Desde la noche que la conoció, se volvió incapaz de dirigir su mirada a alguien más. El demonio del amor, la locura y la pasión lo envolvió. No cabía duda de que al fin había conocido a su verdadero amor. ¿Cómo olvidar aquel día en donde todo a su alrededor se paralizó, su respiración se cortó y lo único audible era el golpeteo de su corazón?

Su figura era inigualable, jamás conoció a una mujer como ella. Deseaba bailar a su lado cada noche, aunque sus pies dolieran y sangraran. No había necesidad de articular palabas, sus cuerpos y miradas se comunicaban. La suavidad y delicadeza de su tacto... Podía escribir una novela completa en donde exaltara su perfección cual Afrodita.

Nunca se consideró posesivo, pero ella sacaba ese lado suyo. Mentiría si dijera que no ansiaba convertirse en su único hombre. Cada segundo la anhelaba, pensaba en ella, la imaginaba a su alrededor o fundiendo sus labios en un candente beso, ¿y por qué no sus cuerpos? Era su deleite. No había visto su rostro, pero se declaraba enamorado.

Sin embargo, cuanto más se enamoraba, ella se alejaba. Sus cálidos abrazos se transformaban en un fantasma que se desvanecía y él no podía hacer nada para evitarlo. No le quedaba más opción que enfrentar la frialdad de la ausencia. Además, ignoraba que ese sería el mejor de sus problemas, los enemigos se levantaban en la oscuridad y se acercaban a grandes zancadas.

¿Cuándo dejarían caer las máscaras? ¿Alguna vez ella correspondería a su amor? ¿Qué era lo que ocultaba y afligía su corazón?