba de Hawkins, fue imposible no sentir un escalofrío recorriendo su espalda, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera.

Nunca había sabido dónde se encontraba el laboratorio exactamente pero, de alguna forma, al aterrizar en aquel pueblo lo sintió más cerca que nunca.

Intentando ignorar la sensación de arrepentimiento que encogía su estómago, Maya comenzó a caminar en dirección contraria al pueblo y se adentró en el bosque con la inseguridad brotando por cada poro de su piel pero sin frenarse.

Al ir intentando distraerse con otras cosas mientras esquivaba ramas de árboles o pisaba las raíces que salían de la tierra y no darse cuenta de cuánto le faltaba para llegar a aquella estructura, Maya casi se cae de culo al suelo al levantar la vista y toparse con una valla metálica que la separaba del laboratorio.

Aún sin estar segura de si debería entrar o de si quería hacerlo, sus ojos localizaron un candado que impedía la apertura de la valla metálica. Así que, respirando hondo, alzó sus manos hacia este y, con un movimiento de sus dedos, un resplandor rojo se encargó de abrirlo. Maya lo apartó con cuidado y después de deshacerse de la cadena que había enredada en aquella puerta, entró.

Pasó una pierna por el hueco que estaba abierto en el cristal de la puerta principal y luego la otra. Sus pasos resonaban en el vacío de aquella estancia mientras observaba todo con atención.

Nunca había estado en esa parte del edificio, solo en los pisos de abajo, donde estaban todos los números. Y, aún así, no pudo evitar fruncir el ceño al distinguir algunas manchas de sangre por los pasillos de aquel piso que, a pesar de haber sido limpiadas, habían dejado pequeñas gotas rojas casi imperceptibles. ¿Acaso la masacre había ocurrido en todo el edificio?

Comenzó a bajar la escalera con las piernas temblándole tanto que, por un momento, pensó que iba a rodar hasta el piso de abajo. Pero fue capaz de llegar al subsuelo como cualquier persona normal, a pesar de saber que ella no encajaba con esa descripción.

Miró la puerta que la separaba del lugar en el que había estado encerrada los primeros trece años de su vida y, con un simple gesto, esta se abrió de par en par.

Intentando no pensar mucho en ello, Maya avanzó por aquel pasillo que volvía a estar blanco y reluciente como siempre, no lleno de sangre y cadáveres. Sin embargo, ella no fue capaz de no visualizar las puertas abiertas y los niños muertos en sus camas con las extremidades retorcidas y su sangre manchando la habitación y sus cuerpos sin vida. Tampoco pudo impedir que su cerebro la hiciera creer que volvía a tener trece años y que volvía a caminar por esos pasillos, esquivando los cadáveres de los guardias y enfermeros en busca de aquel número, así que comenzó a acelerar su paso.

Al llegar al final del pasillo, se frenó casi inconscientemente delante de una simple puerta. O al menos eso era lo que parecía.

Maya metió su mano en el bolsillo de su sudadera y sacó el primer papel con los cuatro dibujos, centrándose solo en la puerta con los ceros en ella. Acto seguido, volvió a guardarlo en su bolsillo y acarició la superficie de aquel material con la yema de los dedos. Habían arrancado su placa. Solo le hizo falta echarle un vistazo al resto del pasillo para darse cuenta de que habían quitado todas las placas menos una: la de 011.

Respiró hondo antes de rodear el pomo con la mano y empujarlo hacia abajo, proporcionándose a sí misma una vista de su antigua habitación. A pesar de los ruidosos latidos de su corazón, Maya caminó hacia lo que quedaba de su cama —que era el somier— y no pudo evitar recordar todos los ratos que había pasado allí dentro, sola o en compañía de alguien más.

—Peter, ¿por qué te llamas Peter? —preguntó Zero después de soltar un gruñido de frustración al ver que el halo rojo de sus poderes no desaparecía.

El enfermero la miró con el ceño levemente fruncido, sorprendido por esa pregunta, pero luego se recostó en aquel duro colchón y comenzó a jugar con el cubo rojo con el que Zero había estado practicando.

—Porque es el nombre que me puso mi papá. No el idiota de Brenner, si no mi padre de verdad. —Aclaró, llamando la atención de la niña, que se sentó al lado de aquel hombre.

—¿Brenner no es tu papá?

—Ni el de ninguno de los que estáis aquí. Simplemente quiere que lo llaméis así para sentirse poderoso o algo. No lo sé.

Zero soltó una pequeña risa y Peter se incorporó, acabando sentado a su lado y con una pequeña sonrisa.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó, aún con una leve curva en los labios.

La niña se encogió de hombros.

—Todos parecen estar asustados de papá, pero tú no. Es divertido.

Peter lanzó el cubo al aire para después cogerlo al vuelo.

—No me gusta seguir las órdenes de un idiota, ya lo sabes.

Zero frunció el ceño antes de apoyarse sobre sus puños para girar un poco su cuerpo y mirar al enfermero.

—¿Y por qué le haces caso?

La tensión del cuerpo de Peter no pasó desapercibida por la niña, que tuvo miedo de haber hablado de más.

—Ya sabes por qué. —Respondió, cortante—. Además, así puedo hacerte compañía de vez en cuando.

Ambos esbozaron una sonrisa, pero la de Zero decayó antes de tiempo al acordarse de la primera parte de la conversación.

—Entonces, ¿papá no es nuestro papá?

Peter suspiró y se acomodó para que su tronco estuviera orientado hacia la niña.

—Sé que no es el del resto de los números. —Dijo con delicadeza, sabiendo que Zero entendería aquello y también sabiendo la pregunta que haría a continuación.

—¿Y qué hay de mi papá? ¿Es él?

El enfermero miró a la niña con lástima al ver las ganas de obtener una respuesta en sus ojos, ya que él no podía dársela.

—No lo sé. —Respondió finalmente—. Sé cómo crearon a los otros números, pero a ti... no estoy seguro.

Zero bajó la mirada con expresión decaída.

—¿Por eso tengo esto? —La niña abrió la palma de su mano, mostrando una bola de luz roja que flotaba como un delicado orbe sobre su blanquecina piel.

Peter asintió y Zero cerró su mano con lentitud antes de clavar la mirada en un punto cualquiera de las sábanas que cubrían su colchón.

—¿Entonces no tengo papá? —Peter negó con la cabeza, pero la niña siguió preguntando—. ¿Y tampoco tengo nombre?

El enfermero negó con la cabeza de nuevo.

—No, que yo sepa.

Al ver la tristeza inundar todas y cada una de las fracciones del número que tenía delante, Peter le tendió el cubo rojo y habló: —Pero podemos cambiar eso.

Zero levantó la vista con rapidez, curiosa.

—¿En serio?

El enfermero sonrió y asintió.

—Podría ponerte yo un nombre, si quieres.

La niña asintió frenéticamente, sacándole una sonrisa al hombre.

—Está bien. ¿Qué te parece... Rue?

Una sonrisa gigante apareció en el rostro de Zero.

—Me gusta mucho.

—¿Sí? —preguntó Peter con una sonrisa creciendo en su cara.

—Sí.

—Pues encantado de conocerte, Rue.

El enfermero le mostró su mano y automáticamente Zero se la estrechó, ilusionada.

—Encantada de conocerte, Peter.

Intentando controlar sus lágrimas y los recuerdos de la sangre bañando el laboratorio que aparecían en su mente después de revivir aquella memoria, Maya salió casi corriendo de la habitación y siguió avanzando hasta una puerta que parecía la de un submarino. Invadida por la curiosidad, la abrió con sus poderes y entró en aquella sala con cuidado.

Había un mueble tapado con una manta, seguido de un cristal roto y un muro de hormigón pegado a la pared del que sobresalían unas grietas por las zonas que no llegaba a cubrir.

Maya apartó la sábana blanca, encontrándose con una mesa llena de botones y palancas que decidió no tocar por si acaso. A continuación, se coló por el hueco del cristal roto y se paró delante del cacho de hormigón, que parecía atraerla como si fuera un imán.

Siguiendo su propio instinto, Maya colocó la palma de su mano sobre la fría superficie del material y volvió a sentir la energía acumularse en su cabeza, provocando que sus ojos se llenaran de destellos rojos de nuevo. Después de eso, todo se volvió negro.

Frunció el ceño y al intentar encontrar alguna salida sus pies chapotearon sobre una fina capa de agua. Su ceño se frunció aún más. ¿Dónde demonios estaba?

Una especie de gruñido llamó su atención y se giró, encontrándose con una especie de criatura alimentándose de un huevo gigante que parecía estar podrido. No obstante, no fue eso lo que le llamó la atención, no. Fue la niña que caminaba hacia la criatura.

—¿Eleven? —Murmuró al notar su pelo rapado y los tres digitos destacando en su muñeca. Sin embargo, ella no pareció escucharla ya que siguió caminando hacia aquella cosa con el miedo representado en su rostro.

Maya se acercó con cuidado, parecía no verla y, si no le fallaban los cálculos, aquella niña tendría quince años, pero en ese momento parecía tener doce. ¿Acaso estaba en un recuerdo?

Eleven extendió su brazo hacia la criatura y presionó sus dedos en su viscosa espalda, lo que hizo que Maya arrugara su nariz antes de dar un respingo, asustada por el rugido de esa cosa y por el hecho de que no tenía ojos, solo una boca formada por miles de puntiagudos dientes.

Antes de que pudiera reaccionar, la figura de la criatura y la de Eleven se difuminaron y un nuevo paisaje se formó a su alrededor.

Maya distinguió el mundo muerto de sus sueños en cuestión de segundos, pero no fue capaz de reconocer el niño que estaba a su lado. Sujetaba un arma de fuego y temblaba de pies a cabeza, completamente asustado. Él tampoco parecía verla.

Un rugido se escuchó en la distancia y, sin pensárselo dos veces, el niño comenzó a correr y todo volvió a difuminarse.

Seguía en el mundo muerto, pero en un sitio completamente distinto y viendo algo completamente distinto. El mismo niño —que ahora parecía más mayor— corría, escapando de una sombra gigante que parecía tener forma de araña. Pero, de repente, el chico dejó de correr.

Algo en el interior de Maya le decía que hiciera lo que hiciera, no iba a poder intervenir. Sin embargo la sombra estaba cada vez más y mas cerca del niño que lloraba, pidiéndole por favor que se marchara. Así que la chica hizo un movimiento con su mano y sobre ella apareció la energía roja que tanto conocía pero, casi al instante, todo volvió a difuminarse.

Una casa se alzó delante suya y le fue imposible no reconocerla. Era la misma casa que veía antes de despertarse.

Y, justo como en su sueño, sintió aquel par de ojos familiares sobre ella, lo que le provocó un fuerte escalofrío que hasta activó sus poderes. Unos destellos rojos se apoderaron de sus ojos y dos esferas de energía crecieron sobre sus palmas. Oyó una especie de risa antes de alzar la mirada y encontrarse con una silueta mirándola fijamente desde la ventana del ático.

Y, de repente, el sonido de un reloj de pie antiguo la sacó de aquella especie de trance. Con la respiración agitada, Maya corrió hacia la salida y se introdujo en el bosque, de la misma manera que lo había hecho hace siete años y escapando de la misma amenaza.

(🕰🩸)

Había comenzado a llover fuertemente y, al no tener nada con lo que cubrirse, Maya se dedicó a intentar salir del bosque y llegar a la estación de autobuses y después al aeropuerto lo antes posible. Sin embargo, al nunca haber estado por esa zona, acabó perdida y mojada entre los árboles.

Tenía las converse llenas de barro y las piernas cansadas. Eso sí, su cabeza seguía dándole vueltas a lo que acababa de ver en el interior de aquel edificio y no parecía querer parar en cualquier momento.

Hizo un pequeño repaso en su mente: Eleven seguía viva y había trabajado para el laboratorio unos años más; pero ahora, por alguna razón desconocida, lo habían cerrado para siempre. Había dos criaturas en el mundo muerto y una de ellas estuvo en contacto con Eleven. Sin embargo, aquel niño había intentado escapar de ambas. Aquella casa estaba en el mundo muerto, y aquellos ojos que se posaban sobre ella cada vez también. Y luego estaba el reloj...

Un latigazo de dolor le atravesó la sien y Maya soltó un gruñido. Había sido la misma sensación que sentía cuando usaba demasiado sus poderes.

Se sobó la cabeza —que cada vez estaba más mojada— y cuando la levantó, divisó una señal entre los árboles. Había sido el momento perfecto, ya que segundos después el sonido de un trueno resonó por todo el pueblo.

Esquivó más raíces y ramas con paso apresurado y, cuando por fin divisó el final del bosque, se encontró con un pequeño centro comercial en el cuál destacaba la señal del arcade con sus colores neón. Cruzó la calle al ver que no pasaba ningún coche y tiró de la primera puerta que vió para resguardarse un poco del frío al que no estaba acostumbrada. A veces echaba de menos California, y esa era una de las veces.

Un calor reconfortante la recibió con los brazos abiertos cuando la puerta de aquel local se cerró detrás de ella, haciendo que la campanita sonara encima suya y que su cuerpo dejara de temblar tan violentamente. Miró a su alrededor, encontrándose con muchísimas cintas de películas y sus oídos captaron una conversación que tenía lugar cada vez más cerca de ella.

—...sí que tu cita con Martha fue mal porque no le gustan los champiñones? —preguntó una voz femenina.

—¡No! Esa es Caroline. La cita con Martha fue mal porque no paraba de ponerle ojitos al camarero. ¿Podrías escucharme por una vez y dejar de pensar en Vicky? —se quejó una voz masculina.

—¡No estaba pensando en Vicky!

—Ya. Igual que yo no estaba pensando en la noche de sexo que...

—¡Ew! ¡Cállate! No quiero saber nada sobre eso. —Una arcada llegó a los oídos de Maya, lo que la hizo sonreír—. Dios, que asco. Ahora no puedo no imaginármelo.

—De nada.

—¿No has pensado en que a lo mejor te van tan mal las citas porque tienes demasiadas y con muchas chicas distintas?

Un silencio llenó la tienda que solo fue interrumpido por la tenue melodía que sonaba a través de los altavoces del radiocassette que estaba detrás del mostrador.

—Tal vez deberías de dejar de tener citas compulsivamente y sentarte a pensar qué es lo que quieres en una chica.

—Créeme, ya lo he hecho.

—¿Y la conclusión que has sacado es...?

—Que no tengo ni idea y que la indicada ya vendrá con el tiempo o estará en una de mis citas compulsivas.

—¿Y ya está? ¿Crees que tu chica perfecta aparecerá un día de estos por esa puerta como si nada?

La conversación murió en el momento en el que dos pares de ojos se clavaron en la anatomía de Maya, que miró a los dos empleados fijamente. Los tres se miraron en silencio mientras la desconocida que acababa de entrar a la tienda se abrazaba, intentando transmitirse un poco de calor.

—Creo que alguien se ha olvidado el paraguas en casa. —Murmuró la chica de pelo rubio y corto, lo que hizo que Maya alzara una ceja intentando reprimir una sonrisa divertida.

—Estoy empapada, no sorda. —Bromeó.

—Cierto.

La chica empujó el carrito de cintas, ahora vacío, y articuló algo con su boca hacia el chico.

—No más citas compulsivas.

Maya pudo ver cómo él intentaba no poner los ojos en blanco y luego volvía a observar a la desconocida empapada que acababa de entrar a su tienda de una forma extraña que hizo que el estómago de Maya se encogiera de una forma agradable.

Durante unos segundos, ambos se escanearon mutuamente. Lo que primero le llamó la atención fue su pelo perfectamente peinado y que parecía sacado de un anuncio de esos que ponían en la tele para promocionar un nuevo champú o algo. Después se fijó en sus ojos, que le devolvían la mirada acompañado de unos tonos hazel rodeando su pupila. Maya pensó que eran bonitos. A continuación, su mirada bajó disimuladamente por su atuendo y se encontró con el chaleco de la tienda, unos pantalones vaqueros desgastados y unas zapatillas nike cortez blancas, rojas y azules.

Volvió a subir la mirada cuando lo escuchó hablar.

—Lo siento por eso, no le hagas mucho caso.

La voz de aquel chico, a pesar de haberla oído antes, descolocó un poco los sentidos de Maya, que se vio obligada a reaccionar unos segundos después.

—No pasa nada, lo entiendo. Supongo que vuestros clientes suelen entrar secos y no chorreando agua como yo.

Él soltó una pequeña risa.

—Pues sí, suelen estar secos.

Ella sonrió y ambos se miraron fijamente durante unos segundos más.

—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó el chico, acercándose un poco a Maya, haciendo que se pusiera un poco nerviosa.

—Bueno, estaba buscando una película. —Respondió, intentando que no se notara el efecto que acababa de tener aquel gesto en ella.

No iba a mentir, el chico era bastante guapo. Demasiado guapo, incluso.

—Tenemos muchas de esas.

—Eso puedo verlo... —Maya se fijó en la placa que estaba unida a su chaleco para leer su nombre—. Steve.

Él bajó la mirada a su pecho y suspiró, frustrado, como si hubiera perdido la oportunidad para algo.

—¿Buscabas algún género en particular? —preguntó, acercándose aún más y quedando a varios pasos de distancia—. Ciencia ficción, terror, misterio... amor.

Maya contuvo el impulso de rodearse el estómago con los brazos al sentir un revoloteo en su barriga e intentó aparentar normalidad, acercándose también a él y luego apoyándose suavemente en una estantería que había junto a la puerta.

—¿Por qué no me sorprendes?

Steve sonrió ampliamente y Maya alzó una ceja con una sonrisa, como si aquello fuera una clase de reto.

Jamás había intentado ligar con nadie porque, en su instituto, ningún chico le había llamado la atención. Todo lo que sabía sobre relaciones lo había sacado de películas o de historias que le contaba su madre sobre su adolescencia. Y allí estaba, sintiendo lo que todos denominaban como mariposas y rezando para no encontrar nunca la película perfecta y poder quedarse allí el resto del día.

—Pues claro. Sígueme.

Steve se dio la vuelta lentamente sin apartar sus ojos de los de Maya hasta que le dio la espalda por completo y la chica no pudo evitar notar cómo él y su compañera de trabajo se lanzaban miradas cómplices.

—Por aquí tenemos películas de ciencia ficción y aquí las de romance —señaló Steve antes de girarse por completo hacia Maya—. Y, en medio de estas dos estanterías...

—Las de ciencia ficción con romance —Finalizó ella, sacándole una sonrisa al chico.

—Veo que eres una chica lista... —Steve dejó la frase en el aire, esperando a que ella la finalizara con su nombre.

—Maya. —dijo ella con una sonrisa, rellenando el hueco que Steve le había dejado a propósito para poder conocerla mejor.

—Maya. —Repitió él y la chica tuvo que usar casi todo su autocontrol para no estremecerse al sentir una descarga eléctrica recorrer toda su espalda.

Su nombre en aquellos labios había sonado demasiado bien y juraría que, a pesar de no mostrar señales de debilidad, Steve lo sabía. Así que tenía que poner las cosas a su favor.

—Esa misma. ¿Ya has tenido una de esas citas compulsivas con alguien con el mismo nombre? —la chica ladeó la cabeza con una sonrisa, indicando que estaba bromeando.

Steve abrió la boca, buscando una respuesta pero solo le salió una risa que casi hizo que Maya perdiera su compostura.

—¿Así que escuchaste todo eso?

—Sois un poco ruidosos —admitió.

—¡Lo siento! —Exclamó la otra chica desde el mostrador, lo que hizo que Maya riera y se encontrara con los ojos de Steve sobre ella cuando volvió a mirarlo.

—Pero no, no he tenido ninguna cita con alguna chica que se llame Maya. Aún.

Maya sonrió.

Aquello parecía un juego en el que ambos daban vueltas el uno alrededor del otro, buscando el momento perfecto para atacar, lo que era gracioso y curioso porque —literalmente— se acababan de conocer. Pero era divertido y, además, Steve parecía un buen chico, solo estaba un poco perdido en el mundo del amor y Maya era... Bueno, Maya. Lo único que le interesaba a ella era dejar su pasado atrás a pesar de estar en ese lugar por la razón completamente opuesta.

Solo eran dos personas de dos mundos y estados distintos conociéndose por medio de un extraño juego de flirteo en el cuál ninguno de los dos sabía qué iba a pasar a continuación.

Maya caminó hacia las estanterías, haciendo como que las ojeaba cuando en realidad estaba más pendiente de la mirada de Steve, que seguía todos y cada uno de sus movimientos.

—¿Ves algo que te llame la atención? —preguntó él apoyándose en una estantería con la muñeca.

La chica se mordió el labio cuando las palabras "solo tú" pasaron por su mente y se giró, salpicando unas cuantas cintas con su cabello castaño y empapado.

—Tal vez. —dijo con una sonrisa y ambos volvieron a mirarse a los ojos de nuevo.

Era demasiado atractivo y eso hacía que su propio estómago se encogiera, haciendo las mariposas más evidentes. Si tan solo pudiera saber qué estaba pensando él sobre ella en ese momento...

La verdad cayó sobre ella como —otra— lluvia de agua congelada: podía descubrirlo. Porque era diferente. Porque no se parecía en nada a Steve o a su compañera. Porque ella no hacía las cosas como ellos. Y, por primera vez en mucho tiempo, tuvo miedo de lo que le podían hacer sus poderes a la nueva persona que ella misma había tratado de construir aquellos siete años; de cómo podían influir en la vida de Maya Thornton.

La melodía de un conocido saxofón se coló por los oídos de ambos y rompieron su contacto visual al escuchar cómo "Careless Whisper" de George Michael inundaba el ambiente.

—¿Enserio, Robin? —preguntó Steve.

Ella se encogió de hombros con el ceño fruncido.

—No me mires a mi, es la radio. —Se justificó, pero Maya alcanzó a ver cómo intentaba esconder una cinta parecida a las que ella tenía para su walkman.

Sonrió, olvidándose de la nube de pensamientos negativos que habían nublado su mente cuando Steve puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y suspiró antes de volver a mirarla.

—Lo siento por eso.

—No pasa nada.

Sin embargo, la música romántica fue interrumpida por un enorme estruendo de un trueno que los sobresaltó a los tres.

—Bueno, va a ser un viaje de vuelta al aeropuerto interesante. —Murmuró Maya, pero Steve logró oírla.

—¿No eres de por aquí? —Esa pregunta llamó la atención de Robin, que se volvió hacia ellos con el ceño fruncido.

La castaña negó con la cabeza y se encogió de hombros.

—Soy de California. —Confesó, un poco cohibida al darse cuenta de que, una vez volviera a casa, no se cruzaría con aquel chico de nuevo.

—¡Nosotros tenemos amigos allí! —dijo Steve con emoción. Robin, por su parte, había fruncido los labios y lo miraba con precaución—. A lo mejor los conoces: Jonathan, Will y Ele... Jane Hopper.

Maya notó la tensión en los hombros de Robin y Steve, pero decidió dejarla pasar hasta que se dió cuenta de lo que había dicho. "Ele...". ¿Steve podría conocer a Eleven? Después de todo, aquellos dibujos la habían llevado a ese pueblo. Pero, para no levantar sospechas, negó con el ceño ligeramente fruncido.

—No, no me suenan. California es bastante grande.

—Cierto. —Respondió el chico, pareciendo aliviado.

Maya clavó su vista en sus manos y pensó en que, tal vez, debería intentar averiguar a quién se refería Steve. Y solo había una forma.

Se estiró las mangas de la sudadera, cubriendo con más seguridad su tatuaje y miró a Robin cuando esta le hizo una pregunta.

—¿Y qué te trae por aquí? Hawkins es un pueblo bastante... peculiar para una visita.

Ella se volvió a encoger de hombros y suspiró.

—Curiosidad, supongo. Mi padre nació en Indiana y quería visitar sus orígenes.

Aquello no era del todo mentira. Matthew sí era de Indiana, pero no de Hawkins, si no de Indianápolis.

—Bueno, ya que estás muy lejos de casa y los vuelos se habrán retrasado por la tormenta, ¿por qué no vemos una película nosotros aquí? —Sugirió Steve.

Robin se encogió de hombros.

—Como queráis, yo tengo ganas de echarme una siesta. Y a ti no te vendría mal una manta.

Maya observó su atuendo empapado y al subir la mirada se encontró con los ojos de Steve de nuevo.

—Tú decides. —Dijo.

Una sonrisa casi se cuela en los labios de la chica. Nunca había tenido un plan de película con manta con otra persona que no fueran sus padres —o cualquier tipo de plan— y eso la emocionaba.

—Está bien. Tampoco tengo otras cosas que hacer.

Así también podría adentrarse en la mente de Steve sin que él se diera cuenta.

—Perfecto.

—¿Puedo escoger la película?—Pidió Maya, aún un poco emocionada por el plan y por saber si su hermana estaba más cerca de ella de lo que pensaba.

—Claro.

La chica volvió a analizar las estanterías, pero esta vez de verdad e ignorando el par de ojos que estaba sobre ella. No obstante, se giró bruscamente recordando el título de una película.

—¿Tenéis "Fiebre del Sábado Noche"?

(🕰🩸)

Robin se había quedado dormida en una postura muy extraña sobre aquella silla mientras Steve y Maya veían la película sentados sobre el mostrador y hablaban de vez en cuando.

—¿Seguro que no acabará con tortícolis o algo así? —preguntó Maya al ver la boca abierta de la rubia por la que asomaba un hilillo de baba.

—Nah, no creo. —Aseguró Steve y la chica asintió.

Los dos volvieron a fijarse en John Travolta y mantuvieron el silencio mientras la chica se aferraba más a la manta que la rodeaba, buscando calor.

Giró la cabeza, encontrándose con el perfil de Steve y apretó su mano en un puño. ¿Debería hacerlo ya?

Leerle la mente a una persona no era una tarea fácil, pero —a pesar de estar viendo la película— su mente no paraba de darle vueltas a Eleven y al chico de los monstruos. Quería encontrarlos cuanto antes.

—Ey, ¿este no es el mismo actor que el de Grease?

Steve giró su cabeza hacia ella y alzó las cejas levemente al ver que ella ya lo había estado observando. Maya le mantuvo la mirada y asintió con sus ojos clavados en los de él.

—Ya decía yo que me sonaba de algo. —Murmuró el chico y, casi sin querer, la vista de Maya recayó sobre sus labios.

Volvió a mirar la pantalla como si nada, sintiendo cómo su estómago se encogía con aquel revoloteo.

—Eh, es verdad, no nos hemos presentado como es debido. —Volvió a hablar Steve, llamando la atención de la chica, que frunció el ceño con una sonrisa.

—Yo te dije mi nombre.

—Y también leíste el mío.

Maya sonrió y asintió.

—Cierto.

Steve le enseñó su mano derecha y ella casi suelta un suspiro de alivio al darse cuenta de que no tendría que dejar su tatuaje al descubierto.

—Soy Steve Harrington. —Se presentó, con la voz inusualmente ronca que reverberó en las paredes del cerebro de Maya.

—Maya Achelois Thornton. —Dijo, estrechándole la mano y sintiendo un calor reconfortante escalar por su antebrazo.

—No sabía que estábamos usando segundos nombres en esta presentación tan informal.

Ella rió, aún con sus dos manos en contacto y siendo muy consciente de cada centímetro de piel que Steve estaba rozando.

—Lo siento, es la costumbre. Mi madre dice que tengo que presumir de mi nombre mitológico. Se llama Aphrodite y le encanta la mitología. —Aclaró.

—¿Esa era...?

—La diosa griega de la belleza, la sensualidad y del amor. —Tuvo que intentar no suspirar al finalizar aquella frase ya que su mano y la de Steve habían caído sobre el hueco de la mesa que había entre ellos todavía entrelazadas.

Sintió su corazón acelerarse al notar la intensa mirada de Steve sobre ella, indicándole que él también era muy consciente de su contacto.

—Achelois es la diosa lunar del alivio del dolor.

—Suena interesante. Y parece que sabes mucho del tema. —opinó el chico.

—Como ya dije, mi madre es muy fan de la mitología.

La melodía de "More than a Woman" de los Bee Gees comenzó a sonar y Maya volvió a mirar hacia la pantalla y a refugiarse en su manta, soltando la mano de Steve en el acto.

Ella, completamente ajena a la mirada que seguía clavada sobre su perfil, siguió viendo la película como si nada hasta que el chico habló.

—Y esta pequeña excursión a Hawkins, ¿planeas repetirla?

Maya sonrió sin apartar la vista del televisor y se mordió el labio inferior antes de hablar.

—En principio era un pequeño viaje de una vez.

Steve la observó en silencio.

—¿Pero?

La chica volvió a sonreír con más fuerza pero sin apartar la vista del televisor.

—Pero me gustan mucho las películas.

La risita de Steve volvió a causarle aquel revoloteo, así que se aferró más a la manta.

—Ahora shh, creo que van a besarse. —Maya le dio un pequeño golpe a Steve en el brazo, lo que le sacó una risa más fuerte.

—Está bien.

Los dos miraron al televisor, siendo envueltos por las notas de aquella canción que acompañaba la escena de baile que compartían los protagonistas, pero también siendo terriblemente conscientes de lo interesante que era la persona sentada a su lado.

Y, de repente, la película se paró en el instante en el que los dos personajes iban a unir sus labios.

Maya soltó una exclamación de indignación y Steve bajó del mostrador de un salto, dispuesto a arreglar la cinta para poder seguir viendo la película.

Mientras él se agachaba, ella se miró las manos. Era ahora o nunca.

Así que, sacó una mano de debajo de la manta y, después de tragar saliva, un destello de energía roja viajó hacia la cabeza de Steve.

Vió un montón de momentos pasar por delante de sus ojos en aquel huracán carmesí y resulta que ella tenía razón: Steve no era un mal tío. Había hecho cosas cuestionables, sí, pero no era un mal tío. Hizo un esfuerzo para seguir rebuscando en la mente de aquel muchacho, intentando encontrar a alguien con poderes pero fallando estrepitosamente.

Y justo cuando iba a rendirse, pensando que Steve no tenía nada que ver con ella, la vió. Con su pelo largo y ropas distintas. Pero sin duda, era ella. El tatuaje en la muñeca la delataba.

Eleven estaba viva. Viva de verdad. Y ahora vivía en la misma ciudad que ella.

¡! PAU'S NOTE <3

SIENTO HABER TARDADO TANTO EN PUBLICARLO *CRIES* es que últimamente me nació la vida social y no he parado en dos semanas jdjkdfkih.

MAYA YA ESTÁ AQUÍ Y CASI CON EL VOLUMEN DOS AHHHH *GRITOS DE PERRA LOCA*. Espero que os guste este persojane traumado (XD) y que disfrutéis sus interacciones con el grupo (y con Steve *guiño, guiño*).

Bueno, eso es un poco todo porque los nervios por el volumen dos (que sale en ocho horas ayuda) no me deja pensar con claridad. Os quiero¡!


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